Dibujar la memoria, la verdad y la justicia

Dibujar la memoria, la verdad y la justicia

Eugenia Bekeris y María Paula Doberti son artistas visuales militantes. Cabría preguntarse qué artista no lo es, pero en su caso la labor artística al servicio de una causa ha sido tan sostenida y significativa que han creado una obra que se volvió un documento histórico vivo del ejercicio de hacer memoria. Desde hace diez años, ambas asisten a las audiencias públicas donde se juzgan los delitos de lesa humanidad, se sientan como oyentes y con sus manos, lápiz negro y un bloc de notas tamaño A4 dejan testimonio de los rostros y las palabras, diálogos, escenas y recuerdos que acontecen allí, a partir de las declaraciones de víctimas sobrevivientes, testigos y perpetradores del horror cometido durante la última dictadura militar argentina.

El fruto de esas horas y trazos militantes hoy puede palparse como un conjunto: 100 de esas piezas artísticas -en el sentido amplio del arte, en su dimensión política y creativa- fueron seleccionadas y forman parte de Dibujos Urgentes. Testimoniar en juicios de lesa humanidad, libro-archivo publicado por Mónadanomada ediciones que sus creadoras presentaron el miércoles 11 de marzo en el Centro Cultural de la Cooperación. El origen de sus prácticas, hace una década, fue la iniciativa que H.I.J.O.S. y la Universidad Nacional de las Artes (entonces IUNA) lanzaron con la idea de contrarrestar la decisión de la Corte Suprema de prohibir los registros fotográficos y fílmicos en los juicios, tras la desaparición de Jorge Julio López.

“No tiene nada que ver el dibujo de un retrato tradicional con uno de nuestros dibujos de las audiencias -dice Doberti, aún cuando el ojo lego percibe rostros y cuerpos en esas imágenes-. Lo que hacemos es dibujar durante toda la declaración del testimonio, sin metaforizar, sólo lo que vemos. Son dibujos textuales, porque solemos agregar fragmentos de las declaraciones. Es muy distinto, porque uno observa muchas horas a una persona, va corrigiendo el dibujo, tratando de encontrarle la expresión, y en ese detenimiento se convierte en algo diferente. Además, lo hacemos a través de una pantalla, a su vez mediatizada por el vidrio de la sala de la audiencia, y en el contexto de una declaración bastante dolorosa. Lo que hacemos es la visualización de un testimonio”.

Presentación del libro en el Centro Cultural de la Cooperación.

Este trabajo nació de la prohibición de fotografiar y filmar los juicios. ¿Qué diferencia creen que hay entre un dibujo y una fotografía o un video para registrar lo que se vive allí?

María Paula Doberti: El dibujo tiene algo que acerca más al espectador. No sé por qué motivo, pero algo lo hace más cercano. Hacerlo con la mano, sin la mediación que tiene una foto o un video, quizás. O el estar hechos de manera rápida, a lápiz negro, con el agujerito de bloc en el papel… Tal vez eso acerca a quien los mira, como algo que formó parte de su propia historia, porque todos dibujamos en algún momento de la vida.

¿De dónde nace esta idea de lo “urgente”?

MPD: Fuimos armando la idea de qué es un “dibujo urgente” mientras los íbamos dibujando.

Eugenia Bekeris: Lo urgente fue emergente de la práctica. Empezamos a notar la urgencia del dibujo en un ámbito judicial de quienes habían logrado sobrevivir. Era un ámbito delicado y allí la urgencia era una cualidad fundamental para atrapar y registrar estos juicios como hechos únicos.

¿Cómo empezaron a organizarse para hacer los dibujos?

EB: Nosotras no nos conocíamos. Al principio, cada una empezó a dibujar sola. Y sucedió que, estando en ese ámbito, en estos escenarios del horror, hacerlo en compañía de una colega era fundamental y necesario.

MPD: Juntas fuimos decidiendo qué hacer y qué no. Por empezar, resolvimos que los dibujos no se tocan. Si un dibujo queda por la mitad, porque una persona declaró poco y no lo terminamos, así queda. No los completamos porque los consideramos un testimonio. La relación con las palabras también la descubrimos en la práctica: al principio,  sólo dibujábamos por la necesidad de que esas palabras no se evaporaran, de no perder esos fragmentos de testimonios que atravesaban alma o daban escalofríos. Nos dimos cuenta de que, a veces, anotábamos lo mismo.

¿Fue difícil dibujar a los genocidas?

