«Las desapariciones en democracia no reconocen grieta partidaria»

«Las desapariciones en democracia no reconocen grieta partidaria»

La periodista Adriana Meyer, autora del libro «Desaparecidos en democracia», analiza la violencia institucional. Desde la asunción de Raúl Alfonsín, hubo 218 casos de personas sobre las que no se supo más sobre su paradero y las fuerzas del Estado son sospechosas.  Entrevista publicada el 5 de abril de 2022.

Al momento de la publicación del libro Desaparecer en democracia, en septiembre de 2021, eran 218 las víctimas de desaparición forzada en todo el país desde la vuelta de la institucionalidad al país, una lista que se inauguró solo 14 días después de la asunción de Raúl Alfonsín, en diciembre de 1983. Algunas historias tuvieron repercusión mediática, entre ellas, las de Natalia Melmann, Marita Verón, Jorge Julio López, Luciano Arruga, Santiago Maldonado y Facundo Astudillo Castro; otras,  como las de Paola Andrea Caruso y Nicolás Escobar, pasaron casi inadvertidas. La autora del volumen publicado por Marea, la periodista y docente Adriana Meyer, recorre  todos los casos registrados por la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi) y analiza en profundidad el entramado de esta problemática.

¿Qué la motivó a escribir el libro?

Con los casos de Luis Espinoza y Facundo Astudillo, quienes perdieron la vida con la excusa del cuidado en pleno ASPO, sentí que algo fallaba y me surgió la necesidad de escribir este libro, por ellos y por todas las personas desaparecidas en democracia.

De acuerdo a su análisis de las desapariciones forzadas a lo largo de estos casi 40 años de gobiernos constitucionales, ¿qué diferencias y similitudes encontró entre las desapariciones de la dictadura y las cometidas en democracia?

La desaparición forzada en democracia no tiene sistematicidad en el sentido estrictamente cuantitativo, es decir que el número de víctimas es mucho menor: hasta el momento se han registrado alrededor de 218 casos, mientras que la última dictadura dejó 30.000. Con el período constitucional abierto en 1983, los secuestros pasaron a ser más ocultos, probablemente porque la sociedad no lo toleraría, a diferencia de lo que ocurrió en manos del terrorismo de Estado. Ahora bien, este delito es sistemático en cuanto a la metodología que utiliza, que es muy similar a la de la dictadura: los golpes, las torturas y los asesinatos. En las comisarías es cotidiano encontrar a la policía torturando pibes y a un porcentaje de ellos los desaparecen porque “se les fue la mano”. 

La desaparición forzada en democracia no tiene sistematicidad en el sentido estrictamente cuantitativo. Ahora bien, este delito es sistemático en cuanto a la metodología que utiliza.

Adriana Meyer

¿Por qué sostiene que “las desapariciones en democracia no reconocen grieta ideológica o partidaria”?

No se puede pensar la desaparición forzada simplemente como un hecho aislado. Se trata de un delito complejo sostenido por una política estatal represiva que es común a todos los gobiernos, no hay diferencias ideológicas. Recuerdo que en la tercera marcha por Santiago Maldonado en Plaza de Mayo, Norita Cortiñas me hizo abrir los ojos cuando dijo: “En todos los gobiernos hubo desaparecidos, que cada uno se haga cargo”. Si observamos los números, cada administración tuvo una cantidad de desaparecidos proporcional al tiempo que estuvo en el poder.

¿De qué se trata esa política estatal represiva?

El Estado es parte del delito de desaparición forzada con los múltiples recursos que utiliza para dificultar que se puedan esclarecer los casos. Me refiero a una cadena de encubrimientos de todo el aparato estatal: el policía mata y desaparece el cuerpo porque sabe que tiene al fiscal que lo va a encubrir y al juez que le va a permitir participar de las primeras investigaciones, en lugar de apartarlo inmediatamente. Es lo que hicieron el magistrado Alberto Baños y el fiscal Santiago Vismara en la desaparición de Arshak Karhanyan, cuando dispusieron la intervención de la Policía de la Ciudad en las pesquisas iniciales. Lo mismo ocurrió cuando el fiscal (Nota de la r: Santiago Ulpiano Martínez) dejó que la Bonaerense realizara toda la primera parte de la instrucción durante la búsqueda de Facundo Astudillo Castro.

¿No es una irregularidad que una fuerza de seguridad investigue un caso en el cual se encuentra sospechada?

