“El derecho a la propiedad debería poder ser regulado, como todos los demás”

“El derecho a la propiedad debería poder ser regulado, como todos los demás”

El último censo reveló una cruda realidad: en Argentina solo el 65% de las familias son dueñas de sus casas. En la Ciudad de Buenos Aires, la cifra baja al 52%. En un país con cerca de 10 millones de inquilinos, la política no ha logrado dar una solución para un mercado de alquileres cada vez más inaccesible.

La Cámara de Diputados de la Nación sesionará el 23 de agosto para discutir la reforma o derogación de la ley de alquileres, a tres años de su sanción, en el marco de una crisis habitacional cada vez más grave.

El legislador porteño por el Frente de Todos, Manuel Socías, quien trabaja desde 2015 junto a un equipo multidisciplinario sobre la problemática de la vivienda en la Ciudad de Buenos Aires, presentó recientemente su propuesta de crear un Régimen Nacional de Alquileres Protegidos.

En diálogo con ANCCOM, Socías asegura que “la mirada de Juntos por el Cambio sobre la ley es muy irresponsable porque genera incertidumbre”. A la vez, alerta sobre la “crisis de imaginación y audacia” de toda la dirigencia política para abordar el problema y plantea la necesidad de que haya “un nuevo poder legitimado” que pueda convocar a los principales actores a discutir la normativa vigente.

¿Cuál debería ser la discusión sobre la ley de alquileres?

Es un falso dilema el que está planteado en el Congreso. No se trata de derogar o dejarla tal cual está. La ley es bienintencionada, pero está pensada para otro contexto y no funciona con alta inflación. Lo que hay que discutir son sus aspectos más problemáticos: cada cuánto se puede actualizar el contrato (hoy anualmente) y si es de dos o tres años.

¿Qué cambios deberían hacerse?
Habría que acortar los plazos, hacerlos semestrales, pero usar un coeficiente que no sea el IPC (Índice de Precios al Consumidor), sino sólo el RIPTE (Remuneración Imponible Promedio de los Trabajadores Estables), menos un porcentaje, porque es un coeficiente que mide la evolución de los trabajadores del sector formal y eso no incluye al total de la población inquilina, donde también hay cuentapropistas, monotributistas y trabajadores de la economía informal.

¿Esta reforma podría plantearse en la próxima sesión?
En un año electoral es imposible. Juntos por el Cambio tiene una mirada muy irresponsable, porque plantea derogar la ley. Lo único que va a generar eso es más incertidumbre y romper más el mercado. Es malo para los inquilinos, pero también para los propietarios. Hoy los dueños están haciendo contratos de tres meses, por fuera de la ley, por indicación de las inmobiliarias, usando un agujero legal para los alquileres temporarios. De acá a diciembre, la situación cada vez va a ser peor, hasta que haya un nuevo liderazgo legitimado que convoque en una mesa a la política, el sector inmobiliario y los inquilinos para discutir la actual normativa

¿Por qué se discute tan poco el problema de la vivienda?
La principal razón es que la industria de la construcción es el principal dinamizador de la economía argentina, porque genera muchísimo empleo y sirve para paliar la situación de crisis social. El problema es que es malo para lo habitacional, pero nadie quiere tocar esa bomba de relojería, porque si te equivocás de cable vuela todo por el aire. La segunda es el derecho a la propiedad, que es el único pensado como un derecho absoluto y debería poder ser relativizado y regulado como todos los demás. Eso no quiere decir expropiar departamentos, sino reglamentar la renta, porque la vivienda es un derecho constitucional que hay que garantizar.

¿Puede repensarse este escenario?
La dirigencia hoy no tiene la vocación de hacerlo. No es un problema sólo de Larreta o de Macri. Hay una crisis enorme de imaginación, de pereza intelectual y falta de audacia política general. El peronismo dice que se soluciona construyendo vivienda pública y la derecha dice que se hace dejando que el mercado edifique sin parar. Ninguno de los dos paradigmas resuelve el problema. El primero porque no tenés escala para construir viviendas desde el Estado que te permita resolver el déficit habitacional, y el segundo porque la perspectiva de mercado no está pensada para hacer eso, sino para dolarizar como una reserva de valor. Hay que encontrar una diagonal entre ambas perspectivas que permita combinar instrumentos para darle escala, capilaridad y velocidad a la respuesta. Hay que inventar cosas nuevas.

¿Cuál es tu propuesta para atacar la problemática?
Si el peronismo gana las elecciones, el 11 de diciembre debería proponer el reemplazo a la ley de alquileres por un Régimen Nacional de Alquileres Protegidos que cambie radicalmente la mirada sobre el tema. Todas las viviendas en Argentina tienen que estar dentro de un régimen que consiste en dos submercados: uno público y uno privado. El primero debe ser estructurado a partir de bancos públicos de vivienda a nivel nacional, provincial y municipal, que alimenten un stock de viviendas para atender a las poblaciones más vulnerables y a los sectores medios con alquileres accesibles, como hacen Nueva York, París o Madrid. Por otro lado, al submercado privado de alquileres hay que darle un conjunto de incentivos para aumentar la oferta y mejorar la rentabilidad a cambio de estabilizar una curva de precios que acompañe la variación del ingreso de la población inquilina. Aquel propietario que ponga su propiedad en alquiler no tendrá que pagar bienes personales, ganancias, sellos, ABL, ingresos brutos, nada. Ese conjunto de beneficios es el equivalente a un alquiler número 13, como si le pagáramos un aguinaldo al propietario. A cambio, tiene que respetar unos precios de referencia acordes al promedio histórico de la ciudad.