MPD: Sí, me costó. No sé si dibujarlos, me costó verlos. La primera vez que vimos a Videla, dije “guau, ese es Videla, ese viejecito anciano que casi no puede caminar”. Nos han preguntado si dibujamos igual a un genocida y a un sobreviviente, y la verdad es que sí: el dibujo es igual. Y eso lo hace más perverso: saber que es una persona como cualquiera. No tiene cara de genocida, tiene cara de persona común como la que te cruzás en la calle. Cuando se pone a hablar, se transforma en Videla. Ahí saca todo su demonio interno. Me pasó con Julio Poch, el aviador de los vuelos de la muerte. Realizó una declaración muy larga, como de cuatro horas. Al principio, estaba muy coacheado por sus abogados, usaba un vocabulario súper cuidado, y además estaba muy bien vestido, un tipo grande, pintón, te diría. Y en un momento, me dio miedo y se lo dije a Eugenia. ‘Este tipo me está dando miedo’, le dije. Y ella me dijo: ‘Te está seduciendo, por eso te da miedo’. Recuerdo también otra vez, ante un apropiador, en una sala muy pequeña. Yo estaba dibujándolo desde atrás, el rostro a tres cuartos, y se ve que él sintió mi mirada. Se dio vuelta y me miró fijamente a los ojos. Como si me dijera: “¿Qué estás haciendo?”. Me sostuvo la mirada y no pude seguir el dibujo, me atemorizó. Ese tipo, es capaz de hacer todo aquello por lo que hoy lo están juzgando, sólo mirándome me heló la sangre.

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Las escenas macabras y los dolores inconmensurables son parte de eso inaprensible que atraviesa sus dibujos, y que antes las atravesó a ellas. Son recuerdos que ahora les pertenecen y que su memoria invoca casi irracionalmente, a su puro antojo. Doberti trae la figura de Stella Calloni, testigo especialista en el juicio por el Plan Cóndor, cuando se le pregunta por el número de dibujos que acumularon en estos diez años. Y consultada por cuál fue la última audiencia que dibujaron, Bekeris detalla su último registro del dictador Jorge Rafael Videla, ese que guardó entre sus papeles hace siete años. Sus recuerdos, testimonios de virtual presencia ante aquel terror, también funcionan según la lógica de lo urgente: lo que conmueve, lo que dejó huella en su alma, es lo que sale a la superficie.

“Recuerdo muy bien la audiencia de Stella Calloni -la evoca Doberti-. Ella era una persona grande, pero cuando declaraba no tenía ni un ayuda-memoria. Tenía una memoria impresionante y hablaba sin parar, con mucha precisión. Me acuerdo que, durante el cuarto intermedio, me la crucé en el baño: era una anciana a la que ayudaban a caminar. Me impactó que fuera la misma persona. Y cuando se reanudó la audiencia, volvió a ser gigante y todopoderosa”.

Bekeris es la última persona que capturó una imagen pública del genocida que encabezó la junta militar que se alzó con el poder luego del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.  Aunque no había nadie en el sector asignado al público, estaban presentes miembros de la querella, el abogado del dictador y los jueces: sin embargo, en la memoria de Eugenia, el recuerdo es de él a solas frente a ella.

“Me acuerdo que entró al recinto vacío sostenido a cada lado por un hombre, arrastrándose -relata-. Se sentó a dar su alegato y parecía que no iba a poder hablar, tenía la boca pastosa. Tuvieron que acercarle un vaso de agua. Me provocó vértigo ver a ese anciano moribundo, con la nariz dilatada, los párpados caídos, los ojos vidriosos, balbuceando. Era un despojo. Le mandé un mensaje a María Paula: “Videla se va a morir”. Cuando por fin pudo hablar, repitió que no le daba a ese juicio ningún valor legal, que seguía acompañando a sus camaradas hasta el final. Junto al dibujo, tengo escrito lo que dijo: hablaba despacio, como si me lo estuviese dictando a mí. Yo dibujaba en mi cuaderno pequeño, con lápiz y goma, ese final: ese genocida tan temido y cruel estaba reducido frente a mí, sentadito ahí, muriendo. Como si fuera una venganza sutil, alejado de la escena de crueldad y condenado a cadena perpetua. A los tres días, murió”.

Su subjetividad, movilizada durante las audiencias, ¿cómo se conjuga al dibujar con la intención de registrar la escena?

MPD: Obviamente una siempre dibuja desde una. Es inevitable. Pero nosotras teníamos la claridad de saber que nuestro objetivo era darle visibilidad a los juicios: lo hacíamos y seguiremos haciendo desde esa tarea militante, no con el fin de exponerlos en una galería. Nos sentamos a dibujar desde otro lado, acompañando esos testimonios. Es distinto a estar en un taller componiendo más reflexivamente. Personalmente, en los dibujos de los juicios soy pura emoción. Es muy complicado dibujar ahí.

