
El verdadero coche cama
En pleno invierno, la Fundación Flecha Bus habilita en el centro porteño una serie en de micros en desuso para que las personas en situación de calle puedan dormir abrigados. Una crónica de ANCCOM junto a la revista Hecho en Buenos Aires.

Hace cero grados. El viento que se cuela por las camperas hace temblar a quienes pasan cruzando la Plaza de Mayo, acortando camino con pasos largos. Una fila de más de cuarenta personas se agrupa en las escalinatas de la Catedral para recibir un plato con comida caliente y café. Algunos pasan su vianda de plástico y su vasito térmico para atrás antes de sentarse a comer, se lo dan a su amigo, a su hermano, a su hija o a su pareja. Mientras esperan se ríen mirándose a los ojos, exhalando el vapor del invierno porteño.
En medio de una ola polar, más de 8.000 personas en situación de calle están expuestas a la inclemencia del frío y al aumento de la pobreza en la ciudad. Varias organizaciones se unen para dar una mano en un contexto en el que no hay una propuesta estatal o gubernamental que proteja a quienes no tienen donde cuidarse de las temperaturas que siguen bajando.
“La calle no es lugar para vivir”, repiten los carteles de Red Solidaria, la agrupación que lleva adelante la campaña Frío Cero hace ya 12 años, dando alimento y abrigo a quienes lo necesitan.
La Fundación Flechabus se unió al programa en 2022 con la iniciativa Micros Solidarios, donde ofrecen un lugar para dormir a casi 100 personas cada noche. La empresa puso a disposición coches acondicionados con colchones. Debido a su antigüedad, los micros fueron donados por la empresa y remodelados. Al principio, ofrecían paseos a las personas en situación de calle como resguardo durante el invierno, y en 2023, en el marco de la campaña Frío Cero, comenzaron a funcionar como refugios móviles.
“Lo que hacemos es venir y buscar gente de la calle que no tiene donde dormir, se les da una vianda de comida, se les hace un recorrido buscando más gente por Rivadavia hasta Callao, Avenida Libertador, volviendo por Alem y se estaciona el micro de nuevo en el mismo lugar. Duermen acá calentitos toda la noche y a las 7 de la mañana se les da un desayuno”, cuenta Daniel Figueroa, chofer de General Urquiza, empresa que también se sumó a la campaña. Aunque dentro del bus se siente el calor de la calefacción, tiene la nariz enrojecida por el hilo de frío que entra por la ventanilla.

Arriba, el coche de larga distancia que conduce Daniel está equipado con asientos semi cama. “Ahora está todo cada vez más organizado. Antes subían con sus cosas, con bolsos y todo, ahora les damos el ticket verde igual que el que te dan cuando viajás así no se confunden las cosas de cada uno”, cuenta el chofer. “Es lindo ayudar, hay muchos chicos y gente grande que está en la calle. Al menos acá pueden dormir seguros y con calefacción”, agrega. Daniel comenta que la primera noche de julio se llenaron tres micros y el cuarto quedó por las dudas, por si se acerca más gente, es el que maneja él y se queda haciendo guardia por si alguien más necesita un lugar donde dormir.
Mientras tanto, los otros tres colectivos llevan a todos a dar un paseo por Avenida Alem, el ex-Centro Cultural Kirchner, Puerto Madero y vuelven. En el recorrido van observando atentos para ver si pueden subir a alguien más.
“Hay algunos que vienen hace varios inviernos, otros que se suman todos los días, entre ellos van pasándose la información, se comparten los lugares para dormir, comer o abrigarse”, explica Paula Barragán, coordinadora en Red Solidaria desde hace 8 años. Ella trabaja como docente en un colegio en Cardales y se sumó como voluntaria fija en la red después de una colecta que realizaron en la escuela juntando mochilas para Haití.
Entre los que duermen en los micros hay muchas familias completas, niños, mujeres embarazadas y adultos mayores, varios se conocen entre sí y tienen confianza con los organizadores. “Mañana cumplo 81 años, ¿sabías? Yo te voy a mostrar”, le dice Miguel Félix a Paula. El señor saca el documento y se lo muestra. El registro dice 2 de julio de 1950, pero él afirma haber nacido 6 años antes. “Antes te anotaban 5, 6 o 7 años después, era así”, asegura. “Me parece que me dijiste que tenías 81 para te diga qué bien qué estás”, le devuelve Paula. Félix la invita a bailar, insiste en hacer una fiesta el día siguiente para festejar el cumpleaños y le dice que está contento porque pasó de fumar tres atados de cigarrillos por día a solo uno. Poco después decide irse a dormir y sube los escalones del micro de a poco, ayudado por su bastón de madera.

