Jul 30, 2019 | Culturas, Novedades

Represión de Gendarmería Nacional a trabajadores de la empresa Cresta Roja (diciembre 2015)
Se presenta la segunda edición de la muestra «I(nte)rrupciones de la política», un recorrido por la producción fotográfica de la Agencia de Noticias de la Carrera de Comunicación (ANCCOM), en el Edificio Anexo A de la Cámara de Diputados (Riobamba 25, CABA). Con imágenes recuperadas desde el 2015 a esta parte, la exposición propone mostrar momentos alusivos a diferentes manifestaciones populares acontecidas durante esos años. En un trabajo conjunto con el Área de Imagen y Política de la carrera y la dirección de Cultura de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación (HCDN), ANCCOM apuesta a visibilizar las producciones de sus jóvenes fotógrafos que, día a día, trabajan problemáticas a menudo invisibilizadas por los medios comerciales de comunicación.
“Las imágenes transforman el mundo, participan de la vida social y ésta debe ser pensada políticamente como un lugar de disputa permanente, por aquello que es visto y aquello que es invisibilizado”, explicó Betina Guindi, una de las co-organizadoras de la muestra y responsable del Área de Imagen y Política de la Carrera de Ciencias de la Comunicación. La apuesta por inaugurar una segunda edición de la muestra se da luego de que la agencia fuera declarada de interés por la Cámara de Diputados, el pasado junio del 2018. “La propuesta de realizar la muestra nos llegó por parte del diputado Pablo Carro, quien elevó el pedido a nuestra Dirección de Cultura, que actúa como nexo entre diputados y diputadas que estén interesados en promover a diferentes artistas”, cuenta Valeria Ré, curadora de arte en la dirección de Cultura del Congreso.
Vincular la producción teórica con la labor diaria de ANCCOM fue uno de los objetivos principales desde el primer momento. “Nuestra propuesta era tender puentes entre nuestro trabajo teórico y la práctica periodística de la agencia, por medio de una especie de curaduría que nos permitiera tensar las imágenes a la luz de ciertas lecturas políticas”, explica Guindi. “Se trata de poner en valor todo el trabajo que viene haciendo ANCCOM”, concuerda Larisa Kejval, secretaria académica de la Carrera de Ciencias de la Comunicación. “Es importante porque a pesar de ser ANCCOM un medio universitario, su eje no está en la universidad, sino que se constituye como un medio público, como una agencia de noticias que tiene un relato y una mirada de la sociedad y de lo que ocurre en nuestra época”, agrega.

Marcha por la Memoria, la Verdad y la Justicia a 40 años del último golpe militar (marzo de 2016).
La exhibición estará conformada por una selección de 40 fotos. A las presentadas en la primera edición, en octubre del 2018, en el Centro Cultural Caras y Caretas, se le suman 6 nuevas imágenes de este último periodo. En esta segunda edición se enfatizaron ciertos ejes temáticos, habituales en la agenda de cobertura de la agencia, como los derechos humanos, los conflictos de los y las trabajadoras, la violencia institucional y las nuevas representaciones de las mujeres y la diversidad. “Es testimonio de una época”, afirma Larisa Kevjal y añade: “Han sido años de fuerte regresividad de derechos en todos los ámbitos de lo social y creemos que ésta es una forma de testimoniar los conflictos acontecidos”.
Victoria Gesualdi, una de las coordinadoras del área de fotografía de ANCCOM, subraya que la labor fotoperiodística de la agencia ha ido construyendo una memoria visual e histórica, a través de una mirada retrospectiva en el que las imágenes empezaron a tomar otro valor. “Creemos que se trata de pensar en cómo ANCCOM miró a este periodo que transcurrió, en su mayoría, bajo el gobierno de Mauricio Macri, en donde han habido ciertos emergentes sociales y políticos muy representativos de la época, como la pobreza, la lucha docente, los presos políticos, la violación de derechos humanos, el feminismo y su marea verde”, concluye.
En su mayoría, las fotografías seleccionadas fueron publicadas con anterioridad por la agencia en la edición diaria, tanto en las aperturas de notas como en las galerías. El trabajo de curaduría consistió en seleccionar aquellas que transmitieran de mejor manera los temas a abordar. “Elegimos imágenes que se destacaban desde lo estético y lo compositivo, aquellas que tenían la potencia de interpelar al espectador”, afirma Gesualdi. “El fotoperiodismo es fotografía en contexto, pero al correr a las fotos del eje de lo cotidiano, de emergencia de la noticia, aquellas que se seleccionaran necesitaban condensar de forma precisa y potente el tema que se abordaba sin la necesidad de un texto que lo desarrolle”, continua la coordinadora.

