Teatro pasado por agua

Teatro pasado por agua

En pleno corazón de Palermo, una obra de teatro convierte una pileta de natación en una experiencia inmersiva y sensorial. Sin apelar a golpes bajos, Subacuática reflexiona sobre la capacidad humana para superar adversidades y encontrar un camino a la superficie.

Maldonado en un escenario para narrar una historia profunda y de resiliencia. La trama sigue a Pablo, un padre primerizo que enviudó el mismo día en que nació su hija, Lola. Tras un duelo prolongado -tres años y seis meses dedicados por completo a la crianza-, encuentra por fin una media hora para sí mismo en el agua mientras su hija nada en otro andarivel.

La obra es una adaptación de la primera novela para adultos de Melina Pogorelsky, publicada en 2018. Hasta ese momento, la autora había explorado únicamente la literatura infantil y juvenil, con títulos como Nada de mascotas y Una ciudad mentirosa. Con Subacuática, toma otro rumbo y se sumerge en una historia atravesada por la pérdida, la paternidad y los mandatos sociales. “Conocía la pluma de Melina pero no este texto, y cuando compré la novela me la leí de un tirón, no pude soltarla”, recuerda Fernanda Ribeiz, directora de la obra teatral, en diálogo con ANCCOM.

Aunque su recorrido profesional está ligado al ámbito audiovisual, desde el principio -y sin poder explicarlo del todo-, Ribeiz imaginó la historia en clave teatral. Para materializar esa visión convocó a Luciano Cáceres, con quién la unía no sólo una amistad de años, sino también el deseo de trabajar juntos. “Me pareció que era una buena oportunidad para unir energías y puntos de vista distintos”, cuenta.

A esta dupla creativa, que fusiona una mirada narrativa visual con la experiencia teatral, se sumó la propia Pogorelsky, quien tuvo un rol activo en el proceso de adaptación. Por la carga personal que posee la historia, decidió involucrarse profundamente en la dramaturgia, mientras que el diseño general de la puesta en escena quedó a cargo del equipo de dirección. “Cuando se elige una obra para adaptar es importante involucrar a quien la escribió y respetar mucho su mirada y lo que tiene para decir”, sostiene Ribeiz.

Lo que diferencia a esta propuesta de otras dentro del circuito teatral es su naturaleza inmersiva. Al desarrollarse en un espacio poco convencional, los sentidos se potencian y se activan de formas inusuales. Para llegar al espacio de la función, el público primero atraviesa los vestuarios. Sin darse cuenta, forma una fila -como los días de colonia en la infancia- y espera con ansiedad ver la pileta, aunque sepa que no tendrá contacto directo con ella. Mientras la fila avanza, se escucha al encargado exclamar: “Todos con revisión médica en mano”, un guiño que despierta risas cómplices y anticipa una experiencia fuera de lo común.

Las butacas son simples sillas de plástico y el escenario, una pileta de varios metros. A los costados, salvavidas redondos y planchas de goma eva cuadradas completan la escenografía. En pocos minutos, el olor a cloro se vuelve parte del ambiente y comienzan a oírse sonidos que remiten a videos de relajación y que ayudan a entrar en sintonía con el ritmo de la obra. Durante los siguientes cincuenta y cinco minutos, el bullicio de los bares de Palermo queda atrás y el público se sumerge en una historia que lo interpela desde el inicio.

Joaquín Berthold, Juana Viale, Anahí Gadda y Maricel Santín encarnan los personajes principales de este mundo subacuático. La puesta se apoya también en las proyecciones e ilustraciones de Rocio Casal, la música y las voces en off a cargo de Norman Mac Loughlin y el diseño de Luces de Ricardo Sica. El resultado es una propuesta visual y sonora que construye un universo realista, en un escenario donde conviven historias que transcurren tanto dentro como fuera del agua. “Las imágenes aportan un equilibrio necesario a un texto tan poderoso y cargado de dolor”, asegura la directora.

Antes de pensar en las proyecciones surgió una pregunta clave: ¿cómo ubicar a los personajes en este mundo subacuático, si el agua no es sólo un recurso estético sino un personaje en sí mismo? Es allí donde Pablo, el personaje de Berthold, parece habitar su dolor suspendido, y donde encuentra también, un momento de cercanía con Mariela, su esposa. El equipo imaginó múltiples formas de escenificar ese estado: desde arneses que lo mantuvieran suspendido en el aire, cintas de correr que simularan el avance de la brazada, o incluso piletas más pequeñas que se llenaran sobre el escenario. Pero ninguna opción lograba lo que buscaban, hasta que, en una reunión, Cáceres propuso usar una pileta real que conocía y que podía ser útil para la representación.

