Los incendios que no son tapa

Los incendios que no son tapa

Mientras los incendios en el Delta de Paraná ocupaban los titulares de los principales medios, los estragos por el fuego en La Pampa quedaron en el olvido. En las últimas décadas, la sequía y la intromisión humana en el ecosistema generaron un desierto artificial propenso a arder, pero no a ser problematizado. ¿Qué tiene que ver con el fuego el conflicto con Mendoza por el río Atuel?

La regular invasión de humo en la capital porteña abre y reabre hace años en los principales medios de comunicación y redes sociales el debate sobre el control de los incendios. El estado de alerta en torno al cambio climático y sus efectos son discusiones de extensa repercusión e importancia en nuestros días. Sin embargo, existen zonas de la Argentina donde, debido a su escasa población y poco interés económico, el fuego genera menos urgencia. Por ejemplo, en el 2022 hubo 82.000 hectáreas afectadas por el fuego en el Departamento Chalileo, provincia de La Pampa. Ese mismo año en el Delta del Paraná se quemaron unas 110.000 hectáreas: ambos fueron incendios de gran tamaño, pero, mientras los del delta aparecían en todos los medios, sólo los portales locales se encargaron de relevar algo de información sobre el caso pampeano.

La provincia de La Pampa es un claro ejemplo de invisibilización de problemáticas medioambientales a nivel nacional pese a que se posiciona en los primeros puestos del ranking de hectáreas quemadas en nuestro país. La crisis ambiental por las altas temperaturas se suma a la intervención del ser humano; el interés económico supera al cuidado de la vida silvestre y hace que el oeste pampeano sea un desierto artificial propenso a arder. Pero, si esto es sabido, ¿por qué no se hace nada? ¿Hay algo por hacer? La Pampa reconoce la problemática ambiental y, desde su provincialización a mediados del siglo XX, ha reclamado ante la justicia los derechos fluviales de la principal fuente de agua en la zona, el Río Atuel, actualmente a manos de Mendoza.

Contexto histórico

El oeste de la región pampeana, ubicada en una zona semiárida, ha experimentado profundos cambios medioambientales desde mediados de la década del cuarenta. Esto se debe a transformaciones significativas en el entorno debido a la interrupción permanente del río Atuel en el territorio pampeano resultado de dos elementos clave. Por un lado, la explotación intensiva en Mendoza para establecer y fortalecer la región fructífera de San Rafael y General Alvear. Por el otro, la presa Los Nihuiles que desde 1948 desabastece los cauces del río que ingresaba por el noroeste de la provincia de La Pampa. Como consecuencia, la población local se vio obligada a emigrar, lo que ocasionó un progresivo abandono del territorio. Esta situación ha llevado a un reclamo firme por parte de La Pampa, ya constituida como provincia a partir de 1951.

Sin embargo, la fauna y flora silvestre no pudieron mudarse y, bajo la amenaza del fuego y la sequía, permanecen como pueden en territorios cada vez más acotados y hostiles. Por estas razones, y por el avance de la frontera agraria, poblaciones de animales terrestres fueron desplazándose a territorios alejados de lo que fue su hábitat natural. Por su parte, la población de aves disminuyó, lo que representa una pérdida de riqueza natural enorme debido a la importancia internacional del humedal pampeano. 

El conflicto socio-ambiental ha atravesado diferentes etapas que incluyen dos demandas presentadas por La Pampa ante el máximo tribunal de Argentina en 1978 y en 2017. En ambos casos, los fallos han resultado a favor de La Pampa, aunque no generaron cambios en la situación hídrica. Mendoza sostiene que no cuenta con la disponibilidad de agua requerida; sin embargo, en años recientes se ha comenzado a implementar fracking en Malargüe que demanda volúmenes considerables de agua. Esta situación contradice, en cierta medida, la postura adoptada y lleva a pensar que existen otras prioridades por parte de Mendoza.

