“Nos quitaron el lugar, pero no lo que somos”

“Nos quitaron el lugar, pero no lo que somos”

Desalojadas por el Gobierno porteño del local donde funcionaban en Palermo, las trabajadoras del proyecto autogestivo de estética “Bell”, parte del colectivo YoNoFui, reconstruyeron su emprendimiento en el barrio de Flores. “Seguimos existiendo”, afirman.

“Fue un golpe seco, inesperado. A las cinco de la mañana me llaman por teléfono y me dicen: ‘Flor, están vallando todo’. Salí corriendo y cuando llegué ya estaba lleno de patrulleros, camiones, policías con cascos. Pregunté qué pasaba, y uno me dijo: ‘Desalojo’. Le pedí la orden y me contestó, con toda la soberbia del mundo: ‘Buscala en el Boletín Oficial’. Así, sin más”, recuerda con bronca y tristeza Florencia Rodríguez, integrante de YoNoFui, una asociación civil sin fines de lucro que busca dar contención y herramientas a mujeres en situación penitenciaria y a las que recuperan su libertad.

El 1° de agosto, la Policía de la Ciudad desalojó el local de Bonpland 1660, en el barrio de Palermo, donde funcionaba Bell, la cooperativa de estética y cuidados corporales de la organización YoNoFui, colectivo antipunitivista, transfeminista y abolicionista penal, con más de 23 años de activismo e integrado por personas LGTBQ+ y mujeres CIS. No hubo orden judicial ni aviso previo. Solo vallas y la fuerza de un Estado que decidió irrumpir sin diálogo en un espacio autogestivo construido durante años por mujeres y disidencias.

No era un local comercial cualquiera. Era un espacio de trabajo, de formación y de cuidado colectivo, sostenido por personas que atravesaron contextos de encierro o vulnerabilidad. “Ahí teníamos todo: nuestras herramientas, nuestras cosas, pero también nuestros vínculos. Era el lugar donde nos encontrábamos, donde hablábamos de la vida, donde aprendíamos juntas”, cuenta Rodríguez.

La cooperativa nació en 2020, en plena pandemia, dentro del entramado de YoNoFui, organización fundada en 2001 por la artista y militante María Medrano. Desde sus inicios, YoNoFui trabaja dentro y fuera de las cárceles con mujeres y disidencias privadas de libertad, ofreciendo talleres de arte, oficios, comunicación y acompañamiento integral.“Es un movimiento donde creemos que nadie se salva solo, y que las salidas colectivas se construyen desde abajo, desde lo comunitario”, explican desde la asociación.

Con el tiempo, lo que empezó como un espacio artístico se convirtió en una red de trabajo cooperativo y se fueron sumando emprendimientos: un taller textil, un espacio editorial, una huerta agroecológica y, más recientemente, Bell.

“Bell surgió de la necesidad de laburar, pero también del deseo de crear algo nuestro. En la pandemia no había trabajo, todo estaba parado, y nosotras empezamos a pensar cómo salir adelante. De ahí nació la idea de abrir un espacio de estética, de cuidado, de belleza, pero con otra mirada: no una que repita los estereotipos del mercado, sino una que ponga en valor el cuidado mutuo, la autoestima y la autonomía”, relata Jimena Delgado, compañera del colectivo.

“Toda belleza es política. Porque los estándares de belleza que nos imponen son violentos, coloniales, inalcanzables. Nosotras apostamos a otra cosa: a la belleza de lo real, de lo diverso, de lo que se construye entre compañeras”, explica Delgado.

Rodríguez tiene 32 años, vive en el conurbano y se acercó a YoNoFui hace cuatro años, cuando buscaba aprender un oficio. “Había hecho algunos cursos sueltos, pero lo que encontré ahí fue otra cosa. No era solo aprender, era formar parte de algo. Me sentí acompañada desde el primer día”.

Empezó en un taller de masajes, después se perfeccionó en manicuría y cuidados corporales. Con el tiempo, se convirtió en parte de la familia. “Nosotras decimos que la belleza también es una forma de militancia. Porque cuando vos pasaste por situaciones de violencia o exclusión, volver a mirarte al espejo con amor es un acto político. Nos enseñamos eso unas a otras”.

Delgado lleva más de nueve años en la organización. “Soy manicura hace doce años, y conocí YoNoFui a través de una compañera. Al principio iba a dar una mano, después me quedé. Soy mamá de una nena de diez, y este espacio me cambió la vida. Me dio una red, un sentido, una posibilidad de crecer sin tener que competir, sin tener que demostrarle nada a nadie”.

Ambas coinciden en que Bell no solo era una fuente de ingresos, sino un refugio afectivo. “Era un espacio donde podía ser yo misma. Donde nos escuchábamos, nos cuidábamos. Donde, si una estaba mal, las demás la acompañaban. Eso no se compra en ningún lado”, destaca Delgado.

El operativo del 1° de agosto duró apenas unas horas, pero sus consecuencias todavía se sienten. “Fue completamente desmedido. Había como cincuenta policías, camionetas, camiones. Cerraron la calle y no dejaron entrar a nadie. Ni siquiera a las abogadas de la organización”, relata Rodríguez.

“Entraron, rompieron cosas, se llevaron tres camiones llenos con nuestras herramientas, los muebles, los materiales de trabajo. Todo eso que habíamos comprado con esfuerzo, con rifas, con donaciones. Nadie nos notificó nada, nadie mostró una orden. Solo nos dijeron que el terreno era del Gobierno de la Ciudad y que teníamos que irnos”.