Los ensayos empezaron fuera del agua, en una sala tradicional. Recién más adelante, cuando el club accedió a prestar su pileta, el equipo se trasladó allí. Al tratarse de un espacio compartido con otras actividades, las prácticas siempre fueron nocturnas, cuando terminaban las clases de natación. Anahí Gadda, quien se pone en la piel de Mariela y nunca había trabajado en un entorno acuático, recuerda que las primeras pruebas implicaron un gran esfuerzo físico y emocional para el elenco. “El agua es una de las cosas más locas e interesantes que tiene el proyecto, porque trae consigo el mandarse y ensuciarse, un gran desafío para quienes tenemos aspiración al arte”, dice.

Brazada a brazada, la obra despliega no solo una historia íntima, sino también una reflexión sobre la paternidad, la culpa, la resiliencia y el modo en que el duelo se acomoda en la rutina. “El teatro me parece convocante, es un momento que provoca cosas en los sentidos y en el cuerpo, que son distintas a las que se perciben en otras situaciones artísticas”, asegura Gadda. El agua, con su fuerza, envuelve a los personajes y los obliga a flotar, hundirse o simplemente dejarse llevar. Es el espacio donde nacen vínculos, pero también el lugar para recordar a quienes ya no están físicamente y acompañan desde otro plano. “Subacuática es una invitación a estremecerse con distintos recursos que hacen a lo teatral y a pensar cuáles son los elementos que nos conectan en las historias”, concluye.

Subacuática se puede ver los domingos a las 18 y 19:30h en el Club Estrella de Maldonado (El Salvador 5470, CABA). Las entradas se pueden adquirir por la página web de ticketek.

“La película termina cuando empiezan las preguntas”

“La película termina cuando empiezan las preguntas”

Valentina Bassi protagonizó, junto a su hijo Lisandro Rosell, “Presente continuo” una mezcla de ficción-documental donde la actuación se confunde con la realidad. Dirigida y filmada por su exmarido Ulises Rosell, la película muestra cómo es el cotidiano de una madre con su hijo de 17 años que tiene autismo.

Desde una narrativa sencilla pero cautivante, Presente continuo entremezcla tensiones sociales, figuras maternas, soledades compartidas e interacciones únicas. Sin buscarlo, ganó en el BAFICI el premio otorgado por el voto del público, y se convirtió en un punto de apoyo y representación para familias que tienen niños y adolescentes con discapacidad.

“Muchas mamás con hijos con discapacidad me escriben que sienten alivio al verla; creo que se ven espejadas. Para eso sirve el arte, como espejo. Y personas que no tienen ni idea de lo que es el autismo se meten en un mundo que no conocían. Estoy segura de que si mañana se cruzan en el colectivo con alguien con autismo, no les va a ser tan ajeno, y ahí sirve para una integración. Esta peli es una ventanita a un mundo que no se conoce”, declara con una sonrisa Valentina Bass, protagonista de la película junto con su hijo Lisandro Rosell.

En un contexto de crisis política y económica, donde servicios y prestaciones por discapacidad están en riesgo y el gobierno de La Libertad Avanza ya anunció que vetaría la Ley de Emergencia en Discapacidad, en el caso de ser aprobada, esta película viene a plasmar el otro lado de la moneda, una historia de tantas que se ven perjudicadas cuando la salud y el acompañamiento público decae.

“La idea de un país medio desmoronándose y nosotros yendo de un lugar a otro con un chico diferente… teníamos ganas de que esté. Ulises filma el cotidiano, y en el cotidiano estaba eso. Encima filmamos el año pasado. Ahora está muchísimo peor, la emergencia en discapacidad está colapsando como nunca pasó”.

Para Bassi, una actriz con amplia trayectoria en cine, teatro y televisión, el estreno de Presente continuo fue el que más nervios le hizo pasar. Es una producción que expone su intimidad y la de su hijo, lo cual no da lugar a una mirada objetiva. La incertidumbre sobre las reacciones del público era total. Tampoco sabía si Lisandro disfrutaría de verse a sí mismo en pantalla.

“A Lisandro no le gusta el cine, intentamos llevarlo y nunca se quedó más de cinco minutos. Pero en la primera función en el BAFICI, en primera fila, ni pestañeó. Yo ni vi la película, me la pasé mirándolo a él: en silencio ahí sentado se reía, hacía las mismas cosas que en la película. Ahora vamos siempre a verla”.

El título Presente continuo refleja el ritmo con el que la película fue producida: al de Lisandro, siguiendo sus pasos, expresiones y modos. “Lisan vive en presente, y yo lo miro y digo qué envidia, porque nosotros estamos muy preocupados por el futuro, la escuela, los desafíos… Él no, él está muy cómodo con quien es. Cuando estoy y me conecto con él, es aquí y ahora, entrás a su universo, despojado del lenguaje. Es un presente purísimo y me gusta aprender de eso”, cuenta Bassi.

