Paro subterráneo (en suspenso)

Paro subterráneo (en suspenso)

El último martes se incendió una parte de un motor correspondiente a un coche de la Línea E.

La Subsecretaría de Trabajo convocó a una audiencia para este jueves a los trabajadores del Subte y los metrodelegados suspendieron -en principio por 24 horas- el paro de todas las líneas que habían anunciado  para el 12 de septiembre. No obstnte continúan con su reclamo por la falta de boleteros en las estaciones Correo Central y Catalinas. La medida se decidió en un plenario de los gremiales llevado a cabo el martes al mediodía.

“Se acaba de prender fuego un tren en la estación Jujuy -comenzó Pablo Bagnasco, delegado de tráfico de la Línea E- así que estamos con el servicio interrumpido”. La mañana en el ramal Retiro-Virreyes fue movida. O al contrario, no tuvo movimiento. Cerca de las 9 todas las formaciones se detuvieron por un incidente en uno de los coches. “En realidad, es una parte del motor, la resistencia. No hay peligro porque se apaga al instante. Lo que queda es el humo. Por suerte sucedió en la estación”, reflexionó el metrodelegado. Hace tres semanas lo mismo había ocurrido entre las estaciones Independencia y San José, en medio de un túnel que carece de cualquier tipo de evacuación o salida de emergencia.

La Línea E es, desde la inauguración de las estaciones Correo Central, Catalinas y Retiro, la más larga de toda la red. Sin embargo, sólo posee para sus 11,9 kilómetros un total de 15 formaciones, de las cuales funcionan únicamente 11 o, a lo sumo, 12. “Por la extensión deberíamos tener 21. La Línea D es más corta y tiene 23 formaciones. Esto hace que, como mínimo, los trenes funcionen cada ocho minutos, en lugar de cada tres. Los pasajeros nos reclaman a nosotros, como si pudiéramos hacer algo”, declaró Bagnasco añadiendo que muchas veces reciben agresiones verbales por la ineficacia del servicio.

La Línea E es la más larga y tiene doce coches en funcionamiento. Debería tener 21, según los metrodelegados.

La flota está compuesta, en su mayoría, por coches General Electric que tienen entre 50 y 60 años de antigüedad y por otros Fiat, desechos de las líneas D y A. “Son trenes que terminaron su vida útil hace tiempo, según los fabricantes, por lo que las piezas se encuentran en estado de descomposición”, detalla un volante difundido por los trabajadores del Subte y el Premeto.

Aún así, no es ese el motivo principal de reclamo. En las estaciones Catalinas y Correo Central, inauguradas el pasado 3 de junio, no hay oficial permanente en las boleterías, lo que se contrapone con la normativa vigente. Un acta firmada en la Subsecretaría de Trabajo especifica que cada boletería que se habilita debe tener un mínimo de tres personas trabajando en ella. Pero en este caso no hay ninguna. Desde hace ya varios años el subte funciona con un sistema de molinetes para entrar y salir, pero eso no desmerece al personal de las boleterías que, entre otras cosas, carga la Tarjeta Sube de los pasajeros. Ahora, los trabajadores han sido cambiados por máquinas de carga automática y ven peligrar sus fuentes de trabajo. “Lo de las boleterías puede ser el inicio de una mecanización del servicio”, reflexiona Bagnasco.

El paro de cinco horas este jueves no es algo novedoso. El viernes pasado, por la tarde, también efectuaron una medida de fuerza durante cuatro horas. La semana anterior, dos horas a la mañana. El tiempo que dure la cancelación del servicio se irá incrementando conforme sigan fallando las audiencias con la empresa. “Todavía no creo que sea de todo el día, pero vamos por ese camino”, terminó Bagnasco.

Los metrodelegados exigen que se declare en emergencia a la Línea E.

Por otro lado, los reclamos incluyen también en un segundo eje las condiciones laborales y de salubridad. Está confirmado que cinco trabajadores de los talleres de la Línea B poseen infecciones en la pleura, producto del asbesto, un material cancerígeno, hoy prohibido, con el que están construidas las formaciones. El asbesto, el grafito, los ruidos, la carencia de luz solar, la falta de escaleras mecánicas y mantenimiento, la mala frecuencia del servicio, la insistencia en no comunicar los audios de demora en las estaciones y los incendios, son la cotidianeidad para los usuarios y trabajadores de la línea color violeta. Es en ese sentido que la Asociación Gremial de Trabajadores del Subte y Premetro (Agtsyp) insta por que se declare la emergencia en la Línea E.