Pañuelazo por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito frente al Congreso de la Nación (febrero 2018).
Más allá de lo temático, la exhibición también propone reflexionar sobre el rol del fotoperiodismo bajo las actuales condiciones laborales, signadas por la precariedad y el individualismo. “Últimamente, el periodismo tiene una cierta tendencia a producirse sólo desde el escritorio, consultando fuentes online. Se trata de poner en evidencia otro modo de hacer periodismo, cuyo rasgo distintivo es salir a la calle, es ir en busca de la fuente y de los protagonistas”, comenta Larisa Kejval. En este sentido, Betina Guindi concuerda en el papel que desarrolla la agencia como medio de comunicación para los estudiantes y para el afuera: “ANCCOM fue un hito en la formación de los estudiantes”, afirma y continúa, “ellos lo demandaban y de nuestro lado implicaba poder lograr algún tipo de práctica pre profesional que no estuviera atravesada por una lógica mercantil”.
Desde su rol como coordinadora de la sección de fotografía de la agencia, Gesualdi reflexiona: “Nuestros practicantes participan entre 6 meses y un año en ANCCOM, y durante ese tiempo tratamos de construir un perfil de fotoperiodista como comunicador para que las imágenes que produzcan no sean solo una ilustración del texto, sino que tengan una potencia significativa”. Al respecto, Kejval concluye: “Creemos que con esta muestra vamos a poder dar una discusión sobre cómo se está haciendo el periodismo hoy. Entendemos que en esto la Carrera de Comunicación tiene algo para decir”.
La muestra fotográfica «I(nte)rrupciones de la política» se inaugura el 30 de julio a las 15 horas en el Edificio Anexo de la Cámara de Diputados. Estará en exhibición hasta el 9 de agosto

Milagro Sala sale a saludar a las activistas que exigen su liberación (diciembre de 2018).
Jul 24, 2019 | Comunidad, Novedades

El Cementerio de Recoleta es el único que recibe visitas masivas: la mayoría de los asistentes son turistas.
La entrada ya se divisa desde lejos, una parte de la historia que parecería haber quedado detenida en el tiempo. Pintura descascarada, revoques caídos, carteles oxidados. Así luce el más imponente de los tres cementerios municipales de la Ciudad de Buenos Aires: el Cementerio del Oeste, más conocido como Chacarita. Sus columnas y su extenso muro se asoman detrás de los puestos de flores. Los vendedores salen al paso de los posibles compradores, ofreciendo la mercadería casi con desesperación, indicio de una situación que también se observa a simple vista: son muy pocas las personas que visitan el cementerio, menos aún las que se compran aunque más no sea un ramo de flores. Los motivos de la caída de la afluencia son varios: económicos, culturales, políticos. El resultado es el mismo: calles vacías, poco trabajo y demasiado abandono. Un escenario que se repite en -casi- todos los cementerios.
El recorrido por las tres necrópolis municipales comienza en Recoleta, y el panorama no coincide con lo esperado. O tal vez sí: una multitud recorre los pasillos internos del predio, algunos con cámaras en sus manos, otros con termos y mates. Basta con observar para notar que los visitantes son turistas -locales y extranjeros- que pasean entre las bóvedas, buscando algún nombre conocido de la historia argentina. Lejos de parecer un sitio de responso, el Cementerio del Norte se aparece frente a muchos ojos como un lugar turístico. No es casualidad: desde el Gobierno de la Ciudad se lo presenta como un punto de interés histórico -con más de 90 bóvedas declaradas Monumento Histórico Nacional-; pero en ningún sitio aclaran que el lugar aún funciona activamente como cementerio.
El abandono no se ve a simple vista, todo parece estar bien cuidado. Hay que meterse en pequeños pasillos para encontrar las bóvedas más antiguas, aquellas olvidadas por sus familias y golpeadas por el tiempo. No es un descuido generalizado: las bóvedas casi destrozadas son por las que nadie paga ya siquiera el impuesto anual correspondiente. Según cuenta una empleada del cementerio, no hay legislación para desalojarlas. Esto cobra mayor sentido si se considera lo que sucede en los otros dos cementerios de la ciudad: tanto en Chacarita como en San José de Flores, los carteles se acumulan sobre las tapas de los nichos, y se puede leer claramente el mensaje destinado al “señor contribuyente”. “Mientras pagues el arrendamiento no te lo toca nadie, si no, vuelve el derecho a cabeza de ellos y te lo tiran al osario general”, explica crudamente Ricardo, cuidador de nichos en Chacarita. Allí, al igual que en Flores, el que no paga, afuera.
El dinero conlleva sus privilegios incluso en la muerte. Y en tiempos de crisis es todavía más visible. Basta con entrar a Flores para notar el silencio abrumador entre las galerías, y si bien la planta baja puede parecer en mejor estado, el primer piso delata las verdaderas condiciones del lugar: nichos rotos, pasillos sin luces, pedazos de mampostería que amenazan con caer. Alcanza con entrar a Chacarita para encontrarse con alguna bóveda derrumbada, para tropezarse con las baldosas rotas y las fajas de “peligro” ya olvidadas, o sentir los distintos olores que se mezclan en los subsuelos.