¿Por qué?

MPD: Porque los testimonios son muy crudos y duros. Me ha pasado no poder seguir dibujando porque tenía los ojos llenos de lágrimas y tener que parar y serenarme. O atemorizarme frente a un genocida. Son emocionalidades complejas a la hora de hacer un dibujo, que además vienen desde afuera. Cuando uno dibuja en taller, las emociones nacen desde el hacer. Acá, es lo que oís, que te puede dar un palazo o ganas de abrazar a alguien.

¿Es posible dibujar en esos momentos?

EB: Adquirimos práctica para abordar estos escenarios, encontrando estrategias para dibujar. Siempre uso una metáfora de lo que me pasaba a mí: iba de cacería a atrapar imágenes. Y eso genera una cierta distancia emocional. Era vertiginoso, urgente. Confrontadas al hecho con velocidad, teníamos que documentarlo con rapidez. Eran aterradores los testimonios de las víctimas testigos, pero no teníamos tiempo de aterrarnos. Aún cuando esos testimonios desoladores nos ponían a la vista una experiencia inabordable.

¿En qué sentido?

EB: Podríamos asociarlo al concepto que refiere a los sobrevivientes del Holocausto y a ese “otro lado” donde estuvieron, como otra dimensión de la realidad, a la que nosotros, que no estuvimos, no tendremos acceso nunca y de la que ellos no podrán salir. Es inabordable, inasible, difícil hasta de comprender. Te hace doler, te sorprende, te pone triste, pero nosotras no intentamos darle ningún tipo de emoción a nuestros dibujos. No agregamos fiereza ni tristeza, aunque en nuestro dibujos algo de eso trasciende.

Hay algo de lo sombrío en sus trabajos.

EB: Sí, hay algo que es inquietante. El día de la última aparición de Videla, me acuerdo que llegué a casa y dormí el resto de la tarde, como tres horas. Nos impactó en el cuerpo todo eso que vivimos.

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Los juicios por delitos de lesa humanidad que lleva adelante Argentina son un hecho único e inédito en todo el mundo: prácticamente no hay países que hayan saldado esos delitos con sus propios tribunales y con las leyes que se aplican a todos sus ciudadanos. En ese sentido, las autoras de Dibujos Urgentes lamentan la poca concurrencia de público que llega a las audiencias. “Los juicios no tienen ni la difusión ni la visibilidad que merecen, por eso nosotras subíamos siempre los dibujos a nuestras redes. A veces, la gente se enteraba de los juicios por nuestros dibujos. Durante mucho tiempo, ha sido un proceso judicial casi invisible”, se lamenta Bekeris.

Por el imprescindible ejercicio de la memoria, pero también para reivindicar unos procesos de justicia inéditos y originales en todo el mundo, es que su obra se agiganta en valor. “Creo que es muy importante este trabajo -agrega. Estos dibujos pequeños y en lápiz dan cuenta con sencillez de hechos muy importantes para las nuevas generaciones. Para quienes nacieron en post dictadura, el libro puede ser una estrategia poderosa de información. A veces la lectura no alcanza. Nosotras escuchamos e intuimos lo que les pasó a quienes declararon, más de eso no podemos hacer, pero los textos vuelven su palabra presente, la traen in situ, nada de lo que dijeron fue modificado. El testimonio intacto en dibujos es una posibilidad de acceder a otro fragmento de la verdad en esta lucha contra el olvido y el negacionismo”.

¿Por qué creen que se acerca poca gente a los juicios?

MPD: Un poco de todo. Al principio iba mucha gente, pero hay que sostener una práctica de tantos años… Siento que hay muy poca difusión y mucha gente no se entera. Los cuatro años del macrismo fueron tremendos en ese sentido, hubo un silenciamiento total. Además, creo que esta idea de preservar a los testigos y no poder fotografiarlos ni filmarlos, invisibilizó a los juicios, justamente cuando parece tan necesario que alguien acompañe en esos momentos.

Además de sus dibujos, su presencia debe haber sido importante en ese sentido. ¿Tuvieron devoluciones sobre eso?