A las 9:20 de la mañana del martes, Metrovías comunicó que se restablece “el servicio con normalidad”. Pero bien sabemos lo que eso significa: esperar veinte minutos a que el tren haga su aparición. Por lo pronto, el próximo jueves los pasajeros deberán buscar medidas alternativas para trasladarse por la Ciudad.

La buena leche

La buena leche

En 2003. los trabajadores de Séptimo Varón obtuvieron la expropiación de las maquinarias, la marca y la patente.

Es sábado cerca del mediodía y el local explota de clientes. Los vecinos hacen fila en la puerta mientras aguardan su turno para ser atendidos. Ubicada en la calle Alcaraz 4310, en el barrio porteño de Monte Castro, funciona la sucursal principal de la Cooperativa La Ciudad, más conocida por su marca Séptimo Varón. Especialista en muzzarella, la empresa recuperada por sus trabajadores también ofrece variedad de productos como vinos, fiambres, lácteos, yerbas y dulces provenientes de pequeños productores, Pymes y otras cooperativas.

“Intentamos darle lugar a mercadería de muy buena calidad, que no se ve en los grandes supermercados, a un precio justo y razonable tanto para nosotros como para los clientes. Lo llamamos ‘almacén cooperativo’”, relata Federico Chab, encargado de la administración y la logística desde 2017. “Por eso vas a ver que nuestros locales siempre están llenos”, interpreta.

Séptimo Varón había entrado en quiebra en 2001, pero los empleados recién se enteraron de eso un año después, luego de graves atrasos en sueldos y aportes sociales por parte de la firma propietaria.  A fin de 2002 se formó la Cooperativa La Ciudad y en 2003 y 2004 los trabajadores obtuvieron la expropiación definitiva de las maquinarias, la marca, la patente y del primer local.

“No buscamos rentabilidad extrema. Si el local cubre los costos, genera puestos de trabajo, es suficiente”, dice Federico.

En sus primeros años, la cooperativa se dedicó a la venta mayorista, brindando sus productos a almacenes, pizzerías y distribuidoras. Cuando los socios lograron una estabilidad económica consistente, apuntaron a una nueva alternativa. En el 2011 iniciaron la venta minorista con la apertura progresiva de cinco locales, el último inaugurado en Villa del Parque el mes pasado.

Con respecto al presente positivo que viven, Federico hace una pausa y aclara: “Es cierto que nos va bien pero todo depende de qué punto partas o con quién nos compares. Como cooperativa, siempre pensamos cómo podemos crecer. El contexto es difícil pero apuntamos a generar más volumen, a atraer a los consumidores con promociones, descuentos u ofertas”. Y agrega: “No buscamos una rentabilidad extrema. Si el local cubre los costos, genera puestos de trabajo, circula la mercadería y es un punto más de venta en el barrio, para nosotros es suficiente”.

“Para la crisis que hay, el nivel de ventas es aceptable. Cuando recién empezamos se vendía muy bien todos los días, hoy no tengo un porcentaje concreto, sin embargo, se nota que nos compra menos gente. Pero, a pesar del entorno hostil, aparecen nuevos clientes en busca de precios y terminan llevándose más productos de los que realmente necesitaban”, explica Alejandra Collados, coordinadora general y primera mujer que se incorporó a la empresa recuperada.

La cooperativa comenzó vendiendo por mayor y desde 2011 incorporó la venta minorista. Ya tiene cinco locales.

En sus comienzos en la cooperativa, Alejandra tuvo que luchar para que su voz sea escuchada entre los hombres. “Costó que mi palabra tuviera peso. Hoy siento que me hacen caso aunque se quejan y protestan porque dicen que soy gritona”. Y aclara: “No discuto porque sí, peleo porque quiero que las cosas salgan bien y que cada uno cumpla debidamente con su rol”. Su mayor logro fue que al menos una chica trabajara en cada sucursal abierta: “La idea de sumar mujeres tiene que ver con buscar una paridad de género y porque, a veces, el cliente se siente más identificado con una figura femenina”, afirma.

A la hora de integrar nuevos socios a la fábrica, hay una premisa que todos los miembros consideran fundamental y tiene que ver con el espíritu de equipo. “Los 30 estamos en el mismo proyecto, no hay dueños y empleados. Todos somos parte de la ganancia y de la pérdida, por eso se necesitan compañeros que se pongan al hombro la cooperativa y que traigan ideas innovadoras para mejorar”, asiente Chab. A su vez, Collados convalida: “Entre todos tenemos que cuidarnos y cuidar el trabajo. Esto se logró con mucho esfuerzo. Cuando yo llegué, el inmueble estaba abandonado y juntos lo fuimos arreglando y limpiando”.