Los cuidadores de las tumbas son monotributistas que deben ser contratados por los deudos de los muertos.
Luto del siglo XXI
En la esquina en que se cruzan la avenida Varela y la calle Balbastro se ubica el local de floristería de Patricia. Desde allí, la mujer tiene vista directa al cementerio de Flores y observa que cada vez hay menos entierros y personas que visitan. Patricia cuenta que en Tucumán, su provincia natal, el Día de los Muertos es muy importante. “Acá en Flores, antes, se cortaba la calle desde la avenida Eva Perón, pero la gente ya no quiere saber de cementerios”, comenta. A metros de distancia, dentro del camposanto, Roberto opina de forma similar: como cuidador de nichos con más de 30 años de experiencia, cuenta que el ambiente “cambió muchísimo, la juventud no le da importancia al cementerio. Para las últimas Pascuas no se trabajó nada”. Sólo la comunidad boliviana sigue recordando con la regularidad de siempre a sus muertos, aunque tuvieron que limitar sus conmemoraciones debido a las quejas de vecinos y empleados del cementerio.
En el cementerio de Chacarita, Gustavo y Ricardo, dos cuidadores del área de nichos, coinciden en que la afluencia masiva a los cementerios terminó hace 50 años. “Cuando yo era pibe el luto duraba mucho tiempo, todo eso desapareció”, explica Ricardo que, con 77 años, es trabajador histórico de Chacarita y ha visto pasar muchas generaciones por las calles del cementerio. “Hay gente mayor que venía desde los cinco años porque los traía la tía o la abuela. Esos son los que quedan, el resto no viene.” Al igual que todos las personas encargadas del cuidado de nichos y bóvedas en los cementerios de Capital Federal-, es monotributista y paga un permiso anual que lo habilita a trabajar en la necrópolis. Como encargado de mantenimiento es contratado de forma individual por cada contribuyente del sector al que está asignado. “Somos trabajadores independientes, nos jugamos a la suerte de que se cuiden muchos nichos: si no viene nadie, estamos mal económicamente. Esta semana sólo atendimos a dos personas”, expresa.

Baldosas rotas, olores nauseabundos y filtraciones son algunos de los problemas que se advierten a simple vista.
Tanato-economía
“Hay muchos que me hacen chistes: ‘¿Qué pasa? ¿La gente no se muere?’”, comenta Carlos, sobre la caída de ventas en los últimos tres años. Es propietario de una marmolería ubicada a unos metros del cementerio de Flores, y también es testigo -y víctima- de la caída de afluencia. El problema es que al motivo cultural, se le suma también la situación económica que atraviesa la sociedad. Y entonces, sobre llovido, mojado: locales vacíos, horas muertas y frustración. “No hay plata y ¿qué está primero? La comida, los remedios… esto no es de primera necesidad, y como además lleva una serie de gastos que hoy la gente no puede pagar, deciden gastar una sola vez en cremación”. Carlos cuenta que si bien las ventas ya habían empezado a disminuir desde hacía un tiempo, “estos últimos años, y con todos estos ajustes, se paró todo”.
En el caso de los cuidadores -todos monotributistas- la situación laboral también se ha complicado. Por un lado, porque cada vez es menor la cantidad de gente que visita los cementerios y, por ende, que solicita el trabajo de los cuidadores, un servicio que no es obligatorio para los contribuyentes. “El servicio de mantenimiento se cayó mucho en los últimos cuatro años. Hay mucho cambio por el tema de la economía, más que todo. Ese es el inconveniente. Muchos los pusieron acá y se olvidaron del muerto”, cuenta Alejandro, cuidador de nichos en el cementerio de Flores.
Pero por otro lado, el deterioro de las instalaciones de los cementerios municipales también incide en el trabajo: la gente deja de acudir a las necrópolis debido al estado del lugar, que deja ver nichos rotos, filtraciones y una humedad que todo lo reclama. El problema no es sólo la caída de afluencia, sino también las responsabilidades extraordinarias que deben asumir los cuidadores. Alejandro explica que la iluminación del cementerio le corresponde a la municipalidad, pero que debido a las quejas de los contribuyentes, es él quién debe hacerse cargo con su propio dinero. En un breve recorrido por los pasillos señala los peligros más recientes: en el segundo piso una estructura de mármol cayó sobre una mesa utilizada por los cuidadores. “Acá traen niños y niñas y esto se viene abajo, no hacen mantenimiento de nada. En la terraza estuvieron haciendo unas reconexiones y notaron que había cables pelados que tienen corriente”, agrega.

