
“Lo mejor que me podía pasar era un tiro en la cabeza”
Tres sobrevivientes de la última dictadura declararon en una nueva audiencia del juicio que investiga los delitos de lesa humanidad en la Mansión Seré y el circuito represivo RIBA. El horror en primera persona y las consecuencias hasa hoy.

En una nueva audiencia de la megacausa que investiga los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura en el centro clandestino de detención Mansión Seré y en el circuito represivo RIBA, Zoraida Martín, militante de Montoneros y de la UES, respondió acerca del momento y lugar en que fue secuestrada y a qué lugares de cautiverio fue trasladada. Luego de múltiples allanamientos en su casa de Ituzaingó, que comenzaron el 16 de diciembre de 1976 y en el que, ante su ausencia, se llevaron a su hermana menor, Adriana con 14 años y ataron a su madre y hermanos debajo de la mesa, la testigo contó que se refugió en la casa de su madrina en Godoy Cruz, Mendoza, para evitar ser capturada.
“A fines de febrero salimos con mi madrina y nos interceptan dos autos. Estaba mi hermana secuestrada, por supuesto, no puse ninguna resistencia. Me esposaron, me vendaron y me llevaron a la base aérea”. La sobreviviente, que en ese momento tenía 16 años, afirmó que los primeros días estuvo esposada en una silla hasta que “me di cuenta que la realidad era otra. A golpes de puño, cachetadas, insultos. Me dijeron que por haberme escapado lo menos que podía era declarar a Firmenich”. Después de unos días, fue subida a un avión, donde fue brutalmente golpeada y trasladada a la Base Aérea de Palomar. Allí, fue esposada de pies y manos a un fierro en un hangar, cerca de la sección canina, sufriendo tortura psicológica y golpes constantes. “Yo pensaba que los perros me iban a morder”.
Posteriormente, en marzo, fue trasladada a la Comisaría tercera de Castelar. “Llegamos y directamente me subieron al primer piso a la sala de tortura, me sentaron en una silla, me colocaron cables a grito de «hija de puta, zurda de mierda y por tu culpa está sufriendo tu familia»”. Martín y sus compañeras sufrieron torturas eléctricas, golpes y agresiones sexuales frecuentes. “(Héctor) Seisdedos (cabo de la Policía de la provincia de Buenos Aires) abría la puerta en la noche, Sánchez (oficial de guardia en la Comisaría) entraba y con una pistola en la cabeza nos obligaba a hacer sexo oral”, relató.
Más adelante, la llevaron a la Mansión Seré, a la que ella describe como “la casa del terror”. “Un día deciden el traslado y me dicen `Ahora vas a ver´. Ahí ya la tortura era distinta. Era tanta que yo ya contestaba porque sinceramente después de haber pasado todo eso, submarino seco, submarino mojado, introducción de una cuchara dentro del ano, violación en la sala de guardia de la mansión, qué más me podía pasar. Lo mejor que me podía pasar es un tiro en la cabeza”.
Sufrió tortura psicológica constante, con amenazas de traer a su hermano para torturarlo frente a ella o matar a su hermana. Recordó simulacros de fusilamiento, la obligaron a lavarse la cara en una bañera donde había un cuerpo sin vida y fue testigo de cómo a una compañera embarazada la hicieron abortar.
Martín identifica varias personas durante todo su período de secuestro, entre ellas a “Jorge”, el alias por el que ella reconoce a Julio César Leston. En palabras de su hermana Adriana “este personaje sobrepasaba los límites que establece la Fuerza Aérea, tenía una obsesión con mi hermana”, había declarado en relación a Martín. Es que, tras su liberación de Mansión Seré el 28 de diciembre de 1977, cuando la dejaron tirada en un descampado, fue sometida a una «libertad vigilada» por un año. Esa vigilancia fue llevada a cabo por Leston quien la llevaba a «marcar» gente y lugares de militancia y la obligaba a mirar álbumes de fotos de supuestos compañeros para que los delatara.
En su declaración, Martín solicitó nuevamente que las agresiones sexuales que sufrió sean investigadas y juzgadas. Su identificación de Leston fue contundente; lo describió físicamente, recordando sus rasgos y un problema en el ojo derecho.