MPD: Una vez, Eugenia le mandó uno de nuestros dibujos a una persona que había declarado y no los había podido ver, porque a veces, cuando salen del tribunal, les mostramos los dibujos o les pedimos sus mails para mandárselos. Esa vez, ella le preguntó a un sobreviviente si nuestros dibujos le parecían banales en el marco de todo lo que habían vivido. “Lo que nos importa es que ustedes estén ahí y que los dibujos sean como un testimonio”, le dijo. Imagino, por lo que nos cuentan, que no debe ser igual declarar frente a una sala llena que hacerlo cuando no hay nadie. A veces, cuando van personas que tienen una gran militancia, van muchos compañeros y se produce un diálogo con quien declara. Y otras veces, cuando está sola la persona declarando, es muy triste. Me pasó una vez que me quedé sola en la sala. Declaraba una mujer por la desaparición de su hermano. Llevó una foto de él, y no había nadie. Se fue muy angustiada, después de declarar, abrazada a la foto de su hermano. Está bien que se declara para que escuchen los jueces, pero también es necesario que haya alguien del otro lado, escuchando…

Estabas vos.

MPD: Sí, pero estaba yo sola. Y como ella estaba muy angustiada, no me dio para acercarme. Es que ella lloraba. Y yo también.

“Se critica al debate porque se confunde lo mediático con el discurso político”

“Se critica al debate porque se confunde lo mediático con el discurso político”

“La base del debate eran los minutos televisivos, no las ideas a explorar con los candidatos», dice José Luis Fernández.

El debate presidencial que se realizó el domingo, el primero obligatorio por ley, concentró las miradas y dejó mucho para reflexionar, a menos de dos semanas de las elecciones presidenciales que se realizarán en nuestro país. En la Universidad Nacional del Litoral, en Santa Fe, se cruzaron los candidatos que superaron el piso del 1,5 por ciento en las elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias de agosto pasado: el actual presidente Mauricio Macri, de Juntos por el Cambio; el gran ganador de las PASO, Alberto Fernández, del Frente de Todos; Roberto Lavagna, de Consenso Federal; Nicolás del Caño, del Frente de Izquierda y de los Trabajadores; José Luis Espert, del Frente Unite; y Juan José Gómez Centurión, del Frente Nos.

Además del análisis político sobre lo sucedido en el primero de los dos debates preelectorales del que los candidatos presidenciales deben participar (en virtud de lo establecido por la Ley de Debate Obligatorio), también es interesante considerar la mirada sobre el debate como dispositivo mediático y la comunicación política. Para reflexionar sobre estas dimensiones, ANCCOM dialogó con José Luis Fernández, Doctor en Ciencias Sociales y profesor de Semiótica de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires.

“La base del debate eran los minutos televisivos, no las ideas a explorar con los candidatos -analiza Fernández-. Los minutos eran una de las materialidades del debate y, cuando los coaches de algún equipo no trabajaron sobre eso, se notó: a su candidato le faltó o le sobró tiempo”.

Ampliando esta misma cuestión, propia del diseño que adquirió el encuentro de los presidenciables, el ex presidente de la Asociación Argentina de Semiótica ofrece una definición para comprender la naturaleza de lo que sucedió el domingo. “Fue un debate de micro-géneros, no de plataformas políticas. La comunicación masiva está llena de micro-géneros, como pueden ser un insulto,  un saludo o una presentación. Estos y otros micro-géneros, que suponen estrategias, se pusieron en interacción entre los candidatos durante el debate”, aporta el docente de la Facultad de Ciencias Sociales.

«Lavagna le hablaba a la gente que estaba ahí y Gómez Centurión no sabía a quién hablarle», analiza Fernández.

La cámara, en el espacio elegido de la universidad santafesina, fue uno de los instrumentos del que se valieron los candidatos en esta edición estreno del debate presidencial 2019. Algunos, al abordar las primeras cuatro categorías (Economía y Finanzas; y Educación y Salud; Derechos Humanos, Educación y Género; y Relaciones Internacionales) lo aprovecharon mejor que otros. Explica Fernández: “Macri, Fernández, del Caño y Espert trataron de seguir a rajatabla la propuesta de Eliseo Verón de estar en contacto con la cámara para hablarle a los ojos a los espectadores televisivos. Ni Gómez Centurión ni Lavagna cumplieron con lo que, en este sentido, proponía el formato. Lavagna le hablaba a la gente que estaba ahí y Gómez Centurión no sabía a quién hablarle y tampoco le pegaba con el tiempo; era como si estuviera en la escena equivocada”.

“Hay gente que nació para la cámara -agrega el actual Vicepresidente de la Federación Latinoamericana de Semiótica-. Macri no, Cristina (Fernández de Kirchner) sí, Lilita (Carrió) sí, por ejemplificar. No es un tema de contenidos o de aciertos sino simplemente de relación con la cámara. Alberto Fernández, en ese sentido, manejó algo específico de este debate: hizo uso de las restricciones técnicas del formato televisivo elegido para debatir, como la imposibilidad de hacer tomas del público, de aquello que señalaba un candidato o de las reacciones de los demás. Alberto manejó eso mejor, lo usó a su favor. Señalaba a Macri, aunque no lo mostraran, y eso obligaba a que uno se imaginara qué cara ponía Macri cuando Fernández hablaba y lo señalaba: los antimacristas pensarían que Macri quedaba como un estúpido y los macristas, que lo miraba con desprecio. Fue un recurso interesante porque involucra cuestiones de interaccionismo simbólico, difíciles de medir y que exceden la imagen televisiva”.

