El desafío mortal de tocar en vivo

El desafío mortal de tocar en vivo

Algunas bandas deben pagar un seguro de 5.000 pesos para poder tocar.

La música independiente en la última década prosperó a pasos agigantados y las bandas del indie nacional fueron las que más crecieron. Un gran aliado fueron la tecnología y el “saber hacer”. Las herramientas como el Ableton o Pro Tools permitieron a los artistas emergentes bajar el costo a la hora de la producción de sus canciones, ya que parte del trabajo se pudo hacer tranquilamente en casa. Pero, ¿qué pasa a la hora de la ejecución en vivo de lo que se grabó?

“Yo toco desde los 13 y vi todas las posibilidades -cuenta Santino Crisci, baterista de la banda Andrómedas-. Los bares se sustentan los pagos del sonido con la banda, y después ellos tienen la ganancia con la barra, ellos van a ganar porque en mayor o en menor medida birra se va a vender. Aquellos bares que tienen su sonido, en el mejor de los casos, te dicen: ‘Vení y te damos pizza y birra’.”

Una de las bandas que más crecimiento tuvo esta década es Él Mató a un Policía Motorizado; el grupo cerró  2019 en el estadio Malvinas Argentinas y prepara un 2020 con una gira internacional por Latinoamérica y Europa. Pero antes de un presente de viajes y conciertos en diferentes ciudades del mundo, Él Mató supo del under. Manuel Sánchez Viamonte (Pantrö Puto), guitarrista de esta banda, afirma que “los primeros viajes por las provincias eran a pérdidas”. Pero señala que la situación a mediados de la primera década de los 2000 no era la misma que se puede hacer ahora: “Al no existir Spotify ni las redes, te conocían por el ´boca en boca´ y cuando ibas a tocar.”

La convocatoria es algo necesario a la hora del vivo, por lo que cortar tickets es imprescindible. En este sentido ¿qué pasa con las bandas nuevas? Gonzalo Fernández de País Aborigen asegura: “Normalmente les pasa a las bandas que recién arrancan que, para poder tocar, ceden a esos arreglos de ´pagar´, ya que todavía por su convocatoria no podrían encarar una fecha propia. Por eso se meten en fechas que se organizan entre dos, tres o cuatro bandas y con todas se arman una fecha”. Por su parte, Ignacio Quellin, manager de La Primera Especie ratifica que “hay pocos lugares que le den cabida a las bandas nuevas, hay que esquivar a los lugares que son medios garchas para tratar de mostrar tu banda. Hay que salir y buscar lugares que te den el espacio y que a la vez sea conveniente para la banda. Son pocos y los tenés que encontrar.”

Por su parte, Francisco Nicholson,  de Silvestre y la Naranja, también cuenta su experiencia a la hora de tocar en vivo: “Me acuerdo que cuando empecé con Silvestre había que pagar para tocar y después recuperar con la venta de entradas; estoy hablando de cuando las entradas valían 20 pesos. Creo que todas las bandas pasaron por esto, hasta las más consagradas. Quiero creer que no existe más eso de pagar para tocar, pero sí sé que existen los arreglos chotos. Nosotros mal que mal tenemos nuestra trayectoria, aunque a veces nos llegan ofertas ridículas. Lo que sí, hemos tenido que ir a lugares del interior y vamos con arreglo de alojamiento y de comida, pero volvemos en cero o a lo sumo perdemos un poco pero siempre con la idea de la inversión en Silvestre.”

Algunos arreglan que el 70 por ciento de lo recaudado por entradas queda  para las bandas y 30 para el local.

“De pendejo nos pasaba que tenía que pagar para tocar y después rendir entradas -recuerda Marcos Aramburu, voz de Terrores Nocturnos-. Ahora se dice que no se paga por tocar en vivo, pero no es tan cierto. El otro día tocamos en el Cultural Vivo y tuvimos que pagar un seguro de 5.000 pesos y si no venía nadie teníamos que perder esa guita. En muchos lugares está este seguro de sala que a veces es muy alto. Yo tengo una dicotomía con eso. Tengo amigos que tocaron en Niceto, lo llenaron, y si tenés personas que trabajan para vos, es decir, sonidistas, un iluminador, un stage, o alguna cosa más y lo explotás de gente, no te llevás plata, porque el seguro de sala es muy alto”. El cantante agrega: “Tocar en vivo te deja muy poca plata, a veces nada. Si yo hubiese hecho esto por la plata ya lo hubiese dejado hace bastante, esto es algo que te hace perder plata: cuando vas a ensayar, cuando tenés que tocar y te tenés que tomar un remis porque tenés la guitarra… Aun así, nos gusta mostrar lo que hacemos, divertirnos y disfrutar. Me voy contento de una fecha cuando tocamos bien, sonamos bien y nos divertimos… después si nos llevamos un peso me entero varios días después y no nos cambia mucho.”

Pablo Giménez,  de El Zar,  echa más luz sobre el tema: “Nosotros al principio tocábamos al costo, nos íbamos en cero. Pero cuando arrancás todo cuesta. Ya con un poco de trayectoria tenés la posibilidad de plantear arreglos que te convengan más. Me parece que últimamente estamos yendo para mejor.” El músico explica: “Es como todo este ambiente, te encontrás gente que sólo le interesa la plata y productoras que les interesa más darte una mano, obviamente llevándose una parte porque nadie hace algo por amor al arte. Por lo general estamos trabajando con gente copada que pone en primer lugar la música y eso para mí es lo importante. Estoy muy contento con los resultados que estamos teniendo.”

