“No puedo encarar la vida sin la música”

“No puedo encarar la vida sin la música”

 “La música es una búsqueda”, afirma la saxofonista Yamile Burich, nominada por su disco Alegría (2019) a Mejor Álbum de Jazz en los Premios Gardel. Salteña de nacimiento, su búsqueda empezó con sus discos She’s the boss (2009), Black Jack (2014) y continuó con la formación del quinteto Yamile Burich & Jazz Ladies, compuesto por Patricia Grinfeld en guitarra, Diana Arias en contrabajo, Analía Ferronato en batería y Carolina Cohen en percusión.

Junto a este grupo que, como dice su nombre, está conformado por mujeres, explora ritmos más latinoamericanos. Desde Ahora! (2015), Random (2016) y Live at Thelonious Club (2019), Burich sumó composiciones propias e introdujo instrumentos como la marimba de chonta y las congas. Con seis temas de su autoría y un coverAlfonsina y el mar–, Alegría tiene un sonido único, resultado de esta mezcla de creatividad, influencias varias y “la comunicación de tantos años tocando juntas”, dice Yamile.

¿Qué sentís con la nominación en los Premios Gardel?

Me cayó medio de sorpresa. Es algo muy especial porque, además del quinteto, tocó Kate Ortega la marimba de chonta, un instrumento tradicional de Colombia. El disco tiene un sonido muy latino. Toqué mucho el soprano también. Es un disco especial. Por eso, simultáneamente grabé el disco en vivo, que tiene que ver más con el jazz. Me llamó la atención que Alegría gustó ya que es muy original en el sentido del sonido. La nominación es una motivación, es un premio en sí mismo. Te dan ganas de seguir por ese lado. Es como un juego, es probar, crear nuevas melodías, componer.

¿Qué te llevó a hacer este álbum?

Este disco se lo compuse a mi hija. Significa la alegría de tenerla, de estar con ella, de compartir su primera sonrisa, sus primeros pasos. Es una alegría enorme. El tema se lo dediqué a ella y el disco lo grabé en sus primeros años, con toda la dificultad que una atraviesa. Es difícil el tiempo, la música es demandante como un niño (risas). Es una motivación muy grande que el disco haya sido seleccionado en un momento muy especial de mi vida, en el aprendizaje de ser madre. Trato de reflejar esa alegría en la música.

¿Cómo es el proceso de componer?

Mi forma de componer es muy desordenada. Hay gente que tiene una rutina. Cuando me pinta una melodía, voy y la toco en el piano o por ahí escucho la armonía en mi cabeza y trato de tocarla. Compongo en la calle, me siento en la plaza, vengo con ideas. Mi forma de componer es muy improvisada. Armo la melodía, la escribo, ensayamos y les digo “chicas, tengo esto, me imagino tal cosa” y ahí hay un ida y vuelta de ideas que me llenan, me ayudan un montón. El tema en sí es un proceso individual mío pero el armado y la energía es grupal. Necesito ambas cosas. Es música improvisada, hay solos. Tocar en el momento, en un show, se va probando y decís “esto está bueno, queda copado”. Es una creación grupal de sonido que conseguimos de un tema que compuse individualmente. Es un trabajo entre todas.

«Si no nos ayudamos nosotras, si no nos llamamos para tocar, los lugares importantes los ocupan los hombres», dice Burich.

¿Cómo llegaron a ser un grupo íntegramente conformado por mujeres?

Se dio por casualidad y causalidad. Hace seis años tocaba con Patri y Diana en un grupo. Con Patri sentí algo muy similar en la búsqueda del sonido y en lo que nos gustaba escuchar. Me salió una fecha y mi grupo de ese momento no podía. Había escuchado a Analía y pensé “hagamos una jam”. Y tocamos y causó una gran sorpresa que no me esperaba. Empezaron a salir más fechas. Escuché a Caro en un video, me encantó, dije “la voy a llamar” y ahí empezamos. No es que armamos el grupo y dijimos “vamos a buscar fechas”. Se armó en el escenario. Empecé a sentir una energía diferente a la hora de liderarlo porque al ser todas mujeres hay una hermandad, una cooperación, una valoración, un respeto distinto. Coincidió mucho: siempre priorizo el nivel musical más allá del género. Patri, Diana, Ani, Caro, en su nivel musical son excelentes y tengo el plus del compañerismo de ser mujeres. Si no nos ayudamos nosotras, no nos damos laburo ni nos llamamos para tocar en escenarios, es un sistema que está acostumbrado a que los lugares más importantes los ocupen los hombres. La colaboración empieza en nosotras. A veces no puede Diana y viene Leo (Cejas). No me voy a encerrar en una cuestión de género. La música siempre está primero, es la que manda.

¿Qué significa para vos la música?

El grupo es fundamental a la hora de ser libres, de que te apoyen en las ideas, de probar cosas, de esta búsqueda que es la música. Una va cambiando, creciendo y modificando la dirección. El apoyo y un equipo para ir adelante te ayuda para seguir con tu sueño que es buscar tu sonido, tu voz. Es como un viaje: mientras mejores son tus compañeros o compañeras, descubrís más cosas y la pasás mejor. Si bien hay mucha individualidad porque compongo en solitario, en esa melodía está toda mi influencia que son mis compañeros, compañeras, que es mi vida, mi camino y las personas que me ayudaron e influenciaron. Con Jazz Ladies siento eso: un grupo muy enriquecedor que vamos para adelante y vamos creando un sonido grupal que está bueno.

En Alegría, el tema “Campanario” tiene que ver con tu niñez…

Sí, campanario por las campanas que hay en los pueblos chiquitos en el país. Yo me crié en un pueblo, mis viejos y mis abuelos se criaron en pueblos. Se escuchan las campanas, se oyen las radios que informan cuando alguien se muere o nace. Es una cuestión del tiempo que pasa y no pasa. El reloj del tiempo es esa campana, es parte de mi niñez.

«La música es demandante como un niño», se ríe Burich.

