Prohibido mirar para otro lado

Prohibido mirar para otro lado

En un mundo donde la memoria parece no tener lugar, la obra comprometida de Boris Lurie, que se exhibe en Buenos Aires, se vuelve urgente y necesaria.

Collages, superposiciones y colores fuertes inundan el Pabellón II del Centro Cultural Borges. Allí se encuentran expuestas algunas obras del artista ruso estadounidense Boris Lurie (1924-2008), principalmente las pertenecientes al movimiento de vanguardia NO!Art, del cual él junto a Sam Goodman y Stanley Fische fue fundador.

Mientras la sala abre sus puertas para que la gente ingrese al mundo de Lurie, Cecilia González, curadora de la exposición en el Borges, sostiene que Memoria –tal es el título de la retrospectiva– refiere a la importancia de nuestra propia historia y a los hechos de horror e injusticia. Además, le rinde homenaje a la lucha del artista por mantener la memoria del Holocausto, más en el actual contexto internacional donde parece que los abusos y la violencia continuaron sucediendo después de la guerra.

“Esta muestra es muy oportuna, lo era antes para no olvidarse, pero hoy lo es más porque el terrorismo nos pone en peligro a todos en cualquier lugar”, agrega Liliana Olmeda de Flugelman, curadora de la exposición en la otra sede donde se exhibe, el Museo Judío.

Nacido en Leningrado y de familia judía, Lurie junto a su padre sobrevivieron a tres campos de concentración en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, mientras que su abuela, su madre, su hermana y su novia fueron asesinadas por los nazis en la masacre de los bosques de Rumbula. En 1946, él y su padre se exiliaron en Nueva York y ese año comenzó su carrera como artista.

Tal como se advierte apenas se ingresa a la sala del Borges, resultaría “imposible e injusto” intentar comprender la obra de Lurie sin una aproximación a su propia historia de vida y aún así es complejo.

Lurie fue un artista-activista que confrontó contra la guerra, la sociedad capitalista de consumo (sobre todo la estadounidense) y la cosificación de la mujer, y que en sus obras canalizó su trauma del Holocausto. En algunas de ellas apuntaba contra el racismo, el antisemitismo y la hipocresía social que encontró en los Estados Unidos de los años 60 y 70 durante la Guerra Fría, a través de la ironización del pop art y el impresionismo abstracto, corrientes artísticas hegemónicas del momento que –para Lurie– no mostraban la realidad y no hacían memoria.

González considera que “en la exposición se destaca como Lurie hace una confrontación con el consumismo y con la cultura estadounidense mediante el NO!Art, un movimiento social que se rebela contra las estéticas del momento por considerar que, al favorecer al mercado del arte, terminan favoreciendo el consumo. Al no obedecer a los parámetros estilísticos políticamente correctos, al no primar la estética sobre la ética, las obras de Lurie causaban rechazo.

En la exposición hay una obra referente a momentos de elecciones. González señala que “en el collage ‘NO! con dulces’, el artista advierte a la sociedad de su época no dejarse seducir por los candidatos, haciendo referencia a uno de dulce apariencia que para él representaba el mal por sus ideas imperialistas que conducirían a guerras”. “Los estamentos del movimiento que creó se actualizan constantemente con las diferentes situaciones de injusticia y violencia. En el contexto nacional se viven momentos de incertidumbre en los que la sociedad puede ser fácilmente manipulada. Con su gran ‘NO!’, Lurie nos insta a decir ‘no’ a quienes no quieren hacer memoria, porque no hacer memoria es mirar para el otro lado y no hacer nada”, agrega.

La mujer ocupa un lugar central en la obra de Lurie debido a su gran dolor de haber perdido a todas las mujeres de su familia. En algunas de las obras expuestas en el Borges se puede observar cómo el artista se identifica con ellas porque las ve como una víctima más de la sociedad. En muchas oportunidades la presenta como “catalogadas” y utiliza la figura femenina de las pin-up y de niñas para hacer una crítica a la sociedad que las ve como objetos y las vulnera.