Así como sucedió en 2015, especialmente con el que protagonizaron Macri y Daniel Scioli, el debate es un formato televisivo que ha sido analizado desde múltiples dimensiones, en muchos casos en desmedro de su complejidad como fenómeno de comunicación política. En comparación con aquella edición, la versión del domingo tuvo aproximadamente 20 puntos menos de rating. Según Fernández, el análisis que sólo se queda en ese enunciado, queda trunco. “Midió la mitad, pero igual es un montón y demuestra que suscitó interés -afirma-. Además, la población politizada ronda el 20 o 30 por ciento; el resto lee la información y toma sus decisiones de otras maneras. Y eso es otra cuestión”.

«El twitteo es un fenómeno minoritario en la sociedad y un candidato tiene que conseguir diez millones de votos», advierte Fernández.

El impacto asociado a lo que sucede en las redes sociales es otro de los puntos sobre los que advierte Fernández, desde la legitimidad de ser un especialista en el tema, luego de haber estudiado esas plataformas por más de diez años. “Siempre hay que pensar, cuando analizamos Twitter y sus tendencias, que los usuarios de esta red representan un sexto de los de Facebook y que, de aquellos que la utilizan, sólo twittea un 20%. El twitteo es un fenómeno minoritario en la sociedad. Son signos, pero un candidato tiene que conseguir diez millones de votos, no dos”.

Una de las críticas que se repite en los distintos espacios, especialistas y discursos que abordan el debate presidencial del domingo asegura que el formato elegido fue, en definitiva, negativo. “Antidebate”, “pobre”, “acartonado” y otras definiciones se han elegido para criticar el diseño. Fernández, que dirige la revista Letra, imagen, sonido. Ciudad mediatizada, piensa distinto. “A mí el debate me resultó muy interesante: creo que sirve para presentar propuestas y para discutir, porque de hecho todos los candidatos interpelaron en algún momento a alguno de los otros”, señala. “El diseño del debate se puede mejorar, obvio, pero me parece interesante porque impide una costumbre discursiva argentina que es encimar un emisor con otro -agrega-. Este formato permite que cada enunciador preserve su espacio de enunciación particular en el conjunto del sistema enunciativo. Dicen que aburre porque se divierten con los programas de paneles, pero esto es un debate político y, dentro del formato planteado, incluso fue picante”.

La transmisión del debate entre los seis candidatos a la presidencia tuvo cortísimos planos generales -donde se los pudo ver simultáneamente a todos-, mientras que la pantalla dividida -que ofrece al mismo tiempo la imagen del orador y otra de la misma escena- fue uno de los recursos televisivos que no apareció. Y sin embargo, en todo caso, para Fernández esas fueron restricciones para quienes veían el debate, pero no para sus protagonistas: “Sí es verdad que, como espectador televisivo, el hecho de quitar el recurso de campo-contracampo y otras posibilidades de montaje limitaron la oferta visual. Pero los límites fueron en todo caso en ese sentido y no en relación con la argumentación política. Fue pobre desde lo televisivo, no desde lo argumentativo. Lo que pasa es que se critica el diseño del debate porque se confunde lo mediático con el discurso político”.

Lo concreto es que el debate presidencial invitó a reflexionar sobre la relación entre sus dimensiones política y comunicacional. Todavía no se terminó de pensar acerca de lo que sucedió allí y ya comenzó la cuenta regresiva para el segundo y último debate: será este domingo 20 de octubre, justo una semana antes de los comicios, y los tópicos esta vez serán Empleo, Producción e Infraestructura; Federalismo, Calidad Institucional y Rol del Estado; Desarrollo Social, Ambiente y Vivienda; y Seguridad. En la Facultad de Derecho de la UBA, unos y otros, los seis candidatos y los espectadores que se prendan a la transmisión, se volverán a encontrar pantalla de por medio.

135 femicidios en el año y una multitud para decir “basta”

135 femicidios en el año y una multitud para decir “basta”

Cada colectivo tuvo su representante en la lectura final del documento.

