Nov 20, 2019 | DDHH, Novedades

Funcionarios porteños de Espacios Públicos le pusieron candado al mástil para evitar que los vecinos icen una wiphala.
En sus cinco kilómetros de extensión, el Parque Avellaneda, es el segundo pulmón verde de la Ciudad de Buenos Aires. Históricamente, es un espacio recuperado por los vecinos, después de batallas burocráticas reiteradas, que se materializaron en el terreno, con escombros, basura y pastizales.
Hoy, veinte años después, se convirtió en un sitio donde se tejen redes. “Todo lo que pasa en el barrio, pasa en el Parque”, nos cuenta Carlos, de la Cooperadora de la Escuela Fragata, Junto a Marina, cuentan cómo surgió esta idea de apoyar a la comunidad boliviana.
“Nos parece muy importante acompañar a vecinas y vecinos, a la gente con la que compartimos la vida cotidiana, porque sabemos que están tremendamente devastados, con todo lo que les está pasando, que no saben de su familia, de sus hermanos, de sus padres. Teníamos que hacer algo con lo que estaba pasando. Si bien, la idea original era hacer algo chiquito, para nuestra comunidad escolar, se viralizó por las redes y la convocatoria nos excedió”.
Con música de fondo, a través de un micrófono, los organizadores invitaban a los visitantes del Parque a pintar las Wiphalas. A modo de ropa tendida en un cordel, de árbol a árbol, se las iba disponiendo para secar. Las familias y grupos de amigos, desparramados en el pasto, muchos descalzos, cortaban el calor pesado de la tarde. Concentrados en el orden cromático y los bordes de los cuadrados de la Wiphala, le iban poniendo color al domingo.
Alex Igñíguez Apaza, contó que en ese lugar del Parque se celebra la Wak’ a, que es la memoria de los pueblos, una especie de resistencia a las identidades que permite contagiar la idea a otros.
La tranquilidad de la tarde se esfumó, cuando Ruth Apaza tomó el micrófono y comenzó a contar, llorando, lo que su pueblo estaba viviendo. De repente esa mujer de pollera, que desfila por las cadenas de whatsapp, documentó desesperadamente lo que desde hace 500 años soporta su pueblo. Fue un viaje en el tiempo.

«Jeanine Áñez odia a los indios, odia a la gente indígena y a la pollera, que es nuestro patrimonio cultural», dice Apaza.
Ruth Apaza, se acercó y se presentó: “Soy de La Paz, tengo 34 años, vivo en Argentina hace 15. Vine de allá por el octubre negro en 2003. Me escapé de un golpe de Estado en Bolivia, una masacre. Ahora, no sé qué hacer, me duele el corazón, tengo familia allá, tengo hermanos. Dejé mi patria. Esto es un golpe de Estado. Estamos hablando constantemente con mis hermanos. Los amenazaron si salen a apoyar a los de La Paz. Están amenazados y no pueden publicar nada por Facebook. Me puedo comunicar por medio del whatsapp, pero mi hermano no puede hablar mucho, me cuenta cosas y las borra. Si habla, lo agarran”.
Apaza continúa su relato: “Me siento bien triste por mi Patria. Esto no es por un color o por un partido. Nosotros somos bolivianos, todos somos bolivianos… “Ver a los hermanos de Cochabamba, ver cómo los están matando… Quiero dar gracias a los hermanos argentinos, que nos están apoyando acá, que nos están escuchando. Esta presidenta que asumió a mí no me representa, es una mujer que se auto nombró, pero a ella nadie la reconoce. Yo quiero ir para allá, a luchar con ellos, pero no puedo. Y a ellos no los dejan venir para acá, no hay transporte, cerraron la frontera, no se puede ni entrar, ni salir. No tienen agua, les cortaron la luz. Mis hermanos están pasando hambre. Todo esto nos vamos enterando por las redes”.
-¿Por qué crees que es la persecución, sobre todo la de las mujeres con pollera?
