Jul 15, 2025 | Comunidad, Destacado 4
Por la crisis económica y el cierre de ferias, el centro comercial del barrio de Flores se transformó en el más concurrido de Buenos Aires. Una recorrida por las cuadras donde vendedores, comerciantes y clientes conviven entre telas, ofertas y la necesidad de subsistir.
Las luces de las balizas se encendían y apagaban mientras los choferes maniobraban para estacionar. Eran micros grandes, de doble piso y color blanco con verde, diseñados para detenerse en grandes terminales o en avenidas anchas, como Nazca. Sin embargo, esta última ya estaba colmada de vehículos, lo que dificultaba el tránsito de autos y colectivos. El plan B era la calle Venancio Flores. Dieron una vuelta casi interminable y llegaron a esa angosta calle, situada entre una vereda repleta de gente y negocios, y el límite con las vías del Ferrocarril Sarmiento.
Estacionar requirió mucha aceleración, marcha atrás, advertencias a peatones distraídos y destreza de los conductores. Cumplida la misión, los pasajeros comenzaron a descender. Eran grupos numerosos, en su mayoría familias, pero no se trataba de turistas. En lugar de equipaje, llevaban grandes bolsas vacías. A diferencia de lo que ocurre en el enorme predio de La Salada –recientemente en el ojo de los medios–, esta vez solo tenían que caminar unos metros para llegar a los comercios mayoristas y abastecerse de la indumentaria que luego revenderían. Con ansias y sin rumbo claro, encararon hacia los locales, colándose entre los compradores ocasionales.
La llegada masiva de vendedores provenientes del conurbano se disparó tras la detención de Jorge Omar Castillo, el “Rey de La Salada”, acusado de asociación ilícita, lavado de dinero, contrabando y evasión fiscal. Su caída provocó el cierre temporal de la feria más importante del país. Ocho mil puestos no pudieron abrirse y, por lo tanto, muchos comerciantes no lograron abastecerse de ropa para revender en sus negocios de todo el país. Hace unas semanas, bajo la fiscalización de ARCA, un interventor judicial, vigilancia de la Policía Federal y fuerzas bonaerenses, se dispuso la reapertura del predio.
Uno de los que antes iba allí y ahora camina por la calle Avellaneda es Carlos, de 54 años, que tiene un local de ropa infantil en Ezeiza. Vestido con un conjunto deportivo y una gorra, espera tranquilamente a algunos compañeros mientras carga tres bolsos, en los que se vislumbran medias y camisetitas de fútbol. “Siempre fui a La Salada porque hay miles de cosas en todos lados”, señala. La clausura temporal de la feria puso en jaque el funcionamiento de su negocio: “Tuve que decidir si aguantar a que se termine todo el conflicto o buscar otra solución, y elegí venir acá incluso a ciegas, porque no sabía bien qué precios estaban manejando”. También sostiene que le resultó mucho más difícil conseguir lo que quería, al haber menos oferta y estar repleto de personas. “La verdad, tuve suerte de venir más o menos temprano. Esto (señalando a la ropa de niños) se vende al toque. Pude pasar por varios locales y hacer compras grandes”, destaca, y se refiere al cambio de precios: “Está un 15 por ciento más alto, ponele. Pero prefiero pagar esa diferencia a terminar teniendo el local vacío por semanas”.
Esta diferencia de precios es confirmada por uno de los comerciantes de la zona, Fernando, de 41 años: “Siempre se supo de esta variación, pero recién ahora que pasó algo excepcional hay más quejas. En todo caso, deberían vender más caro ellos también”. Sobre cómo son los “saladeros” que empezaron a poblar los negocios, señaló que “suelen ser más rápidos y decididos que los clientes habituales. Vienen de a muchos y te copan el local. Lo que sí, aunque sea una familia con nenes, todos te cargan un bolso con algo. Si entran cuatro o cinco, ya sabés que se van a llevar un montón de ropa”, sostuvo, y agregó: “Nos tuvimos que acostumbrar a que el sábado también nos vengan a comprar al por mayor, cuando generalmente solo exhibimos para los minoristas. Al principio se molestaban por la demora, porque se quieren volver al micro rápido”.
