El Chilenazo

El Chilenazo

El presidente Sebastián Piñera tuvo que dar marcha atrás con el aumento de tarifas.

El conflicto comenzó la primera semana de octubre con el anuncio del aumento del transporte público. Desde entonces, se encendieron pequeños focos de manifestación impulsados por organizaciones de colegios secundarios con la consigna de saltar los molinetes. Se eligió el Metro de Santiago como escenario porque es de vital importancia en la capital trasandina; el subte había pasado de costar 800 pesos chilenos a 830 en hora pico (unos 67 pesos argentinos).

La convocatoria a las protestas fue creciendo gracias a las redes sociales. A las y los jóvenes se sumaron otros sectores y el Gobierno respondió saturando de carabineros las estaciones. Así transcurrieron los días hasta el viernes 18 de octubre.

“Llegué de la Facultad al centro [de la ciudad] y ya todos sabíamos que ese día iba a ser un colapso”, asegura a ANCCOM Noelia Espinosa Valenzuela, una estudiante argentina de la Universidad de Chile que vive en el país vecino hace seis años. A esa altura todos los barrios estaban en caos, el tránsito cortado y comenzaron los enfrentamientos contra la policía.

Las fuerzas de seguridad trataron de apagar las movilizaciones con gases lacrimógenos y camiones hidrantes. Horas más tarde, en cada comuna había edificios y vehículos incendiados y, por la noche, la gente armó barricadas.

“No poder salir a la calle motivó que la gente saliera”, señala un periodista chileno.

Al día siguiente, sábado 19 de octubre, el presidente Sebastián Piñera declaró la anulación de la suba de tarifas y decretó el Estado de Emergencia, durante el cual el Gobierno se reserva el poder de restringir o suspender el ejercicio de algunos derechos ciudadanos. Acto seguido, el general Javier Iturriaga, jefe de Defensa Nacional, ordenó el toque de queda que se extendió hasta las primeras horas del miércoles 23.

Sin embargo, el pueblo continuó reclamando. “Chino”, un periodista radial de Valparaíso que prefirió conservar su anonimato, afirmó que “no poder salir a la calle motivó que la gente saliera aún más, pero hubo mucha represión”.

Un estudiante universitario que vive en Puente Alto, la comuna más poblada de Chile, al sur de Santiago, quien también pidió mantener en reserva su nombre, relata: “Ayer, estando fuera de Protectora de la infancia [una estación de Metro de Santiago], los carabineros empezaron a tirar gases de la nada, sin provocación alguna. Nosotros empezamos a escapar a las villas. En esa manifestación había niños y abuelos, les importó un carajo. Tiraron gases a las calles, los departamentos, las casas. Y no conformes, empezaron a disparar balines de goma y de acero”.

El Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), una entidad estatal autónoma, contabilizó hasta hoy 1.692 personas detenidas, entre ellas 210 niñas, niños y adolescentes. El INDH constató que 123 se encuentran hospitalizadas por heridas de arma de fuego y que cinco fallecieron por la presunta acción de agentes del Estado.

“El descontento es generalizado. Todo está privatizado: salud, educación, pensiones y agua”, dice el periodista.

El aumento del Metro fue el detonante de un problema más profundo. “La raíz es un descontento social generalizado. Todo está privatizado: salud, educación, pensiones, incluso el agua”, explica Chino. Pía Argagnon, socióloga, comunicadora y militante del Partido Convergencia Social, considera que la Constitución chilena, que data de 1980, en plena dictadura de Pinochet, propuso un modelo neoliberal que hasta la actualidad “constituye un Estado que no entrega garantías a la ciudadanía”.

El Gobierno nacional, a través de los principales medios, busca criminalizar la protesta social. Durante la mañana del domingo, en conferencia de prensa, Piñera dijo que Chile se encuentra en guerra contra un enemigo que “está dispuesto a usar la violencia sin ningún límite”.

Argagnon opina que el Presidente quiere configurar un escenario de miedo para el pueblo: “La pregunta es por qué. Mi visión es que esto solo podría justificarse por la necesidad de este propio régimen de mayores niveles de inseguridad y violencia, que lleve a una mayor opresión para sostener un modelo que no puede hacerlo por sí mismo”.

Voceros del oficialismo responsabilizan a la población por esta crisis. En diálogo con ANCCOM, una periodista del diario La Tercera, Johanna Watson, es categórica: “Los medios de comunicación solamente muestran un lado de los hechos, donde el villano siempre es el pueblo manifestándose”.

A contramano de la versión oficial, en las redes se alzan las voces que denuncian presuntos montajes de las fuerzas de seguridad y circulan videos que muestran a carabineros cometiendo actos de vandalismo.

Más allá de estas narrativas en disputa, Chile experimenta una crisis política y social producto del hartazgo de la ciudadanía y los oídos sordos de la clase dirigente. Para Chino, las manifestaciones por las tarifas “fueron un despertar en una población dormida durante 30 años”. En las plazas y en las calles se canta “Piñera escucha / ándate a la chucha”.

Pero las demandas exceden el pedido de renuncia del Presidente y de algunos de sus funcionarios, como Andrés Chadwick, ministro del Interior y Seguridad Pública y primo de Piñera. Para Lucas Cifuentes, secretario general de Convergencia Social, los mayores reclamos tienen que ver con un cambio en el orden estructural y la garantía de los derechos sociales, la nacionalización de recursos naturales, del sistema de pensiones y de un nuevo código laboral.

