En la novela, Wilmart le habla a un otro que no podemos saber quién es y reitera en varios pasajes los casi 85 años que está por cumplir.
¿Quién es ese otro? ¿Él mismo?
Esa fue la idea, que su interlocutor no tuviera nombre, no tuviera rostro, no tuviera historia. Solo el dato que tienen la misma edad que tenía él al llegar a Buenos Aires. La novela es una especie de larga entrevista de cinco encuentros. Se puede pensar como un simple joven interesado en la historia de este hombre que tenía mucho para contar, se puede pensar como un enviado de la familia para rescatar los documentos, las cartas, las fotos que él atesora y que compromete ese status ya consolidado en su relación con lo que era Marx en ese contexto: un hecho maldito de la historia para una familia burguesa miembro de la élite. O podría pensarse como el otro en los términos de Borges, ese diálogo con un espejo que es él mismo cuando tenía los 22 años preguntándole sobre el recorrido posterior de su vida. En la novela no está resuelta la cuestión, lo dejo ahí. Se puede leer como cualquiera de las tres opciones. Es deliberado, tomé la decisión de que fuese así, no darle más pistas al lector, ni siquiera están las preguntas que él le va haciendo es una decisión que me parecía que funcionaba y que enriquecía la novela y la trama.
¿Puede leerse como una novela histórica?
No la pensé como novela histórica, traté de centrarme en la persona y en la reconstrucción que iba haciendo de esos momentos. Traté de alejarme de los parámetros habituales de la novela histórica por eso hay algunos giros, repeticiones para situar la trama y la voz del personaje; en ese lugar contiguo a su biblioteca como dice persistentemente. Esa fue la idea, correrla del tradicional tratamiento que tienen las novelas históricas, lo que no quiere decir que no haya historia concreta y real pero donde lo hay también es a partir de una interpretación de la historia porque mientras reconstruye también hace un ejercicio crítico de esa historia vivida. Uno puede intuir también y deja trascender que es un ejercicio crítico respecto de su propia intervención en la historia de manera socarrona, con sorna caracteriza esas diferentes intervenciones. Pero también cómo tomó y aplicó él las categorías rudimentarias del marxismo. Hay varios ejercicios críticos ahí. No la pensé como novela histórica sino como la novela de un personaje. Es Raymond Wilmart en su biblioteca, reconstruyendo su pasado y ejerciendo sobre ese pasado una operación ficcional y literaria.
En relación a la postura crítica de Wilmart, el personaje menciona que “nadie se toma el trabajo de pensar en este país”. ¿También puede ser pensado como una crítica a lo que él encontró?
La frase es textual de las cartas. Me tomé el trabajo de leer las tres cartas que él le envió a Marx y que se conservan y perduran en Amsterdam. Las leí y pensé la novela a partir de ellas como una especie de glosa que estructura la novela y lo que me hace pensar en el fuerte influjo de categorías eurocéntricas en esa mirada, no porque Marx las tuviese, pero sí en cómo este personaje logra incorporar esa lectura de la historia de Marx. Y lo hace en los términos eurocéntricos y llega al país en una clave no muy diferente a la de Sarmiento, de civilización y barbarie. Ve en esos gauchos que conformaban el ejército irregular de López Jordán, la barbarie. Ahí no hay una categoría de lo popular para desarrollar, sino que está la barbarie casi en términos sarmientinos. Creo que venía con ese bagaje de categorías e interviene ahí muy fuertemente en ese sentido. Seguramente no leyó textos de Marx sobre la cuestión colonial, aunque Marx tiene un famoso escrito sobre Bolívar que también piensa la cuestión americana en esos términos. El Wilmart que llega y escribe esas cartas a Marx está pensando en esas categorías eurocéntricas, en la década de 1930, cuando entran en crisis muchas cosas, también entra en crisis esa cosmovisión. Es un Wilmart ya alejado de Marx, de la posibilidad de la revolución, pero con la necesidad de hacer un ejercicio crítico de cómo había visto ese país al llegar en 1872. Hago ese juego literario.