– Porque esta mujer que entró (Jeanine Áñez, la presidenta autoproclamada), odia a los indios, odia a la gente indígena y la pollera es nuestro patrimonio, el de nuestros abuelos y tatarabuelos. Es una tradición que tenemos las mujeres bolivianas, somos de pollera, la mayoría. Cada lugar tiene su pollera. Cochabamba tiene su pollera, La Paz la suya, Santa Cruz, Tarija… todos tienen sus polleras. Es por eso que este Camacho, nos hizo matar con sicarios, hizo golpear a mujeres de pollera, porque nosotros somos cultura, somos identidad y esa pollera no nos la vamos a sacar. Yo soy de pollera, mi mamá es de pollera y no puedo matar esa cultura que mi mamá me dejó, así, de la noche a la mañana. Me duele mucho ver gente que se ha prestado para hacer ese daño. Yo he visto a los policías arrastrando a las señoras de pollera, gasificándolas en la cara, pateándolas. Cómo es posible, la policía nació de mujer de pollera, han tenido abuela de pollera. Ustedes no tienen cómo informarse, pero yo recibo imágenes por el whatsapp. Veo cómo los matan, sacan la gente muerta de los hospitales, las embolsan y las tiran a los ríos. No quieren que se sepa que han matado, pero hay muchísimos asesinados. Si Evo viene también lo van a matar, le van a hacer como a Tupac Katarí, no quieren un indio que los gobiernen. Camacho quiere hacer desaparecer a la gente pobre, porque la gente pobre se va a parar y se va a levantar, se va a parar de nuevo y se va a levantar otra vez.
-¿Por qué dicen que es la Pachamama o la Biblia?
– La Pachamama representa tierra, nunca pueden decir que es algo satánico. La wiphala, ¿cómo la quemaron? La pisaron, la escupieron. Esa wiphala es representación, no solamente de los bolivianos, es de todo el mundo, de todos los países, de los pueblos originarios, que están también luchando por nosotros, pueblos que necesitan comer. Eso representa la wiphala. Es de todos, no tiene partido, somos todos iguales. No es de Evo, él no la creó, viene de nuestros ancestros. Ahora, si estaba en el gobierno y flameaba como la bandera de Bolivia, era porque pensábamos que se había terminado la dictadura, la gente que odiaba al campesino… Él pensaba que se había acabado pero no. Ahora es la otra moneda, es un odio terrible.
Al terminar de pintar los emblemas, alrededor de 200 personas se dirigieron al mástil del Parque, lo rodearon y con cánticos izaron la wiphala. De allí la columna se dirigió hacia la Casona del Parque, para decorarla con los emblemas originarios y terminar el evento.
En ese ínterin mientras los participantes daban la espalda al mástil, en dirección a la Casona, se acercaron tres trabajadores de Espacio Público del Gobierno de la Ciudad y comenzaron a bajar la wiphala. Eso generó que se acercan dos personas de la organización del evento para evitarlo. “Es una orden del Ministerio de Ambiente y Espacios Público”, explicó el trabajador. “Como la Mesa de Consenso del Parque no permite hacer, ni izar ninguna bandera proselitista, el Ministerio sólo permite izar la bandera nacional”, concluyó. Una de las personas logró que le devolvieran la wiphala. Mientras los funcionarios le pusieron candado al mástil.
Nov 13, 2019 | Novedades

Unos 300 kilómetros la separaban de su destino. Sentada en el vagón, Nicole Koenig miraba por la ventanilla con discreción para no despertar sospechas. Los soldados rusos, que controlaban que ningún occidental se bajara, daban miedo. Para llegar a Berlín occidental había que atravesar un tramo de la República Democrática Alemana –la del Este–, y durante una hora los efectivos soviéticos permanecían en el tren.
Dice que era como despintar una película: un lado a color, el otro blanco y negro. Pasaban ante sus ojos edificios residenciales para mucha gente en forma de bloques, grandes y bajos. Todos grises. Todo bombardeado y destruido. No había casi nadie en la calle. Era silencioso. Las ropas de los pocos que andaban por afuera eran grises. “¡Qué bueno que quedamos de este lado!”, recuerda que decía su abuela.