Exacto. El Artículo 194 bis, incorporado al Código Penal de la Nación por la Ley 26.679 de Delitos contra la Libertad, sancionada y promulgada en 2011, que tipificó el delito de desaparición forzada, establece expresamente que “el juez, de oficio o a pedido de parte, deberá apartar a las fuerzas de seguridad que intervengan en la investigación cuando de las circunstancias de la causa surja que miembros de las mismas pudieran estar involucrados como autores o partícipes de los hechos que se investigan, aunque la situación sea de mera sospecha”. Por otra parte, existe una acordada de la Corte Suprema que prohíbe taxativamente a La Bonaerense investigar delitos cuando ella es sospechosa.

¿Cómo sigue la cadena de encubrimientos?

El otro eslabón de la cadena de encubrimientos son los forenses y las morgues. Lo pudimos observar cuando el médico Gustavo Lafourcade, que le realizó la primera autopsia a Florencia Magalí Morales,  no informó sobre las múltiples lesiones que presentaba el cuerpo y que podían revelar las torturas a las que había sido sometida. También cuando el fallecido forense José Patitó estimó que Luciano Arruga tenía entre 25 y 35 años, antes de que lo sepultaran como NN en el cementerio de Chacarita. Pero el pibe tenía 16 años. Entonces, ¿cómo lo iban a encontrar? Por si fuera poco, no mencionó la rotura de costillas, que era la prueba de que había sido torturado antes de su desaparición. Las morgues judiciales son un agujero negro donde el encubrimiento no es una excepción, sino la regla, por eso se repiten tanto estos casos. Como dijo la experta Virginia Creimer: “Cuando entra un NN, un pibe pobre, no miran el cuerpo destrozado, lo dejan pasar de largo”.

¿Qué casos le impactaron especialmente?

El caso de Alejandrito Flores, de 5 años, desaparecido el 16 de marzo de 1991 en la ciudad cordobesa de Río Cuarto. El nene le había pedido a su mamá, Rosa Arias, ir a ver la televisión a casa de una tía que vivía cerca y al cruzar la calle lo atropelló un patrullero. Los agentes, en lugar de llevarlo a un hospital y buscar a la familia, tomaron el cuerpo y acudieron a unas enfermeras amigas, quienes intentaron reanimarlo pero no pudieron. Alejandro murió y los policías decidieron desaparecerlo. Rosa lo buscó por mucho tiempo, se contactó con la Correpi e incluso fue al programa ‘Gente que busca gente’. Los restos óseos del chiquito aparecieron, 17 años después, en una alcantarilla ubicada a 300 metros del lugar de los hechos, gracias a un verdulero que los encontró de casualidad. Otra historia terrible es la de los hermanos Gorosito en la ciudad entrerriana de Paraná. A Elías Gorosito, de 20 años, la policía lo subió a un patrullero el 13 de febrero de 2002 y desde entonces no se sabe nada de él. Elías corresponde al 30% de desaparecidos cuyos cuerpos aún no han sido encontrados. Lionel murió en 1996 bajo custodia policial pero quisieron instalar la versión del suicidio. Por su parte, Jonathan fue detenido en 2002 por estar “borracho” y apareció muerto en una comisaría. Estamos hablando de toda una familia víctima de violencia institucional a la que el Estado no le debe una respuesta, sino tres. Un año y medio después, también en la provincia de Entre Ríos, la policía detuvo a Víctor Balbuena, de 20 años, y a sus amigos a la salida de una bailanta de la ciudad de Concordia. En la comisaría los golpearon y torturaron por horas, y luego decidieron tirarlos en un arroyo. Balbuena murió, pero los otros pibes sobrevivieron y lograron correr hasta encontrar a una vecina, ella los ayudó y pudieron hacer la denuncia. En uno de los peritajes realizados, encontraron un pelo de Víctor en el baúl del patrullero, lo que complicó la situación de los policías. Es uno de los pocos casos de desaparición forzada donde los responsables fueron llevados a juicio y sentenciados a prisión perpetua. En su defensa, los acusados dijeron: “OK, cometimos ese error, pero nuestros superiores hacen cosas peores”.

¿Qué podría decir de la violencia institucional durante la cuarentena?