En Recoleta solo lucen las bóvedas que tienen atractivo turístico.
La lógica detrás del descuido
En el cementerio de Chacarita, sentados en una pequeña oficina en el subsuelo junto con el mate que no puede faltar, Gustavo y Ricardo tienen complicaciones similares. “La municipalidad sólo nos da el lugar para trabajar; de la iluminación y los artículos de limpieza nos tenemos que encargar nosotros”, explican. Los motivos se intuyen al revisar las políticas llevadas a cabo por el gobierno actual, en las que lo público tiene poca incidencia. “Ellos piensan hacer de este cementerio la segunda Recoleta. O sea que todos los nichos y todas las sepulturas, chau, las sacan”, lamenta Ricardo. De este modo, sólo quedarían las bóvedas, eliminando los espacios para la gente de menores recursos.
Hace un par de años la Dirección de Cementerios, dependiente del Ministerio de Ambiente y Espacio Público de la Ciudad de Buenos Aires, suspendió las actividades de los trabajadores de las galerías 1 a la 9, y al menos unas 32 familias fueron afectadas por la medida. Desde la Dirección argumentaron que las condiciones edilicias no eran óptimas para los trabajadores, sin embargo no arreglaron el espacio de los nichos, cuando sólo “tienen que arreglar el techo para que no entre agua y refaccionar las partes abandonadas en los subsuelos. Pero no van a poner un peso”, explica Gustavo. Según los cuidadores, el motivo es el negocio inmobiliario: el gobierno busca convertir el camposanto en algo más vistoso y agradable, y así elevar el valor de la propiedad en los alrededores. Ricardo argumenta que “quieren tirar todo el muro exterior, poner una reja y que se vea para adentro del cementerio.”
El Parque Elcano, inaugurado en 2017, también suscitó polémicas debido a que ocupó tres hectáreas que pertenecían al cementerio. Esto sostiene la hipótesis de la “segunda Recoleta”, y deja ver el desinterés de las autoridades. “El Estado no da fondos a ninguno de los tres cementerios de Capital. No tiene ningún interés. Hasta donde tenemos entendido quieren echar a todo el personal y privatizarlos”, señala Alejandro.

“El Estado no da fondos a ninguno de los tres cementerios de Capital», denuncia Alejandro, uno de los cuidadores.
El recorrido por los cementerios municipales va de mal en peor: del bello sitio turístico -con apenas algunas bóvedas abandonadas- que es Recoleta; pasando por los pasillos oscuros y de mampostería caída en Flores; hasta las galerías subterráneas de Chacarita, cuyo olor dificulta la visita y cada paso es acompañado por el sonido hueco de las múltiples goteras, la humedad penetrante y las corrientes de aire frío. Resguardados en esa renuencia a la muerte de las nuevas generaciones, y en la incapacidad de gastar en alguien que, en definitiva, ya no lo necesita, desde el gobierno hacen poco y nada. Y mientras tanto, los principales afectados son los trabajadores: los comerciantes que ven sus negocios vacíos; los floristas que se abalanzan sobre los transeúntes ofreciendo sus ramos; los cuidadores cuyo trabajo pende de un hilo y que ponen dinero de su propio bolsillo para que los pocos que aún acuden al cementerio sigan yendo, y así mantener un mínimo ingreso. Los muertos no piden nada, pero tampoco hay que olvidar a los vivos.
Jul 24, 2019 | Géneros, Novedades, Trabajo