El jazz es un género que se basa en la improvisación, ¿cómo vivís el actual contexto?

El jazz se retroalimenta en el vivo, es imprescindible. Yo me lo tomo como un tiempo, si bien estoy haciendo cosas, tocando, hice un streaming que se puede escuchar y tuve una tocada linda en el Konex. Después de cinco meses, habilitaron el tema de los músicos. Mi relación con la música es como mi relación con la vida, está todo el tiempo en mi cabeza. No puedo encarar mi vida sin la música, es muy difícil de separar.

¿Se viene algo nuevo?

Estoy con el plan de grabar con diferentes proyectos. Tengo la idea de hacer un disco en conjunto. Amo el vivo, es lo que más me gusta en la vida. Ahora hay una forma de continuar con lo que uno ama en esto de tocar en estudio, filmar un video. Estoy adaptándome a esto, pero la música sigue siempre en pie.

A Buenos Aires le falta verde

A Buenos Aires le falta verde

La Ciudad Autónoma de Buenos Aires es una de las urbes con menos espacios verdes por habitante del país: el 12,4% de los residentes vive lejos de un parque o de una plaza. El dato se desprende del Atlas que desarrolló la Fundación Bunge y Born con la finalidad de analizar  la disponibilidad de este tipo de lugares para la población en las 155 localidades más grandes de la Argentina.

La ausencia de parques y paseos verdes no sólo conlleva consecuencias ecológica sino que también afecta la salud física y mental de los ciudadanos. Según el informe de la Fundación Bunge y Born, es necesario garantizar su presencia y accesibilidad para evitar la degradación ambiental ya que disminuyen riesgos, como por ejemplo la formación de islas de calor, inundaciones y la contaminación del oxígeno.

En el caso de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la Fundación detectó un total de casi 15 millones de m² de espacios verdes públicos, entendidos como superficies verdes de libre acceso de más de media hectárea. En relación a otras urbes es muy poco. Por ejemplo, en Nueva York, un análisis reciente encontró 13,6 m² por habitante y cantidades mayores en el resto de las cincuenta ciudades principales de Estados Unidos.

Hay muchas formas de medir los espacios verdes, pero en este caso dicho informe tomó en cuenta la posibilidad de acceder, que tan fácil le resulta a la gente llegar: “Esto reemplazando el método típico histórico que era contar los metros cuadrados de espacios verdes por habitantes. Si simplemente hiciera la división entre los metros cuadrado de espacios verdes y la cantidad habitantes de la ciudad, pareciera que todo el mundo está bien servido, pero no es así. En la actualidad a más de 350.000 porteños les falta un parque o una plaza más cerca de su vivienda”, expresa Antonio Vazquez Brust, quien estuvo al frente de la investigación.

«A más de 350.000 porteños les falta una plaza más cerca de su vivienda”, expresa Antonio Vazquez Brust.

El Atlas realizado por la Fundación se encargó de catalogar los espacios verdes y geo referenciarlos. Mediante esta metodología se midió la distancia a través de la grilla de calles de la ciudad y cuánto tiempo toma desde cada punto caminar hacia una plaza o un parque: “Así es como encontramos que un 12% de la población vive más lejos que la distancia recomendada a los parques, que es de 10 minutos de caminata. Si se está un poco más lejos del parque, ahí es cuando la gente tiende a no asistir, de cierto modo no acceden al espacio público y gratuito que es el parque como espacio cotidiano”, sostiene Vázquez Brunt.

Además de profundizar las inequidades existentes, esta tendencia presenta serios riesgos para la sostenibilidad urbana y para la salud pública en especial. Numerosas investigaciones señalan una fuerte relación entre espacios verdes urbanos y la salud física y mental. “En un estudio que se hizo en Israel –comenta Antonio Vazquez Brust- se comparó el nivel de acceso y uso de espacios públicos de embarazadas y luego tras el parto midieron el peso de los bebés y el diámetro craneal, y se sugiere que hay un efecto benéfico en la salud de los bebés con el acceso de las madres a espacios verdes. También se lo ha unido a reducción de enfermedades mentales como depresión y reducción en tasas de diabetes”.

El individuo necesita un lugar de esparcimiento al aire libre pero el contacto con la naturaleza se pierde en Buenos Aires a medida del crecimiento de los emprendimientos inmobiliarios: “Las plazas de la ciudad son unos recortes verdes en dónde hay más caminos que otra cosa. Muchos parques y plazas han sido muy afectados; por ejemplo al Parque Chacabuco le pasa la autopista por el medio, cuando se decidió la construcción la decisión fue porque ahí no había que expropiar a nadie, pero en realidad era un parque de todos. Es prestigioso vivir frente a un espacio verde pero la mayoría de estos espacios están rodeados de edificación de hasta 12 pisos de altura y en consecuencia la plaza pierde su función de pulmón verde”, dice Beatriz Arias, arquitecta, planificadora urbana-regional y profesora de Sistemas Urbanos de la carrera de Gestión Ambiental en la Universidad Nacional de Moreno.

La Ciudad de Buenos Aires tiene 15 millones de metros cuadrados de espacios verdes.

Por otro lado, Carolina Somoza, perteneciente a la organización ecológica Somos Ambiente, afirma: “Los beneficios de los espacios verdes públicos van de la mano con el servicio ambiental que brindan los árboles (segundo pulmón verde del mundo después del fitoplancton en los océanos). En Buenos Aires, donde cada vez hay más autos y va haber cada vez más población, son indispensables. Nuestra ciudad tiene niveles altísimos de contaminación sonora y ni siquiera cuenta con todos los instrumentos necesarios para medir de una manera exhaustiva la contaminación del aire”.

La dirigente ambientalista agrega: “El Hospital de Clínicas, frente a la Plaza Houssay, está todo cementado, los árboles alrededor tienen una simulación de pasto, pero en realidad son granitos de cemento. Se viene priorizando las calles y cementos antes que las plazas y parques”.