Si se quiere recuperar la paz, “la única forma sería que el Gobierno baje la guardia y acate los requerimientos del pueblo”, sostiene Watson y agrega: “La ciudadanía está en llamas y convencida de que esto no puede seguir”.

Si bien no hay un desenlace claro y “la oposición es muy amplia”, como indica Argagnon, “ha habido diversas muestras de rechazo a la intervención militar”. Pero en medio de la represión y la incertidumbre, hay una certeza: Chile despertó.

¿Escuela o espejismo?

¿Escuela o espejismo?

Veinte salones de la escuela permanecen cerrados.

Pese a la fría lluvia del 17 de octubre, madres, padres, docentes e integrantes del Centro de Estudiantes de la Escuela Superior de Enseñanza Artística en Artes Visuales (ESEAAV) “Rogelio Yrurtia” se reunieron en la puerta del Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires para acompañar a las familias de los chicos y chicas que aprobaron el examen de ingreso pero aún así no consiguieron vacante para el ciclo lectivo 2020. Asimismo, presentaron un reclamo formal a la titular de la cartera, Soledad Acuña, en relación a las principales complicaciones que sufrió el colegio en el último tiempo.

El 2019 no comenzó bien. Las clases continuaban en el antiguo edificio de avenida Alberdi y Homero, en Parque Avellaneda, demasiado pequeño y no apto para albergar la cursada. Recién en mayo se concretó la ansiada mudanza a la nueva sede de Alberdi 4139, a unas cuadras de la anterior. Hace años que venían peleando para conseguir un espacio que se adecuara a sus necesidades y, a primera vista, parecía un objetivo cumplido. Pero, al ingresar, se encontraron con que había 20 salones, entre aulas y secretarías, cerrados con una faja donde se leía: “Espacio reservado para el Ministerio de  Educación”. A fin de octubre, la situación no cambió.

Aquí aparece la cuestión del Polo de las Artes. A fines del 2018 se oficializó este proyecto que implicaba trasladar la Escuela de Cerámica N° 1, ubicada en Almagro, al edificio destinado al Yrurtia, y que ambas instituciones lo compartieran. La profesora de pintura del Yrurtia y delegada de la Unión de Trabajadores de la Educación (UTE), Mariana Fernández Bonet, explica que el inmueble en cuestión está compuesto por dos alas: la que queda sobre la avenida Alberdi, destinada a materias teóricas; y la de la calle Cajaravilla, compuesta de talleres artísticos. “No es que cada escuela usaría un ala, las dos necesitan de ambos espacios áulicos. No puede funcionar ni absolutamente de materias teóricas ni absolutamente de talleres, esta es la especificidad de las escuelas artísticas”, subraya Fernández Bonet. En concreto, cada establecimiento tiene necesidades distintas y el nuevo edificio no está preparado para satisfacer las del Cerámica 1.

Unos 120 jóvenes que aprobaron el ingreso al Yrurtia se quedaron sin vacante.

Para establecer el publicitado Polo de las Artes en el barrio Vélez Sársfield –que según denuncia la comunidad educativa se trata de un negocio inmobiliario más del Ejecutivo porteño– la intención oficial es ahora trasladar sólo parte del Cerámica 1 y que los talleres continúen en el edificio originario, pero esto obligaría a estudiantes y docentes a recorrer siete kilómetros de una sede a otra. Absurdo.

La titular del juzgado N° 4 en lo Contencioso Administrativo y Tributario, Elena Liberatori, hizo lugar en julio al planteo efectuado por la comunidad del Yrurtia a través de la Asesoría Tutelar y ordenó al Gobierno de la Ciudad que habilite en forma inmediata e integral el edificio. Esto no ha sido cumplido y afecta directamente la capacidad de recibir a nuevas y nuevos estudiantes.

En la escuela Yrurtia funciona un secundario bachiller con orientación en Educación y un terciario con certificación de Realizador en Artes Visuales (RAV). Para el próximo ciclo lectivo sólo fueron otorgadas 130 plazas para el secundario y 40 para RAV. Estas cantidades, según Fernández Bonet, son las mismas que tenían en el antiguo edificio, mucho más reducido en comparación. Además, unos 120 jóvenes que aprobaron el ingreso se quedaron sin vacante. Esto se debe, por un lado, a la falta de espacio por la negativa del Gobierno de la Ciudad a habilitar las aulas y, por el otro, a que el Ministerio de Educación no ha cumplido con el pedido de crear cargos docentes para formar nuevos cursos y responder a la falta de vacantes.

A cinco meses de comenzadas las clases en la nueva sede, el certificado de fin de obra nunca fue firmado.

El otro problema es la condición en la que fue entregado el nuevo edificio. En el ala de talleres no hay gas. Esto representa una gran dificultad sobre todo en invierno, porque los talleres se encuentran en el subsuelo y no hay manera de calentar las aulas. Otro inconveniente es que en sendas alas se utiliza luz de obra que no es adecuada para dar clases y se corta con facilidad. Y a esto se suma que el sistema de desagües está mal construido, lo que impide su correcto mantenimiento y ocasiona que, cada vez que llueve con intensidad, se inundan varios sectores y se producen fallas eléctricas.

“A les alumnes nos tienen estudiando en situaciones precarias porque al Estado no le importa, porque somos un gasto más”, denunció Ara, integrante del Centro de Estudiantes en la radio abierta que se desarrolló en la puerta del Ministerio de Educación.

