El sano juicio

El sano juicio

El próximo viernes se estrena en el Malba «El juicio», el documental de Ulises de la orden que condensa las 530 horas que duró el proceso judicial a las juntas militares que encabezaron la dictadura. Hubo un preestreno en el Conti.

El sábado 25 de marzo, sólo un día después de que Plaza de Mayo se llenara, una vez más, por la Memoria, la Verdad y la Justicia, la sala de cine del Centro Cultural Haroldo Conti en la ex ESMA se completó para que decenas de espectadores vieran El Juicio, una joya documental íntegramente hecha con archivo del Juicio a las Juntas de 1985. La película, realizada por el director Ulises de la Orden, el montajista Alberto Ponce y la directora de producción Gisela Peláez, se estrena el 7 de abril en el MALBA y se podrá ver todos los viernes a las 20.

Un reclamo de justicia es una de las primeras cosas que se escuchan cuando arranca el documental de casi tres horas que sintetiza el Juicio a las Juntas, y se escucha en la voz del fiscal Julio César Strassera. En adelante, los argumentos de algunos de los 22 abogados defensores e incluso de los propios militares de la última dictadura cívico-militar que van desde lo escalofriante hasta lo francamente ridículo; los crudos y aún más escalofriantes testimonios de las víctimas; decenas de detalles inéditos que van desde una toma de Emilio Massera arrancándose nerviosamente un pelo de la cara hasta las miradas cómplices y sarcásticas entre Strassera y Luis Moreno Ocampo. Todo eso y un montón de otras escenas vistas por casi nadie reconstruyen la historia hasta el “Nunca más” final con el que el fiscal cerró su alegato.

Uno de los asistentes a la proyección aludió a la recientemente estrenada Argentina, 1985, aunque pronto los espectadores acordaron que no tiene demasiado caso comparar porque son materiales diferentes, quizás ambos igualmente necesarios. Pero si alguna conclusión de índole comparativa se puede extraer tras ver El Juicio, por repetida que suene, es que la realidad supera ampliamente la ficción. En tres horas de película no voló una mosca salvo por las risas sarcásticas del público ante los insólitos argumentos de la defensa y algún quejido indignado, y la sensación general al terminar de verla es la de haber estado ante un material valiosísimo. “Te atraviesa y te interpela con un maravilloso dolor y a la vez te da fuerzas. Cuando termina la película sabés que estás del lado correcto”, anticipó Lola Berthet, la directora del Conti.

El Juicio no se logró sin ayuda o, lo que es lo mismo, sin personas que comprenden la importancia del archivo y de preservar todo material que permita recordar la historia. Cuando Ulises de la Orden quiso hacer una película sobre ese acontecimiento, dio con Memoria Abierta, la organización que le proveyó las 530 horas de juicio digitalizadas. “Memoria Abierta es una alianza de organismos de Derechos Humanos de Argentina que trabaja hace muchos años por preservar y dar acceso a los archivos”, explicó Verónica Torras, su directora. En este sentido, detalló que la organización “tiene hace muchos años una copia digitalizada del Juicio a las Juntas a la que damos acceso en nuestra institución a investigadores, docentes, y también, por suerte, a personas de la cultura como Ulises que se interesan por estos materiales”.

“Esta es una película íntegramente basada en el archivo”, recalcó Torrás y expresó que fue “una experiencia muy interesante ver cuántas infinitas posibilidades tienen los archivos de hablar y de seguir hablando a lo largo del tiempo”. En este sentido, Peláez aportó que el montaje “genera nuevos sentidos” sobre un hecho del que se suele pensar que “ya está todo dicho”, que está cerrado y sobre el que ya se estudió todo lo que se podía. Contra esta idea, resulta que “la realidad es que hay aristas infinitas, nuevas, para seguir pensando en este presente y que todavía vale la pena seguir investigando”, en palabras de la productora.

Además, Peláez anticipó que “algo bastante impactante de este documental es que van a ver muchísimas personas testimoniando, contando su historia desde ambos sectores en este juicio, que permiten dejar bastante en evidencia los distintos tonos políticos de una sociedad que aunque hayan pasado tantos años sigue bastante presente”. En esta línea, advirtió: “Esos tonos políticos hoy acechan, entonces es necesario mantener un nivel de atención para poder preservar y seguir continuando con muchos años más de democracia”.

A su vez, Ulises de la Orden hizo una breve síntesis del surgimiento de la película: “Este proyecto nació hacia 2013 como nacen los proyectos de hacer una película, medio caóticamente, desordenado, y en una primera instancia de investigación lo primero que apareció era que existían estas 530 horas de archivo que como cineasta me convocaron automáticamente y despertaron mi deseo de conocerlas y de ver si realmente en ese archivo radicaba la posibilidad de hacer una película”.

Quinientas treinta horas de juicio. “¿Qué nos pasó que tenemos que esperar 40 años para ver esta película con un material que estuvo ahí esperando 40 años para ser difundido y editado?”, se preguntó emocionado uno de los asistentes cuando terminó la proyección. Para tranquilizarlo, Verónica le respondió que a pesar de que nadie hubiera hecho un documental con él hasta hoy, el material del juicio es uno de los archivos más consultados de Memoria Abierta. “No es un material que no haya sido consultado, tal vez el tema es que son 530 horas, un registro audiovisual que había que tener la decisión de invertir la cantidad de tiempo, de esfuerzo que implica hacer una película sobre este material”.

Para ordenar tanto material, el documental se divide en 18 episodios y sus creadores intentaron seleccionar casos testigo y diferentes ejes temáticos sobre las distintas maneras en que los dictadores ejercían la represión, la desaparición y la tortura. Robos a los desaparecidos, engaños, complicidad eclesiástica y empresarial, un sadismo absoluto, violencia sexual y tormentos particularmente misóginos contra las mujeres van quedando expuestos a lo largo de toda la película. “Al ver el material encontramos otros temas que no sabíamos que existían y temas que pasaron a ser tema ahora por la evolución de la sociedad. En aquel momento, en el juicio circuló sin dudas lo de la violencia sexual contra las mujeres, pero pasó totalmente desapercibida. Entonces hoy, la sociedad es un tema que lo tiene en valor, por lo menos presente, y nosotros quisimos incorporarlo”, explicó Ponce.

