“Es un gran paso para los artistas que son del barrio. Años atrás nadie se lo imaginaba. La gente ya no te mira raro, antes nosotros bailábamos de cabeza y para los demás limpiamos el piso”, expresa Angélica Villagómez, la joven de Villa 20, ideadora de la obra teatral El arrebato, y bailarina de breaking dance.
Entre protocolos, distanciamiento y capacidad reducida, el pasado martes llegó al Teatro Metropolitan de la Avenida Corrientes El arrebato, una obra de teatro musical que lleva la problemática de la marginalidad al corazón del centro porteño. La puesta nació a partir de una idea de Villagómez, que surgió en el contexto del taller Arte en Barrios, el programa del Gobierno de la Ciudad que promueve la actividad cultural de barrios populares. “En el taller de gestión de proyectos que ellos daban surgió todo. Tenía varias ideas, pero esta me gustó mucho porque no solo era para el público sino que los chicos podían trabajar en el guión o en la obra. La idea original era hacer un musical contando la historia del breaking, después se modificó un poco pero quedó genial. La obra tiene de todo, te reís hasta incluso te emocionas y los chicos rapean y cantan genial”, cuenta la bailarina y agrega: “La profesora que dictaba el Taller, comentó mi idea en La Usina del Arte y les gustó. Me llamaron con la propuesta y empezaron las reuniones para ver cómo podía ser posible la obra”.
A partir de ahí El arrebato dejó de ser un sueño para convertirse en realidad. Se convocó a productores, guionistas, directores, músicos y coreógrafos que incluso fueron a ver los talleres de rap que había en Villa 20 para conocer la vida del barrio de Lugano. “Un día nos juntamos todos los que íbamos a trabajar, fui a los ensayos y acompañé a los chicos, aporté consejos para las coreografías. Yo no soy del mundo del teatro, pero acompañé el proceso de la obra con todo el equipo que hizo un excelente laburo”, expresa la bailarina, quien además cuenta que desde el FIBA, El festival Internacional de Buenos Aires, también recibieron apoyo para el estreno.
Villagómez acompañó todo el proceso de creación de El arrebato, obra dirigida por el actor Juan Martin Delgado y escrita por Emiliano Dionisi, ambos artistas jóvenes con gran trayectoria en el escenario. Con diez nominaciones a los Premios Hugo al Teatro Musical, El arrebato se convirtió en una de las mejores opciones para este verano pero además invita a reflexionar y visibilizar la vida de los jóvenes de los sectores populares, aquellos que muchas veces se enfrentan con distintas problemáticas y se los estigmatiza e incluso criminaliza por tan solo vivir en un barrio popular. “Está muy bueno que esté la obra en calle Corrientes. Hemos visto bastantes puestas que hablan de otra cosa, que son para divertir al público y esto es completamente diferente. Lleva una problemática de un barrio a un teatro para que lo vean otras personas que no son de este mundo, los lleva a meterse un poquito en lo que pasamos nosotros, en nuestro día a día”, expresa la joven.
En una sociedad donde el discurso del mérito es cada vez más fuerte entre los jóvenes, Villagómez se posiciona y reflexiona “Nosotros estamos acostumbrados a lucharla para salir, sabemos que tenemos que levantarnos temprano, estudiar, trabajar y demás. Uno cuando baila se encuentra con distintos escenarios, los mismos bailarines son de distintas clases, los bailarines de breaking, los que rapean, no son todos del barrio. Hay distintos sectores cuando hay un evento pero cuando nos juntamos, desaparece la clase social”, señala.
El arrebato tiene diez nominaciones para el premio Hugo al Teatro Musical.
Desde sus inicios, Villagómez estuvo rodeada de música pero los talleres que se daban en el el barrio de Villa 20 marcaron lo que es hoy: “En el 2010 fui a un club de jóvenes que era de mi propia escuela y empecé con unas amigas. Primero empezamos bailando coreografías de hip hop, después nos animamos a bailar breaking y bueno desde ahí pasaron un par de años. En el medio fui mamá, estuve estudiando mucho, pero igual seguí bailando. En 2016 empecé a dar clases en Villa 20, para los niños. Di clases en Villa Soldati también. Los chicos cuando vienen a las clases, la pasan bien, lo disfrutan. No solo son alumnos sino que se convierten en amigos”
Además expresa que no fue todo tan fácil, sobre todo el apoyo de sus padres “Cuando uno es adolescente y vos queres bailar, te dicen que elijas una carrera o que consigas un trabajo, y no hay mucho apoyo en eso. Si vos te queres dedicar a algo que no les gusta a tus padres, piensan que ´ya se te va a pasar´, que es un pasatiempo nomás pero después al final vieron que yo seguía, que insistía y obviamente terminaron aceptando”.