La actriz explica que, para no romper con la intimidad que pretendía mostrarse, el equipo de rodaje se resumió en una sola persona. El mismísimo director del filme y padre de Lisandro fue el encargado de fotografía, sonido e iluminación. “Ulises se maneja como pez en el agua de la adversidad, siempre está filmando cosas complicadas”.

Además de otorgar una obra poética, que se deja disfrutar, este biodrama invita a conocer cómo se maneja una familia diferente a la convencional, donde, por inercia, la sociedad la arrastra hacia cierto aislamiento y soledad. “Lisan es re sociable, muchas veces nos invitan a eventos, yo no recibo rechazo del entorno, y digo ‘pero la puta, si yo estoy soñando con un mundo inclusivo tendría que ir’. Pero digo ‘uh… un shopping, el ruido, el desamparo’, porque no hay paredes cercanas. Y termino sin ir, eso no está bueno”, dice la actriz.

En la película, Lisandro queda al cuidado de distintas personas, siempre designadas por la madre, que aparece como su cuidadora principal, pendiente y amorosa con su hijo en cada oportunidad. Ya cerca del cierre, Bassi muestra al fin cierto cansancio, una frustración por no poder hablar con Lisandro de la misma forma que lo hace con otros.

“Yo más que nadie sé que Lisandro se comunica. Soy actriz, y lo digo: el lenguaje hablado no es el único medio de comunicación, hay miles. Lisandro tiene un lenguaje necesario, inmediato, de decir: dame esto, tengo hambre. Pero trabajamos mucho para que tenga lenguaje expresivo, y no sucedió, entonces hay una frustración… A veces sueño que habla, que tenemos una charla, una charla con un hijo adolescente. Y, cuando me despierto, me angustio porque no puedo creer que era un sueño. Hay una angustia, eso está en algún lado. Y me gustó haberlo dicho en escena”.

“La película termina cuando empiezan las preguntas. Trata de una madre que va, va, va, hasta que en un momento arrancan las preguntas sobre el pasado, llega la tormenta, el viento, y se terminó. Yo me quedé con ganas de respuestas o de más preguntas, pero sólo viento y se terminó. Me parece que es un hermosísimo final”.

Los libros liberan

Los libros liberan

En dos años de vida, la Fundación As, presidida por la periodista Ana Sicilia, recorrió 60 contextos de encierro en todo el país y entregó 13.000 libros a personas privadas de su libertad.

La Fundación AS busca promover la lectura en contextos de encierro y en sectores vulnerados de la Argentina. Si bien la institución cumplió dos años, Ana Sicilia –su presidenta- comenzó con el proyecto Libros en los Pabellones en octubre del año 2017. Desde ese entonces, recorrió 60 espacios de reclusion en todo el país y entregó más de 13.000 libros a personas privadas de su libertad.

 

La semilla de un proyecto

 En el año 2008, cuando Sicilia cursaba Teorías de la Comunicación en la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Quilmes, su profesor Alejandro Kaufman sembró una semilla que años después dio frutos.

“Estábamos en clase y un estudiante mencionó el tema de ‘la ola de inseguridad’, era una cuestión de agenda en ese momento. Y Kaufman dijo: ‘A ver, tanto que hablamos de la inseguridad, vamos a hacer un ejercicio, ¿cuándo fue la última vez que les robaron? ¿Y cuántas veces les robaron en la vida?’. Éramos 25 estudiantes, al que le habían robado más recientemente había sido hace un mes y medio y había personas a las que nunca les habían robado. Con ese simple ejercicio desarmó el chip de todos. A mí me desarticuló un pensamiento y me dejó el espacio para pensar. Siempre estamos hablando del hecho delictivo ya consumado, de la punta del iceberg, pero no de cómo se construye”.

¿Cuándo fue la primera vez que ingresaste a una cárcel?

En el año 2017 me invitó Julián Maradeo, tallerista de escritura de la Unidad 9 de La Plata. Yo no lo conocía, todo surgió porque vio una nota que yo había escrito en un blog. Después de la primera vez, en El Ágora (ese nombre recibe el espacio cultural donde se dictan los talleres en la Unidad 9 de La Plata), los chicos me invitaron otra vez, fui tres veces de invitada y en el 2018 me dicen: “Anita, ¿por qué no te sumas y te quedas? Vení, aunque sea una vez por mes”. Y así fue que empecé a ir al taller con Julián Maradeo. Dos años después de dar las clases junto a Julián, él se fue del espacio y me dejó el lugar a mí. Y hoy lo seguimos sosteniendo, son dos horas los martes a la mañana.

Ahí te diste cuenta de la ausencia de libros.