“Debió haber sido muy duro ver todas esas horas de juicio, escuchar todos esos testimonios”, señaló uno de los presentes en la proyección del 25. “Fue muy duro porque fue verlo durante mucho tiempo de corrido”, reconoció Peláez y resaltó además que “muy pocas personas han transitado todo el material”. A pesar de lo difícil de escuchar a diario y por horas el horror relatado en primera persona, “había que seguir” porque los plazos apremiaban. “Eso a veces hacía que la válvula de escape saliera por lugares impensados, yo tuve insomnio, tuve épocas donde me enganchaba en cuanta cena me invitaban porque necesitaba descargar”, recordó.

Ponce, Peláez y De la Orden tardaron cerca de ocho meses en mirar todo el Juicio a las Juntas. “Empezamos a trabajar de lunes a viernes de 10 de la mañana a 6 de la tarde los tres frente a un monitor viendo el archivo en tiempo real desde el tape número 1 hasta el 530 y cada uno de nosotros hizo un documento, distintos tipos de documentos para después volver al archivo. Había que relevar muy bien el material porque tampoco íbamos a tener oportunidad de volver a verlo”, explicó la directora de producción. El primer resultado fue un armado de ocho horas y media de extractos seleccionados, que tras 20 nuevos intentos culminó en la película que se verá en el MALBA.

“Yo no sabía cuánto duraba la película y cuando me dijeron tres horas dije ´uy, no, no me voy a quedar tres horas´. Podría haberme quedado más. Quinientas treinta horas, mamita, qué trabajo”, reflexionó un espectador. Además, señaló que el material es aún más valioso teniendo en cuenta “que ese juicio no pudo transmitirse en directo, nunca autorizaron hacerlo, y que ese juicio tal cual como se grabó se debió preservar por las dudas fuera de nuestro país”.

Quien también estuvo en la ex ESMA ese 25 de marzo para resaltar la importancia del juicio fue Lila Pastoriza, sobreviviente de ese mismo lugar cuando funcionaba como un centro clandestino de detención. Al pedir la palabra, les habló directamente a los creadores del documental: “Lo que ustedes hicieron es importantísimo, porque yo creo que el juicio se había olvidado en estos 40 años, y lo pensé muchas veces: ¿Qué pasó con el Juicio a las Juntas?”, se preguntó. “Yo, que era expresa de la ESMA y participé en ese juicio sentía en muchas de las cosas que hacíamos en esa época que el juicio había desaparecido, nadie hablaba de él. Muchas veces discutimos con gente, con compañeros más jóvenes, que no tenían idea. ¿Y cómo iban a tenerla? No se hizo nada más, quedó como ahí, incluso por alguna gente bastante despreciado. Yo lo defendía muchas veces ese juicio”, recordó.

Posiblemente nadie que vea la película terminará despreciando el Juicio a las Juntas, porque la experiencia atrapa, atraviesa y conmueve desde el minuto uno hasta el 177. “Les pedimos que pasen la voz de que esta película existe, y si todo va bien va a seguir estando en el MALBA durante un tiempo”, expresó Peláez y reveló que “también existe el sueño de De la Orden de hacer 40 proyecciones de la película en 40 localidades del país por los 40 años de la democracia que se cumplen este año en Argentina. Es un proyecto que nos encantaría concretar, pero todavía es un deseo”. Por lo pronto, los viernes de abril desde las 20 horas se proyectará en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires. La historia está ahí, registrada, esperando para activar la Memoria y defender el presente contra el olvido del pasado. Solo necesitamos escucharla y pasar la voz.

«Las Fuerzas Armadas quedaron destruidas como grupo de poder»

«Las Fuerzas Armadas quedaron destruidas como grupo de poder»

A 47 años del golpe genocida y a 40 de la recuperación de la democracia, el abogado y militante Marcelo Parrilli repasa la lucha de las Madres y familiares de desaparecidos, el rol de Alfonsín, de Strassera y de las Fuerzas Armadas y la continuidad del poder judicial de la dictadura.

Abogado y militante de derechos humanos, Marcelo Parrilli fue uno de los miembros fundadores del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) en 1978, que, como él mismo afirma, desempeñó un rol central en la “revolución democrática llevada adelante contra el gobierno militar”. En diálogo con ANCCOM, repasa el trabajo en soledad de los organismos, las disidencias con el gobierno alfonsinista y el desplazamiento de las Fuerzas Armadas de la escena política.

Desarrollaste tu labor en el CELS entre los últimos años del gobierno militar y los primeros de la vuelta de la democracia, ¿cuál fue el impacto de esa transición en la investigación de las violaciones a los derechos humanos?

La causa de los derechos humanos, que siempre fue de un sector muy minoritario, de vanguardia, por temor a la represión, pero terminó siendo una causa masiva contra la dictadura. Sobre todo después de la Guerra de Malvinas, donde la dictadura ya quedó despedazada. Se pudo militar más fácilmente. Acordémonos que Reynaldo Bignone no fue un presidente elegido por la Junta Militar, fue designado solamente por Cristino Nicolaides, comandante en jefe del Ejército. El gobierno de Bignone fue de una debilidad extrema, no tenía prácticamente control sobre la situación, ni grandes posibilidades represivas. El número de muertos y desaparecidos en su gobierno fue muy menor. La lucha contra la dictadura fue una revolución democrática en la Argentina, llevada adelante por las organizaciones de derechos humanos, las Madres, los padres, los hijos, los hermanos de las víctimas y todo un sector popular que acompañó lo más importante de esa lucha. Las Fuerzas Armadas como grupo de poder quedaron destruidas.