No contar con espacios verdes de proximidad repercute negativamente en el hábitat y en las cualidades paisajístico-ambientales urbanas, además de atentar contra el uso recreativo de aquellos. Gabriela Campari, licenciada en Planificación y Diseño del paisaje asegura: “Estas consecuencias también pueden darse aun contando con estas áreas si ellas presentan un alto grado de deterioro, dado que su existencia física no garantiza de por sí los beneficios aludidos, sino que además deben reunir determinadas cualidades compositivas en lo material y lo vegetal que hagan posible su uso pleno, evitando así que la falta de mantenimiento genere una idea vinculada a la de espacios vacantes o carentes de función que impacte en su apropiación social”.

La investigadora, autora el ensayo Paisajes sensibles. Subjetividad, salud y patrimonio verde en el espacio intrahospitalario, publicado por Prometeo, dice: “Vale resaltar que las consecuencias desfavorables enunciadas también impactan de manera disímil de acuerdo a la edad, posibilidades de accesibilidad y pertenencia de los habitantes a grupos vulnerables desde el punto de vista económico y social”.

El Plan Urbano Ambiental de la Ciudad plantea la necesidad de asegurar el derecho al uso de los espacios verdes públicos urbanos (parques, plazas y paseos) y propone su incremento, recuperación y mejora a fin de dar lugar a funciones vitales para la sociedad como son, entre otras, el encuentro, el relax, el ocio, el confort y la socialización. Pero lamentablemente, se han perdido muchas oportunidades en las últimas décadas de promocionar la conversión de terrenos disponibles en parques porque se ha priorizado el desarrollo inmobiliario. Es decir: se ha preferido edificar antes que parquizar.

La niña torturada y la que vio cómo secuestraban a su madre

La niña torturada y la que vio cómo secuestraban a su madre

La investigación sobre la Megacausa Campo de Mayo se reanudó ayer de manera virtual con el relato de Sandra Missori sobre cómo vivió el cautiverio, a sus doce años, y la historia de la desaparición de los padres de Patricia Parra. 

Las declaraciones se centraron en la operación Caída de los Ferroviarios, una serie de detenciones ilegales que se produjeron entre el 30 de agosto y el 6 de septiembre de 1977. Los jueces Daniel Omar Gutiérrez, Silvina Mayorga y Nada Flores Vega juzgan a 22 militares, de los cuales 13 no tienen condena previa y nueve ya han sido sentenciados por otros delitos de lesa humanidad. Entre los imputados están Carlos Javier Tamini, Carlos Eduardo José Somoza, Hugo Miguel Castagno Monge, Carlos Francisco Villanova, Luis Sadí Pepa y Santiago Omar Riveros.

Sandra Missori contó por primera vez las torturas que vivió cuando fue secuestrada siendo aún una niña. Patricia Parra recuperó el recuerdo de la madrugada en la que fueron a buscar a sus padres. 

“Muerta en vida”

Sandra Missori se encontraba en su casa, al lado de ella estaba su marido y su psiquiatra, acompañándola. Comenzó su relato con lo que ocurrió en la madrugada del 30 de agosto de 1977 cuando su casa fue invadida. Ella tenía doce años y en el domicilio se encontraba su madre, Ema Battistiol con su tía, Juana Colayago, embarazada de seis meses, y sus dos hijas Lorena y Flavia Battistiol de apenas uno y tres años, quienes ya declararon en las audiencias anteriores.

A las doce de la noche, un grupo de hombres armados y con pasamontañas en la cabeza tiraron la puerta abajo. Buscaban a su tío Egidio Battistiol, pero él se encontraba trabajando en los talleres ferroviarios. El grupo de hombres decidió esperarlo, mientras interrogaban a las mujeres. “Pusieron arriba de la mesa dos bolsos cubiertos de tierra, adentro había armas. Me preguntaron, agrediéndome, si yo sabía si eso era de mi tío. Yo no sabía absolutamente nada”.

Esperaron a Egidio hasta la seis de la mañana. Cuando llegó, su madre y su tía fueron vendadas y forzadas a salir de la casa. Las subieron a un auto y las llevaron a Campo de Mayo, allí Sandra fue separada de su familia. Lo primero que le quitaron fue su identidad “A partir de ese momento yo ya no era más Sandra, pase a ser el número 513”. La obligaron a desvestirse, a entregar sus pertenencias y a ponerse ropa muy grande, “manchada con sangre y sucia”. Sandra recuerda que nunca dejó de llorar durante todo su cautiverio. Le decían que debía calmarse porque si no la iban a castigar, pero Sandra no dejaba de pedir volver a su casa y ver a su madre. “A cada rato venían a preguntarme mi nombre y yo les decía Sandra. Entonces me golpeaban”, recordó.

La dejaron en un cuarto lleno de hombres, en un colchón sucio y con sus pies encadenados al resto de los secuestrados. Sandra recuerda que había dos represores distintos, uno muy violento y otro que parecía ser menos agresivo: “El Negro”. A causa de llorar por tanto tiempo, sus ojos se infectaron, entonces “El Negro” le permitió sacarse la venda y dejarse sólo la capucha. Gracias a esto Sandra pudo ver lo que pasaba a su alrededor. 

Esa noche, mientras uno de los represores repartía la comida al resto de los secuestrados, Sandra notó que sus piernas ardían, subió su capucha y vio una rata comiendo la sangre de las heridas de sus tobillos. Se sacudió fuertemente y gritó, entonces el guardia disparó a la rata que cayó muerta sobre su pierna. “Retorciéndome -dijo-, me la pude sacar de encima, pero quedó al lado mío. Me daba terror el solo tenerla cerca”.