Dos investigadores del CONICET publicaron un artículo optimista que hablaba de la “policía del cuidado”, pero los hechos demostraron que esa policía no existe. De las 411 muertes a manos de las fuerzas de seguridad, el 70% ocurrieron en la primera etapa del Aislamiento Social Preventivo Obligatorio (ASPO)). Esta cifra evidenció que un objetivo noble terminó convirtiéndose en la excusa perfecta para el empoderamiento de las fuerzas represivas, cuyo resultado fue un número exponencialmente alto de muertes y de todo tipo de violaciones a los derechos humanos.

¿Cómo son reguladas las facultades policiales?

Existen normativas de orden supralegal y disposiciones de los organismos internacionales que tienen el objetivo de prevenir las detenciones arbitrarias, que son el paso previo a las torturas y las muertes en las comisarías. En 2003, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) sentenció al Estado por el caso de Walter David Bulacio, ordenándole derogar todas las normativas policiales que permiten estas prácticas abusivas, pero no se cumplió. Aún existen leyes y normas de menor jerarquía, utilizadas con frecuencia por los agentes, que generan las condiciones para las aprehensiones arbitrarias y el hostigamiento. Tal es el caso de las reglas de la Policía Federal, que datan de 1955 y 1979, y el Estatuto de la Policía Bonaerense, de la época de Ramón Camps. Hoy, se pueden llevar a un pibe si así lo deciden, por la cara, por no tener documentos, por sospechas. Si eso no cambia, van a seguir habiendo desaparecidos.

 

¿Sirvieron las iniciativas de León Arslanián, exministro de Seguridad bonaerense?

Las purgas que hizo  en la Bonaerense no fueron muy eficaces. Cuando anunció que iban a echar agentes, ese mismo día recibió llamados de casi 50 intendentes del Conurbano. ¿Qué nos está diciendo esto? Que el poder político necesitaba a esa policía. Sinceremos el debate: ¿A quién le sirve este sistema que se carga a jóvenes? ¿Qué mensaje da en los barrios que un pibe que se niega a robar para la policía, termine muerto o desaparecido? Estamos hablando de una fuerza corrupta desde antes de la dictadura. Rodolfo Walsh llamaba a La Bonaerense como la policía del “gatillo fácil” y la “mano en la lata”.

¿Las desapariciones en democracia están en la agenda política?

La izquierda siempre la tuvo en cuenta y actualmente el gobierno nacional también está teniendo una actitud positiva. En febrero pasado, cuando se cumplieron tres años de la desaparición de Arshak Karhanyan, Alberto Fernández y los diputados del Frente de Todos, Victoria Montenegro y Leandro Santoro, visitaron a Vardush Datyvian, la mamá del joven. Ella les agradeció el gesto porque sirvió para visibilizar el caso, pero aún no ha logrado que la reciba Horacio Rodríguez Larreta.

Cuando usted afirma que “desaparecen personas porque pueden”, ¿qué piensa que hace falta para cambiar esta situación?

Los familiares de las víctimas, los organismos de derechos humanos y algunos políticos están luchando contra la impunidad del poder del aparato estatal. Teniendo en cuenta esto, hay que reconocer que tenemos una enorme deuda en materia legislativa, necesitamos una ley integral contra la violencia institucional. En cuanto a las morgues, los expertos del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) plantean la necesidad de crear un registro nacional de personas fallecidas sin identificar y un banco nacional de datos de personas desaparecidas, así como la unificación en todo el país del sistema de procesamiento y protocolos para recolectar esa información.

«Las desapariciones en democracia no reconocen grieta partidaria»

«Las desapariciones en democracia no reconocen grieta partidaria»

La periodista Adriana Meyer, autora del libro «Desaparecidos en democracia», analiza la violencia institucional. Desde la asunción de Raúl Alfonsín, hubo 218 casos de personas sobre las que no se supo más sobre su paradero y las fuerzas del Estado son sospechosas.

Al momento de la publicación del libro Desaparecer en democracia, en septiembre de 2021, eran 218 las víctimas de desaparición forzada en todo el país desde la vuelta de la institucionalidad al país, una lista que se inauguró solo 14 días después de la asunción de Raúl Alfonsín, en diciembre de 1983. Algunas historias tuvieron repercusión mediática, entre ellas, las de Natalia Melmann, Marita Verón, Jorge Julio López, Luciano Arruga, Santiago Maldonado y Facundo Astudillo Castro; otras,  como las de Paola Andrea Caruso y Nicolás Escobar, pasaron casi inadvertidas. La autora del volumen publicado por Marea, la periodista y docente Adriana Meyer, recorre  todos los casos registrados por la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi) y analiza en profundidad el entramado de esta problemática.