El Gobierno porteño se amparó en una resolución administrativa que habilita el desalojo de espacios considerados “ocupaciones ilegales”, sin intervención judicial. Pero para las trabajadoras, esa explicación no alcanza. “Bell no era una ocupación, era un espacio de trabajo reconocido, con cooperativas inscriptas, con talleres abiertos a la comunidad. No se trataba de un edificio vacío, sino de un proyecto vivo”, enfatiza Delgado.

 

Reconstruir entre todas

A los pocos días, las integrantes de Yo No Fui organizaron una conferencia de prensa frente al galpón. “No queríamos dejar que el silencio se impusiera. Nosotras no somos invisibles”, afirma Delgado. La organización también recibió el apoyo de otras cooperativas, medios comunitarios, redes feministas y organismos de derechos humanos. “Fue impresionante la solidaridad. Gente que no conocíamos se acercó a ofrecer materiales, herramientas, donaciones. Se armó una red enorme”, subraya Rodríguez.

Dos semanas después, tras insistir con abogados y con la Defensoría del Pueblo, lograron recuperar parte de lo que se habían llevado. “Nos entregaron las cosas en bolsas, muchas rotas, otras mojadas. Pero, aun así, empezamos de nuevo. Alquilamos un local en Flores y volvimos a abrir. No podíamos quedarnos quietas. No podían desalojar nuestras ganas”, dice Delgado.

Hoy Bell sigue funcionando en su nuevo espacio. Allí dictan talleres de manicuría, masajes, depilación, estética facial y corporal, y cursos de autogestión económica. También brindan servicios abiertos al público, siempre desde una mirada crítica y feminista.“Toda belleza es política. Porque los estándares de belleza que nos imponen son violentos, coloniales, inalcanzables. Nosotras apostamos a otra cosa: a la belleza de lo real, de lo diverso, de lo que se construye entre compañeras”, explica Rodríguez.

En el nuevo local, los espejos están decorados con frases que resumen esa filosofía: “Cuidarnos es revolucionario”, “Ninguna belleza sin comunidad”, “No hay cuerpo equivocado”.“Lo que hacemos es también acompañar procesos personales. A veces vienen compañeras recién salidas del encierro, con la autoestima por el piso. Y el simple hecho de compartir un mate, de enseñarles a hacer uñas o masajes, de charlar, ya cambia todo. Bell no es solo trabajo, es sanación colectiva”, dice Delgado.

El desalojo de Bell no fue un hecho aislado. En los últimos años, el Gobierno de la Ciudad ha avanzado sobre varios espacios culturales y sociales bajo el argumento de “recuperar inmuebles”.“Hay una política de vaciamiento de los espacios comunitarios. Se prioriza la especulación inmobiliaria por sobre el trabajo social. Palermo es un barrio que fue gentrificado al extremo. Nosotras estábamos en un galpón donde no molestábamos a nadie, pero claro: al lado hay cervecerías y hoteles boutique. El problema no somos nosotras, es el modelo de ciudad que ellos defienden”, reflexiona Delgado.

“No pedimos caridad, pedimos respeto. Somos trabajadoras. Lo que hacemos tiene valor, y también tiene impacto social. Muchas de las chicas que pasan por Bell logran después alquilar un espacio, abrir su propio emprendimiento, salir adelante. Eso es lo que el Estado debería acompañar, no castigar”, agrega Rodríguez.

Hoy, meses después, Delgado y Rodríguez sonríen al recordar todo lo que lograron reconstruir. “Fue un sacudón, pero también una prueba de lo que somos capaces de hacer juntas. Nos quisieron desalojar, pero no se puede desalojar una red”, sostiene Jimena. Florencia la escucha y asiente: “Seguimos existiendo y celebrando nuestro espacio. Nos quitaron un lugar, pero no pudieron con todo lo que construimos juntas. Bell va a seguir, porque nació del amor, del trabajo y de la convicción de que merecemos una vida distinta”.

Oxígeno para el Garrahan

Oxígeno para el Garrahan

Después de seis meses de marchas y reclamos, los trabajadores del hospital lograron un 61 por ciento de aumento. Sin embargo, no pueden recuperar los cientos de profesionales que dejaron la institución.

Tras más de seis meses de intensa lucha por sus derechos, los trabajadores y trabajadoras del Hospital Garrahan lograron esta semana un aumento salarial del 61 %, retroactivo a octubre y acompañado por un bono vigente, en cumplimiento de la Ley de Emergencia Pediátrica, que el Gobierno se había negado a aplicar hasta ahora. El acuerdo, que beneficia a personal de planta, contratados, becarios y residentes, fue resultado de una presión gremial y judicial sostenida, que incluyó paros, asambleas y movilizaciones. En diálogo con ANCCOM, Norma Lezana, secretaria general de la APyT; Georgina Duarte, enfermera pediátrica y presidenta de la Asociación Civil de Profesionales y Técnicos; y Maximiliano Bares, delegado del hospital, reconstruyeron la lucha que convirtió al Garrahan en una causa nacional y comentaron acerca de los ataques que recibieron por parte de algunos periodistas en televisión nacional.

Dentro del Hospital Garrahan, el anuncio del aumento del 61 % se vivió con gran alivio después de meses de resistencia. La noticia corrió por los pasillos del hospital entre abrazos, lágrimas y aplausos. «Se vive como un triunfo histórico, una recomposición que nos da oxígeno después de tanto tiempo de angustia», expresó Lezana. «Está todo el mundo endeudado, pidiendo adelanto de sueldo, no pudiendo llegar a fin de mes o no pudiendo cargar la SUBE; se presentan situaciones sumamente desesperantes», recordó la médica, y afirmó que esta recomposición, aunque parcial, devuelve un poco de dignidad al equipo de profesionales que brindan atención pediátrica a los casos de mayor complejidad del país. «Nosotros lo vivimos como un campeonato del mundo», afirmó Maximiliano Bares, delegado gremial y compañero de Lezana. Sin embargo, esta alegría no fue compartida por todos. Ejemplo de ello fue la entrevista que Lezana sostuvo junto a su compañero Bares el martes pasado con el periodista Eduardo Feimann, quien entre gritos e insultos, los atacó por su lucha sindical.