La situación de las mujeres y las disidencias en Argentina es escalofriante: no se termina de contabilizar una cifra estadística de femicidios que, a las horas, ya es interrumpida por una nueva atrocidad de la violencia machista. La quinta marcha del Niunamenos que se realizó ayer con movilizaciones en todo el país no pudo escapar a esa regla macabra: el sábado por la noche, dos jóvenes de la provincia de Córdoba fueron asesinadas a puñaladas delante de sus hijos y se sumaron a los 133 femicidios en lo que va del año -según cifras del Observatorio de las Violencias de Género “Ahora que sí nos ven”-. La enorme potencia verde de la convocatoria de ayer, con la presencia de miles de mujeres, fue a decirle basta, una vez más, a todo eso.

Si -tomando la valiosa palabra de Rita Segato- hablamos de crímenes que enuncian, que tienen claros mensajes y destinatarios, vale decir también que la quinta marcha por el Niunamenos de ayer también fue una enunciación contundente. Y lo fue por muchas razones. Una de las más importantes es que este colectivo, seguido por miles de mujeres que copó Plaza de Mayo y se encolumnó varias cuadras por Avenida de Mayo, buscó visibilizarse representativo de la pluralidad de identidades y colectivos que militan la erradicación de las distintas formas de violencia de género.

“Estamos acá una vez más para tomar las calles y manifestarnos, para decir basta de violencia económica, sexista, racista y clasista contra las mujeres, lesbianas, travestis, trans, bisexuales, no binaries, gordes e intersex; de la clase trabajadora: ocupades, desocupades, precarizades, piqueteres y de la economía popular, visibilizando especialmente a las mujeres indígenas, originarias, afroargentinas y negras en pos de empezar a saldar la deuda histórica para con ellas y todas las identidades vulneradas por el capitalismo patriarcal y el modelo económico de Mauricio Macri y la alianza Cambiemos, sostenido por su gobierno y los gobiernos provinciales que precarizan nuestras vidas y profundizan todas las desigualdades y las opresiones”, fue el comienzo de la lectura del documento consensuado por las distintas organizaciones feministas en asambleas.

«Las mujeres pasamos muchos años creyendo que teníamos deberes, y lo que tenemos son derechos”, dijo Nora Cortiñas.

Desde un camión que hacía las veces de escenario se leyó el documento del colectivo y la lectura desempeñó, en sí misma, un fuerte papel simbólico: si bien el manifiesto de este año le reservaba a cada una de las pluralidades identitarias y colectivas que lo componen un lugar bien destacado de reivindicación de sus demandas y derechos, la lectura encarnó esa visibilización en los cuerpos que enfocaban las cámaras, con representantes de cada una de esas pluralidades enunciando sus propias realidades y denuncias con espacio y voz propia.

El grito por el aborto legal, seguro y gratuito fue una de las principales demandas, a casi una semana de la nueva presentación del Proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. El reclamo fue acompañado por las exigencias de provisión y producción pública de Misoprostol y Mifepristona aprobada por la ANMAT y el cumplimiento de la Interrupción Legal del Embarazo en todo el país, sin restricciones, con las técnicas recomendadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y con el lema urgente de “¡Niñas, no Madres!” que cobró fuerza en los últimos meses.

“El fenómeno de la violencia contra las mujeres tiene que ver con el avance en la conciencia y el cambio social que implica que las mujeres dejen de callarse y someterse. Las formas del femicidio son una expresión totalmente desesperada, extraviada y desde luego criminal de intentar sostener el dominio masculino sobre mujeres que se desvían de alguna pauta de sometimiento”, le explicó a ANCCOM, durante la caravana, Martha Rosenberg, reconocida médica y psicoanalista integrante de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito.

“Acá estamos contenidos, necesitamos venir y expresar lo que sentimos para que esto no ocurra más», explicó Alfredo, el padre de Carla Soggiu.

Es que si la llegada de más y más pibas a las calles es el saldo positivo desde la primera convocatoria del Niunamenos, allá por 2015, lo cierto es que las cifras siguen siendo alarmantes y desesperadas. Desde aquel 3 de junio a este 20 de mayo, se cometieron 1193 femicidios en nuestro país, según cifras del Observatorio mencionado. De esa cifra, el 29% de las víctimas tenía entre 15 y 25 años y el 88% de los agresores eran conocidos o de su círculo íntimo. La Oficina de la Mujer de la Corte Suprema también presentó su informe 2018: de los 278 femicidios relevados, el 83% se produjo en contextos de violencia doméstica y el 56% fue cometido por parejas o exparejas de las víctimas.