A cinco meses de comenzadas las clases en la nueva sede, el certificado de fin de obra nunca fue firmado y la comunidad educativa del Yrurtia coincide en que este esfuerzo del Gobierno porteño por presentar prematuramente una edificación con claras falencias estructurales, se relaciona con el año electoral y la necesidad de mostrar resultados de gestión durante la campaña.

La Escuela Rogelio Yrurtia figura dentro del plan de 54 nuevas escuelas del Gobierno de Larreta como una de las que ya han sido terminadas. Pero esto no es tan así. Mariano Fernández, miembro del Foro por la Educación Pública de la Comuna 10, ex alumno y padre de una estudiante de quinto año, opina: “A diferencia de lo que dicen, esta no es una escuela nueva, porque medio edificio está clausurado y las vacantes son las mismas que había antes: los pibes, las pibas, los docentes, conducción, administración y demás, el 98% son los mismos que habían antes. Entonces el Yrurtia no es una nueva escuela, es un nuevo edificio”. Un nuevo edificio sin gas, con una instalación eléctrica provisoria y con desagües que no funcionan.

La rebelión de las flores

La rebelión de las flores

Las indígenas ocuparon,casi sin que nadie se entere, el hall del Ministerio de Interior durante diez días.

“La mejor pizza desde 1942”, rezaba el cartel de un reconocido local porteño ubicado en la esquina de Bartolomé Mitre y 25 de Mayo, frente al Ministerio de Interior. Sus sillas y mesas rojas prolijamente ubicadas en la vereda estaban vacías, a pesar de que alrededor estaban paradas más de 50 personas, en su mayoría mujeres y niños, debajo del frío y la lluvia que hasta hace pocos días azotó la Ciudad. Sin embargo, otro cartel adelante le disputaba atención, una gran tela blanca que enunciaba con mayúsculas: “Sembraron terricidio, cosecharon rebelión”. 

El ritmo frenético de la masa de gente que sólo pretendía abrirse paso ante la multitud de repente se chocaba con ese grupo anómalo de personas paradas en un círculo, escuchando a otras hablar por micrófono, mientras lloraban, se abrazaban, levantaban el puño, aplaudían y gritaban palabras de aliento. Ese conjunto que rompía la monotonía del microcentro porteño era el grupo de 23 mujeres indígenas pertenecientes a distintas comunidades del país autoconvocadas bajo el lema “La rebelión de las flores nativas”, que desde el miércoles 9 de octubre y hasta el sábado 19 ocuparon pacíficamente el hall del Ministerio de Interior para exigir respuestas a diferentes reclamos. 

Mientras que la gente caminaba lo más rápido posible por esas calles atestadas de bancos, casas de cambio, oficinas, ministerios y museos, Moira Millán, coordinadora del Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir, exclamó por altavoz: “Jamás en la historia de la Argentina las mujeres indígenas llegamos a ocupar este espacio. En este edificio se diseñaron todas las campañas genocidas, se pensaron todos los modelos de muerte. Estar acá reclamando por la vida es realmente un logro”. 

Integrantes de las comuniades Qom, Mbya Guaraní, Tapiete, Mapuche y Tehuelche participaron de la acción.

Las mujeres provenientes de los pueblos Qom, Mbya Guaraní, Tapiete, Mapuche y Tehuelche viajaron desde sus territorios con lo indispensable para pasar unos días en la Capital, cargando la pena por alejarse de sus familias y sus tierras pero con la convicción de protagonizar un hecho sin precedentes: denunciar la falta de agua potable, comida y condiciones dignas para vivir; la violencia y xenofobia sistemática estatal, institucional, judicial, empresarial, policial y de la sociedad en su conjunto; el terricidio, entendido como el “asesinato no sólo de los ecosistemas tangibles y de los pueblos que lo habitan, sino también de todas las fuerzas que regulan la vida en la tierra”. Además reclamaban que se investiguen los casos de violaciones, asesinatos y desapariciones forzadas dentro de sus comunidades. Ante todo esto exigían que el ministro de Interior, Rogelio Frigerio, convocara a una mesa resolutiva interministerial.

En relación a la respuesta oficial, Marilyn, de la comunidad mapuche Cañío, explicó a ANCCOM: “Frigerio nos dijo que ningún reclamo está a su alcance y que lo correspondiente es ir a golpearle las puertas a las provincias, que él sólo nos podía solucionar los pasajes para el regreso. Por eso convocamos a una mesa interministerial”. 

Hasta ahora, la única reacción del Estado vino por parte de la secretaria de Justicia, María Fernández Rodríguez, quien se comprometió a investigar tres casos específicos: la desaparición del Qom Marcelino Olaire el 8 de noviembre de 2016 en el hospital público de Formosa, el asesinato del Qom Ismael Ramírez de 13 años a manos de la policía del Chaco y el “chineo” o la violación de niñas indígenas. “Estamos abiertas al diálogo. Necesitamos volver a nuestros territorios con respuestas concretas porque sabemos que nos espera persecución y represión a los que hacemos visible la lucha”, advirtió Marilyn. 

Veintitrés mujeres participaron de la toma.