Era 1989. Acababa de caer el Muro de Berlín. Nicole tenía 26 años y viajaba a Berlín sólo para conocer la Alemania comunista, aunque sea a través del vidrio. “Era impactante, ciudades tristes, todo muy triste, y después, al pasar la otra frontera para entrar a Berlín Oeste, todo con color otra vez”, relata.
“En aquellos años no tuve miedo en ningún momento. Tal vez haya sido diferente para los del Este o para los que nacieron antes que yo. Quizás sentí un poco cuando ocurrió el accidente nuclear de Chernobyl, porque no había Internet ni llegaba información y estábamos cerca. Nos enteramos lo que sucedió más tarde que gente que vivía más lejos”.
Durante la Guerra Fría, cuenta Koenig, los controles en las fronteras alemanas eran extremadamente fuertes. Miles murieron intentando huir del Este. Las personas eran muy reservadas porque había espías y micrófonos por doquier y nadie quería salir de casa para no llamar la atención. También recuerda que, antes de caer el Muro, la boca del tren estaba en medio del bosque y las ventanas del transporte estaban tapadas.

Nicole nació en 1963, en la ciudad protuaria de Hamburgo, al norte de Alemania, donde vivió hasta 1993. Su abuela y su tía abuela habían llegado allí en 1942, cuando la mamá de Nicole tenía dos años. Ambas agarraron un bolso, a sus hijos y dejaron amistades, hogares y pertenencias en el Este. “Salieron a último momento. Habían escuchado que iban a cerrar la frontera. Ellas pasaron, los que estaban atrás no. Tías y primas quedaron del otro lado. Me acuerdo que les mandábamos la ropa vieja. Aunque solo estaban a 100 kilómetros de distancia, sufrían mucho más que nosotros. Querían jeans y remeras, porque allá no había, era considerada ropa estadounidense. Cuando yo nací ya no tenían mucho contacto con sus familiares y después nunca se retomó”.
En Hamburgo, la abuela de Nicole y su hermana tenían dos departamentos chiquitos. En los dos cayó una bomba, y esta fue la segunda vez que perdieron sus cosas. Casi toda la ciudad fue destruida por los aliados. Las dos mujeres se mudaron a una cabañita donde vivía su mamá, la bisabuela de Nicole. Eran ocho personas bajo el mismo techo. “Se la pasaban armando su vida con el miedo de que todo vuelva a suceder. Dos veces perdieron todo. Sus amigos perdieron la vida, el marido de mi tía abuela no volvió y mi abuelo tampoco. Fueron tan fuertes esos hechos que no tenían tiempo para tener miedo a mucho más. La Segunda Guerra Mundial fue tan dura, que durante la Guerra Fría decían: ‘Peor no puede ser, ya pasamos lo peor’”.
“Por entonces, la gente se preocupaba más por sobrevivir, equipar su casa, mandar a los chicos a un buen colegio. Esos años no fueron fáciles para mis padres: trabajaban día y noche para vestirnos bien. Las preocupaciones cotidianas sacan un poco de conciencia de lo que está pasando en la política”.
“Vivimos muy diferente a los del otro lado. Nos desarrollamos de otra forma. Y aunque somos alemanes, a muchos les parece extraño cuando les digo que no tengo nada que ver con los del Este”, afirma. Las diferencias persisten hasta hoy: en el Este, precios y salarios siguen siendo más bajos. “La industria nunca se recuperó del todo –agrega Koenig–. Cuando se cayó el Muro todos se abrazaban, estaban felices, pero después de unos años se dieron cuenta que cambiar el sistema no iba a ser tan rápido como creían. Fue un proceso muy lento”.
“Se decía que los rusos eran los malos y los estadounidenses los buenos, porque éstos habían ayudado mucho. Tiraban paquetes del cielo con chicles, café, y en esa época no había muchas golosinas en Alemania”, explica Koenig en referencia a los bombardeos yanquis con caramelos sobre Berlín, en 1948, durante el bloqueo soviético a la ciudad. Las películas de Hollywood sobre la guerra alimentaban el miedo a los rusos, en particular a su poder nuclear, y las noticias hablaban más de esto que de los hechos del país.
