Cinco hospitales por uno

Cinco hospitales por uno

Una inminente reforma hospitalaria sacude a la salud pública de la Ciudad de Buenos Aires, luego de que circulara el proyecto conocido como “Complejo Hospitalario Sur”. Se trata de una iniciativa impulsada por el Ejecutivo porteño que implicaría el cierre de cinco hospitales monovalentes para el establecimiento de un único complejo polivalente de alta complejidad, que se construiría en el actual Hospital Muñiz.

Esta semana, mediante el Decreto Nº 297/18, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires oficializó que el Ministerio de Salud “propicia el desarrollo del Complejo Hospitalario Sur”.

Es la primera medida de trascendencia pública sobre la iniciativa, ya que no hay un proyecto de ley formal en circulación. Se informó, además, la modificación de la estructura del Ministerio de Salud a los efectos de la puesta en marcha del plan, con la creación de la Unidad de Proyectos Especiales (UPE) Complejo Hospitalario Sur, que funcionará por fuera de la Subsecretaría de Planificación Sanitaria del Ministerio de Salud, con rango, nivel y atribuciones de Dirección General.

El “Complejo Hospitalario Sur” plantea el cierre y transformación en institutos del Hospital de Infecciosas Dr. Francisco Javier Muñiz, el Hospital de Oncología Marie Curie, el Hospital de Gastroenterología Dr. Carlos Bonorino Udaondo, el Hospital de Rehabilitación Respiratoria María Ferrer, el Instituto de Rehabilitación Psicofísica (IREP), que serán trasladados al predio del Hospital Muñiz. Se trata de un antiguo proyecto que plantea la necesidad de una modernización de los establecimientos de salud dada la antigüedad y mal estado de los edificios, que ya había sido rechazado en dos oportunidades por la Legislatura porteña: en 2008 y 2010. En ambos casos la iniciativa fue impulsada por el Gobierno de la Ciudad, con el actual Presidente Mauricio Macri como Jefe de Gobierno.

En abril de este año fue presentado nuevamente a los directivos de los hospitales involucrados mediante una presentación de 62 diapositivas. El documento informa que se construirán 50.000 m2 nuevos y se remodelarán otros 10.000 m2 con un costo total de 160 millones de dólares de obra y equipamiento. Para el financiamiento se contempla la venta de los terrenos del Udaondo, Ferrer, Curie e IREP, con lo que se obtendrán 124 millones de dólares, según la tasación realizada en LJ Ramos Brokers Inmobiliarios en diciembre de 2017. No se aclara cómo se financiarán los 36 millones de dólares faltantes. En esa ocasión, el Gobierno comunicó a los directivos que se tomarían todo el año 2018 para evaluar la viabilidad del proyecto. La licitación y el comienzo de la obra serían en 2019, mientras que la culminación y el traslado se prevén para el 2021.

En julio, el Gobierno informó mediante el Boletín Oficial la quita de la condición de patrimonio histórico que tenían varios pabellones del Hospital Muñiz, con el argumento de que el deterioro de los edificios es tal que no pueden prestar servicios sanitarios. Esto habilitaría la demolición de varios de ellos.

Los trabajadores de la salud de los hospitales involucrados se muestran preocupados por las implicancias sanitarias que tendrá la iniciativa y denuncian un millonario negocio inmobiliario detrás. En este marco rebautizaron el proyecto como “plan de hospitales 5×1” y comenzaron a realizar asambleas de trabajadores autoconvocados en cada institución. Las manifestaciones en contra del Complejo Hospitalario Sur incluyeron abrazos simbólicos a los establecimientos, junta de firmas e incluso la conformación de una asamblea interhospitalaria que se movilizó para exigirle respuestas a la Ministra de Salud de la Ciudad, Ana María Bou Pérez, quien -afirman- les cerró las puertas y hasta el día de hoy se mantiene en silencio. La pregunta es cuál sería el costo sanitario, según los trabajadores de salud, de los hospitales involucrados.

Pérdida de la identidad

El Muñiz es uno de los hospitales públicos monovalentes de la Ciudad de Buenos aires, el único especializado en enfermedades infecciosas. Se inauguró en el año 1882 bajo el nombre Casa de Aislamiento dada la insuficiencia de los hospitales existentes al momento para atender enfermedades infecciosas. En 1904 adquirió su nombre actual, Hospital de Infecciosas “Dr. Francisco Javier Muñiz. “Son más de cien años de trabajo ininterrumpido e interdisciplinario al servicio de las enfermedades infecto contagiosas, los profesionales médicos y no médicos creemos que esa trayectoria no se puede desechar”, expresa Daniela Sabaj, licenciada en Bioimágenes y representante de la Asamblea de Trabajadores Autoconvocados del Muñiz, en diálogo con ANCCOM.

El Muñiz sigue siendo en la actualidad el único hospital especializado en infecciosas. “Realizamos diariamente miles y miles de nuevos diagnósticos de tuberculosis y HIV”, cuenta Sabaj. Y subraya la importancia de la atención de estas enfermedades por profesionales especializados: “Por dar un ejemplo, han habido decenas de casos en terapia intensiva de chicas jóvenes con prepaga a las que les habían diagnosticado anorexia nerviosa y en realidad tenían una tuberculosis que se las estaba llevando. Nosotros nos especializamos en eso y lo vemos donde otros profesionales de la salud no lo ven. Para nosotros una tuberculosis es normal, hay profesionales que pasan 40 años trabajando en otros centros de salud y no lo han visto”. El establecimiento funciona, además, como hospital escuela y centro de investigación: “Se forman residentes infectólogos, neumonólogos, dermatólogos que de acá se van a trabajar a hospitales y centros de salud de todo el país”, afirma Daniela.

Profesionales de la salud en asamblea contra el Proyecto de ley «5×1» en el Hospital IREP de la Ciudad de Buenos Aires.

Otro de los establecimientos involucrados es el instituto de Rehabilitación Psicofísica (IREP). El establecimiento se construyó en 1949 durante el primer gobierno peronista como la Ciudad Infantil Eva Perón, un hogar escuela donde se albergaba a niños huérfanos o con serios problemas familiares. Tras el golpe militar de 1955, y con motivo de la epidemia de poliomielitis de 1956 y 1957, el lugar comenzó a funcionar como hospital. Se trata de un predio de más de una manzana de extensión en el Bajo Belgrano, que cuenta con tres edificios, y es considerado patrimonio histórico nacional. El instituto se especializa en la atención de patologías del aparato locomotor en su estadio crónico. “Atendemos a pacientes de todo el país y países limítrofes porque no hay otro lugar que se especialice en esto” dice Ricardo Gómez, administrativo del IREP, a ANCCOM. El establecimiento es, además, sede de la Carrera de Medicina Física y Rehabilitación, dependiente de la Universidad de Buenos Aires (UBA). “Esta es una institución muy reconocida por la formación profesional, hay médicos de todo el país y de latinoamérica estudiando en el hospital. Nos preocupa qué va a pasar con la comunidad hospitalaria de pacientes y estudiantes. ¿A dónde va a ir esa gente?”, afirma Gómez.