El acuerdo que por lo general se hace cuando las bandas se presentan en un bar es 70/30, es decir, el 70% de la recaudación de las entradas en puerta va para la banda que toque, mientras que el 30% va para el bar, sumado a la exclusividad de la barra. Julián Pérez,  líder de Julepe, habla de esta modalidad: “Casi siempre arreglamos el 70/30, donde no hay que pagar seguro ni nada y se reparte lo de la puerta. En general sacamos algo para solventar algunos gastos. Lo que a veces no nos garpan es cuando le abrís a una banda grande, pero a veces uno pone en la balanza tocar frente a un público un poco más nutrido y no cobrar. Te jode, pero lo hacés igual pensando un poco en la inversión que hacés”. Luciano Scattini de Dharma y Flora,  opina de este tipo de arreglo que  “lo más sano es el 70/30, lo malo es que hay lugares donde además del seguro, te cobran servicios como iluminación y pantallas. Lo que no me parece bien es que, si vos alquilás el lugar, te pongan un mínimo. O sea, si vos querés hacer un videoclip o meter dos personas eso debería correr por tu cuenta”.

La mayoría coincide que tocar en vivo es a pérdida, una inversión para salir del under.

Por su parte Ramiro Gómez de la banda Los Bicis sigue en la línea de Pérez y Scattini al afirmar que “en general lo que hacemos es un arreglo por medio de nuestro sello, BPM. Del seguro de sala casi siempre se encargan ellos. En todos los lugares hay un arreglo de vender entrada, que en cierto punto está bueno porque te incentiva, generalmente es el 70/30. Además, yo siempre paso planilla de SADAIC, pero no siempre pagan los bares. Esto es medio engorroso porque también depende de cuanta gente hubo en el lugar, y es muy raro que el detalle esté exacto.” La planilla de la Sociedad argentina de Autores y Compositores de Música (SADAIC), de la que habla Ramuiro,  es un gravamen sobre un porcentaje del precio de la entrada de los espectáculos en vivo.

Fran Saglietti, en tanto,  de Francisca y los Exploradores explica: “Si bien los productores y dueños de bares no son unos santos, la coyuntura está muy complicada, la gente no quiere pagar entradas, tenés que movilizarla, etcétera. Lo que sí me hace mucho ruido son las grandes productoras, no el hecho de pagar para tocar. Porque algunos festivales aprovechan su posición de poder para infringir la ley y  por debajo de la mesa les piden a los artistas que les devuelvan el dinero que les corresponde. Te ponen restricciones de no tocar en Capital dos meses antes y que te van a pagar no mucho dinero y que, además, te piden en algunos casos el 80% y el 90% de esas regalías”.

Saglietti cierra su testimonio con una anécdota: “Una vez (Adrián) Dárgelos me contó que le abrieron dos shows a U2, y por esta modalidad de SADAIC se les permitió cobrar grandes regalías. A partir de eso construyeron un estudio. Y con ese estudio el primer disco que grabaron fue “Jessico”, que los catapultó a nivel latinoamericano. Tranquilamente le podían haber dicho en ese momento a un ´X´ como Babasónicos: ´Che, dame el 90% de esas regalías que te pertenecen para que te vean 70.000 personas´, y yo leo entre líneas que eso ataca directamente al under, se están robando la posibilidad de que una banda del indie pueda crecer y termine haciendo un disco como “Jessico”.”

Resistencia poética

Resistencia poética

Germán Amato, organizador de Alta paja, ciclo de erotismo poético.

La cantidad de eventos y de expresiones poéticas es enorme y no sería posible concentrar a todos en un solo artículo. Cristalizando un proceso que empezó en los 90’, se profundizó con la crisis de 2001 y tuvo un nuevo impulso tras la asunción de Mauricio Macri, en 2015, distintos formatos de encuentro invitan a participar a los asistentes para compartir arte y producciones.

Tal vez los espacios que más hayan dinamizado en los últimos cinco años la difusión de la poesía y animado a muchas personas a escribir y compartir su producción hayan sido los slams, una especie de torneo en el que los participantes compiten con sus producciones en un espacio de tiempo limitado. El poeta Mhoris eMm organiza Slam Capital en el centro cultural El Panda Rojo junto a Diego Arbit, cofundador del ciclo hace más de diez años: “Lo lindo es que se constituye como un espacio democrático. Todos los poetas cuentan con la misma cantidad de tiempo para participar”. Mhoris señala que muchos escritores no tienen canales de difusión. Y que más allá de tener un público cautivo que escucha, “uno empieza a sentir que eso que hace tiene una finalidad o un lugar donde expresarse”.

“El slam implica una palabra que no necesariamente es la de la norma. No es la de las universidades”, dice Maia Duek, presentadora y co-organizadora (junto a Daniela Felite, Milagros Morsella, Germán Amato y Verónica Stewart) de Justa Poética, slam que cumple cuatro años y que se realiza semanalmente durante la primera mitad del año en el Bar Cultural Puerta Medrano. “La poesía performática tiene esa cualidad de ser sumamente democrática y de generar al mismo tiempo un desafío”.  A pequeña escala, dice Maia, el ciclo funciona como una instancia de entrenamiento de escritura. “El hecho de que suceda semanalmente te da la excusa para ir revisando tu propia escritura con la excusa de que tenés un feedback. Lo cual no es limitante porque el público y el jurado cambian en cada ocasión. Podés probar los mismos textos varias veces.”

Vero Stewart, integrante de Justa Poética.