Si algo expresa la fuerza de estas luchas es, justamente, el largo pero firme paso de los familiares de nuestras chicas muertas. “Acá estamos contenidos, necesitamos venir y expresar lo que sentimos para que esto no ocurra más… Para que estén todas vivas -reclamó Alfredo, padre de Carla Soggiu, encontrada muerta en el Riachuelo el 19 de enero-. Hace más de cuatro meses estamos esperando que nos entreguen los contactos de los botones antipánico y no nos hacen caso. Lo pide el abogado, lo pide la Fiscalía y no tenemos respuesta. Todavía no sabemos qué pasó con nuestra hija, que estuvo 90 minutos activando el botón antipánico”. A su lado y abrazada a la mamá de Carla, marchaba Marta, la mamá de Lucía Pérez, asesinada en 2016. “Esto no nos puede seguir pasando: como país, no podemos soportar esta desidia con las mujeres. En épocas de crisis, las mujeres y los niños somos los que peor la pasamos. El Estado debe hacerse presente, no puede darles la espalda a las víctimas. Lucía, Araceli, todas esas niñas, desde el cielo, nos están pidiendo que estemos acá reclamando por justicia”, le confió a ANCCOM.

La pluralidad de voces leyendo sobre el escenario le hizo frente a otra compleja pluralidad, la de las distintas formas de violencia contra mujeres y disidencias. La económica tuvo un lugar preponderante en el documento: “La deuda con el FMI, fraudulenta e ilegítima”, “el ajuste” y “los casi 250.000 despidos” fueron parte de un manifiesto que recordó el Cordobazo y exigió la prórroga en la moratoria para la jubilación de amas de casa.

El 29% de las víctimas tenía entre 15 y 25 años y el 88% de los agresores eran conocidos o de su círculo íntimo.

Las organizadoras dijeron que ayer hubo cerca de 100 mil en Plaza de Mayo, aunque sería imposible reducir la marea verde a un número. Tampoco puede simplificarse en una única voz; por eso fue tan potente la lectura en clave diversidad, cada cual con su realidad y todas juntas contra la violencia patriarcal y machista. Uno de los momentos más conmovedores fue la lectura sentida y pausada de Paula Arraigada, del Movimiento Trans Nadia Echazú, exigiendo, sobre el final de sus palabras, “el derecho a una vejez digna” para travestis y trans. “¡El candombe en la calle no es delito!”, gritaron al cierre del discurso de las afrodescendientes. Una multitud de demandas y una pluralidad de voces se levantó allí, sobre ese escenario improvisado del que la fantástica Norita Cortiñas fue espectadora de lujo, primera línea de la enorme columna de miles y miles de mujeres que cerró la movilización con un pañuelazo verde. Y quién mejor que ella, luchadora incansable por los derechos humanos, para recordar por qué hay que copar las calles: “La importancia de luchar es que dejamos de ser invisibles. Las mujeres pasamos muchos años creyendo que teníamos deberes, y lo que tenemos son derechos”.

Teatro para la libertad

Teatro para la libertad

La Compañía de Teatro Penitenciario visitó la Argentina para participar del Festival Itinerante Latinoamericano Ámbar

 

“¿Qué putas voy a ir a hacer al teatro? Si ya bastante estoy perdiendo el tiempo aquí…” Así recuerda Ismael Corona que sentía, hace ocho años, cuando todavía estaba privado de su libertad y en la biblioteca de la penitenciaría lo invitaban a sumarse a un taller de actuación. Se le escucha aquel escepticismo y parece mentira: apenas unos minutos antes, Ismael se eternizaba para todos los presentes. Lo hacía en una sala del Centro Cultural 25 de Mayo, durante una de las últimas escenas de La espera, la obra que vino a presentar la mexicana Compañía de Teatro Penitenciario, integrada por ex convictos de la cárcel de Santa Martha Acatitla, en su primera gira fuera del país. La escena es hermosa y, a la vez, de una extrema violencia metafórica: Ismael se interpreta a sí mismo durante los días en que estuvo privado de su libertad y, mientras es golpeado por infinitos garbanzos lanzados contra su cuerpo, recuerda lo difícil que es hacer equilibrio “cuando se tiene la vida en una mano y la muerte, en la otra”.

“No sé si la gente viene a vernos por morbo o para darse una idea de cómo es la vida en la cárcel”, se pregunta todavía Antonio Hernández López, que nació en Veracruz hace 48 años. Más de la mitad de su vida, 26 años, los vivió en la Penitenciaría de Santa Martha Acatitla, en la Ciudad de México. La obra testimonial escrita y dirigida por Conchi León, estrenada aquí en el marco del  Festival Itinerante de Teatro Latinoamericano Âmbar, transita justamente por esos años, de la esperanza y la desesperanza. “Aquí hablamos de nuestros demonios”, cuenta Ismael, que fue encarcelado por homicidio a los 17 años y pasó cinco en prisión. “Con esta obra intento desprenderme del ser ex-convicto”, reflexiona, en su sexto año de libertad.