Noelia Acevedo, miembro del Consejo Directivo de La Bancaria.
Las mujeres han conquistados lugares antes negados; han llegado a las oficinas, a los sindicatos e incluso a la presidencia, y dejaron de lado las marcas socioculturales que consideraban que estaban destinadas al cuidado de los hijos y a las tareas de la casa. En ese proceso, distintas dirigentes buscan romper las estructuras burocráticas y sin perspectivas de género que han marcado durante décadas a los sindicatos.
La Ley N° 25674, de Cupo Sindical Femenino, sancionada en noviembre del año 2002, establece que la representación en los sindicatos debe cumplir el 30% o el proporcional equivalente al número de afiliadas en las organizaciones gremiales. Además, la norma estipula que las mujeres tienen el derecho a la participación en las negociaciones colectivas para la “consecución de la equidad de género y la igualdad de oportunidades en el mundo del trabajo” con el fin de incluir la perspectiva de género en la negociación colectiva.
Las realidades en las organizaciones gremiales son diversas, dependen de las tareas realizadas y de las conducciones de cada sindicato. Si bien la “Ley de Cupo Sindical Femenino establece que la representación femenina tiene que ser del 30%, para que se cumpla tenemos que ganar en trabajadoras”, expresa Claudia Lazzaro, secretaria de Género y Derechos Humanos del Sindicato de Obreros Curtidores y referente de Mujeres Sindicalistas de la Corriente Federal los Trabajadores (CFT).
En esta misma línea, Noelia Acevedo, miembro del Consejo Directivo de la Asociación Bancaria y congresal suplente de la seccional Buenos Aires de su gremio, manifiesta que en La Bancaria desde hace mucho tiempo que se superó el cupo del 30% que establece la ley. «Nuestro rol es muy importante porque en el padrón tenemos un número importante de trabajadoras”, subraya. Por su parte, Constanza Alonso, prosecretaria gremial del Sindicato de trabajadores del ANSES (SECASPFI), señala que “ la ley de cupo sindical femenino además nos protege para poder llegar a diferentes lugares históricamente negados”.

“Lo primero que hay que romper son las barreras para el ingreso a los lugares de trabajo», subraya Lázaro.
Aunque la mujer ha ingresado al mundo laboral, sigue en funcionamiento el techo de cristal, un fenómeno que describe las barreras socioculturales que limitan el crecimiento de ella dentro de las organizaciones y restringe el acceso de las mismas a los lugares de toma de decisiones. Alonso sostiene que si bien “esta comisión está compuesta en su mayoría por mujeres, que somos secretarias y prosecretarias mujeres”, hay dos cargos ocupados por hombres: nada menos que las secretarías General y Adjunta. En ese sentido, Lazzaro aclara: “Lo primero que hay que romper son las barreras para el ingreso a los lugares de trabajo, esto es lo que hablamos cuando decimos brecha. Después hay que romper el techo de cristal, el piso pegajoso. Esto es, una vez que entraste, ¿hasta donde podés avanzar?”.
“La participación de las mujeres -agrega-hace a las organizaciones no solo más inclusivas, también aporta mayor calidad y mayor fortaleza a los sindicatos”. Alonso, por su parte, considera que “la participación de las mujeres en las organizaciones sindicales es tan importante como en la vida política. Cuando una mujer avanza ningún hombre retrocede, sino que la organización se fortalece”.
En los gremios no se discuten ni se rechazan las secretarías de género, derechos humanos –las secretarías, prosecretarías o cargo feminizados- que son espacios “propios de la mujer”, pero las sindicalistas también quieren ocupar los lugares donde se toman decisiones, donde se disputa el poder, aquellos que son de mayor jerarquía.
Actualmente se discute y se trabaja sobre políticas inclusivas, equitativas y que otorguen igualdad de oportunidades, pero “es muy difícil en el contexto del neoliberalismo que haya incorporación de trabajadoras y trabajadores. Para lograr un país más igualitario y más equitativo tenemos que cambiar el modelo político y económico” comenta Lazzaro. “Macri lo que logró es que las mujeres nos unamos y que militemos mucho más para que las políticas de este gobierno no nos afecten tanto, no podemos decir que le ganamos al macrismo, pero le pudimos poner un límite bastante importante” comenta Acevedo.
Los espacios de poder suelen estar ocupados por los hombres en lugar de las mujeres. ¿Cuántas secretarias generales de gremios se conocen? Muy pocas, y es ese uno de los puntos más cuestionados por todas las consultadas. En ese campo queda mucho trabajo por hacer.