Maia celebra, además, que más allá de la conexión inherente a todos los fenómenos culturales, en Justa Poética hay “una obligación de diversidad: no hay tres o cuatro poetas por noche sino 16 personas leyendo. Eso genera primero recambio constante, y lo que termina pasando es que todas esas personas se van renovando y se van revinculando. Hay algo del intercambio obligatorio que es maravilloso. Además, la competencia te obliga a cierto juego sano. Te obliga a acercarte”.

Sin embargo, Maia considera que la articulación es difícil porque “en la cultura hay algo de posición, de ego y de postura que impide la comunicación entre espacios. Lo que nos une principalmente en los últimos años es que la situación política, no sólo del país sino global, generó una necesidad de vínculo muy urgente. Una obligación de sentarnos y hablar, si no se nos va el mundo de las manos”.

Todas las voces, todas

La competencia implica la obligación de mantenerse en un lugar humilde, “lo que termina pasando es que en una misma mesa se terminan juntando tres poetas super distintes y de repente sale una fecha, y sale una editorial, y uno invita a otre y le hace el prólogo, y el otro lo invita a la fecha”, continúa Duek. Arbit apunta: “Lo principal es que da apertura a distintas voces. Permite que un montón de gente se exprese. En muchos casos hay gente que lee por primera vez en vivo”.

Alta paja, ciclo de erotismo poético.

Pero la participación y el enlace humano no solo encuentran vías en la competencia. En el Club Catedral ocurre Alta Paja, ciclo de poesía y arte erótico.  “Lo más importante tiene que ver con el formato de encuentro”, dice Germán Amato, quien junto a Patricia González López y Javier Martínez Conde lleva a cabo el ciclo, fundado en junio de 2017 por Martínez Conde y Juliana Planas. Y agrega: “Viene mucha gente pero se produce un estado de atención muy fuerte”.

Bajo un altísimo techo, flanqueado por una decoración barroca y arrabalera, el evento aúna cinco horas de arte multidisciplinario en el que la poesía funciona como un hilo conductor para enlazar música, artes escénicas, consultorio sexual y feria bajo la temática del erotismo en expresiones que buscan desafiar lo hegemónico: “Hay diversidad de todos los formatos expresivos. Y también diversidad de todas las posiciones frente a las elecciones personales”, remarca Germán. “Eso es lo más importante del espacio. Diversidad de todos los formatos expresivos con la excusa del erotismo.”

Siguiendo esta línea, Amato no duda en señalar a la endogamia como un problema en los espacios de poesía: “Alta Paja de alguna manera generó un enlace con públicos que no se acercaban a la poesía. Debe ser por las formas de comunicar el erotismo. Nos ayuda a aunar público. Es clave que cualquiera que se plantee hacer un ciclo de poesía trabaje herramientas para evitar caer en la trampa de la endogamia. Es decir hablarle al mismo público, a los amigos”.

“Seamos Libros”, ciclo que homenajea en cada edición el universo poético de un artista diferente, ocurre mensualmente en el Centro Cultural 316, barrio de Colegiales. Es conducido por Nicolás Igolnikov, quien busca “desinstitucionalizar el homenaje” desde la participación del público y el intercambio entre artistas y feriantes relacionado con la poética homenajeada.

Ciclo Seamos Libros, edición de homenaje a Olga Orozco y Susana Thennon.

“El espíritu del ciclo tiene que ver con laburar desde el encuentro, desde la dimensión humana del arte”, cuenta Nicolás, quien toma como referente para toda su labor al poeta Raúl Gustavo Aguirre. El ciclo elige a cinco poetas de acuerdo a su relación con el artista homenajeado. Nicolás anima a escritores, músicos y feriantes a contar anécdotas, hablar sobre sus proyectos y conversar con el público desde el mismo escenario. “Para no entender a les poetas como artistas cuya única función es mostrar una producción, sino entendernos como personas que producimos arte y no como meres productores de arte”. Cada evento cierra con la lectura en voz alta por parte de todos los presentes de un poema escrito por el artista homenajeado. “Se siente como una misa”, dice Nicolás.

En un sótano anónimo, “dirección por mensaje privado”, ocurre “Cross en la boca”, ciclo en el que los poetas invitados no solo recitan sus textos sino que además se someten en vivo y cara a cara a las preguntas y críticas del público. Unai Rivas y Sofía Fusairo seleccionan a los artistas centrados en que sus textos respondan a sus criterios de calidad. “Entendemos que una fecha de poesía debe ser hecha y pensada para el público que asiste a ella”, dice Unai. Y amplía: “Esto no significa hacer concesiones, sino apostar fuerte a una poesía popular. Y para eso la calidad de los textos es fundamental”. Más allá de los aplausos, Cross se abre a la posibilidad de debatir. “De esta forma colocamos al lector y al público en el centro de la propuesta”.

“El slam es un género que ya se estableció en Buenos Aires y se está estableciendo en distintas provincias”, señala Arbit. “Falta que haya más unidad entre slams. Cuando tenés que moverte autogestivamente se complica mucho”.

Las flores de la crisis

“Comenzamos con la fecha hace cuatro años, con la llegada de Macri al poder”, comenta Unai. “Primero fue en un conventillo de La Boca, pero luego nos mudamos a Balvanera, a un sótano, ocultos del Gobierno de la Ciudad a causa de la ola de clausuras que hoy cae sobre los distintos centros culturales porteños”.

