Menos gritos y más palabras

Menos gritos y más palabras

Bajo el lema “El silencio” se llevó a cabo la 16° edición del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires en 16 espacios de la ciudad, para poner en valor la lectura y la palabra.

El Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (FILBA) es una organización privada sin fines de lucro, que se creó en 2009 con el fin de promover la literatura en todas sus formas y a diferentes tipos de lectores, a través de actividades libres y gratuitas. En un contexto de un fuerte desmantelamiento cultural por parte del Gobierno nacional, la 16° edición del FILBA —que tuvo como temática central el silencio— llegó para satisfacer la necesidad literaria de miles de aficionados, que llenaron cada uno de los 16 espacios de la ciudad donde se llevó a cabo el festival.

“Lejos de ser un llamado a silenciarnos de manera imperativa, de censurarnos o de autocensurarnos, es una búsqueda de aquel silencio que comunica y que permite también poder escucharnos”, expresó la directora del FILBA, Amalia Sanz, en el discurso inaugural de esta nueva edición. “Estamos en una época de mucho ruido, de gritos, de reproducciones de mentiras, de opiniones sobre todo, y ese ruido no deja escuchar lo importante y lo peligroso también”, agregó Sanz.

El penúltimo día del FILBA —que tuvo lugar desde el jueves 26 hasta el domingo 29 de septiembre— constó de múltiples actividades en diversos espacios culturales de la ciudad. “Vivir entre lenguas” se desarrolló el sábado 28 en la Microgalería del Centro Cultural 25 de Mayo; un espacio emplazado en una casa antigua del barrio de Villa Crespo, con paredes intervenidas y salas pequeñas desbordadas de expresiones artísticas en múltiples lenguajes.

Media hora antes del inicio de la primera actividad, el patio interno, con paredes descascaradas, intervenidas con graffitis y plantas que emergen de ellas, ya estaba repleto. En él, decenas de personas con bebidas en mano mantenían conversaciones en diversas lenguas —inglés, francés, italiano, portugués y claro, español— mientras aguardaban el comienzo de “Traducciones homofónicas”. Esta primera actividad tuvo lugar en la sala más próxima a la puerta de entrada, en la que, con una atmósfera íntima y cercana con el público, el autor haitiano, Makenzy Orcel, y el poeta esloveno, Aleš Šteger, leyeron textos propios en su idioma original. Las traducciones fueron llevadas a cabo por los poetas argentinos Ezequiel Alemian y Andi Nachón, aunque no se trató de traducciones literales, sino “homofónicas”, en las que los autores dieron su propia interpretación de los poemas utilizando palabras fonéticamente similares..
Fiel a su estilo, el espacio contaba con una pequeña barra en la que los asistentes podían comprar comida y bebidas entre actividad y actividad. En la pared que se encontraba justo detrás, se podían leer las iniciales “KDA”. “Significa ‘Kiosco De Artistas’ —contó Camila, la joven que atendía en la barra—, es un proyecto que nació en el año 2002  con la intención de agrupar a distintos artistas argentinos que no tenían un espacio para exponer y comercializar sus obras”.

La segunda actividad de la noche tuvo lugar en la sala más grande de la Microgalería. Al ingresar, todos los asistentes se sentaron en el suelo, sin que nadie se los pidiera. Tres mujeres esperaban al fondo de la sala, alumbradas por una luz cálida y tenue. Tras unos segundos esperando a que todos se ubicaran en sus lugares y guardaran silencio, la primera de las tres mujeres, Lucía Pietranera, se puso de pie. Sin emitir sonidos y a través de la lengua de señas, se dirigió al público para dar inicio a la performance. La siguieron la bailarina y profesora Tania Dick, y la escritora francesa Mónica Zwaig. Las tres, ahora paradas frente al público, comenzaron a leer anécdotas sobre cómo sus vidas se vieron atravesadas por la lengua.
“Tuve insomnios tratando de entender a Los Redondos o a Spinetta. Ahora esa época ya pasó. Ahora cuando no entiendo, no sufro más”, contó Zwaig, quien se mudó a Argentina en el 2007 y aprendió a hablar castellano asistiendo a los juicios de lesa humanidad. “Tengo que hacer un esfuerzo para que los taxistas no descubran mi acento y quieran dar vueltas más largas para cobrarme de más”, agregó la escritora, refiriéndose a los problemas que atraviesa diariamente al tener que hablar en una lengua distinta a su lengua de nacimiento. Luego de unos minutos y muchas emociones distintas por parte del público, la performance terminó y las escritoras fueron despedidas con aplausos fuertes, aplausos mudos y algunas lágrimas.

La última actividad de la noche —y una de las más esperadas— fue en la misma sala de la antigua casa. Nuevamente, el espacio quedó repleto de personas —y también se sumó un gato— que se sentaron en el piso a la espera de la “Lectura al unísono”, protagonizada por Kim Thúy, Verónica Jordan, Eugenia Zicavo, Ana Prieto y Luciana Barbieri. Fue la autora vietnamita Kim Thúy quien rompió el hielo y comenzó a narrar en francés su historia de vida y la influencia que la lengua tuvo en ella, cuando a los 10 años huyó junto a su familia de la guerra que transcurría en su país para finalmente instalarse en Quebec, Canadá. La siguieron las otras cuatro mujeres, quienes continuaron con la narración de la historia de Kim en distintos idiomas: español, inglés, italiano y portugués. Cada algunos minutos, la lectura se veía interrumpida por una campana y un breve silencio, que parecía separar la narración en capítulos. Cerca del final, las cinco mujeres leyeron el relato al unísono. El recital de voces que hablaban distintas lenguas, paradójicamente, dificultó la comprensión.  Luego, siguió un nuevo silencio. La lectura había terminado. El público, conmovido, despidió a las mujeres con una cálida y prolongada ovación.