González señala que “el proceso de curaduría fue enriquecedor, especialmente porque la selección de las obras se realizó para compartirse en dos instituciones”. “Este proyecto comenzó hace cinco años, estaba programado para exponerse en 2020 pero por la pandemia no se pudo”, aclara Flugelman. El hecho de que se haya atrasado la presentación, según González, “llevó a un conocimiento aún más profundo del artista, lo cual fue una tarea difícil pero reconfortante”.

“Memoria” se exhibe el museo Judío de Buenos Aires y el Centro Cultural Borges, con entrada gratuita, y se puede visitar hasta el 26 de noviembre inclusive.

Picasso para todos

Picasso para todos

A cincuenta años de la muerte del pintor español, el Museo Nacional de Bellas Artes le dedica una muestra en su homenaje.

Hasta el 18 de julio en el Museo Nacional de Bellas Artes se puede visitar la exposición Picasso en el patrimonio del Museo. Un homenaje a 50 años de su fallecimiento, con la curaduría a cargo de Paola Melgarejo. ANCCOM recorrió la muestra del célebre artista español y dialogó con visitantes.

La exhibición se organiza en cinco núcleos temáticos: “Primer tiempo. De la figuración al cubismo”; ”En el atelier del artista y su modelo”; «Femmes. Retratos de mujeres”; “Hacia el Guernica. .Arte y compromiso político” y “Metamorfosis. Entre lo animal y humano: faunos, centauros, toros y caballos”.

Florencia y Agustina, dos turistas de Estados Unidos, cuentan que ya habían tenido la oportunidad de ver obras de Picasso en otras partes del mundo, en su caso en Londres. “Nos enteramos de la exhibición por una amiga de Buenos Aires que nos dijo que estaba actualmente en el Museo y no dudamos en pasar y recorrer todo el repertorio de obras, grabados y piezas de cerámica que el museo tiene para apreciar. Salimos encantadas por la experiencia”.

Ayelén, otra turista, en este proveniente de San Pablo, dice: “Ya había tenido oportunidad de ver a Picasso en otros museos, en San Pablo y en Colombia. Me quedé impresionada por las cerámicas en donde se encuentran las mujeres importantes que formaron parte de su vida”.

Laura, licenciada en Comunicación Social del barrio de Caballito, comenta: “Sigo al Bellas Artes en Instagram y cada vez que hay una muestra vengo a verla. Tuve la oportunidad de ver a Picasso en otros museos y estas aguafuertes me sorprendieron mucho al igual que los grabados. Yo pinto y me gusta mucho ver a Picasso, estuve en el museo de Barcelona y quedé alucinada”.

Dentro de los periodos del artista se puede ubicar a la Etapa Azul, en donde refleja a los artistas marginados de la sociedad tales como los mendigos, enfermos y tristes personajes; la Etapa Rosa, en la cual representaba el mundo del circo, con tonalidades claras y colores pasteles; y por último la Etapa Negra, influenciada por el arte africano. Luego de haber fundado el cubismo, exploró el neoclasicismo, el surrealismo y el expresionismo. Picasso murió a causa de un edema pulmonar en su casa de Mougins, en el sur francés, en 1973,

El Museo Nacional de Bellas Artes se encuentra abierto al público de martes a viernes de de 11 a 20 y sábados y domingos de 10 a 20, con entrada libre y gratuita

Rodo: La Grassa de Tucumán

Rodo: La Grassa de Tucumán

 Se inauguró la muestra «Fantasía marica del pueblo», una antología de la obra del Rodolfo Bulacio, el artista asesinado en un crimen de odio por su orientación sexual durante el gobierno de Bussi.