Hablar de la situación de los incendios y, en especial del Atuel, “excede lo que es meramente hídrico: abarca también lo que es socioambiental”, aclara en conversación con ANCCOM la geógrafa María Laura Langhoff. “En Mendoza hay intereses muy fuertes de acaparar el agua para otros usos y negársela a los mismos productores-regantes. Se está impulsando desde el sector de la minería y el sector hidrocarburífero proyectos como el de Cerro Amarillo, en la cuenca alta del Atuel, para extraer metales como cobre y oro” cuenta Langhoff. De esta manera, las respuestas evasivas del gobierno mendocino se entrelazan de forma sospechosa con intereses privados. 

En palabras de Langhoff, a nivel discursivo, el Atuel se convirtió en “el río que tapó el tema del agua”, ya que, según la especialista, “el reclamo no puede ser el mismo de hace 50, 60 o 70 años porque son otros actores los que intervienen, es algo más complejo”. La centralización de la demanda por los derechos del Atuel por parte de La Pampa condicionó la discusión por el correcto uso del agua ya que éste no es el único caso de interrupciones humanas de ríos en la zona.

Proyectos mineros en la zona de Malargue, Mendoza.  

Problemática política y territorial

Mendoza es una de las provincias más importantes en cuanto a influencia política y económica de la zona. El turismo, el vino y los deportes de montaña son los principales atractivos de una provincia cuyo principal ingreso se da por el aprovechamiento de los caudales de agua retenidos y la explotación de sus recursos naturales. Sus casi dos millones de habitantes superan por gran diferencia los 366.022 habitantes de La Pampa, actualmente concentrados en el este de la provincia. 

Los puesteros del oeste y los pequeños pueblos aislados en la árida región no parecieran ser lo suficientemente relevantes o políticamente influyentes como para aparecer en las discusiones cuando se habla de las víctimas del fuego a nivel nacional. “En un año que hubo incendios en casi toda la provincia de La Pampa, allá cerquita del pueblo mío, murió un concejal apagando el incendio; después murieron siete vecinos del campo de mi padre” cuenta Ariel Hugo “Alpataco” Vasquez, poeta oriundo de la comunidad puestera del oeste pampeano.

“La ayuda de los vecinos, de los puesteros, no solamente es necesaria para apagar los incendios sino para lo que viene después: luchar con los animales, con el poquito campo que ha quedado sin quemarse”, resume Vazquez. “Todo aquello que era tan verde, próspero y fértil dejó de ser, pasó a ser lo contrario, se transformó en un desierto. Creo que es el desierto producido por el hombre más grande del mundo, del tamaño de Bélgica”, reflexiona Alpataco. “Ha sido un cambio de ciento ochenta grados para los pobladores, para los puesteros de esos lugares que no solamente están sufriendo la sequía. Para peor que cada 4 o 5 años les largan de golpe el agua sin avisar y le vuelven a quitar los puestos y a matar los animales”. Muchos lugareños ven sus chozas afectadas por las crecidas repentinas, cuando, rara vez, Mendoza abre las compuertas del Atuel y lo deja correr por un período corto de tiempo. “Es como si fuera una provocación que nos hacen. A ciento cincuenta kilómetros al norte está la capital de rafting y nosotros ahí tragando polvo, arena”, concluye “Alpataco”.

Mientras las discusiones políticas siguen, cientos de familias pampeanas continúan abandonando el oeste. Si la falta de respuestas por los gobiernos provinciales y la idea de polos opuestos se sostiene es de estimar que la migración se convierta en una constante. De esta manera, en cuanto a las víctimas del fuego, la tendencia natural es que ya no quedará quién sufra de los incendios y la invisibilización habrá terminado (salvo, por supuesto, si no tomamos en cuenta al ecosistema y el legado cultural de la zona).

El vaciamiento territorial, la invisibilización de la problemática a nivel nacional y discurso combativo del gobierno pampeano ocasionaron un antagonismo que dificulta las posibles soluciones entre sectores provinciales. Los reclamos por el agua y la situación estructural de los incendios siguen hoy día sin respuesta y a no ser que condiciones extraordinarias ayuden, es de estimar que el panorama se mantendrá como a lo largo de estas más de siete décadas.