Trabajar durante la dictadura no debe haber sido fácil, lo detuvieron en 1981…

Fue difícil. Nos detuvieron en el traspaso del gobierno de Jorge Rafael Videla al de Roberto Eduardo Viola. Allanaron el CELS un viernes por la tarde y ordenaron la detención de todos sus miembros. También allanaron la casa de Emilio Mignone, primer presidente del CELS y padre de una desaparecida. Vivía a una cuadra de donde vivía yo. Nos tuvieron más de 15 días detenidos a consecuencia del informe que nosotros habíamos difundido en el exterior llamado “La Doctrina  del Paralelismo Global”. Explicábamos cómo funcionaba el aparato represivo. Existían dos pirámides. Una formada por las Fuerzas Armadas oficiales y, dentro de esa, otra menor, que también era oficial, pero interna, secreta y clandestina. Esa era la pirámide que importaba dentro del aparato funcional de las Fuerzas Armadas. Si vos estabas involucrado directamente en la lucha contra la subversión, si dirigías un campo, secuestrabas, torturabas, matabas o supervisabas esas operaciones, tenías más poder que tu equivalente en la pirámide externa. Los otros avalaban y apoyaban. Una pirámide interior muy grande con los cuadros más fanáticos, más politizados.

Una paradoja: la causa por la que fueron detenidos fue la misma por la cual los liberaron. El informe tuvo relevancia internacional…

Seguro. Después nos excarcelaron, mejor dicho, nos dieron una falta de mérito y nos sobreseyeron definitivamente. Seguimos con las paradojas: el fiscal de esa causa terminó siendo Strassera. Tanto los jueces que juzgaron a las Junta como Strassera fueron funcionarios de la dictadura. Lo digo porque ahora parecen héroes.

Es hablar del Strassera que pinta la película Argentina 1985

Si uno mira la película como alguien que vivió esos años, politizado, que conoce bien lo que pasó, hay muchas cosas para cuestionar. Es útil porque no tenemos mucha noción del tiempo de la dictadura para acá. Pasaron casi 50 años. Quienes tienen 50, 40, 35 años -ni hablemos de ahí para abajo-, realmente no saben lo que pasó. Había gente que no sabía quién era Strassera. El “Nunca más” fue algo parcial, y se ha criticado mucho a la película que está borrado el papel de las organizaciones de los derechos humanos en la construcción de ese “Nunca más”. Pero resulta útil porque para mucha gente que no tiene idea porque la imagen que queda es la de los crímenes cometidos por el terrorismo de Estado. Queda también la idea clara, hay gente que pensaba que la argentina era Nicaragua o El Salvador, la verdad que las organizaciones que llevaban adelante acciones armadas nunca tuvieron capacidad para poner en peligro la estabilidad del sistema democrático y ocupar territorios. Y Argentina 1985 se vio más masivamente que el Juicio a las Juntas.

¿Cómo se manifestó la funcionalidad de jueces y miembros del Poder Judicial con la dictadura?

¿Te acordás de la campaña de Editorial Atlántida con su revista Para Tí? El slogan “Los argentinos somos derechos y humanos”. Oficialmente repartían calcomanías con la banderita y letra negra…las veías pegadas por tribunales, muchos jueces y secretarios las pegaban. El Poder Judicial la sacó barata. Fue una pata fundamental del terrorismo de Estado, sin embargo, fueron muy pocos los jueces condenados, dos o tres y de rebote trascendieron por alguna otra cuestión. El Poder Judicial, de conjunto, siguió igual, con las mismas personas físicas y con la misma ideología. Hasta hoy es así, la misma base social de la dictadura, que es el PRO.

Se lo recuerda a Alfonsín como paladín de los derechos humanos por el juicio y condena a los integrantes de la Junta Militar. Luego, las leyes del Punto Final y la Obediencia Debida fueron un retroceso. ¿Cómo explicás ese cambio?

Alfonsín quedó como un campeón de los derechos humanos aún antes del Juicio a las Juntas.   Tuvo la habilidad política de apoderarse de ese fenómeno de revolución democrática frente a la dictadura. Se apodera de ese fenómeno y después lo va desactivando. En el 83 había mucha denuncia pública y también muchas idas y vueltas Era una especie de aquelarre mixturada con la política alfonsinista de “juzguemos a algunos y a otros no”, que después llevó al Punto Final y a la Obediencia Debida. La política del radicalismo era condenar a la menor cantidad posible, les dio la posibilidad a los militares de juzgarse a sí mismos, cosa que fracasó. Los juicios fueron en el 85, pero todo esto comenzó en el 83. Durante la dictadura, el papel de Alfonsín fue cero, no pasó por la Plaza de Mayo, la pisó el 10 de diciembre del 83 cuando asumió. No vas a ver una sola foto de Alfonsín en una sola marcha de los desaparecidos, en una ronda de Madres, nunca. Sólo había prestado su nombre en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, pero no hizo nada, el que militaba ahí era Federico Storani.

Las causas judiciales te llevaron a caminar la ESMA, uno de los principales centros de detención clandestinos. ¿Qué sentiste?

Vivíamos una realidad muy especial porque éramos bichos raros. El ciudadano que más podía tener una idea era porque, por ejemplo, había visto un procedimiento. Era una situación compleja porque por un lado te motorizaba pelear contra eso y por otro lado veías los peligros. Pero prevalecía la idea de pelear. Surgió toda una vanguardia nueva, yo no estaba en ningún partido político. En general, la gente que estaba en partidos políticos estaba guardada, desaparecida o prófuga. Fue una pelea bastante en soledad. Videla dijo en el juicio que en noviembre de 1975 empezaron a citar a los máximos dirigentes de los partidos políticos y explicarles su plan de reorganización nacional. No le habrán dicho “vamos a hacer un sector Capucha en la ESMA y de ahí los vamos a subir a un avión”, pero si sos dirigente y te citan, tenés que ir dándote cuenta, más o menos, de qué es lo que iba a pasar. Videla aseguró que ningún dirigente político dijo que no ni se horrorizó. Todo eso expresa por qué lo pudieron hacer durante tantos años y por qué después costó tanto juzgarlos.

¿Cuál es la mayor enseñanza que nos dejó esa revolución democrática contra la dictadura?