 

 

El adolescente, la madre y la isla

El adolescente, la madre y la isla

«Martín García» se estrena esta semana en el Gaumont y cuenta la historia de un chico de 17 años que debe mudarse al Delta arrastrado por su madre que va detrás de un nuevo novio.

Este jueves en el Cine Gaumont (Av. Rivadavia 1635, CABA), con funciones  a las 12:45, 16:45 y 20.10 horas, estrenó Martín García, una película escrita y dirigida por Aníbal Garisto y que cuenta con las actuaciones de Thelma Fardín, Ignacio Quesada, Mora Recalde y Rafael Ferro. La historia trata sobre un adolescente llamado Germán (interpretado por Quesada) que debe abandonar Capital Federal para mudarse con su madre (Recalde). Esta mujer desea dejarlo todo para acompañar a su nuevo novio, cuyo papel lo lleva adelante Ferro.

Germán ya cuenta con 18 años y se encuentra en una edad complicada, donde no tiene claras sus metas, pero refleja su pasión por el dibujo. Esa misma actividad realiza Nacho Quesada en su vida real y  le ayudó a la hora de confeccionar su personaje: “Algunos de los dibujos que se ven en la escena, están hechos por mí. Muchos otros, son del equipo de arte de la película. Yo pedí si podía dibujar en la peli, porque me encanta, desde chiquito, y dije ‘es mi oportunidad’”, indicó. Por otra parte, interpreta a un personaje muy callado, que se encuentra en la transición de joven a adulto, una situación que se encuentra cercana en el tiempo para Quesada.

“Hay algo del mundo interno de la adolescencia que siempre se descubre ahí un poco, se toma cierta conciencia madura de lo que pasa. Está conviviendo con todos estos sentimientos, en una isla. Un lugar nuevo, donde no conoce a nadie y es lo opuesto a lo que vivió toda la vida. Para mí, eso era muy cercano, porque viví en Capital Federal toda mi vida y de repente, estaba conviviendo en una isla durante un mes. Esta experiencia me acompañó en un momento movidito de la vida, en una isla filmando una película. Teniendo esos paisajes y momentos para distraerse y caminar por algunos rinconcitos de la isla, fue hermoso”, señaló.

Recalde, en su papel de madre de Germán, es quien lo impulsa  a cambiar de vida por amor y que lleva a su hijo a experimentar una nueva aventura en su existencia. ANCCOM dialogó con la actriz, que explicó cómo fue meterse en ese personaje tan particular. “La construcción del personaje la pensamos a través de una mujer que fue madre tan joven y su hijo ya crece, entonces vive una segunda adolescencia en donde dice: ‘Sí, me enamoré y me voy allá, actuando torpemente como una adolescente’. Como esta mujer se tuvo que hacer cargo de tanto, esta experiencia y desafío lo toma como un nuevo impulso hacia su juventud perdida. Como su hijo comienza a tener su espacio y libertad, ella comienza a volver donde quedó”, afirmó Recalde.

La película también plantea cómo es la vida de muchas madres solteras que han dejado sueños, ilusiones y metas, con el único deseo de ver felices a sus hijos. Además, se vislumbra el sentimiento de culpa que la invade por enamorarse de un hombre y llevar a Germán a este cambio de vida tan abrupto, donde Internet no funciona bien y no hay gente de la edad del chico. Sin embargo, se puede ver esa lucha interna de una madre que hace hasta lo imposible por tratar de que su hijo disfrute cada día.

“Para interpretar el personaje, yo pensaba mucho en el ancla que es su hijo, como se trata de una madre que es tan joven, indudablemente, crea su identidad alrededor de un hijo. Una cosa es tener un hijo a los 40 y otra muy diferente es tenerlo a los 18. Además, se trata de una madre soltera y siempre presente, que tiene una simbiosis con él. Lo armaba mucho desde ese lugar, por eso mi conexión con el personaje de Nacho era fundamental”, aclaró Recalde.

Martín García refleja cómo es vivir en una isla, la majestuosidad del sonido de los pájaros y las distintas especies de animales e insectos que habitan en el lugar. Garisto, el director y creador de esta pieza cinematográfica, relató cómo fue el armado de este proyecto: “Me basé en una historia real, de que hubo un adolescente en la isla Martín García y mi primera pregunta fue, ¿qué hace un adolescente solo en un lugar donde solo viven 100 habitantes y no hay ninguno de su edad? Ese fue el disparador para escribir una historia con Vanina Sierra y dirigirla fue un desafío hermoso.”

Hubo contratiempos en la filmación, al ser una locación tan particular. “Vivimos tormentas, una de las veces que yo fui en la lancha hubo olas de 3 metros, casi nos caemos al agua. Nos empapamos y uno de los últimos problemas fue en una de las escenas finales de la película, donde a Thelma Fardín le picó una abeja y fuimos corriendo a la salita, por suerte estaba la medicación; ya que es alérgica. Todo lo que nos podía pasar, nos pasó y lo que sucede es que no es un lugar a donde uno va al hospital. Ese fue el momento de mayor tensión”, explicó.

En muchas escenas se puede ver a diferentes habitantes de la isla y Recalde explicó cómo fue el trato con ellos. “Fue muy bueno, ellos tuvieron una recepción impecable con nosotros y eso que éramos un montón. Nos hacían tortas, nos recibían rebien, el director de la isla Diego Simonetta (nota de la r: director de Gestión Integral de islas del Delta e Isla Martín García) nos ayudó con todo, les divertía venir a filmar, les divertía poder ayudarnos, todos muy amables. Filmamos en el restorán donde comíamos, en el Comedor Solís de José, que en la película interpreta al señor de la huerta”, contó.