¿Alcanzan esos incentivos?
Tenemos la expectativa de que sí, pero lo discutí con el presidente de la Cámara de Desarrolladores Inmobiliarios y él considera que no, porque toda esta economía está en negro. Los contratos no están registrados, probablemente las viviendas tampoco. Por eso hay que tener decisión política para desarrollar al mismo tiempo una burocracia en el Estado capaz de entender y fiscalizar ese mercado. Hoy ningún gobierno (nacional, provincial ni municipal) tiene un área dedicada al tema de los alquileres.

¿Cómo podría articularse ese registro con una regulación de los alquileres destinados al turismo?
Que haya turismo internacional en Argentina es una buena noticia porque ingresan dólares, pero también tiene un problema que es la dolarización de los precios y la reducción del parque habitacional. Primero hay que hacer un registro para saber cuántos departamentos están volcados ahí y después hay que tomar medidas diferentes según la realidad territorial. Por ejemplo, San Martín de los Andes, Bariloche y Ushuaia son ciudades que están en una situación habitacional crítica. En esos lugares hay que acotarlos como hacen todos los países del mundo, donde autorizan que haya el 20% o el 30% de las unidades. Hoy la Ciudad de Buenos Aires está promoviendo con subsidios la reconversión de edificios de oficinas del microcentro en viviendas para Airbnb. Eso hay que prohibirlo de raíz. Otros países limitan los alquileres temporarios a 60, 90 o 120 días al año. Hay un montón de regulaciones posibles, pero todas tienen que estar adecuadas a cada realidad territorial y requieren una reingeniería institucional muy desafiante.

¿Puede repensarse este escenario?

La dirigencia hoy no tiene la vocación de hacerlo.

No es un problema sólo de Larreta o de Macri.

Hay una crisis enorme de imaginación, de pereza intelectual y
falta de audacia política general.

¿Cómo es la legislación sobre el tema en la Ciudad de Buenos Aires?
En CABA hay un registro de Airbnb donde los contratos de alquiler temporario tienen que pagar el 6% de ingresos brutos. Actualmente hay 300 departamentos registrados sobre un universo que se estima en 20.000. Es una ficción. No paga nadie. La Ciudad de Buenos Aires no tiene la voluntad de registrar y regular esos alquileres. De todas maneras, a mí también me gusta ir a un Airbnb cuando viajo y para un propietario es un buen negocio, me parece fantástico. Pero todo eso tiene que estar armonizado con el derecho a vivir con dignidad en el lugar donde naciste.

¿Se puede pensar en préstamos hipotecarios tras el fracaso de loscréditos UVA?
Los créditos hipotecarios tal cual estuvieron pensados en los últimos años no sirven, porque lo único que hacen es darle a un conjunto de la población un paquete enorme de dinero para competir en el mercado de compra y venta de inmuebles que están dolarizados. Es una política que lo único que hace es aumentar los precios y convalidar la dolarización.

¿Cuál sería una alternativa sostenible?
El Estado tiene que aportar la tierra, convocar a los sectores medios a aportar sus ahorros y constituir un fideicomiso sobre esos terrenos. Con eso, construir y comercializar propiedades en pesos y al costo. Después, entregar un crédito hipotecario en pesos para cubrir la brecha que se ajusta por la variación de los ingresos de los sectores medios. Es un préstamo que está montado sobre un nuevo tipo de oferta y desde otra lógica.

¿Cuál es tu mensaje para los jóvenes que buscan independizarse en este contexto?
Yo soy muy amigo de Ofelia Fernández, que es una joven que alquila y tiene una representación bastante cristalina de la agenda de los jóvenes. Ella me dijo que nosotros tenemos que organizar generacionalmente la pelea por el derecho a vivir en el lugar donde nacimos. Los burócratas no van a hacer nada hasta que no reciban una presión descomunal de los pibes que tienen una enorme dificultad para irse de la casa de los viejos. Mi mensaje es organícense, peleen y obliguen a la política a dejar de romper las pelotas y a discutir estos temas con seriedad y honestidad.

“El consumo es genocida”

“El consumo es genocida”

«Vivimos en sociedades donde más del 70% del consumo es sofisticado y tiene que ver con lo superfluo», subraya Briski.