“Este espacio no lo clausuraron nunca”, dice Mhoris en relación a El Panda Rojo. “Pero hay otros que para mí están perseguidos, como (el centro cultural) Vuela el pez.  No tiene sentido que ese espacio esté clausurado”. Quienes toman contacto con los espacios que alojan los diversos eventos coinciden en que una multa en un espacio cultural puede provocar, incluso, que no pueda continuar con sus actividades. Y las multas, según cuentan los entrevistados, son numerosas.

La Justa Poética ha sufrido más de una inhabilitación arbitraria. Maia, quien organiza eventos artísticos desde los 14 años, no desliga esto de la gestión nacional. “En ese momento (2015) en que la cultura se empezó a ir muy abajo hubo una obligación de empezar a vincularnos mucho más entre espacios y al final también nos vinculamos mucho por intereses. Los espacios queer nos vinculamos entre espacios queer, los espacios kirchneristas con los kirchneristas, los de izquierda con los de izquierda. Pero nos encontramos en la obligación. Como diría José Sbarra, nos une el espanto. En Argentina las grandes crisis generan grandes movimientos culturales”.

El Grupo de La Boca opta por una solución prágmática: “La relación con el Gobierno de la Ciudad es perfecta”, dice Unai. “Ellos no saben que existimos y no nos pueden clausurar”.

“Me parece que la poesía es una salida”, concluye Maia. “A otro lado. A un espacio en el que sentís que podés hablar y ser escuchade. Y eso es una herramienta. La felicidad también es parte de las grandes crisis. Y los espacios de bienestar y de felicidad son obligatorios en estos momentos. Tener un espacio en el que sabés que seas quien seas y hagas lo que hagas podés hablar y alguien te va a estar escuchando es sagrado”.

Microcréditos para la microeconomía

Microcréditos para la microeconomía

Antes de terminar 2019, el ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo, anunció el lanzamiento de un plan de microcréditos que saldrá a mediados de febrero. Según la página web oficial del organismo, consiste en un financiamiento destinado a emprendedores que “no reúnen las condiciones para obtener préstamos bancarios tradicionales”. El monto varía entre 5 mil y 30 mil pesos, según la finalidad, con una tasa de interés entre 2 y 3% anual. El objetivo del préstamo es el acceso a capital de trabajo: insumos, materiales o herramientas que permitan una mejora en las condiciones de producción. Además, el programa cuenta con un asesoramiento gratuito para los beneficiarios a través de asociaciones civiles.

El proyecto anunciado por Arroyo retoma lo planteado por la Ley Nacional de Microcréditos aprobada en el 2006: la promoción de microfinanzas para el desarrollo de la economía social. “Cuando se creó la ley, se consolidó una actividad que existía en las tinieblas y la puso en primera línea”, comenta Oscar Minteguia, Secretario de Desarrollo Social en el Municipio de San Martín y especialista en economía solidaria. Y respecto al nuevo plan, agrega: “Por supuesto que hay mucho por mejorar. El Estado en estos trece años se encontró con un montón de incidentes que hace falta subsanar: esa ley hay que ajustarla y adaptarla al tiempo de hoy y a la perspectiva del gobierno nacional, que es de generación de empleo, sustitución de importaciones y fortalecimiento de las economías regionales. Por ejemplo, la ley prevé un presupuesto estático del momento de su creación de 100 millones de pesos por año. Eso no alcanza ni para empezar a charlar.”

Según dijo el ministro Arroyo durante el anuncio de la medida, “hoy hay 4 millones de personas que están trabajando y les falta maquinaria o herramientas”. Sobre este aspecto, Minteguia considera que “los sectores de la economía popular y solidaria son muy vastos. Es una situación que ha crecido enormemente en los últimos tres años desde que se fracturó el paradigma del empleo asalariado en toda la región y el mundo. El universo de trabajadoras y trabajadores que desarrollan actividad por cuenta propia ya no es marginal, sino de millones de argentinos y argentinas”.

Martin Hourest es economista y considera que el Plan de Microcréditos tiene que ir más allá de una cuestión financiera: “Depende de tres factores: la condición de partida del hogar que lo recibe, el entorno productivo y el entorno jurídico normativo. No es sólo la disponibilidad del recurso financiero la que determina el éxito de una operación”. En ese sentido, explica: “Si en un barrio donde hay trabajadores de la construcción desocupados, a todos les doy el microcrédito para que compren una maquina de cortar mosaico, ese mismo entorno productivo se les vuelve en contra porque genera un sistema que, en lugar de cooperar, los obliga a competir. La lógica de entregar el microcrédito no es desentenderse del entramado productivo en el cual se da sino inmiscuirse en él. Tiene que haber un armazón normativo y jurídico que lo haga amigable”.

Hay otro factor que debe tenerse en cuenta a la hora de pensar los microcréditos, según Hourest: “El segundo problema que se plantea con estas estrategias es el endeudamiento previo de los hogares. Buena parte de los tomadores de créditos tienen importantes niveles de endeudamiento. Por lo tanto, el Estado tendría que mirar el programa de desendeudamiento, porque sino lo que se logra es dar la plata para una cosa y que objetivamente haya un riesgo alto de que la gente use eso para saldar la deuda que tiene previamente”.

Martin Grandes, es economista e investigador del Conicet. Respecto al plan de microcréditos reflexiona: “El objetivo me parece loable, pero no sé si los emprendedores van a tener demanda mas allá del circuito informal de la economía. Es decir, estos sectores van a producir pero, ¿a quién le van a vender? Son sectores que no están inscriptos, lo más probable es que reactive la economía social informal solamente”.

