La censura avanza

La censura avanza

La muestra del 14 Encuentro Nacional de Fileteadores debió mudarse al Centro Cultural Ernesto Sabato porque el Palacio Libertad –la sede original- exigía que se retiraran cuatro obras que defendían la educación pública y cuestionaban el genocidio en Gaza. “Afectan la susceptibilidad del gobierno por su contenido político”, argumentaron las autoridades.

 

El gobierno nacional exigió que se retiraran cuatro obras que se iban a exponer en el 14° Encuentro Anual de Fileteadores, a realizarse en el Palacio de la Libertad para celebrar los 10 años de la declaratoria del filete como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. La medida fue rechazada por los artistas y disparó un debate sobre los límites de la intervención estatal en la cultura. Al final, y en tiempo récord, los trabajos desafiaron la censura y podrán verse en un nuevo espacio, el Centro Cultural Ernesto Sabato, en la localidad bonaerense de Santos Lugares, desde este sábado.

El argumento oficial esgrimido para retirar las obras fue que “afectan la susceptibilidad del gobierno” por su contenido político. Uno de los trabajos dice “la educación del pueblo no se vende, se defiende”, mientras que las otras tres hacen referencia al conflicto en Gaza.

Marcos Zanini, vicepresidente de la Asociación de Fileteadores, afirma que la muestra estaba montada hace varios días, y que horas antes de la inauguración, que iba a realizarse el miércoles, los convocaron desde el gobierno a una reunión para informarles que había cuatro obras objetadas.  Al no llegar a un acuerdo con las autoridades, los artistas decidieron retirar toda la muestra del Palacio de la Libertad ya que, en palabras de Zanini, “no podemos permitir una censura, somos todos fileteadores y nos sentimos en la misma situación”.

Para inaugurar la muestra en el Palacio Libertad, el Gobierno exigía retirar las obras que referían a Gaza.

La Asociación de Fileteadores emitió un comunicado que subraya este impedimento por parte del gobierno, expresando que “no hay libertad en el Palacio de la Libertad”. Ayelén Fagiani, curadora de la exposición, explica que defienden a la democracia y al “arte como comunicador y transformador social.”

En esta misma línea, Zanini afirma que el fileteado porteño es una expresión popular y que, por lo tanto, siempre tiene un mensaje claro y directo. “Es un arte pictórico, que nació en la calle y se pintaba en carros y lugares comunes”, afirma.

Además, recuerda que esta forma artística ya había sido censurada en la última dictadura militar por representar una expresión popular. Con el tiempo el fileteado se consolidó como símbolo cultural y fue reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO hace 10 años.

La decisión de la Asociación, aparte de  retirar la muestra del Palacio de la Libertad, fue exponerla en un lugar que defienda la democracia y la libertad de expresión, ya que “la expresión popular no acepta la censura”, dijeron.

Así, la exposición se desarrollará con la totalidad de sus obras en el Centro Cultural Ernesto Sábato, en Santos Lugares, provincia de Buenos Aires. Más de 150 fileteadores de todo el país y del exterior participan del encuentro y de la muestra, que se extenderá hasta el 30.

Los organizadores decidieron retirar todas las obras si no les permitían exhibir la totalidad de la muestra.

Desde las redes sociales de la asociación subieron un flyer indicando la nueva fecha que dice “Ante la censura: nos multiplicamos” y que “a la cultura la salva las organizaciones del pueblo”. Zanini cuenta que espera que esta situación siente un precedente de algo que está sucediendo en un gobierno democrático, y, específicamente, en un lugar llamado Palacio de la Libertad. En sus palabras, “es increíble que en el 2025 estemos viviendo una censura arte. Somos personas políticas y el arte sirve para decir, tocar, apuntar y no callarse”.

 

 

“La resistencia viene de la comunidad”

“La resistencia viene de la comunidad”

El sábado se presenta Sugar Island, en el festival de cine Antirracista y de Derechos Humanos. ANCCOM dialogó con la protagonista del film Yelidá Diaz.

Este sábado se proyectará en el Festival de Cine Antirracista y de DDHH, en el espacio cultural Plaza Defensa, la película “Sugar Island”, de la directora dominicana Johanné Gómez Terrero. La cinta se llevó tres prestigiosos premios en el 29º Festival de Cine de Lima PUCP, ganó el Premio del Jurado al Largometraje con Mejor Narrativa en el BlackStar Film Festival de Filadelfia, en el estado de Pennsylvania, Estados Unidos, entre muchos otros.