Norma Lezana, secretaria general de la APyT.

Ambos fueron invitados al programa en LN+ para hablar del aumento. El periodista los interrumpió en reiteradas ocasiones, elevó el tono y terminó gritándole a Lezana: «¡No vengas a decir pelotudeces!», mientras Bares intentaba intervenir para defender a su compañera. El intercambio, reproducido en redes sociales y repudiado por amplios sectores de la sociedad, mostró con crudeza el nivel de hostilidad hacia los trabajadores que ostentan los sectores más allegados al gobierno. «Feinmann ejerce persecución política y baja una línea de odio que coincide con la del Gobierno», afirmó Lezana a ANCCOM, tras confirmar que el propio vocero presidencial Manuel Adorni había retuiteado el video en señal de aprobación. Para ella, lo ocurrido no fue un exabrupto, sino la expresión de un modelo que «descalifica a quienes defienden los derechos de las mayorías». Bares, que la acompañó en la entrevista, describió el comportamiento del conductor como violento y misógino, y reivindicó la templanza de su compañera ante el ataque.

Pese a las agresiones de Feimann, ambos señalaron la importancia que el apoyo de los medios tuvo como parte de la lucha que condujo a esta restitución salarial. «Nosotros reivindicamos mucho el acompañamiento que tuvimos de la mayoría de los medios de comunicación y los trabajadores de prensa, han sido muy solidarios con nosotros y han estado muy atentos, y eso son la mayoría. Después, tenés el ejemplo de Feinmann, que claramente tiene una línea política para bajar a la sociedad, para descalificar a los trabajadores que luchamos, a quienes defendemos los derechos de las mayorías», afirmó Lezana, concediendo poca importancia a los ataques y resaltando el apoyo de los medios en general. «Feinmann, fue violento, fue misógino, fue una bestia; pero en líneas generales hemos tenido con todos los laburantes de prensa, de la comunicación, un apoyo tremendo, incondicional, que eso es el reflejo y fruto de lo que hace el Garrahan y que hay un apoyo social increíble», sostuvo Maximiliano.

Desde su experiencia como enfermera pediátrica, Georgina Duarte, presidenta de la Asociación Civil de Profesionales y Técnicos, señaló que en los pasillos del Garrahan la alegría llegó como una mezcla de alivio y cansancio: «Fue una lucha muy grande, de más de medio año, y aunque este aumento no cubre todo lo perdido, es un gran logro, un buen primer paso». Duarte recordó que más de 300 profesionales abandonaron el hospital en el último año por los bajos salarios y que muchos no podrán volver, porque los concursos siguen cerrados. “Al menos nos ayuda a que no se sigan yendo, a sostener lo que queda», afirmó. «No alcanza para recuperar todo lo perdido, pero viene a poner un torniquete, a darnos oxígeno después de tanto tiempo con el salario congelado», señaló Lezana, explicando que este aumento, aunque simbólicamente significativo, no alcanza a superar la pérdida en el salario real de los trabajadores generada por la inflación.

Conquista moral

El Gobierno intentó relativizar la conquista de los trabajadores del Garrahan, sosteniendo que el aumento ya estaba previsto, y por lo tanto no es fruto de la lucha sindical. La reacción dentro del hospital ante tal afirmación fue de total indignación. Ante esto, Duarte no pudo contener las lágrimas de indignación. «Si hubiera estado previsto, lo hubieran dado antes de que se hubiera ido tanto personal, antes de tantos paros y reclamos. ¡Nos hubieran evitado tanto dolor! A eso lo llamo crueldad», afirmó entre sollozos, sintetizando el sentimiento compartido por cientos de trabajadores. Para la enfermera, la verdadera conquista no fue solo económica, sino moral: demostrar que frente a la indiferencia y el maltrato, la organización y la solidaridad siguen siendo la única respuesta posible.

El aumento del 61 % responde a la defensa de la Ley de Emergencia Pediátrica que el Congreso había aprobado y que el presidente Milei vetó en septiembre. Esta norma declaraba la emergencia en salud infantil por un año, garantizando fondos especiales para salarios, insumos e infraestructura. Su veto encendió la chispa del conflicto y puso al Garrahan en el centro de la escena política. «Este aumento es casi lo que corresponde si se aplicara la Ley de Emergencia», explicó Lezana, señalando que la presión gremial y judicial terminó forzando al Ejecutivo a cumplir con su propio marco normativo. Bares lo entiende como un paso importante de un camino aún inconcluso: «Una parte de la ley se implementó —el aumento—, pero falta el presupuesto; sin eso, no hay posibilidad de sostener la atención ni de frenar el vaciamiento». Para los trabajadores, esta victoria confirma que la salud pública solo sobrevive si se convierte en una causa común entre los trabajadores de la salud y la sociedad en su conjunto.

Lo que vendrá 

Mientras el aumento devuelve algo de alivio, en el Garrahan ya miran con preocupación la reforma laboral que impulsa el Gobierno. Los trabajadores perciben que la precarización ya empezó, incluso antes de que el Congreso la discuta. «En el hospital se está aplicando una reforma encubierta; se fueron trescientos profesionales y los reemplazan con contratos de locación, sin aguinaldo ni vacaciones». Esa modalidad, que convierte a médicos y técnicos en monotributistas prestadores de servicios, «es una forma de precarización», ya que «desarma los equipos y erosiona la estabilidad del sistema público»,  advirtió Lezana. Bares agregó que la única forma de enfrentar la reforma laboral que se avecina es manteniendo la unidad, no solo dentro del Garrahan sino entre todos los sectores golpeados por el ajuste: universidades, jubilados, personas con discapacidad. «Una parte del país lo votó, pero la otra mitad no. Y esa mitad es la que hoy sale a la calle, la que no va a permitir que nos quiten los derechos conquistados», afirmó Duarte, reflexionando sobre la aparente contradicción de una sociedad que aplaude las victorias obreras pero respalda en las urnas a quienes las amenazan.