¿Qué la motivó a escribir el libro?

Con los casos de Luis Espinoza y Facundo Astudillo, quienes perdieron la vida con la excusa del cuidado en pleno ASPO, sentí que algo fallaba y me surgió la necesidad de escribir este libro, por ellos y por todas las personas desaparecidas en democracia.

De acuerdo a su análisis de las desapariciones forzadas a lo largo de estos casi 40 años de gobiernos constitucionales, ¿qué diferencias y similitudes encontró entre las desapariciones de la dictadura y las cometidas en democracia?

La desaparición forzada en democracia no tiene sistematicidad en el sentido estrictamente cuantitativo, es decir que el número de víctimas es mucho menor: hasta el momento se han registrado alrededor de 218 casos, mientras que la última dictadura dejó 30.000. Con el período constitucional abierto en 1983, los secuestros pasaron a ser más ocultos, probablemente porque la sociedad no lo toleraría, a diferencia de lo que ocurrió en manos del terrorismo de Estado. Ahora bien, este delito es sistemático en cuanto a la metodología que utiliza, que es muy similar a la de la dictadura: los golpes, las torturas y los asesinatos. En las comisarías es cotidiano encontrar a la policía torturando pibes y a un porcentaje de ellos los desaparecen porque “se les fue la mano”. 

La desaparición forzada en democracia no tiene sistematicidad en el sentido estrictamente cuantitativo. Ahora bien, este delito es sistemático en cuanto a la metodología que utiliza.

Adriana Meyer

¿Por qué sostiene que “las desapariciones en democracia no reconocen grieta ideológica o partidaria”?

No se puede pensar la desaparición forzada simplemente como un hecho aislado. Se trata de un delito complejo sostenido por una política estatal represiva que es común a todos los gobiernos, no hay diferencias ideológicas. Recuerdo que en la tercera marcha por Santiago Maldonado en Plaza de Mayo, Norita Cortiñas me hizo abrir los ojos cuando dijo: “En todos los gobiernos hubo desaparecidos, que cada uno se haga cargo”. Si observamos los números, cada administración tuvo una cantidad de desaparecidos proporcional al tiempo que estuvo en el poder.

¿De qué se trata esa política estatal represiva?

El Estado es parte del delito de desaparición forzada con los múltiples recursos que utiliza para dificultar que se puedan esclarecer los casos. Me refiero a una cadena de encubrimientos de todo el aparato estatal: el policía mata y desaparece el cuerpo porque sabe que tiene al fiscal que lo va a encubrir y al juez que le va a permitir participar de las primeras investigaciones, en lugar de apartarlo inmediatamente. Es lo que hicieron el magistrado Alberto Baños y el fiscal Santiago Vismara en la desaparición de Arshak Karhanyan, cuando dispusieron la intervención de la Policía de la Ciudad en las pesquisas iniciales. Lo mismo ocurrió cuando el fiscal (Nota de la r: Santiago Ulpiano Martínez) dejó que la Bonaerense realizara toda la primera parte de la instrucción durante la búsqueda de Facundo Astudillo Castro.

¿No es una irregularidad que una fuerza de seguridad investigue un caso en el cual se encuentra sospechada?

Exacto. El Artículo 194 bis, incorporado al Código Penal de la Nación por la Ley 26.679 de Delitos contra la Libertad, sancionada y promulgada en 2011, que tipificó el delito de desaparición forzada, establece expresamente que “el juez, de oficio o a pedido de parte, deberá apartar a las fuerzas de seguridad que intervengan en la investigación cuando de las circunstancias de la causa surja que miembros de las mismas pudieran estar involucrados como autores o partícipes de los hechos que se investigan, aunque la situación sea de mera sospecha”. Por otra parte, existe una acordada de la Corte Suprema que prohíbe taxativamente a La Bonaerense investigar delitos cuando ella es sospechosa.

¿Cómo sigue la cadena de encubrimientos?