Al día siguiente, Sandra fue llevada a la “sala de torturas”. Allí la esperaban dos represores, un médico y su tía embarazada acostada sobre una cama sin colchón. Juana no llevaba pantalones y tenía su vestido levantado, por lo que podía verse su panza de seis meses de embarazo. Los guardias comenzaron a interrogar a Sandra sobre las actividades de su tío. Cada vez que respondía que no sabía nada, el doctor acercaba la picana a la panza de su tía que se retorcía a metros de ella. “Me preguntaban si sabía que mi tío ponía bombas en los trenes -declaró-, pero yo no sabía nada de eso, tenía doce años”. Como Sandra seguía sin darles las respuestas, el médico sacó de una caja una rata pequeña y la pasó entre las piernas de su tía, cerca de los genitales. Juana lloraba, pero tenía la boca tapada “Le volvieron a poner el aparato en la panza y vi que ella se quedó quieta con los ojos grandes”, contó.

A Sandra la llevaron nuevamente al cuarto, allí se durmió entre llantos. Cuando despertó uno de los represores la volvió a buscar para interrogarla frente a su tío que estaba atado a un árbol “Él no contestaba -señaló-. Tenía la cabeza caída y estaba muy ensangrentado”. A Sandra le volvieron a realizar las mismas preguntas y cada vez que no obtenían la respuesta que buscaban, golpeaban a Egidio con un palo con cadenas. Cuando se derrumbó lo siguieron pateando en el suelo. “Ellos aparte de la tortura física, usaban mucho la psicológica. Para mí fue muy difícil vivir con eso”, explicó.

Sandra volvió a la habitación, donde continuó llorando desconsolada y pidiendo por su madre. “El Negro” le prometió traérsela. Esa noche Ema fue llevada a donde estaba su hija. Sandra le hizo muchas preguntas a su madre, pero no contestaba “Ella no quería hablar porque tenía miedo que nos separen”, subrayó. Cuando otro represor vio a Ema en esa habitación la arrancó de los brazos de su hija y se la llevó, dejando a Sandra en un ataque de llanto. Anocheció, pero Sandra no lograba tranquilizarse, uno de los guardias la arrastró afuera y la ató a un árbol, donde permaneció durante toda la noche vigilada por un joven que parecía estar haciendo el servicio militar “Le dijeron que no me hable, ni me toque -narró-. Pasó toda la noche y yo temblaba de frío, entonces este muchacho que tenía una manta encima suyo, se la sacó y me la dio”. A la mañana siguiente cuando encontraron la manta en sus hombros, le gritaron por haberla tapado “porque merecía morir como perro”.

Ese día Sandra fue arrastrada nuevamente al “cuarto de torturas”. Allí la ataron a la misma cama sin colchón, en la que había estado su tía. El mismo doctor comenzó a darle descargas eléctricas con la picana cada vez que negaba tener información. Su tío, desfigurado, entró al cuarto. “Cuando empecé a gritar de dolor -recordó-, mi tío me dijo que a todo lo que me preguntaran dijese que sí. A si él ponía bombas, yo decía que sí, a si él mataba gente, yo decía que sí”.

Finalmente dejaron de torturarla y la llevaron a atenderse con una mujer que curó sus heridas y le dio contención. Sandra se durmió con sus caricias en el pelo, hasta que más tarde la fueron a buscar “Me dolía todo -señaló-, pero ya no lloraba, creo que se me habían secado las lágrimas de tanto pedir por mi mamá. Recuerdo que me quedé ahí sentadita esperando”. Al día siguiente la llevaron afuera junto a muchos otros secuestrados, le dieron una pala y le ordenaron ponerse a cavar. A su lado pudo distinguir muchas personas muertas amontonadas. 

A la quinta noche la llamaron para confesarse “Yo no lloré más porque pensé que era mi turno de morir. Me calme porque había muchos momentos que deseaba que me maten”, declaró. El sacerdote se sentó a su lado. “Le pregunté cuál había sido mi pecado -agregó-, porque yo no lo sabía”. Luego de esto Sandra fue conducida a una fila de personas que esperaban con ella irse de Campo de Mayo. Allí se reencontró con su madre y juntas fueron trasladadas con muchas otras personas para ser liberadas. Su tío, también estaba en la fila, pero subió a otro camión y nunca más lo vio.

Volver tampoco fue fácil. Su madre nunca quiso hablar ni una palabra sobre lo que vivieron y las órdenes de ser “ciega, sorda y muda” quedaron en su mente. Sandra siente que la dejaron muerta en vida y que ya no supo ser feliz “Yo me quede sin vida y sin madre, porque se distanció de mí. Ella terminó muriendo sola y mal”, sentenció. 

Sandra por primera vez dio ayer testimonio de todo lo que padeció hace tantos años: “Fueron cosas que yo me guardé muy en el fondo porque eran vergonzosas”. Muy conmovida antes de terminar su declaración dijo que ella nunca fue culpable de nada: “A mis torturadores solo les puedo decir que me dan lástima”. Sandra contó que fue diagnosticada recientemente con una enfermedad terminal. “Ahora puedo decir que mi enfermedad me puede llevar en paz porque ya dije todo lo que tenía guardado”. 

 

“No somos un número”

Patricia Parra dio testimonio sobre lo ocurrido en la madrugada del 1° de septiembre de 1977 cuando secuestraron a sus padres. Un grupo de hombres con la cara descubierta tocó la puerta de la casa en Don Torcuato cerca de las seis y media de la mañana. Allí se encontraba Patricia, con su madre, Georgina Acevedo y su hermana Isabel Parra, quien ya dio testimonio en una de las audiencias anteriores. 

Su madre pensó que se trataba de un amigo ya que le habían llamado por su apodo de confianza: Beba. “Empujaron a mi mamá y empezaron a preguntar por mi papá”, recordó. Patricia tenía quince años y su hermana nueve, su madre les dijo que iba a irse con ellos por un rato, pero que iba a volver. Las hermanas vieron por la ventana cómo se llevaban a su madre en un auto. Una vecina las alojó hasta que llegaron sus tíos: “A nosotras nos separaron, mi hermana fue a vivir con otra hermana de mi papá y yo me quede con Rosa Parra y su marido”, detalló.