Pese al triunfo, los trabajadores del Garrahan insisten en que la lucha no terminó. El aumento, dicen, fue una victoria parcial que no resuelve los problemas estructurales de la salud pública: la falta de presupuesto, la precarización y el deterioro de las condiciones laborales. Por eso, el próximo jueves 13 de noviembre a las 16 horas, convocan a un Cabildo Abierto en el hall central del hospital, con participación federal a través de Zoom. «La coordinación es fundamental», explicó Bares, al invitar a delegados de base, sindicatos, movimientos sociales, organizaciones civiles y políticas a sumarse al debate sobre el futuro de la salud y los derechos laborales. El objetivo, señalan, no es solo defender lo conquistado, sino mantener la unidad que permitió la victoria y construir nuevas formas de organización ante la amenaza de la reforma laboral. En palabras de Lezana, el mensaje que deja el Garrahan tras estos meses de lucha es claro: «Sí se puede ganar. Si los trabajadores nos unimos en la diversidad, nadie nos detiene».

«Seguimos creyendo que la educación es un derecho que el Estado debe garantizar»

«Seguimos creyendo que la educación es un derecho que el Estado debe garantizar»

Docentes de todo el país y de los cuatro niveles educativos pararon en reclamo de la restauración del FONID, exigieron aumento salarial y propusieron una nueva ley de financiamiento para el sector.

Docentes de los cuatro niveles educativos llevaron adelante este martes un paro nacional de 24 horas. La medida de fuerza, impulsada por la Central de Trabajadores de la Educación  (CTERA), fue acompañada por una marcha federal educativa que recorrió las calles desde el Congreso de la Nación hasta el Palacio Pizzurno, donde funciona la Secretaría de Educación de la Nación. Mejoras salariales, mayor inversión en tecnología e infraestructura, restitución del FONID y una nueva Ley de Financiamiento Educativo fueron partes de las consignas. 

Según los gremios, el paro tuvo un alto nivel de adhesión en las escuelas de todas las provincias. “Más que un reclamo, lo de hoy fue una rectificación -asegura María Laura Torre, secretaria general adjunta de SUTEBA-, seguimos creyendo que la educación es un derecho que el Estado debe garantizar desde La Quiaca hasta Tierra del Fuego”. 

 

Panorama salarial

Bajo el lema “La escuela enseña y construye esperanza” los y las docentes exigieron una mejora de la situación salarial en conjunto con la restitución del Fondo de Incentivo Docente (FONID) que el presidente Javier Milei eliminó a través del DNU 280/24 a inicios del año pasado. El Fondo se creó en 1998 y consistía en una transferencia de recursos desde el Gobierno Nacional hacia las administraciones provinciales destinados al pago de los salarios docentes. Torres sostuvo que: “Un maestro de grado con doble cargo o un profesor con 20 horas, está cobrando alrededor de 300 mil pesos menos, pero si hacemos la cuenta desde que asumió Milei hasta el día de hoy, a cada docente le están debiendo cinco millones de pesos que le robaron del salario sistemáticamente”, expresó. 

El aumento de los salarios forma parte fundamental del reclamo llevado adelante por los trabajadores docentes. Javier Milei gobernó desde su asunción sin presupuesto, utilizando el del 2023.  Ese atraso en la actualización  de las partidas se agravó debido a la devaluación del 54% de diciembre de 2023, a días de asumir la Presidencia y a la negativa a abrir espacios de negociación salarial. Ileana Celotto, Secretaria Adjunta de AGD UBA en CONADU Histórica afirmó que desde la asunción de Javier Milei, los docentes universitarios perdieron un 48% de su poder adquisitivo: “Hay una franja importante de docentes y no docente por debajo de la línea de pobreza y eso genera un vaciamiento de las universidades”, aseguró. La dirigente explicó que a través de estudios y cálculos realizados por rectores de universidades nacionales en todo el país, puede constatarse un importante “éxodo” docente: “Han renunciado o bajado su dedicación alrededor de 10.000 docentes en todo el país. La baja de dedicación significa que los docentes que tienen comprometido su título con dedicaciones exclusivas y no pueden trabajar en otro cargo aparte del que ya tienen, solicitan dedicaciones simples porque necesitan tomar otro empleo”, explicó Celotto. 

Sobre el mismo fenómeno se expresó Federico Puy, docente de escuela primaria y Secretario de Prensa de Ademys: “En cualquier provincia, el salario docente obliga a trabajar dos o tres turnos o buscar otro trabajo para llegar a fin de mes”, afirmó. Actualmente, el salario de un maestro de grado con jornada simple y sin antigüedad ronda los 500. 000 pesos. 

Sonia Alesso, Secretaria General de CTERA expresó en AM 530: “El verdadero nombre del Ministerio de Educación hoy es Caputo, porque las decisiones vienen de Economía”. La dirigente también remarcó que mientras los docentes no llegan a fin de mes, cada vez más niños y niñas asisten con hambre a la escuela. 