“La existencia de hospitales monovalentes o polivalentes -señala Sabaj- es un debate sanitario que hace mella entre los profesionales de la salud y es saludable que exista, pero no a costa de que cinco monovalentes dejen de existir, porque cumplen una función que queda descubierta. El complejo polivalente que plantean no lo cubre”. Y agrega: “Si la Ciudad de Buenos Aires necesita un hospital de alta complejidad, que creo que lo necesita, lo tiene que hacer de cero, en un terreno vacío, con las características, necesidades e infraestructura que se pueden desarrollar en el siglo 21”.

Por su parte, los trabajadores de la Asamblea del IREP coinciden en la crítica al cierre de hospitales. “El IREP fue el último hospital en ser incluido en la reforma hospitalaria, a pesar de que ya había sido remodelado en el 2010. Con este proyecto, cada uno de los hospitales involucrados dejaría de existir. Queda cada vez más claro que la intención del Gobierno de la Ciudad es hacerse de este y los otros predios, no hay una lógica realmente coherente en términos sanitarios”, denuncia Liliana Bidegain, Psicopedagoga del Instituto.

“Lo que está en juego es que dejen de existir cinco hospitales con más de 100 años de funcionamiento y con gran trayectoria”, subraya Daniela. “Además, todos los establecimientos son de relevancia Nacional, atendemos a pacientes de todo el país y países limítrofes. La crisis sanitaria que desataría no tiene precedentes. Este proyecto nos mete a la cobertura universal de salud por la ventana, esto es la reducción al Plan Médico Obligatorio (PMO), la reducción a las prácticas más baratas, el resto se paga. Es un sistema de salud americano”, denuncia Sabaj.

Incertidumbre estructural

Existe una gran incertidumbre por parte de los profesionales de la salud en cuanto a cómo se adaptarán las estructuras de los hospitales en caso de realizarse el traslado al predio del Muñiz. Uno de los puntos críticos es la posible pérdida de los puestos de trabajo. Desde el Gobierno de la Ciudad se argumenta que el Complejo Hospitalario Sur, al ser de alta complejidad, va a necesitar más profesionales y más especializados. Sin embargo, los profesionales denuncian que lo que sucederá es un vaciamiento de las estructuras de trabajo. “Como trabajadores creemos que nos están mintiendo, porque es imposible que un solo complejo absorba las estructuras hospitalarias que tenemos. Creemos que lo que va a pasar es lo que ya hemos visto en otras estructuras estatales: en donde se jubila un trabajador no se renueva la partida, donde se dejan de renovar las partidas, ese servicio se cierra”, reflexiona Sabaj. Desde la Asamblea de Trabajadores del IREP realizaron un pedido de informe amparados en la Ley 104 de Solicitud de Información Pública. La respuesta recibida fue la palabra de que se respetarán los puestos de trabajo, aunque no detallaron qué pasará con las estructuras laborales. “Creemos que con el tiempo se van a reducir la cantidad de puestos y que eso va a ir directamente en detrimento del paciente”, advierten.

La comunidad de trabajadores de la salud denuncia, además, la pérdida de capacidad de absorción de pacientes, dado que se prevé la instalación de solo 500 camas generales. “El Muñiz tiene ahora en funcionamiento 400 camas, cada año son menos por el vaciamiento sistemático del Gobierno que reduce el presupuesto a la salud. Si se hace una sumatoria de la capacidad de los hospitales involucrados, da mucho más que 500”, explica Sabaj. Otro punto crítico es el funcionamiento de la guardia del Hospital Muñiz, que pasaría a ser cerrada. “Hoy funcionamos con guardia abierta: el que se presenta es atendido, puede hacerse estudios, ser diagnosticado y derivado. En el caso del Complejo Hospitalario Sur la guardia pasaría a ser cerrada, esto significa que para ser atendido va a ser necesaria una derivación. Encontramos peligro en eso porque atendemos personas que pululan por salitas, centros, hospitales e incluso obras sociales que no se especializan en enfermedades infecciosas y pueden ser mal diagnosticadas”.

En el caso del IREP, el proyecto no contempla el traslado del polo deportivo y la pileta de natación que es utilizada por los pacientes para su rehabilitación.

Incompatibilidad

Un punto clave de preocupación para los trabajadores de la salud, es el peligro que podría significar la convivencia de las diferentes enfermedades entre sí, ya que la fusión de especialidades implicaría el uso compartido de espacios con pacientes inmunodeprimidos. “El Ferrer tiene pacientes en rehabilitación respiratoria, el Udaondo pacientes oncológicos, el Muñiz con HIV, todos inmunocomprometidos. Esas personas deben estar lo más preservadas posible para no sufrir alteraciones o empeoramientos severos en su condición”, manifiesta Sabaj. En el mismo sentido, Patricia Pastore, Kinesióloga del IREP, suma su preocupación por el uso de áreas compartidas tanto por los pacientes como por los trabajadores: “Se propone que los pacientes de cada especialidad compartan las áreas de imágenes, el laboratorio también será de uso compartido por los profesionales y otros sectores de tránsito como el buffet. Por más que se organice por horarios no creemos que pueda garantizarse la seguridad e higiene para los pacientes”.

Otro punto conflictivo en este sentido es la construcción de salas con camas generales en las que también convivirán las distintas enfermedades. “La ministra dice que habrá habitaciones con presurización negativa y positiva para que esto no sea un problema. Sabemos que existe tecnología para hacerlo pero no creemos que haya presupuesto para una tecnología de esa complejidad, y si lo hay, debería aplicarla para que los hospitales funcionen bien hoy”, sostiene Daniela.  Por su parte, la médica Susana Pirro, perteneciente a la asamblea del IREP, también descree del desarrollo de tecnologías de ese tipo: “¿Cómo vamos a creer que va a poner tecnología de punta una gestión que viene desfinanciando a la salud pública desde hace doce años?”.

“Lo que queremos como  trabajadores es que nuestro empleador nos de respuestas, la ministra de Salud tiene que hablar con nosotros porque somos quienes llevamos adelante la salud todos los días”, dice Sabaj. “Nosotros pateamos todos los días el hospital, sabemos si faltan insumos y los traemos de nuestras casas. Queremos el respeto que merecemos. No queremos que pase como en el Borda, donde vimos topadoras y policía pegándole a trabajadores y pacientes. Pero si nos ponen contra la espada y la pared, ahí vamos a estar: parados frente a la topadora”.

Historias clandestinas

Historias clandestinas

La clandestinidad está rodeada de silencio. Calladas, en secreto, a escondidas, entre 460 mil y 600 personas abortan clandestinamente cada año en Argentina, según la Campaña Nacional por el Aborto Legal Seguro y Gratuito. La clandestinidad son las náuseas, vómitos y mareos que se esconden en las casas, universidades y oficinas. Es la búsqueda desesperada porque aparezca un contacto, una receta sellada o una farmacia que venda las pastillas. Son las horas extras para conseguir el dinero.

La clandestinidad transcurre en departamentos despojados, clínicas improvisadas en livings, salas de espera en garajes. Con anestesias dobles cuando el pánico es mayor.