“Una trata de hacer un equilibrio con el trabajo, porque yo empecé cuando era chica. Estudié, trabajé, tuve a mi nena , a mi nene ahora y es buscarte un tiempo para hacer lo que te gusta. Si bien ahora una es menos constante bailar o ir a entrenar pero nunca lo dejo de hacer”, expresa, mientras de fondo se escucha el llanto de su bebé reclamando a Angélica mamá y continúa: “Me pasó a mi y les pasó a todos mis amigos que también empezaron cuando eran adolescentes que ya son papás y ya también trabajan, pero igual seguimos”.
Villagómez cuenta que el año pasado, con la pandemia, fue bastante complejo continuar con los encuentros, ya que solían reunirse todos los veranos a ensayar y enseñar “Nos juntábamos los domingos afuera de una escuela del barrio, llevábamos la música, el piso y lo tirábamos ahí y nos poniamos a bailar y se acercaban chicos y chicas que querían aprender y nosotros no tenemos problema en que venga alguien y diga que quiere aprender. Obvio, le enseñabamos verticales o los pasos básicos de a poco”, agrega la bailarina.
A pesar del correr de los años, las distintas dificultades que pudo tener en el camino, los recursos que muchas veces se agotan en la Villa 20 y sus días hoy como madre, el sentimiento por la danza y el hip hop persiste: “Más que un baile es una cultura para mi. Muchos empiezan y después se alejan pero los que nos quedamos, lo hacemos parte de nuestra vida. Entrenamos todos los días, vamos a competencias, eventos y compartimos con bailarines de otros barrios. Es muy bonito lo que disfrutamos en grupo con otras personas. Las competencias para un bailarín no es solo ir y compartir, es un lugar de encuentro en donde compartis un espacio con el otro, compartis el baile. Las rondas donde uno entra a bailar son un momento de compartir y se hace muy grato para uno”
Fue como un último partido. Anunciado de imprevisto. Falleció el 25 de noviembre del 2020 y nadie sabe a ciencia cierta a qué hora, aunque quizás en el fondo eso no sea lo relevante. Otra vez todo el mundo -literalmente- hablaba de él. Las calles se redujeron al silencio y, mientras iba anocheciendo, los pequeños focos de llanto se encendían. Fueron velas en La Paternal, ahogo en La Boca, ojos vidriosos en Villa Fiorito. Hacia la medianoche, la Plaza de Mayo se convertía en la popular local de ese equipo llamado Diego Armando Maradona, y en pequeñas esquinas de todo el país se empezaron a escuchar gritos de goles, canciones de aliento, miles de relatos que, en definitiva, hablaban de lo mismo.
Muchos pasaron la noche en la plaza, bajo la promesa de que sería en la Casa Rosada su velatorio. De 6 de la mañana hasta las 4 de la tarde. El Gobierno nacional dispuso tres días de duelo y se prestó a organizar todo para recibir a la gente de Diego. Se colgó un crespón negro en la entrada, se instaló una pantalla gigante que reproducía sus jugadas en el centro de la plaza y ordenaron un recorrido de vallas que comenzaba en la esquina de Avenida de Mayo y 9 de Julio.
¿Qué le podía importar la pandemia a esas personas a las que Diego les dio tanto? Temprano, muy temprano, ya se comenzaron a agolpar en ese camino hacia él. La policía estaba por todas partes, de mirada desconfiada, la misma que muchos le dirigieron a Diego todos estos años. La Infantería dejaba pasar a un grupo de 20 o 25 personas y corrían a parar a los demás, que esperaban afuera cantado que “el que no lo quiere a Diego no quiere a su mamá” o que “el que no salta es un inglés”. Revoleaban por el aire el agua que los empleados de Aysa les daban más atrás, agitaban sus brazos en ese aguante de final de partido.