Jul 24, 2019 | Novedades, Trabajo

Federico hace el viaje diario desde Florencio Varela para cumplir con su jornada laboral que va de 7 a 20.
Sentado en la vereda, apenas recostado entre las pilas de cartón y papel que recogió durante la mañana, Federico descansa mientras espera a que saquen material reciclable de un banco, sobre la céntrica calle Maipú esquina Sarmiento. Ya es el horario, pero puede ser que ese día no lleguen las bolsas: la crisis es el mejor escenario para que algunos se aprovechen de los más necesitados, y hay quienes prefieren vender -en lugar de entregar- el material a los recuperadores, para así ganar una moneda más. Mientras tanto, su compañero continúa la búsqueda, de contenedor en contenedor. El trabajo es agotador, y arrastrar el bolsón repleto durante todo el día, lo es más. Sin carro, y con algunas molestias en el pie, sigue trabajando, porque eso es lo que le permite llevar un plato de comida a su hogar, para su familia.
Federico hace el viaje diario desde Florencio Varela para cumplir con su jornada laboral que va de 7 a 20. Por un accidente en el que se lesionó el pie en su empleo anterior -y que le impide volver a desempeñarse formalmente-, trabaja como recuperador de residuos independiente desde hace tres años. Admite no ganar demasiado, pero que al menos le alcanza para alimentar a sus dos hijas. Sin embargo advierte algunas diferencias desde que comenzó a recolectar material reciclable: “Bajaron muchas cosas. Lo que es el material bajó: antes te sacaban más planillas y te hacías una moneda, ahora está jodida la cosa.”
La situación económica actual del país -un índice de pobreza que alcanzó los 32 puntos, y una inflación interanual del 55,8 % a junio, según datos del INDEC-; trajo aparejada la baja notoria del consumo: un 14,7% durante el primer cuatrimestre de 2019, según datos del Instituto de Trabajo y Economía de la Fundación Germán Abdala. Los precios suben y el margen de compra se vuelve cada vez más estrecho. Cintia, trabajadora administrativa de la cooperativa de recicladores El Álamo, cuenta el panorama de su rubro: “Los compañeros tienen que salir a ver la realidad día a día de que el material les ha bajado, de que el que juntaba cinco bolsones, ahora junta dos porque no hay material en la calle.” Por su parte, Alicia Montoya, responsable del equipo técnico de la cooperativa, observa que hay mucha gente paseando y mirando vidrieras, pero no compra. “Te das cuenta en la caída de la cantidad del cartón. Estamos hablando de un 20 o 30 por ciento. En el trimestre del año nosotros recuperamos 684 toneladas, lo cual da un promedio de 230 toneladas por mes. Y antes nosotros veníamos de 300 toneladas”, añadió.

Las cooperativas de cartoneros dicen que con la crisis, el cartón para reciclar bajó entre un 20 y un 30%.
Este es el panorama diario, tal y como contaba Julio -recuperador independiente-, mientras corría con su carro junto a los autos, y de contenedor en contenedor, por el barrio de Constitución, en busca del material del día: “Estuvimos recorriendo y ya no hay más nada. Por el horario y porque ya hay muchos carros, hay mucha gente.” Porque esta es otra de las consecuencias de la crisis: un amplio sector de la población que se vuelca al trabajo informal. Juan Collado, militante y asesor técnico de la Federación Argentina de Cartoneros, Carreros y Recicladores –perteneciente a la CTEP- explica: “Al volver a haber una crisis, vuelve a haber un aumento de la gente que queda descartada por el sistema y que busca en el reciclado y la basura una forma de sobrevivir, de sustento, de subsistencia, y entonces genera una nueva oleada masiva de gente que se incorpora al cartoneo.” De este modo, a la caída del consumo y, por ende, del material, se le suma la complejidad de una mayor cantidad de personas viviendo de ese material que escasea. La competencia, pero también la solidaridad, son las formas diarias de relacionarse: se nota en la mirada recelosa del recuperador que pasa junto a Julio; se nota en su saludo amable, a pesar de todo.
Esta realidad se puede ver en las calles, en el trabajo de los recuperadores informales: carros de todo tipo, bolsones que se arrastran, hombres y mujeres, familias enteras revolviendo en los contenedores, niños asomándose entre bolsas abiertas y pilas de cartón y papel. Para esta gente no existe el más mínimo respaldo, en tanto trabajan de manera independiente y expuestos a muchos riesgos, tanto físicos como económicos. Frente a esto, las cooperativas que nuclean a recuperadores formales exigen al gobierno un mayor presupuesto para poder formalizar a más trabajadores. Estela, empleada de la cooperativa El Álamo, detalla el reclamo: “Siempre queremos que haya un compañero más en el sistema. Lo que pedimos son más cupos para poder incorporar más personas y más familias porque lamentablemente esto va creciendo y queremos hacer un espacio de inclusión social.”
Sin embargo, la respuesta de las autoridades dista de ser la esperada: sobre aplicar como corresponde el convenio con las cooperativas de recuperadores urbanos, poco y nada. A cambio, destinan presupuesto para proyectos como los ya conocidos “contenedores inteligentes”, ubicados en la avenida Corrientes. “En vez de invertir en las cooperativas (consensuado con ellas para un mejor servicio) invierten en contenedores.”, explica María Ramis, tesorera de la Cooperativa del Oeste. Las quejas de este tipo se expresan, también, en la cooperativa El Álamo: “Presentamos un proyecto donde estamos queriendo que los compañeros dejen los carros por unas bicicletas, para mejorar las condiciones de trabajo. El gobierno dice que no tiene plata, pero tiene los tres mil dólares que salen los contenedores, y para las bicicletas estas, que salen 800 dólares, no. Nos dicen que no hay plata…”