Para quienes no lo conocen, Norman Briski vive, respira y piensa teatro, como una herramienta cuya estética transforme la realidad. Su crianza transcurrió en una familia de actores, tuvo que exiliarse durante la última dictadura militar, tiene innumerables trabajos realizados, en las tablas, en la calle, en las villas, en fábricas, en organizaciones sociales, en el cine y en la televisión. Es un hombre prolífico: actor, mimo, escritor, director y maestro de actores. Padre de cinco hijos, formó parte del grupo de Teatro Popular  Octubre, allá por la década de 1970 y hoy, a los 81 años, sigue en Calibán, su centro de operaciones: una ex fábrica de camisas que se transformó en un teatro para jugar, experimentar y resistir los embates de una sociedad cada vez más consumista y mercantilizada.

Entrevistar a Norman Briski, es abrir una especie de caja de Pandora. En ella hay cristales para ver de otras maneras, palabras que toman significantes nuevos, humor, ocurrencias y un mazo de posibles cartas para jugar, sin comodines.

Al seguir tu trayectoria y tu militancia a través del teatro, hay una palabra que te define: despojo. Te despojaste de los prejuicios, de los artificios y te lanzaste a hacer. ¿Qué podrías decir sobre este concepto?

Creo que el despojo es una clave. Si hay una alternativa que signifique el camino hacia la igualdad, sería el despojo. Hoy vivimos en sociedades donde más del 70% del consumo es sofisticado y tiene que ver con la alienación y lo superfluo. Si toda esa producción del hombre estuviese dedicada a toda la sociedad, en términos de pensar en igualdad, no habría pobreza en el mundo. El despojo, entonces, es desprenderse de lo que uno está consumiendo de más.

¿Qué creés que estamos consumiendo de más?

 Los celulares, por ejemplo, son la clave de un nuevo genocidio. Primero, que la construcción de un celular significa la relación con la minería y la relación con la minería significa muerte. Si se fijan en Madagascar, que es un lugar donde se explota este tipo de minerales, se van a dar cuenta que, de un paraíso, pasamos -casi, casi- a una destrucción de lo humano.

¿El consumo es genocidio?

El despojo sería despojarse de esta hipercomunicación, que destruye el afecto y el cuidado. Entonces, el despojo podría ser una gran palabra para entender que las economías se basan en el consumo y que ese consumo es genocidio. Y la única manera de hacerse cargo de eso. Despojar a un burgués de su 4X4 es matarlo. Si siente que no la va a adquirir eso, va a matar al que sienta que no lo deja hacerlo o al que le esté pinchando la goma. Es un problema grave, ya estamos muy sumergidos en el placer improductivo del consumo.

 Desde ese lugar, ¿cómo ves al socialismo hoy y cómo lo pensás con tu parte peronista?

El peronismo, como capitalismo reformista, ha fracasado. Aquel peronismo de Perón y Eva Perón, en comparación con esto, que también se llama peronismo, no tiene nada que ver.

«La urna es para amansados ciudadanos que buscan en el Estado la resolución de la corrupción», dice Briski.

 ¿Por qué creés que fracasó el peronismo?

Fracasa el peronismo en general, porque el reformismo no modifica estructuralmente un país, lo arregla, lo mejora. Aparece una idea de justicia social pero, en definitiva, es el negocio entre patronal y trabajo. Parece que terminó su instancia paternalista y que eso hoy hay que cuestionarlo. Sin embargo, lo único que se ha hecho es marchar hacia el centro de un populismo deportivo. Pasó a ser una socialdemocracia que se junta con la manada de los capitalismos en todas sus formas. Es decir, que lo único que se está racionalizando es qué capitalismo podemos tener, que sea menos salvaje que el de los neoliberales. Es una lucha entre capitalismos. Está afuera de la agenda de los pueblos la alternativa socialista.

¿Qué es socialismo hoy?

 El socialismo en la Argentina, en términos históricos, está instalado, pero la idea asamblearia de constituir un pensamiento socialista moderno, necesitaría –indudablemente- de la asamblea para ir pensando entre todos qué socialismo queremos. La clave sería la herencia, el cuestionamiento de la propiedad y también que el sistema productivo esté en manos de quien la trabaja.

¿Cómo ves la izquierda en nuestro país?

La veo electoralista, cosa que a mí me da un poquito de vergüenza, porque se meten en el sistema de una democracia burguesa, que les gana en términos de estructura y desde allí está claro que no se puede llegar a un cambio. O sea, estoy en desacuerdo con que la izquierda este en las urnas. La urna es para amansados ciudadanos que buscan en el Estado la resolución de la corrupción.

¿Sería posible pensar un sistema sin Estado?

Sería extraordinario que se pensara, porque evidentemente una vez que se establece, el Estado te va a ganar. Es como ir a Mar del Plata a jugar a la ruleta y decir: ‘Saquen el grupier’.  Entonces se acaba el juego. Es un juego perverso y habría que charlar para ver cómo hacemos, porque el neoliberalismo tampoco cuenta con el Estado.

 ¿Será por eso que hay variantes neoliberales que se autodenominan libertarias desde una concepción anarquista filosófica?

 Sí, pero la clave de los anarquistas es ‘No al Estado’ y nadie es propietario de nada.