El film busca reivindicar y poner en debate temas como la fuerza laboral, la descolonización, la racialidad y la interseccionalidad, con sus diferentes niveles de exclusión y discriminación, que viven las mujeres negras.

“Sugar Island” es un largometraje de ficción cuyo personaje principal, Makenya, una joven dominico-haitiana de 16 años, atraviesa una embarazo no deseado, en un país donde el aborto está prohibido aún en la actualidad, y donde las oportunidades de trabajo son escasas. Por otro lado, se muestra también la transición hacia la mecanización del trabajo y la lucha de los cañeros de azúcar por sus derechos laborales.

Yelidá Díaz, la actriz que le da vida a Makenya, dialogó con ANCCOM sobre las significaciones que se ponen en juego en la película: “Yo defino el tipo de historias que aparecen en la peli como historias de resistencia, Quizás en algún otro momento de mi vida hubiese dicho unas historias de personas vulnerabilizadas que viven en condiciones que quizás no sean las adecuadas -hoy con otra perspectiva dice- la película está llena de resistencia, de un poderío que nos recuerda que la gente negra somos precisamente descendientes de reyes y reinas con mucho poder”. Este tipo de historia, dice Diaz, “quedaron ocultas, pero existen”.

La actriz se preparó para este rol desde un lugar muy personal, su familia forma parte de esta historia también, ya que su abuelo es descendiente de la gente de la caña, de los pueblos del este. “Entonces, me atraviesa profundamente, emocionalmente y familiarmente. Pero como actriz hay una acumulación sensorial e investigativa que realizó para acercarme al personaje”. El elenco visitó el batey -lugar donde se encuentran las viviendas y edificaciones de la explotación de caña de azúcar- y a través de esa experiencia pudieron sumergirse en la vida de los trabajadores.

El embarazo de Makenya tiene un rol central en el film, el personaje va evolucionando a medida que avanza su gestación, Yelindá lo describe: “En el caso de una adolescente embarazada, que es el caso de Makenya, cambia completamente el quién soy, me están adultificando, porque ya cuando me vengo con una barriga, ya no soy una niña, ya tengo unas responsabilidades que la sociedad me pone a mí. Yo creo que por más de que ella se sienta triste o amenazada, por la presión social o que la juzguen, yo siento que es más una cuestión de que ella misma, como una persona que de repente tiene que analizar tantas cosas de su futuro y no sólo de ella, sino que viene otra persona más”.

El aborto está prohibido en República Dominicana, lo cual le suma otra capa de complejidad a la película: “Es otra perspectiva, porque tiene que reconocer las políticas públicas o estatales que ella -Makenya- quizá no conocía antes, el darte cuenta de dónde estás viviendo, quiénes mandan sobre mí, sobre mi cuerpo, quién dice que yo tengo que pasar por todo este proceso, sin ni siquiera ayuda psicológica, ni acompañamiento”, reflexiona Yelindá. El largometraje, además, busca criticar esa relación que cae sobre las mujeres en cuanto al castigo por el placer sexual.

La comunidad se configura como una red de contención elegida por la protagonista: “Hay un poderío en la resistencia comunitaria”, agrega la actriz protagónica. “Al final del día la comunidad es lo que resiste y es algo que yo siempre he pensado y que siempre trabajo en mis películas o en mis obras de teatro. Creo que la resistencia viene de la comunidad y siento que la gente del público quisiera que considerara la comunidad como un aval para seguir adelante, fuerte y luchar por lo que aún no tenemos y que en un futuro esto sea solamente un recuerdo, un amargo recuerdo del pasado que ya nos atraviesa como sociedad”.

“El fotoperiodismo siempre estuvo del lado de las resistencias”

“El fotoperiodismo siempre estuvo del lado de las resistencias”

El documental Yo y la que fui retrata la vida de la reconocida fotógrafa argentina Adriana Lestido. Constanza Niscovolos, directora del documental, decidió no poner el foco en su trayectoria y prestigio sino en su historia personal.

En poco más de una hora, Constanza Niscovolos narra la historia de Adriana Lestido. La película no tiene la forma de biografía cronológica, sino que es un compilado tanto de  momentos cotidianos de la fotógrafa como de grabaciones en las que ella misma cuenta sobre momentos centrales en su vida.