Fantasía marica del pueblo es la exposición antológica dedicada a la obra del artista tucumano Rodolfo Bulacio, nacido en la ciudad de Monteros el 1º de octubre de 1970. Rodolfo fue asesinado en un crimen de odio debido a su orientación sexual el 10 de marzo de 1997, en San Miguel de Tucumán, durante el gobierno democrático del represor y genocida Antonio Domingo Bussi.

Como actividad inaugural, en el Centro Cultural Borges de la Ciudad de Buenos Aires, se montó un conversatorio entre “Porota” Jiménez (madre del artista), Nancy (hermana), la salteña Guadalupe Creche y la tucumana Geli González, ambas curadoras de esta muestra. Feda Baeza, directora del Palais de Glace, fue la coordinadora de la charla en la que se recorrió la vida de «La Rodó», su infancia, sus inicios como artista, su estadía por la Facultad de Arte de Tucumán, sus performances en el colectivo artístico «Tenor Grasso» (del cual fue uno de los fundadores junto a Claudia Martínez y Jorge Lobato Coronel) y el legado que dejó.

“Con esta exposición queremos mostrar el carácter político y contestatario de su obra y evidenciar el contexto en el cual fue asesinado. Dar cuenta de su activismo, militancia y sexualidad que están presentes en todos sus trabajos”, cuenta Guadalupe en diálogo con ANCCOM. “Queremos darle visibilidad al artista y establecer una relación con la escena porteña. Es un modo de que Rodo siga vivo” agrega Geli, quien, en sus inicios como docente, fue su profesora en la cátedra Taller C y luego compañera en el colectivo “Tenor Grasso”.

Con un montaje que simula una pasarela para recorrer las obras, se exponen tres de sus muestras individuales («Karta Nova», «Mucha Karakatanga en la koctelera» y «Blanka… enseña lo que has conseguido»), registros en video de sus performances colectivas en los grupos «La sangrada familia» y «Tenor Grasso» y ejercicios de estudiante que ya exhiben su interés de pensar al cuerpo como forma de representación política.

“Todo lo que tocaba lo convertía en arte”, dice Nancy, quien a pesar de no ser una especialista afirma que toda la gente que ve la obra de su hermano queda enamorada. “Sus trabajos de arte pop tienen relación con el cine de Almodóvar. La cuestión escenográfica y la puesta en escena le interesaban mucho. Además, hay una teatralidad muy marcada en las acciones durante los desfiles y performances que montaba”, explica Geli al referirse a Rodo como artista. Para Guadalupe, hay placer, belleza y provocación en sus obras. “Era un adelantado. Hacía cosas que ningún artista norteño trabajaba en esa época. Por ejemplo, su cuadro del desnudo de un personaje trans”. Marga, quien fue fotógrafa de los desfiles de “Tenor Grasso”, recuerda que Rodolfo no paraba nunca. “Pintaba, grababa, diseñaba vestuario. Era un genio”. Destaca su osadía como artista y las ganas de Rodo de mostrarse tal cual era. Esto le resultó muy difícil en una época en la cual, quienes escapaban de la heteronorma vivían una cotidianidad muy hostil.

“Desde el 10 de marzo de 1997 me propuse no dejarlo morir, que siga viviendo en su obra”,cuenta «Porota», su mamá. Por eso, con el objetivo de mantener, proteger y difundir las 230 piezas que componen su obra, el 18 de junio de 2019 su familia inauguró la fundación: «Las margaritas de Rodolfo Bulacio», que brinda talleres de arte, clases de inglés para niños, grupos de teatro, gestiona becas para estudiantes de arte y realiza exposiciones artísticas. “Es la única casa de Montero dedicada al arte y sus puertas están abiertas para todos los artistas” dice «Porota», quien es la presidenta de la fundación.

“Como mamá nunca imaginé convertirme en artífice de la obra de mi hijo. Él siempre decía que quería ser famoso y que me iba a llevar a recorrer el mundo. Sé que no lo vamos a recorrer, pero después de su muerte, le prometí a mi hijo que iba a ser famoso, y creo que lo he conseguido”, confiesa.