Por otro lado, la película demuestra que todavía es posible hacer cine en Argentina, la importancia de que se cuenten historias que se viven, como es el paso de la adolescencia a la adultez y de la necesidad de un Estado presente. “Martín García se hizo con el apoyo del Estado, se realizó con el Fondo Nacional de las Artes, con el Instituto Nacional del Cine, con el Fondo Metropolitano, se hizo con el Instituto Provincial y con Mecenazgo. Todos los fondos que  podía ganar Martín García los ganó. Creo que es fundamental el apoyo del Estado para hacer películas y contar nuestras historias. No es que viene una plataforma a contarnos, somos nosotros mismos los que contamos nuestras historias y eso habla de una soberanía cultural, es importante que no se desprestigie el cine y el arte como está sucediendo ahora. Por eso es central presentar y distribuir una película, en este momento: más que un acto de resistencia, es un acto de amor”, señaló Garisto.

“Un espejo siniestro de aquella época que se refleja en la actual”

“Un espejo siniestro de aquella época que se refleja en la actual”

Una textil recuperada, Overlock, que recrea el clima e historia de otra, Brukman, manejada por sus trabajadores desde la debacle de 2001: de eso trata esta obra de teatro independiente dirigida por Verónica Schneck, una pieza conmovedora, entretenida y altamente política.

La obra Overlock, escrita y dirigida por Verónica Schneck, cuenta la historia de la fábrica de textiles Brukman, una empresa abandonada por sus dueños y recuperada por sus trabajadores en plena crisis del 2001, en el barrio porteño de Balvanera. Al caer la noche, siete actrices y dos actores interpretan al plantel que decidió quedarse en la fábrica; nueve voces que intentarán mantener funcionando las máquinas bajo la inminente amenaza de desalojo, siempre con el retumbar de la ausencia del patrón.

“Me parecía muy interesante la situación de que el dueño se haya ido —dice la directora en diálogo con ANCCOM—. El lugar del poder quedaba como un espacio vacío, y seguía repercutiendo. Entonces se me apareció la idea de un fantasma, y a eso lo asociaba al capitalismo: al fantasma del capitalismo”.

Ese fantasma estará presente en el medio de todas las conversaciones, mientras los personajes discuten, se exasperan, hablan el uno por encima del otro mientras alguien gesticula por detrás, evocando ese caos tan propio de una asamblea o de una jornada de trabajo, en un escenario salpicado de trajes, gajos de telas, maniquíes y máquinas textiles. “Me gusta lo coral, porque me gusta trabajar en términos de ritmo —sigue Verónica, que después concluirá—: Que sea como un caos ordenado. Y para que ese caos fluya, tiene que haber mucho orden”.

Schneck, con un bebé en brazos, cuenta cómo ese caos se fue ordenando en la obra: era un proyecto de doce personas como trabajo final para su graduación en la UNA; a ese primer elenco, del que hoy quedan tres integrantes, se sumaron seis actores y actrices con quienes ella quería trabajar. Lo que faltaba no era talento, sino dinero. “Todo lo que ves en el escenario lo conseguimos: tías, tíos, familiares, todas las máquinas fueron donadas; las mesas son de la UNA; los retazos de telas fuimos a conseguirlos al Once”, dice la directora, que se nota frustrada por la situación actual: “El teatro independiente siempre es difícil —comenta—. Estoy todo el tiempo así: si es momento de ensayar o es momento de hacer función, si no es mucho el reme que hay que hacer en un momento tan difícil, donde hay que estar buscando gente que pague una entrada en tiempos donde no se llega a fin de mes. Bueno, eso de que la plata no alcanza lo dice la obra también, y ahora es lo que nos sucede: la plata no alcanza”.

El 2001, en Textiles Brukman, la plata tampoco alcanzaba. Las trabajadoras decidieron quedarse porque no podían pagar ni el colectivo; el dueño, Jacobo Brukman, les había tirado las llaves sin pagarles los sueldos, a ver qué podían hacer. Lo que hicieron fue tomar la fábrica, ponerla en marcha y resistir los intentos de desalojo con Myriam Bregman como abogada, con el apoyo de otras fábricas recuperadas cortando la calle, mientras por fuera se sucedían los presidentes, cerraban los bancos, gaseaban y apaleaban a obreros, jubilados y estudiantes. Una historia que, dice Schneck, remite mucho a este presente: “Es un poco un espejo, un espejo siniestro, de aquella época que se refleja en la actual”.

Pero Overlock es de todo menos lóbrega. Un momento tan simple como compartir una pizza se siente como un faro de calidez humana; un súbito corte de luz hace saltar al elenco y a la audiencia. Después, los discursos proféticos, llenos de épica: ‘¡Es mejor sin patrón!’, ‘¡La lucha hilvana un mundo mejor, compañeros!’, ‘¡Estatización ya!’… Es una obra directa, altamente política, pero sobre todo atrapante, conmovedora y entretenida.

Los personajes tienen voces únicas, son personas de carne: Eva, la secretaria, peleando contra el fantasma de su amante y patrón; Marcelo, el renegado, con su cinismo y sus solos de guitarra; una obrera inmigrante rusa contrasta el humor con la nostalgia soviética; Jazmín, la empleada nueva, con su cuello ortopédico; Rita, embarazada, de palabra más fuerte y decidida; y así con los nueve, todos en juego, repartidos en focos sobre el escenario, mezclados en diálogos que trasuntan cotidianidad, mundanos en el mejor sentido de la palabra. Cada uno con su jerga, su momento y su tarea: los actores parecen estar pasándolo bien. 

“Yo no creo que esté bueno en una obra independiente que alguien actúe muy poco —dice la directora—. Todos tienen que tener su volumen, su brillo. La obra tiene que enamorarlos, porque no hay dinero, entonces tiene que ser por otra cosa.”

¿Y cuál sería esa otra cosa?

El amor —su bebé llora—. Nada más. Nada más y todo eso.

Overlock será presentada en el teatro Becket (Guardia Vieja 3556) por otras siete funciones, todos los viernes a las 22:30. Las entradas están disponibles en Alternativa Teatral. 