Sus tíos fueron al día siguiente a los talleres ferroviarios donde su padre, Carlos Raúl Parra, trabajaba. Los compañeros les dijeron que lo habían ido a buscar el 1° de septiembre a la misma hora que fueron a la casa de la familia. Patricia contó que vivió por mucho tiempo con miedo. ”Yo no salía ni a la esquina si no era acompañada por un tío o por un primo; y mi hermana menos”. 

Las hermanas perdieron contacto y luego de muchos años volvieron a reunirse. Juntas fueron a la Secretaria de Derechos Humanos a realizar la denuncia y allí les dijeron que todos los Ferroviarios iban a Campo de Mayo. Patricia señaló que le parece injusto que se hayan esperado tantos años para que llegase el juicio “Lo único que quiero es que le quede grabada a esta gente que está siendo juzgada lo que fue mi familia, yo era feliz, con mi padre, mi madre y me hermana y me arrebataron a mi familia y nunca más tuve una vida normal”. 

Patricia terminó su testimonio entre lágrimas mostrando a la cámara una foto junto a ellos: “Esta es mi familia, no se olviden de sus rostros y de que no somos un número”. 

¿El delivery puede ser un servicio público?

¿El delivery puede ser un servicio público?

Mercado Justo, aprobado en el Concejo Deliberante de Rosario, es una plataforma digital sin fines de lucro.

Hasta los días previos a que se inicie el aislamiento social preventivo y obligatorio estaban en el terreno de lo ilegal; ahora, son actividades esenciales: las plataformas digitales de prestación de distintos servicios han cobrado una importancia tal que ya no se puede ocultar la necesidad de su regulación. ¿Es posible, además, pensar alternativas, como plataformas digitales públicas, que se rijan bajo condiciones más democráticas y emancipatorias que las actuales?

Arduos debates sobre las posibilidades que brindan y, a su vez, sobre la perversidad de las mismas han abundado tanto a nivel internacional como nacional: conectando ofertas y demandas de bienes o servicios, o bien agregando valor a actividades no monetizadas de la vida cotidiana, aplicaciones como Rappi, Glovo, Pedidos Ya, AirBnb, Uber o Cabify son opciones de empleo -inmediato y garantizado- para muchísimos jóvenes de nuestro país y el mundo entero. Pero es necesario preguntarse a qué costo: el pasado lunes 29 de junio falleció Leonel, de 28 años, el sexto repartidor en lo que va de la cuarentena, dejando en evidencia una vez más las condiciones paupérrimas en materia de seguridad y derechos laborales de las plataformas de la “economía colaborativa”.

En este contexto, el proyecto de Mercado Justo, presentado por Ciudad Futura y aprobado en el Concejo Deliberante de Rosario, supone una interesante iniciativa: se trata de una plataforma digital sin fines de lucro que unifica toda la oferta y demanda de bienes y servicios de la ciudad y su distribución, buscando fomentar la economía local. Aunque se trata de una experiencia todavía excepcional, en un escenario dominado hábilmente por las grandes, publicitadas y poderosas compañías.

“En el ecosistema digital, la posición significativa de un puñado de plataformas asfixia la competencia», dice Becerra.

“Si bien las plataformas no aumentaron las bases de pagos por los pedidos, lo que hicieron fue aumentar algo que se llama ‘bono por productividad’, es decir, un bono por cantidad de pedidos realizados, para incorporar a más trabajadores para que cubrieran la alta demanda que había durante la cuarentena”, expresa Juan Manuel Ottaviano, abogado laboralista y asesor de la Asociación de Personal de Plataformas (APP). “Esto significó un fenómeno de transformación e intensificación del trabajo porque muchos trabajadores que antes hacían jornada parcial ahora hacen completa y quienes ya hacían completa hacen más horas aún. Todo esto en el marco de la contratación autónoma: es decir, sin ningún tipo de protección de la salud o ante los riesgos. Los trabajadores se hacen cargo de todos los elementos de seguridad y todos los gastos”.

La utilización de sistemas de asignación de trabajo y de control de la productividad a través de rankings son el común denominador en todas estas plataformas. “El ranking te evalúa la cantidad de pedidos aceptados sobre la cantidad de pedidos ordenados y además te evalúa la cantidad de horas o el tiempo que cada trabajador está conectado, sobre todo en las horas de alta demanda. Ahora bien, ese cómputo está determinado pura y exclusivamente por la plataforma y en general no es justo”, afirma Ottaviano.

Durante la cuarentena, por lo menos seis reparatidores fallecieron por accidentes viales.

De allí se desprende la necesidad de truncar la idea que se pretende fomentar acerca de la supuesta neutralidad y autonomía de las aplicaciones y las tecnologías en general y su carácter fantasmagórico. “Muchas veces se dice que estas empresas no tienen existencia real: que exista un control remoto no significa que no haya un sujeto controlante, un medio de control y un controlado. Por supuesto, al ser remoto este control, se diluye la presencia de ese sujeto controlante y eso puede dar a pensar que se diluye la responsabilidad. Para atribuirle responsabilidad primero hay que hacer emerger la figura del empleador”, asegura el abogado y continúa: “Son empresas, con capital, que tienen un domicilio, que tienen administradores, gerentes, dueños. Que diseñan los algoritmos para la organización del trabajo y los servicios y diseñan un modelo de empresa tradicional con el agregado de una existencia digital también. El gran dilema a resolver o la gran disputa en torno al trabajo en plataforma, es establecer la relación que existe entre la empresa y los trabajadores y trabajadoras. Si creemos que el sujeto empleador no existe o existe sólo digitalmente va a ser muy difícil establecer cuál es esa relación”.