Claro. Un día les dije: “Chicos, yo no voy a dar un taller de escritura y lectura si no tenemos libros”. Y me respondieron: “Pero la biblioteca de la cárcel está en la otra punta, es muy difícil ir a buscar los libros”. Bibliotecas hay en todas las cárceles. El tema es el acceso, poder llegar, que les den el pase y que haya un libro digno, que no sea un manual de estadística del año 1998. Entonces, les pregunté si me autorizaban a pedir por las redes algunos libros. Me dijeron que sí, así que empecé a pedir por Twitter. De esa manera se armó la primera biblioteca, lo subieron en el Facebook del Ágora que lo manejaba una de las coordinadoras de los talleres. Y la foto de esa biblioteca la vió un chico que estaba detenido en la Unidad 43 de González Catán, pero que había estado detenido en la Unidad 9 de La Plata y había sido parte del Ágora. Ahí siento que empezó a armarse todo. Él me invitó a llevar libros a su Unidad y me hizo la autorización. En ese momento los celulares no estaban premitidos -se autorizaron en la pandemia-. Entonces, si me llamaban y me contestaban desde otra cárcel era todo como muy de queruza. La conexión es muy piola con los pibes. A veces voy a una cárcel y aunque no me conozcan en ese pabellón saben que estoy ahí porque el referente de ese pabellón habló con el de otra cárcel. Además, durante los primeros pasos del proyecto, trabajaba como periodista en el prime time de la televisión y esa exposición en muchas ocasiones me permitió acceder más fácilmente a los pabellones porque las personas se enteraban del proyecto a través de ese medio. 

 

¿Cómo surgió la idea de armar la Fundación AS?

Finalizando el 2019 sentí que el proyecto había excedido mi persona. Después de la pandemia, en el año 2021, armé una videollamada con mis amigas de toda la vida y les propuse sumarse al proyecto de armar la fundación. Y así fue, la Fundación As ya cumplió dos años. Es una locura muy artesanal. Hoy formamos un equipo, somos ocho personas las que componemos el núcleo duro de la fundación y yo me siento acompañada porque tiramos todos para el mismo lado, firmes en el objetivo de promover la lectura.

En el librito que escribí, Libros tras las rejas, está narrada la antesala de lo que fue el armado de la fundación. El registro de los cinco primeros años caminando sola. Es como una especie de diario: yo salía del penal y me ponía a escribir a mano. No con la finalidad de escribir un libro, sino para sacar todo lo que me atravesaba.

 

¿Cómo se desarrollan los encuentros con las personas privadas de su libertad?

En casi todos los espacios siempre es una primera vez. El funcionamiento de los traslados en el ámbito carcelario es permanente y, a veces, llegando a fin de año, masivo. Es una lógica perversa que tiene el servicio penitenciario. Hay muchas cosas que deberían modificarse. Los traslados hacen que no puedas tener un grupo consolidado durante todo el año. Puede que tengas suerte, pero es muy difícil. Me pasa, por ejemplo, que en la Unidad 9 de La Plata hay una persona que está en el taller hace cinco años, pero nunca sabés si mañana se va. Entonces, es complicado. Pero a la vez, dentro de todo lo complejo, trato de buscarle la vuelta. A través de los pibes que fueron trasladados logré abarcar todo el territorio bonaerense, porque eran ellos quienes me autorizaban a ingresar a las unidades.

 

¿Qué dirías ante el discurso que niega a las cárceles como lugares de reinserción social?

A veces me preguntan: “De todos estos libros que llevaste, ¿alguien leyó algo? ¿Y alguien se salvó?”. Y yo respondo que con que uno solo haya leído es suficiente. Porque si de 13.000 libros fue leído uno solo, yo seguiré llevando libros hasta que lean todos. El año pasado me escribió un detenido de la Patagonia a través de Instagram y me dijo: “Hola, Anita, ¿cómo estás? Te conocí en una comisaría en Chubut, me diste un libro, y quería contarte hace un tiempo estoy en libertad, siempre tengo guardado el libro que me diste, me pusiste una dedicatoria para que no me lo roben adentro” (de la cárcel), porque sino la gorra se lo sacaba. Y dijo, “yo se lo había dado a mi mamá para que me lo cuide hasta que salga en libertad. Ahora empecé la psicóloga, estoy terminando el secundario y le presté a mi psicóloga el libro que me diste”. Le había dado el ejemplar en 2021, en una comisaría. Y ese pibe me dice: “Escuchame, cuando quieras que hagamos algo o lo que necesites para la fundación estoy”. Fue a raíz de esa psicosis que se había armado en la gente y que suelen reavivar en cada tramo electoral -la cuestión de la inseguridad-, que comencé a interesarme por lo que sucede dentro de las cárceles. Y hoy cada vez más, confirmo esta idea de que tenemos que mirar qué pasa ahí y tratar el problema estructuralmente.