Sin lugar al diálogo 

A mediados de año, el Gobierno eliminó las paritarias nacionales a través del Decreto 342/25. La disposición exime al Estado nacional de la obligación de participar en la negociación del salario mínimo docente. De esa manera, dejó de garantizar un mínimo común a todos los docentes del país, y delegó la negociación de forma exclusiva en los gobiernos provinciales.  “Exigimos que nos devuelvan la paritaria nacional”, reclamó Torre. “Porque ahí no sólo se discutía el piso salarial sino también la capacitación y formación docente, el ausentismo, las condiciones laborales y de infraestructura, la salud laboral y otra serie de puntos que no se tratan porque no tenemos paritaria”, enumeró la dirigente de SUTEBA. 

 Sobre el tema, Celotto aseguró: “En realidad nunca hubo paritarias, al principio simplemente había reuniones donde se nos comunicaban los “aumentos”, que en realidad eran rebajas si comparabas con la inflación. Pero últimamente ni siquiera está eso”, sostuvo. 

Desde su asunción en diciembre de 2023, el Gobierno de La Libertad Avanza se ha mostrado reticente a establecer diálogos o negociaciones con los distintos sectores de trabajadores. Torre confirmó que: “Rápidamente después de asumir Milei cualquier tipo de diálogo con los gremios quedó frustrado. Un diálogo implica dos que hablan y dos que escuchan, pero las convocatorias del gobierno fueron más bien monólogos. Y después directamente comenzaron a gobernar por decreto”. 

Puy, docente de una escuela de Barracas, también puso de manifiesto el accionar del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (GCBA) , con Jorge Macri a la cabeza y Mercedes Miguel en el Ministerio de Educación: “La Escuela N°16 del barrio de La Paternal está ahora mismo en peligro de cierre porque el GCBA tiene claros intereses inmobiliarios en la zona”, ejemplificó. “Macri y Miguel tienen un interés inmobiliario y otro por recortar gastos. Hay muchas escuelas que funcionan en edificios que el Gobierno de la Ciudad alquila y quiere dejar de hacerlo. Buscan cerrar grados, bajar el presupuesto y  que las aulas estén abarrotadas. Claramente no hay ni una política para construir escuelas o mejorarlas, sino más bien para cerrarlas”, sostuvo Puy. El mes pasado, el docente fue sumariado por el Gobierno de la Ciudad y acusado de adoctrinamiento política, partidario y religioso por mostrar una bandera Palestina durante un acto por el Día del Maestro,  en honor a 700 maestras de escuela palestinas que fueron asesinadas por el ejército israelí. 

Las falacias del presupuesto 2026 

Otro de los reclamos de la jornada fue el rechazo al Prespuesto 2026, que elimina la disposición de destinar, como mínimo, un  6% del PBI al financiamiento educativo y científico. En su lugar, el presupuesto plantea montos fijos destinados al sistema educativo ($6.3 billones a la Secretaría de Educación, $4.8 a Universidades Nacionales) con una inflación anual estimada entre 7% y 12% y un supuesto crecimiento de 4.5% del PBI. 

“El presupuesto 2026 es una fantasía absoluta. Nadie puede pensar que vamos a tener el dólar a 1300 y pico el año que viene, o que la inflación va estar en esas cifras. Hoy el dato de inflación de septiembre  fue de 2.1%, lo que muestra un aumento respecto al mes pasado”, repasa Celotto. 

Por otro lado, el Presupuesto plantea la eliminación del Fondo Nacional para Escuelas Técnicas, del aumento progresivo de la inversión en Ciencia y Tecnología para alcanzar el 1% del PBI en 2032 y no contempla ninguna recomposición en gastos de funcionamiento, pérdida de poder adquisitivo, infraestructura ni mantenimiento. 

Por esas razones, desde las gremiales docentes se exige el impulso de una nueva Ley de Financiamiento Educativo: “Creemos que una nueva ley tiene que llegar el 8% del PBI a la educación, donde el Estado Nacional tenga mayor responsabilidad que las provincias y abarque con sentido federal no sólo la obligatoriedad desde el nivel inicial hasta el secundario, sino también la formación docente”, postula Torre. “Al imaginar una nueva Ley de Financiamiento nunca lo hacemos sólo desde el sector docente, sino que debe abarcar la palabra de toda la comunidad educativa”, sostiene la dirigente de SUTEBA. 

En la Provincia de Santa Fe, el Gobierno dispuso descontar el día de paro y mantuvo las escuelas abiertas pese a la medida de fuerza. En conferencia de prensa, el Secretario General de Amsafe declaró: «Ratificamos el paro. Amsafe es parte de Ctera, participamos del congreso y votamos la continuidad del plan de lucha para exigir que el gobierno nacional se haga cargo de la educación». El dirigente señaló que la baja del FONID significó una pérdida de entre 7% y 15% de los salarios docentes y sostuvo: “El gobierno de Santa Fe debería exigir que se envíen los fondos que corresponden. Para las rutas nacionales reclaman con firmeza, pero para la educación castigan a las trabajadoras y a los trabajadores”. 

Marcelo Guagliardo, secretario general de ATEN afirmó en LMN Neuquén que el sistema educativo atraviesa una situación crítica: “Las escuelas en todo el país están sin inversiones en equipamiento escolar, lo que genera una desarticulación de todos los programas que se llevaban adelante”,  también destacó que “la paralización de la obra pública dejó escuelas a medio hacer”. El dirigente destacó que la suspensión del FONID generó una pérdida salarial del 10%. El paro es para reclamar la paritaria nacional, la  defensa de la jubilación docente, y por una  nueva ley de financiamiento educativo”, sintetizó el neuquino. 

Una toma cinematográfica

Una toma cinematográfica

Los estudiantes de la ENERC tomaron la escuela de cine en reclamo por el cambio de regimen lagoral que el gobierno quiere aplicar a los docentes, poniendo en riesgo sus derechos laborales.