Hugo Córdoba (63), actual secretario de la Cooperativa La Ciudad y ex empleado de Séptimo Varón Sociedad Anónima, corrobora la responsabilidad con todos los socios y el esfuerzo por no fallarles: “Los que tenemos más antigüedad, recordamos los errores que se cometieron en el pasado para no repetirlo. Por ejemplo, no meternos con los supermercados porque son un clavo”. Y declara: “No inventamos nada raro para que nos vaya bien. Simplemente trabajamos, nos movemos y tomamos responsabilidades”.

Séptimo Varón vende 30.000 kilos semanales.

En sus inicios, Séptimo Varón vendía 1.500 kilos de muzzarella por semana, luego aumentó a 6.000 mil y se estancó en esa cifra durante un largo período. En la actualidad, con una economía en decadencia a nivel nacional, alcanza un promedio de 30 mil kilos semanales. “Todas las dificultades que se nos presentan las superamos trabajando, no hacemos especulaciones”, define Hugo y reconoce: “Los tarifazos nos pegan directamente, pasamos de pagar 3.300 pesos de luz a 40 mil. ¿Qué hacemos ante esta situación? Salimos a vender más, es la única forma de subsistir”.

El vínculo con los clientes es uno de los pilares fundamentales para el sostén de la cooperativa en tiempos de incertidumbre financiera. “La clave es escuchar al cliente, darle lo que quiere”, testifica Alejandra. “Nosotros damos a probar la mercadería y eso hace que vuelvan. Es una atención hacia ellos para que quieran regresar y no vayan a otro local donde son más fríos en el trato y los despachan. También, realizamos sorteos para retribuirle a la gente un poco de todo lo que nos compran”, finaliza la coordinadora.

“Cada vez que los visito me atienden de diez y la mercadería es de primera calidad. Además, suelen ofrecerte productos nuevos como la yerba orgánica”, comenta Norma, docente y clienta desde hace cuatro años. A los halagos se suma Daniel, contador público y vecino del barrio: “Más allá de que su muzzarella es espectacular, cuentan con la ventaja de mantener los precios en estos tiempos de inestabilidad”.

“La clave es escuchar al cliente, darle lo que quiere”, testifica Alejandra.

De cara a los próximos meses, la cooperativa apuesta a dos grandes proyectos. Uno de ellos es montar una nueva fábrica en Ranchos, provincia de Buenos Aires: “Teníamos ganas de ampliar el edificio por una cuestión de capacidad y de logística. El conflicto que hubo con la leche este verano, en vez de acobardarnos, nos impulsó a llevar a cabo el proyecto que comenzó a funcionar en mayo”, cuenta Chab. “Además, es una zona que forma parte de la cuenca lechera y eso nos permite comprar directamente a los fabricantes la materia prima que faltaba para producir”, explica.

El otro gran objetivo de los socios se encuentra a 280 kilómetros de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. “La idea es recuperar la usina láctea de la municipalidad de Tapalqué, a través de un acuerdo con la intendencia. Se firmó el convenio entre el intendente Gustavo Cocconi y nuestro presidente Fabio Resino para poner en marcha la planta de elaboración de lácteos de esa ciudad”, manifiesta Córdoba. Desde el 1º de agosto comenzó a funcionar el nuevo almacén de Séptimo Varón que, como novedad, incorporó carnicería, rubro que no manejan sus sucursales de la Ciudad de Buenos Aires.

Para Córdoba, esta iniciativa “va a beneficiar a la ciudad de Tapalqué al empezar a abrir mercados para las localidades de la zona y a nosotros que fabricaremos todas las variedades de quesos. Acá tenemos dos cámaras que no nos alcanzan para almacenar el producto terminado ni tampoco la materia prima. Por eso pensamos en mudar la parte de producción a la provincia de Buenos Aires, ya que nuestro objetivo es seguir progresando y convertirnos en una cooperativa grande”.

Contra la corriente, las ventas de la Cooperativa la Ciudad van en constante ascenso. Los socios subrayan la importancia de la lucha cotidiana y el trabajo duro para sostener lo construido. Con un sentido de supervivencia evolucionado, Collados reflexiona: “Hay que remar mucho pero se puede, nosotros por ahora lo estamos logrando y creo que vamos por el buen camino”.

Una gran huella en el camino

Una gran huella en el camino

La Huella Empresa Social se dedican a la carpintería, a la ebanistería y a la tapicería.

