Obrera de la música

Obrera de la música

De voz dulce, sonrisa tímida y portadora del bajo desde siempre, Claudia Sinesi repasa su vasta carrera desde sus comienzos en Rouge, pasando por la vorágine de Viuda e Hijas de Roque Enroll hasta su actual proyecto Las Escuchas.

¿Cómo fue tu acercamiento a la música cuando eras chica?

En mi casa se escuchaba mucha música, teníamos el Winco y escuchábamos los discos de pasta de mi abuela. Me acuerdo que cuando tenía siete años les pedí la guitarra a los reyes magos. Con mi hermano Quique armamos un grupo junto a dos chicos más, Matías y José Luis, y empezamos a hacer canciones. Nos llamábamos The Grasshoppers. Le pusimos ese nombre porque habíamos descubierto a los Beatles y nos gustaban mucho. No existían los videoclips así que ver músicos moviéndose, con el pelo largo, tocando en sus películas como Help o Yellow Submarine, para nosotros era un flash. Acá sólo veías en la tele a Sandro o Palito Ortega. Para nosotros era todo un juego. Así es que después seguimos jugando, hasta la actualidad.

¿Cómo te decidiste por el bajo?                                                                                           

Yo ya tocaba la guitarra, sacaba los acordes de las canciones. Mi hermano Quique, que tenía una facilidad para la guitarra, era como George Harrison para mí, sacaba todos los solos, los punteos. Él me hizo ver que yo escuchaba las canciones y lo primero que hacía era sacar la línea del bajo, y me dijo: “Ese instrumento que estás sacando es un bajo, ¡el instrumento de Paul!”. Yo no sabía qué era un bajo, fue algo natural lo que pasó.

Más adelante, conocés a María Gabriela Epumer y forman una gran amistad…

Yo tenía quince años y ella doce. Cuando la vi la primera vez era chiquita, no empezamos a tocar juntas inmediatamente. La conocí porque era hermana de Lito Epumer, que tocaba en Madre Atómica con Juan Carlos “Mono” Fontana, que fue mi primer novio. Nos juntábamos todos en casa con Pedro Aznar, mi hermano, el “Mono”, Lito. Estábamos todos, seriamente, jugando. Con María Gabriela nos hicimos amigas porque ella, desde chica, también había estado jugando a juntar acordes, a tocar otra cosa que no estaba hecha ya, a jugar con la música. Las dos habíamos dejado el colegio en tercer año porque nos parecía que estábamos un montón de horas sin poder tocar.

La música siempre fue un refugio para ustedes…

En 1976, yo tenía quince. El miedo estaba flotando en el aire. El colegio era insoportable. En la fila te chequeaban de arriba abajo, a ver si tenías un espacio entre las medias y la pollera. Las chicas se desmayaban de los nervios. Si alguna estaba “mal”, llamaban a tu mamá o te amonestaban. Yo llevaba la guitarra y en el recreo me ponía a cantar “Estación” de Sui Generis o “Muchacha ojos de papel” de Almendra, y me amonestaban por lo que decía la letra. Cada vez que salíamos, nuestros padres nos decían: “Cuidado, si te dan un panfleto en la calle, si querés leelo pero después tiralo, no lo tengas encima”. Vos no sabías cuándo un milico era milico porque jamás estaban vestidos de verde ni de policía. Estaban de civil, con anteojos negros. Hugo “Pipo” Cipolatti lo dijo bien en su canción “Pensé que se trataba de cieguitos”. La primera vez que me llevaron estaba con mi novio en la puerta de un recital del grupo Alas. Ellos estaban camuflados para llevarse gente. A mi novio le pegaron, yo escuchaba desde otro lugar, me tenían de espaldas. A mí no me podían sacar el documento. Después nos dejaron ir a los dos.

En 1980 se unen a Rouge. ¿Cómo fue ese momento?

Con María Gabriela (Epumer) nos gustaba Rouge, un grupo de chicas que se había formado en 1978. Tocaban temas de un libro para músicos que se llama Real Book, que no eran para nada simples. Cuando se va la guitarrista del grupo, ella recomienda a María Gabriela. A los dos meses se va la bajista, y María Gabriela me lleva a mí. Anteriormente, yo había ido a probarme a otro grupo de chicas y en ese ensayo conocí a Andrea Álvarez. Cuando al poco tiempo se va la baterista de Rouge, la llamamos. De la formación original solo quedó Ana Crotti, la pianista. Con la Guerra de Malvinas en 1982, se prohibió terminantemente cantar en inglés. Con María Gabriela (Epumer) teníamos muchas canciones apiladas, que no podíamos tocar porque no era el repertorio de Rouge, y las empezamos a tocar de a poco. Ella me daba músicas, porque todavía no se animaba a escribir letras, y yo les ponía letras. Éramos Epumer-Sinesi, como Lennon-McCartney, epumsisineper decíamos nosotras.