La clandestinidad es una madre que espera del otro lado del teléfono, un novio que desaparece un otro que trae una manta y se acomoda al lado para ver una película y esperar. Es la ginecóloga que te dice que tenés que abortar y entrar por la otra puerta para que te liguen las trompas, la que te pide por favor que le lleves folletos e información para ayudar a sus pacientes. Lo clandestino habita en la amiga que te acompaña y la que te llama asesina sin saberlo. Y también en el miedo a contarlo, a que haya quedado registro, a que se sepa y te denuncien, o a morir en el intento. La clandestinidad es un pacto de silencio siniestro que empezó a quebrarse.

Tom Máscolo

“Yo nunca me sentí mujer. En ese momento no había mucha información sobre el tema, ni Ley de Identidad de Género, ni programas como Cien días para enamorarse. No sabía qué era lo que me pasaba. Pensaba que estaba enfermo, que algo estaba mal en mí y lo manifestaba, aunque la gente no me entendiera. Tenía dieciocho años y estaba en pareja con un hombre. Cuando le conté cómo me sentía respecto a mi género, él decidió sacarse el preservativo sin mi consentimiento mientras teníamos sexo y quedé embarazado.

El chabón se borró apenas le conté. Mi familia adoptiva es muy católica y si le contaba a mi mamá, iba a querer que lo tenga. Fueron mis amigues quienes me acompañaron. Uno de elles me pasó el contacto de una clínica donde hacían abortos. Yo le digo ‘clínica’ pero en realidad era una casa en la zona sur de Rosario. La sala de espera era un garaje y atendían en la habitación contigua en la que habían montado una camilla con una madera atravesada sobre la que te ataban.

La primera vez que fui había cuatro pibas esperando: una lloraba, las otras tenían una cara de miedo terrible. Me atendió una señora y le hablé sobre mi identidad de género. Ella me dijo que no le importaba. Me revisó y me indicó que tenía que hacerme una ecografía de manera clandestina para averiguar de cuántas semanas estaba. Me dio dos rivotriles para que los tomara unas horas antes de ir el día en que me hicieran el aborto, como para ya llegar dopado, y me dijo que el aborto salía

4.500 pesos. En ese momento era un montón de plata y mis amigues me ayudaron a juntarla.

La ecografía me la hice en el Centro de Salud de Rosario. El médico me pidió que llegue con los dos litros de agua ya tomados, que fuera solo, en un horario especial y que apenas terminara el estudio me fuera. Tenía que hacer todo solo, nadie me tenía que ver y eso me daba mucho miedo. Tenía miedo de caer preso o de morirme en el intento.

Ese día fui a la clínica solo, en un taxi. Cuando llegué ya me sentía muy mal por los rivotriles. Me acosté en la camilla, me ataron y me dieron una inyección intravenosa para anestesiarme. Yo no me podía dormir, entonces me preguntaron si me animaba a que me inyecten otra más. Les consulté cuál era el riesgo y me dijeron: ‘Que no te despiertes más’. Les dije que me la dieran igual. ¿Qué otra opción tenía?

Me desperté con un pañal puesto lleno de sangre, y me dijeron: ‘Tenés veinte minutos para reponerte e irte’. Me levanté como pude y me fui.

La segunda vez fue muy distinto. Tenía veintitrés años, ya estaba militando, era mucho más consciente de lo que estaba haciendo y estaba más informado. Esa vez pude conseguir las pastillas y estuve todo el tiempo acompañado por una amiga. De todas formas también fue una experiencia bastante dolorosa para mí. Lo viví en la clandestinidad, con miedo a que me pasara algo y a tener que ir al hospital.”

Julieta

“Tenía un día de atraso. Me acerqué al cuarto de mi vieja y le dije: ‘Ma, no me viene’. Me hice un test. Apenas hice pis ya se veían las dos rayas. Lo apoyé para esperar los cinco minutos con la esperanza de que desapareciera y cuando vi que era positivo se me vino el mundo abajo. Mi mamá me preguntó qué quería hacer y le dije que no lo quería tener. No lo dudé un segundo. Tenía diecisiete años y estaba cursando quinto año en un colegio católico en el que tuvimos solo una clase de educación sexual desde una perspectiva meramente biologicista. Había quedado embarazada de mi novio del secundario y el tampoco quería tenerlo.

Al día siguiente, cuando salí del colegio, fuimos con mi mamá a un sanatorio a ver al mismo ginecólogo que me vio nacer. Él me confirmó que estaba embarazada, me hizo una receta para una úlcera, que es para lo que está indicado el Oxaprost (Misoprostol), y nos dio un lugar de referencia para ir a comprarlo. Era muy costoso, pero por suerte mi mamá lo pudo comprar.

Ese día quería que pasara todo rápido. Tomé las pastillas por vía oral e intravaginal y no me hicieron efecto. Mi mamá llamó al médico para decirle que no estaba pasando nada y él sugirió que fuéramos a verlo.

Al otro día mi vieja pasó a retirarme del colegio cuando estábamos en clase de religión, les dije a mis amigas que tenía turno con el dentista y me fui. El ginecólogo me puso las pastillas de nuevo y cuando volví a mi casa me vino. Despedí un coágulo de sangre que no se parecía en nada a un bebé, sentada en el bidet la llame a mi mamá para contarle y ella me dijo: ‘Ya está, Juli’.

Fue algo que vivimos mi vieja y yo. Nadie más. Ella también había abortado a sus veintipico, me entendió y me acompañó. Yo me puse en sus manos y me sentí segura. Mi papá nunca lo supo. Mi novio de ese momento no me apoyó económicamente y no sentí que me haya acompañado.

El no poder hablar del tema es algo con lo que cargo hasta el día de hoy. Siento que quizás es importante para mi salud contar esa experiencia y no lo puedo hacer. Una vez me atreví a preguntarle a una ginecóloga qué opinaba sobre el tema y me dijo: ‘Mujer que aborta tiene que salir y entrar por la otra puerta a ligarse las trompas’.

También me da miedo que contarlo me perjudique laboralmente, porque en la facultad nos aconsejaron que no nos expresemos a favor y que no contemos la experiencia en caso de que hayamos abortado porque eso puede cerrarnos puertas.

De mi entorno no lo sabe casi nadie. A mis amigues del secundario, que son católiques y están en contra, nunca se los pude contar. Solo les pude contar a tres amigas. Una de ellas quedó embarazada y cuando le pregunté si lo quería tener me dijo: ‘No quiero, pero yo no podría vivir sabiendo que mate a una persona’. Cuando me dijo eso sentí que tenía frente a mis ojos todo lo que la sociedad le hace a las mujeres.

Cuando terminé la secundaria empecé a estudiar Comunicación Social en la UBA. Ahora tengo veinticuatro años, terminé de cursar la carrera y estoy estudiando Locución. Viéndolo a la distancia entiendo que mi experiencia fue buena por una cuestión de clase, por contar con las herramientas para poder hacerlo. Yo no lo viví como un hecho traumático, creo que la carga negativa se la da la sociedad. Me traslado a ese momento y volvería a tomar la misma decisión. Arrepentirme de haber abortado sería arrepentirme de lo que soy hoy.