Cuando Nicole iba a la escuela, a principios de los años 70, la materia Historia, asegura, era muy importante. “Los niños sabían lo que estaba pasando, no así los que nacieron en los años 30 ó 40, que nunca se hablaba nada –dice–. Mis maestros nos enseñaron mucho. Querían que se cuente toda la verdad”.
Actualmente, Nicole Koenig es docente en la Universidad de Buenos Aires y en el Instituto Goethe. Arrivó a Argentina con la idea de tomarse un año sabático pero nunca se fue. “Cuando llegué, y todo en Alemania comenzó a mejorar, mis amigos decían que preferían quedarse acá, que allá era más aburrido”, rememora y concluye: “La gente acá me encanta. El clima también. En Hamburgo hace mucho frío. Cuando me conocen me dicen: ‘Pero vos no sos la típica alemana’. Y yo les contesto que mis amigos son como yo, que no somos tan fríos como la gente piensa”.
Nov 4, 2019 | Noticias en imágenes
Oct 28, 2019 | Novedades, Vidas políticas
Con una puesta que incluyó pantallas ubicadas cada aproximadamente cincuenta metros, personas de todas las edades, especialmente jóvenes, invadieron el Parque Los Andes con una alegría generalizada que parecía contener a la lluvia.
Desde las seis de la tarde, militantes y simpatizantes comenzaron a reunirse en los alrededores del búnker de Frente de Todos, ubicado al igual que en las PASO, en Corrientes y Dorrego. Limitados de datos móviles o wifi, la multitud miraba los balcones y ventanas de departamentos aledaños donde los vecinos levantaban carteles o pizarras con porcentajes para mantener informados a los que estaban en la calle. Cerca de las diez de la noche, los datos que daban una victoria del Frente de Todos sobre la fuerza de Juntos Por el Cambio por tan solo siete puntos pusieron en jaque el clima de alegría que se vivía desde los primeros resultados de bocas de urna.
Por fin, a las 22:20 se empezó a contagiar un aplauso desde el escenario hacia atrás, como una noticia que corre acompañada de un cantito: “Alberto Presidente”. En una de las ventanas, un hombre levantaba un cartel que anunciaba: “El gato ya fue”. Los cantos y gritos se sumaron a los llantos y abrazos entre desconocidos, que esperaban la salida al escenario de la fórmula ganadora. A las 22:44 aparecieron Axel Kiciloff, Cristina Fernández y Alberto Fernández, acompañados por gran parte del equipo del Frente de Todos y referentes de Abuelas y Madres de Plaza de Mayo. Las personas reaccionaron a sus discursos con euforia, y no faltaron cantos ni gritos de amor para los mandatarios electos.
“Recuperamos el país para el pueblo pobre”, dice Luis, empleado, que abraza a su hijo Camilo. Y agrega: “He vivido lo que es el avasallamiento de nuestros derechos por este gobierno. Esperamos que el país resucite. Nos metieron en un infierno en el cual solo ganó un porcentaje muy mínimo de la población, y hay otra parte que quedó totalmente ajena. Esta es la población que se está hoy expresando acá. Los que quedamos al margen de la política”.
Diana, jubilada de 62 años, dice sentirse “eufórica”, y espera “que salga el sol. Después de tanta mierda, cuatro años tan horribles”. Diana se acercó al bunker desde muy temprano con toda su familia, quienes, como tantas personas alrededor, bailan en un semicírculo. “Estuve muy triste por mí y por todos los que me rodeaban. Vimos cómo se caía la argentina”.