Este contexto propicia la obtención de siderales ganancias, sobre la base de condiciones laborales profundamente desiguales, de las cuales sólo un ínfimo porcentaje queda para el fisco del país. En este sentido, Martín Becerra, investigador y profesor universitario especializado en medios de comunicación e industrias culturales, afirma que “no sólo es imprescindible e impostergable revisar las condiciones de tributación de las grandes plataformas en los países donde comercializan productos y servicios (propios o ajenos), sino además definir reglas democráticas para distribuir el aporte que necesariamente estos conglomerados, beneficiados por las inversiones en infraestructura, en contenidos y en capital social de otros actores, deben hacer como contraprestación del usufructo de ese capital y de esos bienes”.

“Se cae en una discusión inconducente de tecnología sí o no, cuando en realidad es tecnología a favor de quién”, dice Tepp.

Además, afirma que “en el ecosistema digital, la posición significativa de un puñado de plataformas asfixia la competencia, dado que la asimetría en el acceso y distribución de recursos necesarios para competir es capitalizada por los grupos más concentrados en detrimento del resto”. En consecuencia, agrega, “la captura de la rentabilidad que exhiben los principales conglomerados contrasta con los márgenes de beneficio del resto de los participantes del mercado. Una determinación estructural crítica que afecta la manera en que, en una misma sociedad, sujetos distintos acceden a oportunidades de desarrollo muy desiguales. La ficción democratizadora de las tecnologías encuentra en las condiciones materiales de acceso por parte de los sectores populares en el marco de la pandemia, su fracaso más cabal: las brechas digitales afloran a la vista del conjunto”.

Una gran cantidad de emprendimientos o pequeños locales barriales de bienes o servicios están invirtiendo enormes esfuerzos en un intento por no quedarse fuera del mercado virtual. Las experiencias evidencian lo difícil que se torna competir contra empresas multinacionales: no hay forma de que, por ejemplo, una cadetería de barrio logre hacerle frente a las difundidas plataformas de delivery. Cabe preguntarse, entonces, si con políticas regulatorias alcanza, o si es necesario, además, pensar en alternativas más democráticas y horizontales, con inversión y decisión política, que ofrezcan al resto de los actores del mercado una posibilidad real de participar.

Al respecto, Juan Ottaviano afirma que “estas alternativas requieren de una inversión y de decisión política para ser llevadas a cabo. Está claro que una iniciativa cooperativa, por ejemplo, no quiere ser una alternativa a Uber a nivel global. Pero a nivel local también es necesario un desarrollo de la tecnología que requiere de un financiamiento y conocimiento científico muy robusto. Me parece que la forma de resolver esto es que el Estado ejerza un rol en este asunto, estableciendo reglas justas, que respeten a todos los usuarios de estas plataformas, sean trabajadores, consumidores, prosumidores”.

En este escenario la aprobación del proyecto de Mercado Justo que llevó al Concejo rosarino el bloque de Ciudad Futura, representa un avance importante en el nivel local. Caren Tepp, concejala del bloque, explica que la propuesta surgió a partir de advertir durante la pandemia una tendencia muy fuerte a que todas las compras y ventas -que aumentaron exponencialmente- se hagan a través de plataformas de e-commerce hegemónicas, “siendo Mercado Libre la más representativa, que nació en Argentina pero que hoy funciona con una lógica multinacional que nada tiene que ver con la defensa de la economía cercana”. Frente a esta realidad, es necesario que los gobiernos locales puedan crear herramientas que vayan por la positiva y no queden sólo en la prohibición. “No podemos naturalizar que se concentre en un par corporaciones económicas todo el mercado virtual y digital, ni que el resultado de las medidas que se tomaron por la pandemia, que todos reconocemos como necesarias, sea una mayor concentración de la economía en perjuicio de todos”, afirma Tepp.

De allí surge Mercado Justo, una alternativa local que busca unificar toda la oferta económica y productiva de la ciudad de Rosario y poder vincular a quien necesita algo con quien lo tiene, produce o sabe hacer. El objetivo es que a todos estos esfuerzos particulares que están dispersos en el mercado digital “se los pueda centralizar en esta plataforma municipal sin fines de lucro y que se priorice toda la economía local”, afirma Tepp, y agrega que “muchas veces se cae en una discusión inconducente de tecnología sí, tecnología no, cuando en realidad es tecnología a favor de quién”. El objetivo de crear esta herramienta es que quienes se beneficien sean quienes interactúen a través de la plataforma, es decir, “que quien produce u ofrece un servicio se le pague de manera digna y que al consumidor se le cobre un precio justo”.

El objetivo de Mercado Justo es que se beneficien quienes interactúen a través de la plataforma.

Además, atendiendo al gran aumento de jóvenes trabajando en pésimas condiciones en aplicaciones como Rappi, Glovo y Pedidos Ya, Mercado Justo “incorpora los servicios de delivery para poder fomentar desde el Estado el cooperativismo de plataformas y la posibilidad de que esos jóvenes puedan seguir teniendo ese trabajo pero en términos realmente dignos y económicamente más justos y emancipatorios”, cuenta la concejala rosarina.

Una característica fundamental de estas plataformas que hay que considerar a la hora de llevar a cabo un proyecto es la autoadministración del tiempo laboral. En este sentido, Ottaviano afirma que la posibilidad de desconectarse es un pequeño margen de libertad que existe, pero está desregulado. Es por ello que “la insistencia está en tratar de establecer mecanismos justos de medición de la productividad, más que la adecuación de este sistema a un sistema de jornada continua. Hay puntos intermedios entre una regulación tradicional y la no regulación. El debate es el de poder, sobre la base de las protecciones laborales, admitir que este trabajo tiene algunas particularidades que pueden ser respetadas”.

Como lo ha sido siempre, la organización de los y las trabajadoras de plataformas supone una instancia fundamental frente al avasallamiento de derechos laborales. “La digitalización del trabajo sin dudas rompe con un concepto muy propio del siglo XX del ámbito de trabajo, del establecimiento. En muchas ocasiones la construcción de los sindicatos está pensada en función de un espacio común. Creo que por ese motivo las estrategias sindicales de los trabajadores digitales consisten en preservar los ámbitos de encuentro, espacios que pueden ser idealmente físicos pero posiblemente virtuales, es decir, se trata de combinar estrategias de encuentro físico con estrategias de encuentro digitales. Sería necio pensar que la única forma de construcción sindical es en base al establecimiento, porque si fuera así los sindicatos estarían renunciando a disputar a las empresas el código, el lenguaje y las herramientas de la digitalidad”, concluye Ottaviano .