El otro eslabón de la cadena de encubrimientos son los forenses y las morgues. Lo pudimos observar cuando el médico Gustavo Lafourcade, que le realizó la primera autopsia a Florencia Magalí Morales,  no informó sobre las múltiples lesiones que presentaba el cuerpo y que podían revelar las torturas a las que había sido sometida. También cuando el fallecido forense José Patitó estimó que Luciano Arruga tenía entre 25 y 35 años, antes de que lo sepultaran como NN en el cementerio de Chacarita. Pero el pibe tenía 16 años. Entonces, ¿cómo lo iban a encontrar? Por si fuera poco, no mencionó la rotura de costillas, que era la prueba de que había sido torturado antes de su desaparición. Las morgues judiciales son un agujero negro donde el encubrimiento no es una excepción, sino la regla, por eso se repiten tanto estos casos. Como dijo la experta Virginia Creimer: “Cuando entra un NN, un pibe pobre, no miran el cuerpo destrozado, lo dejan pasar de largo”.

¿Qué casos le impactaron especialmente?

El caso de Alejandrito Flores, de 5 años, desaparecido el 16 de marzo de 1991 en la ciudad cordobesa de Río Cuarto. El nene le había pedido a su mamá, Rosa Arias, ir a ver la televisión a casa de una tía que vivía cerca y al cruzar la calle lo atropelló un patrullero. Los agentes, en lugar de llevarlo a un hospital y buscar a la familia, tomaron el cuerpo y acudieron a unas enfermeras amigas, quienes intentaron reanimarlo pero no pudieron. Alejandro murió y los policías decidieron desaparecerlo. Rosa lo buscó por mucho tiempo, se contactó con la Correpi e incluso fue al programa ‘Gente que busca gente’. Los restos óseos del chiquito aparecieron, 17 años después, en una alcantarilla ubicada a 300 metros del lugar de los hechos, gracias a un verdulero que los encontró de casualidad. Otra historia terrible es la de los hermanos Gorosito en la ciudad entrerriana de Paraná. A Elías Gorosito, de 20 años, la policía lo subió a un patrullero el 13 de febrero de 2002 y desde entonces no se sabe nada de él. Elías corresponde al 30% de desaparecidos cuyos cuerpos aún no han sido encontrados. Lionel murió en 1996 bajo custodia policial pero quisieron instalar la versión del suicidio. Por su parte, Jonathan fue detenido en 2002 por estar “borracho” y apareció muerto en una comisaría. Estamos hablando de toda una familia víctima de violencia institucional a la que el Estado no le debe una respuesta, sino tres. Un año y medio después, también en la provincia de Entre Ríos, la policía detuvo a Víctor Balbuena, de 20 años, y a sus amigos a la salida de una bailanta de la ciudad de Concordia. En la comisaría los golpearon y torturaron por horas, y luego decidieron tirarlos en un arroyo. Balbuena murió, pero los otros pibes sobrevivieron y lograron correr hasta encontrar a una vecina, ella los ayudó y pudieron hacer la denuncia. En uno de los peritajes realizados, encontraron un pelo de Víctor en el baúl del patrullero, lo que complicó la situación de los policías. Es uno de los pocos casos de desaparición forzada donde los responsables fueron llevados a juicio y sentenciados a prisión perpetua. En su defensa, los acusados dijeron: “OK, cometimos ese error, pero nuestros superiores hacen cosas peores”.

¿Qué podría decir de la violencia institucional durante la cuarentena?

Dos investigadores del CONICET publicaron un artículo optimista que hablaba de la “policía del cuidado”, pero los hechos demostraron que esa policía no existe. De las 411 muertes a manos de las fuerzas de seguridad, el 70% ocurrieron en la primera etapa del Aislamiento Social Preventivo Obligatorio (ASPO)). Esta cifra evidenció que un objetivo noble terminó convirtiéndose en la excusa perfecta para el empoderamiento de las fuerzas represivas, cuyo resultado fue un número exponencialmente alto de muertes y de todo tipo de violaciones a los derechos humanos.

¿Cómo son reguladas las facultades policiales?

Existen normativas de orden supralegal y disposiciones de los organismos internacionales que tienen el objetivo de prevenir las detenciones arbitrarias, que son el paso previo a las torturas y las muertes en las comisarías. En 2003, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) sentenció al Estado por el caso de Walter David Bulacio, ordenándole derogar todas las normativas policiales que permiten estas prácticas abusivas, pero no se cumplió. Aún existen leyes y normas de menor jerarquía, utilizadas con frecuencia por los agentes, que generan las condiciones para las aprehensiones arbitrarias y el hostigamiento. Tal es el caso de las reglas de la Policía Federal, que datan de 1955 y 1979, y el Estatuto de la Policía Bonaerense, de la época de Ramón Camps. Hoy, se pueden llevar a un pibe si así lo deciden, por la cara, por no tener documentos, por sospechas. Si eso no cambia, van a seguir habiendo desaparecidos.