De megaminería a megasequía

De megaminería a megasequía

El oeste pampeano se caracteriza por la escasa disponibilidad de agua, pero por donde supo fluir la subcuenca del Río Atuel: un oasis natural en medio de una zona desértica. Si bien hace más de 100 años el río posibilitó la presencia humana y el desarrollo productivo, pero la disminución drástica de su caudal como consecuencia primero de los desvíos clandestinos en la provincia de Mendoza y, a partir de 1947, de la construcción de la represa El Nihuil, ya no cumple tal condición. 

“Durante mucho tiempo La Pampa ha sido una tierra olvidada. Si se estudia la evolución o, mejor dicho, la involución del mapa de La Pampa se ve que poco a poco va quedando excluida de la posibilidad de desarrollo. Es una pena tener que usar el tiempo pasado porque uno advierte que allí hubo un crimen contra la naturaleza y el ambiente”, afirmó Walter Cazenave, doctor en Geografía y miembro de la Fundación Chadileuvú, una organización que lucha por el ambiente y los ríos de esa región. 

El acelerado proceso de desertificación provocó no sólo la destrucción del ecosistema sino que también “la gente que pobló y que puso en producción ese humedal del Atuel tuvo que irse ya que no había más trabajo”, explicó Cazenave. Al éxodo masivo de la población le siguió el empobrecimiento de la región. Desde entonces, La Pampa -sus gobiernos y la sociedad cada vez más organizada- ha reclamado a la provincia mendocina el caudal de agua que le pertenece, configurando una historia larga y penosa de un litigio aún sin resolver. 

La peor crisis en 50 años

El aprovechamiento del río aguas arriba en función del desarrollo y los proyectos mendocinos, provocó un estado de escasez y vulnerabilidad crítica para los pobladores pampeanos de aguas abajo. Las razones alegadas en las instancias judiciales por el gobierno de Mendoza han sido diversas, pero la más reciente apunta a la supuesta insuficiencia del caudal: el agua no alcanzaría para que el río vuelva a fluir como antaño. 

“Hay algo que se llama ‘eficiencia de riego’, que es cuánto rinde el litro o el metro cúbico de agua en la tierra. Un estudioso -que era director del Departamento de Agua de Mendoza- llegó a la conclusión de que el agua que usaba Mendoza era del orden del 19%, los demás se perdían o se insumían y después subía como sales, lo cual supone un problema”, explicó el geógrafo. 

La provincia de Mendoza se encuentra viviendo, según sus propias autoridades, la crisis hídrica más grande de los últimos 50 años, pero no pareciera estar siendo atendida como corresponde. Si bien los usos del agua han sido siempre diversos -cultivo bajo riego, deportes acuáticos y uso humano, especialmente-, a lo largo de los años se ha avanzado o intentado avanzar con proyectos de megaminería y fracking como Hierro Indio y Cerro Amarillo, entre otros. 

Actividades como estas requieren de enormes cantidades de agua para su concreción. Por ejemplo, según el Observatorio Petrolero Sur, el fracking utiliza entre 10 y 30 millones de litros de agua por cada pozo realizado. ¿Cómo es posible, entonces, que haya un cupo de agua semejante para estas empresas en un marco de escasez hídrica y no para devolverle el caudal a La Pampa? Es evidente que el problema no es una cuestión de disponibilidad, sino de intereses económicos y políticos.

Gran parte del agua que se utiliza para el fracking en la provincia cuyana es de la cuenca del río Atuel. Es decir, la contracara de la devastación ambiental, económica y cultural en el oeste pampeano son los intereses de enriquecidas empresas que, con el aval de autoridades políticas mendocinas, atentan contra la posibilidad de un futuro que contemple el desarrollo de una vida digna para quienes habitan estos territorios. 

Actualmente, a pesar de que el fallo de la Corte Suprema de Justicia en julio de 2020 fijó como meta interina un caudal mínimo permanente del río Atuel de 3,2 m3/s en el límite entre La Pampa y Mendoza, sólo basta acercarse a los viejos cauces para encontrarse con otra realidad: en tierras pampeanas el Atuel está completamente seco. 