Anclado en el centro del barrio de Barracas, bien al sur de Buenos Aires, donde la ciudad envejece cien años, está el Hospital José Tiburcio Borda, un compendio de tres grandes edificios entre enormes parques verdes que paredones cimentados en alta talla oculta del exterior. Tras la fachada, se esconde un hospital monovalente, dirigido por y, particularmente, hacia la especialidad psiquiátrica, en un contexto donde el paradigma actual de la Salud Mental vira hacia una perspectiva comunitaria, interdisciplinaria e inserta en una red de atención no centrada en un nosocomio. Se trata de hospital con lógica vetusta, pensado para internaciones prolongadas de personas únicamente de sexo masculino. Hoy cuenta con poco menos de mil internados.

Entre tanta reclusión, un dejo de aire de libertad conduce a unos de los costados del inmenso Borda. Allí, en el Pabellón A, aparece un enclave en el que reina la creatividad: el taller de La Huella. La bienvenida está a cargo del aroma a aserrín, aunque lo que allí se respira es la calma de quienes día a día tallan una victoria sobre la indiferencia.

La Huella es una empresa social, una cooperativa de trabajo sita en un lugar en donde trabajar no parece contemplado. La Huella es la primera cooperativa latinoamericana con trabajadores que son o fueron usuarios del Sistema de Salud Mental.

En La Huella Empresa Social se dedican a la carpintería, a la ebanistería y a la tapicería. La Huella parte desde un taller repleto de madera, aserrín, clavos de toda medida, tornillos con diferentes roscas, cola, lijas de varios colores, barnices, cinceles, sierras, morsas, caladoras, agujereadora, delantales y paciencia, dedicación e ideas, algunas osadas como que en cada hogar cercano haya un mueble fabricado allí.

Darío, Oscar, Ricardo, Carlos, Federico y José, integrantes de la Cooperativa La Huella.

La Huella es un sexteto asociado que suma a cuatro personas en rehabilitación y capacitación en su carácter de usuarios del Sistema de Salud Mental. Espalda con espalda, hay una pequeña tropa voluntaria que ayuda con los quehaceres de contaduría -indispensables para una cooperativa- y con actividades culturales. En este último aspecto, instituciones como la Escuela Argentina de Negocios, la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF) y, fundamentalmente, la Universidad Nacional de Quilmes (UNQui) representan un sostén fundamental para la cooperativa.

El impulsor de esta cooperativa, Federico Bejarano, es un psicólogo social que trabaja hace treinta años en el Borda: «En el hospital me desempeñé, todo ese tiempo, como técnico en rehabilitación psicosocial. La Huella constituyó la última parte de ese recorrido, y en 2006, aún sin espacio físico adecuado, impulsé el proyecto. En 2008, nos ofrecieron el lugar actual -nuestro taller- y fuimos admitidos en el programa Integración Socio Económica y Lucha contra la Exclusión Social (ISOLE), destinado a la creación de empresas sociales en Salud Mental. Desde 2013 somos una cooperativa matriculada», cuenta.

Los socios de La Huella, en su mayoría, son ex internados del Borda. Oscar Ferrara, presidente de la cooperativa, es ebanista y probablemente quien más sabe de madera en todo Barracas. José Espinoza, el tesorero, pinta y arma toda pieza que por allí pase. Además, se encarga de la compra de insumos. Hernán Manero, o Nancho, es vocal de La Huella y realiza piezas decoupage y pirograbadas. Carlos Intino mulle cada mueble: es tapicero. Por él son suaves los respaldos, las sillas, los bancos, sillones y divanes. Oscar Ledezma colabora en todo y también se encarga de la entrega de esas piezas de madera esculpidas con dedicación. Por último, Mariana Pacheco, psicóloga y cooperativista de vocación, se encarga de la comunicación y difusión, maneja las redes sociales y es también la secretaria administrativa. Sin embargo, en el taller de La Huella, no se sabe quién es quién porque todos visten los mismos delantales y brindan la misma dedicación.

La cooperativa trabaja con insumos reciclados.

En la cooperativa no trabajan cualquier madera, sino que reciclan pallets, piezas de aglomerado, muebles donados: además de ser autogestivos son ecologistas. Así dan forma a portarretratos (sus primeras invenciones), sillas, bancos, mesas, estantes de todo tipo, cajoneras, sillones, divanes, mecedores, bodegas, espejos, jaboneras, portalápices, posapavas y posavasos, jengas, muñequitos u otros juegos para niños. Tampoco usan cualquier tela para hacer patchworking o tapizar, también son recicladas (jeans y pantalones viejos, forros y fundas viejas). Y con los papeles que sobran (diarios, revistas, cómics) hacen decoupage sobre los muebles y ornamentos. Dicen que también se dan maña para incrustar un vitreaux en una puerta.