Ante el silencio de los otros ministerios y la nula cobertura de los medios de comunicación hegemónicos, decidieron seguir con la protesta pacífica en el hall del Ministerio de Interior a pesar de las inclemencias del tiempo y las condiciones precarias que rodean su lucha. En la calle, durante diez días, improvisaron carpas para protegerse de la lluvia y armar ollas populares. La situación extrema de dormir hacinadas en un piso de cerámico frío, apelar a la solidaridad de las personas para conseguir abrigo, alimento y hasta para ir al baño, sumado a la falta de respuesta estatal convirtió a este viaje empoderador en otro episodio de supervivencia a la que están forzadas a atravesar desde el nacimiento, casi como un designio divino. Pero las 23 mujeres estaban determinadas a sobrevivir a la gran Ciudad, hacerle frente a su alienación e indiferencia como también al destrato, la explotación y a la humillación a las que se sometieron toda su historia. Es el grito de rebelión de mujeres indígenas nunca antes visto, mientras enfrente un grupo de personas disfrutaba de su pizza de mozzarella mirando la televisión.  

Para visibilizar y sobrellevar su reclamo lo más dignamente posible, apelaron al apoyo de  los medios alternativos, las redes sociales y a la solidaridad de las personas que pudieran acercarles agua mineral, alimentos, abrigo, colchonetas, pilotos de lluvia, baños químicos y gazebos. Pero sobretodo pidieron que se acerquen para informarse sobre los motivos que las llevaron a rebelarse contra un sistema que las expulsa continuamente.

Evis Millán del pueblo mapuche enfatizó: “Para nuestros pueblos la mujer es la fuerza, la protectora y educadora. El sistema patriarcal hizo que nos fortalezcamos más y por eso decimos basta, hasta acá llegaron”. Fueron 10 días de ocupación pacífica sin respuestas concretas. La indiferencia estructural y la lluvia cosecharon la rebelión de las flores. 

Un encuentro histórico

Un encuentro histórico

La lluvia con la que arrancó el 34° Encuentro Nacional de Mujeres que tuvo lugar el pasado fin de semana en la ciudad de La Plata no logró frenar la ola feminista. Más de doscientas mil mujeres y disidencias se reunieron para asistir a talleres, conferencias y conversatorios para pensar en conjunto cómo lograr un cambio social y eigir al Estado la implementación de “políticas públicas inclusivas que aseguren la igualdad de derechos´.

A pesar de que el clima no dejó que se llevara a cabo el acto de inauguración del encuentro, el sábado arrancó con los más de cien talleres para visibilizar problemáticas y poner en común las estrategias para el activismo sindical, la aplicación del lenguaje inclusivo o para el acceso al aborto libre, seguro y gratuito, entre muchísimas otras cuestiones.

“Vine acá porque tengo una hija que quiere que la acompañe a Brasil para encontrarse con el amor de su vida, que resultó ser otra mujer, y no sé bien qué hacer”. Graciela es una de las madres que fue al grupo de mujeres y lesbianismo para buscar contención. 

Del otro lado, casi al final del taller, Sofía, una platense de quince años preguntó algo que llenó de ternura a quienes estaban allá: ¿Cómo te das cuenta que te gustan las chicas?

La lluvia fue parando y a las siete, ya cuando la primera parte de los talleres había terminado,  arrancó una multitudinaria marcha en contra de los travesticidios y transfemicidios de todo el país.  “Señor, señora no sea indiferente, se mata a las travestis en la cara de la gente”, miles de personas caminaron en la capital de la provincia exigiendo también el cupo laboral trans y la necesidad de implementar políticas públicas más inclusivas. 

Y después de desconcentrar, cientos de escuelas de La Plata, Berisso y Villa Elisa fueron refugio para descansar.

“Tenemos que salir a visibilizar nuestras problemáticas, diversificar las identidades en este encuentro… porque lo que no se nombra, no existe, ¿no?”, decía Laura, que llegó desde Tucumán y agradecía que ya no hacía tanto frío. 

El domingo empezó temprano con la segunda parte de los talleres. Ya sin lluvia a la vista, a la ciudad llegaron miles de personas más ese mismo día.  

Lara, una chica intersex que viajó desde Buenos Aires, contaba: ´Somos en proporción la misma cantidad de personas que la gente pelirroja… somos mucho más común de lo que se cree. Y espacios como estos nos sirven para ponernos en encuentro, debatir nuestro presente, acompañarnos´.

Como lo que planteó Florencia, que estuvo en el taller de Ciberfeminismos: “Nuestras problemáticas son nuestros oficios, nos dedicamos a laburos donde sos una entre un millón de hombres. Una vez un periodista me quiso hacer una nota porque para él era ´un orgullo´ lo que yo hacía. Y para mí era absurdo que lo plantee en esos términos. Estamos acá para hacer red, para conocernos, para saber que existimos”.

Y llegó el mediodía y cientos de mujeres y disidencias de toda Latinoamérica hicieron la asamblea Abya Yala, que este año estuvo atravesada por un debate clave: por primera vez en 34 años el hasta ahora llamado Encuentro Nacional de Mujeres estaba ante la posibilidad de cambiar el nombre a Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans, Bisexuales y No Binaries. 

“La discusión sobre la identidad busca construir un feminismo inclusivo, antirracista, anticolonial que reúna a todas las identidades que participan y no sólo a mujeres”, se escuchaba en la plaza San Martín mientras el encuentro hacía un recreo para almorzar aprovechando el calor del sol que estaba saliendo.

Y para terminar con las formaciones, desde las tres de la tarde tuvieron lugar las conclusiones de todo lo que se había hablado en cada taller, que en un par de días van a estar subidas a la página del Encuentro. 