Hubo un Maradona para cada uno y un Maradona para todos. Cerca del Cabildo, una turista anglosajona se filmaba a sí misma tratando de explicar este fenómeno exótico; periodistas de cadenas internacionales reportaban hacia infinitos puntos del planeta; los fotógrafos se peleaban entre sí para retratar la imagen que lo diga todo. Y lo hicieron, pero no podían explicar nada, no podían adivinar qué se escondía detrás de cada llanto, de cada pelota de fútbol que chicos y grandes llevaban bajo el brazo, de cada flor arrojada con amor sincero.
Al otro lado de la plaza, esa misma gente que entró cantando salía cabizbaja, algunos ahogados en lágrimas y negando con la cabeza. El partido había terminado para ellos, aunque la mayoría a lo sumo había visto, de muy chicos, recién al Diego campeón del 86.
¿Cuándo empezó el partido? ¿Aquel 30 de octubre de 1960, entre los brazos de Doña Tota y Don Diego? ¿En aquellos entretiempos donde los Cebollitas salían al campo para entretener a la hinchada y un pibe morrudito danzaba junto a una pelota casi tan grande como él? ¿El 25 de junio de 1986, cuando ese petizo de rulos era alzado por una marea humana en México mientras besaba con fervor la Copa del Mundo? Una señora que ya transita los cuarenta años salía entre lágrimas inconsolables, contando cómo ella y su hermano salieron corriendo a la calle ese día, se tropezaron y se rompieron las rodillas, pero con la alegría más inmensa que dos chicos podían imaginar. “Es un día muy amargo hoy, la gente sigue hablando mal de él. No se fijan en las cosas reales. Lo único que les importa son las cosas feas, porque esa gente no tiene vida. Todos cometemos errores, pero la alegría del pueblo hay que valorarla. En un momento muy difícil de la república, él nos dio alegría”, sopesa entre el enojo y el orgullo. “Lo amo mucho, estuve enamorada desde muy chica de él. Nadie lo ayudó, él tenía una adicción y nadie lo ayudó. Estaba más sólo que un perro. Todos los que se le acercaron sólo pensaban en los millones que le podían dar esas dos piernas maravillosas”. Y antes de seguir su camino, concluyó: “Todos los que los queremos de verdad estamos acá. Es amor, fútbol…no creo que vaya a mirar más fútbol”.
Otro muchacho más joven, de barba y ropas coloridas, estaba agachado sobre el pavimento a un costado de la fila. Se encontraba dibujando en tiza un retrato del joven Diego que interpelaba a quien lo mirase: “No hay sueño imposible” y “jugate!!”. “Apu, de la Aymara Montaña”, se hace llamar. “Un hincha del Diego”, se presenta. “Esto significa que hay que hacerle caso a la infancia, hacerle caso a los sueños. Él cometió muchos errores y nos trajo muchos aciertos. Por eso esta imagen de la infancia: cuando no estaba la camiseta manchada con ninguna marca, con ningún cuadro. En estado puro”, cuenta mirando con orgullo su creación. Un Diego para cada uno, un Diego para todos.
Es que predominaba la gente joven, esa que no lo vio en vivo, aquella que escuchó los relatos de sus parientes y se enamoraron del Diego que les tocó vivir en presente. El que se equivocó y pagó. “¿Cómo va el partido?”, podrían haber preguntado al llegar a esa gran popular que alentó a Diego. Y entonces, ya enterados, se sumaron a alentar. El Diego de las piernas cortadas, el Diego de la internación en Cuba, el Diego espléndido que tuvo su propio programa de televisión, el Diego director técnico en la Selección, en Medio Oriente, en México y en Gimnasia. “¡Jugate!”, pareciera haber dicho siempre, aunque podía errar un pase o caer en las vicisitudes del juego y la vida.
“¡Vamos, Diego!”, insistía la hinchada afuera de la Casa Rosada. Para el mediodía, la fila ya doblaba por 9 de Julio y se extendía hasta Constitución. No llegarían todos a despedirlo para las 16. Y esa emoción, esa alegría se transformó súbitamente en corridas, gritos de bronca, gases lacrimógenos y balas de goma. La represión se hizo presente. Los hinchas empezaron a retroceder ante el avance de la policía motorizada y los camiones hidrantes. Entre la multitud, una señora refugiada en un quiosco se lamentaba por no poder llegar a despedir a Diego. “Desde las 11 de la mañana estábamos haciendo la fila. Diego es Argentina, es el amor del pueblo. Es pueblo. Es un ídolo que nos va a quedar grabados en el corazón. Diego es amor”, expresaba mientras de fondo se escuchaba aquel mítico cuarteto que Rodrigo alguna vez le había dedicado a Maradona.