¿Sentís que tuvieron que probar que eran buenas solo por ser mujeres?

Nunca. Todos los varones, cuando veían el entusiasmo, la dedicación, y que todo sonaba bien, lejos de decirnos “salí, nena” nos decían “¡vengan!”. Nosotras nunca hicimos rancho aparte, al revés. Tocamos por todos lados. Siempre queríamos más y más. Para nosotras empezar a tocar fue empezar a trabajar.

En 1983 forman Viuda e Hijas de Roque Enroll, ¿cómo se dio la unión entre las cuatro?

Cuando se disuelve Rouge, a la semana siguiente vamos a una sala de ensayo a tocar un par de temas nuestros con Fabián “Tweety” González y Jota Morelli. Inmediatamente, aparece Mavi Díaz. Me llama a mi casa para contarme que había un productor, Bernardo Bergeret, que buscaba un grupo de chicas que toquen y canten. Ella nos conocía porque solíamos tocar con Rouge en un bar que estaba en la esquina de su casa. A Claudia Ruffinatti la conocimos porque antes que se disolviera Rouge, habíamos puesto un aviso en la revista Pelo buscando tecladista. Nos reunimos las cuatro en la casa de María Gabriela (Epumer) y desde el vamos, pegamos onda. Ese día nos morimos de risa. Hacíamos bromas, nos reíamos de nosotras mismas, y anotábamos todas las pavadas que hablábamos. Yo pienso que cuando una oportunidad aparece, si estás listo puede ser que te vaya bien. Sino, pasa la oportunidad y vos perdiste el tren.

¿La estética tan particular de las Viudas fue algo pensado?

Eso de reírnos de nosotras mismas lo llevamos al vestuario, nunca intentamos estar “lindas”. Con un lampazo en la cabeza no podés estar linda (risas). Nosotras éramos mamarrachas desde el primer día. Para ir a la primera reunión con el productor, habíamos ido a ferias americanas y nos vestimos con ropa de los 60, con mucho verde, amarillo, naranja. No era lo normal. La rebeldía fue algo natural para nosotras, ni nos dábamos cuenta que era rebeldía. Estábamos las cuatro juntas y nos arengábamos entre nosotras, nos reíamos de nosotras mismas. Me acuerdo que estábamos sentadas en el living de su oficina, y cuando pasa el productor nos mira y dice: “¡Sacame estos caranchos de la oficina!”. Seguimos insistiendo, hasta que nos escuchó. Fuimos con la guitarra criolla y cantamos “Estoy tocando fondo”. No teníamos más temas. Bergeret abrió la agenda y dijo: “Chicas, graban en un mes”. En un mes compusimos todos los temas del primer disco Viuda e Hijas de Roque Enroll (1984) y grabamos en Estudios Panda, donde habían grabado todos nuestros ídolos, con Rubén “Pelo” Aprile como productor discográfico. Yo recién había cumplido 21 años.

¿Cómo fue el proceso de grabación del primer disco?

Fue rapidísimo. Bernardo Bergeret quería que nosotras grabáramos lo que él elegía, a toda costa. Nosotras, que éramos re cocoritas (risas), le dijimos que teníamos un montón de temas. Nos dio el “Bikini a lunares amarillo…” y lo hicimos pelota. Ese fue el primer corte del disco y nosotras hicimos el storyboard del videoclip, nos ocupábamos todo el tiempo. Con “Lollipop”, que es de 1958, hicimos lo mismo. Le pusimos nuestra impronta.

¿Y cómo surge la idea del arte de tapa?

Nosotras teníamos el concepto: queríamos que fuera todo sixties, todo colorinche. El equipo, la gente que teníamos alrededor, era fenomenal. Nos escucharon mucho. Nosotras traíamos cualquier cosa, desde manteles de hule de Once hasta ropa del cotolengo. Carlos Mayo, el diseñador gráfico que hizo el arte del disco, la tenía clarísima. Vino con un montón de revistas de los 60 que había estado chequeando y mostró cómo se paraban las modelos. Las fotos las hicimos con José Luis Perotta en su casa, en Retiro.

La música y el estilo de las Viudas resonó mucho con la gente, ¿por qué pensás que el público conectó tanto con ustedes?

Nosotras tocábamos todas pintadas y disfrazadas de nosotras mismas. Resultó que eso sumó mucho y captó al público porque nosotras no éramos las únicas que nos sentíamos oprimidas en la ropa del colegio. Era mucha la gente que se hacía eco de eso, se disfrazaban cuando venían a los shows. La seriedad, de cantar canciones de protesta, ya había pasado. En ese momento era todo new wave, todo colorido y todo diferente, ningún grupo se parecía al otro, musicalmente hablando. Cuando nosotras salimos del estudio, el corte de difusión ya estaba en la radio y la televisión, la gente ya conocía nuestras canciones. A mí se me prendía fuego la cabeza. Nos alucinaba ir a tocar, ver que estaba lleno y que sabían nuestras letras. ¡Hasta llorábamos! Nos teníamos que tragar las lágrimas y salir a tocar. Nosotras siempre tímidas, no nos la creíamos en absoluto. Seguíamos viajando en subte, por ejemplo, hasta que un día nos agarraron y nos arrancaron los pelos, los aros.