 Ni Estado, ni mercado sería…

 Sí, sí, una vez que hay Estado, el mercado responde a su estructura de explotación. Parecería que estamos lejísimo de eso. Me da la impresión que para la construcción de esto hay que tener valores y principios, contando mucho con las derrotas. Si vos querés cambiar tanto las cosas, vas a ser varias veces derrotado. Los intereses son muy grandes y lo que existen son las diferencias en el modelo del capital. Habría grieta si se hablara de un cambio estructural de país, es decir, un socialismo nacional.

  ¿Ves al peronismo como una etapa del capitalismo que vaya hacia el socialismo?

No, incluso el peronismo puede retrasar, puede frenar un cambio social profundo. Porque al reformar aparece el ‘gatopardismo’, el cambiemos algo, para que todo siga igual que antes.

 Teniendo las elecciones tan cerca y viendo al peronismo que, como decís, no representaría el cambio y la izquierda estaría aburguesada, ¿qué opciones existen?

Hay opciones. Porque la resistencia que se ha dado en la Argentina, inclusive en el tema electoral, la sorpresa de la mayoría, y la diferencia enorme (del resultado de las PASO) están indicando claramente que hay sectores que han resistido a todo esto que está pasando. No son tomados en cuenta, no creo que los candidatos del Frente para Todos estén pensando en integrar a los que se movieron en la calle, casi todos los días. Ellos quedan como montados sobre lo insurreccional, se adueñan de lo insurreccional y con eso apagan el fuego de un cambio social en serio.

¿Estás hablando de cierta militancia?

No te creas, porque la militancia, en general, no es la que ha conducido esta resistencia frente al atropello. Creo que hay una diversidad que marcha junta. Pero, a la vez, hay una diversidad que se opone, que está en contra y que es mucha gente. Ahora se demostró con las elecciones, para las que les salió la medición como el culo. Se tenía confianza en todas las consultoras y resulta que no era así. Y eso quiere decir que hay una alternativa que está en la latencia y que no tiene identidad.

¿Te referís a ese famoso tercio fluctuante, que va para un lado o para el otro, que es el que termina definiendo elecciones?

No me parece que sea un tercio, me parece que por lo menos es el 50 por ciento, o mucho más. Si no, no hubiera pasado lo de estas elecciones. Y vamos a ver qué pasa, porque de estas elecciones que pasaron se va a contagiar un sector y esa es la rebeldía inesperada.  El periodismo está a 14.000 kilómetros de lo que está pasando. Yo conozco ‘un’ periodista como la gente en todo el país.

¿Quién es?

Carlos Aznares (director de Resumen Latinoamericano, ex militante y colaborador de Rodolfo Walsh). Me parece que es el único que está viendo lo que está pasando, en términos de lo que se puede hacer. No está en relación con el Estado, no está en relación con ningún sueldo. Está relacionado con lo que está pasando con la gente, con los trabajadores y con lo que la Argentina ni siquiera quiere reconocer, que es la fuerza de los piqueteros que desarmaron cualquier posibilidad de que se instalaran los neoliberales para siempre.

¿Cómo ves al feminismo, dentro de estas resistencias?

Es la más legítima, la más potente. Una insurrección que se da con todos esos colores, es indestructible. Si esa insurrección tiene un solo color, no existe más, pero cuando se da de esta manera es indestructible.

 ¿Lo ves como una fuerza capaz de mover un poco la estantería del neoliberalismo?

No se pueden saber los alientos que tienen las llamaradas. Nunca es producto de una misma madera. Es una llamarada linda porque tiene alta inocencia, alta potencia, alta bronca. Y hoy una bronca que aparezca en la calle es lo único que brilla.

Y con respecto a tus piezas teatrales, ¿existe cierta igualdad que atraviesa a los temas que desarrollás? ¿Podés escribir una obra sobre Rosa Luxemburgo, en La conducta de los pájaros y otra sobre un enfermero en La Medicina. Tomo I?

Para mí eso es inesperado, yo no me propongo ‘voy a escribir sobre esto’, me aparecen entusiasmos sobre alguna imagen, inclusive combinando con preocupaciones sociales. Se podría decir, desde afuera, que es un teatro político. Pero yo no lo veo así.

Pero es político…

 No, lo veo como hallazgos: ‘Mirá esto, que atractivo, que es para pensarlo, para jugar’.

Tener que clasificar a tus obras en un género es complicado…

Es que está de moda el tema del ‘género’, entonces se traslada a todos los ‘géneros’. ¿De qué género sos? Y… hay tantos géneros como personas. Cada persona tiene su propia ge-ne-ro-si-dad.

¿Podrías ahondar en la figura de la ge-ne-ro-si-dad?

Claro, porque la ‘generosidad’ es el dar y todo lo que signifique sensualidad y sexualidad, siempre se pensó que está puesto para el otro, para que el otro tenga placer. Cada uno tiene puntos en el cuerpo, en la cabeza y determina la singularidad de su género. De su cómo quiere ser querido.

¿Vas a estrenar otra obra, ahora dentro de poquito?