Camila

“A los veintinueve años quede embarazada en una relación sexual no consentida. Desde ya no quería tenerlo. Las primeras semanas fueron terribles para mí: tenía muchos síntomas y debía esconderlos todo el tiempo en el hospital donde trabajo. Por eso intenté dos veces abortar con pastillas, aunque sabía que era demasiado pronto porque estaba de muy pocas semanas. Ninguna de las dos funcionó, así que una compañera del trabajo me pasó el dato de un lugar en el que hacían abortos. Me pasó un número de teléfono y me dijo que tenía que preguntar por un nombre que era el código para que supieran de lo que estaba hablando. Me dieron una fecha, me dijeron que tenía que llevar una ecografía, me pasaron la dirección. Me aclararon que podía llevar una sola acompañante y que tenía que ser mujer, no podían entrar hombres. Le conté a mis hermanas y una de ellas me prestó plata porque con mi sueldo no me alcanzaba. Para devolvérsela había empezado a trabajar también los fines de semana en un bar. Estaba muy cansada y me quedaba dormida en todos lados, era un desastre.

Un día de semana al mediodía llegué a la dirección que me habían pasado por teléfono con una amiga y mi novio, un ex con el que había vuelto hacía muy poco tiempo y me acompañó en todo el proceso aunque el embarazo no era de él. Toqué la puerta repitiendo el código telefónico y esperamos paradas sobre alguna calle del barrio de Avellaneda mientras una vorágine de gente iba de aquí para allá y nos aturdía el ruido de una obra en construcción que estaba al lado. Entramos y mi novio se quedó esperando en el auto.

El departamento parecía un telo de mala muerte, estaba despojado de cosas, aunque había una escenografía medianamente buscada de ‘clínica’: en la entrada una secretaria y su mesita, al costado una especie de sala de espera chiquita con unos sillones sobre los que estaban sentadas unas chicas re adolescentes y de barrio.

Cuando fue mi turno pasé sola. Mi amiga se quedó en la sala de espera. Me desvestí en una habitación y después pasé a un living en el que habían montado una camilla y me esperaban una pseudo enfermera y un pseudo médico disfrazados con ambos. Me acosté en la camilla y el tipo me explicó lo que iba a hacer mientras se fumaba un pucho. Me aplicaron una anestesia y me dormí.

Me desperté en la habitación en la que me había cambiado, sobre una camita de madera de pino. En la cama de al lado había una chica descansando. En seguida apareció la secretaria y nos pidió que pasáramos a la sala de espera. Cuando me levanté, estaba muy mareada. Ella nos dio un té y mientras lo tomábamos nos dijo que nos teníamos que ir. Mi amiga me levantó y, como pude, fui hasta el ascensor. Antes de subirme al auto me desvanecí en la vereda y vomité. La secretaria vio la secuencia y le dijo a mi amiga: ‘Dale, levantala y vayanse ya’.

Con mi familia y amigos lo pude hablar con tranquilidad. Pero fue muy duro tener que mantenerlo en secreto en mi trabajo. También me costó decírselo a mi ginecóloga. Sentía que era importante contarle pero también era importante para mí que no me dijera cualquier cosa, porque yo no lo quería

escuchar. Me ha pasado a lo largo de mi vida que las ginecólogas me quieran bajar línea desde sus estándares morales, como si fueran los válidos. La situación del paciente siempre es vulnerable, uno está ahí con el cuerpo y no puede intervenir mucho, estás obligada a confiar lo cual es una paradoja. Ya en un marco de derecho es desigual la relación entre médicos y pacientes, hay muy pocas cosas en las que una pueda intervenir. Y en la clandestinidad eso se potencia, la sensación de vulnerabilidad es muy fuerte.

Cecilia Fleita

-¿Cuántos años tenés?-, me dijo el ecógrafo mientras me pasaba el transductor por el vientre y miraba atento a la pantalla.

-Veintiuno-, respondí.

-Ah, sos muy joven. No se si sabías, pero estás embarazada- soltó y me miró fijo esperando mi reacción.

-No sabía nada…

-¿Querés continuar con el embarazo?

-No-, respondí rotundamente.

-Hagas lo que hagas, no te lastimes.

Salí de esa ecografía de control llorando y llamé a una amiga, que me acompañó en todo el proceso. Yo ya sabía por mi hermana, que en algún momento de su vida fue socorrista, de la posibilidad de abortar con Misoprostol y conocía el libro Cómo hacerse un aborto con pastillas. Es muy importante el derecho a la información: aunque los médicos no estén de acuerdo te tienen que hablar de la posibilidad de interrumpir el embarazo, porque en Argentina el aborto es legal por tres causales y no hay chances de que un médico te lo diga. Por eso creo que para mí estar informada por otros medios fue clave y desde el primer momento decidí que las pastillas iban a ser el método que iba a usar.

Mi amiga trabajaba el Ministerio de Salud, conocía médicos que brindaban recetas para poder conseguir las pastillas y pudo conseguir una ya sellada por uno de sus compañeros. Un domingo de febrero, después de que cumpliera las ocho semanas, empezamos la recorrida para encontrar un lugar que vendiera Misoprostol. Caminamos desde Constitución hasta Palermo; entramos a la última farmacia y cuando el hombre que nos atendió nos dijo que las tenía nos abrazamos.

Usé doce pastillas divididas en tres tomas por vía sublingual. Tuve conmigo todo el tiempo el manual, que también me había dado mi amiga: ahí estaba todo explicado, hasta cuántas toallitas está bien usar para controlar el sangrado. También tenía preparado un bolso en caso de que algo se complicara y tuviera que ir al hospital.

Tomé las primeras cuatro pastillas mientras veíamos una película; a las tres horas tomé la segunda dosis y al rato empecé a sangrar. Para la tercera ya era de noche y el proceso duró toda la madrugada. No recuerdo haber sentido mucho dolor ese día pero sí en los días que siguieron, mientras preparaba mi examen de ingreso para Lenguas Vivas.

Algunos días después llegó de visita mi mamá, de Misiones, de donde soy, y no me animé a contarle. Tuve que disfrazar mis dolores como si fueran menstruales; lo mismo en todas mis actividades.

La segunda vez quedé embarazada de mi pareja actual; él tampoco quería tenerlo y me acompañó en todo momento. Por entonces mi hermana estaba participando de una movida muy grande en Misiones en la que entregaban pastillas para abortar a quienes no pudieran pagarlas y brindaban consejerías para mujeres con embarazos no deseados. Se acercaban chicas de muchos lados, hasta de Paraguay.

Llamé a mi hermana para contarle y quedamos en encontrarnos en el Encuentro Nacional de Mujeres, que ese año se hizo en Chaco, para que me diera las pastillas. Durante el encuentro, ella me hizo la consejería, me explicó cómo abortar con Mifepristona, que es un medicamento que interrumpe el proceso de gestación, y cómo tomar después el Misoprostol.

Mientras transcurría la octava semana de embarazo tomé la Mifepristona. Al día siguiente tomé el Misoprostol, de nuevo por vía sublingual y esta vez sí recuerdo haber sentido mucho dolor. Mi compañero estuvo conmigo todo el tiempo, tengo el recuerdo de estar teniendo una contracción muy fuerte, con los ojos cerrados, y cuando lo miro él estaba igual, haciendo fuerza con la misma expresión. Después me fui a una clase de dibujo, quería seguir haciendo mis cosas porque justamente por eso había tomado esa decisión.