Desde la Rosada podían verse a los más arriesgados, quienes treparon las rejas e incluso llegaron a entrar al Patio de las Palmeras ante la desesperación y la desilusión de no ver más al mejor jugador de la historia. La tensión explotó y los empujones, las caídas, los golpes tomaron el protagonismo. Aunque la violencia cesó, ya era demasiado tarde. Las puertas de la casa de Gobierno se cerraron para el público. El velorio se suspendió y dejó a miles de hinchas sin la posibilidad del último adiós. Pero no importó demasiado. Aunque los tiempos se adelantaron, una gran caravana con rosas entre sus manos esperó la salida del más grande con aplausos y al canto de “¡Marado, Marado!” acompañó el cortejo fúnebre hacia el cementerio de Bella Vista.
En el camino, los hinchas de Diego se subieron a la autopista y entre los autos saludaban y miraban el fugaz cortejo. La policía los alejaba, las motos corcoveaban para espantarlos, pero no lo lograron. Y no lograron que llegasen miles a la puerta del cementerio tampoco.
La popular aguantó hasta el final. Muchos lloraron y aplaudieron cuando el pitido marcó el final del encuentro. Y Diego, que lo dio todo, levantó los brazos y se fue. Se fue acompañado por sus hinchas, esos que nunca lo abandonaron.
La declaración realizada en el juicio a Etchecolatz por Nilda Eloy, fallecida hace dos años, fue reproducida en la audiencia.
A las 9.40 del martes 17 de noviembre se inició la cuarta audiencia virtual del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los centros clandestinos de tortura y detención en las Brigadas de Investigaciones policiales de Banfield, Lanús y Quilmes, en la que se escucharían nuevamente los testimonios grabados de juicios anteriores de Nilda Eloy y Alcides Chiesa, ex detenidos desaparecidos, ya fallecidos. Esta causa investiga los delitos contra 442 víctimas, entre ellas 18 embarazadas y siete niños y niñas nacidos en cautiverio.
La audiencia se inició con los problemas de conexión del ex jefe del Grupo de Actividades Especiales Ricardo Fernández y la ausencia de otros imputados como el ex jefe del Batallón de Arsenales Eduardo Samuel De Lio; el ex cabo de la Brigada de Lanús Miguel Ángel Ferreyro, Miguel Etchecolatz y Jorge Héctor Di Pasquale, quienes desde la Unidad Penitenciaria Nº 34 de Campo de Mayo se negaron a estar en la videoconferencia. Ante esta situación, las querellas expresaron preocupación y exigieron al Tribunal Oral Federal N°1 de La Plata que garantice la conectividad para que todos los imputados presencien las audiencias, pero sobre todo, para que la virtualidad no permita informalidades o excepciones que no se admitirían en una sala presencial.
Como respuesta, el presidente del Tribunal Ricardo Basílico, pidió a las partes mantuvieran sus cámaras prendidas y dio aviso al equipo de informática de la magistratura para que se ocupara de resolver el problema. Dicho esto, comenzó la reproducción del primer testimonio, el de Nilda Eloy en aquel juicio que tenía a Etchecolatz como único imputado en 2006.
Nilda Eloy
Nilda fue secuestrada de la casa de sus padres con 19 años, en octubre de 1976, por una patota al mando del genocida Miguel Etchecolatz. Estuvo detenida ilegalmente hasta agosto de 1977 en seis centros clandestinos: La Cacha, el Pozo de Quilmes, el Pozo de Arana, el Vesubio, la Brigada de Investigaciones de Lanús con asiento en Avellaneda (más conocido como “El Infierno”) y la Comisaría 3ra de Valentín Alsina. Luego fue “blanqueada”, es decir legalizada en la cárcel de Devoto a disposición del Poder Ejecutivo hasta fines de 1978.