Poner la Ley de Microcréditos de vuelta en la agenda pública y mediática retoma un debate sobre qué rol debe asignarse al trabajo autogestivo y la economía social: “Si vamos a persistir en pensar que es una economía del mientras tanto, hasta que la gente consigue entrar a la economía “de verdad”, vamos a seguir dándole un presupuesto marginal. Ahora, si se le descubre el verdadero valor que tiene en este contexto económico, hay que destinarle el mismo presupuesto que se le destina a otros sectores de la economía, así como se financia fuertemente al sector energético o al sector extractivista, de transporte o bancario”, señala Minteguia. Durante su gestión como secretario de Desarrollo Social en San Martín ha desarrollado un plan de microcréditos que él considera un caso de éxito: “Llevamos prestados desde diciembre de 2014 hasta hoy 53 millones de pesos en créditos con un 97% de recupero. El secreto está en la metodología y en prestarle a gente que está haciendo. Son personas que no tienen en su registro mental sacar dinero para no pagarlo, eso está en la mente de algunos empresarios”.

Por su parte, Grandes tiene ciertas reservas respecto a los resultados que pueda llegar a tener el proyecto nacional: “Desde un punto de vista macroeconómico, no la veo como una medida que tenga un impacto considerable. Porque no va a llegar (o va a llegar a cuentagotas) a la economía formal. Si eso es bueno o es malo, queda en cada uno juzgarlo. Para mí, en principio es bueno, por lo menos reactiva una parte. Parece una buena medida, pero creo que va a estar circunscripta a lo que es una población de mucha pobreza y de informalidad laboral. No va a tener una repercusión para arriba”.

Martín Hourest también reflexiona sobre el impacto del microcrédito a nivel macroeconómico y asegura: “Tenés que tener conciencia de qué tipo de política estás queriendo hacer funcionar. No podés pedir a una política social que se convierta ella misma en una política productiva, macroeconómica y de distribución de ingreso. La política social es política social. Es un ejercicio de voluntarismo creer que con una política social sacás gente de la pobreza”.

 

Tras las huellas de los japoneses en la Argentina

Tras las huellas de los japoneses en la Argentina

“Me interesaba más buscar historias familiares, chiquitas  y no tanto de lo cultural”, dice Krapp.

Una Isla Artificial es el libro de crónicas escrito por Fernando Krapp que, con un mix perfecto entre información y relato, nos sumerge en las aventuras de japoneses e hijos de japoneses en Argentina. Nos invita a conocer desde adentro sus historias de vida, vinculadas a la migración y el desarraigo.

La óptica del autor va por fuera del “Japón para ver”, del conocimiento turístico: tradicional e intocable. “Me interesaba más buscar historias familiares, chiquitas, buscar una vuelta, hablar de herencias familiares  y no tanto de lo cultural”.  El libro, editado por Tusquets, nos lleva a acercarnos al interior de un colectivo que, a pesar de haberse asentado hace más de 70 años en el país, tiene mucho de incógnita y al que muchas veces conocemos a partir de estereotipos.

En una de las entrevistas que el autor le hace a Marcelo Higa hablan de la inserción de los japoneses en la sociedad y del rol de las tintorerías en esta tarea. Higa cuenta cómo los japoneses hicieron uso de la imagen que se tenía de los orientales, vinculada a la pulcritud y limpieza, para llevar a cabo su negocio.  “Un estereotipo te puede condenar o, al mismo tiempo, te puede salvar la vida”, afirma Higa en una frase que condensa de cierto modo la visión occidental sobre lo desconocido.

Krapp cuenta que a medida en que avanzaba en la investigación “menos me quedaba con eso de lo japonés, y más me iba metiendo en cuestiones que tenían que ver con la identidad argentina”.  Porque al tomar las historias de migrantes, está hablando de argentinos. De una isla diferente. “De cierto modo se fue deconstruyendo esa idea de lo japonés en Argentina y se fue formando otra cosa”, afirma el autor.

“La idea de punto de contacto entre occidente y oriente, construido y artificial, resumía un poco la inmigración».

La idea de “la isla artificial” recorre el libro y el imaginario de los entrevistados. La noción de un “territorio perdido”, reconstruido en otra parte del mundo. El autor del libro, cuenta que en Japón se construyeron islas artificiales -llamadas dejimas– para tener un vínculo comercial con occidente y que “esa idea de punto de contacto entre occidente y oriente, construido y artificial, me pareció que resumía un poco la inmigración, como una especie de puente”.

Krapp, que es cineasta y periodista, cuenta que si bien publicó algunas crónicas ésta fue su primera experiencia escribiendo un libro de este tipo. Uno de los desafíos, según el autor, fue hacer crónica fuera de un territorio determinado.  “Para mí el territorio era Japón -dice-, y era un territorio imaginario. Por algo se llama así el libro, es como esa isla mental”.

En su libro entrevista a familias de floricultores, tintoreros, escritores, cocineros.  Experiencias súper ricas, y por sobre todo variadas, tanto por sus historias como por su geografía. Fue un trabajo de tres años poniendo el cuerpo, recorriendo desde Mendoza a Misiones, la zona sur del conurbano bonaerense y las tintorerías de la Ciudad de Buenos Aires en bicicleta.