Fueron cuatro años intensos…

Estábamos todo el tiempo juntas. No parábamos nunca, estábamos todo el día haciendo notas, fotos, viajando, tocando. Teníamos horarios pautados para todo. Los años que duraron las Viudas fueron así, como 25 años en cuatro años. A María Gabriela (Epumer) le gustaba decir que éramos obreras de la música.

En 2012 sacás tu primer disco solista, ¿de dónde surgen las canciones?

Para mi primer disco solista Claudia Sinesi (2012) junté todas las canciones que tenía guardadas, algunas de la época de Rouge, como “Tienes tanto”, “Va a haber un día”, “Tan real”. Otros temas como “El cielo” los compuse a principios del 2000, aproximadamente. Lo empezamos a grabar en 2009 en mi casa, con la computadora.  

Contame sobre Las Escuchas, tu actual proyecto

A Yul Acri (sintetizadores/productor) se le ocurre armar el grupo a fines de 2022, con Robertino Franc en guitarra. Yo los conocía hace años. Luego se suma Julieta Drama en la voz. Las Escuchas es todo un universo de sonidos. Algo nuevo para mí, es que empecé a usar pedales para el bajo a la hora de tocar porque hay un montón de efectos que usamos en la grabación que queremos reproducir en el vivo. Me divierte mucho. En octubre del año pasado sacamos nuestro primer álbum El Brillo de la Despedida.  

Hoy, después de tantos años de carrera, ¿cómo es la experiencia de subirse a un escenario?

En el momento en que estoy subiendo, me pasa lo mismo de siempre. Tengo miedo, se me humedecen las manos, me pongo nerviosa. En cuanto me cuelgo el bajo y empieza la música, me cambia todo. El día que no tenga eso, va a ser un plomo. Siempre me da ilusión ensayar, tocar, pensar qué me pongo (risas).

¨Un libro de rock con mirada feminista¨

¨Un libro de rock con mirada feminista¨

Fruto de seis años de exhaustiva investigación, “Al taco. Historia del rock argentino hecho por mujeres” recobra las voces y los recorridos de artistas, muchas invisibilizadas, que dejaron sus huellas en la música nacional.

“Planteamos un libro de rock con mirada feminista ya que una convive con la otra”, reflexiona Gabriela Cei, una de las tres autoras de Al taco. Historia del rock argentino hecho por mujeres (1954-1999), publicado por Gourmet Musical. A través de un recorrido que comienza a mitad de los años 50 y se extiende hasta fines del siglo XX, Cei, junto con Silvia Arcidiacono y Carolina Santos, reivindican la posición de de las mujeres que se encargaron de resignificar la música con su presencia vanguardista y sus raros peinados nuevos. En la investigación, que les tomó seis años, repasan letras que marcarían un antes y un después y que planteaban temas no verbalizados en sus épocas, incluidos amores no heterosexuales. Con prólogo de la etnomusicóloga Mercedes Liska, Cei, Arcidiacono y Santos reúnen las diversas trayectorias del rock con el objetivo de redescubrir, acompañado de nombres propios y fechas cuidadosamente rastreadas, a las mujeres que dejaron sus huellas en la música argentina.

¿De dónde surgió la idea de hablar del vínculo entre rock y feminismo?

Gabriela Cei: Nació de la necesidad de contar la historia de las mujeres del rock argentino, lo cual no se había narrado hasta el momento. Existían análisis esporádicos pero no una genealogía de sus trayectorias. A raíz de que Carolina Santos le presentó esta idea a Leandro Donozo (editor de Gourmet Musical), comenzamos a investigar y nos dimos cuenta de que había un agujero negro, no se sabía qué había pasado con todas esas mujeres que fueron parte de la época. Planteamos un análisis desde una perspectiva de género ya que, ante una misma historia, las mujeres están en una realidad desigual por su invisibilización. Para nuestra sorpresa, estas mujeres estaban desde el primer momento en que el rock desembarcó en Argentina entre 1954 y 1955. Con ayuda de Víctor Tapia (investigador especializado en los inicios del rock argentino) pudimos dar con las mujeres que estaban haciendo música incluso en el ámbito under, donde no eran tan difundidas.

¿Cómo abordaron metodológicamente el tema?

Carolina Santos: Definitivamente no vas a encontrar próceres del rock mujeres hasta el momento. Muchas historias fueron omitidas y a otras tantas no les dieron el desarrollo profundo que merecían. En ese sentido, era importante investigar y contar sobre eso.