Desde los tiempos modernos de Chaplin hasta los actuales de Rappi, Uber y Galperin, el mundo ha cambiado mucho y no ha cambiado nada: las técnicas avanzaron y las innovaciones llegaron a niveles jamás imaginados, generando condiciones y posibilidades inéditas. Pero no para cualquiera: la inequidad y la desigualdad en la distribución y el acceso evidencian que, en sus bases, todo sigue igual. Las fábricas han cedido su lugar a enormes infraestructuras digitales globalizadas, donde el nivel de producción lejos de cesar, cada vez aumenta más. Plataformas que reproducen la relación asimétrica entre trabajadores y patrones adheridas al capitalismo, con el agregado de que entre códigos y algoritmos intentan escurrir sus responsabilidades. Al igual que en las grandes crisis económicas, quedan expuestas las contradicciones de un sistema que ha producido a ritmo frenético, a lo largo de su historia, un nivel de explotación y precarización proporcional a las ganancias siderales que se facturan.

“Lo único que pretendíamos era cambiar la realidad del país”

“Lo único que pretendíamos era cambiar la realidad del país”

Entre 1979 y 1980 Montoneros llevó adelante la operación conocida como Contraofensiva que implicaba reagrupar militantes exiliados en diferentes países para retornar a la Argentina y formar parte de la resistencia contra la dictadura cívico-militar. El Tribunal Oral Federal Nº 4 de San Martín juzga a nueve militares, ex integrantes del Servicio de Inteligencia del Ejército por secuestrar, torturar y asesinar a 94 personas que participaron de esa operación.

La audiencia, plagada de inconvenientes ligados con la transmisión y la señal de internet, comenzó poco antes de las 10:30 con el testimonio virtual de Graciela Franzen, desde Misiones. La testigo fue militante de Montoneros y participó en la primera Contraofensiva. “Mi militancia fue gremial y política, pero nunca dejé la militancia barrial”, declaró al comienzo. En su familia no era la única dedicada a la política, su hermano mayor, Luis Arturo Franzen, fue un reconocido militante de Posadas asesinado durante la masacre de Margarita Belén, en Chaco.

La historia de su hermano y la suya se entrecruzan muchas veces. Luis Arturo Franzen era buscado por organizar una comisión para recuperar las tierras de Posadas que intentaban ser adueñadas por una gran inmobiliaria de la zona. Se refugió en Resistencia después de un allanamiento y en el año 1976 lo secuestraron. Al mismo tiempo allanaron su casa, obligando a Graciela Franzen a irse. “Le dije a mi mamá que la próxima iba a ser yo y me fui a las afueras del pueblo”, comentó.

Separada de su familia y lejos de su casa, Graciela Franzen fue secuestrada una madrugada en los montes donde, después de una persecución, lograron llevarla a la Casita de los Mártires, un lugar de tortura sin electricidad, donde la tuvieron un día y medio con picana eléctrica a batería. Ahí perdió la audición de un oído. “Cuando me empecé a desangrar me llevaron con un médico para que me curara y luego de una semana pasé a disposición del Poder Ejecutivo que me trasladó a la cárcel de Villa Devoto, donde pasé dos años”, contó. El derrotero de Franzen recién había comenzado para entonces y la prisión era la primera parada. 

“Me enteré de la masacre de Chaco en la cárcel, pero no sabía que mi hermano había estado ahí. Lo supe después, cuando mi mamá hizo el trámite para traer el cuerpo y enterrarlo acá”, explicó y reveló que hace poco tiempo se enteraron que el cuerpo enterrado no era el de Luis Arturo Franzen, sino el de un compañero militante. 

En 1978, el dictador Leopoldo Galtieri visitó la cárcel de Devoto e interrogó Franzen y a las otras compañeras presas, con quienes formó un gran lazo de amistad y solidaridad. “Me llevaron a un cuarto y me preguntaron dónde estaba mi hermano. Me dio tanta bronca e impotencia que les golpeé el escritorio y les grité que ellos lo habían asesinado”, siguió contando. Dos meses después la liberaron para exiliarse  en España. Se despidió a las apuradas de su familia, cinco minutos antes de abordar el avión y cuando llegó a España, siguió con la militancia y su búsqueda de independencia.

Durante su corta estadía en España trabajó como empleada doméstica del Embajador de Noruega. “Era una familia muy amorosa, comía con ellos siempre. Un día me preguntaron por qué estaba ahí y yo lo conté, porque es mi historia y no me avergüenza. Cuando los vi llorar entendí que hay cosas que nosotros habíamos naturalizado y que para el resto del mundo era una barbaridad”, expresó. Su recorrido aún no terminaba. Volvió a encontrarse con compañeros de la militancia de Montoneros con la posibilidad de retornar al país en el marco de la operación Contraofensiva. “Me despedí de mis compañeras con las que vivía y viajé a Madrid donde estuvimos semanas discutiendo sobre política y preparándonos para volver”, relató.

Salió de España con tres compañeros en 1979 rumbo al Líbano. “Fuimos a Damour, una ciudad bombardeada y estuvimos casi tres meses en una base palestina entrenando. Vivimos dos bombardeos y nos refugiamos debajo de una iglesia”, recordó. En Damour se enamoró de un palestino que le pidió que se quedara y se casara con ella. “Yo le dije que él tenía que luchar por la liberación de Palestina y yo por la de mi país, que quizá un día nos encontrábamos de nuevo. Nos despedimos en la ruta con un abrazo que aún siento hasta hoy”, recordó conmovida. 