“La fotografía digital puede dejar a la humanidad sin memoria gráfica”

“La fotografía digital puede dejar a la humanidad sin memoria gráfica”

El historiador Abel Alexander cuenta por qué el 21 de septiembre se celebra en la Argentina el Día del Fotógrafo. De la daguerrotipo a la imagen digital.

Este 21 de septiembre se conmemora el Día del Fotógrafo y la Fotografía en Argentina y otros países del continente en conmemoración de la llegada del primer daguerrotipo a América Latina. La técnica creada por Louis Daguerre en Francia en 1839 obtiene una imagen en positivo a partir de una placa de cobre recubierta de yoduro de plata. Esta conmemoración coincide con otras celebraciones importantes como el Día de la Paz, el de la Primavera y el del Estudiante.

A casi 200 años del invento de esta técnica, ¿qué lugar tiene la fotografía en nuestras vidas? ¿Por qué siempre que nos juntamos con amigos nos sacamos una foto? “La fotografía representa el deseo inconsciente de querer ser recordado”, comenta Abel Alexander en su hogar de San Miguel durante una entrevista con ANCCOM. El lugar se encuentra lleno de cámaras y fotografías antiguas como si se tratase de su propio museo personal.

Alexander es historiador fotográfico e integra una primera generación de aficionados de la que trabajó para dar valor a esta disciplina y divulgar la importancia de la preservación fotográfica por su patrimonio cultural.

¿Por qué es importante esta fecha para la historia de la fotografía en Argentina?

En realidad, internacionalmente se celebra el Día de la Fotografía el 19 de agosto, porque ese día de 1843 se da a conocer en París el invento del daguerrotipo, que es producto del trabajo conjunto de Niepce y Daguerre. Pero debido a un conflicto político entre Argentina y Francia, el daguerrotipo llegaría al país cuatro años después, dado que la escuadra francesa había bloqueado los puertos de Buenos Aires y del interior. Por eso acá se celebra el Día del Fotógrafo argentino en septiembre, pero no es una fecha vinculada a la historia, al día universal del invento de la fotografía.

 

¿Cómo se dio finalmente la llegada de la fotografía a la region?

La llegada del daguerrotipo a América del Sur se dio de manera rocambolesca: fue una especie de aventura extraordinaria del siglo XIX. Lo que sucedió fue que, en Francia y en América había familias muy adineradas que tenían hijos, “que eran la piel de Judas”, y los echaban de todos los institutos donde estudiaban. Todos tenían el mismo problema en común, los hijos eran terribles y no se adaptaban a las reglas escolares de su época. Entonces decidieron comprar una nave a la armada francesa, y modificarla para que sea una escuela flotante. Contrataron a los mejores profesores de Francia y de Bélgica y decidieron dar la vuelta al mundo durante dos años junto a los jóvenes. Para tener la bendición celestial se contrató a un joven sacerdote llamado Luis Comte que, antes de zarpar, decidió tomar clases con el mismísimo Daguerre que enseñaba a utilizar los equipos. El sacerdote entonces compró un daguerrotipo con el objetivo de documentar el viaje. La nave atravesó algunas islas del Atlántico que pertenecían a España y Portugal, luego tocó Salvador de Bahía, Río de Janeiro y en enero de 1840 llegó finalmente a Montevideo, una ciudad fuertemente francesa, donde vivían muchos exiliados del gobierno de Rosas. Uno de ellos era Florencio Varela, periodista que tenía un diario en Montevideo. Él sería testigo presencial de las tomas que hace Comte de la ciudad y del puerto de Montevideo. Viaja a París y compra una cámara, convirtiéndose en el primer fotógrafo argentino.

 

Una vez que se levanta el bloqueo, ¿cómo se da la llegada del daguerrotipo a Argentina?

El invento del daguerrotipo arriba a Buenos Aires a mediados de 1843 de la mano del norteamericano John Elliot, primer retratista de la clase alta porteña. Lo siguieron otros colegas como John Bennet, Henry North y los hermanos Helsby. De esta manera, tras cuatro años de atraso por el bloqueo francés, finalmente nace la fotografía argentina.

Por lo que contás, el daguerrotipo se convirtió en un fenómeno mundial rápidamente, ¿pero era accesible a todo el mundo?

Bueno, el daguerrotipo era un proceso caro, solo accesible a las clases más pudientes económicamente, es decir, la aristocracia porteña. Si bien la llegada del daguerrotipo posibilitó el acceso a un retrato a una mayor cantidad de personas, ya que era más barato que una obra pictórica, seguía siendo imposible de costear para la mayoría de las personas, con lo cual toda esa etapa de la fotografía “daguerreana” mostraba un solo aspecto de la sociedad: no hay fotografías de indios y es muy inusual encontrar personas negras en las fotografías de aquella época.

La masificación recién llegaría con el negativo positivo, técnica patentada por William Fox Talbot, en la cual, por primera vez, de un negativo se pueden conseguir múltiples copias. Aunque la técnica fue patentada en 1941, no se popularizaría hasta varios años más tarde, debido a la fuerte insistencia de Talbot en proteger su patente con tasas altísimas.

Una vez que se vence la patente de Talbot, surgen de manera masiva los estudios fotográficos donde, por una cantidad muy inferior a un solo daguerrotipo, los clientes se puedan llevar una docena de retratos.

 

Yendo a tu carrera como historiador fotográfico, formás parte de una primera generación de “fotógrafo-aficionados” ¿Cómo comenzó tu afición por la fotografía?