GC: Cuando empezamos a armar el libro, hace seis años, no había una obra que diera cuenta de las mujeres en el rock argentino. En ese tiempo emergieron algunas que se ocuparon del tema, pero tomando otros períodos históricos. Nos parecía que debía abordarse con un desarrollo profundo, por eso analizamos el trayecto de los 50 hasta el 2000. La tarea de un investigador debe ser tirar de todos los piolines existentes para llegar a los datos más concretos y corroborarlos rigurosamente mediante revistas, publicidad de la época, documentales, entrevistas e incluso clubes de fans y coleccionistas. Fue un trabajo exhaustivo, por eso pudimos volcar las fechas de cada acontecimiento.

¿Les costó reconstruir la historia de alguna artista en particular?

CS: Hablamos con muchas de las protagonistas que componen el libro. Nos sirvieron de guía porque ellas mismas nos iban nombrando a otras mujeres, a la vez que les preguntamos si se acordaban de otras artistas de la época. Fue muy común que ellas compartieran escena. Fueron todos muy generosos con nosotras en hacer el esfuerzo de la memoria, ya que muchas de las cosas que nos contaron no estaban ni siquiera escritas. Hasta tocamos timbres en casas y geriátricos para dar con las mujeres que buscábamos, sobre todo con aquellas de los 50 y comienzos de los 60. Con algunas fue difícil contactar debido a que ya no vivían en el país. Con otras sí pudimos pero no quisieron recordar esa historia, por lo que tuvimos que hacer una reconstrucción a partir del material que disponíamos.

Silvia Arcidiacono: Otros músicos que estaban en sus entornos, compañeros de banda y productores, colaboraron con nosotras en la búsqueda. Muchas veces ellas no quisieron hablar ni dejarse encontrar, por lo que hicimos una búsqueda para contactarlas y tampoco obtuvimos respuesta. Es increíble pero finalmente todo eso se va acomodando. La información fue multidireccional, nos llegaba por todos lados. Para nosotras fue impresionante ver los contactos que aparecieron al abrir la investigación.

¿De qué forma definen el rock?

GC: Al taco es un libro feminista que cuenta la historia del rock de las mujeres en Argentina. El rock como concepto es mucho más abarcativo que la música en sí. Todo a lo que se le llama “cultura rock” está más allá de la escritura de una canción, sino que se vincula con las ideas de juventud y contracultura.

¿Qué opinan sobre la escasez de mujeres en las grillas de los festivales?

GC: Mencionamos la existencia de la Ley de Cupo para plantear nuestra mirada feminista sobre la visibilización de las mujeres en la música. A partir del 2000 hubo una realidad sociopolítica muy compleja en la que las mujeres tenían nuevos reclamos y tomaron otro rol, por lo que dejamos para una segunda edición del libro este análisis. Hablar sobre dicha ley haría que la obra se extendiera demasiado. La mujer, su entorno y su contexto histórico en Argentina y en el mundo sufre de una desigualdad profunda, por lo que abordar como objeto de estudio el rock, una escena muy masculinizada, nos permite posicionar al libro como un elemento más de visibilización de estos temas.

¿Cómo se resignifica en el libro a las “minitas del rock”?

SA: En un determinado momento son las mujeres las que empiezan a escribir sobre rock, en especial periodistas, las cuales eran pocas en un cierto período histórico. Esto significa que la historia del rock estaba escrita por hombres. Si la historia comienza a ser contada por mujeres (en referencia al apartado del libro “La hora narrativa de las minitas”) entonces va a ser totalmente diferente y aparecen nuevos hitos.

CS: Cuando entrevisté a Lula Bertoldi (cantante y guitarrista de Eruca Sativa) me comentó que no tuvo dificultades para desarrollar su carrera, pero que eso no quería decir que porque ella no las tuvo significa que no haya sucedido con otras mujeres. Son casos particulares en los que algunas artistas no sufrieron el machismo ni la invisibilización. En ese sentido, es correcto pensarse colectivamente. Ocurrió por mucho tiempo que a las artistas les preguntaban qué significaba para ellas ser mujeres en el rock, por lo que se hartaron de que les consultaran eso. Se las ponía en el lugar de fenómeno en vez de analizar su obra. Hay una importancia en la construcción de una genealogía de las mujeres en el rock, con el objetivo de que ya no se diga más si hubo pocas o muchas mujeres. Lo importante es destacar lo invisibilizadas que fueron.

¿Por qué se refieren a que hay “una dimensión histórica, social y política” sobre el feminismo en el rock?

CS: El libro está muy pensado desde la recepción, pensando también qué fueron para los públicos femeninos todas estas artistas mujeres. Incluso nuestras historias con la música contaron como un capital que teníamos para aportar. Lo interesante de escribir desde el feminismo es que las historias personales se vinculan con lo que estás contando, porque básicamente lo personal es político.