En rechazo a la nueva propuesta de asignación de carga horaria docente impulsada por el rector Gabriel Rojze, la comunidad estudiantil de la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica (ENERC) decidió tomar la sede sin cese de actividades. 

En el hall principal de la ENERC, bajo un techo gastado por los años  y rodeada por decorados de rodajes, una docente pide a sus alumnos que piensen cómo se construye un personaje. “En los momentos de presión es donde se muestra su verdadero carácter”, remarca la profesora. Afuera, la ciudad sigue su ritmo; adentro, la toma transforma el aula en escenario de lucha. Los estudiantes escuchan atentos, algunos de pie, otros sentados o incluso desde el piso. Ahí, la consigna de la clase parece rozar algo más profundo: en tiempos de ajuste y desmantelamiento cultural, también ellos están poniendo a prueba su propio carácter.

Esa búsqueda por sostener el aprendizaje en medio de la incertidumbre, ocurre en una institución que hoy atraviesa uno de sus momentos más tensos en los últimos años. Gabriel Rojze, rector de la escuela, presentó un nuevo régimen para el cálculo de las horas cátedra, que modifica las condiciones laborales de los docentes y deja sin derechos básicos como el aguinaldo o las vacaciones. La medida, tomada sin ningún tipo de consideración con el cuerpo docente, encendió la alarma entre la comunidad educativa, que decidió ocupar la sede en señal de desaprobación.

Para buena parte del estudiantado, las tensiones actuales no pueden desvincularse del contexto más amplio de recorte y ajuste en el ámbito cultural. Desde la asunción de Carlos Pirovano al frente del INCAA, designado por el gobierno de Javier Milei, distintos sectores del cine vienen denunciando despidos y reducción de fondos. En ese escenario, la dirección de la ENERC y las autoridades del INCAA comparten un mismo desafío: intentar sostener una institución educativa pública en medio de decisiones que los estudiantes perciben cada vez más ajenas.

“Nuestro rector se comporta como un político” expresó un estudiante de la escuela quien, al igual que las demás compañeras y compañeros que contactó ANCCOM, pidieron no dar sus nombres por temor a represalias. Con medidas y conductas que evocan más la de un burócrata que mira desde sus intereses, que a la de un docente y productor de cine, que podría visualizarse en la imagen de estos chicos con sueños similares a los que él tenía a su edad.

En todo este conflicto lo que se ve más afectado es la labor docente. Profesores y ayudantes de cátedra se ven obligados a trabajar en condiciones precarias o directamente a perder sus cargos, mientras que para los estudiantes la calidad educativa que ellos eligieron por el prestigio de la escuela, se ve amenazada. “Nosotros lo único que queremos es cursar bien y que la ENERC permanezca y quede a salvo en esta gestión”, señaló una estudiante. En ese sentido, agregó que la medida está pensada en apoyo a los docentes. “Nos pareció que, como alumnos, era momento de tomar la medida de fuerza nosotros”. La ENERC, al ser una derivación del INCAA, no cuenta con un marco legal que ampare plenamente a su plantel docente, por lo que movilizarse podría implicar consecuencias que pongan en riesgo su sustento económico.

A pesar de las condiciones laborales adversas, los docentes sostienen la enseñanza con dedicación. Ese compromiso no pasa desapercibido para sus alumnos, que buscan devolver algo de lo aprendido. “Para ellos es muy significativo, porque es un gesto que entienden que realmente trazamos la línea en defensa de sus derechos, nos lo agradecen mucho, se sumaron a las clases públicas, vinieron a las asambleas y nos acompañan en todo momento” manifestó otro de los alumnos.

El cine también enseña a resistir

 En el actual gobierno de Javier Milei cada vez resuenan más los casos en los que instituciones públicas se ven amenazadas por políticas que comprometen directamente su sostenibilidad. En el caso de la ENERC, esta tensión atraviesa dos frentes centrales: la universidad pública y las artes. No se trata solo de una institución educativa que enfrenta recortes salariales a su cuerpo docente, sino también de un espacio ligado al cine nacional, un sector que hoy sufre recortes presupuestarios, pérdida de apoyos estatales y suspensión de fondos para producciones locales. 

 En esta línea, nos queda pensar que queda el día de mañana para este grupo de futuros realizadores cinematográficos que están luchando por su sueño. “Estamos en un momento muy oscuro de la industria, en la que nuestros docentes nos plantean que muy probablemente cuando nosotros salgamos a trabajar, no nos encontremos con las mismas oportunidades que ellos tuvieron”, aseguró una estudiante que está muy cerca de terminar sus estudios. 

“El cine es capaz de reconstruir la historia”, con esa reflexión concluía una de las clases públicas que se están dando durante la movilización. Desde sus orígenes, el arte se erige como un espacio de resistencia, un terreno donde las obras pueden interpelar al poder y abrir debates que otros intentan clausurar. Los estudiantes enfatizaron que “la comunidad audiovisual y la comunidad artística en Argentina no está bajando la cabeza”. A pesar de los varios intentos por debilitar la industria cinematográfica argentina, esta se mantiene firme por las convicciones de quienes en un futuro tienen el sueño de formar parte de un proyecto importante para el cine nacional.

La toma de la ENERC no es solo un reclamo por derechos laborales o por la continuidad de una escuela: es también una declaración sobre el valor del arte como herramienta de transformación. En su unión, los alumnos y docentes demuestran que la fuerza del cine no está solo en la pantalla, sino también en quienes se organizan para sostenerlo.

Trabajadores a cielo abierto

Trabajadores a cielo abierto

Lejos del debate sobre la digitalización del trabajo, toda una comunidad analógica se gana la vida día a día, lejos de las plataformas: en las calles.