“Maestra, madre y amiga” es como Niscovolos describe en un primer momento a Lestido y es algo que se siente a lo largo de toda la película. Es que su vínculo data años atrás, cuando se conocieron en un taller de fotografía a cargo de la protagonista del documental. Preservar esta cercanía en las grabaciones del proyecto fue una decisión consciente de la directora, quien decidió trabajar con un equipo pequeño, principalmente con su coequiper, Elizabeth Wendling.

Al mismo tiempo, esta cercanía implicó desafíos para Niscovolos. Por un lado, “el proceso de edición y selección del material fue bastante complejo porque teníamos un montón”. Por el otro, “nuestro desafío fue que al tener esa cercanía con Adriana, lo que ella decía no quedara  en algo críptico”. Por eso, la presencia en el proyecto de Julia, hija de Niscovolos, permitió hacerle preguntas genuinas a su madrina, Adriana Lestido. Por ejemplo, cuando cuenta que en su primer día de trabajo en un diario le advirtieron que no trabajaban con fotoperiodistas mujeres. Cuenta que la mandaron a cubrir el “Lanusazo”, en noviembre de 1982, y que sus fotos de la manifestación vecinal le sirvieron para ganarse el respeto de aquellos hombres. Más aún cuando, al día siguiente, capturó la emblemática foto de la madre e hija de Plaza de Mayo en medio de una de las rondas de Madres de Plaza de Mayo que tuvo lugar en Avellaneda en respuesta a la represión y los detenidos del día anterior. La foto en blanco y negro muestra una niña en brazos de su madre: ambas tienen puesto un pañuelo blanco en la cabeza y gritan con el puño en alto.

El desafío de ser una fotoperiodista mujer en los ochenta parece mínimo comparado con otras situaciones por las que pasó Lestido. Es imposible no hablar de la desaparición de su marido, Guillermo Enrique Moralli, en 1978, durante la última dictadura cívico militar. Willy, como le llama ella, era estudiante de ingeniería y militante comunista. Fue secuestrado cuatro años después de su casamiento.

“La maternidad y la desaparición de Willy eran temas que tenían que estar en la película porque son troncales tanto de la vida de Lestido como también en su obra”, dice Nicolovos.

En el documental, Lestido cuenta que en 1995 se reencontró con un amigo que estuvo secuestrado al mismo tiempo que Willy, quien lo reconoció y le dijo que no dijera la dirección de ella. “No hay palabras. Que en esa situación me cuidara, habla de su infinito amor”, comenta la fotógrafa luego de explicar que a su amigo efectivamente le preguntaron por ella y hubiera dicho su dirección si no fuera por el pedido de Willy.

La ausencia de figuras masculinas en su obra es algo sobre lo que Lestido reflexiona en el largometraje: “En ninguna de las mujeres que fotografié hay un hombre presente, pero bueno, qué sé yo, mi historia”. Se refiere a sus series “Madres Adolescentes”, “Mujeres Presas” y “Madres e Hijas”; en las que trabajó entre 1988 y 1999.

Para Niscovolos, “la maternidad y la desaparición de Willy eran temas que tenían que estar porque son troncales tanto de la vida de Lestido como también en su obra”. Es que, casi al final del documental, frente a la pregunta de su ahijada Julia, la fotógrafa cuenta sobre su experiencia personal con la maternidad: “Creo que hay algo muy fuerte en no haber podido concebir sin tener ninguna limitación física y en haber quedado embarazada dos veces con Willy”.

Es llamativo que, estos temas que generan estupor y conmueven a cualquier espectador, no son abordados de una manera ceremoniosa o cargada de solemnidad. “Eso tiene que ver con la personalidad de Lestido y a mí tampoco me interesaba contarlo de manera solemne”, afirma la directora. Esa decisión narrativa tiene lugar en el intercalado de esos testimonios de la fotógrafa sobre momentos muy difíciles, con el relato de otros más distendidos y con grabaciones de situaciones efectivamente alegres como el armado de una carpa en la playa de Mar de las Pampas o un asado con sus amigos, Guillermo Saccomanno y Juan Forn.

“La verdad que a mí no me importa por qué voy a ser recordada. Me importa que las imágenes que hice existan», dice Lestido.