SA: Una cosa no está escindida de la otra. El testimonio de las mujeres entrevistadas también habla desde el lugar del público y de cómo fueron influenciadas por la presencia de otras músicas como referentes. Eran espacios de identificación donde el público está totalmente atravesado por la música y la música por el público. Por eso la importancia y el prejuicio de invisibilizarlo.

¿Pensaron una segunda parte para el libro?

GC: Fue tan disparador contar estas historias que incluso nos dan ganas de desarrollar una segunda edición sobre las mujeres de la industria y sus distintos oficios. Es una gran historia en construcción. Así como hasta el momento la historia estaba escrita por hombres, de aquí en más se tardará el tiempo necesario para reescribirla desde la perspectiva de las mujeres.

CS: En el segundo tomo del libro nos concentramos en analizar desde el siglo XXI en adelante. Es algo que definitivamente haremos ya que hay muchas historias por contar.

SL: Los tiempos cambiaron, antes todos estos asuntos de carácter feminista no estaban verbalizados. Antes contábamos con unas pocas voces que lo decían, ahora se escribe mucho más sobre eso. Todas las mujeres que aparecen en el libro no son pasado, son presente. Son parte de la historia pasada pero actualmente siguen trabajando y sacando discos. Ellas son músicas de profesión, no fue un hobbie lo que hicieron. La historia no terminó y siempre es tiempo para volver a escucharlas.

La última banda de ruta

La última banda de ruta

La Renga tocó en Rosario y miles de personas viajaron a escucharla. Política y mística en una banda que pasó las tres décadas de vida.

El dólar está a $6,49 y Argentina todavía no le debe 45 millones de dólares al FMI. Es 10 de diciembre de 2013 y en el escenario montado delante de la Casa Rosada para festejar 30 años de democracia ininterrumpida suena La Renga. 

“Estamos muy contentos de estar acá, de que nos hayan invitado a participar del festejo de la democracia, los 30 años. Un honor para nosotros.”  

Ocho años después, el 5 de septiembre de 2021 Javier Milei ya tiene entidad pública en la escena política y mediática. En el acto de cierre de campaña en Parque Lezama de cara a las PASO legislativas, el entonces candidato a diputado sube al escenario con “Panic Show” y empieza: “Hola a todos, yo soy el león. Rugió la bestia en medio de la avenida. Corrió la casta, sin entender. Panic show a plena luz del día. Por favor, no huyan de mí, yo soy un rey de un mundo perdido.” 

Y La Renga, que en general no usa las redes más que para comunicar sus shows, le respondió por Twitter: “Entre nosotros existen lazos y sentimientos, no queremos tener un disfrazado de amigo hablando de la libertad.”

***

Es 19 de noviembre de 2022 y un micro más sale de alguna parte del país rumbo a Rosario para el banquete, toca La Renga. La última banda que sigue produciendo cartografía, que se nutre de la ruta y la rueda.

Rosario es la sede porque Tecnopolis quedó vetado para La Renga. Después de una invitación de las autoridades del predio, La Renga tenía programadas dos presentaciones: 20 y 27 de agosto. El municipio de Vicente Lopez, donde se ubica Tecnopolis, no accedió a otorgar el permiso correspondiente y los shows fueron cancelados antes de que comience la venta de entradas. 

La Renga debió moverse a Rosario. 24 de septiembre fue la fecha establecida. La cancelación esta vez fue porque La Playa de la Música, ubicada en el Camping del Sindicato de Trabajadores Municipales de Rosario, no estaba preparada para la cantidad de gente que se esperaba. En el medio, la banda tocó en Baradero y Montevideo.

 Ahora sí es 19 de noviembre y La Renga toca en el estadio   Marcelo Bielsa de Newell’s para más de 50.000 personas.

Pareciera que el dresscode es una remera de La Renga, un piluso y mínimo un tatuaje de la banda. Pero no hay dresscode. Es una fiesta popular. 

Son las 15:30 en el Parque de la Independencia y ya hay mucha gente. Pegado al cordón del lado de la calle, una fila de puestos de comida empieza a copar el boulevard Oroño. Enfrente pilusos, remeras y banderas sobre mantas. En el medio, la gente y las birras a 500 pesos la lata. Refrigeradas en cajas de telgopor con sello de portadoras de vacunas, como el último vestigio de un pasado a olvidar. 

Ya son las 19 horas, el boulevard está colmado. Una ola de gente cuyos límites están marcados por micros estacionados donde se pudo sobre el Parque de la Independencia. Me arriesgo: 400 micros. Me quedé corto. 

 Cada vez se escucha más fuerte la que nos sabemos todos y todas: 

 Vamos La Renga, con huevo vaya al frente

que te lo pide toda la gente

Una bandera que diga Che Guevara, un par de rocanroles y un porro para fumar

 matar un rati para vengar a Walter

que en toda la argentina

comienza el carnaval

 Entonces: micros, remera y piluso puesto, tatuaje, choris, birras, venta de remeras y pilusos para los y las desprevenidas, banderas, una estrofa pegadiza y un motivo aglutinante.