El vendedor continuó con su preocupación por quedarse sin stock. Sin embargo, su local, ubicado dentro de una de las galerías de Nazca, no parecía precisamente desabastecido. La entrada era un pasillo delimitado por paquetes con medias (la docena a 10.000 pesos); luego, en los costados, estaban los percheros con remeras estampadas (dos por 20.000 pesos) y buzos (dos por 30.000). Fernando permanecía sentado en una banqueta, detrás de un pequeño mostrador. A su espalda también había remeras, esta vez con su frente visible. Por si fuera poco, mirando hacia arriba, en una parte baja del techo, había más ganchos con buzos: un encierro con barrotes de tela.
El foco de la contaminación textil no era solo el negocio de Fernando, sino que abarcaba buena parte de estos pasillos interiores y de las calles de la zona. Los indicadores de precios, escritos sobre carteles rojos y amarillos o simples hojas de papel blanco, sobresalían en cada una de las prendas. Camperas a 35.000 pesos (dos por 60.000), chalecos a 20.000… incluso en el mismo papel puede entrar más información, como un “¡Oferta!” en mayúsculas, bien grande, o el caso de unos gorros de invierno que se vendían a 5.000 pesos al por menor, 4.000 al por mayor y 3.500 a partir de diez unidades. Todas estas etiquetas cumplían el objetivo de direccionar a los compradores hacia los puntos de venta, aunque algunos lo intentaban de manera más drástica. En un local sobre la calle Helguera, la vidriera que exhibía el producto estaba tapada por completo con diez carteles de “¡Oferta! Jeans a 6.000 pesos”, destacándose la caligrafía de quien los escribió, al contener cada uno mayúsculas, minúsculas, cursiva e incluso palabras en inglés.
Los clientes justificaban en parte esta necesidad de llenar cada espacio del local con más ropa y ofertas. Los sábados son los días en que se vende al por menor, y cuando no hay clima sofocante o congelante, las calles se llenan de gente. La circulación suele ser trabada y genera situaciones complicadas con los vehículos que desean avanzar, ya que, a diferencia de otros polos comerciales, estas calles no son peatonales ni siquiera en momentos de desborde. Dentro de esta abultada clientela había personas de todas las edades y en distintos grupos: familias, enfocadas sobre todo en la ropa de los más chicos; grupos de amigos; y algunos solitarios que hicieron del paseo por Flores un hábito.
Valentina, de 26 años, relacionó la situación del país con su decisión de encontrar prendas en los negocios del barrio. “Desde hace un tiempo vengo desde Villa Pueyrredón para comprar acá. Si bien no considero que tenga un bajo salario, sí creo que la ropa de marca en Argentina es extremadamente cara”, afirmó, y relató: “Al principio iba a ferias más de barrio, pero están cerrando, entonces vi que acá se puede conseguir buenas alternativas a precios que sí se justifican”. Las ferias fueron objeto de persecución por parte del Gobierno de la Ciudad, que se encargó de buscar su desalojo y cierre, supuestamente a raíz de denuncias de vecinos. Los puesteros y manteros de Parque Centenario y Parque Los Andes, por ejemplo, fueron algunos de los que sufrieron estos férreos controles. Según la Cámara Argentina de Comercios y Servicios, en mayo la venta ilegal callejera en CABA bajó un 14,1% en relación con el mes anterior. Además, se observó un descenso del 89,4% en comparación con mayo de 2024.
Con un polo gigante como La Salada y las ferias fuera de combate, Avellaneda quedó como uno de los puntos de venta más importantes si no se cuentan las grandes marcas. Pero estas, por sus precios, tienden a ceder espacios. En el corazón del centro comercial, en esas galerías con negocios que se confunden entre sí por lo pegados que están, las remeras se exhibían apiladas a precios rotulados con marcador que oscilaban entre los diez mil y veinte mil pesos. Saliendo un poco de las calles de Flores, en el corazón de un shopping center, en locales que se distinguen por sus colores y logos como Zara, Levi’s, Kosiuko, Rapsodia o Tucci, la misma prenda, mostrada en elegantes percheros y con un costo ya tipeado, podía superar los sesenta mil y trepar hasta los noventa mil pesos. La distancia entre ambos no solo es de algunos kilómetros, sino que está marcada por el prestigio que tienen las etiquetas de esas simples camisetas blancas. No obstante, cuando la situación económica aprieta, la ostentación de marca queda de lado: la venta en shoppings cayó un 12% en 2024.