En el de Niñeces y Juventudes, que era la primera vez que se llevaba a cabo, rescataron la importancia de la ESI: ´La necesidad de que esté en todas las escuelas del país nos llevaría a que no sean tan difíciles un montón de situaciones: el plantarse disidente, el entender el deseo como algo a lo que no le tenemos que tener miedo ni sentir culpa, el poder saber cuidarnos´.

Y la tarde fue cayendo y en la 60 y 1 empezó la concentración para la marcha de cierre del encuentro. Lleno de pañuelos verdes, pancartas y glitter, el reclamo por el aborto legal, seguro y gratuito se sumó a la sororidad, al agite y a la felicidad de estos días. 

Pol vino de Chile para ver qué era esto que tanto ruido estaba haciendo: “Estoy acá porque no podía creer lo que contaban, necesitaba vivirlo”. 

Al grito de “¡Aleeerta! ¡Aleeerta! ¡Alerta que camina! ¡Las luchas feministas por las calles de Argentina!”, más de trescientas mil mujeres y disidencias empezaron a marchar pasadas las siete de la tarde.

El recorrido, que fue de tres kilómetros, terminó en el Estadio Unico de La Plata. Este año se decidió no pasar por la catedral y aunque hubo desdoblamientos y caminos alternativos, toda la marcha transcurrió sin mayores problemas. El frío no impidió que todo se viva como una fiesta. La alegría de esta ola verde que ni la lluvia para. El próximo Encuentro, ya plurinacional y con disidencias, será el año que viene en San Luis.

¡Vamos las pibas!

¡Vamos las pibas!

Seiscientas estudiantes secundarias de la Ciudad de Buenos Aires viajaron al Encuentro Nacional de Mujeres.

Organizadas por la Coordinadora de Estudiantes de Base (CEB), unas 600 adolescentes de 13 a 17 años de escuelas secundarias porteñas viajaron a La Plata para participar de la aventura feminista más intensa que existe y vivenciar una experiencia colectiva, comunitaria e inclusiva.

Son las 6 de la mañana del 12 de octubre pero para ellas la fecha nada tiene que ver con el “descubrimiento de América” sino con el descubrimiento de vivir bajo el yugo de un sistema colonialista y patriarcal.

La lluvia es constante y los nueve micros estacionados sobre la avenida Ángel Gallardo, en el barrio de Villa Crespo, comienzan a llenarse de expectativas, adrenalina, adolescentes, mujeres, paquetes de arroz, polenta, bizcochos, té, yerba y grandes ollas.

Por la suspensión del acto de apertura del Encuentro, a raíz de la lluvia, la delegación se traslada sin escalas al alojamiento asignado, la Escuela N° 42 “Leopoldo Herrera” de La Plata, donde acomodan sus bártulos y colman las aulas de bolsas de dormir y mochilas.

Muchas chicas se camuflan en un rincón del primer piso y, mientras esperan que empiece la asamblea, sacan una afeitadora, la ponen a cero y se lookean las cabezas con rapados para la ocasión.

Una vez en el salón de actos, las organizadoras plantean la hoja de ruta de la jornada, se deciden los talleres a participar, se aclaran las particularidades del trazo de la ciudad para que las chicas tengan en cuenta a la hora de moverse, y se hace hincapié en el protocolo de seguridad.

El contingente se divide por facultades –donde se desarrollan las diferentes actividades– y se nombran a las adultas encargadas de cada grupo. ANCCOM acompaña al grupo que va a la sede de Trabajo Social. Mujeres y sistema carcelario, Antiespecismos y feminismos y Violencia obstétrica son algunos de los talleres que se organizan allí.

Las estudiantes se distribuyen en cada uno, se pacta un horario y lugar de reunión dentro del predio. Rosángela, la responsable, va con una de las pibas que quedó sola al taller de Pérdida de hijes, hacer el duelo. El salón está completo pero no hay coordinadoras. Psicóloga de profesión, Rosángela toma la iniciativa, hace circular la palabra, van apareciendo los relatos en primera persona y todes, con respeto, escuchan.

Una vez terminados los talleres, las chicas se juntan en el punto acordado, controlan que no falte ninguna y salen hacia 1 y 53, el sitio de concentración de todo el contingente para marchar por los travesticidios y transfemicidios. Miles de personas andan por las calles platenses. Las pibas caminan muy entretenidas intercambiando experiencias. Una le cuenta a otra que en el taller de Mujeres y sistema carcelario, escuchando las historias, se había sentido chiquita.

En una esquina, dos hombres con un megáfono gritan que ellos también sufren la desocupación y la precarización laboral, que no es un problema solo de las mujeres. “¿Por qué no exigen cupo laboral para albañilería?”, reclaman. “¡Organícense!”, responden las pibas. “No les contesten, que se queden hablando solos”, dice otra mujer.

“El miedo se cambió de bando”

De vuelta en la escuela, a la hora de la cena, se pueden ver grupos de adolescentes en la puerta, en el patio, rancheando en los pasillos, algunas con guitarra y ukelele, otras jugando a las cartas.

Táper y cuchara en mano, las adolescentes hacen una fila que atraviesa el hall y parte del pasillo que da al gimnasio. Conversan, se ríen hasta llegar a la olla. Adentro de la cocina, otras pibas se encargan de la olla con tuco y de la de polenta y, con unas cucharas poco prácticas, tratan de servir rápido para paliar tantos estómagos vacíos después de un día intenso.