Todos a bordo
“Me conocen como el famoso bailarín de Plaza de Mayo”, sonríe Javi, otro de los chicos que duerme todas las noches en los micros. Cuenta que tiene un show en calle Corrientes y Florida los viernes y los sábados, y que lleva su parlante a todos lados. Paula le da empujoncitos en la espalda con ademanes de maestra para que entre al micro estacionado, pero él quiere seguir charlando. “Somos como una familia, festejamos juntos los bautismos, comuniones, todo. Con las madres tenemos un grupo de Whatsapp así que nos avisan cuando alguno va a jurar a la bandera o si tiene un acto importante. Muchas veces acompañamos nacimientos y después intentamos estar lo más posible en la primera infancia”, cuenta la coordinadora parada frente a la entrada de la Catedral.
Para organizar Micros Solidarios se unen varias agrupaciones pero la principal es Red Solidaria, el punto de unión entre la Fundación Flechabus, los Hogares de Cristo, además de voluntarios autoconvocados. Todas las noches se encuentran en Plaza de Mayo y a las 19 ya están empezando a repartir la comida, después dan el paseo y para las 22 ya están de vuelta en la plaza. La organización es un trabajo conjunto para el que también coordinaron con el Gobierno de la Ciudad. Al lado del autobús de la empresa Chevallier, dos funcionarios con visera amarilla vigilan al lado de una camioneta del gobierno porteño, asegurándose de que los micros tengan un lugar donde estacionar.
Cuando quedan solo los coordinadores abajo, se acerca un chico con timidez, abrigado con gorro, visera y varios buzos, hablando bajito y sacando la voz desde dentro de las capas de abrigo, dice algo tan bajo que casi no se escucha. Paula le pone la mano en el hombro y le muestra la entrada al micro. Nacho, voluntario y compañero de Paula, lo hace subir. Dentro del micro dos chicos se abrazan acostados mientras miran un video en la tablet, algunos suben con el café en mano, los que llegaron más tarde cenan en la cama el estofado todavía humeante, y otros ya descansan, tapados hasta arriba.

Paula cuenta que con lo que más necesitan ayuda es con la difusión y con los voluntarios. “Hay de todo para hacer, preparar la comida y traerla, sumar algo caliente para tomar, servir el alimento o quedarse a la noche acompañando. Aunque el micro sea todo de mujeres, siempre hay un hombre acompañando en cada uno”, explica.
Si bien el programa está activo todos los días de la semana, algunos son especiales. Los lunes la comida es preparada por los vecinos del barrio, que ponen un menú en común o se juntan a cocinar y llevan las viandas ya preparadas a la plaza. Los viernes son los días más activos porque se centralizan las distintas propuestas artísticas y musicales. Así, bailan, cantan y reciben donaciones de ropa, juguetes y artículos de higiene personal.
Los coordinadores coinciden en que lo más necesario en este momento es la difusión, ya que algunas noches se encuentran con un micro que quedó vacante, con suficiente espacio para que duerman al menos 40 personas. Sin embargo, hay otras formas en las que se puede ayudar. “Para sumarse a participar nos escriben al Instagram de Red Solidaria y pueden ayudar sirviendo la comida, cocinando desde casa o compartiendo cualquiera de las campañas”, explica Paula.
En la plaza y en los micros se genera un espacio seguro, una red que no solo sostiene desde lo material sino también desde lo afectivo, ofreciendo comida y también un abrazo.