La finca de Pepa Hoshi en Real del Padre, Mendoza -primera crónica del libro- fue un descubrimiento para Krapp, que llegó a la provincia por el comentario de un amigo que le dijo que podía encontrar japoneses en esa zona. Compró un pasaje, llegó, preguntó.  Y encontró.  “Me parece que es la mejor manera: ir y ver qué pasa. Si vos vas con una idea preconcebida -afirma Krapp-, te cerras a lo que pueda llegar a pasar. Entonces tiene que ser a la inversa, no saber qué vas a buscar. Caer en la casa de unas señoras, estar con ellas un tiempo. Trabajar en una tintorería y ver qué pasa.  Si vos planteas una hipótesis previa perdés como la cosa experiencial, que es lo más divertido”. Dio con una familia que le abrió sus puertas y lo invitó a quedarse con ellos. Es esa frescura de la espontaneidad y del ir abierto a lo que suceda, sin buscar algo pensado de antemano, la que circula por todos los relatos que construyó en el descubrimiento de esa isla.

La amargura de los kioscos

La amargura de los kioscos

El consumo de golosinas cayó el 13,5% en los últimos años.

La crisis impacta fuerte en los kioscos. La Unión de Kiosqueros de la República Argentina (UKRA), entidad que representa al rubro, dio a conocer cifras lamentables. Desde diciembre del año 2015 hasta la actualidad, durante la gestión del presidente Mauricio Macri, bajaron la persiana treinta y tres mil locales por la fuerte caída de las ventas, el aumento de los alquileres y de las tarifas de los servicios públicos. La gran mayoría de los locales se encontraba en la Ciudad de Buenos Aires, Provincia de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Mendoza.

El derrumbe de los kioscos arrastró a las fábricas de golosinas. Ese es el caso reciente de la empresa La Nirva, fabricante del famoso alfajor Grandote, que estuvo un año entero sin producir y sus empleados no recibieron los sueldos. O el de la firma Suschen, conocida por sus golosinas Mielcitas y Naranju, que detuvo su planta y,como consecuencia, sus empleados se unieron y formaron una cooperativa de trabajadores.

Se calcula que en Argentina hay un kiosco cada cuatrocientos habitantes y un total de ciento diez mil en el país. Es un negocio típico que prolifera con la recurrencia de las crisis económicas. Se convierte en un rebusque ideal cuando aumenta la desocupación.

Adrián Palacios, presidente de UKRA, afirmó que en los últimos meses cerraron unos cuatro mil locales y los dueños quedaron con graves deudas económicas. “El Estado no ha tomado medidas adecuadas hacia nuestro rubro. Pedimos llevar las tarifas de luz y gas al año 2017 para que los trabajadores puedan seguir con sus negocios y manteniendo la fuente laboral”, explicó. En muchos kioscos, como mínimo, trabaja el titular y, algunos, tienen empleados. Palacios estima que, por lo menos, setenta mil personas se quedaron sin trabajo.

Karina es la encargada de un kiosco que se encuentra sobre la Avenida Entre Ríos e Independencia que funciona durante las veinticuatro horas. Hace nueve años que vende golosinas todos los días y comenzó en su primer local de la calle Solís.

Por otro lado, Ayelén es empleada de un pequeño quiosco que se encuentra en la Avenida Entre Ríos y Moreno, a una cuadra del Congreso de la Nación Argentina. La joven trabaja hace cuatro meses allí.

Alquilar en la Ciudad de Buenos Aires requiere dinero. Mientras que Karina paga en su local treinta mil pesos por mes, el dueño del local en el cual trabaja Ayelén paga cincuenta mil pesos, debido a que está ubicado en las cercanías del centro porteño.

Además, al costo de la renta se le debe sumar los gastos en las tarifas de servicios públicos. “De electricidad pagamos doce mil, y gas no tenemos”, afirmó Karina. En el negocio que trabaja Ayelén, la luz tiene un costo de diez mil pesos. Karina agregó que lo más crítico que atraviesan es la suba de precios de todas las semanas, ya que en cada suba del dólar o del combustible, suben los importes. “Hay también alguna movida política y suben los precios”, protestó.

“El cliente, hace unos años,  compraba unos cigarrillos y unos chicles ahora sólo viene a comprar el atado”.

Con respecto a las golosinas, el consumo cayó un 13,5 por ciento en los últimos años, según informó la Asociación de Distribuidores de Golosinas y Afines (ADGYA), entidad que representa al sector de la distribución. En el negocio de Karina, los clientes disminuyeron -manifestó- pero el hecho que esté ubicado sobre una avenida disminuye la baja. Y continuó: “Los chicos que van al colegio consumen cosas chiquitas como chupetines, alfajores o caramelos. Tabaquería se vende muchísimo. A la noche se vende más. Antes se llevaban un montón de productos, y ahora dos o tres cosas. Un beldent está veinticinco pesos en mi local, pero en otros lugares lo conseguís a treinta”.

Ayelén también notó la caída del consumo en su local, y remarcó que cien pesos alcanzan sólo para comprar unas galletitas y una gaseosa. En su negocio, los clientes eligen comprar pocos productos, no más de dos. “El cliente que hace unos años compraba unos cigarrillos y unos chicles -dijo- ahora sólo viene a comprar el atado, por ejemplo”.

En la búsqueda por la supervivencia, los establecimientos llevan adelante distintas estrategias. Agregan mayor cantidad de promociones, en algunos venden panchos o sándwiches, abren más horas por día, o despiden empleados y llaman a colaborar a los miembros de sus familias. Otros suman diferentes rubros como artículos de librería, juguetes para niños o regalería.