Vivimos la mayor parte de nuestra vida a la sombra de “¿Che, qué dijo el comandante en jefe del Ejército?”. O “¿qué le parece a Videla, a Carcagno, a Lanusse, a Menéndez, a Riveros?”. Eso ya no existe más. Si vos me preguntás hoy quién es el comandante en jefe del Ejército, no me acuerdo, ni de la Marina, ni de la Aeronáutica, porque ya no son factores de poder. Fueron derrotados por esa revolución democrática. Esto no quiere decir que tengamos Fuerzas Armadas democráticas. Eso no cambia porque el rol que tienen que cumplir dentro de este sistema es represivo, lo vemos en la Policía, en la Prefectura… En una situación como la del 2001 las Fuerzas Armadas hubieran dado un golpe de Estado, sin embargo, desaparecieron de la escena política, se metieron en los cuarteles y nunca más.

La abuela Delia

La abuela Delia

Soledad Iparraguirre publicó «Delia: bastión de la resistencia», un libro que cuenta la historia de una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo.

Delia, bastión de la resistencia es un libro de Soledad Iparraguirre que cautiva desde el principio y se lee con facilidad, porque es consecuente y sincero con su propósito: contar la historia de Delia Cecilia Giovanola que, a su vez, se enlaza con la de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y con la historia de toda una búsqueda que se abrió con la última dictadura.

Un libro cautivador no sólo por su sinceridad y su narrativa ligera y dinámica, sino también por los sentimientos que moviliza desde la primera página. Delia deja expuesta con crudeza la realidad de mujeres como ella y la de los hombres y las mujeres cuyas vidas fueron arrancadas para ser sometidas a la tortura, al asesinato y a la apropiación de sus hijos e hijas bajo el terrorismo de Estado. Su semblanza permite conocer lo vivido por todo un pueblo durante y después de la dictadura más cruel de su historia, y lo hace mostrándonos la vida de una de todas esas mujeres particulares, concretas, con sus propias vivencias, sus sufrimientos y también sus alegrías.

Soledad Iparraguirre, su autora, es periodista. Nació en Mar del Plata. A sus 22 años se mudó a La Plata y de ahí en adelante fue construyendo su compromiso con los derechos humanos. Hoy, sus energías están puestas, en gran medida, en la lucha de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo y en realidades asoladas por el ecocidio, como la de los pueblos fumigados. En medio de una situación crítica en su economía familiar, consiguió una beca para estudiar periodismo en la capital bonaerense y desde entonces se le “abrió un mundo”.

Recuerda el impacto que le representó visitar la casa Mariani-Teruggi, donde secuestraron a la aún desaparecida Clara Anahí, nieta de Chicha Mariani, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo. También una recorrida por la exESMA que cubrió para la revista La Pulseada. O el día que se había escapado un momento del trabajo para presenciar el juicio contra el torturador y asesino Miguel Etchecolatz y apareció el hijo de Julio López avisando que no encontraban a su padre.

“No tenía mucho conocimiento de lo que había sido la dictadura. La verdad que mi educación secundaria en ese sentido no había sido para nada buena ni completa”, explicó, y agregó que al poco tiempo quedó “deslumbrada con los ovarios de las madres y las abuelas” y quiso conocerlas. “Entonces acompañaba las marchas o actos que se hacían, pero no me animaba a acercarme a saludarlas. Era como un respeto muy grande”. En mayo de 2016 Soledad se decidió y encaró a Delia Cecilia Giovanola, otra de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo. En ese momento sentó las bases de su vínculo y un año después le planteó la idea de escribir sobre su vida.

“En 2016 conocí a Delia, en el acto de colocación de la baldosa homenaje a Héctor Oesterheld en Beccar”, relató la autora. Y comenzó a reír al recordar su carácter: “Delia era una tromba. Era: ‘¿Qué hacés, cómo estás? Y yo con esa emoción, con esa cosa pudorosa”. La primera vez que le habló, en ese acto, Soledad le preguntó cómo iba todo con su nieto Martín, recientemente recuperado. Enseguida y con mucho entusiasmo, Delia empezó a mostrarle fotos suyas en su celular. Tras haber vencido la timidez, Soledad reflexionó que, después de todo, “no era para nada difícil acceder a Delia, como a tantas de ellas, que en realidad, claro, después hasta ellas agradecen y dicen que es lo que las sostiene y lo que las mantiene vivas: el acompañamiento y el afecto de la gente”.

En los años en que estuvo preparando el libro, Soledad la conoció muy bien. Pasaba días entrevistándola, y como Delia vivía lejos, en Villa Ballester, incluso se quedaba algunas noches en su casa. “Ella era muy amiguera, y mantenía amigas ‘de sus años mozos’, como decía, de cuando había estudiado bibliotecología. ¡Imaginate! A los 90 y pico seguía siendo amiga de esas compañeras. Y de alumnos suyos: del Normal 1 y de otras escuelas en las que fue docente”. Destacó, también, lo “compinche”, lo cibernética (manejaba bien la tecnología y en Abuelas la llamaban “la abuela cibernética”) y lo dispuesta que estaba siempre a ayudar a los demás. Pero, por sobre todo, destacó su resistencia. “Yo creo que no se daba tiempo a ponerse mal o a entristecerse”, mencionó Soledad.

La muerte de su marido cuando los dos todavía eran muy jóvenes, haber tenido que cuidarlo y transitar con él un cáncer sumamente agresivo, quedarse sola con su hijo, Jorge Ogando, y sostenerse ambos con múltiples trabajos, la muerte de su madre. Y, en el 76, la desaparición de su hijo y su nuera, Stella Maris Montesano, con la subsiguiente búsqueda de su nieto por décadas.

Stella Maris Montesano y Jorge Ogando fueron secuestrados de su casa de La Plata el 16 de octubre de 1976 por un comando del Ejército. Esa noche dejaron a Virginia, su hija de tres años, sola en la casa. Delia se hizo cargo de Vicky, como le decían, y nunca más volvió a ver a su hijo y a su nuera, que estaba embarazada cuando la secuestraron y terminó pariendo en cautiverio. Con quien sí logró dar Delia fue con su nieto Martín, casi cuarenta años más tarde, al cabo de una lucha que en sus orígenes estuvo marcada por la fundación de Abuelas de Plaza de Mayo y que no abandonó hasta el día de su muerte.