A Adriana Lestido no le interesa ocupar el rol de mártir. Eso se puede observar de manera muy temprana en el documental cuando dice: “La verdad que a mí no me importa por qué voy a ser recordada. Problema de los que me recuerden, si me recuerdan. Me importa que las imágenes que hice existan. No me importa que las haya hecho yo”.

La misma sensación transmite con la venta de su casa en la costa para viajar al Ártico, donde grabó su primera película, Errante, la conquista del hogar. Según Lestido, vender la casa implicaba el cierre de una etapa que tiene que ver con “llegar a cierto límite interno con la fotografía. Necesito ser aprendiz, salirme del lugar de la fotógrafa consagrada, no me sirve más ese lugar”, afirma desde su casa antes de ser vendida.

Lestido comenta que con la serie de fotografías “Hospital Infanto Juvenil” (1986-1988) se dio cuenta de que su camino no iba por el periodismo sino por desarrollar algo propio. Sin embargo, teniendo en cuenta las palabras de Niscovolos, hay algo de fotoperiodismo que está presente en esa obra que dialoga con la vida personal de la fotógrafa: “El fotoperiodismo, si bien tuvo momentos de mucho más reconocimiento, siempre estuvo del lado de las resistencias. Como una profesión un poco de combate, de crítica y de resistencia”.

Además de ser presentada en múltiples festivales nacionales e internacionales, Yo y la que fui se proyecta desde julio en el MALBA, con funciones confirmadas hasta el 27 de septiembre y tendrá una única función en el Gaumont este viernes 12 de septiembre a las 20:15.

Infancias en tiempos oscuros

Infancias en tiempos oscuros

La película de Lucas Brunetto viene a contar desde relatos, archivos sonoros y audiovisuales, la cotidianeidad de las infancias atravesadas por una sociedad sometida por el miedo y la represión.

Hay múltiples formas de abordar la complejidad de las infancias dentro de contextos históricos adversos. El director de cine, Lucas Brunetto, aporta a la producción nacional un proyecto documental que, desde lo íntimo y cotidiano, busca reconstruir memorias de las infancias durante la última dictadura cívico-militar.

Brunetto nació en Buenos Aires, es cineasta egresado del Instituto de Arte Cinematográfico de Avellaneda y sociólogo por la Universidad de Buenos Aires. En el 2004 fundó Cábala Films y desde el 2012 es miembro de la Red de Documentalistas Independientes (RDI). Fue director de producción de los largometrajes: El hemisferio nocturno de la tierra, Mujer perseverante y La orden del lunar, además, dirigió otros documentales como Cine, dioses y billetes. Su enfoque busca poner en valor los fragmentos de las infancias de otros niños que compartieron esa época. Aunque la película está narrada en primera persona, busca construir un puente hacia lo colectivo. Además, su formación como sociólogo lo vincula a una línea de investigación sociocultural.

El proyecto nace de la recolección de antiguos archivos de video en formato super 8, grabados entre las décadas de 1960 y 1980 y de testimonios de colegas de estudio. A partir de esas imágenes domésticas y relatos personales se entrelazan historias y anécdotas que, desde la subjetividad de cada recuerdo, entretejen y abren lugar a una memoria compartida entre quienes crecieron en un contexto político-social hostil, censurador y autoritario.

En el año 2006, Brunetto participó de una capacitación para el Ministerio de Educación en la provincia de Catamarca. “En esa oportunidad conversando con otros colegas nos dimos cuenta que éramos todos más o menos de la misma edad y que habíamos vivido la infancia en tiempos de dictadura, empezamos a compartir recuerdos de algunas vivencias de la infancia y a Sonia –una de las protagonistas de la película– se le ocurrió escribirlas e intercambiarlas por email”, relató Brunetto en diálogo con ANCCOM. Aquellos testimonios quedaron en pausa, hasta que, en el año 2016, el cineasta comienza a investigar y curiosear con materiales de registros amateurs domésticos. Al revisar cassettes, notó que aquel repertorio tenía dos particularidades: la centralidad de la pantalla estaba ocupada en su mayoría por niños y niñas, y que parte de esas películas se filmaron fundamentalmente entre las décadas del setenta y ochenta debido a su formato.