A tres años de su fallecimiento, Nilda se hace presente. Con el pelo largo blanco que en sus últimos años la caracterizaba, su saquito rosa y un pañuelo del mismo color. Se sienta valiente frente al juez para contar su historia de encierro, tortura y abuso que carga: “No puedo parar. Son demasiados años de silencio”, contesta al entonces presidente del Tribunal Carlos Rozanski sobre la sugerencia de detener el testimonio al notar la voz quebrada de Nilda en su relato. Pero no, Nilda continúa incluso con mucha más fortaleza que antes. Cada tanto cierra los ojos tratando de recordar cada detalle de lo vivido y los distintos nombres u apodos de quienes habían participado en su tortura, como el oficial de policía de apellido Lara, que tenía relación de amistad con la familia de su madre. Ella lo reconoció en aquel momento y eso le hizo ganar su segunda sesión de picana eléctrica. O el padre Monseñor Callejas quien muchos años después, en los Juicios por la Verdad, se enteró de que era el mismo que atendía a las Madres de Plaza de Mayo en la Catedral, mientras a ella le pisoteaba sus manos en el centro clandestino. En aquel relato también recordó a los compañeros detenidos como o Marlene Catherine, una chica paraguaya de origen alemán que había sido crucificada en el Pozo de Arana. “Tenía las marcas en las palmas de las manos, en los pies, de haber sido crucificada”, declara Nilda con los ojos llenos de lágrima y la voz acongojada; o “El Colorado”, responsable de Montoneros Zona Oeste. Nilda declara que por él tuvo la primera idea de lo que significaba la ESMA, ya que lo llevaban a torturar allí y lo traían. “Cada vez que venía, volvía con algo menos de su cuerpo”, dijo. Fueron todos relatos de compañeros que junto a ella hicieron “Turismo Camps”, tal como denominó su paso entre los distintos centros clandestinos de detención y exterminio de la zona sur de la Provincia de Buenos Aires. “Yo quedé como mujer permanente ahí, para todo lo que se les ocurriera. Para presionar a un compañero haciéndoles creer que torturaban a la madre o la hija”, expresa Nilda.
Al final de su testimonio, Nilda denuncia la violación y abuso que sufrió en reiteradas oportunidades por parte del ex cabo de la Brigada de Lanús, Miguel Ángel Ferreyro, quien llamativamente en esta audiencia se ausentó alegando daños psicológicos provocados por un escrache en su casa, donde se encuentra cumpliendo prisión preventiva domiciliaria. Aunque Ferreyro no quiso escuchar las vejaciones a las que sometió a Nilda, la audiencia sí pudo: “La puerta de mi calabozo quedaba abierta en general, supongo que era una forma de pago por los servicios. Yo salía entonces del calabozo, cruzaba el patio y agarraba agua de un zapato y la pasaba. La sed es lo más desesperante, nos volvía locos”, describe Nilda.
Alcides Chiesa
Se hizo un cuarto intermedio de quince minutos y se prosiguió con la reproducción del testimonio del también fallecido Alcides Antonio Chiesa, quien fue secuestrado el sábado 15 octubre de 1977 de su casa de Quilmes y estuvo detenido-desaparecido en la Brigada de la misma localidad. Por aquel entonces, Chiesa era estudiante de cine. En el video, mientras se veía a Alcides dar testimonio, de fondo se podía ver a Etchecolatz escuchar atento una de las primeras escenas de tortura: “Me desnudan, me sacan lo poco que podían robarme y la traen a mi mujer, y me torturan delante de ella”.
Luego relata la primera vez que conoció a Bergés: “Se me había infectado la pierna por la picana, se me había hecho casi una perforación y se me había hinchado. Ahí fue que vino a verme Bergés. Lo recuerdo porque fue una de las pocas personas que me bajó la venda y le pude ver la cara. Me dio unas pastillas pero me provocó una reacción alérgica”, recuerda sobre el día que conoció al famoso médico que asistía a los detenidos para que los pudieran seguir torturando y también a las embarazadas.
“Como única expectativa tenías la comida que a veces llegaba”, señala y confiesa que pensó en escapar pero que de alguna forma sentía que era en vano: “Quién me iba a proteger, uno era la nada absoluta como ser humano: ¿a dónde iba a ir, a una comisaría o al Palacio de Justicia, a dónde iba a ir?”, se preguntaba en aquella declaración.