 Fiesta popular.

***

22:00 horas. La Renga sale a la cancha. Literal. El campo es el campo de juego del leproso. También literal, no hay separación entre la gente y el pasto del Marcelo Bielsa. Una alfombra con respecto a Baradero. La última vez que La Renga tocó en Argentina, lo hizo en el Balneario Municipal de Baradero, que era de tierra y el público de La Renga en Rosario lo recuerda porque estuvo ahí. 

El viaje es una victoria que se muestra en banderas. Sin repetir y sin soplar: Quilmes, Venado, Varela, Chaco, Formosa, Neuquen, Bariloche, La Rioja. Faltan algunos. Una bandera que diga Che Guevara, tu localidad y algún elemento de la banda. Otra bandera solo dice Tierra, Techo, Trabajo. 

La Renga toca como si fuese su debut. En 2019 cumplieron 30 años. 

“Chicas, chicos ahora vamos a tocar una viejita, espero que se la acuerden”

Claro. Nos acordamos: ¿Adónde vas, qué buscás en el frío de la noche? En tu andar, veo mi andar, y somos los mismos de siempre. 

Somos los mismos de siempre es la primera canción del primer álbum de La Renga: 1991.

Después de dos horas de fuego producto no de la quema de humedales, sino del calor, la humedad que cada un par de temas se hace lluvia, las 50.000 personas y la banda explotando cada momento de podo, Chizzo, el cantante, y la banda dejan el escenario. Se apagan las luces.

Pasaron diez minutos. Se prenden las luces. 

“Mañana es el Día de la Soberanía. Tenemos un río bellísimo, el Río Paraná y lo tenemos que cuidar para que podamos seguir hablando de la libertad”

Hablando de la libertad es el tema con el que cierra el show La Renga. 

«Celebramos la crisis del rock»

«Celebramos la crisis del rock»

 

El ambiente del rock argentino tras la crisis del 2001 y la tragedia de Cromañon, sin dudas, ha sufrido cambios paradigmáticos que van desde las formas de su producción hasta las maneras de su consumo.

Con un pie en la investigación y otro en el análisis, el sello Clara Beter Ediciones editó La Campana de la División. Escribir sobre las ruinas del rock argentino, un libro que mediante cinco ensayos ofrece un estudio sobre estos últimos 20 años a través las categorías  “sensualidad”, “urbanidad”, “onirismo”, “valvularidad” y “trovadurismo”. El volumen fue compilado por el licenciado y profesor en Letras Emiliano Scaricaciottioli, quién además forma parte del Seminario Permanente de Estudios sobre Rock Argentino Contemporáneo (SPERAC), un espacio nacido hacia fines de 2018 como una respuesta para pensar las apuestas, contradicciones y dilemas que plantea el rock argentino a partir de la crisis de 2001.

¿Cómo surgió la idea de este nuevo libro?

Nosotros descreemos del concepto de “rock nacional”, surgido a partir de 1982 del Festival Latinoamericano de Solidaridad, en el marco de la guerra entre Argentina e Inglaterra por las Islas Malvinas. A partir de 1983, hay un estallido y el rock argentino pasa a confluenciar y a conformarse con otras poéticas y géneros. Es decir, empieza a dialogar consigo mismo y se delinean dos tendencias: una reguladora, que tiende a lo conservador y otra desreguladora, que identificamos en ciertas micro poéticas de artistas contemporáneos. Por eso el libro está dividido en cinco capítulos que trabajan con poéticas de autor en las que se ve el movimiento de contracción y de amplificación permanente del rock respecto de su realidad y de su propia historia.

¿Cuáles fueron los criterios que tomaron a la hora de compilar los diferentes ensayos que componen el libro?

En principio, el libro está dividido en capítulos temáticos que describen micro poéticas. El capítulo de Carla Daniela Benisz tiene que ver con la sensualidad en el rock argentino contemporáneo y se centra en la figura de Sara Hebe. El capítulo de Daniel Gaguine es sobre el trovadorismo y tiene como protagonista a Lisandro Aristimuño. Mi capítulo es sobre onirismo, basado en la banda Catupecu Machu. El capítulo de Nancy Gregof habla sobre la valvularidad y se analiza a Divididos, entre otras bandas. Y finalmente, el capítulo escrito por Daniel Talio sobre urbanidad y el fenómeno de El Kuelgue. Así, el libro está configurado como una confluencia de tópicos, temáticas, ejes, vibraciones que están sucediendo hacia el interior de lo que llamamos rock.

¿Por qué se eligió el 2001 como punto de partida?

Porque ese año fue un momento de quiebre y de saturación de las grandes referencias. Y el rock, claramente, fue parte de ese contexto.  Diacrónicamente, el rock también tiene distintos momentos de quiebre y fractura.

¿Por qué eligieron ese título?