La recorrida de ANCCOM continuó, saliendo de los locales y dejando atrás sus pilas de mercancía. Se observaban locales en obra —aproximadamente uno por cuadra—, balcones de vecinos, algunos tomando mate y mirando el flujo de gente que circula por su vereda. Y también se oía. Se escuchaba la música de los negocios, que variaba en género y volumen, el ruido de las ya mencionadas obras y, en medio de ese bullicio interminable, la voz de los vendedores ambulantes. Posicionados al lado del cordón de las calles más transitadas, casi pasaban desapercibidos hasta que se veían los objetos que querían vender, generalmente orientados a los más chicos. Una de ellas era Hilda, que ronda los 50 años. “Así como lo ves, son mis herramientas”, afirmó, señalándose los brazos. En cada uno de ellos tenía tres muñecos de peluche: superhéroes, jugadores de la Selección Argentina y, aprovechando una moda reciente, personajes del “brain rot” italiano. En la cintura llevaba un cinturón con más muñecos, y los ofrecía a las familias que pasaban mientras, con su voz, enumeraba la extraña secuencia: “El Hombre Araña, Messi, tralalero tralalá”. La vendedora aseguró que ese era el sitio ideal para comercializar: “Tenés los negocios, Nazca, la barrera, Rivadavia… de todos lados te vienen”. Con entusiasmo hablaba con los chicos y a algunos les consiguió vender un muñeco. En un momento, uno de ellos se acercó con sus padres, todos con enormes bolsas para llevar indumentaria. El niño rogó por unos instantes y finalmente logró que le dieran un mini Messi.
Oct 26, 2022 | Comunidad, Destacado 2
Los altos índices inflacionarios trajeron consigo cambios en los hábitos de consumo. Quiénes son los que abandonaron los shoppings por el popular paseo de compras del barrio Flores.
Es sábado por la mañana, está fresco y a punto de largarse a llover pero casi no se puede caminar por la Avenida Avellaneda, en el barrio porteño de Flores. El mal tiempo no parece ser un impedimento para un paseo de compras del que cada vez participa más la clase media.
Remeras, polleras, pantalones, buzos, gorras, zapatillas, ojotas: todo lo necesario para aprovisionarse para la nueva temporada está en Avellaneda. Quienes mejor conocen la zona recomiendan adentrarse por las paralelas o las calles que cortan la avenida para conseguir mejores ofertas y variedad. Los precios son considerablemente inferiores a los de los shoppings o marcas reconocidas pero, según los vendedores de los locales, las ventas han bajado en gran medida después de la pandemia.
Hace diez años que Ulises y Micaela son los dueños de Házlo Fácil en la calle Helguera. “Si antes de la pandemia hacías 100 ventas por día, hoy haces 30. Nosotros vendemos todos los días al por mayor, pero nos tenemos que adaptar a la gente sino también nos perdemos muchas ventas. Entonces lo que hacemos es vender por menor con un precio un poco más elevado y hay gente que no lo quiere pagar. Antes por ahí vendíamos seis prendas al por mayor y hoy hay que adecuarse a vender dos. Les decís tres y se asustan. Es una rueda: si el minorista no vende, nosotros no vendemos. Los revendedores no quieren llevarse ni una de más. Hoy el consumo está un poco parado por los precios y la inflación. La economía no ayuda”, explica Ulises.
Según el INDEC, en septiembre los precios del rubro de “prendas de vestir y calzado” aumentaron un 10,6 por ciento, un número alto en comparación al ya elevado 6,2 del nivel general de la inflación promedio. Ulises y Micaela explican que para los locales es imposible actualizar los precios al nivel que crece la inflación. “A veces las textiles te aumentan un 10 por ciento por semana y vos tenés que aumentar un dos o un tres porque si no no vendés, el cliente no lo compra. Por más de que trabajes buena confección y buena calidad hoy la gente busca buenos precios”.
Los dueños de Házlo Fácil también remarcan un cambio en el público que visita Avellaneda para realizar sus compras. Si hace unos años era un espacio exclusivo para revendedores que compraban al por mayor, hoy gran parte de la clase media se acerca, sobre todo los sábados ya que los locales permiten comprar por menores cantidades de prendas. “Público hay de todo. Hay gente que busca calidad, hay gente que busca precio. Mucha gente de clase media que quizás antes iba al shopping o compraba en marcas ahora se viene para acá. Uno se pregunta por qué las marcas venden tan caro. Si bien el alquiler en los shoppings es muy alto, les retienen un porcentaje de la venta y pagan publicidad, igual no lo justifica. Le ganan un 1.000 o un 1.500 por ciento a la prenda”.