Con todo, Soledad consideró que “el año más crudo” para Delia fue 2011, cuando Vicky, marcada por la desaparición de sus padres y la agotadora búsqueda de su hermano, de la que no lograba ver resultados, se suicidó. “Más dolor no se podía pedir, ¿qué más? Y bueno, aún así ella agradecía siempre a la vida por los momentos maravillosos que le había dado. Pero creo que sí, que nunca se detuvo a pensar demasiado”, sostuvo la escritora aunque admitió que “no había una noche en la que no pensara en la nieta”.

“De hecho, Martín me contó que le preguntó al poco tiempo de conocerla: ‘¿Cómo hiciste para seguir, abu?’ Y ella contestó: ‘En realidad seguí porque te tenía que seguir buscando a vos y a todos los nietos’. Porque eso es algo que también ella siempre dejó y a mí me interesaría dejarlo en claro: cuando apareció Martín, mucha gente le decía ‘Delia, misión cumplida’ y ella siempre respondía ‘No, no, a medias, porque sí, yo encontré a Martín, pero me faltan por encontrar cerca de 350 nietas y nietos’. Entonces yo creo que eso hacía que ella no se detuviera a pensar jamás. Pero hay que ser muy fuerte para bancarse eso también”, relató Iparraguirre.

Las entrevistas con Delia estaban cargadas de recuerdos, de fotos, risas, tristeza, helados o café a la noche (Delia era muy golosa, recuerda Soledad). Y también, interrupciones, porque su celular sonaba continuamente recibiendo invitaciones y convocatorias a actos y eventos.

Además de la protagonista de su libro, Soledad contó con muchas otras personas entrevistadas, mayormente para el momento de reconstruir la historia de Vicky: “Traté de acercarme lo más posible a una imagen de Vicky que no quedara romantizada. Ya de por sí había sido muy trágico su paso por esta vida. Pero igual es muy difícil, porque te puedo asegurar que de todas las personas que entrevisté, todos me hablaron con un amor y una emoción de Virginia que yo creo que era imposible que alguien no la quisiera y que realmente era una piba muy luminosa, de esas personas que no abundan”, expresó.

 

Aún así, el eje del trabajo de Iparraguirre fue esencialmente Delia, para quien, como explica al principio del libro, quiso funcionar como “un puente” hacia los lectores. “Quise centrar la historia en el testimonio base, el eje de todo, que es Delia. Dejar que ella se cuente”. Cuando terminó de escribir, llegaron a revisar todo el libro juntas, y Soledad la recuerda muy contenta. “Le pareció exagerado el título que le propuse del libro: ‘¿Bastión de la resistencia?’ Me decía. ‘Suena como mucho’. Y bueno, hoy creo que está bárbaro el título, que es el indicado, por las que pasó… y aún así seguía, y eso era un resistir permanente. Hasta el día que falleció era un resistir, entonces, ¿cómo me va a parecer mucho?”, reflexionó la autora.  

Cuando Delia murió el 18 de julio de 2022, el libro entraba a la imprenta. “Le dieron el alta y falleció a los cuatro días. Pero cuando le dieron el alta y volvió a la casa, no sabés, estaba radiante, estaba bárbara”, recordó sonriente Soledad. Y agregó que le dijo: “Ahora me pongo bien y salimos de gira con el libro”. “Yo lo pensé siempre con ella. Entonces la verdad que [su muerte] fue un baldazo. Y ni hablar en lo afectivo lo que significó para mí”, sostuvo.

¿Por qué contar? ¿Por qué registrar? Soledad está segura de que Ángela Pradelli lo responde muy bien en el prólogo del libro. “Yo realmente pienso como ella con esta idea de Primo Levi, que fue un sobreviviente del nazismo, que es: contar porque puede volver a suceder, y para que sepamos que no debe volver a suceder nunca más”, explicó. Para la escritora: “Tenemos que contar siempre. Y ahora, en este presente en que se nos están yendo, por una cuestión lógica y generacional, las madres y las abuelas, nos estamos quedando solos y ahí sí creo que vamos a llegar sumamente huérfanos. Dar el relato, batallar este relato memorioso de ellas que viene siempre desde el lado del amor y de la construcción y no de la venganza. Me parece que es fundamental, sobre todo para las nuevas generaciones”. Las personas más jóvenes “tienen que saber que el terrorismo de Estado no podemos permitirlo nunca más, que las consecuencias atravesaron generaciones”.

Ahora mismo, Soledad sigue de acá para allá, de presentación del libro en presentación, o de evento en evento. Se ríe ante la pregunta de si puede hacer algún balance de todo el proceso. “Balance todavía no sé si puedo hacer, estoy muy en el tsunami, muy en la ola. Por ahí en unos meses. Sí que estoy muy agradecida porque estoy teniendo un acompañamiento muy amoroso, un montón de gente que te manda la foto, ‘mirá, tengo tu libro’”, cuenta. En medio de la “ola”, ella está segura de que Delia anda por ahí, “moviendo los hilos”, acompañándola en el proceso y presente en el camino, todavía largo, que queda por recorrer.

La mujer que nació en un Falcon

La mujer que nació en un Falcon

Teresa Laborde, hija de Adriana Calvo, sobrevivió junto a su madre del Pozo de Banfield. Su historia se hizo famosa en el Juicio a las Juntas y ahora volvió a la Luz con el estreno de «Argentina 1985». ¿Qué opina de la película? Entrevista publicada el 2 de diciembre de 2022.

Teresa Laborde nació el 15 de abril de 1977 en la parte trasera de un Falcón mientras su mamá, Adriana Calvo, era trasladada por los militares al centro clandestino de detención Pozo de Banfield. El testimonio de esa situación por parte de su madre conmovió a todo el país, una vez más, tras el estreno de Argentina, 1985, la película dirigida por Santiago Mitre que relata el Juicio a las Juntas Militares. 