Los relatos de 2006 se conectaban con esas imágenes que mostraban la cotidianidad de las infancias en tiempos de dictadura. Trece años más tarde, en el año 2019, el proyecto fue declarado de interés cultural y, junto al fomento del INCAA la película comenzó su desarrollo. Sapos propone una mirada periférica sobre la dictadura que da lugar a nuevas puertas y debates: “Llegó la hora de que aparezcan otra mirada de la historia argentina, para a quienes nos tocó ser niños en esos años podamos contar aquella cotidianidad. La infancia clandestina ya fue muy bien contada, la de los militantes en los años setenta o las atrocidades cometidas por la dictadura también, esta es una propuesta que abre lugar a otro cruce posible”, reflexionó Brunetto.

“El hallazgo reside en poner en valor esa parte que tienen los relatos por la cual uno se conecta con pequeñas cosas que tuvieron lugar durante esas infancias y que fueron significativas para esas personas”, comentó el director. El exilio familiar, la desaparición de un vecino que ya no volvió a las reuniones, el hallazgo de un niño jugando con los libros prohibidos escondidos por los padres, son algunas de las historias que se desarrollan en el documental. Y que se acercan aquel horror que los niños no llegaban a percibir con absoluta conciencia, pero que sin embargo dejaron huellas en la memoria. Talía, una de las protagonistas, recuerda cómo en su niñez “caían sapos volando todos los días”. A ella le daban miedo. “Verde era el color del miedo”, relata.

La película ha tenido un recorrido internacional destacado, participando en varios festivales que valoran el cine documental con enfoque social y de memoria: el Festival de Viña en Chile, los festivales Documental Lyon y Biarritz Amérique Latine, en Francia, y pantallas como El Galpón de las Artes en Mar del Plata e Ítaca Teatro en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

 ¿Qué diálogo con la actualidad esperás que pueda generar Sapos?

Hay muchos aspectos a destacar o problematizar. Primero, se le puede entrar por un lado vinculado a temas que tienen que ver con la memoria. Porque la película, en alguna medida, habla de la memoria, de qué es un recuerdo y cómo funciona. Propone una mirada que no cierra, sino que problematiza y abre. Sin embargo, no creo que se hayan dado tantos debates al respecto, ya que es una película pequeña y los espacios donde estos debates ocurren siempre llegan un poco después, así que démosle tiempo. No obstante, me parece que tiene mucho para aportar sobre el pasado reciente y para discutir el tema de la memoria. Por otro lado, se le puede entrar por el lado de la temática infancia. Pensar cómo se configura aquello que tiene que ver con el mundo de los afectos y qué relaciones tiene con la vida social. Cuánto de lo que nos sucede en la infancia resulta impactado por las políticas de gobierno, todos de una u otra forma fuimos afectados por la dictadura. Y, por último, los silencios. Aquello de lo que no se puede hablar, lo que se calla por miedo. No siempre es una dictadura la que impone esos silencios; también hay situaciones sociales o colectivas que los generan. Hay que tirar de esa cuerdita para ver qué pasó ahí. Quizás dentro de 20 años los niños que vivieron la pandemia hagan su propia introspección. Por ahora, espero que la película se vea, que la gente se acerque con curiosidad y la vea en la sala. La película se proyectará este sábado 13 de septiembre a las 20 horas en las salas de Cine Gaumont.

 

¿Por qué solo hay una función prevista?

Por ahora es la única función porque en el Gaumont no me dieron más vueltas que una función. Lo cual es otro tema a debatir: la situación que está atravesando el cine argentino, la falta de fomento, la falta de financiación y la restructuración que dicen hacer en el instituto ha terminado generando muchos problemas, aquellas películas que estaban en proceso quedaron trabadas. Además, la exhibición de películas está medio monitoreada, si de pronto una película como esta puede resultar sensible desde el punto de vista político social en vez de darle una semana o dos le dan una función.

 

Malvinizar desde el escenario

Malvinizar desde el escenario

Con humor, ternura y memoria, Alguien contará esta historia, de Gina Cundari, recupera voces y cartas de excombatientes de Malvinas. La obra cruza ficción y realidad para rescatar lo colectivo y humanizar la experiencia de la guerra.

Alguien contará esta historia, escrita y dirigida por Gina Cundari, nace de relatos y cartas de excombatientes de la Guerra de Malvinas. En escena, un suboficial, su ayudante y dos soldados, en su humilde casita de madera, esperan órdenes, comida, mensajes de radioaficionados, bombas y cartas de las personas que aman.