Mi primer contacto con la fotografía fue en el día de mi casamiento. Antes, las bodas se hacían en las casas de las familias, por lo que ese día, un vecino de la casa de mi padre me preguntó sobre la luna de miel. “¿Lleva cámara fotográfica?”, me dice. Le respondí que no, algo descolocado. “¿Cómo no va a llevar cámara fotográfica?”, me dice el hombre, sorprendido. Entonces va a su casa y me trae su cámara para que la use durante la luna de miel. A su vez, me dio las instrucciones para utilizarla pero yo no estaba en capacidad de aprender nada esa noche. Entonces, cuando volví de luna de miel, llevé los rollos al fotógrafo que reveló las fotos y me convenció de que yo era un gran fotógrafo. Tras quedarme sin trabajo al poco tiempo, empecé a dedicarme a la fotografía social. De eso trabajé algunos años hasta que me surgió un trabajo mejor pago y abandoné la fotografía.

 

Tu tatarabuelo fue una especie de pionero de la fotografía en Europa: ¿influyó esto en tu elección de carrera?

Yo me enteré de esto luego de haber abandonado la fotografía social, cuando la novia de mi hermano me enseñó una revista con una nota sobre la historia de la fotografía que mencionaba a un fotógrafo llamado Adolfo Alexander. Entonces, le pregunto a mi papá y me confirma que ese hombre era mi tatarabuelo. Yo no lo podía creer, tantos años dedicándome a la fotografía y justo ahora me vengo enterar que tengo un antepasado fotógrafo. Por si fuera poco, mi padre me dice que aún conserva cosas de mi tatarabuelo en el chalet. Con mis hermanos fuimos y encontramos esos cuadros, esa cámara, esos objetivos. [Alexander apunta hacia las paredes de la  habitación].

Entonces, decidí volver a la fotografía, pero no para ejercer como fotógrafo, sino como investigador de algo que yo no sabía nada, cuando aún no existía la computación y teniendo que viajar a Buenos Aires constantemente sin tener auto. Así comenzó mi carrera. Con los años, un grupo de amigos y yo, fundamos una nueva corriente historiográfica, que cambió la percepción de la gente sobre la fotografía. Hace 40 años no se estudiaba la fotografía ni su historia, entonces ser descendiente de un fotógrafo era lo mismo que ser descendiente de un carpintero: era una profesión más. Yo a mi papá lo tildé de ignorante durante varios años por no darle la importancia que merecía al hecho de tener un antepasado pionero en fotografía, pero estaba equivocado, simplemente era la percepción que se tenía en esa época del fotógrafo y la fotografía.

Como historiador fotográfico, ¿qué es lo que mirás de una fotografía?

Hay muchos abordajes: la calidad técnica, la antigüedad, el tema, la belleza, las dedicatorias. Pero quizá el afán mío de rescatar la fotografía proviene de mi historia personal, ya que mi tatarabuelo tuvo siete hijos y los cinco hijos varones se convirtieron en fotógrafos. Y nunca recuperé el archivo negativo de ninguno de ellos. Entonces, el haber perdido el archivo de mis antepasados me ha llevado compulsivamente a tratar de rescatar todos los archivos.

 

¿Qué impacto tuvo la digitalización en la práctica fotográfica y los archivos fotográficos?

Yo creo que la fotografía digital va a dejar a la humanidad sin memoria gráfica, porque estas fotos que estamos tomando con cámara digital, yo no sé si de acá a 100 años se van a recuperar, yo creo que no. Los fabricantes son muy mentirosos, todos prometen eternidad, pero pocos lo cumplen.

Pero, a la vez, la fotografía digital fue una gran bendición para la fotografía antigua, porque de pronto nos encontramos con una herramienta que no teníamos para reproducir esas imágenes de manera instantánea y con muy buena calidad. Ahora con esta facilidad y con una conciencia mucho más grande de la importancia de la fotografía histórica, la gente se interesa en reproducir sus archivos de familia.

 

¿Por qué la fotografía está tan presente en nuestras vidas?

Siempre el hombre quiso vencer la muerte a través de eternizar su imagen. Y cuando surge la fotografía con esa precisión extraordinaria, el hombre encontró el camino para eternizarse de la manera más perfecta. Las pinturas y las esculturas son abordajes, podría decirse, inexactos. un pintor no te va a reproducir exactamente cómo sos, el objetivo en la cámara sí. ¿Por qué nos sacamos una foto? No lo sabemos pero inconscientemente nos sacamos una foto porque no queremos morir. Queremos que nuestros nietos vean esa foto y digan “Este era mi abuelo, esta era mi abuela”. Es un deseo inconsciente: queremos ser recordados.

 

Teatro y territorio

Teatro y territorio

El grupo teatral Los Payasos del Matute presentan la obra infantil 24 toneladas que aborda la quema de libros durante la última dictadura. También presenta, para adultos, Tercer cordón del conurbano. Ambas se sitúan en el Gran Buenos Buenos Aires, donde el colectivo también gestiona un comedor y una biblioteca.

Los payasos del Matute invitan a toda la comunidad al teatro Becket durante el mes de septiembre. Para el público infantil presentan 24 toneladas los domingos a las 17 y para los adultos, Tercer cordón del conurbano, una tragedia marrón los sábados a las 21. Atención: jubilados gratis.

Paula Sánchez, la directora de ambas obras, comentó a ANCCOM: “Para nosotros son como un proyecto único. Uno para adultos y otro para infancias, pero es parte de la misma búsqueda. Ambas obras reivindican algo de nuestro territorio, de la identidad. Con lenguajes y temáticas distintas”. Estas obras con música en vivo, utilizan el humor y el arte como herramientas ingeniosas para abordar la tragedia.

24 toneladas

Esta obra se basa en la quema de libros del depósito del Centro Editor de América Latina. Ocurrió en Avellaneda durante la última dictadura cívico militar. “Nos parecía audaz hablar de esta temática tan terrible y hacerlo para las infancias”, afirma Sánchez.