 

A la mañana siguiente, a las 6:30, las designadas pasan aula por aula despertando a todas, hay que desayunar e ir a la Asamblea y ahí marcar la cancha. Las casi 600 pibas se aglutinan en el gimnasio. Con caras de dormidas, pelos revueltos y mucha fiaca, algunas descalzas y otras desparramadas, prestan atención a la veintena de adolescentes, de diferentes colegios, que asumieron el desafío de organizar el encuentro de todas. Establecen cuestiones de convivencia y limpieza, los talleres a los que asistirán, focalizan en la importancia de la marcha multitudinaria e insisten con el protocolo de seguridad.

ANCCOM sigue al grupo que se dirige a Bellas Artes, ya sin lluvia pero fresco, y las pibas se dividen en los talleres. Alrededor del patio se monta una feria con puestos que ofrecen ropa interior, cremas artesanales, comida vegana y numerosos productos que no aparecen en los circuitos comerciales. Una pared está dedicada al Escrache Al Macho Abusador, con fotos de rostros con nombre y apellido de violadores y una lámina gigante a un costado donde cuelga un fibrón, para que cualquiera pueda escrachar a su abusador. Y en la pared del fondo, un grafiti que dice: “El miedo se cambió de bando”.

Violeta, una de las pibas, sale del taller de Feminización de la pobreza. Se siente mal, con lágrimas en los ojos, le duele la garganta y quiere irse. Pero quien acompaña no puede dejar al resto solas. Viole acepta unos mates calientes, come pasas de uvas y maní y se tranquiliza. Entonces se pone a charlar con la acompañante de lo políticamente poderoso del Encuentro. Lo que la moviliza es comprender que la mayor parte de la vida de las mujeres está condicionada por el patriarcado. «Vivo en una burbuja», afirma. Al rato se siente mejor y decide volver al taller.

Al mediodía, la delegación completa se reúne en la plaza San Martín para almorzar, distenderse y disfrutar de la feria y los eventos culturales que hay allí. Algunas volverán a la tarde a otros talleres, para reencontrarse en 1 y 60 y, ahora sí, a marchar.

 

La columna arranca por diagonal 79 hasta calle 7, de ahí hasta 32 y derecho al Estadio Único. Organizaciones barriales, políticas, sindicales, gente suelta, con peinados locos, glitter, pelucas, máscaras, tatuajes, torsos desnudos con inscripciones, brujas con escobas, tambores, bombas de estruendo, humo, canciones. Es una verdadera fiesta popular. Los vecinos en los balcones y ventanas observando. Las pibas encolumnadas, cantando, viviendo el pogo feminista.

Al concluir la masiva movilización, empieza el desafío de atravesar la ciudad con 600 personas y sin controles de tránsito a la vista. Las pibas lo resuelven adelantándose en grupos de cinco a la próxima esquina y formando un cordón para detener los autos, y en la retaguardia un grupo de adultas hacen avanzar a todas, así durante tres kilómetros.

Horas más tarde, a las 7 de la mañana, las organizadoras pasan otra vez aula por aula para despertar a todas. Es momento de desayunar, hacer la asamblea, limpiar el edificio y regresar a casa.

 

La emoción de la vuelta

En el viaje de vuelta, ANCCOM dialoga con pibas y acompañantes. Para Carolina, una estudiante de 16 años de la Escuela Carlos Pellegrini, fue su primer Encuentro. “Me encantó mal”, dice. Participó de dos talleres, Relaciones sexoafectivas y Herramientas para liberar emociones. La sorprendió mucho cómo todo el mundo escuchaba y nadie se interrumpía. Fue algo transformador para ella. “Pude ver el feminismo, lo viví, estuve ahí”, sostiene. También quedó impresionada con el gran trabajo de la CEB y que tan pocas pibas se hayan puesto la organización al hombro.

Para Janet, de 13 años, estudiante del Normal 11 de Parque Patricios, también fue su primer Encuentro. No recuerda el nombre del taller al que asistió. Decidió venir para saber sobre feminismo y aborto y aprendió muchas canciones. En su escuela, dice, hay algunos que opinan que ser lesbiana o gay es malo, y para ella no es así y quiere aprender.

Mercedes es la mamá de Lucero, una alumna del Cortázar que iba a viajar con amigas al Encuentro pero como faltaban adultas acompañantes decidió venir con la CEB. También fue su primera vez. “Estoy feliz de acompañar esta movida, te carga de energía y, sobre todo, de esperanza”, dice. Y si bien ella no eligió talleres porque acompañaba, salió fascinada del que tuvo que ir, Mujeres, política y poder. Y la marcha le pareció “divina”: “Los medios te muestran otra cosa, el descontrol, los quilombos, pero cuando vos estás adentro, las chicas con tanta alegría, tanto amor, viviéndolo, en una columna, es otra cosa totalmente distinta”, asegura.

Para Zoraida, la mamá de Irupé del Mariano Acosta, fue su segundo Encuentro, los dos con la CEB. El Centro de Estudiantes del Acosta cuenta con ella a la hora de rastrear mamás o adultas responsables. Zoraida se cuida de no invadir los espacios de su hija. Esta vez fue al taller de Feminismo, poder político y disidencias. Le encanta venir al Encuentro porque aprende un montón de cosas: “Me abren la cabeza y el corazón, me emociona el trabajo autogestivo y me emociona que hay personas que están pensándose y nos están pensando como grupo”.