¿Cual consideras que pudo haber sido su efectiva influencia en el desarrollo del marxismo local? ¿Hay alguna información o referencia en relación a esa influencia?
Escasa. Diría casi nula. Él llega en octubre de 1872. Durante 1873 trabaja en la tarea de reorganizar a los comuneros, tiene escasos resultados y lo cuenta en las cartas. En una de ellas es muy explícito en ese sentido, marca la imposibilidad de la revolución en estas tierras, dice que por más que soplemos las cenizas será muy difícil encender el fuego revolucionario. De ahí también el título de la novela. Después viaja a Córdoba y su vida toma otro camino. No porque sea lo que hoy podríamos llamar un quebrado que asume la cosmovisión de la clase dominante, sino porque toma distancia del marxismo y de la lucha revolucionaria, se incorpora como un miembro satélite de esa élite, se forma luego en la universidad de Córdoba, en Mendoza se convierte en juez. Regresa a Buenos Aires para dar clase en la Facultad de Derecho y luego se convierte en asesor del Ferrocarril Central Argentino en propiedad de Gran Bretaña. Su recorrido es muy otro, pero aun así sigue siendo una persona, si se quiere, liberal reformista. Hay algunos documentos que hablan que no era necesariamente un intelectual orgánico de esa élite, promueve la participación de las mujeres en la política, tiene un perfil reformista para la época. Su tarea la desarrolla en esos parámetros, por eso yo pienso los años 30 como una crisis de esas ideas, del marxismo que él había traído consigo, pero también de esa sociedad liberal de la Generación del 80 que con la crisis del 30 también entra en crisis como entran en crisis en Europa las democracias liberales y se da el surgimiento de los fascismos. Aquí entra en crisis el modelo agroexportador, la democracia que el país había sabido construir con la Ley Sáenz Peña, tras el golpe cívico-militar pero también con la proscripción de fuerzas políticas, el llamado voto patriótico, el fraude patriótico, el asesinato en el Congreso de la Nación de Enzo Bordabehere… Es la sociedad del preperonismo, donde hay una crisis de representación muy profunda y una descomposición del sistema político, él habla desde ese momento donde entran en crisis valores que él había asumido como propios y el universo de miradas posibles que habían formado parte de su vida.
Wilmart, el personaje, menciona que soplar sobre las cenizas es soplar sobre ese fuego revolucionario que se inició, lo menciona al principio hablando de Londres y Manchester y cuenta cómo el capitalismo había construido su propio sepulturero. Pero plantea que en Argentina es mejor soplar el polvo que las cenizas, ¿a qué se refiere?
Hay un juego entre el polvillo de los textos que él pretende desempolvar y que de alguna manera tienen destino de hoguera que es lo que finalmente pasa con las cartas y los documentos. La familia termina quemando El Capital que él tenia. Wilmart ve la imposibilidad de hacer la revolución en contexto de ese país periférico que había logrado organizarse a partir de una clase en particular que había logrado insertarse como proveedor de materias primas al mundo, a la Europa industrializada y que no tenía el desarrollo de una clase obrera importante, sino que había mas bien un artesanado. Él no encuentra interlocutores para hablar, cuando le envía la carta a Marx diciéndole que no había mucho interés en leer el primer tomo de El Capital que le mandó por fascículos. También le dice: “Podría usted también modificar las categorías o las formas de exponer El Capital porque resulta altamente complejo para los trabajadores existentes aquí”. Se aleja de la idea de la revolución, es un social reformista liberal y planteo en la novela cierto temor por lo que había vivido, por su experiencia y por lo que podía desarrollarse. Es contemporáneo también a lo que fue la represión a los talleres Vassena, la Patagonia Trágica, el desarrollo de la Liga Patriótica. Ahí hay un germen represivo que él desde los 30 y en un contexto del asesinato de un senador de la Nación o de la represión a través de la picana de “Polito” Lugones podría ver como un temor para ese país que ya le dolía como propio. Y para esa certezas liberales que entran en crisis, pero también para las suyas.