Graciela es de Durazno, Uruguay, y es clienta fiel de Avellaneda. Antes tenía un local de ropa y revendía las prendas que compraba en Argentina y ahora viene con su familia a comprar por menor para consumo personal. “Es un lugar al que me encanta venir por la calidad de las prendas y por los precios. Venimos a buscar prendas de vestir y surtirnos para todo el verano. Ya conozco locales de hace mucho años pero hago una recorrida. A la gente le recomiendo que venga y compare precios”.
Venir a comprar a Flores también es una actividad que suman a su lista viajeros del interior del país. Camila es de Palermo y trajo a Agustina, de Mar del Plata, a conocer Avellaneda. “Yo que soy de Mar del Plata nada que ver con los precios de allá. Con lo que gasto en dos prendas allá, me compré siete. Vine a buscar remeras básicas, blazers”, comenta la segunda.
Muchas chicas jóvenes o adolescentes llegan a Avellaneda a partir de Tik Tok. En la red social se pueden encontrar distintas influencers que visitan la zona, hacen sus compras y las comparten con sus seguidores dándoles detalle de los precios, los locales y sus ubicaciones. Ailén, quien vino acompañada de su mamá, explica: “Yo volví por Tik Tok. Venía antes del boom de Tik Tok pero ahora veo que los precios están mucho más caros que antes de que pasara eso. Igual, sigue siendo más barato que un shopping. Con la misma plata te comprás varias prendas y en el shopping no conseguimos talles”.
May 11, 2016 | inicio
Tras cuatro meses de inactividad, el gobierno decidió poner fin a los contratos que mantenía con la Red Textil Cooperativa (RTC). La medida afectó a 74 cooperativas textiles que funcionaban como proveedores del Estado a nivel nacional. “Nos informaron telefónicamente que el programa no iba a continuar por cuestiones presupuestarias. Desde diciembre no teníamos órdenes de compra ni encargos, cuando nos pedían paciencia lo hacían para evitar conflictos, porque la decisión la tenían tomada hace tiempo”, relató Joaquín Fernández, presidente de la organización.
Unos 3.000 trabajadores que se desempeñaban en la confección de guardapolvos, chalecos antibalas y uniformes varios, quedaron sin empleo. Las cooperativas trabajaban con encargos realizados por los ministerios de Desarrollo Social, Educación y Seguridad. Los afectados informaron que desde el Poder Ejecutivo les reconocieron que reemplazarían las prendas producidas con productos importados más económicos. El Ministerio dirigido por Patricia Bullrich, por ejemplo, comenzó a importar -desde enero- chalecos antibalas provenientes de Israel.
Bajo la consigna «Sí a la industria nacional y el trabajo cooperativo, no a las importaciones y la desocupación», las cooperativas textiles de todo el país se movilizaron en defensa de la industria nacional y en contra de las importaciones indiscriminadas.
El fin del programa se encuadra dentro del cambio de enfoque ideológico que se produjo en el Ministerio de Desarrollo Social. Antes, las políticas eran impulsadas desde la lógica de tomar al otro como “titular de derechos” y desde ese lugar se pensaban las políticas; ahora se piensa en términos de cómo “evitar un conflicto social”.

El jueves 21 de abril de 2016 la RTC organizo la jornada «Cocer en la Calle» como forma de protesta por la finalización del programa «proveedores del Estado».
¿Herencia pesada?
Desde 2003, por una decisión gubernamental, las cooperativas textiles y el Estado nacional establecieron una relación comercial. Los distintos ministerios comenzaron a comprar productos fabricados en ellas. El proyecto buscaba generar trabajo genuino, capacitar a los trabajadores y lograr su posterior inserción en el mercado formal. También se pretendía potenciar el crecimiento y desarrollo de la industria nacional. Este proceso fue acompañado por la creación del registro Nacional de Efectores Sociales y Economía Social (REDLES), creado en el 2004 desde el Ministerio de Desarrollo. Su función fue facilitar, a aquellas personas que realizaban una actividad productiva y que se encontraban en una situación de vulnerabilidad, el desarrollo de su actividad. Acompañada por el Estado, la lógica de producción en cooperativas proliferó y muchas pudieron registrarse y comenzar a producir, lo que les permitió a los emprendedores incorporarse al sistema previsional, recibir los servicios de una obra social y trabajar como proveedores del Estado.