ANCCOM conversó con ella, que ahora tiene 45 años y continúa el legado de su madre en la lucha contra la impunidad y por la memoria, verdad y justicia. Luego de tanto tiempo, actualmente se está llevando a cabo el Juicio Brigadas donde se tratan los crímenes efectuados en los Pozos de Banfield, Quilmes y El Infierno; allí Teresa declaró como testigo. El juicio cuenta con 17 imputados y lo que se intenta determinar es qué ocurrió con 442 personas que hoy continúan desaparecidas.

 

Luego de la película, donde muchísima gente conoció tu historia, ¿sentiste una cierta responsabilidad de contarla en primera persona o más ganas de darla a conocer?

Sentí la responsabilidad de contar esta otra parte de la historia que por ahí no está reflejada en la película, fue una necesidad de decir que, en realidad, ese juicio no tuvo mucho de ejemplar. En mi casa y en mi familia los sobrevivientes lo tomaron así. Hubo absoluciones, hubo condenas muy flacas, de tres años, cuatro años, no se quiso juzgar a más. Mi mamá estaba muy indignada con esos asuntos. Fue un juicio que se vivió con mucho miedo, con terror porque había muchas amenazas, eso la peli sí lo muestra con el testigo que no quiere declarar porque dice que el que lo torturaba trabajaba de médico. En mi casa pasaba lo mismo, Bergés que era apropiador, torturador de embarazadas y ladrón de bebés, siguió ejerciendo, trabajaba en una clínica en Quilmes. De hecho, ahora está en prisión domiciliaria, estuvo en la cárcel, pero favor va, favor viene… Se arregló. De este lado se vivió como la puerta a la impunidad.

 

 

¿Qué le cambiarías o agregarías a la película Argentina, 1985?

Me parece que como toda película está hecha desde un punto de vista porque es ficción, no es un documental que te va a mostrar todas las aristas, todas las miradas del mismo suceso histórico. Es una película íntima, del fiscal y el fiscalito, de sus familias, cómo ellos atravesaron este juicio y ese es el enfoque. Creo que le agregaría un pantallazo de todo lo que fue la movilización popular para llegar a ese juicio. En las placas del final le daría una bajada histórica con una continuidad, pero no me lo hubiera bancado Amazon probablemente. A mi madre no se le hubiera ocurrido pararse a aplaudir a esos jueces. Esto igual la película lo dice cuando el hijo de Strassera le pregunta cómo le fue. Él le dice mal.

 

¿Cómo fue ver la imagen de tu mamá en la película? ¿Te quedaste conforme con cómo fue representada?

La vi con ojos amorosos, me pareció una buena decisión estética no imitarla, que Laura Paredes encuentre su Adriana Calvo, porque, así como mi mamá hubo muchas. Me gustó cómo lo hizo, que no agarrara el testimonio como lo hizo mi mamá sino las palabras y encuentre la suya. 

«Yo le preguntaba a mi mamá cómo hacía para no rendirse. Y ella me contestaba que los malos ganan si los buenos no hacemos nada para impedirlo.»

Teresa Laborde

Ahora estás participando como testigo en el Juicio Brigadas, ¿cómo se sigue luchando contra la impunidad después de tantos años?

Eso mismo yo le preguntaba a mi mamá cuando era más joven, cómo hacía, cómo no se rendía. Cómo podía cuando ellos tenían mucho, mucho poder. Ella me decía esta frase de que los malos ganan si los buenos no hacemos nada por impedirlo. Que estos eran malos malísimos y que los buenos buenísimos éramos muchos y muchas más y que si no iba a ser cada vez peor. La impunidad trae más impunidad. Yo digo siempre algo que decía mi mamá: los militares fueron el brazo armado de este plan sistemático que fue de exterminio, pero también económico. Los medios de comunicación fueron fundamentales. Nos estaba mirando el mundo, si hubieran salido esos testimonios de frente como ahora pudimos ver algunos ficcionados, imaginate, cómo hubieran podido hacer esas condenas tan paupérrimas. Deberían haber hecho un mejor desempeño, nadie se iba a creer además la Teoría de los Dos Demonios. Le quisieron hacer creer a la sociedad que hicieron todo este despliegue por las guerrillas armadas que en realidad ya estaban aniquiladas por la Triple A. Los (desaparecidos) de 1977 en adelante eran trabajadores, estudiantes, pero tenían que justificar con ese falso demonio. A mí me salvaron la vida tres militantes del PRT-ERP, las compañeras de cautiverio de mi mamá, Marina Santucho, Cristina Navajas de Santucho y Alicia D´Ambra. Las “subversivas” eran las que le levantaban el ánimo a las demás, las que le daban el plato de comida a mi mamá cuando llegaba cada tres días, las que armaron esa muralla para que no me lleven y no me envenenen. Ellos le querían hacer creer a la gente que eso era el demonio. Entonces tengo esa responsabilidad, cómo no la voy a tener, cómo no voy a salir a reivindicar a las tres mujeres que hicieron que yo no perdiera la identidad y a todas las demás mujeres que no están porque como mi mamá hubo cientas. Por algo seguimos buscando 300 nietos y nietas.

 

¿Cómo ves a las nuevas generaciones en términos de la memoria? 

Este plan sistemático económico y de exterminio, el Plan Cóndor, a lo que vino es justamente a quebrar nuestra empatía y a instalar la cultura del “no te metas”, de para qué te vas a meter si no podés cambiar nada. Eso fue lo que me atravesó a mí como juventud. Yo creo que esta película vino a remover esta cuestión. Antes por ahí no les interesaba el 24 de marzo, los desaparecidos, el pañuelo blanco, les parecía aburrido. Ahora les interesa. Por eso me pone tan contenta cuando me llaman, me preguntan. Esta peli vino a despertar una curiosidad sobre un pasado reciente que me parece maravilloso. Antes de que saliera igual creo que hay mucha juventud y mucha gente resistiendo en distintos lugares. Me parece que sí hay jóvenes comprometidos, que se están involucrando. A través de los celulares nos hacen llegar noticias que no van a salir en los medios de comunicación. Estamos llegando a una época del fin de la apatía. Tengo fe y esperanza en la juventud motora.