Chiesa luego pasó a disposición del Poder Ejecutivo Nacional el 18 de julio de 1978 y recién en 1982 cesó su condición de detenido. En el testimonio también contó que el día que fue puesto en libertad lo raparon: “A la noche me largaron y corrí hacia una esquina y estaban mis padres, esperándome en un coche. Por suerte elegí hacia el lado al que tenía que ir. Así contado, no tiene mucho drama, pero fue dramático”, describe. “No sabías si ibas a la muerte o te dejaban en libertad”. El final de su testimonio habla de su compromiso como sobreviviente: “Cuando yo me fui, mis compañeros me gritaban que no me olvide de ellos. Yo creo que es una experiencia que te queda para toda la vida, que no te la sacas más”, explicó el sobreviviente del Pozo de Quilmes que luego se exilió en Alemania, narró lo que le hicieron a él y a otros y su testimonio sigue aportando al proceso de memoria verdad y justicia, aunque ya no esté. Alcides Chiesa falleció en abril de 2017, a los 69 años.
Entre los tantos desafíos que trajo consigo la pandemia y el confinamiento, la continuidad del vínculo pedagógico educativo que llevaron a cabo los y las docentes en conjunto con sus estudiantes fue uno de ellos. Los distintos niveles del sistema educativo se vieron profundamente afectados, pero particularmente, la educación secundaria técnica, aquella que su esencia se caracteriza por los saberes prácticos y talleres.
A 15 años de la sanción de la Ley Técnico Profesional que ordenó y reguló esa modalidad educativa en el nivel medio y superior del sistema educativo, la pandemia puso en jaque su pleno funcionamiento.
El aislamiento social,preventivo y obligatorio puso sobre la superficie distintas desigualdades sociales, entre ellas, la famosa brecha tecnológica que lejos de ser historia, es una realidad al interior del sistema educativo. En este contexto de crisis sanitaria, los y las docentes, desde sus casas, tuvieron que desarrollar sus tareas atendiendo la emergencia: encuentros virtuales, mensajes, vídeos con aquellos que contaban con dispositivos e impresión de los materiales para los que no tenían, mantuvieron siempre contacto con sus estudiantes. Adrián Irrueta es docente de taller y referente de la materia prácticas profesionalizantes de la escuela técnica N°11 de San Cristóbal y cuenta que al principio de la cuarentena pensaban que el aislamiento sería una situación por 15 días, luego por un mes pero que a medida que se iba extendiendo, se fueron adaptando al contexto. “Fue un trabajo más personalizado, pibe por pibe, ver que estuvieran conectados y cómo. Se trabajó mucho en coordinación con preceptoría, entre profesores y coordinadores”, declara.
Si bien la situación de las escuelas técnicas no escapa a la que han atravesado el resto de los establecimientos en cuarentena, lo que la caracteriza a estas es el desarrollo de actividades prácticas en los talleres. “Es difícil porque nosotros necesitamos tener un contacto directo con las herramientas. Los pibes tienen que hacer cosas, fabricarlas, pero cada docente fue eligiendo una estrategia de acuerdo a su materia, aunque lo que más se trabajó fue teoría, más que práctica. En algunos casos se le dio consignas a los chicos para que puedan trabajar en sus casas con las herramientas y materiales que tenían a disposición y que puedan compartirla”, describe el docente.
.
Con el lema de “Vuelta a Clases”, el Gobierno de la Ciudad encabezado por Horacio Rodríguez Larreta junto a su ministra de Educación Soledad Acuña, decidió el regreso gradual a las aulas en espacios abiertos para alumnos, se inició con los estudiantes del último año de primaria y secundaria, y en los últimos anuncios se amplió al resto de los grados y divisiones. Irrueta describe algunas dificultades: “El último tiempo fue una corrida para ver qué era lo que definía el Ministerio ya que, en la mayoría de los casos, no están dadas las condiciones para que los chicos vayan a la escuela y mantengan contacto con los docentes y compañeros más que nada en los talleres”. Sobre la promoción de los y las estudiantes tampoco parece haber definiciones: “Todavía no tenemos bien en claro cómo es que se va a realizar la acreditación de los chicos y chicas de último año. Se verá quién trabajó y cómo. Recién en diciembre se pondrá una nota numérica. Cada escuela está desarrollando distintas estrategias para que el año que viene en el transcurso de lo que se llama la evaluación continua, los chicos puedan rendir y hacerlo bien. Por ejemplo, la de pre parciales donde realizarían trabajos específicos acompañados de tutorías para llegar a completar la evaluación. A fin de año tendremos que ver quién trabajó y cómo”, finaliza el docente referente de prácticas profesionalizantes.