Pero subrayan que no se trata de una mera terapia. «La idea es acceder al trabajo y no tanto un lugar de expresión o capacitación. Este tipo de empresas crean lo social, introducen a personas que han sido apartadas de la vida ciudadana. Son unidades productivas para integrar, de manera efectiva, a personas desventajadas en relación al mundo laboral», afirma Bejarano.

La Huella es una cooperativa en toda la amplitud de la palabra. Dividen tareas y especialidades (decoupage, ebanistería, pintura, tapicería), cotidianeidades (tortillas, galletitas, yerba), turnos para poner música y días de trabajo y descanso. Pero su vocación cooperativa traspasa las paredes del taller y del pabellón, también los altos paredones que circundan al Borda: trabajan conjuntamente con mujeres internadas en otro hospital neuropsiquiátrico (el Braulio Aurelio Moyano), quienes cosen las piezas de tapicería, ya que en La Huella no hay máquinas bordadoras. Así trabajan conjuntamente con otros cooperativistas, como los que integran Iriarte Verde, dedicados al cultivo de hortalizas agroecológicas para la cual La Huella aporta composteras y cajones.

El camino recorrido en este tiempo, le permitió a La Huella participar de a eventos del ámbito cooperativo, no solo a lo largo y ancho del país, sino también continentales. Envió representantes a actividades en Brasil, Perú y Uruguay tanto para alentar  a otras cooperativas y empresas recuperadas por sus trabajadores como para aportar a una mayor y mejor inserción laboral de personas con padecimientos similares a los de sus integrantes.

«Nos gustaría impulsar una red de cooperativas sociales para que pueda replicarse y ampliarse esta experiencia, que es exitosa desde la integración, desde los resultados de la salud, tanto de la de las personas como la de sus familias. Personas que antes eran un gasto para el Estado ahora generan bienes hacia la comunidad, una autonomía imposible desde dispositivos puramente asistenciales. Queremos mostrar la densidad positiva de la integración social», culmina Bejarano, el “abrecaminos”.

El volante tiene cara de mujer

El volante tiene cara de mujer

Después de Érica Borda, doce mujeres se anotaron en el Registro de Mujeres Aspirantes a Choferes de Colectivo.

Érica Borda logró ser chofer de la Línea 130 después de una batalla legal de ocho años. Finalmente, el Poder Judicial falló a su favor exigiéndole a la empresa que el 30 por ciento de su plantel sea femenino. También obligó al Gobierno nacional que tuvo que crear el primer Registro de Mujeres Aspirantes a Choferes de Colectivo (REMACC). Una historia de lucha -sobre ruedas- por la paridad de género.

Son las 12 del mediodía en la cabecera de Boulogne de la línea 130. Hay siete choferes terminando de almorzar en el comedor cuando entra Érica, que lleva la misma campera y camisa azul que sus compañeros.

– Pero mi camisa es más femenina, tiene pinzas- dice Érica que también tiene los ojos delineados con negro y usa un pañuelo rosa, aunque tiene el que le dio la empresa, con rombos celestes y verdes, guardado en la cartera.

Borda saluda a sus compañeros, uno por uno, mientras guardan sus tuppers y se van levantando. Érica toma una servilleta y empieza a juntar las migas que dejaron en las tres mesas del comedor. Los demás la miran. Hay un chofer que sigue sentado, pero cuando Érica limpia su mesa, se levanta y afirma entre risas:

– Esto es lo que les toca a las mujeres. 

– ¡Qué hijo de puta!- dice alguien desde el fondo.

«No aceptar a las mujeres sería retrógrado», afirman los compañeros de trabajo de Érica Borda.

En un terreno en el que las mujeres fueron históricamente excluidas, Érica abrió camino. Y no es esta la primera vez. Ya había sido conductora de la línea 140 durante doce años hasta que la echaron sin motivos, en 2011. Entonces, buscó trabajo en otras líneas pero la respuesta era siempre la misma: “No tomamos mujeres”. Cansada de la discriminación, presentó junto a la  Defensoría General de la Nación una acción de amparo contra el Estado Nacional y tres empresas de colectivos: Los Constituyentes SAT; Transportes Avenida Bernardo Ader S.A. y Transporte Escalada SAT.