El título viene del disco de Pink Floyd, The Division Bell (1994). Este álbum es interesante para observar momentos de ruptura respecto de eso que nosotros llamamos el humanismo como proyecto de la progresía a nivel mundial, la caída de las grandes utopías y los grandes proyectos colectivos. Me gusta el concepto, bastante nietzscheano, de ese disco que tiene que ver con la imposibilidad de volver a aquel lugar glorioso, a aquella época de oro que dejaste atrás. Por un lado, la campana lo que hace es dispersar. Por otro lado, hace revisionar aquello que quedó después de que algo explotó o se puso en crisis. Nosotros celebramos la crisis en el rock porque cada vez que esto pasa, luego vive de una manera distinta. Pensamos que el rock es un fenómeno que se va reescribiendo y que va adoptando nuevas identidades, nuevos disfraces y nuevos movimientos. El rock es como un rizoma, un movimiento inagotable y, al mismo tiempo, apasionante si uno lo vive dentro de esa ritualidad que se va actualizando.

«El rock se va reescribiendo y que va adoptando nuevas identidades. El rock es como un rizoma», dice el autor.

¿Puede reinventarse el rock dentro de su crisis actual?

La gran pregunta pasa por las orientaciones que son las grandes referencias. Nos parece que estamos en un momento de grandes consignas pero sin grandes referencias. Por un lado, la atomización de propuestas musicales tiene una valencia positiva relacionada con celebrar el ir en contra de la moderación, contra ese clima del presente que refiere a tener que estar de acuerdo con que hay que sellar la grieta, o el pasado. No estamos de acuerdo para nada con esa concepción de que hay que sellar, al contrario. Por el otro lado, también, es cierto que dentro de cada movimiento, el rock tiene al mismo tiempo subgéneros, en algunas poéticas mayúsculas se vienen dando fenómenos nuevos. Por ejemplo, en el heavy metal, en el hardcore punk y hasta en el rock cristiano o evangélico, y, a nivel trasversal, en el trap y en el hip hop. Estos dos últimos géneros que mencioné, pasan a ser los grandes protagonistas de este presente en el que el rock se identifica. Aunque algunos no les guste demasiado esta idea, a las pruebas me remito.

¿Cómo vivenciaron el proceso de escritura?

Como trabajamos el formato de ensayo, tratamos de reponer lo menos posible aquello de lo que ya se ha encargado el periodismo o Wikipedia. Realizamos una crítica indirecta a aquellas editoriales que tratan de historizar al rock argentino para sellarlo. Insisto con el concepto, porque construyen un nicho. Es decir, otorgan un carácter institucional a cada fenómeno nuevo del rock. Nosotros estamos en las antípodas de aquellos proyectos editoriales que cierran procesos que están todavía abiertos. Por eso no historizamos. Lo que encontramos en el proceso de escritura de este libro es lo que nos va sucediendo con las micro poéticas, poéticas mayúsculas, líricas… Experiencias que van más allá del fetiche antropológico de ir a un recital para ver “lo que está pasando” en determinados fenómenos nuevos. Nos interesa qué nos pasa a nosotros y nosotras dentro de esos espacios como sujetos activos de la escritura. Estamos generando un fenómeno crítico pero no para que esto quede documentado sino para que esto se cuestione, se critique, se dialogue y se discuta; que es lo que, generalmente, no sucede en los marcos universitarios. Nosotros tratamos que los signos estallen, no que se instalen. Como investigadores, buscamos corrernos de ese lugar porque cuando eso pasa, hay algo que está mal.

Seis bandas emergentes seis

Seis bandas emergentes seis

Zelmar Garín de Gualicho Turbio.

¿El rock está muerto? ¡Claro que no! Si bien 2020 ha sido un año sin conciertos presenciales no lo ha sido sin música. Porque, sin duda, el tiempo hogareño fue aprovechado por los artistas que trabajaron –y experimentaron- en nuevas composiciones. Algunos de ellos lograron lanzar estos temas y el resultado ha sido un año lleno de nuevas propuestas y sonidos.

En esta nota, entonces, proponemos un recorrido por seis bandas emergentes que vale la pena escuchar. Y hay de todo: desde blues rock tradicional al rock experimental; desde el indie al rock barrial y desde folk rock a rock progresivo. Un racconto en el que nos sumergimos con gusto.