En esta obra, la ternura y la risa aparecen como formas de resistir y recordar la guerra. El suboficial ayudante Barreiro —interpretado por Manuel Di Francesco— recibió una carta de su novia dejándolo y está en crisis: no come, no habla, no se levanta de la cama. Para devolverle la vida, sus compañeros le inventan una novia epistolar ficticia. En medio de la intemperie, un fogonero de luz ámbar calienta el centro de la escena. “Las cartas eran lo que nos hacía más felices”, comentó a ANCCOM el excombatiente Alejandro Martin. Una carta de amor como contradicción, como apuro, como espera, como querer volver.

El trabajo de Cundari, hija de un excombatiente, se apoyó en entrevistas con los veteranos. “Fue un archivo de primera mano, a partir de sus voces. Cada uno me mostraba uniformes, cartas, fotos y recuerdos que guardaron”, dice la directora.

La obra propone unas Malvinas vistas desde lo humano. Estos cuatro pichiciegos con la vista nublada, los oídos confundidos, las ganas de volver y los miedos se abrazan, se miran, se cuidan. El suboficial Saraza —interpretado por Martín Betella De Vitta— intenta sostenerlos: los escucha, les charla, los anima. “Nos van a recibir con aplausos, actos de honor, medallas. Esto no se va a olvidar, ¿saben por qué? Porque se recuerdan siempre los actos nobles”, repite el personaje. Una gota cae sin cesar contra una olla en medio del escenario.

La función terminó y entre los aplausos emergieron el verdadero suboficial Miguel Saraza —fuente del personaje— y tres excombatientes que compartieron sus memorias para construir el texto. Ficción y realidad se cruzaron y Saraza exclamó: “Esto que hemos visto hoy es Malvinizar. Si todo el mundo hace una lucha cultural como esta, las Malvinas van a ser argentinas hasta la eternidad”.

Saraza sostiene que la obra no habla del soldado como un ser victimizado “ni como un héroe de bronce, sino como un hombre que asume una actitud responsable. Ese compromiso con la Patria y con sus camaradas lo hace trascender aún más”. Para él, la lucha no es ni fue con armas, sino que es “cultura, interna y colectiva. Fue necesaria la unidad para no caer, ni dejar caer a ningún compañero en la tristeza y la depresión”.

Así, en la obra, el personaje de Saraza dice a sus soldados jóvenes y asustados Orfanotti y Palacios, interpretados por Tomi Capano y Lautaro Bakir: “Miedo no podemos tener nunca, soldados. Hay que hacer realidad las palabras del general Pueyrredón que decía: yo no quiero vida, sino la vida de mi patria y viviré por ella y moriré por darle vida”. Entre los apagones, repiquetea la gotera contra la chapa, suenan los llantos y sonidos de guerra, el tiempo de la obra se detiene, se congela.

Para la directora y dramaturga Gina Cundari, contar estas historias es urgente: “Hay algo de la memoria que está quedando solamente en los excombatientes y, si no se cuenta, muere con ellos. Me preocupa porque es lo que nos construye como pueblo, nuestra identidad. Si no lo conocemos por ellos, el día que no estén, será demasiado tarde”.

Alguien contará esta historia, que tuvo la asesoría de dirección del proyecto de Luciano Borges, también rescata lo colectivo frente al aislamiento. “En un tiempo donde el individualismo está tan presente, es importante saber que la salida solo puede ser colectiva”, dice Cundari. Y agrega sobre su decisión de llevar esta historia a escena: “Sentí la necesidad de compartir esta historia y rendirles homenaje. Hay algo muy complejo en su identidad: no terminan de reconocerse ni como víctimas ni como héroes. Con esta obra, intenta acercarse “a lo humano, porque creo que en esa dimensión se comprende lo que pasó y lo que sigue pasando en cada uno de ellos”.

Cundari y su obra recibieron el reconocimiento del dramaturgo y director Mauricio Kartun: “Hay en Buenos Aires una generación de dramaturgos muy jóvenes que le aseguran al oficio no solo la supervivencia sino la necesaria renovación estética. Conmueve ver a esa camada sub-30 que toma hoy este lenguaje de veinte siglos y juega con él, lo hace suyo, lo actualiza, lo revitaliza”. Al respecto, el excombatiente Martin comenta que están movilizados de que una joven que nació muchos años después les rinda homenaje a sus recuerdos con tanto cariño.