Borda tenía dos pretensiones: la primera de naturaleza individual, reclamaba la protección del derecho subjetivo a obtener trabajo como chofer de colectivo; y la segunda, de dimensión colectiva, con el fin de que las empresas readecuaran sus políticas de selección y contratación de personal, de forma tal que cesaran con las prácticas discriminatorias hacia las mujeres. También, solicitó la anulación del Convenio Colectivo de Trabajo Nº 460/73 de la Unión Tranviarios Automotor (UTA), ya que no contempla a las mujeres como trabajadoras. En el texto se refiere a ellas como las esposas de los trabajadores o quienes alumbran a sus hijos o hijas.

– Inicié el proceso para las que venían, no para mí. No quería que otra mujer sufriera lo mismo que yo- explica Érica que tuvo que buscar otra profesión para mantener a sus cuatro hijos. Estudió enfermería y ejerció durante dos años.

– El trabajo de enfermera es diferente porque implica un esfuerzo físico y mental muy grande. Hay que atender al paciente y contener a la familia. Además, el sueldo de enfermera es casi la mitad que el de un colectivero.

Borda señala que los 15.000 pesos que cuesta el curso de la Comisión Nacional de Regulación del Transporte es prohibitivo para una mujer.

La defensa de las empresas demandadas se estructuró sobre la base de que los hombres son quienes conducen porque han sido casi los únicos que se postularon para desempeñar esa tarea. Esta afirmación da cuenta de la desigualdad estructural que sufren las mujeres en un mercado laboral sesgado por estereotipos de género.

Recién en octubre de 2018, la Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo dictó una sentencia definitiva que dio lugar al reclamo colectivo. Condenó a las tres empresas demandadas a que confeccionaran un Protocolo de Buenas Prácticas en la selección de personal y les exigió la contratación, en el futuro, de personal femenino hasta alcanzar el cupo del treinta por ciento. También, el Tribunal instó a los poderes Ejecutivo y Legislativo a que adopten medidas apropiadas para revertir la discriminación por género.

En línea con el mandato judicial, en enero de este año, el Gobierno nacional creó el Registro de Mujeres Aspirantes a Choferes de Colectivo (Remacc) para que las empresas lo consulten al momento de convocar a nuevo personal. Borda fue le primera inscripta y hoy ya son doce. Sin embargo, Érica advierte sobre el problema que tiene el Registro: “Para anotarte tenés que tener el curso de la Comisión Nacional de Regulación del Transporte (CNRT) que sale alrededor de 15 mil pesos, más los tres mil de la licencia profesional. Antes del fallo, las mujeres no hacían el curso porque invertir 18 mil pesos era regalar la plata para un puesto de trabajo que no tenías. Y ahora, la mayoría de las mujeres que pueden inscribirse quedaron solas o tienen cargas de familia. ¿De dónde van a sacar 18 mil pesos?, se pregunta.

Por eso, aunque Borda ya cumplió su objetivo, sigue luchando para que se les pueda otorgar un subsidio a esas mujeres. También, se creó un listado alternativo para ellas que ya cuenta con 30 inscriptas.

– Mi deseo es que sea más natural ver a una mujer manejar el colectivo- confiesa Érica. 

Para sus compañeros, que manejen hombres o mujeres es indistinto.

– No aceptar a las mujeres sería retrógrado- afirman. 

– Yo sabía que me iban a recibir bien. No noté rechazo-  asegura Érica.

– El tema es cuando se va, ahí sí le sacamos el cuero- agrega uno de los choferes y todos se ríen.

Para el delegado Ariel Martínez, las bromas y chicanas son “una forma de aceptación”. Sin embargo, Érica se encarga de dejar las cosas en claro:

– Yo no vine a ser conflictiva, pero voy a defender lo mío. 

Y defender lo suyo también implica definirse como chofer o conductora, pero no colectivera:

– Dentro de este rubro decir colectivera es referirse a la acompañante, la “novia” del chofer. A mí no me ofende en realidad, pero prefiero aclararlo.

Desde que Érica se incorporó a la empresa, en abril, el único cambio que tuvieron que hacer los choferes fue en la forma de hablar. 

– Ahora hay que tener más recaudo, pero es un lindo desafío que empiecen las mujeres acá- explica el chofer Martínez.

Ya hay otras tres mujeres en la Línea 130, una manejando y otras dos haciendo las prácticas.

Después de Érica, fue contratada Sabrina Gutiérrez y, actualmente, hay otras dos mujeres haciendo las prácticas. Los pasajeros ven la incorporación de las conductoras con buenos ojos. Explican que las mujeres frenan más suave y tienen más consideración. Según la Asociación Civil Luchemos por la Vida, las mujeres conducen en forma más segura que los hombres y se cuidan más (usan más el cinturón de seguridad y el casco). La tendencia de los varones a arriesgarse en las calles y rutas tiene como resultado que siete de cada diez víctimas de tránsito en el país sean hombres. Los datos demuestran la falsedad del dicho “mujer al volante peligro constante”.