 

Para contactarse con la Fundación As escribir a su cuenta de IG Fundación AS

 

Un festival que resiste

Un festival que resiste

Con proyecciones gratuitas y diversidad de voces, vuelve el Festival Internacional de Cine y Derechos Humanos, una herramienta para pensar el presente y transformar la realidad. Estrenos exclusivos y más de 50 películas para ver.

Identidad, la ópera prima de Florencia Santucho.

Bajo el lema “Abriendo fronteras”, comienza una nueva edición del Festival Internacional de Cine de Derechos Humanos (FICDH). El encuentro, que se llevará a cabo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires entre el 11 y el 18 de junio, vuelve a posicionarse como una plataforma para la exhibición de filmes con perspectiva crítica y compromiso social. “No sólo proyectamos películas, también proponemos actividades atravesadas por otras artes, el activismo y la academia”, sostiene Maximiliano Rottjer, productor ejecutivo del evento.

Organizado en secciones temáticas como Miradas de Género, Pueblos Originarios, Migrantes, Infancia y Juventud, Panorama y Salud, el festival incluye cortos, medios y largometrajes de ficción, documental y experimental. Las sedes elegidas para la 21° edición son el Centro Cultural San Martín, la Alianza Francesa de Buenos Aires, FADU-UBA (Ciudad Universitaria) y el Teatro Empire. Además de las proyecciones en salas tradicionales, habrá funciones especiales en espacios emblemáticos de la Ciudad como el Centro Cultural 25 de Mayo, el Cine Gaumont -en el marco de Cine Club Núcleo-, la Fundación Rosa Luxemburgo y el Museo de los Inmigrantes (MUNTREF).

Creado en 1997 por el Instituto Multimedia de Derechos Humanos (IMD), el proyecto cultural apuesta por un cine que funcione como un vehículo para la reflexión colectiva y la construcción de futuros posibles. En esta edición, el foco estará puesto en las fronteras materiales y simbólicas que nos atraviesan como humanidad, más allá de los límites geográficos. “Hoy el concepto de frontera no solo tiene que ver con la migración, también puede pensarse desde los cuerpos, el color de piel o el género”, afirma Rottjer.

Programación comprometida

La película elegida para inaugurar el festival es No Other Land, un retrato íntimo y poético sobre los desplazamientos forzados en Cisjordania. Codirigida por Basel Adra, Hamdan Ballal, Yuval Abraham y Rachel Szor, la obra fue distinguida como Mejor Documental en los últimos Premios Oscar y surgió de una coproducción entre Palestina y Noruega. “Tenerla en la apertura no es poca cosa: implica una gran negociación, el pago de derechos y, sobre todo, una decisión clara sobre qué tipo de cine creemos que hoy puede atraer al público a las salas”, señala Rottjer.

La programación, compuesta por 56 títulos, es el resultado de una curaduría rigurosa realizada por un equipo de más de 15 personas. El proceso de selección partió de más de mil postulaciones internacionales y dio como resultado una muestra representativa de 37 países, con obras que promueven la pluriculturalidad y el respeto por la diversidad. “El contenido que proponemos es muy enriquecedor porque permite conocer la visión que tienen del mundo en distintos lugares”, asegura el productor.

Una de las novedades que reafirma el compromiso del festival con la equidad de género y la diversidad en el cine, es que la mitad de las obras seleccionadas están dirigidas por mujeres. “Creemos que, para que las cosas cambien, tenemos que hacerlas nosotros y no esperar a los demás”, sostiene. Entre estas producciones se destacan Una casa, un documental de Agustina Moras que reconstruye el paso de cuatro mujeres en un centro clandestino de detención durante la última dictadura militar; y La Cárcova, de Ludmila López Pérez, una pieza que muestra cómo una biblioteca popular de José León Suárez se convierte en un pilar de identidad y cultura.

También sobresale el estreno del documental Identidad, la ópera prima de Florencia Santucho, que narra la historia de su hermano Daniel, quien fue apropiado y pudo reconstruir su historia gracias al trabajo incansable de las Abuelas de Plaza de Mayo. La pieza, que cuenta con la codirección del corresponsal de guerra Rodrigo Vázquez Salessi, no sólo explora la búsqueda del nieto 133 sino también el entramado de adopciones ilegales y el plan sistemático de desaparición de personas llevado adelante en Argentina entre 1976 y 1983. La proyección será el domingo 15 a las 20 en el Centro Cultural San Martín.

Una casa, un documental de Agustina Moras.