Clarea la mañana en la estación Liniers. El sol alumbra encima de los rieles, sin calentar, y el vapor del aliento asoma entre los abrigos. Cada tantos minutos, cuando llegan o parten los trenes, un torrente de pasos sube por la pasarela metálica que cruza las vías. Un joven se planta en medio, extiende los brazos y muestra dos bolsas de plástico de las que emana un halo de calor: ”¡Lleve, aproveche el chipá caliente, lleve aproveche!

Yo estoy acá porque no es territorio de la policía —dice N., de 20 años, en diálogo amable, aunque prefiere no revelar su identidad—. Trenes Argentinos es un espacio privado, y ellos no pasan para acá. Entonces, cada vez que me corren de la calle, me escapo acá y me quedo tranquilo.

N. cuenta que los turnos para vender en el tren están divididos y comercializados, pero se niega a señalar a quienes le venden ese derecho. A él le asignaron el horario que va de las 4 de la mañana a la 1 de la tarde: 

Yo soy un empleado más, o sea yo trabajo para alguien. Al no pagar alquiler de un local ni pagar impuestos, la ganancia es bastante. Pero yo no cobro como ellos; cobro como empleado.

Después del almuerzo trabaja de Rappi y estudia Programación. Se recibió de maestro mayor de obras y está ahorrando plata para “seguir estudiando en la UBA”.

Del otro lado del cruce, mirando hacia la iglesia de San Cayetano, Isaac Espinoza (80), albañil jubilado, se sienta en el cordón de la vereda. Frente a él se extiende una manta con ristras de ajo, un cajón de limones y bolsitas de ají rojo, curry, orégano, cúrcuma…

—Hace poco vino un muchacho conocido aquí, por esta zona. Me pidió la hora, yo saqué el celular y ahí me lo manoteó y se fue. ¿Cómo lo iba a correr, si yo tengo problemas? Puedo caminar con ayuda de un bastón, pero correrlo no puedo. Además, si me voy me van a robar el carrito y la mercadería. Entonces lo que hice fue comprar un machete —dice y muestra una hoja envuelta en plástico.

Isaac dejó la construcción tras sufrir un accidente en la pierna. Cobra una pensión de 160 mil pesos que se le va en alquiler. Más o menos ando bien con los préstamos del ANSES. Ahora voy a ver si pido otro del banco para aumentar las cositas para vender: trapos de piso… Como la gente anda viajando, no tiene tiempo de ir a buscar trapos a otro lado. Entonces aprovecharía eso para poder decir: ‘Bueno, el domingo como’. Porque yo voy a los comedores de las iglesias: en La Matanza, tres días aquí en San Cayetano, los sábados voy a Martínez al desayuno, ahí nomás almuerzo, me dan ropa, y así vivo…

Al pasar las horas, mientras la tarde se nubla, los pasos se encaminan al otro lado del tren. En José León Suárez y Falcón, ocho policías de la Ciudad escoltan a los agentes de Espacio Público. Los vendedores esconden la mercadería en bolsas de tela y de consorcio: entra un billete, sale una porción de budín y un café humeante. Y entre medio de todas las piernas y la fachada grisácea del Plaza Shopping, se escucha un rasgueo de guitarra.

—A mí no me molestan los de Espacio Público porque los músicos no vendemos nada —dice Emiliano Maldonado, de 48 años, con la guitarra cruzada en el pecho, apenas apoyado en su silla de ruedas. Tiene los dedos torcidos con una protuberancia sobre el puño, pero parece que vuelan cuando pellizca las cuerdas, recorre el mástil y hace salir, como sin esfuerzo, la melodía—. Yo lo único que vendo es alegría, amor… —dice y desgrana su historia—. Me fui de gira con una banda de rock en 2001. Hicimos toda Sudamérica durante 15 años: Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Chile… Estábamos en hoteles, con todos los lujos, y ahora la vida me trajo acá. Como toda banda de rock, tuvimos algunos problemas: mucho consumo, drogas, alcohol, y algunos problemas de salud. Yo, de hecho, tengo problemas producto de ese exceso. Entonces decidí cortar con la noche, con todo ese mundo, y pasar más al día, a lo familiero, a la calle, como para dejar de estar en contacto con esa parte que a veces excede un poco.

Emiliano volvió a Argentina en 2015 y dio clases particulares hasta 2022. Su oficio cambió con la situación económica: Muchos papás me han llamado para interrumpir, entiendo que por la crisis pensaban no seguir, dedicarse al alimento y a la educación básica. Ahora se recupera de una caída que le valió cuatro tornillos en la pierna. Mantiene, sin embargo, la sonrisa: La música lo que tiene es que uno está independiente de todo el sistema —explica—. Yo por ahí gano en cuatro horas lo que una persona en diez o doce.

Bajando por José León Suárez, pasado el cruce con Falcón, dos hileras de locales con vitrina a la calle, jugueterías, rotiserías y verdulerías, muestran manojos de acelga, bolsones de porotos rojos y negros, carcasas de celulares y pollos girando al espiedo, en un coro de tonadas peruana y boliviana. Los volanteros promocionan a videntes indígenas que ofrecen maldiciones y amarres de amor; y de un grupo de gente sale un sonido chillón, estridente, que es imposible de ignorar: ”¡Venga amiguito! ¡Venga por su regalo, su espadita!” Es otra música. Música infantil que retumba en los altoparlantes instalados al frente de una juguetería. Y una mujer disfrazada de Minnie junto a un payaso que vocifera en el micrófono: ”¡Acérquese también el papito para que no tenga miedo!” Un niño lo mira y tirita.