Las dos veces tuve miedo de que en la clínica me denunciaran, a tener que acercarme por alguna complicación o a que se dieran cuenta de que había abortado en los controles posteriores. Sé que hay registros de los controles que una se hace y estuve muy perseguida con eso. De hecho, una vez mientras me hacían una ecografía intravaginal entró un grupo de personas que supuse que eran practicantes a presenciar el estudio. Yo no sabía qué era lo que estaban viendo y tuve miedo de que estuvieran investigando si me había hecho un aborto. Eso es la clandestinidad. En la teoría ellos no pueden decir nada, pero en la práctica te mandan en cana.

Con el tiempo elaboré un montón lo que me pasó y ya lo puedo hablar desde otro lugar. La segunda vez le pude contar a mi vieja y también lo hable en terapia. Mi psicóloga me dijo: “Cómo te costó decirlo”. Porque lo conté después de varias sesiones.

Lo que caracterizó mis experiencias fue la seguridad absoluta de que quería interrumpir el embarazo. Mi cuerpo está bien, no tengo consecuencias ni físicas ni psicológicas. Creo que haber abortado fue una muy buena decisión; haber sido madre no hubiese sido la muerte, porque tengo un entorno que me apoya, pero no hubiese podido seguir con mi vida tal como yo lo quería.

Erika

Después de siete años de tomar anticonceptivos quería descansar un tiempo de las pastillas, así que decidí ponerme un DIU por primera vez. En enero fui a controlarlo y me salió todo bien. En marzo me enteré de que estaba embarazada. Yo no tenía trabajo, mi novio tampoco y nuestras familias no podían hacerse cargo. Mi novio me preguntó qué quería hacer, iba a respetar mi decisión fuera cual fuera, aunque él tampoco quería tenerlo. Yo decidí no continuar con el embarazo.

Fui a ver a mi ginecóloga de toda la vida y le dije que no lo quería tener; tenía miedo de contarle porque estaba la posibilidad de que me denunciara, pero no sabía qué hacer. Me dijo que ella no podía hacer nada, que buscara ayuda en algún lado para conseguir Misoprostol, me dio algunas explicaciones vagas sobre cómo se practica un aborto con pastillas y llamó a la paciente que seguía. Creo que no me tomó en serio, pensó que iba a continuar con el embarazo igual.

Cuando te enteras de que estás embarazada ya estás de cinco semanas, y se recomienda que el aborto sea durante la semana ocho. Tenía que conseguir todo rápido porque el tiempo corría y mientras tanto mantener el embarazo en secreto. Eso fue muy difícil para mí porque tenía todos los síntomas: vómitos, mareos, cansancio, ganas de hacer pis. Yo vivía con mi familia y tenía que esconderlos todo el tiempo. Iba a cursar a la facultad y me sentía muy mal; yo estudio Bioquímica, tenía que pasar muchas horas parada en el laboratorio y no podía decirles a mis compañeres “Necesito sentarme, estoy embarazada”, porque a la semana siguiente ya no iba a estarlo.

Mis amigues lo supieron apenas me dio positivo el test. Elles eran los que me sacaban de la mierda, me apoyaban, me escuchaban y trataban de hacerme reír. Un día uno me aconsejó que fuera a la Asamblea de Villa Urquiza en la que había una consejería. Me acerqué y ahí me contaron que en el CeSAC (Centro de Salud y Acción Comunitaria) brindaban de manera gratuita el seguimiento para hacerse un aborto con pastillas.

Cuando fui al Centro me revisó un médico y me dijo que tenía que hacerme una ecografía para saber de cuántas semanas estaba. En la orden que me dio se especificaba que el mío era un embarazo no deseado. La ecógrafa que me atendió leyó la orden y me hizo saber que estaba en contra, así que durante la ecografía me hizo escuchar los latidos. Eso para mí fue durísimo, yo me sentía en contradicción conmigo misma por lo que estaba haciendo porque en un futuro me gustaría tener hijos, pero sentía que ese no era el momento. Por el estudio supe que estaba de siete semanas y media y cuando volví a ver al médico me dio el Misoprostol gratis y me explicó cómo usarlo.

Aborté en la casa de mi novio, él me acompaño en todo momento. Me puse las pastillas por vía vaginal y nos acostamos a esperar. Tuve pérdidas y pensé que había abortado, pero seguí varios días con mucho sangrado. A las dos semanas volví al Centro a hacerme la ecografía posterior de control y me dijeron que no había expulsado todo, tenía restos que mi útero estaba intentando expulsar. Me explicaron que tenía que repetir el proceso y es vez lo hice por vía sublingual.

Cuando volví a ver a mi ginecóloga le dije que había interrumpido el embarazo y ella se sorprendió muchísimo. En el CeSAC ya me habían dado el alta pero ella quería mandarme a hacer un legrado. Me dio la sensación de que nunca nadie le había dicho “Sí, aborté, y estoy acá, viva”. Ella sabía que era un embarazo no deseado pero había dado por sentado que lo iba a tener igual. Sentí que por primera vez veía que era viable hacerlo, me empezó a preguntar dónde lo había hecho y cómo, a pedirme folletos informativos, me dijo que esa información le servía para otras pacientes. Me di cuenta de que había un montón de gente pasando por esto y médicos que no saben qué hacer, o no se animan a ayudarlos. Después volví al CeSAC para pedir folletos y fui a visitarla para dárselos. Me sentí mucho más contenida por el Centro que por ella, y nunca más la volví a ver.

Para mí toda la experiencia fue horrible, pero lo peor fue tener que esconder que estaba embarazada, no poder decirle a nadie. Nunca le conté a mi familia. A mi papá si le cuento me mata; y creo que mi mamá me hubiera entendido y acompañado, pero no me animé a decírselo. Para mí el silencio fue lo más duro de la clandestinidad.

Lo positivo fue haber estado acompañada todo el tiempo por mi novio y mis amigues, y que me haya pasado a mis veintidós años, porque en ese momento ya era madura mentalmente como para hacerme cargo de la situación. Las chicas de catorce o quince años no están listas para pasar por eso y el daño que puede provocarles la experiencia depende de cómo ellas tengan acceso a la interrupción del embarazo.

Candelaria Hernández Villarreal

La clandestinidad te lleva a pensar que sos la única descuidada e irresponsable que tiene que pasar por una situación así. Tenía diecinueve años y había quedado embarazada de mi novio de ese momento, no nos habíamos cuidado pero yo había tomado la pastilla del día después y no funcionó. Estaba muy enojada con el azar, con que me estuviera pasando eso; con el tiempo entendí que aunque fuera con un anticonceptivo de emergencia yo sí me había cuidado.

Cuando me enteré, lo primero que hice fue llamar a mi mamá. Esa situación hizo que se abrieran un montón de diálogos entre nosotras, ya habíamos hablado del tema pero ella nunca me había contado que había abortado. Había sido hacía mucho tiempo pero seguía teniendo la referencia que había usado en ese momento, era una enfermera de La Plata, de donde soy, que facilitaba el contacto con una clínica clandestina en Florencio Varela.