Está Potestad en el “Caras y Caretas” y acá, en “Caliban” La Medicina. Tomo I y La conducta de los pájaros y una obra mía: No te vayas con amor o sin él que se estrena en septiembre, pero no la estoy dirigiendo. Pero la actriz se las trae, es muy buena. Y el tema de la obra es el amo y el esclavo. Es la lucha del esclavo para ser amo, no es para terminar con lo binario de amo y esclavo. Esa obra tiene esa tesis.

Y para vos ¿Qué es el amor?

Y para vos ¿Qué es el amor?

Paula Maffia presenta su segundo disco solista, «Polvo».

Con más de 20 años en el ámbito musical, Paula Maffia fue parte de varios proyectos musicales en los que se destacan La Cosa Mostra y Las Taradas. Luego de su primer disco, Ojos que ladran, la cantante de 36 años cuenta muy relajada, sentada en una banquito en Plaza Italia, de qué trata este nuevo proyecto, Polvo, que presentará el próximo viernes en el Teatro Margarita Xirgu .Chacabuco 875- y cuáles son sus conceptos acerca del amor convencional.

¿Cómo fue la composición del disco?

Yo no sé si les pasará a otros músicos que tienen una idea de hacer un disco. A mí lo que me pasa es como que empiezo a atravesar momentos de la vida, incluyo ópticas y lecturas sobre cosas y eso se va convirtiendo es una especie de andamiaje ideológico y estético que luego plasmo en mis canciones. No es algo que planeo, en realidad me atropella ésta situación y me encuentro componiendo desde un tono, y desde ese lugar hallo y me leo prácticamente.

¿Cómo es en las canciones?

Cuando me di cuenta que las canciones hablaban mucho sobre construir/destruir, sobre una especie de lectura de cómo entendemos al amor y una mirada más pulverizada sobre los vínculos humanos, caí (en la cuenta) de que el elemento polvo está en casi todas las canciones del disco explícitamente y en todas, implícitamente. Más allá de que hay una canción que le da nombre al disco, es una coherencia que comienza desde el primer tema hasta el último.

¿Escribís para un público en particular?

Honestamente escribo para satisfacerme. Tengo mucha suerte de que haya gente que se gratifique con mi autosatisfacción. Trato de ser sincera a lo que quiero decir y tener un estilo muy personal, pero creo que también es necesario dar un mensaje fácil de digerir, no tonto ni simple por eso. Me permito ser compleja y muy neurótica pero afortunadamente tengo un público que se deja llevar por esa cosa que propongo.

«Honestamente escribo para satisfacerme», dice Paula Maffia.

¿A qué se debe ese enfrentamiento con el amor romántico?

A nivel político, me parece que vengo indagando el tema que tiene que ver con el amor, con los no dichos, sobrentendidos y con un montón de cosas que pasan por el “túnel” que llamamos amor y que a veces son cuestiones un poco más complejas. Por otro lado, a nivel personal, siendo yo lesbiana una de las cosas a las que apunto es cuánto reproducimos de tanto aquello que batallamos en nuestros vínculos como mujeres. No me limito solamente al amor como pareja, sino como concepto. Nosotros al amor le pedimos todo pero ¿qué le damos nosotros?

¿Por qué crees que se siguen haciendo canciones basadas en el amor convencional en un momento donde ya está discutido?

Creo que por el mismo motivo por el que usamos dinero, es decir, hacemos cosas que ya sabemos que son imprácticas y chotas, pero aún así las seguimos consumiendo ya que aún se puede seguir lucrando de esa cosa bastardeada que llamamos amor. Me parece que no han pasado todavía la suficiente cantidad de generaciones para que una niña o un niño escuchen una canción clásica de amor y se sorprenda de lo que está escuchando.

¿Este disco es una forma de transmitir el amor hacia nosotros mismos?

Definitivamente este disco me encontró en un momento donde me acerqué más a mí misma con ojos amorosos, debido a que antes estaba ocupada mirando a otras personas. Si bien creo que no es la única forma de vivir, me parece muy importante no depender de los ojos de los demás para verse a una misma. Muchas veces el amor es la fascinación que tenemos por como otras personas nos miran, como nos validan o nos autorizan. Y uno a esta altura está tratando de desprenderse de un montón de cadenas que la ataron toda la vida pero que son difíciles de darse cuenta.

¿Cuál es el objetivo de tu trabajo?

Busco escribir desde una óptica del amor deconstruido, tratando de generar una tónica que sea inmune al paso del tiempo. Aspiro a generar los nuevos clásicos, pero desde una mirada anecdótica en donde la gente pueda comprender dentro de 50 años qué es lo que vi y como lo sentí. No sé si es tan espectacular como hablar de las cosas que nos movilizan en el momento, simplemente es una búsqueda distinta que no es mejor ni peor.

“Los docentes tenemos que ser anacrónicos”

“Los docentes tenemos que ser anacrónicos”

«Yo no planteo un ludismo bobo. No es que hay que destruir la máquina. Lo que hay que reivindicar es la capacidad crítica.» 