 

¿Sirvieron las iniciativas de León Arslanián, exministro de Seguridad bonaerense?

Las purgas que hizo  en la Bonaerense no fueron muy eficaces. Cuando anunció que iban a echar agentes, ese mismo día recibió llamados de casi 50 intendentes del Conurbano. ¿Qué nos está diciendo esto? Que el poder político necesitaba a esa policía. Sinceremos el debate: ¿A quién le sirve este sistema que se carga a jóvenes? ¿Qué mensaje da en los barrios que un pibe que se niega a robar para la policía, termine muerto o desaparecido? Estamos hablando de una fuerza corrupta desde antes de la dictadura. Rodolfo Walsh llamaba a La Bonaerense como la policía del “gatillo fácil” y la “mano en la lata”.

¿Las desapariciones en democracia están en la agenda política?

La izquierda siempre la tuvo en cuenta y actualmente el gobierno nacional también está teniendo una actitud positiva. En febrero pasado, cuando se cumplieron tres años de la desaparición de Arshak Karhanyan, Alberto Fernández y los diputados del Frente de Todos, Victoria Montenegro y Leandro Santoro, visitaron a Vardush Datyvian, la mamá del joven. Ella les agradeció el gesto porque sirvió para visibilizar el caso, pero aún no ha logrado que la reciba Horacio Rodríguez Larreta.

Cuando usted afirma que “desaparecen personas porque pueden”, ¿qué piensa que hace falta para cambiar esta situación?

Los familiares de las víctimas, los organismos de derechos humanos y algunos políticos están luchando contra la impunidad del poder del aparato estatal. Teniendo en cuenta esto, hay que reconocer que tenemos una enorme deuda en materia legislativa, necesitamos una ley integral contra la violencia institucional. En cuanto a las morgues, los expertos del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) plantean la necesidad de crear un registro nacional de personas fallecidas sin identificar y un banco nacional de datos de personas desaparecidas, así como la unificación en todo el país del sistema de procesamiento y protocolos para recolectar esa información.

La radio cumple cien años

La radio cumple cien años

 

El 27 de agosto de 1920, el doctor Enrique Susini y sus colegas conocidos como “los locos de la azotea” concretaban lo que parecía una locura: la transmisión radiofónica de un espectáculo en vivo de manera masiva para los hogares. Un siglo después, en un contexto totalmente distinto, ese experimento inédito sigue siendo la compañía elegida por millones de personas que en el día a día lo toman como parte de su vida cotidiana. Aquí, el testimonio de distintos protagonistas de la radio en Argentina que siguen enamorando oyentes en pleno siglo XXI.

Enrique “Quique” Pesoa empezó a transitar el camino radial a los veinte años en su Rosario natal y de manera totalmente fortuita. Estudiaba medicina y trabajaba en iluminación y sonido de un teatro independiente, cuando el destino lo enfrentó con lo que sería su oficio el resto de su vida. No se considera un oyente asiduo de radio. Mezcla la pasión del éter con la música y se asume como un privilegiado por trabajar de lo que ama.

Al consultarle sobre la situación del medio durante la cuarentena en distintos lugares del país se detiene a recordar una frase de Alejandro Pont Lezica, actual director de Radio Nacional, quien le dijo que a mucha gente un par de pilas la salva. Considera que “la radio ha ido cambiando, no en cuanto a su funcionamiento, sino en cuanto a la parte técnica. Hoy ya nadie tiene una radio AM/FM en la mesita de luz. Casi todas las radios ahora se están escuchando a través de las redes.” Enfatiza que la sencillez del medio siempre ha facilitado su llegada a distintos sectores y clases sociales. El locutor actualmente trabaja en Radio Nacional, al tiempo que realiza su propio programa por streaming: “El desconcierto”.

Por otra parte, el histórico locutor y periodista Julio Lagos cuenta que que se considera un contador de historias. Lleva casi sesenta años de trayectoria laboral en distintos medios, sobre todo en el radial. Su vinculo con la radiofonía, cuenta, se remonta a la infancia, ya que se crió escuchando radioteatros como Tarzán, Sandokan y Poncho negro, además de ser vecino del famoso locutor Adolfo “Fito” Salinas, quien solía regalarle sus libretos luego de utilizarlos.