El título hace referencia a la cantidad de toneladas de libros destinados a la hoguera y que significó la quema de libros más grande de América Latina. Los llevaron a un depósito donde los clasificaron y los guardaron por dos años. Finalmente, en 1980, los llevaron a un terreno baldío de Sarandí. Los militares obligaron a los trabajadores del Centro a presenciar la quema y además los hicieron fotografiarla para constatar que ellos no se iban a robar ningún libro. “También los obligaron a juntar dinero para comprar nafta”, cuenta Sánchez. La obra ironiza aún más esta escena absurda sin perder veracidad.

“Además de la investigación que hicimos, dimos con Amanda Toubes, que era una de las trabajadoras del Centro Editor y testigo de la quema. Ella siempre nos expresó su admiración por el rigor histórico que mostramos”, cuenta la directora. Aunque muchos libros llegaron a prenderse fuego, algunos lograron salvarse por la misma humedad y porque por la noche, cuando los guardias se distraían o se iban, entraban los vecinos a rescatarlos.

Durante la obra, que utiliza recursos del teatro y del circo, los niños intervienen espontáneamente: soplan para apagar el fuego, ayudan a los actores a salvar los libros, comentan y se ríen, son espectadores activos. “Cuando se hace teatro para niños y niñas, hay una tendencia a hacer teatro medio naïf, o hay temáticas que parecería que no se pueden abordar porque son niños. Nosotros creemos que esto no tiene por qué ser así”, afirma Sanchez.

“La obra también tiene que ver con volver a conectar con la importancia del libro: muchas personas lucharon por defender esos libros”, sostiene la directora y subraya que es clave presentar la obra en este momento “La cultura está amenazada –agrega- y si no defendemos los libros, el arte, el teatro, la música, estamos muy complicados”.

Tercer cordón del conurbano

La otra obra que presenta el grupo es una adaptación de Bodas de Sangre de Federico García Lorca, ambientada en el conurbano bonaerense durante la crisis del 2001. “Habla de lo que nos pasa a nosotros, los pobres, odiando a otros pobres”, afirma la directora. Mientras la tragedia sucede, en los barrios del conurbano la gente trata de vivir, enamorarse, cuidar a sus hijos y escapar por amor.

“En un momento donde los discursos de odio están tan en boga, incluso legitimando al violencia directamente desde el Estado, más sentimos que Tercer Cordón es una obra que tiene que estar”, afirma Sanchez con convicción. Agrega que “es una tragedia, que lo que muestra es que esos discursos terminan en tragedia. Que no hay chance de que podamos zafar de eso si algo no cambia en el medio”

Los Payasos del Matute

El grupo teatral empezó formalmente con 24 toneladas, que se estrenó a fines de 2021 logrando gran repercusión. Después hicieron Tercer cordón. Antes habían realizaron algunas obras más pequeñas. La mayoría de ellos se conoció siendo profesores en la escuela de Circo de Avellaneda.

Los Payasos del Matute hacen teatro de territorio, “24 toneladas habla de algo que pasó en Avellaneda y Tercer Cordón habla del conurbano. Hay algo de la realidad de ese conurbano profundo que plantea la obra y nosotros estamos ahí, vivimos el cotidiano en ese conurbano profundo”, explica Sánchez.

Cuentan con un centro cultural llamado “Matute kultural”, donde sostienen un comedor, una biblioteca y dan talleres de teatro, dibujo y música gratuitos. “Es un espacio que cumple un rol muy social en el barrio. Van a comer allí cien personas por día”, cuenta Sánchez. El comedor comenzó en la pandemia, del deseo de hacer algo por los demás en el momento que estaban viviendo. El comedor sigue hasta el día de hoy y cada vez tiene más gente. El espacio si bien es independiente, se sostiene por un acuerdo con el municipio de Avellaneda, que le paga a los profesores y también da subsidios. También se sostiene con la misma actividades y obras que realiza el grupo.

En 24 toneladas tienen un sistema de circulación: reciben libros y los dan en las obras. ”Somos una especie de biblioteca rodante. Es como un acto reparador. Tendríamos que pesar los libros que vamos dando, y que se cumpla la misión cuando cumplamos las 24 toneladas de libros”, reflexiona Sánchez. Quienes quieran colaborar donando libros que estén en buen estado, se pueden contactar por instagram.

Las entradas para ambas obras están disponibles en Alternativa teatral. Se pueden ver los fines de semana en el teatro Becket, ubicado en Guardia Vieja 3556.

“Sin apoyo del Estado no hubiera existido Hollywood”

“Sin apoyo del Estado no hubiera existido Hollywood”

El cine como fantasma que habla del presente, la importancia de la ficción y del documental para contar la historia de una comunidad, la necesidad de un cine nacional como parte de la construcción de nuestra identidad, son algunos de los aspectos que destacan en la prolífica obra de la ensayista y cineasta Florencia Eva González.

“El cine siempre forma, en términos de cómo relacionarse, pensar, mirar al otro, entablar una conversación. Uno tamiza hasta sus sentimientos en ese espejo que te devuelve el cine, es muy pregnante y potente”, afirma la investigadora, realizadora y docente Florencia Eva González.

Licenciada en Comunicación, Magister en Estéticas Latinoamericanas Contemporáneas, escritora, docente de la UBA y del Espacio Cultural de la Biblioteca del Congreso –donde dicta cursos de historia del cine argentino y programa ciclos y festivales–, González cruza en sus reflexiones el cine, el arte y la filosofía.

Autora de Desajustes. Sobre arte y política en Argentina, Cine y Muro de Berlín, y Encovichadxs. Reflexiones sobre la crisis viral, González recibe a ANCCOM en su espacio de trabajo, se sienta y apoya en la mesa blanca su libro Fantasmal: inventario crítico del cine argentino de 1897 a la actualidad, una obra que no tuvo la oportunidad de presentar formalmente porque la pandemia suspendió el mundo y su estreno. En una hora y media tiene que bajar al auditorio del espacio Cultural de la Biblioteca del Congreso para dar inicio a una proyección.