La exhibición, organizada por el Palais de Glace, puede visitarse hasta el 30 de octubre, de miércoles a domingo de 14 a 20 con entrada libre y gratuita en el centro cultural Borges, Viamonte 525, CABA.

El arte de la precarización

El arte de la precarización

Falta de presupuesto, ausencia de un proyecto educativo-cultural e inestabilidad laboral: el triste escenario que se vive en el conservatorio de música “Manuel de Falla” de la ciudad de Buenos Aires.

“Lo que pasa acá, sucede en todos los espacios culturales de la ciudad, en el Teatro Colón, en la Usina del Arte: reducir el personal y achicar el gasto. Después, cuando todo está destruido, pareciera que sucedió solo y listo. Nosotros estamos poniendo el cuerpo para que esto no se caiga a pedazos”, afirma Lucas Urdampilleta, docente de piano en el Conservatorio Superior de Música “Manuel de Falla” y en el “Astor Piazzolla”, ambos dependientes de la Dirección General de Enseñanza Artística (DGEART) del Ministerio de Cultura porteño.

“El Falla” es una institución pública y gratuita que, además de impartir clases de música, es un centro terciario de formación docente. De la DGEART también dependen la Escuela Metropolitana de Arte Dramático (EMAD), el Instituto Vocacional de Arte (IVA) y el Instituto de Investigación de Etnomusicología, y todos padecen la misma situación de desidia a manos del Ejecutivo de Larreta.

«Nosotros estamos poniendo el cuerpo para que esto no se caiga a pedazos”, afirma Lucas Urdampilleta.

Pese a sus más de 100 años de historia y ser uno de los conservatorios más prestigiosos del país, el Manuel de Falla no tiene edificio propio. Antiguamente funcionaba en el Centro Cultural San Martín, pero hace 15 años fue desplazado a la sede de Gallo, en el barrio de Almagro, donde comparte espacio con el Conservatorio “Astor Piazzolla”. Cuenta con cinco anexos, de los cuales cuatro funcionan en otras tantas escuelas primarias durante el turno vespertino.

Más allá de las disputas por el espacio, las infraestructuras de las sedes no están preparadas para la enseñanza de música. La principal no dispone de salas acustizadas, sitios aptos para dictar clases, lugares de guardado de los instrumentos, ni tampoco ventilación e iluminación adecuadas, circunstancia que se repite en los anexos de las escuelas.

El abandono de la DGEART es evidente si se repara en la distribución del presupuesto. Este escenario no es nuevo, pero se agudizó tras la pandemia. Ambos conservatorios carecen de artículos de higiene básicos como jabón, lavandina o papel higiénico, o siquiera insumos administrativos.

El Manuel de Falla requiere de una amplia variedad de instrumentos de uso diario que deben ser mantenidos,sin embargo, todos se encuentran en franco deterioro. La gran mayoría de los agujeros se emparchan con reparaciones caseras, la voluntad de docentes, estudiantes, auxiliares y la cooperadora, aunque no dejan de ser soluciones paliativas.

Eduardo, auxiliar y encargado de los instrumentos, cuenta cómo entre alumnos y docentes arreglan algunos elementos haciendo lo que él llama “Frankensteins”: reparaciones caseras con materiales reutilizados, como fierros para reparar las baterías y atriles.

Del mantenimiento de los pianos se encarga un docente que, de forma gratuita y en su tiempo libre, se ocupa de pasar por las aulas para afinarlos. ¿Cuál es la cínica respuesta de la DGEART? Que esas tareas no le corresponden.

“Van erosionando la institución de a poco con la falta de recursos, insumos, malas condiciones de trabajo y estudio. Anímicamente nos destruye. Esta es una institución artística de más de un siglo, se debería respirar otro aire. Estamos constantemente lidiando con la cotidianidad”, sostiene Urdampilleta.

Docentes y alumnos reparan los instrumentos con materiales reutilizados, relata Eduardo Galván.