Un viernes viajamos en auto desde La Plata hasta Florencio Varela mi mamá, la facilitadora, mi novio y yo. Ella tenía la tarea de guiarnos hasta la pseudo clínica porque no podía darnos la dirección; estaba súper enojada con que hubiera venido a acompañarme mi novio, aunque nunca nos había aclarado que no podían venir hombres. Durante todo el viaje se la pasó aleccionándome sobre cómo tenía que cuidarme para no volver a quedar embarazada. El auto quedó con balizas, la facilitadora me pidió que me bajara tapándome con una capucha y mi novio se quedó en el auto. Entré con mi mamá.

Si hay un estereotipo de clínica clandestina, esta cumplía con todos los requisitos; era un lugar horrible: por el aspecto, si ahí no se hacían abortos, se vendía droga. Cuando entré pasé a una salita, me desvestí y me puse una bata. Ahí apareció un médico, me preguntó de cuánto estaba y cuánto pesaba, calculo que para saber qué cantidad de anestesia ponerme. Me dieron un valium y me dormí.

Me hicieron un raspaje, habrán sido veinte minutos como mucho. Cuando me desperté ya estaba vestida. Me levanté muy mareada y caminé llorando hasta el final de un pasillo en donde me esperaba mi vieja, que también lloraba. Ella después me dijo que estaba muerta de miedo, había respetado mi decisión y estaba de acuerdo, pero sabíamos que había mil riesgos. Siento que mi mamá fue mi mamá más que nunca, me dio la vida cuando nací y me volvió a dar la posibilidad de elegir por mí vida ahí.

En ese momento elegí no compartirlo con nadie porque no quería que mi decisión estuviera sujeta a la opinión de nadie, excepto la de mi vieja y mi pareja de ese momento. Me sentí muy protegida por elles y también por mi mejor amiga que fue la otra persona que lo supo. Para mí eso fue crucial.

El fin de semana que siguió me la pasé llorando, tuve una crisis de angustia fuerte, estaba muy triste. Yo siempre estuve a favor del aborto, nunca lo había visto como algo terrible, creo que no es más que la decisión de una mujer de elegir cómo tiene ganas de vivir y de proyectar su vida. Asocio la angustia que sentí a la situación de clandestinidad. Después me permití seguir con mi vida normal porque tenía un montón de cosas que me contuvieran, iba a terapia, tenía mis cursadas en la facultad, tenía a mi pareja. Pero también tenía algo de lo que no podía hablar.

La segunda vez tenía veintitrés años. En ese momento estaba mucho más informada sobre el tema y había decidido que me lo iba a hacer con pastillas, no quería volver a pasar por la situación de clandestinidad que viví en la clínica en la que aborté. Esta vez decidí no contárselo a mi mamá y arreglármelas por mi cuenta. Estaba embarazada de otra pareja con la que convivía hacía poco tiempo y él fue quien me acompañó. Fue una etapa de mi vida en la que, por esto y por otras cosas que me pasaron, me encontré frente a la noción de que ya era una adulta y me tenía que hacer cargo de todo, de las cosas que hacía bien y también de las que quería corregir.

Las semanas que estuve embarazada la pasé horrible. Tenía muchos síntomas y la pasaba mal en las clases de la facultad, me sentía tan mal que me tenía que ir antes o directamente faltaba. Mientras tanto estaba averiguando por todos lados, dentro de lo que se puede averiguar a escondidas, para conseguir las pastillas y acompañamiento. Había contactado a varias agrupaciones que se dedicaban a eso pero no había conseguido ninguna respuesta concreta y el tiempo me corría.

Un día estaba hablando con una amiga de la facultad y me dijo que había estado un poco desaparecida porque había tenido problemas ginecológicos. Se me ocurrió preguntarle qué le había pasado y me contó que se había hecho un aborto. No lo podía creer, le dije que yo estaba en la misma situación, entonces ella me puso en contacto con otra amiga que participaba del Frente de Mujeres del Movimiento Evita. Ahí me pasaron el contacto de un ginecólogo que practica el aborto como es legal a partir del fallo FAL, mediante la causal que plantea que el embarazo puede poner en riesgo tu vida o tu salud entendida de manera integral (física, emocional y psíquica).

Ya estaba muy justa con el tiempo y cuando llamé al ginecólogo le dije que tenía que ser ya. Me atendió en un consultorio común y corriente en donde me hizo la ecografía y firmé la declaración jurada. Me dio la receta para las pastillas y todas las indicaciones: me enseñó cómo sacarles el diclofenac de adentro, cómo tenía que tomarlas y me dio indicaciones para saber cuándo podría estar teniendo una hemorragia. Me dejó su celular y me dijo que podía llamarlo en cualquier momento.

Antes de hacerlo leí todo el manual Cómo hacerse un aborto con pastillas y un montón de otras cosas sobre el tema. Tenía el contacto del ginecólogo y de mi amiga en caso de que algo pasara. Estaba segura de que no quería ser madre, de que no quería seguir adelante con ese embarazo, pero no sabía si me animaba, tenía mucho miedo de hacerlo con pastillas. No tenía desconfianza con el método: me asustaba saber que lo que pasara estaba exclusivamente en mis manos y en las de mi exnovio. Más allá de todas las indicaciones, me sentía desprotegida.

Ese día la pasé horrible. Conseguimos el Oxaprost en una farmacia de Parque Chacabuco. Tomé doce pastillas, divididas en tres tomas, por el método sublingual, como me había aconsejado el ginecólogo. Apenas hice la primera ingesta me empecé a sentir muy mal, tenía náuseas y mucho dolor de ovarios. Era un dolor que además tenía una carga emocional muy grande. Por suerte salió todo bien y en la ecografía posterior me confirmaron que estaba todo en orden.

Más allá de que un aborto fue quirúrgico y otro con pastillas, los dos fueron en la clandestinidad. Yo tuve las condiciones económicas para hacerlo y desde ya que nunca sentí que corría riesgo mi vida, como quizás sí lo deba sentir una piba que no tiene a dónde recurrir y puede que su vida esté en verdadero riesgo. Pero más allá de mis condiciones de clase, yo también la pasé muy mal por no poder contarlo. La clandestinidad para mí fue eso, un pacto de silencio muy siniestro, una cuestión simbólica que me pesó muchísimo.

Empezar a contarlo me costó mucho, la primera vez pasaron dos años y la segunda varios meses hasta que empecé a abrir el tema con personas muy cercanas. Un día, una compañera de un proyecto en el que participo contó que su hermana quería abortar y estaba buscando la forma de poder gestionarlo. En ese momento no le pude decir y me cayó la ficha de lo importante que era hablarlo: me di cuenta de que me moría si una amiga o conocida no recurría a mí para que la ayude por no saber que yo había estado en esa situación. Todo lo que fue pasando en el último tiempo con respecto a la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo fue creando un colchoncito para que podamos hablar de esto fuera del tabú. Me siento mucho menos careta por poder contarlo porque es coherente con cómo soy yo en mi vida.

“Hoy función: El arte callejero no es delito”

“Hoy función: El arte callejero no es delito”

Esta vez fueron miles los artistas itinerantes que, por segunda semana consecutiva, se manifestaron frente a la Legislatura en contra de la modificación del Artículo 85 del Código Contravencional. Esta reforma agregaría a la figura de “ruidos molestos” aquellos que se originen en el espacio público y daría la posibilidad de realizar denuncias de forma anónima. El proyecto fue presentado a principios de junio por el Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, y actualmente está en tratamiento en la Comisión de Justicia.