El regreso a Argentina estuvo marcado de temores y violencias. Se alojó en un hotel donde una noche la buscaron tres personas vestidas de civil. “Mi primer pensamiento fue: otra vez la tortura, no. Me encerré en el baño e intenté cortarme las muñecas y el cuello con un cortapapeles”, expresó con mucha seguridad. Su larga faena terminó en una comisaría, encerrada durante tres días. “Un guardia joven me trajo una docena de medialunas y yo ya pensaba en racionarlas. Me decía si como tres por día puedo sobrevivir si no me dan comida”, admitió. Su mayor miedo era no aguantar la tortura y delatar a sus compañeros. “Para mí era muy importante cuidarnos entre todos. La segunda vez que me secuestraron sabía de casualidad dónde estaba Figereda, uno de los líderes y me preguntaban por él, pero me pude aguantar y no lo dije”, mencionó con alivio y orgullo.

Finalmente la liberaron y recorrió las casas de los pocos familiares que tenía en Buenos Aires, hasta que encontró un trabajo de empleada doméstica con cama adentro en Caballito. Sin embargo, los miedos no se iban y durante un viaje de fin de semana de la familia que la empleaba, Franzen le rogó a su vecina que la dejara dormir en su casa porque no quería irse a un hotel. “La primera noche la pasé en un hotel sin pegar un ojo. La segunda noche pude entrar a la casa donde trabajaba saltando la medianera de la vecina y como no tenía la llave de mi cuarto dormí en un hueco a la intemperie. Al otro día la vecina me alojó en su casa, porque se había sentido muy mal”; agregó recordando con cariño su solidaridad.

Mientras tanto la buscaban por todos lados. En Paraguay y en Argentina. Un pariente que pertenecía a Gendarmería estaba detrás de ella intentando rastrearla por todas las casas de familiares y la obligó a irse del país nuevamente. Pasó la frontera a Brasil en un taxi y por la ventana vio carteles con las caras de sus compañeros Montoneros, eran buscados en todos lados. “En Brasil viajé varios días hasta que encontré a un primo hermano de mi papá que vivía en un campo con vacas”, recordó. 

Se quedó allí durante cuatro años, moviéndose de casa en casa y trabajando como empleada en diferentes lugares. “A vece,s a algunas personas le contaba mi historia, a otras no, pero el desarraigo era muy grande, yo quería volver a mi patria. Soñaba todos los días con el regreso a mi casa”, agregó. En año 1983 se comunicó con su madre, a través de cartas le contó de las elecciones y ella rezó frente a la televisión en blanco y negro esperando el retorno de la democracia. “Ya estaba embarazada cuando volví, con mi documento de verdad y a mi casa de siempre, donde aún vivo”, finalizó con una sonrisa.

La historia de Graciela Franzen, con tres secuestros, dos desarraigos y diferentes identidades, marca una constante en la historia de la militancia durante la dictadura instaurada en 1976. Diego Menoyo, el segundo  testigo de la audiencia del jueves, también vivió una historia signada por el exilio, la lucha y la convicción. Oriundo de Córdoba, estudiaba Astronomía y Física en la universidad, era delegado de un curso de tan sólo cuatro alumnos. “Allanaron el departamento donde vivía mi novia buscándome a mí y la secuestraron a ella”, explicó para comenzar a contar cómo fue el derrotero de su vida. “Quedé en condición ilegal porque si me encontraban me iban a agarrar, entonces desde la organización se decidió que todos los que estábamos así fuéramos a Buenos Aires”, explicó. Su primera parada fue en la Ciudad durante tres meses y luego en Quilmes, donde conoció a su actual compañera, también militante. Juntos se comunicaron nuevamente con Montoneros y se trasladaron a Florencio Varela, donde trabajaron acompañando los reclamos barriales. 

“Mi responsable era un chico llamado Manolo que fue desaparecido junto a su mujer durante 1977 y ahí nos fuimos a una pensión a Mármol, porque sabíamos que nos buscaban a nosotros también”, recordó. Para enero de 1979 se exilian en Asunción, Paraguay. Las condiciones, creían Menoyo y su compañera, no estaban dadas para tener una discusión política que cambiara las cosas. “Pero aceptamos con la condición de volver cuando se pudiera”, especificó para dar a entender su compromiso político. Pasaron un mes en Asunción, viajaron a México y se conectaron con un compañero que los llevó a una casa donde, como Graciela Franzen, estuvo discutiendo política y estableciendo las bases para volver al país en el marco de la segunda operación Contraofensiva Montonera. “Creíamos que la dictadura se había agotado políticamente y no desconocíamos la situación de represión. La situación política hacía imperioso intervenir ya”, afirmó.

Viajaron a Cuernavaca para capacitarse en el manejo de aparatos de interferencia de radio y televisión, y luego de pasar una semana en España y tres en Lima, retornaron a Buenos Aires para establecerse en las zonas de Lomas de Zamora y Termperley. “No nos queríamos quedar en el exilio y volvimos para hacer transmisiones en Buenos Aires. Subíamos a edificios altos para que tuvieran más influencia y logramos hacer transmisiones más generales, grabadas por Firmenich y otras más locales, de la zona, que hacíamos nosotros mismos”, explicó. Otro de sus trabajos fue en una revista llamada Boletín Sindical que imprimían caseramente y la distribuían en las fábricas con la idea de encontrar la resistencia popular que ya se estaba gestado. “El pueblo estaba logrando, de alguna manera, tener herramientas para generarle conflictos a las patronales y al gobierno, y a ellos queríamos llegar”, agregó. “Se podría plantear si no éramos jóvenes suicidas, pero lo único que pretendíamos era cambiar la realidad del país y teníamos asesinos feroces en frente”; expresó Menoyo al final de su testimonio, agradeciendo el juicio en memoria de muchos compañeros desaparecidos. “Nunca nadie nos dio una orden que tuvimos que cumplir como si fuéramos soldaditos. Todo fue por una convicción política, con discusión y consenso entre nosotros, porque queríamos un país distinto”, concluyó.