En el amplio salón de profesores del Colegio Nacional de Buenos Aires, bajo luces tenues, un hombre anfibio habla sobre el oficio del docente en un mundo hiperconectado y la necesidad de recuperar la escala humana de la enseñanza en las aulas.

Federico Lorenz es profesor de historia, investigador, autor y ex-director del Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur. Y es en las páginas de Elogio de la docencia, publicada en marzo de este año, que toda esa experiencia anfibia confluye.

Para los que todavía no pudieron leer Elogio de la docencia, ¿cuál sería la premisa fundamental del libro?

El libro es, antes que nada, una reivindicación del oficio docente: una tarea artesanal, que tiene que ver con construir y preservar espacios de intercambios entre las generaciones a partir de una noción que es la ‘escala humana’. Es decir, la capacidad que nosotros tenemos para modificar históricamente las situaciones en las que vivimos.

En el libro surge el tema de la hiperconectividad, la desjerarquización de la información, el presentismo y la instrumentalización que se aplica en la educación. En este contexto, ¿cómo ves las políticas gubernamentales de introducir las nuevas tecnologías en las aulas?

La tecnología no es un enemigo per se. Al contrario. Hoy, las mitad de mis alumnos leen los materiales en sus teléfonos. Yo no planteo un ludismo bobo. No es que hay que destruir la máquina. Lo que hay que reivindicar es la capacidad crítica. La posibilidad de tener un acceso mucho mayor a contenidos, a información, tiene que ir de la mano de la capacidad y el deseo de interpelarlos críticamente. Eso ninguna tecnología te lo resuelve. Eso tiene que ver con las habilidades que vos estimules en la formación. La tecnología sola no es nada. Ni siquiera es un paliativo, y ahí entramos en lo que para mí son los grandes adversarios del conocimiento crítico: el presentismo y la cuestión de la posverdad. Los docentes tenemos que ser anacrónicos, en el sentido de decir que hay otra escala temporal para los procesos de intercambio y de enseñanza-aprendizaje. Cuando las nuevas tecnologías están montadas en este clima presentista y de hiperconectividad, son un problema. Ahora, también es cierto que hacerle referencia a los chicos en una clase a una película y que, al segundo, alguien la encuentre en el teléfono y podamos ver el fragmento, eso potencia el trabajo. Pero está en un contexto de trabajo que es de construcción. La cuestión es la instrumentalidad de las herramientas, la política que hay detrás de ellas, no las herramientas como tales.

Con el problema que representan la posverdad, el presentismo y la desjerarquización de la información, ¿qué herramientas serán necesarias para romper con ellas en la enseñanza de la historia reciente?

La enseñanza de la historia reciente tiene la ventaja de que es muy difícil que no se genere una discusión sobre el tópico de historia reciente en un colegio. Si no es con los chicos en un primer momento, es cuando los chicos comentan con los padres lo que dijiste en clase y traen después la controversia. Desde mi punto de vista de la disciplina, la historia reciente es formidable porque la cuestión de la perspectiva, de la subjetividad, del recorte temático que uno hace es explícito. De repente, la subjetividad es mucho más difícil de ver cuando trabajás las sociedades hidráulicas. Pero cuando estás trabajando con la última dictadura militar en la Argentina o con el peronismo, es muy difícil que la subjetividad no aparezca en un sentido o en otro. Eso es muy bueno porque mostrás los límites de la construcción del conocimiento histórico y las potencialidades. El trabajo ahí es ser muy explícito y muy honesto intelectualmente, en términos de plantear desde dónde uno está hablando. Trabajar con los chicos sobre el 2001, por ejemplo, es algo muy lejano, pero para mí es un acontecimiento más dentro de varios. O ahora, que hay inflación, para mis alumnos es la primera vez, pero para los que nos acercamos a los cincuenta es la tercera o cuarta. Trabajar sobre la acumulación, la experiencia histórica, permite instalar nociones que en otros tal vez son más planas. Pero claro, te devuelve a la cuestión de la politicidad del conocimiento histórico y los usos públicos del pasado, por ponerlo en términos más rimbombantes o menos conflictivos. Enseñar historia es hacer un uso público del pasado también. En distintos contextos eso puede estar mucho más o menos sesgado o condicionado por el Estado, y entonces también se problematiza eso.

«Cuando las nuevas tecnologías están montadas en este clima presentista y de hiperconectividad, son un problema».

Como historiador y como docente, ¿cómo trabajás a partir del concepto que rescatás en el libro de una ‘cultura vital’?