Fernández explicó que “año tras año el nivel productivo de las cooperativas fue creciendo a través de incentivos para incorporar maquinaria, capacitaciones y cursos de formación” y agregó: “Ahora todo ese crecimiento se paró, el gobierno actual no ve a las cooperativas como empresas, sino como gestos de caridad. Ellos eligen la multinacional a lo nacional, cada rollo de tela que entra de afuera es un laburo que se pierde acá”.
La RTC forma parte de la Confederación Nacional de Cooperativas de Trabajo (CNCT), donde Andrés Quintana trabaja como coordinador. Desde su posición denunció que la situación actual de las cooperativas es crítica: “Con la importación de productos, las cooperativas quiebran, porque nuestro mercado de consumo es el interno. Hace meses que venimos sin encargos y los que pudimos conseguir son del ámbito privado que suelen ser mal pagos. Todo parece indicar que el gobierno quiere terminar con la producción en cooperativas”.
Daniel Arroyo, actual dirigente del Frente Renovador, fue ministro de Desarrollo Social durante el gobierno de Néstor Kirchner y opinó que lo peor que puede hacer la nueva gestión es pensar una política social fundacional, lo que significa desarmar y empezar de nuevo. “Si se produce una descontrolada apertura de las importaciones, habrá menos producción nacional y más pobreza. Es claro que el gobierno gobierna con un solo ojo y que se ha complicado la situación social, en su agenda no es prioridad cuidar el empleo”.

“Los guardapolvos más caros del mundo”
Uno de los primeros contratos afectados fue el del Ministerio de Desarrollo Social, que todos los años compraba un millón de guardapolvos a las cooperativas textiles, para luego distribuirlos en escuelas públicas y sindicatos. “La confección de guardapolvos implicaba una política directa del Ministerio orientada a las cooperativas textiles, las cuales capacitaban a su gente y contaban con supervisión del INTI. Terminar con los contratos no sólo significa el fin del trabajo en sí, sino también todo lo que eso generaba” aclaró Judith Barchetta, ex Directora Nacional de Asistencia Crítica del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. Y añadió: “Ellos no piensan en el gasto social como inversión. Yo escuché a las nuevas autoridades decir que eran los guardapolvos más caros del mundo y preguntarse para qué se gastaba tanta plata, cuando era más fácil comprarle a privados.”
El “cambio” de mirada
El Ministerio de Desarrollo Social, a diferencia de otros ministerios, no sufrió pérdida de personal, a excepción hecha de los recientes despidos en la Dirección Nacional de Juventud. “De esto se pueden hacer distintas lecturas, una podría decir que fue producto de la dura pelea que dio la junta interna partir del mismo 10 de diciembre, o porque los trabajadores organizados de Desarrollo Social lo impidieron”, opinó Barchetta. Y añadió: “Otro dato objetivo es que desde los circuitos administrativos del Ministerio, al día de hoy, no se han puesto en funcionamiento ninguna de las líneas de políticas públicas que se venían desarrollando. Las que son de rutina, como el pago a los cooperativistas de Argentina Trabaja, sí, pero todo lo que tiene que ver con poder gestionar recursos que tengan que ver con el presupuesto 2016 no está funcionando”.
Para Daniel Arroyo, el gobierno cree en la teoría del derrame, ecuación que no sería aplicable en la Argentina, porque “lo que produce actividad económica no produce trabajo. Los sectores pobres del país trabajan en lo textil y en la construcción. Sin la presencia del Estado no se crea trabajo para esos sectores.”
Las cooperativas como proveedores del Estado estaban enmarcadas dentro de los lineamientos del Ministerio de Desarrollo Social que buscaba generar la inclusión del individuo mediante el trabajo. “Para que alguien que no está dentro del mercado pueda ingresar, tiene que existir inversión pero también una política de intervención estatal. Y es esa inversión del Estado la que no comprenden los nuevos funcionarios. Tienen una mirada empresarial de lo público, para ellos sobra gente y hay un montón de empleados que son innecesarios”, remarcó Barchetta.
Actualizada 11/05/2016