Actividades especiales

Con el objetivo de fomentar el intercambio y la reflexión colectiva, cada proyección contará con la participación de directores y referentes vinculados a las distintas temáticas. “Poder hablar con quien hizo la película es el otro lugar tan enriquecedor que ofrece este festival, eso no pasa en Cinépolis o en el cine comercial”, destaca el productor. Al igual que en ediciones anteriores, el FICDH contará con invitados internacionales. En colaboración con la Embajada de España y el Centro Cultural de España en Buenos Aires, participará la activista Lucía Hellín Nistal; mientras que, junto al Instituto Italiano de Cultura, estará presente la cineasta italiana Claudia Brignone.

El festival además ofrecerá una serie de actividades paralelas que promueven la reflexión sobre los desafíos del presente desde una perspectiva de construcción común. Entre las propuestas se destaca Activar la memoria, proyectar lo común, un conversatorio que tendrá lugar tras la proyección de Trans Memoria (Suecia, 2024) y Nada menos que la igualdad, un corto documental realizado por Fundación Huésped. La propuesta invita a reconstruir colectivamente los procesos de organización y metodologías sociales de transformación en torno a los derechos de las identidades trans y las diversidades sexuales. “Hace ya un tiempo que en Argentina se percibe como una necesidad urgente visibilizar cómo se está violentando a la diversidad, y en particular al colectivo trans”, señala.

El FICDH contará con tres Competencias Oficiales: Largometrajes Internacionales, Corto y Mediometrajes Internacionales, y Documentales Latinoamericanos. También, se hará entrega del Premio RAFMA «Edgardo ‘Pipo’ Bechara el Khoury» (Red Argentina de Festivales y Muestras Audiovisuales), y una mención elegida por el voto del público.

 Celebración colectiva

Sostener un festival de esta magnitud en el contexto actual no es fácil. Con la falta de convocatorias nacionales, dificultades en la financiación y aumentos de los costos, los organizadores se enfrentaron a un escenario complejo. “En esta edición la creatividad en la búsqueda de fondos fue clave, ya que tuvimos que buscar empresas que nos patrocinen, algo que en otro momento no era necesario”, explica Rottjer.

Sin embargo, una de las decisiones más firmes del equipo fue mantener la gratuidad de todas las funciones, con excepción de dos proyecciones en el Cine Empire, cuyas entradas tienen un valor simbólico de $3000 para poder apoyarlo tras haber estado cerrado por mucho tiempo. En ese esfuerzo por pagar para ver una película, los espectadores también contribuyen al sostenimiento de un teatro histórico del circuito alternativo. “Estar presentes en estos espacios es un acto político, de resistencia y de transformación”, asegura.

Durante ocho días, el público podrá acceder a una programación diversa que trasciende lo cinematográfico y se proyecta como una plataforma de diálogo, pensamiento crítico y acción colectiva. “Buscamos que el público vuelva a enamorarse de un cine que tiene otros lenguajes y un fuerte compromiso social”, concluye.

La programación completa del Festival Internacional de Cine de Derechos Humanos se puede ver en: www.ficdh.imd.org.ar

 

Del papel a la pantalla

Del papel a la pantalla

En la Biblioteca Nacional, cine y literatura se cruzan en una muestra que recupera guiones, afiches originales y cuadernos de dirección vinculados al séptimo arte. Una invitación a conocer la cultura desde una perspectiva lúdica y cercana.

“Pienso que la sala de un cinematógrafo es el lugar que yo elegiría para esperar el fin del mundo”. La frase de Adolfo Bioy Casares, que recibe a quienes ingresan a Escritos en celuloide, abre paso a un recorrido que revela el diálogo creativo entre escritores y cineastas en la historia argentina. La muestra, que puede visitarse con entrada libre y gratuita hasta el 3 de agosto en la Sala Leopoldo Marechal de la Biblioteca Nacional, recupera la historia del cine argentino a partir de sus cruces con la literatura mediante una cuidada selección de manuscritos, guiones, fotografías, objetos y documentos. “Es una propuesta que invita a repensar el cine y mueve una fibra emotiva”, asegura Fernanda Olivera, curadora de la exhibición, en diálogo con ANCCOM.

La idea nació tras una visita al Museo del Cine, cuando Olivera y su equipo buscaban afiches para una muestra sobre seres mitológicos. Allí surgió la pregunta por las adaptaciones literarias en la pantalla grande. “Notamos que desde las instituciones dedicadas al cine nunca fue muy explotado el tema de las transposiciones, así que pensamos que utilizar los textos de la Biblioteca Nacional era una buena forma de contar esa historia”, explica. A partir de esa idea inicial, abrieron nuevas líneas de exploración y comenzaron a relevar no sólo novelas sino también poemarios y antologías de cuentos.