En cuanto a los docentes, el 85 por ciento son interinos. La última titularización fue en 2011 y desde entonces no se han modificado las categorías de quienes hoy ya tienen 11 años de antigüedad. Al no estar titularizados, se encuentran en estado de precarización laboral: un interino es echable y no puede hacer pleno uso de sus derechos.

Lautaro Soria, uno de los delegados gremiales por la Unión de Trabajadores de la Educación (UTE) del Manuel de Falla, considera que “la falta de titularizaciones es un problema a nivel sistema, general para todos los institutos de cultura”. “Creemos que está ligado al tema de la UniCABA –señala–. Genera suspicacia que en la última reforma del Estatuto Docente se haya titularizado el nivel medio dejando de lado el superior”.

 “Cuando los porcentajes de interinato empiezan a estar en torno al 80 o 90 por ciento, pareciera que fuera prescindible casi todo el personal docente. La conducción política del Gobierno de la Ciudad entendió que puede construir las conducciones de las escuelas que a ellos les conviene”, agrega Soria.

Mientras el Gobierno de Larreta apuesta por una formación docente propia –e inconsulta con los actores del sistema–, a la vez ha ido retirando el sustento económico a los centros existentes, en especial los de artes. A esto se suma que la DGEART ha descuidado su función educativa desde hace por lo menos 15 años, algo que en la actual gestión se ha profundizado al punto de no tener una propuesta pedagógica que ofrecer a las instituciones que de ella dependen. No hay un proyecto claro ni intenciones de desarrollarlo.

“Han dejado de intervenir pensando en el buen funcionamiento y las problemáticas de los institutos. Se cambiaron asesores pedagógicos por productores de eventos. Los recursos están, pero se destinan a montar conciertos y espectáculos, en mostrar de los institutos lo que les conviene en términos políticos dejando de lado la labor educativa”, asegura Soria.

Bajo estas condiciones, ¿cuál es el futuro del Conservatorio Manuel de Falla y el resto de las instituciones de arte de la Ciudad de Buenos Aires? Sin planificación ni recursos, están destinadas a seguir a flote sobre el umbral mínimo de subsistencia gracias al esfuerzo de quienes las habitan. Todo indica que ese es el lugar de la cultura en la agenda del Gobierno porteño.

Arte para una sociedad mejor

Arte para una sociedad mejor

Durante demasiado tiempo, las personas con discapacidad fueron invisibilizadas: no se les reconocían derechos, no tenían voto ni decisión, se las percibía como sujetos pasivos que requerían asistencia constante. Todo lo que fuera “especial”, los posicionaba como distintos a una supuesta normalidad.

Desde principios de siglo, hace unos 10 años, existe un nuevo paradigma que está en construcción y deconstrucción: el modelo de la autonomía. Defendida y trabajada en la Compañía de Artes “Las Ilusiones”, esta concepción incentiva a pensar a las personas con discapacidad como sujetos de derechos y de participación activa más allá de lo artístico. El arte se convierte en un camino de posibilidades que reconfiguran la percepción de la sociedad.

“Se trata de un espacio lúdico y de encuentro. Crear una obra de teatro o una puesta en escena involucra a todos los que estamos ahí, en un aquí y ahora. A diferencia de ambientes jurídicos o laborales, implica encontrarse desde la paridad y partiendo de las capacidades individuales de cada uno”, afirma Juan Ignacio Acosta, licenciado en Dirección Escénica y director de Las Ilusiones.

Así, el arte inclusivo potencia las capacidades individuales y su autopercepción: facilita el desarrollo cognitivo conductual y rescata esa voz interna que no siempre puede expresarse a través del lenguaje verbal o gestual. Este campo pretende quitar el velo con el que vemos el arte, pero, sobre todo, la discapacidad. Derriba mitos conociendo otras realidades y empatizando con ellas, ya sea a través de un cuadro, una poesía o una obra.