Amor Elefante

Amor Elefante es un trío cancionero indie pop, con más de diez años de trayectoria formado en Banfield por Inés Copertino (teclados), Rocío Bernardiner (voz, guitarra) y Rocío Fernández (voz, batería). Como cuenta Bernardiner: “Creo que nuestra banda tiene una mixtura de sonidos bastante amplia que varía mucho, también, de acuerdo a la canción. Dentro de un mismo disco hay canciones que tienen universos muy distintos, algunas pueden ser súper sombrías mientras que otras son alegres y bailables”. Sobre las influencias del grupo Rocío acota: “Infinitas, desde las cosas que leemos o escuchamos hasta nuestras mascotas o nuestres amigues. Me parece que todo se vuelve parte del tejido de la banda y siento que estamos en un momento en el que ya tenemos un sonido propio y mutante. No tenemos control sobre eso y me creo que es buenísimo. El amor a la libertad es lo que define a nuestra banda. Hacer la música de una manera libre y sin prejuicios”. Recientemente lanzaron un single llamado “Mirandesco”, que produjeron a distancia a mediados de 2020. “La idea es empezar a trabajar en un nuevo material para poder grabarlo este año aunque es difícil trabajar en este contexto”, agrega Rocío.

Amor Elefante.

Los Bicis

Los Bicis es un quinteto formado a principios de 2012 en Moreno. Su música se inspira en sonidos que abarcan desde el beat de fines del 60 y el rock clásico argentino de principios de los 70 como así también por el tango, el pop y las inquietudes por el panorama de la música actual tanto nacional como internacional. Ramiro Gómez (voz y guitarra) cuenta: “Nos encontramos atravesados en una amplia variedad de sonidos y músicas. Somos muy inquietos y todo el tiempo estamos recibiendo influencias de muchos géneros. Como puede ser el indie o el pop. También nos sentimos muy influenciados por los músicos de nuestra ciudad”.

Luego de grabar un álbum conceptual llamado Moreno (2019), acaban de lanzar su segundo video clip, que recorre la geografía de dicha ciudad. “Por otro lado, la banda está comenzando a producir nuevas canciones que esperamos grabar en el transcurso de este año”, señala Gómez.

El Extra & Los Imposibles

La música de este sexteto El Extra & Los Imposibles, original del sur del GBA, incluye rock, blues y canción pop, guitarrazos y atmósferas folk-psicodélicas, con letras de road movie. Como cuenta Guillermo Sica, guitarra acústica y voz: “Somos una banda de rock. A mí me influenció mucho la Velvet Underground, los Stones, Bob Dylan de los 60 y 70, Wilco, Neil Young… Me gusta que lo que hago tenga ese color, esa estética pero siempre buscamos nuestro estilo propio. Dejamos que la banda tome su propio vuelo”. Con respecto a la actualidad del grupo, Sica dice: “Nosotros lanzamos un disco nuevo, La casa, en junio del año pasado, grabado completamente en vivo en los Estudios ION. Ahora estamos terminando de grabar un EP de tres canciones. El material lo empezamos a trabajar en julio a distancia, en medio de la cuarentena, con la colaboración de Sol Bassa. Ya grabamos las bases, queda grabar las voces en febrero con Manza, guitarrista y cantante de Valle de Muñecas”.

Guillermo Sica de El Extra & Los Imposibles.

FRK

El nuevo rock progresivo se expresa en proyectos como el de FRK, comandado por el quilmeño Enrique Rocca. Allí participó un seleccionado de músicos de la zona sur de GBA, quienes realizaron un álbum  conceptual llamado El Gremio de los Satisfechos, a partir de las ideas musicales de Rocca. Es un entramado de inusuales composiciones eclécticas de rock progresivo y jazz. Como cuenta Rocca: “Podría decir que varias de estas músicas nacieron de volver a escuchar a Frank Zappa… cada tanto vuelvo ahí”. 

Gualicho Turbio

Un universo mítico repleto de misteriosas supersticiones y pesadillas de aguas podridas. Aquellos ecos del pantano y las vetustas músicas rurales del blues garagero más añejo se pueden apreciar en Gualicho Turbio, un trío que genera de todo menos indiferencia. Zelmar Garín, guitarra, voz, percusiones, kazoo, multiinstrumentista, productor y letrista, nos contó el presente del grupo: “Venimos de sacar nuestro segundo vinilo (Gato Negro). Cuando empezó la pandemia teníamos un plan para grabar nuevo material que no se pudo hacer. Pero más tarde empezamos a grabar y ahora estamos en las mezclas finales. «Así que este año vamos a sacar disco nuevo y el 17 de abril vamos a estar tocando en Strummer Bar, de Palermo, junto a Robinsones (Pablo Dacal y Gigio González)””.

El multifacético músico no se detiene: el 14 de marzo lanza un disco solista y como baterista con su cuarteto experimental Acido Canario ya está componiendo nuevo material.

Soltar

Soltar es un quinteto de rock barrial de zona sur de GBA. Arrancó en 2019 con un sonido que fusiona el ska con el folklore y el jazz. “También tratamos de dejar un mensaje en nuestras letras. Canciones que buscan la esperanza”, cuenta Daniel Ruiz (voz y guitarra rítmica) y agrega: “Aún no llegamos a tocar en vivo. Actualmente, estamos presentando el primer disco. Decidimos subir a las plataformas dos canciones por mes hasta completar todo el álbum que es de once canciones”.