La curaduría se apoyó en los estudios del crítico y periodista Claudio España, quien a lo largo de varios libros recopiló la historia del cine argentino desde 1930 hasta la actualidad. “Tomando como base su trabajo armamos una línea cronológica estructurada en grandes períodos, donde destacamos películas de las que teníamos material y aquellas que no podíamos dejar de lado por ser clásicos”, señala. A lo largo de los paneles, la exposición repasa algunas de las más de 300 adaptaciones cinematográficas. Muchas de las piezas provienen del acervo de la Biblioteca Nacional e incluyen primeras ediciones de novelas como Cicatrices de Juan José Saer o El salvaje de Horacio Quiroga.

Si bien el criterio cronológico guía el recorrido, también hay ejes temáticos. Se destacan autores frecuentemente adaptados, como Jorge Luis Borges –interpretado por diferentes actores a lo largo del tiempo– y Bernardo Kordon, cuya obra fue resignificada por cineastas contemporáneos. Para Olivera, este último caso es especialmente relevante ya que “es un autor gigante que no había sido tan leído y el cine lo puso en el lugar que merecía”. También se destacan duplas creativas fundamentales para el cine nacional como Beatriz Guido y Leopoldo Torre Nilsson, o Michelangelo Antonioni y Julio Cortázar.

Lo que revela el archivo

Además del fondo literario, la muestra se nutre de archivos fílmicos como los de Estudios San Miguel, Lumiton, Argentina Sono Film y Estudios Baires, que aportaron afiches y documentos ausentes en la hemeroteca. Pero su valor va más allá del contenido: también permite pensar el rol que tuvieron las salas de cine en la vida cotidiana. “Los representantes de los grandes estudios nos hablaron de lo que significaba que existiera una ciudad cinematográfica en un barrio o que se inaugurara un cine al estilo palacio, como los que se construían a mediados del siglo XX, donde alrededor del ritual del cine se formaba una identidad barrial y una comunidad”, relata.

Olivera también destaca la colaboración generosa de directores y actores, quienes cedieron materiales de sus archivos personales para reconstruir sobre todo el último tramo histórico de la exposición, que va desde 1990 hasta la actualidad. “Lo que más me sorprendió fue ver los guiones manuscritos, con dudas sobre el título o palabras tachadas y vueltas a escribir. Ese material me pareció maravilloso”, recuerda. Entre las piezas más singulares se encuentran los storyboards de Aballay, el hombre sin miedo (2010), préstamo de su director Fernando Spiner, y los guiones originales de El viento que arrasa (2023) de Paula Hernández.

La exposición también se detiene en el rol de los medios de comunicación en la difusión del cine. La primera crítica de la que se tiene registro data de 1894, cuando un cronista relató el funcionamiento del mutoscopio, un dispositivo cinematográfico patentado por Herman Casla que se proyectaba como evolución del kinetoscopio creado seis años antes por Thomas Edison. Ya en el cine contemporáneo se exhiben ejemplares de El Amante o Kilómetro 111, revistas especializadas que renovaron la crítica cinematográfica en la Argentina y acompañaron sus transformaciones en el modo de filmar.

Cruce de generaciones

Uno de los aspectos más valiosos es su propuesta lúdica y sensorial. Para ilustrar cómo se filmaban las primeras películas de animación –técnica en la que el cine argentino fue pionero– se exhibe un muñeco articulado de cartón que simula el cuadro por cuadro del stop motion. “Tratamos de incluir objetos que permitan al público tener contacto directo con esas materialidades”, cuenta Olivera.

Entre los más llamativos se encuentra un folioscopio mecánico artesanal creado por Inés Girola, que genera la ilusión de movimiento al hacer pasar rápidamente una secuencia de imágenes. Este objeto recupera el espíritu de los orígenes del cine y se convierte en una puerta de entrada para quienes se acercan por primera vez a este universo, dispuestos a descubrirlo mientras juegan. En esa experiencia se revela una de las claves de Escritos en celuloide: conectar distintas generaciones a través de un lenguaje común.

La muestra también permite seguir de cerca el proceso de transformación de una idea en película. Uno de los casos más reveladores es el de El Patrón: Radiografía de un crimen (2014), que partió de una noticia policial, fue adaptado en formato libro y, más tarde, convertido en film. En el panel dedicado a esta historia se exhibe una copia de la causa judicial, el guion subrayado e intervenido por el director Sebastián Schindel y un hilo rojo que conecta cada elemento, evocando la tensión narrativa propia del thriller. “Es importante que la gente pueda tocar y abrir esos materiales para ver todo el trabajo que hay detrás”, enfatiza la curadora.

Esta combinación de juego y archivo también funciona como un puente. “Está pensada para las nuevas generaciones, pero también para quienes somos más grandes y recordamos no sólo las películas, sino cómo era ese cine que ya no está”, agrega Olivera. A la par del repaso por las adaptaciones literarias, la muestra narra la expansión de las salas a lo largo de las décadas y su progresiva desaparición, un recorrido que invita a reflexionar sobre los modos en se consume hoy el cine.