González planta la bandera de no pasar tanto cine yanqui, primero porque prefiere la variedad y segundo porque prefiere un cine donde uno pueda ver algo de sí. Hay algo de la forma en catalogar a nuestro cine que no le gusta: “Cuando se dividen los géneros aparece: suspenso, ciencia ficción y cine argentino. Y no está bien, es ridículo, porque el cine argentino tiene todos esos elementos y es vastísimo”.

¿Por qué Fantasmal?

Tiene que ver con un método de análisis que tomé del historiador de arte Didi Huberman, que toma la tradición de la filosofía del arte francesa y a los alemanes Aby Warburg y Walter Benjamin. Huberman abre la historia del arte hacia otras disciplinas y toca el cine como una teoría de la imagen, y lo que hace es ver cómo se puede rastrear la historia a partir de una imagen y habla de la imagen en movimiento, es decir del cine. Por un lado, está la idea de que la historia es traer un pasado al presente y que ese pasado habla del presente. Por otro, hay muchos pasados para traer, la historia no es una sola, tiene paredes que se atraviesan. El fantasma atraviesa esas paredes, está contándonos sobre el tiempo, porque no vive ni muere, está ahí y en algún momento surge. Ahora bien, el cine es un lugar fantasmal porque suspende la conciencia y existe a la vez. La otra idea que Didi Huberman toma de Warburg es que en nuestra vida vamos sumando imágenes en algún lugar que no las recordamos todo el tiempo, pero están como un fantasma. Hay algo de las formas del pasado que se van repitiendo en el presente y en el futuro, algo de las imágenes que vuelven, de lo reprimido que vuelve. Y es muy aplicable al cine, sobre todo por una teoría de la imagen.

¿Serían como imágenes residuales?

Hay un residuo que queda, estamos habitados por millones de imágenes todo el tiempo, sobre todo virtuales, y en algún momento sabemos que eso lo vimos. A veces miro un fotograma o haciendo zapping de una película te das cuenta que la viste, uno tiene un reservorio fantasmal en su cabeza. Y en el cine se hace eso, tiene un nivel inconsciente donde se repite sin saber bien de dónde lo sacaste para repetirlo. Entonces, “fantasmal” me parecía que, aún en su respiración psicoanalítica, iba bien para hablar del cine y de la historia de la imagen y del cine argentino, que también sucede empíricamente, porque cuando te acordás de esa imagen, recordás una película, los actores, el momento en que la fuiste a ver, con quién, dónde. Hay un marco que se va armando y que forma parte de tu vida, y dialoga con tu historia y que te va formando. El cine nos devuelve muchas de esas construcciones, y eso también es fantasmal, porque no se aloja en un lugar fijo.

¿Cómo fue el proyecto?

Fue un proyecto ambicioso. Nació leyendo La Imagen-movimiento, y La Imagen- tiempo de Deleuze, él hace una teoría en la que habla de del cine europeo para dar ejemplos, sobre todo el francés que es el cine que él conoce. Entonces traté de trasladar alguna de esas categorías a nuestro cine, como una forma de volver a hablarnos también y de valorizar el cine argentino, y después encontré a Didi Huberman, que me pareció más pertinente. La intención era hablar del cine argentino tamizado por una teoría, y para dar clases ponía los ejemplos europeos, los que daba él, y está bien, pero dije “hay que rastrear en lo nuestro”. Luego, sobre una hipótesis general, que sí puede cruzar cualquier cosa para mí es Foucault en el sentido en el que cada obra habla de su tiempo, y dije: “¿Cómo trazar una historia del cine, atravesada por lo político, por lo simbólico, por lo social?”. Así nació.

¿Cuánto tardaste en hacerlo?

De escritura dos o tres años, ya tenía cosas pensadas, pero además ir viendo las películas, y algunas –eso también tiene que ver con nuestra historia–, no están para ver en ningún lado, y entonces me tuve que acordar, y otras las volví a ver, pero no es fácil ver cine argentino.

¿Por qué?

Porque no está accesible, hay muchas joyas que no se pueden ver, y no es fácil ver si no tienen una calidad aceptable. Hay canales como Volver que tiene un gran acervo del cine argentino, y se ven bien cuando las ves en televisión, pero para hacer una proyección más importante, no es suficiente. Por ejemplo, Torre Nilsson está en YouTube, pero no se escucha, y es un eslabón fundamental. Otro ejemplo es Rodolfo Kuhn, uno de los mejores directores de los 60, que hizo Los jóvenes viejos y Los inconstantes, que no se ve nada. Además de todo lo que se ha perdido y quemado. Fueron algo nuestro y no están.

¿Por qué decís que el cine es un arte de Estado?

Es una frase de Lenin que se puede comprobar en todos los cines del mundo: sin apoyo del Estado no hubiera existido Hollywood. Pero en un principio es el Estado el que promueve, porque es la imagen de una Nación para el mundo, es un embajador de alto rango para todo un sistema económico y un muestrario de idiosincrasia increíble. Desde los actores, los lugares, la subjetividad que se va creando. Está mostrando una imagen del país y ese país tiene que ver con un Estado, o sea que motoriza un montón de instituciones, entonces es lógico que sea el Estado el que promueva ese cine, y fue así en todas las industrias del mundo en general. No hay un producto tan complejo como el cine que incluya tantas disciplinas, personas, saberes y tecnología que conlleva articular un montón de actividades. Sin el Estado no hubiese existido el cine, más allá de que alguien me puede decir que las primeras experiencias cinematográficas son privadas, pero para convertirlo en la maquinaria que se convirtió, hubo un Estado presente, y en Argentina con más razón.

¿Cómo es eso?