Mientras el gobierno mileísta presenta una política de desmalvinización y se discuten proyectos que ponen en peligro la soberanía en la Antártida y Atlántico Sur, Alguien contará esta historia hace visible y refogonea lo que el silencio y la nieve quieren esconder.

Alguien contará esta historia se puede ver los domingos de septiembre a las 17 en el Centro Cultural (Pedro Morán 2147, CABA). Entradas en este link.

La noche en que el rock argentino dejó de ser under

La noche en que el rock argentino dejó de ser under

Hace 50 años, se despedía Sui Generis en lo que fue un antes y un después para el rock nacional. Miles de personas fueron testigos de un fenómeno que trascendió la música y quedó inmortalizado en discos, imágenes y libros que aún sorprenden. Se presentan dos tomos sobre la historia de la banda.

“Ustedes saben que hay muchos chicos afuera, que están esperando hace mucho tiempo para poder entrar. Yo puedo tocar dos temas más, pero después de eso les pido que se vayan. O sea, los amamos muchísimo, pero ustedes vieron lo que pasa”.

Esas fueron las palabras que usó un joven Carlos Alberto García Moreno, Charly, para intentar que haya un recambio de público. La gente silbó, pero después terminó aplaudiendo durante los primeros acordes de “Rasguña las piedras”. Era la tarde del 5 de septiembre de 1975 en el estadio Luna Park. El primero de los dos recitales de despedida de Sui Generis estaba terminando en medio de una convocatoria totalmente inédita en la historia del rock hasta ese momento: más de 30 mil personas en un país que tenía la mitad de habitantes que hoy.

“Tal vez todos acudimos en masa al Luna Park queriendo evitar que se separen. Algo así como si dijéramos: ‘Miren cuántos somos, no se pueden separar ahora’”, recuerda Rubén Andón, histórico fotógrafo que en esa jornada se encargó de tomar imágenes para una de las publicaciones más emblemáticas del rock en aquellos años, la revista Pelo. En su edición Nº 64, Pelo relató en sus páginas el desarrollo del concierto. A diferencia de buena parte de sus presentaciones previas, el dúo de García y Nito Mestre tuvo que incorporar al bajista Rinaldo Rafanelli y al baterista Juan Rodríguez para llevar exitosamente al vivo la propuesta conceptual plasmada en su álbum Instituciones.

Su repertorio consistió en tres canciones por cada uno de sus tres proyectos discográficos: Vida, Confesiones de invierno, y el ya mencionado Instituciones. Así es como temas que ya eran considerados clásicos, como “Canción para mi muerte”, “Cuando ya me empiece a quedar solo” o “Confesiones de invierno” se mezclaron con piezas más dignas del rock sinfónico que incluían improvisaciones de los músicos, como “Tango en segunda”, “Pequeñas delicias de la vida conyugal” o “Un hada, un cisne”, cuya interpretación duró 27 minutos. La revista resaltaba que también hubo canciones “del próximo disco a editarse, Ha sido”, que nunca se concretaría, pero algunos de sus temas sí verían la luz en futuros proyectos de los artistas. “Fabricante de mentiras” sería grabada en 1977 por Nito Mestre y Los Desconocidos de Siempre. Un año antes “Bubulina” salía como primer tema del primer disco del siguiente proyecto de Charly, La Máquina de Hacer Pájaros. Y, siguiendo esa costumbre, “Nena”, renombrada como “Eiti Leda”, fue la apertura del disco debut de Serú Girán.

Para Andón, cubrir el evento como fotógrafo fue “una fiesta, como ir a un banquete tenedor libre con hambre”, ya que “no solo era lo que pasaba arriba del escenario, sino que la gente también era parte del espectáculo. Había buena onda entre todos, podías encontrar a músicos famosos como León Gieco en la tribuna, ver el arte de Renata Schussheim, buena iluminación y un show inolvidable. No éramos muchos fotógrafos cubriendo el concierto, por lo que podíamos movernos bien, incluso mejor que ahora, donde hay más restricciones. Fue un festín”. Y ya como espectador del incipiente rock nacional, agrega: “En esos años de inseguridad, juntarse en lugares como el Luna Park para escuchar rock era entrar en un refugio donde todos nos sentíamos más protegidos. Podíamos relajarnos sabiendo que el pibe o la piba de al lado tuyo era amigo y con buena onda. Músicos, público y periodistas teníamos la misma sensación”.