Damián Impembo es secretario gremial de la Asociación de Maestros de Escuelas Técnicas y señala que casi el 50% de las horas cátedras que tiene un alumno de escuela técnica se vieron afectadas, pero que se fue encontrando un marco de solución a través de videos explicativos. “No es lo mismo que la práctica del alumno en el taller, no iguala nunca pero en esta situación fue todo más de visualización de las prácticas que tienen los chicos en las distintas especialidades. En esa búsqueda, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires priorizó a los alumnos de sexto para adquirir conocimientos que quedaron pendientes pero no asegura demasiado porque la re-vinculación es optativa y han quedado muchos contenidos que no han sido abordados”.
Por otro lado, Cristina Rubio, secretaria de educación técnica de UTE (Unión de Trabajadores de la Educación) expresa: “Es un momento muy difícil para la docencia argentina, los profesores estuvieron dando clases desde el 16 de marzo, nunca se rompió el vínculo con los chicos y la familia. No todos los docentes tenían internet y computadoras en sus casas y sin embargo buscaron el método, el modo y la forma de poder estar vinculados ya sea desde Classroom, WhatsApp, con documentos que se imprimieron para que los chicos tengan continuidad, incluso subiendo videos a Youtube. El teléfono fue una gran herramienta en este período de pandemia”.
Rubio señala que las escuelas nunca estuvieron cerradas, las escuelas siguieron dando las canastas y bolsas alimenticias a todos sus alumnos y alumnas y que desde el Gobierno de la Ciudad no cumplieron con el protocolo inicial que decía que antes de retomar la actividad presencial, se iban a testear a todos los docentes y al personal que asistiera a la escuela. Y agrega que en los más de 220 días de confinamiento no se incrementaron cursos o capacitaciones de Tics o manejo de comunicación en pandemia para los docentes. “Lo peor que hicieron fue discontinuar el plan Conectar igualdad, de haber seguido entregando las computadoras a nuestres alumnes, no tendríamos tantos chiques que quedaron sin conexión”. Además, remarca que tampoco fueron capaces de cumplir con la paritaria docente, “decidieron unilateralmente el pago del aguinaldo en cuotas e incluso retrasarlo un mes más. Todas estas arbitrariedades son un continuo maltrato a la comunidad docente”, asegura la secretaria.
En esta misma línea, los y las docentes de la escuela técnica 14 Libertad del barrio de Barracas declararon el repudio del accionar de sus directivos que ocultaron dos casos positivos de Covid 19. Según sus testimonios, estos casos se habrían detectado en uno de los días en que se generaba la denominada “re-vinculación” con estudiantes de sexto año. “Advertimos el no cumplimiento del protocolo y seguridad, hoy le tocó a la 14 pero los casos están apareciendo en muchas escuelas. Si no se controla desde ahora, vamos camino a un rebrote que el mismo ministro de salud de Caba, quien autorizó la vuelta a clases, dijo que tenemos que evitar”. Además, agregan: “Venimos sosteniendo toda la actividad educativa desde marzo, poniendo a disposición todos los medios y recursos que tenemos, pagando los recursos de luz y telefonía”.
En este contexto excepcional donde desde el Estado nacional puso foco en la no dispersión del virus, el jefe de Gobierno porteño en conferencia de prensa aseguró que «Es muy importante que los estudiantes que cierran un ciclo, lo hagan con sus compañeros y docentes» en el marco de “Plan de Puesta en Marcha de la Ciudad”. Lo cierto es que a raíz de la pandemia, la escuela, la familia y el trabajo se han mezclado, y que docentes y estudiantes de las instituciones educativas públicas en su conjunto mostraron grandes fortalezas. La pandemia puso nuevamente en el debate público el rol de la escuela, su importancia material pero también simbólica como institución garante de derechos básicos. Lo que nos queda es ahondar en este debate y repensar nuevos horizontes en la educación.