En el caso de Karina, en su momento se las rebuscó para decorar el negocio con la temática de Halloween. Eso la llevó a incrementar las ventas durante esos días. “Con Halloween arrasamos, ordené el negocio con juguetes, golosinas y objetos de decoración, de esa manera busco al cliente”, comentó. De todo aquello que había preparado, le sobró una celda que colgaba del techo y contenía un muñeco, y al ritmo de las palmas de Karina, se activó el juguete con el sonido de una risa diabólica. Otra de sus tácticas es vender otro tipo de productos como bolsas brillantes para regalos o maquillajes para los niños.

En cambio, el quiosco de Ayelén opta por las promociones y ofertas para atraer mayor cantidad de clientes. “Por ejemplo, tenemos el alfajor Guaymallén -dijo- a cuatro unidades por cincuenta pesos y sale mucho”.

Los kioscos registran en la actualidad una fuerte competencia por parte de las grandes cadenas de supermercados y farmacias, como Farmacity, que incluyen la venta de golosinas y galletitas y pueden ofrecer mejores promociones por tratarse de comercios más grandes, qué adquieren sus mercadería con otros volúmenes. Además, se ven amenazados ante la presencia de las cadenas que ofrecen aparente modernización y mejora del servicio. Los dos gigantes que se vienen expandiendo y copando los barrios porteños, Open 25 y 365, fueron adquiriendo locales logrando alcanzar lugares estratégicos como los aeropuertos, las terminales de ómnibus y la calle Florida en el centro de la Ciudad. El negocio de Karina tiene mucha competencia alrededor, uno similar en la esquina, otro enfrente y también a la vuelta, y encima están los supermercados.

Según la Cámara de Kiosqueros Unidos (CKU), una organización que agrupa a trabajadores del sector, se genera una competencia salvaje. Por un lado, las personas que se quedaron desempleadas en el último tiempo invirtieron su indemnización en esta actividad. Por el otro, porque los comercios que cerraron sus puertas, abrieron kioscos-ventana, una modalidad de venta de mercadería desde sus propias casas.

Ayelén registró que subieron un 10 por ciento marcas como Felfort, Coca Cola, y Pepsico. De igual manera, Karina coincidió y agregó: “Aumentó muchísimo lo que es gaseosas, marcas como La Serenísima y Terrabusi. Pepsico no tanto.” Los dos comercios, además de primeras marcas, venden segundas firmas, como la gaseosa de producción nacional Manaos.

Optar por las distribuidoras es una gran alternativa para ellos. “Compramos a las distribuidoras -dijo, Karina- pero no a las empresas.” Por su parte, el jefe de Ayelén adquiere lo justo y necesario para tener durante la semana, y elige las ofertas siempre.

El director de la UKRA aseguró que los costos fueron en incremento e intentan buscar siempre lo mejor. Quieren evitar que los clientes recurran a supermercados chinos, almacenes u otros comercios. Al ingresar en la página web de la entidad un reclamo se presenta: “Solicitamos la reducción del IVA al 0 por ciento a las golosinas”.

El cierre de los kioscos es inevitablemente visible. Karina indicó que en su zona cerraron una gran cantidad de negocios, pero a la vez inauguraron otros nuevos. “La gente cree que se va a salvar con un kiosco, pero no es así. Hay que estar muchas horas acá para que te vaya bien”, opinó. “Este precisamente está lleno de mercadería, limpio y hay muy buena atención -agregó- todo eso cuesta un montón. Igualmente, hay que saber comprar y vender”.

Por otra parte, Ayelén comentó que el negocio hace seis meses era un Rapipago, una red de cobranza extrabancaria, y sólo de comestibles se vendían panchos. Luego, cambió de dueño y comenzó a funcionar como kiosco propiamente dicho.

Infokioscos, la web orientada al rubro que publica artículos como “A la venta el nuevo alfajor Guaymallén triple de fruta” y “Disfrutá el verano con la promo Arcor helados”, hace tiempo que está avisando los riesgos que enfrentan los establecimientos.

Palacios sumó el problema de la tarjeta del transporte público conocida como SUBE: “Tenemos conflicto con la rentabilidad de la carga, porque es del 1 por ciento lo que nos deja a nosotros por brindar el servicio.”  Este el caso de Karina, que para atraer clientes al paso que le compren algo, ofrece el sistema. “Imaginate que tengo que cargar más de veinte mil pesos -dijo, irritada- para tener 200 pesos de ganancia, es imposible”.

La situación fiscal de los trabajadores del rubro es compleja. El dirigente afirmó que el 80 por ciento de los que se dedican al rubro pertenecen al ala monotributista, mientras que sólo el porcentaje restante está dentro de los responsables inscriptos.

El kiosco remite a la infancia y a la niñez. Las salidas e idas y vueltas al jardín de infantes aluden a los tirones de las manos de los niños que se detenían a mirar las coloridas golosinas y reclamar la compra de alguna en lugar de seguir su recorrido. Argentino como el tango y el dulce de leche, este gran gigante se encuentra en aprietos.

 

De carne ya no somos

De carne ya no somos

El consumo de carne per cápita em 2019 fue el más bajo desde 2011.

Los altos índices de pobreza, la inflación (que el año pasado superó el 50% y durante el mandato de Macri acumuló más del 200%), la pérdida del poder adquisitivo y las tasas de desempleo generan más que problemas económicos y sociales. La necesidad de llegar a fin de mes obligó a gran parte de la población a modificar sus hábitos de consumo y, más allá de algunos pequeños lujos, los recortes en el gasto familiar alcanzaron a los alimentos.  Los productos que más se vieron afectados por los incrementos  (aparte de medicamentos y pañales) son también aquellos más indispensables: los lácteos, los aceites y el producto que ahora nos interesa, las carnes. De hecho, según un informe de la Cámara de la Industria y el Comercio de Carnes (Ciccra), en 2019 el consumo por habitante se ubicó en 51,2 kilos, una baja del 9,5% en relación con 2018 y la cifra más baja desde 2011.