 

La historia de Sui Generis

Lucas Fernández es conductor de radio y escritor sobre rock nacional. Durante años tuvo la idea de escribir un libro sobre el Adiós, y luego de algunas pausas conoció a Freddy Berro, uno de los grandes coleccionistas de nuestra música, a través de libros y discos, además de también ser conductor radial, colaborador de Nito Mestre en algunos de sus proyectos recientes y testigo de aquella jornada de 1975. Ambos juntaron sus materiales y comenzaron con una exhaustiva investigación. “Fue tremendo todo lo que encontramos porque aparece desde Wilmar Caballero, que fue el locutor que los presentó, hasta al ‘Ruso’ Verea, que estaba entre el público. Encontramos fotos inéditas y Freddy, siendo adolescente, grabó los dos conciertos con cassettes, por lo que ahí está lo que no se conoce oficialmente”, detalla Fernández.

Según Fernández, la diferencia de Sui Generis con otras bandas es que suele ser poco común que un grupo “se separe cuando están en su mejor momento, cuando no paran de hacer giras, cuando tienen mucha popularidad”, y explica: “Eso también responde al rumbo que cada uno quería tomar. Charly por un lado, Nito por el otro. Su histórico productor, Jorge Álvarez, no quiso perder esa gallina de los huevos de oro, y les decía que si lo iban a hacer, que fuera a todo trapo. Organizó lo del Luna Park y redobló la apuesta, lo grabó y lo filmó en vivo”. De esta manera, y por primera vez en nuestro país, un recital se trasladó de manera masiva al formato audiovisual. La filmación se transformó en una película estrenada al año siguiente dirigida por Bebe Kamin, y, por otro lado, se editaron dos discos, Adiós Sui Generis I y II, y en la década del 90 salió el III, con nuevo material encontrado.

El proyecto de Fernández y Berro, sin embargo, tuvo un giro: “En un momento nos dimos cuenta de que además del Adiós Sui Generis del Luna, había que hablar del Adiós Sui Generis en Rosario, en Córdoba, y de la gira por el sur, en el accidente que fue el final de la banda. Y sumado a eso, empezamos a encontrar mucho material de la infancia de Nito, de Charly, del colegio de ellos donde se conocieron. Freddy un día me llama y me dice de hacer no sólo un libro sobre el concierto, sino uno sobre todo Sui Generis, lo que fue el disparador del título”. Todo Sui Generis terminó convirtiéndose en una extensa biografía del grupo que va a estar dividida en dos tomos con más de 500 páginas cada uno. El primero fue presentado recientemente, con Felipe Pigna y el propio Nito Mestre como invitados.

Mestre es el autor del prólogo y también uno de los más grandes colaboradores para la elaboración del libro: “Estuvo pendiente continuamente de cómo fue el proceso de escritura, fue una fuente de consulta constante y además él, con toda su generosidad, nos citó a su casa y nos dio unas carpetas que él fue confeccionando desde finales del 69 hasta mediados del 74, con recortes, manuscritos de canciones y una lista de lugares donde fueron tocando, con fechas, locaciones, cantidad de minutos, de canciones que habían ejecutado. Eso nos permitió armar el rompecabezas de la historia con mayor precisión”. La publicación además cuenta con códigos QR que redirigen a canciones inéditas, como por ejemplo “Luciana”, cuya melodía Charly reutilizaría veinte años después para componer “Reloj de plastilina”.

En el cierre de su crónica del recital, la revista Pelo no dejó dudas en cuanto a la magnitud de Sui Generis: “Después de esto es evidente que hay que analizarlo como un fenómeno pocas veces visto en la música popular argentina”. Para Andón, la banda “estableció un nuevo paradigma en nuestra cultura musical, dando lugar a una generación de artistas y visibilizando todo el movimiento del rock”. Y concluye: “Aunque recién con la democracia pudo expandirse, a partir de esa noche de 1975 el rock argentino dejó de ser under”. Fernández, por su parte, reflexiona: “Las canciones de Sui no han perdido vigencia; permiten entender cómo se vivía en la Argentina y cómo los adolescentes encontraban refugio en esas letras. Eso también está en el libro, con testimonios de quienes medio siglo después siguen juntándose para escuchar y reivindicar su música. No todas las bandas han generado eso”.