Sus mayores denuncias en la actualidad se basan en el cese del pago de sueldos en las grandes radios, la falta de música y el arribo al medio de propaganda política en exceso, que la desvía de lo que, a su parecer, es su función primordial. “Si me preguntás para qué sirve la radio, yo uso el verbo acompañar, hacer el aguante a quien me esté escuchando”, subraya el locutor. Lagos se desliga así del rol de formador de opinión ya que le resulta presuntuoso. Aclara que “suponer que la radio puede cambiar la opinión de la gente es ser totalitario.”

Adriana Meyer comunicadora, periodista, docente, productora y cronista. Comenzó su labor en la Radio Municipal, pero lejos de los micrófonos. Expresa cómo fue su paulatino romance con el medio: “A mí me gustaba escribir, pero la radio me fue envolviendo y me fui quedando.” Pasó de la radio a la televisión (América) y luego a la gráfica (Página 12, Clarín), para luego volver a su viejo amor. Actualmente trabaja en el programa Marca de Radio, junto a Eduardo Aliverti en AM 910, La Red, mientras continúa escribiendo para Página 12.

Está convencida de que los podcasts son el futuro, pero no a costa del medio radial. “Yo tengo la sensación de que el deceso de la radio se anunció tantas veces; cuando apareció la tele, cuando apareció Internet… claramente la gente consume mucho más que antes radio, ahora por Internet. Yo creo que es así, que la radio se adapta. Hay algo que atraviesa los años y ojalá los años por venir, y es el estudio. La magia de que no haya imagen, del sonido concentrado, es esta cosa de la intimidad, de la medianoche y del frenesí de la primera mañana, yo creo que por ahora es irremplazable”, considera Meyer.

Justamente en este contexto de pandemia, Meyer afirma que la radio mantiene su rol de fiel compañía y conserva una mirada optimista hacia su supervivencia en el largo plazo. Imagina en un futuro no tan lejano la realización de cada vez más podcasts, describiéndolos como “una radio concebida, ya no desde el espectro del dial, sino más bien en un espectro infinito de especificidades, una variedad similar a lo que ofrece Netflix: miles de productores individuales que se crucen, de manera más variada y más democrática, como un mensaje que todo el tiempo esté resignificándose.”

En tanto, Alejandra Salas es la icónica voz de FM 99.9, La Cien. Estudiaba la  licenciatura en Trabajo Social cuando la locución la encontró. Comenzó en una radio zonal de Banfield y no paró. Coincide en que la radio siempre cumplió la función de acompañar, sobre todo en épocas duras, ya que informa, entretiene y distrae a la vez. No duda en expresarlo en primera persona: “A mí lo que me pasó en esta cuarentena es que todavía le encontré más sentido a la radio, de compañía, de apoyo, de empatía con el oyente, encerrado en su casa; como una conexión con el mundo”, dice la locutora, que, una vez inmersa en el medio decidió hacer la carrera formal en el ISER.

Desde el sector de las radios comunitarias, Pablo Antonini cuenta que comenzó a hacer radio a los dieciséis años, en la Universidad de La Plata, a través del Centro de Estudiantes y que luego pasó a Radio Futura, hasta generar un medio propio en la Argentina post 2001, siempre con temáticas ligadas a movilizaciones sociales, sindicales y derechos humanos; a fines de 2003 surgía el Centro de Cultura y Comunicación, y en 2005 nacía Radio Estación Sur, de la que forma parte. Hoy, además, es presidente de la Federación Argentina de Radios Comunitarias (FARCO).

Sobre la situación de las radios durante la cuarentena, dice Antonini: “La radio comunitaria se caracteriza por la participación, por el tránsito incesante de gente, organizaciones que no sólo aparecen como entrevistadas, tienen un lugar en la agenda que no tienen en los medios tradicionales. También producen contenidos, y también es una característica que hace a la sostenibilidad de la radio comunitaria, en términos de organización de festivales y eventos como parte de la organización económica del medio. Somos organizaciones sin patrón. Lo colectivo resuelve un montón de cosas”, dice y agrega: “Las reuniones, las asambleas…al no tener todo eso, al principio supuso un desafío y una dificultad muy grande, sumada a la principal dificultad que venimos arrastrando que son estos años de crisis de recesión económica, de marginación de la pauta publicitaria, de sostenida falta de legalidad. A la vez, vemos con satisfacción y orgullo que la mayoría está pudiendo afrontar el desafío.”