“Soy una representante de esas voces del encierro”

“Soy una representante de esas voces del encierro”

Yrene Chicoma, integrante de la Coope Esquina Libertad.

“No estamos todas, faltan las presas”, declara firmemente Sofía Campos, “liberada”, que estuvo detenida en la Unidad Penitenciaria N°8 en Los Hornos, La Plata. Es la primera vez que participa de un Encuentro Nacional de Mujeres. “Yo quería venir al taller que habla de cárcel, porque la viví desde adentro”, comenta refiriéndose al taller “Mujeres, disidencias, cárcel y sistema penitenciario”, uno de los más de 80 espacios que formaron parte de la agenda del evento. Sofía comenta que en un principio se dedicó a escuchar los testimonios, hasta que alguien hizo foco en la falta de historias en primera persona: “Una mujer preguntó: ¿dónde están las liberadas, dónde están sus voces?”. Recién en ese momento se animó a contar su historia. “Hoy sentí que soy una representante de esas voces del encierro”, afirma.

Sofía viene acompañada por su hija menor, aún adolescente, de quien estuvo separada los tres años y seis meses que estuvo presa. “Sentí que la abandoné. Ese sufrimiento está presente en cada momento. Es una tristeza que una tiene como madre porque dejás a tus hijas y sentís que les estas haciendo un daño”. Contó que en la cárcel las condiciones de vida son pésimas, y que eso incluye a todo el sistema: desde la falta de políticas de higiene y salud, hasta el recorte de los momentos y espacios de recreación, el hacinamiento en las habitaciones, las requisas sorpresivas y la violencia policial. Al respecto, denunció: “Ellos quieren sembrar la discordia entre nosotras y hacernos pelear para que nos desunamos”. En contraste, describió varias situaciones en las que se manifestaron los lazos de solidaridad entre las presas, lo que destaca como un valor de gran importancia. “Cuando llegué a la cárcel una compañera me contuvo, me ofreció un té: yo tenía un ataque de pánico, ella me dio una mano. Una vez que me calmé, me dijo: ‘A la próxima que entre, la recibís vos’”, narra entre mate y mate. Si bien no extraña la cárcel, admite que se sigue refiriendo a las que quedaron dentro como sus compañeras: “No me lo puedo sacar”. 

Campos relata que lo más duro fue la reinserción en la sociedad. “Es contradictorio, lo que más deseas cuando estás encerrada es estar libre, y cuando llegó ese momento no podía salir de mi casa porque me agarraba taquicardia, mareos, ansiedad”. Pudo reponerse con la ayuda del Patronato de Liberadas, una institución que le brinda una ayuda económica a aquellas mujeres que acaban de salir de la cárcel. Luego de algunas idas y vueltas, pudo recuperar su trabajo como enfermera. Confesó que tuvo miedo de que no la aceptaran tras su experiencia: “Hoy está dura la mano para conseguir trabajo, pero más para los que somos liberados, que tenemos el estigma de haber estado presos”.

En la misma línea, Yrene Chicoma también contó su historia en uno de los talleres. Es peruana, tiene 58 años y estuvo presa cuatro años en el penal de Ezeiza. “Estuve muy deprimida porque perdí dos trabajos por tener antecedentes”, explica al referirse a la doble pena que sufren las personas que habitaron las cárceles: la judicial por el delito por el que se las juzga, y la moral, una vez afuera, por la sociedad. Al respecto, sostuvo: “El Estado dice que está en contra del aborto, pero nos aborta a nosotras cuando salimos de esa suciedad carcelaria, de ese punitivismo, cuando estamos afuera. Yo me sentí así, tirada”.

En la cárcel comenzó las carreras de Sociología y Letras gracias a la extensión universitaria de la UBA, formación que aún hoy continúa. Igualmente, la falta de trabajo le dificulta seguir con la cursada y al respecto comenta: “Yo quiero ganarme la vida, y poder sentarme a leer y estudiar para los parciales”. Confiesa que muchas veces debe conformarse con condiciones de precariedad laboral porque su situación es delicada. No denuncia la discriminación que ha sufrido porque le llevaría mucho tiempo y siente que “no puede darse ese lujo”. También juega un papel importante el temor: “La verdad se tapa porque tenemos miedo de que nos sigan castigando”. Del mismo modo, comenta: “Voy aceptando un montón de latigazos sociales que en mi cuerpo se articulan como cordones, pero eso no me deja caer porque tengo mucha esperanza y mucha fe que al hacer conocida mi situación me ayude para seguir estudiando”.

Yrene forma parte de la Coope Esquina Libertad, un espacio dedicado a facilitar la reinserción en sociedad mediante diferentes capacitaciones, en donde aprendió a encuadernar y adquirió herramientas que le permiten ganarse la vida. Estando presa, comenta, participó de talleres de escritura: “Empecé a escribir cuando estaba adentro, en el papel del paquete de harina”. Este mes se lanzó “Expresa mostra”, un fanzine que recopila diferentes escritos de mujeres que se nuclean en la cooperativa, donde pudo publicar una de sus poesías. En cuanto al Encuentro, comenta que el taller le dio fe y que espera que a partir de él se dé a conocer la problemática. “Necesitamos que se sepa todo lo que pasa adentro (de las cárceles) y también lo que pasa afuera cuando salimos”, agregó. 