Memoria y resistencia

En tiempos difíciles para la industria cinematográfica, la muestra ofrece un mensaje contundente: el cine argentino es también una historia de resistencia y creación colectiva. “Cada uno de esos períodos, aunque claramente diferenciados, pasó por momentos de devastación, persecución e intentos de silenciamiento, pero siempre zafó. Esta muestra también es una forma de decir: ‘Esto también lo vamos a superar’”, sostiene.

Más que una cronología, Escritos en celuloide funciona como una puerta de entrada a nuestra historia cultural desde los libros, las películas y los objetos que la preservan. “La Biblioteca Nacional conserva la memoria de nuestra nación, por eso esta muestra, como todas las que hacemos, es una invitación a que conozcan los archivos, que investiguen y la pasen bien”, concluye Olivera.

Escritos en celuloide se puede visitar hasta el 03 de agosto de lunes a viernes de 9 a 21h y sábados y domingos de 12 a 19h en la Sala Leopoldo Marechal de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno (Agüero 2502, CABA).

Memoria marica en escena

Memoria marica en escena

Saraos Uranistas es una obra de teatro musical de Juanse Rausch sobre las fiestas de travestis y maricas, basada en archivos de psiquiatría y notas periodísticas de principios del siglo XX en Buenos Aires. Con humor y fantasía la obra tensiona esos registros oficiales y recupera las voces silenciadas de las personas queer de aquella época.

En la sala, antes de empezar, una espectadora le pregunta a otra: “¿Qué significa Saraos Uranistas?”. Los médicos de la obra lo cuentan a su alumnado, el público: así llamaba el sistema médico y policial higienista a las fiestas de maricas y travestis del siglo XX en Argentina. Desde entonces, se comienza a delimitar en los registros qué es ser mujer y qué es ser hombre, qué es la normalidad en el deseo y en las relaciones. De esta manera, construía un régimen visual para los cuerpos, fija identidades y conductas “normales”, basados en las percepciones morales de los médicos y policías.

A partir de una investigación minuciosa y delicada del archivo de psiquiatría forense y notas periodísticas de inicios del siglo XX en Buenos Aires, el dramaturgo y director Juanse Rausch propone una intervención política y estética. Busca quebrar el registro de los oficiales, los normativos, que escriben la historia de las personas queer. Saraos Uranistas propone reescribir la memoria para la comunidad trans y marica recuperando esas voces y cuerpos silenciados en los archivos históricos por ser y desear diferente.
Acompañadas por un piano en vivo (interpretado y compuesto por Gabriel Illanes), Manon, Dolores, Aída, la Princesa de Borbón, la Bella Otero cantan sus historias y sus fantasías: las maricas que son y las que les gustaría ser. Infiltran sus anhelos en la rigidez del discurso médico policial y lo tensan. En este musical surreal, un mito urbano se hace realidad: una sirena florece de las aguas chocolatosas del Río de la Plata y acompaña a las mujeres y maricas a escribir su historia.

 

“El futuro está detrás”, dice uno de los personajes. La tensión del archivo histórico permite imaginar otros futuros posibles, a partir de una relectura poética y corporal del pasado. “Traer al presente la historia de estas maricas es una forma de reivindicar nuestra memoria colectiva y honrar la creatividad de quienes nos precedieron en el activismo y en el arte”, afirma Manuel Di Francesco, quien interpreta a Manón:
Las increíbles interpretaciones de Lucía Adúriz, Di Francesco, Emiliano Figueredo, Tomás Wicz y Manu Fanego (reemplazando a Maiamar Abrodos), oscilan entre el canto, el chiste y el baile. Cada uno se desdobla entre dos personajes: un médico forense que enseña a detectar “desviados” y una marica o travesti de los Saraos, con acentos y registros cambiantes, con una flexibilidad actoral alucinante.
En esta oportunidad, el teatro funcionano solo como escenario sino como espacio de resistencia y memoria. “El teatro ha sido siempre un refugio para las personas queer. Hoy seguimos fortaleciéndonos gracias a producciones que ponen en primer plano nuestra mirada sobre el mundo”, señala Di Francesco.

Aunque Saraos Uranistas transcurre en el siglo pasado, la violencia hacia las personas trans, travestis, maricas y lesbianas sigue siendo una realidad. Por eso, recuperar estas memorias no es solo mirar hacia atrás, sino construir futuro con lo que quedó fuera del archivo: los cuerpos, deseos, risas y dramas, para erradicar el odio que creó el discurso médico-policial años atrás.

Saraos Uranistas podrá verse a partir del martes 17 de junio en el Galpón de Guevara a las 21hs (ya están las entradas a la venta).