“Las obras de teatro inclusivo permiten hablar de lo que va a venir, una sociedad totalmente inclusiva, abajo y arriba del escenario, en todos los ámbitos. Aporta un espacio de ser, de elegir qué hacer y de ser valorados con nuestras diferencias y similitudes”, subraya Acosta.

Es un espacio en constante tensión: aparecen pequeños logros del colectivo de discapacidad o políticas más inclusivas del Estado, sin embargo, siempre se presentan barreras. “Lo que yo noto hasta hoy es que hay un sesgo en la sociedad por tratarlos como enfermos: o son muy ángeles, como falsamente positivos, o son mogólicos, en un sentido negativo y pasivo. En estos extremos perdemos un montón de colores y variantes posibles”.

Mientras dialoga con ANCCOM, la madre de uno de los artistas que concurre al lugar le dice en tono gracioso: “Che Juan, ¿puede ser que desde que mi hijo viene a Las ilusiones habla más y manifiesta lo que no le gusta? ¡Está como más rebelde!”. “Sí, porque es adolescente y tiene que ponerse rebelde, decidir cómo vestirse, a dónde ir, con quién estar –responde Acosta–. Y eso no es rebeldía, es autonomía”.

¿Cómo se reflexiona y se potencia este proceso artístico junto con las familias? Depende de la historia detrás de cada una. “Cuando una persona nace con discapacidad, se instala la nomenclatura de que toda la vida va a ser dependiente, entonces después es difícil borrar esas estructuras que se construyeron tan hegemónicamente. Nosotros como agentes trabajamos en conjunto con las familias a medida que se van abriendo o conversando sobre la autonomía, acá es fundamental lo que les pase a los padres, por eso trabajamos la confianza”.

La pandemia repercutió en la compañía. Al principio, subieron actividades a YouTube y organizaron clases virtuales por Zoom. Además, realizaron acciones de contención emocional para padres y talleres de otras artes. “Hubo una buena recepción y se aprovecharon los canales: propusimos que el artista elija la disciplina que quiere hacer y el formato que le gustaría. Actualmente, lo bimodal –presencial o virtual– nos ayudó con mayor organización, las burbujas no se rompían, sabíamos quiénes venían para cada actividad y así fue todo el año, tuvimos que adaptarnos en espacios abiertos, con distancia, con barbijo”.

Fernando Pacheco integra Las Ilusiones desde 2016. Hace teatro, canto y desde 2017 es preceptor de comedia musical. En su rol, acompaña a los artistas en las actividades y trata de dar respuesta a lo que ocurre arriba y abajo del escenario. “Según lo que necesiten, ayudo con texto o coreografía. Desde esta responsabilidad me siento partícipe de este espacio, no es una pequeñez lo que hago, al contrario, se trata de ser parte de esta gran familia. Colaboro con los artistas y ellos me ayudan a crecer como persona”, señala.

 

Lo que más le gusta de Las Ilusiones es trabajar codo a codo con personas con distintas discapacidades y aprender de ellas y con ellas. En cuanto a las clases virtuales, cuenta que le costó adaptarse: “Que sean desde nuestras casas, con nuevos espacios, manejar Zoom, pero me fui amoldando y pude trabajar bien”. Volver a lo presencial fue una alegría inmensa. “Me reencontré con mis compañeros como antes, aunque con los cuidados respectivos, volver a trabajar como hace años fue muy bueno”, dice.

El arte inclusivo busca la integración de la diversidad: “Para mí es libertad, es poder expresar sentimientos y emociones de diferente manera y crear mundos que no existían”, sostiene Pacheco. Para Acosta, es una vanguardia artística con sus propias variables, sus formatos y con un tipo de estética que se construye día a día: “Es un vago movimiento estético y artístico que abre la puerta a construir con un otro sin limitaciones neurológicas o físicas. No crean que es un producto infantil o amateur, todo lo contrario, hay un arte ensayado, elaborado, pensado, que no por ser inclusivo, deja de ser profesional”, concluye.