Yamil (24) y Agostina (23) están sonrientes y maquillados con glitter. Cruzan el parque embarrado junto a sus amigos para comprar un vino en uno de los kioskos que permanecen abiertos en las inmediaciones aunque sean ya las doce y veinte de la madrugada. “Nos sentimos muy bien”, dice Agostina, “Pero también pienso mucho en la región y en que lo que nosotros creemos ganado para otros países nunca pasó. Como Chile. Su 2001 está pasando ahora”. Agostina espera el fin de la grieta y dice tener fe en que la victoria repercuta para bien en toda Latinoamérica. “Tanto en Chile, como en Bolivia como acá las problemáticas que nos reúnen son mucho más cercanas y tienen que ver con pensar nuestros poderes económicos”. Yamil, además de sentirse “muy contente”, señala que “hay que mirar siempre a los que tenemos al lado y ayudarnos entre todes para que nos vaya mejor”. Y agrega: “Yo espero patria grande”. Dada la situación del mundo, que está picante en todos lados y es una guerra. Tenemos que unir a todos los pueblos latinoamericanos”.
“Me siento feliz”, dice Maximiliano (27), militante de La Cámpora, que mira a lo lejos, ahumado por una parrilla cercana. “Hace cuatro años que estamos esperando esto. Hace cuatro años las cosas estaban bastante mejor que ahora. Uno lo puede ver en el bolsillo de la gente.”
Mientras tanto, Luciano Alvarez (31), sostiene una bandera de la Juventud Comunista Revolucionaria. “Esperamos un gobierno que en primer lugar dé respuestas a las necesidades más graves de la gente. A partir de ahí queremos discutir todo. Queremos ser parte de la discusión de cuál es el rumbo. Si se resuelven las necesidades graves de la gente vamos a ser parte”. Luciano esperaba un resultado más contundente. Según él, el problema fue “que se le entregó la calle al macrismo en el último tiempo. Hubo un relajo en el Frente de Todos en relación a que ya ganábamos. Hay que reivindicar que el pueblo argentino durante los cuatro años no salió ningún momento de la calle. Sino hubiera sido imposible”.
Apostados junto a dos árboles entre los que exponen su mercadería, Iván (36) y Jorge (34) estuvieron desde las ocho de la mañana vendiendo remeras celestes. Llevan la firma de Cristina Fernández y el título “Sinceramente” con la grafía que aparece en la portada del libro. Dicen fabricar en el país con insumos netamente nacionales. Tal como detalla Iván: “Fabricamos acá, compramos hilo acá, tela de argentina, estampado en argentina. Quiero fabricar y vender en este país”
“La hemos sufrido”, dice Jorge y agrega: “La hemos pasado mal. Pero ahora estamos con más ganas que nunca. Ahora confiamos en este país. Estoy podrido de pagar ingresos brutos. Quiero laburar y llegar a fin de mes. Poder fabricar y vender. La verdad que ha sido muy difícil.” Iván lo interrumpe con un grito y un salto, cerveza en mano: “¡Y volvimos, carajo!”.
La madrugada avanzó entre cumbias y cantitos, y jóvenes que permanecían en Parque Los Andes y bailaban sobre el pasto embarrado
Oct 16, 2019 | Géneros, Novedades
La lluvia con la que arrancó el 34° Encuentro Nacional de Mujeres que tuvo lugar el pasado fin de semana en la ciudad de La Plata no logró frenar la ola feminista. Más de doscientas mil mujeres y disidencias se reunieron para asistir a talleres, conferencias y conversatorios para pensar en conjunto cómo lograr un cambio social y eigir al Estado la implementación de “políticas públicas inclusivas que aseguren la igualdad de derechos´.
A pesar de que el clima no dejó que se llevara a cabo el acto de inauguración del encuentro, el sábado arrancó con los más de cien talleres para visibilizar problemáticas y poner en común las estrategias para el activismo sindical, la aplicación del lenguaje inclusivo o para el acceso al aborto libre, seguro y gratuito, entre muchísimas otras cuestiones.
“Vine acá porque tengo una hija que quiere que la acompañe a Brasil para encontrarse con el amor de su vida, que resultó ser otra mujer, y no sé bien qué hacer”. Graciela es una de las madres que fue al grupo de mujeres y lesbianismo para buscar contención.
Del otro lado, casi al final del taller, Sofía, una platense de quince años preguntó algo que llenó de ternura a quienes estaban allá: ¿Cómo te das cuenta que te gustan las chicas?