Partiendo del hecho de decirles a los estudiantes que el espacio que compartimos en el aula es parte de un proceso, de recuperar la noción de pensar históricamente. Puede parecer una obviedad, pero creo que eso es lo que hay que trabajar: que hay pasado, hay presente y hay futuro. Cuando trabajás siglo veinte, es evidente, por lo menos desde mi perspectiva, que tenés que trabajar desde la asunción de una gran cantidad de proyectos que fueron derrotados. Llamalos X de acuerdo al país del que estés hablando, pero claramente hay un modelo que ha vencido, adentro del cual estamos, pero eso no quiere decir que eso sea una cuestión definitiva. Reinstalar esa idea de la contingencia, por más que para los tiempos de una persona a lo mejor involucre la mayoría de su vida, es algo muy difícil. A veces lo que más cuesta, por ejemplo, cuando uno trabaja con los chicos, es trabajar sobre esta idea de que en la inmediata segunda posguerra, en los años sesenta y setenta, la posibilidad del cambio revolucionario, en sus distintas formas, era algo tangible. Esto es muy difícil de explicar hoy porque si hay algo que no es tangible es eso. Pero eso es histórico, no en un sentido nostálgico -lejos de mí eso-, sino en un sentido de que lo que pudo ser volverá a ser. No de la misma manera, obviamente, pero sí discutir ese tipo de cuestiones. El principal trabajo es no tomar lo dado por determinante, sino por condicionante. Y ahí está la cuestión de la vitalidad: saber que somos parte de un proceso histórico. Después cada uno elegirá, por supuesto. Uno no va a una clase a bajar línea. No es una escuela de formación de cuadros. Son escuelas públicas. Tenés que ser muy respetuoso también de la diversidad de posiciones de los chicos. Por eso vos tenés que ser muy explícito en la tuya, no en un sentido partidario, sino en un sentido de cuál es tu mirada sobre la historia. Reinstalar esa noción para mí es una pequeña victoria, pero es lo que puedo hacer.

En los últimos meses resurgió el debate por la educación sexual integral (ESI), que pone en tela de juicio el lugar del aula y el docente en la discusión con los jóvenes sobre la intimidad. ¿Cómo se encuadra la ESI dentro del marco de esta visión de la docencia con escala humana y la noción de enseñanza circular?

Además de profesor en la escuela media soy padre de adolescentes, con lo cual es una situación del cotidiano. A esto me refiero también con cambio de paradigmas, cambio de escenario. Requiere una flexibilidad enorme. Requiere del amparo institucional y de la ley. No hay otra manera. No te podés mandar sólo en esas cuestiones porque tienen que ver con la integridad y la intimidad de las personas. Creo que requiere muchísima exposición mutua. Hay que ser muy cuidadoso porque, otra vez, estás trabajando con menores. Tenés que respetar una cantidad de derechos, entre ellos el derecho a la educación sexual integral. Es un lugar muy desafiante para el que la mayoría, y me incluyo, no estamos completamente preparados, porque implica, no solamente formarte y actualizarte profesionalmente, sino deconstruirte personalmente. Es un ejercicio que no tiene que ver solamente con la práctica profesional, sino también con cómo te pensás como individuo. Yo decía que uno aprende de sus alumnos, y creo que en lo que más aprendí fue en esta cuestión. Tenés que preguntar, y tenés que estar muy atento para luego informarte y volver al aula preparado. Ahí es donde menos el Estado tiene que dejarte en banda.

Justicia por palabra propia

Justicia por palabra propia

Belén López Peiró, escritora, periodista y licenciada en Comunicación Social.

“Y entonces, ¿por qué volvías cada verano? ¿Te gusta sufrir? ¿Por qué no te quedabas en tu casa?”, condena el libro Por qué volvías cada verano en su inicio e inaugura el recorrido por las variadas voces que reconstruye la escritora, periodista y licenciada en Comunicación Social Belén López Peiró. La autora las pone de manifiesto para reconstruir el contexto del abuso que ella mismo sufrió. Las palabras de su familia, la pediatra, el abogado, la psicóloga, las declaraciones judiciales hablan, juzgan, ocultan, silencian en un libro que le permitió reconstruir su identidad.

¿Cómo fue el proceso de escritura del libro?

Surgió por una convocatoria de Abuelas de Plaza de Mayo para que escritores inéditos hablen sobre identidad. Llegué a mi casa y lo primero que escribí fue el relato de mi abuso. Lo llevé al taller de escritura y Gabriela Cabezón Cámara, mi tallerista, me dijo “dejá todo lo que estás haciendo y escribí esto”. Cuando quise seguir contando, lo primero que me salió fueron las otras voces, porque entendía que la mía no podía entenderse sin todo el entramado, el contexto familiar, las instituciones. Las voces que fueron apareciendo las escribí en un período muy breve, como si las hubiese vomitado. Fue exteriorizar un montón de sentimientos y de sensaciones que cada vez que ponía en papel sentía alivio. Escribía miles de voces y me preguntaba “¿pero qué forma todo esto?” Porque eran papeles sueltos. Llegué a tener cientos de hojas arriba de la mesa sin orden cronológico. En el libro tampoco hay exactitud. Y eso representa tal cual las imágenes visuales de una chica abusada, en las que nunca hay una exactitud puntual, contrario a lo que te exige la justicia.

¿Por qué decidiste publicarlo?

Cuando llegó la propuesta de la editorial, lo pensé. Pero creo que hay dos tipos de justicia: la del tribunal que dispone de la denuncia y que no depende de mí, sino de un juez que dictamine; y otra, que es la mía y que pude hacerla con el libro, para mí y para las otras chicas. Publicarla era eso: poner un cierre a todo este entramado de voces que, al volcarlas al papel, al ponerle palabras, me habían dado un respiro que podía también significar un alivio para muchas otras mujeres. En el libro redacto mi situación, pero todo el ahogo, la asfixia y el silencio que le dieron forma pueden ser adaptados a otras situaciones.