– No sé si decir lo que dicen de los varones… – les comenta Érica a sus compañeros-. El otro día subieron acá, en Ader, dos mujeres y lo primero que dijeron fue: “Tenía que ser mujer para que arrimara al cordón”.  Se ve que algunos no están bien vistos.

– Pero también estamos los buenos… yo estoy casado con una pasajera, así que tan mal no me porté- retrucó Martínez. 

Ya son las 13, Érica tiene que partir. Pasa por el control, toma la planilla de los horarios y va al colectivo que comparte con el chofer de la mañana. Se abrocha el cinturón e inicia el recorrido. 

– Me quiero comprar un parlantito porque si no tengo música me pongo a cantar sola. Es que con el tráfico te volvés loca-  cuenta Érica riendo. 

Ni bien sale de la terminal está la prueba de fuego: la curva de la Avenida Rolón.

El colectivo pasa con lo justo, pero Érica ya le agarró la mano.

– Hoy los colectivos tienen caja automática y sistema hidráulico. La única diferencia con un auto particular es la dimensión. Pensar que el cuerpo de la mujer no está preparado para manejar colectivos es quedarse en el tiempo.

Unas paradas más adelante sube una señora mayor. 

– A Munro- dice y apoya la tarjeta Sube en la máquina. Cuando está por pasar al fondo se detiene y le dice a Érica con una sonrisa: 

– Nunca vi a una mujer chofer, la felicito.

– Ahora nos va a ver un poquito más- retruca Érica.

 Es un día tranquilo, no hay tráfico. Érica va dos minutos adelantada. Si llega a la terminal de La Boca con esa anticipación serían dos días de suspensión.  

– No pasa nada, ya nos va a agarrar un semáforo o una parada con mucha gente y compensa.

En la parada neurálgica de Retiro hay una fila larguísima.

– ¡Cuidado la puerta por favor!- dice Borda y sigue. 

Después de dos horas, llega a La Boca bien de tiempo. Tiene diez minutos para descansar. Come un sándwich, toma un vaso de gaseosa y arranca. A lo largo del día, dará dos vueltas completas, algo así como ocho horas y media. 

– Ahora hay más tráfico, en un rato empiezo a cantar- comenta Érica.

En la siguiente parada sube una mujer que la mira sorprendida.

– Es la primera vez que tomo el 130 y hay una mujer, ¡bienvenida!- le dice tomándola del brazo.

Y Érica vuelve a responder:

– Ahora nos va a ver un poquito más. 

«Sobreviviendo»

«Sobreviviendo»

En 2002, ocho operarios evitaron el vaciamiento y pusieron a funcionar la imprenta. Ahora, cuenta con 10 trabajadores.

El rubro de la gráfica es un sector muy golpeado por la crisis económica que afronta la Argentina en los últimos años. En este panorama, la fábrica recuperada Artes Gráficas Chilavert no es la excepción. Con una deuda con Edesur que ronda los 950 mil pesos y la consecuente amenaza por parte de la empresa de cortar la luz, el futuro de la cooperativa se encuentra en peligro.

El taller situado sobre la calle Chilavert del barrio de Pompeya es inmenso. Presenta una planta baja donde se encuentran las máquinas antiguas de corte e impresión y un piso superior donde se hacen distinto tipo de actividades comunitarias. El ruido de las impresoras es intenso entre las ocho y las cinco de la tarde, horario pautado para la jornada laboral. Los recortes de papel y cartón recubren el espacio, algunos amontonados de forma ordenada, otros en contenedores y también se esparcen sobre el suelo.

Cuando se recuperó la fábrica se hizo con ocho trabajadores, de los cuales continúan trabajando en el taller dos. Sin embargo, el número se extendió a diez personas que se encargan de diversas tareas. De ellas -impresión, corte, encuadernación y administración-dependen sus ingresos. A veces se quedan más tiempo del estipulado y otras, trabajan algún sábado para que todos puedan llegar a fin de mes. Sin embargo, hoy el dinero no alcanza. “Sobrevivimos, la realidad es esa, nuestro retiro es miserable: estamos cobrando entre doce y catorce lucas”, reconoce Martín Cossarini, que lleva diez años trabajando en la empresa recuperada.

Cada mes, llega a Chilavert una factura de 90.000 pesos de luz.

La situación económica actual del país es compleja y afecta enormemente a las cooperativas. Con el incremento de las tarifas de servicios públicos, el mantenimiento de muchas fábricas recuperadas se vuelve insostenible. A eso se suma una tasa de desocupación que escala al 10,1%, según el informe del primer trimestre de 2019 del INDEC, lo que implica  que dos millones de argentinos se encuentran desocupados.