Para hacer esto hay que tener mucha actitud, alma. Yo creo que se nace —dice el Payasito Sonatita, de 40 años, conversando en la vereda, al costado de la juguetería. Dice que formó una compañía de entretenimiento en Guernica, que trabaja a pedido. Desde el cordón de la vereda, atrae a la gente por los altoparlantes y les ofrece globos con forma de espada, de perrito, se toman las fotos con Minnie y promocionan productos de la tienda que lo contrató–. En Buenos Aires llevamos prácticamente diez años trabajando. Con todas las comunidades: la peruana, boliviana, argentina, paraguaya. Hacemos no solamente shows infantiles sino también para grandes: quince años, animación. Nos va bien.

La caída de la noche funciona como un tablero de control: hay partes de la ciudad que se apagan, otras se encienden. Lejos de Liniers, en pleno centro de Buenos Aires, las veredas de las grandes peatonales ya se empiezan a llenar, y los trabajadores recién empiezan a instalarse.

La ciudad que nunca duerme

La noche de la Avenida Corrientes está llena de luz artificial: alumbran los faroles, los carteles de neón en las vitrinas y los cientos de pequeñas bombillas de los teatros. Acá los folletos no son de amarres de amor, sino de las obras en cartelera; la gente no le tiene miedo a la cámara, sino que cobra por la foto; los vendedores no ofrecen café ni chipá, sino artesanías en madera, metal, cuero, lana…

Yo tengo como cinco años acá —dice Gladys Valencia, de 50 años, con media bufanda entre las manos—. También trabajé en la Pellegrini y en Santa Fe, siempre vendiendo tejidos y también estos moñitos. Todo lo de acá es a crochet. Yo tejo desde el colegio. Allá en Perú me enseñaron a agarrar el crochet, en Lima

Gladys empezó a vender sus trabajos por redes sociales en la pandemia, pero la falta de pedidos la llevó a probar el pavimento. Ahí fue que aumentaron sus ventas, se hizo de clientes frecuentes. Pero la calle, como regala sonrisas, también tiene problemas —aquí y en Liniers—. Cuenta: Algo malo, que ya tuve la experiencia allá en la Pellegrini que, así como ve mi pañito, me quitaron todas mis cosas los del Espacio Público. Así sea artesanal, sea lo que sea, me lo sacaron. Es fuerte porque tienes que tejer, hacer; esto de acá no es comprado, todo esto de acá es lo que yo hago, coso y lo armo, y me dolió cuando me lo quitaron. Ahora, gracias a Dios, permiten vender todo lo que es artesanal. Lo que sea reventa, te lo sacan. Esto será desde hace dos meses. Porque he dejado de trabajar por medio año, por ese motivo. Había empezado a vender por Internet. Pero no es igual que los clientes no lo puedan ver, porque acá la gente puede mirar, puede tocar, probarse si le queda, si no le queda…”

Los horarios en la Avenida Corrientes son los del teatro y del turismo. Gladys trabaja los viernes, sábados y domingos apenas cae la noche, al igual que los demás artesanos, volanteras y artistas callejeros. 

—Cuando hay gente estoy yo; si no hay gente, no estoy —dice Gastón Giráldez, alias Buda Tom, de 49 años, recostado sobre el pavimento junto a un enorme dibujo de Calvin & Hobbes que acaba de terminar. Llega a las seis de la tarde, cuando se prenden las luces, y se va entre las once de la noche y las dos de la madrugada, si el tiempo acompaña. 

—La calle tiene muchas contras: el clima, el desprecio. A veces alguna persona me pisa la mano, o me dan plata de mala manera. Y el problema no es que me den un peso o que me den un millón: es la actitud con la que me dan —explica—. Yo tengo un bastón, soy obeso, me cuesta mucho estar en el suelo, cosas que tendrían que tener en cuenta; a nadie le interesa, pero están a la vista, ni siquiera tengo que mentir. Porque realmente me cuesta levantarme; dibujo en el piso porque no me puedo levantar y agachar todo el tiempo —sigue Buda, mientras repasa el contorno de la figura con tiza blanca y difumina los bordes con el dedo.

—Acá está pegando fuerte el tema económico —dice—. Y eso repercute mucho en la propina y en el humor también. Yo soy el último eslabón de la economía del país: si a mí me llega poco es porque la otra persona también tiene poco. Es una cadena de dramas, digamos. Pero yo le pongo optimismo, vengo con toda la onda. Sé que también hay que darle color a la ciudad; así como las luces y todo lo demás, mi aporte es ese: darle el color, mantener la alegría.

Vivimos en tiempos donde la calle está tensa y sus trabajadores cansados y hasta paranoicos. Pero la vida se trata de buscar soluciones, y mientras unos esconden la mercadería y juegan al límite de la confiscación policial, otros encuentran su mural en el piso y arman un escenario en la vereda.

—No somos los malos —dijo N. en la estación Liniers—. Por laburar en la calle, usualmente nos ven como gente delictiva, pero en realidad nada que ver—. El sol ya brillaba encumbrado y se prendían los puchos en la fila del bondi. N. miró a los dos lados y caminó hacia esa fila: —¡Lleve, aproveche el chipá caliente…!

En cada esquina, en cada manta extendida, late una economía que no figura en los balances oficiales pero sostiene la vida. Las redes de vendedores, músicos, payasos, cartoneros, artesanos —y también les vendedores de Hecho en Buenos Aires, que salen cada día con las revistas bajo el brazo— forman un sistema paralelo que mantiene en movimiento a barrios enteros: alimentan, visten, entretienen, reciclan, comunican, sostienen. La informalidad no es el margen: es la trama que permite que la ciudad no se detenga. Invisibilizados en los discursos sobre innovación y futuro del trabajo, estos oficios callejeros son también la prueba de que la creatividad y la subsistencia encuentran siempre un modo de resistir. La ciudad se enciende con ellos; sin ellos, sería puro cemento.