Los aumentos en los precios de alimentos impactan no sólo en la economía familiar, sino también en la salud de las personas: reducir el consumo de lácteos y carnes puede provocarnos falta de proteínas, vitaminas y minerales. Sin embargo, este es un caso completamente diferente al de aquellas personas que optan por ser veganas o vegetarianas, ya que éstas eligen a conciencia sus cambios alimenticios y tienen en cuenta sus nuevas necesidades nutricionales.

Según CICCRA, el consumo per cápita de carne vacuna viene en caída desde 2015, con una pequeña recuperación durante 2017 .  El consumo interno de carne vacuna (es decir, la cantidad consumida dentro del país) durante 2019 fue el más bajo desde 2011 , mientras que la exportación durante este mismo año fue la más alta de los últimos quince años, teniendo como referencia las toneladas de carne producidas en el país. Ulises Forte, presidente del Instituto de Promoción de la Carne Vacuna Argentina (IPCVA) declaró  que “tenemos un mundo totalmente demandante de carne, pero el mercado interno dejó de comer carne no porque el pollo sea más rico, sino porque no alcanza la billetera”.

«Antes vendíamos una tonelada y media por semana, ahora 600 kilos», dice Matías, carnicero del conurbano.

Esta caída en el consumo interno es pronunciada, y no solo los productores dan cuenta de ello, sino también los comerciantes y los consumidores. Matías trabaja para una carnicería de zona oeste del Conurbano, y aunque el local es reconocido entre sus clientes por tener precios accesibles, también siente la baja en las ventas: “Bajó la venta, como en todos lados. Antes vendíamos una tonelada y media por semana, ahora seiscientos kilos con suerte, menos de la mitad”.

Los consumidores también son conscientes de estos cambios en el consumo: “Ya no hago compras semanales, mucho menos mensuales. Ahora compro para el día a día para mantener un mejor control de lo que gasto. Y carne de vaca estoy comprando muy poco”, dice Brenda, clienta de la carnicería donde trabaja Matías, quien además asegura consumir más pollo que carne vacuna.

Pero no sólo es una cuestión de alimentación, sino también de tradiciones. El asado de los domingos es casi un ritual para gran parte de los argentinos, y la excusa ideal para reunirse con la familia o los amigos, aunque los últimos años la tradición se convirtió en casi un lujo inalcanzable. Claudio es carnicero en Ituzaingó y describe con precisión la caída de las reuniones en las que el asado es el plato principal: “El que antes comía asado dos veces por mes, ahora come una sola vez al mes o cada dos meses”.

En época de vacas flacas los consumidores se las ingenian para llegar a fin de mes, y las estrategias para seguir consumiendo carne sin vaciarse los bolsillos son variadas. Hernán, otro vecino de la zona oeste,  es amante del asado y se rehúsa a perderlo: “Los asados ahora son más choripanes que otra cosa, y también hay más pollos a la parrilla que antes”.

“El mundo es demandante de carne, pero el mercado interno dejó de serlo: no alcanza la billetera”, dice Forte.

Aunque en algunos casos se trasladó el consumo hacia otros cortes de menor precio o por otros tipos de carne, como la de pollo, algunas familias optan por inclinarse al vegetarianismo. Este es el caso de la familia González, que vive en el barrio porteño de Núñez, que ya no puede permitirse hacer dos comidas como lo hacía antes: “Mis hijos son vegetarianos, pero mi esposo y yo no. Antes hacíamos dos comidas, una para ellos y otra para nosotros, con carne. Ahora ya no podemos darnos ese lujo, y con mi marido comemos carne para acompañar una o dos veces por semana”. La carne en este caso dejó de ser el plato principal para convertirse en el acompañamiento.

Cualquier estrategia o truco es válido para ahorrarse un par de pesos y así llegar a fin de mes, y tanto comerciantes como consumidores concuerdan en que el abrupto aumento de los precios, sobre todo en la carne vacuna, produjo la caída del consumo. Algunos decidieron comprar en menores cantidades, para el día a día o con menor frecuencia. Quienes tuvieron la oportunidad, consumen la misma cantidad de carne, pero de cortes más económicos.

Otros reemplazaron en gran medida la carne de vaca por la de pollo, que es mucho más accesible. Mientras tanto, muchos otros disminuyeron considerablemente el consumo de carne en general, en favor de otros alimentos como verduras, legumbres o harinas. Por otra parte, los productores están produciendo muy por debajo de sus capacidades y, aunque las exportaciones subieron, el daño en el mercado interno es muy fuerte.

El nuevo gobierno tiene muchos desafíos por afrontar, y los más urgentes son, en primer lugar, la crisis económica y, después, la social, causada por la primera. Para ello se deberán recuperar puestos de trabajo y poder adquisitivo, para mejorar el mercado interno y reactivar el consumo. Resta esperar cuánto tiempo le llevará a la población  volver a darse el gusto de una reunión familiar o con amigos los domingos, acompañados por el asado característico de los argentinos. En todo caso, si los argentinos dejan de consumir carne que sea por decisión propia, en base a sus gustos y creencias, pero no lo hagan porque no pueden acceder a su derecho a alimentarse.