Antonini está convencido de que la radio no se contrapone a las nuevas plataformas, sino que se potencia gracias a ellas. Sostiene que la creatividad y la capacidad de adaptación a los nuevos desafíos son la clave. Observa, a su vez, con optimismo la recuperación de la conectividad como servicio público, al tiempo que arenga a que se vea el medio como centro de producción de comunicación popular, mediante redes y podcasts que se puedan llevar adelante desde lógicas participativas. Además de acompañar, Pablo enfatiza en que la radio es el medio que permite “descansar” de otras pantallas. Tiene esa doble ventaja de ocupar el lugar tanto analógico tradicional, como el digital.

Al consultarle por aquello en lo que el medio está aún en falta, Pesoa prefiere ser cauteloso pero señala: “Siento que hay cierta liviandad para el tratamiento de los contenidos en los medios de comunicación, siento que se podría hacer un poco más y tirar levemente para acompañar en un crecimiento cultural y educativo a la gente, desarrollando el pensamiento, planteando dudas en lugar de dar clases.”

Meyer coincide en cuanto a la falta de profundidad del medio, que considera que se encuentra bajo la “tiranía de la frivolidad y de los ciento cuarenta caracteres”. Además denuncia la ausencia de regulación, los vaciamientos de las radios, los sueldos que en su mayoría se encuentran por debajo de la canasta básica y la falta de sindicalización de los compañeros. Antonini, por su parte, recalca que el objetivo estratégico del medio debiera ser el de generar fuentes de trabajo dignas, al tiempo que a aquel lo atraviesa el problema de pensar la sostenibilidad a partir del formato de publicidad tradicional. Insiste, además, en la necesidad de construir nuevas audiencias, formadas por niños y jóvenes que aún no visualizan su lugar en el medio, critica la falta de difusión de artistas locales, que no sólo deberían centralizarse en los de la Ciudad de Buenos Aires.

Por su parte, Salas opina que “la radio tiene todo, lo que pasa es que no está ajena al comercio, porque la radio para subsistir necesita de las marcas y las marcas para auspiciar ven lo que la gente escucha; entonces la radio ofrece lo que la gente le pide por medio del share, por medio del rating. Hoy lo que el share marca es que la gente está buscando programas de compañía, en los que no se hable mucho de la realidad, sino que lo entretenga y lo distraiga de lo que está pasando; eso en cuanto a la FM”. Respecto de la AM considera que “la lectura del share tiene que ver con oyentes buscando información específica. A la radio no le falta nada. Hay un abanico de propuestas para escuchar, pero la gente se inclina a este tipo de programas.” De todas maneras, reclama que los trabajadores de radio estén bien pagos.

Pesoa reflexiona acerca de la responsabilidad y el deber de quien comunica. “La relación sería contenido/continente. El continente son todos los detalles técnicos que posibilitan la llegada. El contenido se basa en qué vas a hacer, para qué vas a usar el medio de comunicación. Lo vas a usar para beneficio propio, lo vas a usar compartiendo tus beneficios con los demás, lo vas a usar educativamente, lo vas a usar para desarrollarte vos también y hacer que se ponga a pensar en ciertas cosas el oyente, lo vas a usar para hacer propaganda política, lo vas a usar para hacer publicidad. Hay una miríada de posibilidades dentro de las que podés elegir. Que cada uno elija lo que va a hacer, pero en lugar de acompañar con la dosis de ignorancia necesaria, la caída de aquel que te está escuchando, vos tenés que tirar un poquitito para arriba de aquel que te está escuchando y tirar un poquito para arriba de vos también.” Julio Lagos, por su lado, afirma que “el patrón, el jefe, el que me manda, a quien yo le debo pleitesía no es ni el dueño de la radio, ni el que pone los avisos, ni el ministro, ni el presidente; es el oyente, por respeto.”

Susini, Guerrico, Romero, Carranza y Mujica fueron los pioneros de un medio que acompañó a la sociedad a través de guerras mundiales, descubrimientos científicos, distintos regímenes gubernamentales y hasta viajes al espacio exterior. Aquellos nunca pudieron imaginar la trascendencia de su criatura,  que se expandió a todos los rincones de la tierra. Hoy, a un siglo de aquella transmisión de Parsifal en el Coliseo, nos unimos a los festejos para decir: ¡Salud a la radio argentina!