Antonio recuerda con exactitud el día que actuó por primera vez: fue el 15 de mayo de 2015. También recuerda que era sábado. La percepción del tiempo, ante el encierro, es específica: todo se resignifica. “Desde que caí en la cárcel, tengo bien presentes las fechas. Hay cosas importantes, y más estando en ese lugar, que uno no olvida. Siempre se es consciente de dónde se está y de cómo pasan los días, las semanas, los meses, los años… Me acuerdo de todo lo que viví en la cárcel”. La espera, desde un teatro metafórico y documental, recrea esas percepciones, a partir de los recuerdos de sus tres protagonistas interpretándose a sí mismos, en un juego teatral de nunca acabar. Aquellos que se han acercado por morbo, se irán con sabor a poco: La espera sólo pone la lupa en lo que sucede detrás de los muros para levantarla enseguida y provocar una reflexión compleja y profunda sobre una historia social y política de violencia y deshumanización.

El teatro, allí, viene a ejercer su labor. “El arte estaba en mi familia, por parte de mi papá. Pero yo no lo encontré hasta que estuve en la cárcel. Perdí muchas cosas ahí, pero encontré otras. Una de ellas fue el teatro”, recuerda Javier Cruz, el tercer protagonista y uno de los históricos del grupo escénico, miembro desde sus comienzos, en 2009.

El grupo teatral mexicano que nació en la cárcel de Santa Martha Acatitla cumple una década.

 

La Compañía de Teatro Penitenciario nació hace una década como un proyecto del Foro Shakespeare, un espacio independiente y sin fines de lucro que genera y desarrolla proyectos de impacto social en México, a través de las artes escénicas y diversas expresiones artísticas. Con las banderas de la profesionalización teatral, el empleo remunerado y la reinserción social de los internos, a través del arte y la cultura, la Compañía les permite hoy vivir de la actuación y de su trabajo artístico a Javier, Antonio, Ismael y Eduardo Sixto Escobar, los cuatro integrantes de la agrupación que salieron en libertad y quisieron continuar desarrollándose artísticamente.

Sin embargo, la labor teatral de reinserción social tiene su fuerte en la compañía interna, al interior de la Penitenciaría de Santa Martha Acatitla. Cada sábado, el elenco estable y profesional de 15 internos privados de su libertad sube a escena una obra (por estos días, tienen tres en cartel) y los espectadores se trasladan al penal para verlos en acción. Nada puede contener las transformaciones que suceden allí, en los cuerpos movilizados de los actores, cuando dicen desde sus personajes y son libres en su actuación. Ni siquiera los muros. Ismael recuerda que en los últimos dos años, el elenco estable interno salió del penal -en una movida logística que se planeó durante varios meses- para presentar dos piezas: Ricardo III, una adaptación libre de la obra de William Shakespeare, y Esperando a Godot, de Samuel Beckett, cuya versión había sido seleccionada para integrar la Muestra Nacional de Teatro, en México. “Es algo que nunca vamos a olvidar -rememora Ismael, quien se sumó a una de las puestas-. Tomamos decisiones erróneas, sí. Y decisiones equivocadas, también… Pero llegó la hora de darle la vuelta a eso y empezar a hacer cosas que nos dejen algo como personas. Nos olvidamos de ser humanos, de ser personas, y con el teatro aprendemos a volver a serlo. Es un trabajo muy laborioso. No cambiamos de un día para el otro. Ese día, ellos salieron de la cárcel para hacer una obra de teatro y regresaron triunfadores”.

La espera habla de esos encuentros humanos, que habilita el arte, de la mano de maravillosas creaciones como esta Compañía de Teatro Penitenciario, que hoy viernes culmina su primera gira internacional, que la trajo a Argentina, con presentaciones en Buenos Aires, Entre Ríos y Córdoba. En una escena, el cartel que los identifica con el delito por el que fueron encarcelados, se da vuelta y revela otra palabra: se lee “actor”. Las historias que cuenta La espera hablan de esas transformaciones, de esa complejidad. Pero traspasan la cuarta pared y le entregan el desafío a quien se creía ajeno, cómodo y libre en su butaca. “¿Qué espero? -reflexiona Ismael-. Cuando era niño, esperaba crecer. Y en la cárcel, esperaba mi libertad. Ahora, espero que esto que hacemos se expanda como un virus: que no sólo México tenga una compañía estable de teatro penitenciario, sino que también aparezca en Argentina y en tantos otros lugares… Creo que podemos modificar al hombre y a la mujer: está en nuestras manos”.

La Compañía mexicana presentó «La espera» en el Centro Cultural 25 de Mayo.