La lluvia fue parando y a las siete, ya cuando la primera parte de los talleres había terminado, arrancó una multitudinaria marcha en contra de los travesticidios y transfemicidios de todo el país. “Señor, señora no sea indiferente, se mata a las travestis en la cara de la gente”, miles de personas caminaron en la capital de la provincia exigiendo también el cupo laboral trans y la necesidad de implementar políticas públicas más inclusivas.
Y después de desconcentrar, cientos de escuelas de La Plata, Berisso y Villa Elisa fueron refugio para descansar.
“Tenemos que salir a visibilizar nuestras problemáticas, diversificar las identidades en este encuentro… porque lo que no se nombra, no existe, ¿no?”, decía Laura, que llegó desde Tucumán y agradecía que ya no hacía tanto frío.
El domingo empezó temprano con la segunda parte de los talleres. Ya sin lluvia a la vista, a la ciudad llegaron miles de personas más ese mismo día.
Lara, una chica intersex que viajó desde Buenos Aires, contaba: ´Somos en proporción la misma cantidad de personas que la gente pelirroja… somos mucho más común de lo que se cree. Y espacios como estos nos sirven para ponernos en encuentro, debatir nuestro presente, acompañarnos´.

Como lo que planteó Florencia, que estuvo en el taller de Ciberfeminismos: “Nuestras problemáticas son nuestros oficios, nos dedicamos a laburos donde sos una entre un millón de hombres. Una vez un periodista me quiso hacer una nota porque para él era ´un orgullo´ lo que yo hacía. Y para mí era absurdo que lo plantee en esos términos. Estamos acá para hacer red, para conocernos, para saber que existimos”.
Y llegó el mediodía y cientos de mujeres y disidencias de toda Latinoamérica hicieron la asamblea Abya Yala, que este año estuvo atravesada por un debate clave: por primera vez en 34 años el hasta ahora llamado Encuentro Nacional de Mujeres estaba ante la posibilidad de cambiar el nombre a Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans, Bisexuales y No Binaries.
“La discusión sobre la identidad busca construir un feminismo inclusivo, antirracista, anticolonial que reúna a todas las identidades que participan y no sólo a mujeres”, se escuchaba en la plaza San Martín mientras el encuentro hacía un recreo para almorzar aprovechando el calor del sol que estaba saliendo.
Y para terminar con las formaciones, desde las tres de la tarde tuvieron lugar las conclusiones de todo lo que se había hablado en cada taller, que en un par de días van a estar subidas a la página del Encuentro.
En el de Niñeces y Juventudes, que era la primera vez que se llevaba a cabo, rescataron la importancia de la ESI: ´La necesidad de que esté en todas las escuelas del país nos llevaría a que no sean tan difíciles un montón de situaciones: el plantarse disidente, el entender el deseo como algo a lo que no le tenemos que tener miedo ni sentir culpa, el poder saber cuidarnos´.

Y la tarde fue cayendo y en la 60 y 1 empezó la concentración para la marcha de cierre del encuentro. Lleno de pañuelos verdes, pancartas y glitter, el reclamo por el aborto legal, seguro y gratuito se sumó a la sororidad, al agite y a la felicidad de estos días.
Pol vino de Chile para ver qué era esto que tanto ruido estaba haciendo: “Estoy acá porque no podía creer lo que contaban, necesitaba vivirlo”.
Al grito de “¡Aleeerta! ¡Aleeerta! ¡Alerta que camina! ¡Las luchas feministas por las calles de Argentina!”, más de trescientas mil mujeres y disidencias empezaron a marchar pasadas las siete de la tarde.
El recorrido, que fue de tres kilómetros, terminó en el Estadio Unico de La Plata. Este año se decidió no pasar por la catedral y aunque hubo desdoblamientos y caminos alternativos, toda la marcha transcurrió sin mayores problemas. El frío no impidió que todo se viva como una fiesta. La alegría de esta ola verde que ni la lluvia para. El próximo Encuentro, ya plurinacional y con disidencias, será el año que viene en San Luis.