En el aula 7 de la Facultad de Trabajo Social de la UNLP resonó el testimonio de Viviana Aguirre, mujer de 44 años que estuvo cinco meses detenida en una cárcel de Rosario. Relató un episodio de abuso y violencia policial que vivió estando dentro del penal. “Pero lo más duro lo estoy viviendo ahora, por la discriminación. Estoy luchando para que me den un trabajo para poder alimentarme. Salí sin trabajo, y sin la lucha que tenía la gente ahí adentro”. Además, denunció la desigualdad de condiciones entre varones y mujeres dentro de la institución carcelaria: “El Estado solo le da trabajo a los hombres. A nosotras nos discriminan, para ellos van los oficios y los salarios” y reclamó que “las mujeres necesitan más ayuda ahí adentro, que se les de un laburo y un sueldo digno”. También estaba Gloria, la hermana de Viviana, que fue quien la convenció de que asistiera al Encuentro. “Yo quise que viniera para que dé a conocer su historia”, admitió, “se debe remarcar también el maltrato que recibe la familia. Es horrible, como si nosotros también tuviéramos la culpa de que ella estuviera ahí”. La mujer denuncia que nunca recibió ayuda estatal. “Tenía que mandarle plata a mi sobrina y que ella viajara a Rosario para que Viviana pudiera comprar comida ahí adentro. Yo sabía que la estaban alimentando muy mal y sufrí mucho. Fueron cinco meses así”, explicó entre lágrimas. 

Rocio «Roli» Lisa detalló el derrotero que significa ir a visitar a un ser querido a la prisión.

También estuvo presente Roli, una estudiante de Trabajo Social cuyo novio está detenido en Varela. Ella vive en carne propia estas negligencias: “Son un montón las violencias que nosotras sufrimos por parte del sistema penitenciario y también por parte de la justicia. Nos maltratan cuando vamos a preguntar en qué estado está la causa, cuando vamos a pedir que se respete algún derecho. Somos muy maltratadas por ser familiares de presos”. Rocío detalló el derrotero que significa ir al penal a visitar a un ser querido que está en prisión: las requisas, los viajes, las horas de espera, la plata que se gasta. “Son al menos 3.000 pesos por fin de semana”. Sus palabras resonaron con las de las otras compañeras detenidas : “Lo que espero de este Encuentro es que podamos visibilizar esta problemática porque somos muchas. Hay un montón de mujeres que hoy acá no están porque es muy probable que estén viajando a ver a sus familiares presos” y agregó: “Necesitamos que pidan justicia por nosotras”. La joven no olvidó a las mujeres que están privadas de su libertad: “El feminismo tiene que escucharlas, llevar su voz”.

 Roli no era la única mujer allí con un familiar detenido. Ailén, otra integrante de Esquina Libertad, afirmó: “Somos las organizaciones las que proponemos lugares de trabajo. Ni el Estado sabe que hacer. Muchas veces nos preguntan a nosotros porque no tienen la menor idea”. Según ella, es necesario pensar estrategias desde la horizontalidad para combatir “la avanzada del punitivismo”, remarcando que “la cárcel no sirve para nada”. En esa misma línea, enunció: “Un paso más que le avancemos al punitivismo, es un paso más para crear una situación un poco más amena para las personas en situación de encierro”. Respecto al Encuentro, destacó que espera que pueda ponerse la problemática en la agenda y manifestó: “El feminismo está lejos de las cárceles y las cárceles lejos del feminismo”.

En las cuatro aulas en las que se realizó el taller de “Mujeres, disidencias, cárcel y sistema penitenciario” se debatieron distintos ejes, que incluyeron la situación habitacional de las mujeres y disidencias presas, la violencias que sufren allí dentro, las condiciones desiguales que hay para mujeres y varones privados de su libertad. También manifestó la situación de las personas trans en la cárcel: muchas veces deben elegir el pabellón de un género que no es el autopercibido porque corre peligro su integridad física.

La gran mayoría de las participantes eran mujeres profesionales de distintos ámbitos: abogadas, psicólogas, trabajadoras sociales que aportaron desde sus disciplinas su perspectiva sobre la temática. Muchas aprovecharon el espacio para denunciar las condiciones “paupérrimas” en las que viven las personas privadas de su libertad. Se comentó que la principal causa por la que están allí dentro las mujeres pobres es por narcomenudeo, delito que refiere a la venta de drogas. También, se hizo presente otra realidad: muchas están ahí por defenderse de un posible femicidio en manos de sus maridos violentos.

Otra de las problemáticas que más surgió fue la discriminatoria división de los talleres y espacios educativos dentro de las cárceles: los hombres suelen tener la posibilidad de aprender oficios con mayor salida laboral (como carpintería, electricidad o mecánica), mientras en el pabellón de mujeres solo se ofrecen manualidades, como hacer bijouterie.

Además de Cooperativa Esquina Libertad, también participaron otras organizaciones, como Atrapamuros, que milita hace diez años en distintas cárceles de la región de La Plata y de la Ciudad de Buenos Aires y que busca tener una intervención educativa desde la perspectiva política de la educación popular. Ellas estaban de acuerdo con que la condena no siempre termina cuando salen en libertad: destacan que afuera también hay muchas dificultades. Además, estuvo presente Yo No Fui una asociación civil sin fines de lucro que busca dar contención y herramientas tanto a las mujeres que están en situación penitenciaria como a las que recuperan su libertad.