«Los contenedores inteligentes muestran insensibilidad, y es, además, un derroche de la plata del Estado», denuncian las cooperativas de cartoneros.
Respecto de los contenedores, Collado opina que «obviamente son una pésima idea, son un desastre. Fueron, por lo que sabemos nosotros, una compra realizada hace más de un año, entre uno de los muchísimos negociados que hay con el tema de la basura y la tecnología para este tipo de cosas.» Según el referente, este tipo de proyectos -si bien son rechazados firmemente- no tienen proyección a futuro, en tanto el objetivo está orientado al marketing y a la campaña política. «Es algo completamente insensible, y es además un derroche de la plata del Estado», agrega.
La crisis golpea a todos, pero no lo hace por igual: los sectores más vulnerables son los que primero se caen del sistema, e incluso sus formas de trabajo se ven perjudicadas. Si baja el consumo, también baja la cantidad de material disponible para recolección. Este panorama empeora con los nuevos recuperadores urbanos que, sin estar asociados a ninguna cooperativa, su único ingreso depende del cartón y el papel que logren vender al final del día. Menos material, más gente y mismos precios: «Los precios siempre estuvieron así, se mantuvieron; todo aumenta menos lo que nos pagan», explica Federico, resumiendo así la situación crítica que los recicladores deben enfrentar diariamente.

Jul 24, 2019 | Novedades, Trabajo

La Huella Empresa Social se dedican a la carpintería, a la ebanistería y a la tapicería.
Anclado en el centro del barrio de Barracas, bien al sur de Buenos Aires, donde la ciudad envejece cien años, está el Hospital José Tiburcio Borda, un compendio de tres grandes edificios entre enormes parques verdes que paredones cimentados en alta talla oculta del exterior. Tras la fachada, se esconde un hospital monovalente, dirigido por y, particularmente, hacia la especialidad psiquiátrica, en un contexto donde el paradigma actual de la Salud Mental vira hacia una perspectiva comunitaria, interdisciplinaria e inserta en una red de atención no centrada en un nosocomio. Se trata de hospital con lógica vetusta, pensado para internaciones prolongadas de personas únicamente de sexo masculino. Hoy cuenta con poco menos de mil internados.
Entre tanta reclusión, un dejo de aire de libertad conduce a unos de los costados del inmenso Borda. Allí, en el Pabellón A, aparece un enclave en el que reina la creatividad: el taller de La Huella. La bienvenida está a cargo del aroma a aserrín, aunque lo que allí se respira es la calma de quienes día a día tallan una victoria sobre la indiferencia.
La Huella es una empresa social, una cooperativa de trabajo sita en un lugar en donde trabajar no parece contemplado. La Huella es la primera cooperativa latinoamericana con trabajadores que son o fueron usuarios del Sistema de Salud Mental.
En La Huella Empresa Social se dedican a la carpintería, a la ebanistería y a la tapicería. La Huella parte desde un taller repleto de madera, aserrín, clavos de toda medida, tornillos con diferentes roscas, cola, lijas de varios colores, barnices, cinceles, sierras, morsas, caladoras, agujereadora, delantales y paciencia, dedicación e ideas, algunas osadas como que en cada hogar cercano haya un mueble fabricado allí.