En este marco, el golpe se hace evidente en el rubro de la gráfica. “De la encuadernación no hay laburo –comenta Cossarini- Bajó mucho todo lo que es el mercado editorial. En parte por el desplazamiento digital y en parte por las políticas públicas.” A su vez, Ernesto, encargado del Área de Administración de la fábrica comenta: “Ha bajado el nivel de demanda de lo que nosotros producimos, que son libros y revistas. La gente está preocupada por lo básico: cuando no tiene plata en el bolsillo, primero la gasta en comer, después, en vestirse.”

Cossarini comenzó a trabajar en la gráfica y continúa hasta la fecha por una convicción política. De joven militó en el centro de estudiantes de su secundario y vio nacer al Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas durante la crisis del 2001. Artes Gráficas Chilavert fue una de las fábricas que durante el 2002 tuvo un intento de vaciamiento dado que la firma Gaglianone, antigua propietaria, pensaba retirar la maquinaria y declarar la quiebra. Al enterarse, los trabajadores ocuparon el espacio y aguantaron allí durante siete meses. Finalmente, gracias a la obtención de una ley de expropiación, la fábrica pasó a estar en sus manos.

Sin embargo, la ocupación difícilmente se hubiera llevado adelante sin un hecho que marcó la historia de la fábrica y permitió que el trabajo continúe. Ernesto González, uno de los trabajadores que vivió el pasaje de empresa privada a recuperada, contó que al ocupar la fábrica, el juez a cargo dio la orden de que podían permanecer allí pero que no podían trabajar y una guardia policial escoltaba, entonces, la puerta del taller. Dado que tenían un encargo grande de libros que se debían presentar en la Feria del Libro el 25 de mayo del 2002, un vecino les dio una idea. “Rompimos el huequito que ahora está tapado con ladrillos –cuenta González- y por ahí sacamos los libros con ayuda del vecino del otro lado y después lo volvimos a tapar, lo disimulábamos con el cuadro. Fue la noche del 24 y el 25 a la mañana sacamos los libros y se pudieron presentar. Así comenzó y después empezamos a entrar y sacar trabajo. Duró hasta que logramos la tenencia legal de este lugar.”

«El sábado 13 de julio, a partir de las 13, habrá un festival solidario en la puerta del taller (Chilavert 1136).

En diálogo con ANCCOM, Cossarini reflexionó sobre las ocupaciones de fábricas: “Ha sido una gran escuela para la clase trabajadora, sirvió para comprobar que tiene la fuerza. En definitiva, lo que genera riqueza es el trabajo propio. El tema es que después se hace muy difícil pero no tiene que ver con la cooperativa. Eso es porque estamos en una sociedad capitalista y no hay manera: la autogestión termina en el portón de la fábrica, vos salís y tenés que comprar papel y no está a precio cooperativo, está a precio dólar.”

La deuda de la gráfica Chilavert alcanza los 950 mil pesos y cada mes, entre factura e intereses, la cuota a pagar ronda los 90 mil pesos. “Hoy estamos remando y cada vez el bote se llena más de agua”, suspira Nelson Darín, otro trabajador de la fábrica. “No es que no queremos pagar, se nos hace imposible”, remata Daniel Suárez, quien trabaja en la imprenta desde 1984. Además, en el espacio funciona también un bachillerato popular y el Teatro Comunitario Pompeya. Ambos, en igual situación de peligro.

Sobre el futuro, las palabras de González son alentadoras: “Tenemos confianza de que vamos a salir adelante porque en una situación incluso más difícil en la que estaba cuestionada la existencia misma del lugar logramos sortearla, entonces por qué no vamos a hacerlo de vuelta. Ahora con más experiencia, más gente y más fuerza.” En este sentido, Martín agrega que “existe un ejemplo concreto de que un grupo de trabajadores pudo salir adelante sin necesidad más que de coordinarse. Y esto desmiente una gran mentira que construye este sistema que es que si no hay un patrón vos no podés trabajar.”

Como plan de acción de resistencia a la amenaza de corte de luz de Edesur, la cooperativa planeó un festival para unir fuerzas con otros actores afectados y dar visibilización a la situación. Será el sábado 13 de julio a partir de las 13 en la puerta del taller (Chilavert 1136, Nueva Pompeya). En la jornada tocarán la Orkesta Popular Sam Bomba y Vértigo López, habrá un buffet económico y también se presentará el teatro comunitario.