Porque las productoras no logran desarrollarse, salvo algunas, a tal punto que puedan hacer películas competitivas en el mundo, si no es el Estado el que está apuntalando ahí. También el caso de los documentales. El documental argentino es fundamental en su historia, tiene varios momentos, uno en los 60 y también en el 2001, donde el documental, urgente, político, que tenía que ver con todo lo que estaba pasando acá, venían de todos lados a filmar y esos documentales dieron vuelta al mundo. El documental es muy importante y no tiene un público asegurado como puede tener una película de Ricardo Darín, necesitás apuntalarlo y capaz que no va mucha gente a verlo, pero es necesario que exista, no puede guiarse solamente para que sea visto por un montón de personas, hay voces que tienen que ser escuchadas, y el documental es un ejemplo de eso, muchas veces por lo que cuenta, otras veces por cómo está contado, es un lugar de experimentación fantástico.

En tu libro sostenés que en los comienzos del cine argentino la ficción contribuyó al relato nacionalista y el documental encarnó el discurso positivista, ¿cómo funciona eso?

Los comienzos del cine argentino son más que promisorios, ni bien están los primeros cortos ya la Argentina tiene una cámara en esta tierra y comienza a ser un lugar muy dinámico, muy ávido de hacer imágenes y eso después promueve hacer películas de ficción y documental. Si bien algunas son experiencias individuales, hay un clima de época que tiene que ver con una clase dominante; esas experiencias cinematográficas están reflejando una posición de la clase dominante, la oligarquía argentina terrateniente, que tiene una posición muy clara que es verse culturalmente en Francia y económicamente en Inglaterra. Entonces, la ficción desarrolla un cierto nacionalismo que también tiene que construir, porque tiene que construir lazos de pertenencia dentro de las ficciones, como por ejemplo la película Revolución de Mayo, o El Fusilamiento de Dorrego, es decir los hechos fundacionales de la Argentina los cuentan como ficción para acentuar una historia en común, que tengan que ver con una nación. En cambio, los documentales son fuertemente positivistas, se muestra a la clase dominante como quiere ser vista: elegante, paseando por el Rosedal con sus próceres, como Bartolomé Mitre, con sus galeras bien vestidos, y hacen que no saludan a cámara, o el Desfile del Centenario como una aristocracia formada, ilustrada, afrancesada.

¿Y en qué fuimos precursores?

El cine argentino es precursor en la industria de la imagen erótica pornográfica. Hay investigaciones que apunto en el libro, que indican que la primera película erótica llamada El Sartorio, que viene del sátiro, es un corto pornográfico que tiene todos los elementos que va a tener el cine erótico o pornográfico durante 30 o 40 años. Otra investigación que me sorprendió fue cuando había tenido que hacer un documental sobre inmigrantes que habían dejado una huella, y surgió la figura del italiano Quirino Cristiani, que hizo una película animada muda y la primera película animada sonora antes que Walt Disney. Paradójicamente las dos películas tratan sobre Hipólito Yrigoyen, en una es bueno, El Apóstol, y en la otra es malo y corrupto, Peludópolis, que es un nombre extraordinario.

¿Qué quedó de eso?

Nada. Todo se quemó. El que rescató algo fue el nieto, que hizo reconstrucciones de los muñecos que se usaban, porque su forma de animación eran muñecos articulados con arandelas. De Cristiani quedó El Mono Relojero.

¿Fue un quiebre la Guerra de Malvinas para el cine?

Sí, claro. En los documentales y en la ficción. En el 84 se filmaron dos ficciones importantes. Está Los chicos de la guerra, a meses de haberse terminado la guerra que es una gran película. Tristísima, pero una gran película. Está filmada en Pergamino, en la provincia de Buenos Aires con el frío de nuestra llanura para hacer de Malvinas. La otra es la de Jorge Denti, Malvinas: historia de traiciones, que se filma en Londres. Esas dos películas hacen un quiebre porque hablan de nuestra historia reciente en un momento casi presente. Sobre todo, Los chicos de la guerra, porque son tres historias como si fuesen tres clases sociales y los tres vuelven destruidos. Fue un tema tabú las Malvinas, no se podía hablar y el cine habló de lo que estaba pasando. Todavía no había llegado la democracia, hubo un interregno entre que terminó la guerra hasta que asume Alfonsín, en que se empezaron a filmar historias de vuelta del exilio, como Los días de junio, donde Norman Briski, que fue un exiliado, hace de un exiliado que vuelve en ese tramo.

¿Tenemos que encontrar nuevas formas de hablarnos?

Estamos en un momento en el que no sabemos dónde estamos parados, entonces el cine por qué estaría en un lugar. Si tuvieras que contar una historia, ahora contaríamos que falta la plata, no sé cómo le daríamos vuelo, ya habrá ese momento. Pareciera que es ficción todas las cosas que se escuchan, las conferencias de prensa y demás. Y el vértigo lo sienten, estoy segura, aun los que comparten lo que está pasando. Es muy difícil crear en esa situación, pasar por arriba de una situación de tanta incertidumbre, hija de la incertidumbre mayor que fue la pandemia.

¿Por qué hay que celebrar al cine argentino?

Tiene una voz propia, la tienen algunos directores que trazan un estilo propio, como Favio, Solanas, Frenkel y muchos más, pero después atraviesa todos los géneros, con buenas y mejores, como todo cine, pero son formas novedosas de vernos de nuevo, entonces el cine tiene que estar ahí presente. La cinematografía es un arte dinámico, vivaz, es muy interpelante, con lo cual tu subjetividad se va entrelazando con lo que te propone la pantalla grande. Es indudable que hay una forma de decir, una forma de pensar que el cine interpreta claramente y luego vemos a nuestros actores con nuestros gestos, nuestras historias, nuestros lugares, nuestra vergüenza, lo no dicho. El cine ha trabajado mucho lo que no se podía decir y tiene que seguir existiendo para seguir pinchando en esos lugares que tienen que ver con una interpelación directa a nuestro ser, pero no por argentino, sino porque es lo que conocemos como latinoamericanos, como una forma de sentir este lugar en el mundo. Es como decir, existimos, ¡viva nosotros! Así que, por eso, ¡viva el cine argentino!