«Las desapariciones en democracia no reconocen grieta partidaria»

«Las desapariciones en democracia no reconocen grieta partidaria»

La periodista Adriana Meyer, autora del libro «Desaparecidos en democracia», analiza la violencia institucional. Desde la asunción de Raúl Alfonsín, hubo 218 casos de personas sobre las que no se supo más sobre su paradero y las fuerzas del Estado son sospechosas.  Entrevista publicada el 5 de abril de 2022.

Al momento de la publicación del libro Desaparecer en democracia, en septiembre de 2021, eran 218 las víctimas de desaparición forzada en todo el país desde la vuelta de la institucionalidad al país, una lista que se inauguró solo 14 días después de la asunción de Raúl Alfonsín, en diciembre de 1983. Algunas historias tuvieron repercusión mediática, entre ellas, las de Natalia Melmann, Marita Verón, Jorge Julio López, Luciano Arruga, Santiago Maldonado y Facundo Astudillo Castro; otras,  como las de Paola Andrea Caruso y Nicolás Escobar, pasaron casi inadvertidas. La autora del volumen publicado por Marea, la periodista y docente Adriana Meyer, recorre  todos los casos registrados por la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi) y analiza en profundidad el entramado de esta problemática.

¿Qué la motivó a escribir el libro?

Con los casos de Luis Espinoza y Facundo Astudillo, quienes perdieron la vida con la excusa del cuidado en pleno ASPO, sentí que algo fallaba y me surgió la necesidad de escribir este libro, por ellos y por todas las personas desaparecidas en democracia.

De acuerdo a su análisis de las desapariciones forzadas a lo largo de estos casi 40 años de gobiernos constitucionales, ¿qué diferencias y similitudes encontró entre las desapariciones de la dictadura y las cometidas en democracia?

La desaparición forzada en democracia no tiene sistematicidad en el sentido estrictamente cuantitativo, es decir que el número de víctimas es mucho menor: hasta el momento se han registrado alrededor de 218 casos, mientras que la última dictadura dejó 30.000. Con el período constitucional abierto en 1983, los secuestros pasaron a ser más ocultos, probablemente porque la sociedad no lo toleraría, a diferencia de lo que ocurrió en manos del terrorismo de Estado. Ahora bien, este delito es sistemático en cuanto a la metodología que utiliza, que es muy similar a la de la dictadura: los golpes, las torturas y los asesinatos. En las comisarías es cotidiano encontrar a la policía torturando pibes y a un porcentaje de ellos los desaparecen porque “se les fue la mano”. 

La desaparición forzada en democracia no tiene sistematicidad en el sentido estrictamente cuantitativo. Ahora bien, este delito es sistemático en cuanto a la metodología que utiliza.

Adriana Meyer

¿Por qué sostiene que “las desapariciones en democracia no reconocen grieta ideológica o partidaria”?

No se puede pensar la desaparición forzada simplemente como un hecho aislado. Se trata de un delito complejo sostenido por una política estatal represiva que es común a todos los gobiernos, no hay diferencias ideológicas. Recuerdo que en la tercera marcha por Santiago Maldonado en Plaza de Mayo, Norita Cortiñas me hizo abrir los ojos cuando dijo: “En todos los gobiernos hubo desaparecidos, que cada uno se haga cargo”. Si observamos los números, cada administración tuvo una cantidad de desaparecidos proporcional al tiempo que estuvo en el poder.

¿De qué se trata esa política estatal represiva?

El Estado es parte del delito de desaparición forzada con los múltiples recursos que utiliza para dificultar que se puedan esclarecer los casos. Me refiero a una cadena de encubrimientos de todo el aparato estatal: el policía mata y desaparece el cuerpo porque sabe que tiene al fiscal que lo va a encubrir y al juez que le va a permitir participar de las primeras investigaciones, en lugar de apartarlo inmediatamente. Es lo que hicieron el magistrado Alberto Baños y el fiscal Santiago Vismara en la desaparición de Arshak Karhanyan, cuando dispusieron la intervención de la Policía de la Ciudad en las pesquisas iniciales. Lo mismo ocurrió cuando el fiscal (Nota de la r: Santiago Ulpiano Martínez) dejó que la Bonaerense realizara toda la primera parte de la instrucción durante la búsqueda de Facundo Astudillo Castro.

¿No es una irregularidad que una fuerza de seguridad investigue un caso en el cual se encuentra sospechada?

Exacto. El Artículo 194 bis, incorporado al Código Penal de la Nación por la Ley 26.679 de Delitos contra la Libertad, sancionada y promulgada en 2011, que tipificó el delito de desaparición forzada, establece expresamente que “el juez, de oficio o a pedido de parte, deberá apartar a las fuerzas de seguridad que intervengan en la investigación cuando de las circunstancias de la causa surja que miembros de las mismas pudieran estar involucrados como autores o partícipes de los hechos que se investigan, aunque la situación sea de mera sospecha”. Por otra parte, existe una acordada de la Corte Suprema que prohíbe taxativamente a La Bonaerense investigar delitos cuando ella es sospechosa.

¿Cómo sigue la cadena de encubrimientos?

El otro eslabón de la cadena de encubrimientos son los forenses y las morgues. Lo pudimos observar cuando el médico Gustavo Lafourcade, que le realizó la primera autopsia a Florencia Magalí Morales,  no informó sobre las múltiples lesiones que presentaba el cuerpo y que podían revelar las torturas a las que había sido sometida. También cuando el fallecido forense José Patitó estimó que Luciano Arruga tenía entre 25 y 35 años, antes de que lo sepultaran como NN en el cementerio de Chacarita. Pero el pibe tenía 16 años. Entonces, ¿cómo lo iban a encontrar? Por si fuera poco, no mencionó la rotura de costillas, que era la prueba de que había sido torturado antes de su desaparición. Las morgues judiciales son un agujero negro donde el encubrimiento no es una excepción, sino la regla, por eso se repiten tanto estos casos. Como dijo la experta Virginia Creimer: “Cuando entra un NN, un pibe pobre, no miran el cuerpo destrozado, lo dejan pasar de largo”.