En un caballete de madera, un cartel pintado a mano anuncia “Hoy función: el arte callejero no es delito”; a su derecha un escenario improvisado en el que un guitarrista y un violinista tocan para un grupo de personas sentadas en ronda en la vereda. Sobre la calle Perú emergen del asfalto escenarios inventados, solapados uno al lado del otro. Basta caminar dos metros para bailar junto a una murga, escuchar el relato de un titiritero o participar de una improvisación teatral. Una columna de gigantes, vestidos para la ocasión con galeras y trajes de colores brillantes, avanzan por la calle Perú bailando sobre sus zancos al ritmo de los tambores, atrás los siguen un tumulto de brujas que agarran fuerte sus calderos y alzan sus escobas al grito de “no nos van a prohibir”.

“La calle es el recurso principal de mi familia, el sostén de tres hijas. Nos están quitando la oportunidad de trabajar y vivir dignamente”, dice Matías, la sonrisa dibujada con pintura roja sobre su rostro y la nariz de payaso contrastan con su expresión preocupada. Se acercó a la Legislatura junto a su mujer y compañera de trabajo y sus tres hijas, que juegan alrededor del cantero de un árbol e intentan sostener en el aire sus aros de hula-hula. “Ellas aman lo que hacemos. Nos dedicamos a hacer shows callejeros de clown, magia y malabares. Poder trabajar es nuestro derecho”.

Mujer vestida de payaso haciendo actividad con cintas en la calle.

Miles de artistas itinerantes se manifestaron, por segunda vez, en contra de la modificación del Código Contravencional.

Un joven carga sobre su espalda un bandoneón, lleva su cara pintada de colores y deambula junto a una chica por los distintos espectáculos montados sobre la calle. Juan y Camila trabajan hace años haciendo shows itinerantes de música y malabares. “Con el código vigente, a veces la policía nos viene a sacar y nos decomisa nuestros elementos de trabajo –dice ella-. Pero la denuncia tiene que ser de parte de una persona, con su nombre y apellido. Lo grave de esta modificación es que la denuncia puede ser anónima, eso nos quita la posibilidad de defendernos”.

“Este gobierno está en función de los negocios y no de las necesidades reales de la gente. La cultura es una necesidad de la gente”, dice Juan, perteneciente a la agrupación de Artesanos y Artistas de Plaza Houssay, una de las tantas organizaciones de feriantes y vendedores ambulantes que se sumaron al reclamo en apoyo a los artistas callejeros. “Es un proyecto mezquino que estigmatiza al artista callejero y cercena el derecho al trabajo. A los artesanos nos está pasando lo mismo, nos están cerrando los espacios de trabajo de forma compulsiva. Cerraron la feria de Plaza Houssay y estamos trabajando en condiciones poco dignas”. También participaron de la protesta numerosas organizaciones de limpia vidrios y cuida coches quienes se verían afectados por la modificación del Artículo 82 del Código Contravencional que prevé sancionarlos por su actividad con hasta cinco días de arresto en el caso de los primeros y hasta doce días para los trapitos.

Mientras tanto, puertas adentro de la Legislatura, la Comisión de Justicia se encontraba en sesión de asesores por el tratamiento del proyecto. Se convocaron oradores para poder expresar su opinión sobre la reforma y las sillas no alcanzaron. Una multitud de pie escuchaba atenta las palabras de cada expositor y esperaba ansiosa su turno para hablar.

Artista exponiendo su arte con pañuelos sobre la calle y personas observando.

La Comisión de Justicia de la Legislatura porteña está actualmente tratando el proyecto de reforma.

“De una vez por todas hay que frenar la violencia al trabajador. Estamos cansados de los maltratos de la policía que nos golpea, nos decomisa y no se identifica. Estamos hartos de que nos traten como delincuentes. En Once hay una persecución atroz en contra del trabajador de la calle. Nosotros no queremos que nos regalen nada, queremos que nos garanticen nuestro derecho a trabajar. Pongan un poco los ojos en la gente humilde”, disparó Lusmery, que forma parte de la organización de Vendedores Ambulantes Independientes de Once.

“La vaguedad de la definición de los ruidos molestos en el Artículo 85 tal como está propuesto no es inocente, es peligrosa, porque deja al arbitrio de la policía la intromisión en cualquier espacio para que sean ellos quienes decidan si es un ruido molesto o no”, expresó la organización de Abogados Culturales.

El espacio para los oradores culminó a las 17 y el debate continuó en la mesa de asesores. El proyecto continuará siendo discutido en la Comisión de Justicia para luego ser girado a la Comisión de Asuntos Constitucionales.

Ni se callan ni se van

Ni se callan ni se van

“El arte no es delito” fue el grito que reunió a cientos de artistas callejeros frente a las puertas de la Legislatura porteña este martes, para rechazar el Proyecto 1664-J-18  de modificación del Código Contravencional presentado por el jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta, que prevé sanciones por “ruidos molestos” en la vía pública.

“La intención es criminalizar el arte callejero y el trabajo autogestivo. Si nos prohíben la posibilidad de ejercer nuestro trabajo libremente nos obligan a la pobreza”, dispara Gonzalo Giuliano, que vive de sus shows callejeros de clown desde hace cinco años. La calle Perú estalló de narices rojas, malabares, tambores y guitarras que sonaron durante toda la tarde como manifestación del rechazo de más de diez organizaciones de artistas a la posible modificación del Artículo 85 del Código Contravencional que, aseguran, perjudicará el trabajo artístico en las calles de la ciudad. “Creemos que tiene que ver con privatizar aún más el espacio público. Lo que está detrás de esta medida es la venta o alquiler del espacio público en función de capitales privados”, denuncia Ana Clara, perteneciente a la agrupación Músicos Organizados.

El proyecto, que engloba una serie de reformas, fue enviado a la Legislatura el 5 de junio por Horacio Rodríguez Larreta y se encuentra en tratamiento en la Comisión de Justicia. La reforma del Artículo 85 consta del agregado de un párrafo en el que se detalla la penalización por “ruidos molestos” provenientes de la calle. Puede leerse allí: “Cuando el origen de los ruidos provengan de la vía pública la sanción será de dos (2) a diez (10) días de trabajo de utilidad pública, multa de cuatrocientos ($400) a dos mil ($ 2000) pesos o arresto de uno (1) a cinco (5) días».

Artistas manifestándose en la calle.

“El arte no es delito” fue el grito que reunió a cientos de artistas callejeros frente a las puertas de la Legislatura porteña .

Además, la modificación establece la posibilidad de realizar denuncias de forma anónima: “Acción dependiente de instancia privada con excepción de los casos donde el origen de los ruidos molestos provenga de la vía pública”, se especifica. El proyecto de reforma aclara, por último, que “No constituye contravención el ensayo o práctica de música fuera de los horarios de descanso siempre que se utilicen dispositivos de amortiguación del sonido de los instrumentos o equipos, cuando ello fuera necesario”.