¿Cómo fuiste reconstruyendo las voces que plasmás en la novela?

Un montón me salieron el primer día. A veces me quedaba toda la noche escribiendo. Después, obviamente hay un proceso de edición en el que vas modificando ciertas partes. Al principio tendía a suavizar, no ponía determinadas palabras. Es como si estuviese justificando o protegiendo al lector o pensando que el día de mañana me podían leer y tenía miedo de lastimar a mi mamá, a mi hermano. Pero después me di cuenta que no tenía que hacer eso. Luego, empezó un proceso de recordar un poco más fuerte, de pensar qué otro hecho de toda esta situación me había marcado, de revivir sueños. Recordar momentos en los que había amor, porque también se relatan escenas de cómo mi tío me cuidaba y quería. También de la nena que era yo de chica, pero no relatándolo con ojos de adulta, sino de niña. Entonces fue todo un proceso de trabajo súper intenso que me llevó no solo tiempo de maceración, sino también de búsqueda y de reconstrucción, porque al escribir el libro me reconstruí a mí misma.

¿Nunca habías escrito sobre eso?

No. Ni lo tenía pensado. Era la primera vez y entiendo que al haberme pedido hablar sobre identidad no podía hablar de otra cosa que no sea eso, porque era parte de reconocer que esto también me hace la mujer que soy hoy, me construye como persona. Soy esto y muchas cosas más. No negarlo, sino integrarlo a mi vida.

¿Qué dificultó que puedas reconocerte como víctima?

Cuando los abusos son intrafamiliares está todo entramado: mis tíos eran también los que me cuidaban cuando lo necesitaba, que me llevaban al médico si me pasaba algo. En los veranos que fui abusada también la pasaba bien con mis amigas. Contar esto es fundamental para explicar cómo la figura que suele abusar también suele tener la otra cara y eso te impide hablar. Más allá de querer protegerlo a él, lo que más quería era no lastimar a mi tía y a mi prima que también me habían cuidado. Sentía que si hablaba, las lastimaba. Después me di cuenta que no era así, que era al contrario. Poner luz sobre esta situación podía prevenir un montón de otras cosas, me crean o no. Finalmente, resultó siendo que no.

¿Por qué considerás que reaccionaron así?

Porque lo primero que se tiende a hacer es culpar a la víctima: “Algo tuvo que haber hecho” o “por qué estás diciendo esto si decir esto arruina a la familia”. Y volvés a culpar a la víctima, no ya por provocar al perpetrador sino porque cuando hablaste arruinaste todo lo demás. Las reacciones lo que tienden es a conservar el orden preexistente y ahí está el silencio: los trapos sucios tienen que ocultarse. Cuando hablé, quebré una estructura armada y al desarmarla, se desmorona todo.

«En el libro redacto mi situación, pero todo el ahogo, la asfixia y el silencio que le dieron forma pueden ser adaptados a otras situaciones».

Entre las tantas voces de culpabilidad, de ocultamiento y silencio, aparece la de María Elena, de AVIVI (Ayuda a Víctimas de Violación). ¿Qué rol tuvo esa organización?

Fue muy importante porque en ese momento había presentado la denuncia, me habían llamado a ratificarla durante ocho horas. Me sentía muy sola frente a la institución justicia. Me senté en la computadora, empecé a googlear y lo primero que me salió fue AVIVI. Me imaginé una institución o algo así y en realidad era la casa de María Elena en provincia de Buenos Aires. Su oficina era su comedor, las carpetas las guardaba en un armario de la cocina y ponía el cuerpo ante cada mujer que llegaba a su casa. No le importaban los detalles. Vos le decías que sufrías algún tipo de violencia, que necesitabas su ayuda y ella levantaba un teléfono y te ayudaba. Su rol fue el de no hacerme sentir sola. Me decía “nunca más vas a estar sola”.

En 2014 hiciste la denuncia. ¿Qué fue lo que te motivó?

Entendí que si yo no lo decía podía pasarle a otras chicas, porque él tenía acceso a menores y eso me heló la sangre. Fue un pensamiento más o menos parecido al que tuve cuando decidí publicar el libro: poner la experiencia en palabras, volverla visible.

¿En qué estado está la causa?

Sigue en trámite. Por eso el final del libro es abierto. Siempre está bueno ponerle un punto final, pero a veces no lo tiene.

¿Esperás que suceda algo en lo judicial?

Sinceramente, no lo sé. La decisión que tome la justicia entiendo que no depende de mí. Una persona que abusa de una menor, tiene que tener consecuencias. Pero trato de no poner mis expectativas ahí porque puedo salir muy lastimada. Prefiero que mi vida y mi accionar político y feminista vayan por otro lugar. Y Por qué volvías cada verano, me parece, que va por ahí.