¿Qué casos le impactaron especialmente?

El caso de Alejandrito Flores, de 5 años, desaparecido el 16 de marzo de 1991 en la ciudad cordobesa de Río Cuarto. El nene le había pedido a su mamá, Rosa Arias, ir a ver la televisión a casa de una tía que vivía cerca y al cruzar la calle lo atropelló un patrullero. Los agentes, en lugar de llevarlo a un hospital y buscar a la familia, tomaron el cuerpo y acudieron a unas enfermeras amigas, quienes intentaron reanimarlo pero no pudieron. Alejandro murió y los policías decidieron desaparecerlo. Rosa lo buscó por mucho tiempo, se contactó con la Correpi e incluso fue al programa ‘Gente que busca gente’. Los restos óseos del chiquito aparecieron, 17 años después, en una alcantarilla ubicada a 300 metros del lugar de los hechos, gracias a un verdulero que los encontró de casualidad. Otra historia terrible es la de los hermanos Gorosito en la ciudad entrerriana de Paraná. A Elías Gorosito, de 20 años, la policía lo subió a un patrullero el 13 de febrero de 2002 y desde entonces no se sabe nada de él. Elías corresponde al 30% de desaparecidos cuyos cuerpos aún no han sido encontrados. Lionel murió en 1996 bajo custodia policial pero quisieron instalar la versión del suicidio. Por su parte, Jonathan fue detenido en 2002 por estar “borracho” y apareció muerto en una comisaría. Estamos hablando de toda una familia víctima de violencia institucional a la que el Estado no le debe una respuesta, sino tres. Un año y medio después, también en la provincia de Entre Ríos, la policía detuvo a Víctor Balbuena, de 20 años, y a sus amigos a la salida de una bailanta de la ciudad de Concordia. En la comisaría los golpearon y torturaron por horas, y luego decidieron tirarlos en un arroyo. Balbuena murió, pero los otros pibes sobrevivieron y lograron correr hasta encontrar a una vecina, ella los ayudó y pudieron hacer la denuncia. En uno de los peritajes realizados, encontraron un pelo de Víctor en el baúl del patrullero, lo que complicó la situación de los policías. Es uno de los pocos casos de desaparición forzada donde los responsables fueron llevados a juicio y sentenciados a prisión perpetua. En su defensa, los acusados dijeron: “OK, cometimos ese error, pero nuestros superiores hacen cosas peores”.

¿Qué podría decir de la violencia institucional durante la cuarentena?

Dos investigadores del CONICET publicaron un artículo optimista que hablaba de la “policía del cuidado”, pero los hechos demostraron que esa policía no existe. De las 411 muertes a manos de las fuerzas de seguridad, el 70% ocurrieron en la primera etapa del Aislamiento Social Preventivo Obligatorio (ASPO)). Esta cifra evidenció que un objetivo noble terminó convirtiéndose en la excusa perfecta para el empoderamiento de las fuerzas represivas, cuyo resultado fue un número exponencialmente alto de muertes y de todo tipo de violaciones a los derechos humanos.

¿Cómo son reguladas las facultades policiales?

Existen normativas de orden supralegal y disposiciones de los organismos internacionales que tienen el objetivo de prevenir las detenciones arbitrarias, que son el paso previo a las torturas y las muertes en las comisarías. En 2003, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) sentenció al Estado por el caso de Walter David Bulacio, ordenándole derogar todas las normativas policiales que permiten estas prácticas abusivas, pero no se cumplió. Aún existen leyes y normas de menor jerarquía, utilizadas con frecuencia por los agentes, que generan las condiciones para las aprehensiones arbitrarias y el hostigamiento. Tal es el caso de las reglas de la Policía Federal, que datan de 1955 y 1979, y el Estatuto de la Policía Bonaerense, de la época de Ramón Camps. Hoy, se pueden llevar a un pibe si así lo deciden, por la cara, por no tener documentos, por sospechas. Si eso no cambia, van a seguir habiendo desaparecidos.

 

¿Sirvieron las iniciativas de León Arslanián, exministro de Seguridad bonaerense?

Las purgas que hizo  en la Bonaerense no fueron muy eficaces. Cuando anunció que iban a echar agentes, ese mismo día recibió llamados de casi 50 intendentes del Conurbano. ¿Qué nos está diciendo esto? Que el poder político necesitaba a esa policía. Sinceremos el debate: ¿A quién le sirve este sistema que se carga a jóvenes? ¿Qué mensaje da en los barrios que un pibe que se niega a robar para la policía, termine muerto o desaparecido? Estamos hablando de una fuerza corrupta desde antes de la dictadura. Rodolfo Walsh llamaba a La Bonaerense como la policía del “gatillo fácil” y la “mano en la lata”.

¿Las desapariciones en democracia están en la agenda política?

La izquierda siempre la tuvo en cuenta y actualmente el gobierno nacional también está teniendo una actitud positiva. En febrero pasado, cuando se cumplieron tres años de la desaparición de Arshak Karhanyan, Alberto Fernández y los diputados del Frente de Todos, Victoria Montenegro y Leandro Santoro, visitaron a Vardush Datyvian, la mamá del joven. Ella les agradeció el gesto porque sirvió para visibilizar el caso, pero aún no ha logrado que la reciba Horacio Rodríguez Larreta.

Cuando usted afirma que “desaparecen personas porque pueden”, ¿qué piensa que hace falta para cambiar esta situación?

Los familiares de las víctimas, los organismos de derechos humanos y algunos políticos están luchando contra la impunidad del poder del aparato estatal. Teniendo en cuenta esto, hay que reconocer que tenemos una enorme deuda en materia legislativa, necesitamos una ley integral contra la violencia institucional. En cuanto a las morgues, los expertos del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) plantean la necesidad de crear un registro nacional de personas fallecidas sin identificar y un banco nacional de datos de personas desaparecidas, así como la unificación en todo el país del sistema de procesamiento y protocolos para recolectar esa información.