Los artistas aseguran que esta propuesta de modificación va de la mano con una actitud vigente por parte del Gobierno de la Ciudad para con el arte itinerante. “Los músicos ya vienen siendo hostigados en su actividad en la calle, lo que corre peligro con esta reforma es que el hostigamiento recrudecerá”, afirma Ana Clara. En el mismo sentido, Gonzalo agrega: “Nosotros nos vemos afectados muchas veces por la policía, que nos echa. Pero el público siempre nos defiende, siempre pone el pecho”.

Músicos tocando sus instrumentos.

Los artistas aseguran que esta propuesta de modificación va de la mano con una actitud vigente por parte del Gobierno de la Ciudad para con el arte itinerante.

En diálogo con ANCCOM, Daniel Presti, presidente de la Comisión de Justicia por el bloque Vamos Juntos, argumentó que la reforma no tiene nada que ver con el trabajo de los artistas en las calles. “La génesis del proyecto apunta al ruido que puedan llegar a hacer en la calle una o dos personas a la madrugada, que eso pueda llegar a molestar a terceros –dice-. No tiene nada que ver con los artistas callejeros. Nuestra intención es que ellos sigan trabajando de la misma manera que lo están haciendo ahora”. Presti asegura que la modificación que se intenta realizar al Código, que también enfoca en los llamados “trapitos”, es una política de Estado vinculada con la violencia de género: “Apuntamos a las agresiones diarias que sufren las mujeres en la Ciudad –dice-. Las mujeres se sienten afectadas si, por ejemplo, en una esquina va una persona y le exige plata, o va a estacionar un auto y un cuidacoches le exige plata. Nosotros creemos que estas circunstancias están relacionadas con lo que no se ve, a eso apuntamos”. La carátula de “ruidos molestos” quedará a interpretación del denunciante, a lo que el diputado reflexiona que “en caso de que haya una denuncia contra algún artista callejero yo confío en que el fiscal que lo aborde va a saber que la acusación no tiene ni pies ni cabeza”.

“Los artistas callejeros rompemos con el elitismo del arte, hacemos posible que las personas de la clase obrera, que tienen la plata justa para llegar a fin de mes, tengan la oportunidad de ver un espectáculo. Somos una vacuna al tedio y a la monotonía del día a día en la calle”, expresa Gonzalo sobre la importancia de poder ejercer el trabajo artístico en las vía pública. El próximo martes 10 de julio el colectivo de artistas volverá a manifestarse frente a la Legislatura para exigir la no implementación del proyecto de reforma.

Escenas de un día para recordar toda la vida

Escenas de un día para recordar toda la vida

Chicas y chicos acostados sobre la calle tapados con frazadas y con pañuelo verde.

Desde temprano diferentes banderas entraron en escena, las caras con glitter, las banderas y los pañuelos verdes. Las avenidas fueron afluentes desde donde llegaron multitudes hacia la Plaza Congreso. El frío, el sueño, la impaciencia, la expectativa se apropiaron de una mayoría de mujeres que ya empezaban a cantar a cantar.

El recinto comenzó su debate a las 11. Del lado verde ya estaban las carpas de Ni una Menos, la carpa que daría talleres toda la tarde sobre Rivadavia y, sobre Callao y Perón, un escenario listo para empezar lo que se convertiría en una fiesta

Se acercaba la hora del almuerzo y los discursos y las especulaciones sobre la votación se miraban por TV, cual partido de fútbol, en todas las pizzerías del centro porteño. “Este es nuestro mundial”, le dice una chica a otra, mate en mano, mientras van caminando por Rodríguez Peña a los codazos entre las personas. Para entonces ya había hablado Victoria Donda. Su postura, a favor, recordó que “la clandestinidad mata” haciendo referencia a las condiciones en las que miles de mujeres mueren al practicarse un aborto: “Me pesan los embriones que no van a nacer pero más me pesan las mujeres que no pueden acceder a la salud pública” dijo, eufórica. Mientras desde el escenario se escuchaban gritos de apoyo y aplausos.

Mujeres jóvenes marchando tomadas de las manos y con sus pañuelos verdes.

La marea verde arrasó los alrededores del Congreso.

Gente descompuesta por la falta de aire, gente apretada, gente organizando a mucha gente. Un grupo de ancianas caminan con dificultad y cantan lo más fuerte que pueden “aborto legal en el hospital”. La marea verde se mueve a lo largo de unas cinco cuadras pero se identifican dos focos claros: Rivadavia y Callao, frente al Congreso Nacional y Callao y Perón Frente al escenario.

Veintidós horas de debate y espera y no hay incidentes ni disturbios, solo un poco más de control policial patrullando las calles y el cansancio en las cuerpas que hacía aflorar comentarios: “¿Cuánto queda?”. El momento de escuchar la votación se vivió con un silencio que no había desde hacía mucha horas. Después, la explosión.

Personas entadas en la calle miranda la pantalla que transmitía la sesión de diputados.

Veintidós horas de debate y espera sin incidentes ni disturbios.

Les adolecentes

Una chica sumerge un pincel en un tubo verde brillante, limpia el exceso de pintura y mira fijo a su compañera que la espera parada en frente suyo, con los ojos cerrados. Sobre la mejilla derecha termina de darle forma a un puño en alto, dibujado dentro del símbolo de la mujer. Son dos de las decenas de pibas y pibes que se estampan sobre las paredes blandas de la carpa N°1 montada sobre la calle Rivadavia, esperando para entrar a la primera actividad del día: “Las pibas ya decidieron. El movimiento estudiantil y el derecho al aborto”.

Pasadas las dos de la tarde, las últimas en entrar a la carpa son dos quinceañeras envueltas en un pañuelo verde gigante que alcanza para cubrirlas por completo; afuera queda una multitud de adolescentes que hacen piecito y asoman por los huecos de la tela para no perderse la charla. Después de dos días de tomas en más de once colegios secundarios de Capital Federal y Gran Buenos Aires, los estudiantes decidieron movilizarse hasta la plaza del Congreso en apoyo a la sanción de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. “Hay algunos profesores que se diferencian y nos acompañan en ese proceso de aprendizaje, pero llegamos sólo a la información básica”, cuenta una de ellas y agrega: “En el Artículo 8 del Proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto se establece que las personas gestantes de entre 13 y 16 años tienen la madurez suficiente para decidir si quieren o no practicarse un aborto. El macrismo nos quiere sacar esa posibilidad y establecer que las personas gestantes entre 13 y 16 años tengan que tener la autorización de un padre para poder acceder al aborto. Esas personas, por lo general, han sido abusadas y en el 80 por ciento de los casos el abuso es intrafamiliar. ¿A quién le vamos a pedir que nos autorice, a nuestro abusador?”

Lola tiene quince años y es alumna del Paideia. “En nuestro colegio tampoco se cumple con la ESI. Algunas alumnas mandamos una carta a las autoridades demandando más espacios de educación sexual, pero nunca tuvimos respuesta”. Sobre la importancia de la aprobación de la ley, sostiene: “Esto no es una cuestión moral. No estamos discutiendo sobre la posibilidad de abortar o no. El aborto ya sucede, hay personas que se están muriendo por eso y no estamos haciendo nada para pararlo, a menos que se legalice. Es una cuestión de salud pública y de poder decidir sobre nuestros cuerpos”.

Mujeres marchando con sus pañuelos verdes.

Desde temprano las banderas y los pañuelos verdes llenaron las calles del Congreso.