Darío, Oscar, Ricardo, Carlos, Federico y José, integrantes de la Cooperativa La Huella.
La Huella es un sexteto asociado que suma a cuatro personas en rehabilitación y capacitación en su carácter de usuarios del Sistema de Salud Mental. Espalda con espalda, hay una pequeña tropa voluntaria que ayuda con los quehaceres de contaduría -indispensables para una cooperativa- y con actividades culturales. En este último aspecto, instituciones como la Escuela Argentina de Negocios, la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF) y, fundamentalmente, la Universidad Nacional de Quilmes (UNQui) representan un sostén fundamental para la cooperativa.
El impulsor de esta cooperativa, Federico Bejarano, es un psicólogo social que trabaja hace treinta años en el Borda: «En el hospital me desempeñé, todo ese tiempo, como técnico en rehabilitación psicosocial. La Huella constituyó la última parte de ese recorrido, y en 2006, aún sin espacio físico adecuado, impulsé el proyecto. En 2008, nos ofrecieron el lugar actual -nuestro taller- y fuimos admitidos en el programa Integración Socio Económica y Lucha contra la Exclusión Social (ISOLE), destinado a la creación de empresas sociales en Salud Mental. Desde 2013 somos una cooperativa matriculada», cuenta.
Los socios de La Huella, en su mayoría, son ex internados del Borda. Oscar Ferrara, presidente de la cooperativa, es ebanista y probablemente quien más sabe de madera en todo Barracas. José Espinoza, el tesorero, pinta y arma toda pieza que por allí pase. Además, se encarga de la compra de insumos. Hernán Manero, o Nancho, es vocal de La Huella y realiza piezas decoupage y pirograbadas. Carlos Intino mulle cada mueble: es tapicero. Por él son suaves los respaldos, las sillas, los bancos, sillones y divanes. Oscar Ledezma colabora en todo y también se encarga de la entrega de esas piezas de madera esculpidas con dedicación. Por último, Mariana Pacheco, psicóloga y cooperativista de vocación, se encarga de la comunicación y difusión, maneja las redes sociales y es también la secretaria administrativa. Sin embargo, en el taller de La Huella, no se sabe quién es quién porque todos visten los mismos delantales y brindan la misma dedicación.

La cooperativa trabaja con insumos reciclados.
En la cooperativa no trabajan cualquier madera, sino que reciclan pallets, piezas de aglomerado, muebles donados: además de ser autogestivos son ecologistas. Así dan forma a portarretratos (sus primeras invenciones), sillas, bancos, mesas, estantes de todo tipo, cajoneras, sillones, divanes, mecedores, bodegas, espejos, jaboneras, portalápices, posapavas y posavasos, jengas, muñequitos u otros juegos para niños. Tampoco usan cualquier tela para hacer patchworking o tapizar, también son recicladas (jeans y pantalones viejos, forros y fundas viejas). Y con los papeles que sobran (diarios, revistas, cómics) hacen decoupage sobre los muebles y ornamentos. Dicen que también se dan maña para incrustar un vitreaux en una puerta.
Pero subrayan que no se trata de una mera terapia. «La idea es acceder al trabajo y no tanto un lugar de expresión o capacitación. Este tipo de empresas crean lo social, introducen a personas que han sido apartadas de la vida ciudadana. Son unidades productivas para integrar, de manera efectiva, a personas desventajadas en relación al mundo laboral», afirma Bejarano.
La Huella es una cooperativa en toda la amplitud de la palabra. Dividen tareas y especialidades (decoupage, ebanistería, pintura, tapicería), cotidianeidades (tortillas, galletitas, yerba), turnos para poner música y días de trabajo y descanso. Pero su vocación cooperativa traspasa las paredes del taller y del pabellón, también los altos paredones que circundan al Borda: trabajan conjuntamente con mujeres internadas en otro hospital neuropsiquiátrico (el Braulio Aurelio Moyano), quienes cosen las piezas de tapicería, ya que en La Huella no hay máquinas bordadoras. Así trabajan conjuntamente con otros cooperativistas, como los que integran Iriarte Verde, dedicados al cultivo de hortalizas agroecológicas para la cual La Huella aporta composteras y cajones.
El camino recorrido en este tiempo, le permitió a La Huella participar de a eventos del ámbito cooperativo, no solo a lo largo y ancho del país, sino también continentales. Envió representantes a actividades en Brasil, Perú y Uruguay tanto para alentar a otras cooperativas y empresas recuperadas por sus trabajadores como para aportar a una mayor y mejor inserción laboral de personas con padecimientos similares a los de sus integrantes.
«Nos gustaría impulsar una red de cooperativas sociales para que pueda replicarse y ampliarse esta experiencia, que es exitosa desde la integración, desde los resultados de la salud, tanto de la de las personas como la de sus familias. Personas que antes eran un gasto para el Estado ahora generan bienes hacia la comunidad, una autonomía imposible desde dispositivos puramente asistenciales. Queremos mostrar la densidad positiva de la integración social», culmina Bejarano, el “abrecaminos”.