Un amigo de toda la vida
Guillermo Luis Estalle fue convocado para declarar no tanto sobre su propio secuestro, sino sobre la desaparición de Carlos Andrés Farayi, con quien se conocía desde su infancia en San Nicolás y fueron compañeros de militancia en la Juventud Universitaria Peronista y Montoneros. Durante su detención, entre 1977 y 1978, Estalle fue interrogado sobre Farayi, a quien no veía desde 1976.
“Me comienzan a interrogar sobre El Turco (Farayi). Había una carpeta en el escritorio. Inmensa la carpeta. Yo no veía nada. La carpeta enfocaba para el lado de los que me interrogaban. Vi que había fotos, escritos, como un diagrama. Primero me preguntaban el nombre de guerra, que yo no sabía porque nunca lo traté con nombre de guerra, siempre tuvimos una relación de amigos. Me preguntaban mucho por su grado”. Al no preguntarle sobre la ubicación de Farayi, Estalle afirma que sospechaba que su amigo ya estaba detenido mientras él era interrogado.
También fue interrogado sobre Miryam Borio, la novia de Farayi, a quien él conocía pero no militaba con ellos. “Creo que llegado el 83 me enteré que la habían detenido y que había estado en la Mansión Seré”. También fue años después de su secuestro cuando habló con la madre de Farayi, quien le contó que el portero del edificio de su hijo fue testigo de un violento procedimiento donde irrumpieron en su departamento, destrozando todo y esperaron a su llegada.

Una alegría rodeada de tristeza
La última declaración de la audiencia fue de Carlos Raúl Pereira, quien fue secuestrado en su domicilio de Villa Sarmiento en enero de 1978. En ese momento trabajaba como chapista y militaba en la Juventud Peronista. Un grupo de tareas de la Fuerza Aérea de Palomar que se hacía llamar «Grupo Puma», irrumpió violentamente en su departamento. “Ahí fui detenido, estuve tirado en el piso junto con mi familia, mi señora, los chicos. Ellos revisaron todo, dieron vuelta todo, buscando un elemento que me comprometiera, como supuestamente me acusaban -supongo- de subversivo”.
Fue trasladado en una camioneta a la Base Aérea de Palomar. Allí vendado, fue golpeado y sometido a interrogatorios. Estuvo encerrado en un calabozo pequeño y oscuro por dos días hasta que fue trasladado a Mansión Seré, donde lo interrogaron sobre jefes de la militancia que él desconocía y lo torturaron golpeando y electrocutándolo. “En una oportunidad escuché que uno de ellos le dijo ´Mirá las cosas que tenemos que hacer para ganarnos unos pesos más, culpa de estos zurdos hijos de puta´”.
Pereira relata, y se le quiebra la voz cuando lo hace, el reencuentro con Osvaldo Sánchez, el padrino de su hija y a quien llama “compadre”. Sánchez había sido secuestrado en 1977 y desde entonces no supieron más de él. “Dentro de lo malo, me dio como una alegría. Pensamos que ya lo habían matado”. Luego de ser torturados, “cuando nos dejan un tiempo solos, nos abrazamos y lloramos los dos”.
Ambos fueron liberados pero su secuestro dejó secuelas. “Me quedó muy marcado todo eso que no voy a olvidar nunca. Yo físicamente quedé mal, tardé casi un año para recuperarme. Psíquicamente todavía me quedan secuelas, creo que todo eso me costó la separación de mi primera pareja, tenía mucho temor, hasta ahora no puedo dormir en la oscuridad”.
Finalizadas las declaraciones, la próxima audiencia quedó programada para el martes 23 de septiembre.