Una tragedia silenciosa (o silenciada)

La ausencia del río en La Pampa ocasionó daños verdaderamente inconmensurables: el corte total de la principal fuente de agua potable de las familias aledañas, la destrucción de una ecología naturalmente equilibrada y el desarraigo de la estructura socioproductiva de la ribera. 

“La gente que vive acá sobre los ríos ha tenido que meter los molinos, los jagüeles y a veces hasta los corrales dentro del viejo cauce -por el que ya no corre el agua- para tratar de buscar un poco de mejor pastura o de agua (subterránea)”, afirmó Jesús Fernández, oriundo de Santa Isabel y férreo defensor del derecho al agua en el oeste pampeano. Además, en relación a las sueltas esporádicas y desorganizadas que Mendoza realiza, añadió: “Se va desertificando el cauce durante tantos años de ausencia que, cuando viene, corre por todos lados e inunda todo, rompe todo, se pierden animales, se pudren alambrados”. 

Alejandra Domínguez, una criancera por cuyas chacras pasaba el Atuel, relató que “antes llovía cuando tenía que llover, corría viento cuando tenía que correr y en invierno se alcanzaban las heladas. Al no correr el río por el cauce, provoca un desastre porque cambia todo. Las tormentas se empiezan a negar: se viene más seco, viene más viento y es más difícil que llueva”.

Carlos Lucero, puestero que vivió toda su vida a la vera del río, narró también que “acá antes había totoras, juncos, patos, gallareta, cisnes, nutrias. Había todo tipo de bichos de agua y eso se perdió por falta de agua. Ahora los campos no rinden como cuando estaban los “bañados del río”. La hacienda está regular y tendría que estar excelente. La hemos pasado mal, si tuviéramos el agua del río no pasaría esto”.

Si bien varias generaciones crecieron sin agua en los cauces, la lucha aún se transmite de generación en generación, a pesar de tantos años sin respuesta. Actualmente, todo esto se enmarca en un contexto en el que, en distintas provincias argentinas, el pueblo se levanta cada vez más fuerte en defensa de sus bienes naturales, entre ellos el agua. Si bien Argentina en particular y América Latina en general cuenta con grandes cantidades de agua dulce -un tercio del total en el mundo- son en estos mismos territorios donde el capitalismo en su fase neo-extractivista pone en jaque su disponibilidad por los usos indiscriminados. 

“El agua es un problema en el mundo y desde siempre lo ha sido en La Pampa. El derecho humano al agua es inalienable pero a lo largo de la historia de la humanidad el problema ha estado siempre vigente”, relató Cazenave. A su vez, en relación a que el agua -ya desde finales del 2020- empezó a cotizar en la bolsa de Wall Street, agregó: “El coste comercial de este bien derrumba su condición de ser inalienable, porque entonces quien no puede pagar no va a tener agua o va a tener un costo fijado por las grandes compañías. El tema es realmente muy enrevesado”. 

Hace tan solo unos días Kamala Harris, vicepresidenta de Estados Unidos, advirtió que lo que se viene, luego de los litigios por el petróleo, es “la guerra por el agua”. Estas no son en absoluto cuestiones ajenas entre sí. Todo indica que, cada vez más, grandes intereses estarán atentos, justamente porque el mercado valúa en base a la escasez, es decir, guiado por la certeza de que el agua va a faltar. 

Entonces, la defensa de los bienes hídricos, en este caso el Atuel, no es solamente un problema de los pampeanos ni un mero litigio entre estas dos provincias. Se trata de un bien natural, público y, fundamentalmente, de un derecho que -cabe resaltar- no se puede dar por descontado. 

La historia de este río robado, una historia de total impunidad, alerta sobre la necesidad de comenzar a repudiar y sancionar delitos como éstos, cuyos autores no titubean en arrasar con los paisajes autóctonos, con los bardinos, los choiques, las copetonas y todo lo que en un momento supo haber y que hoy, aguas abajo, tristemente ya no hay.