«Junto al patriarcado hay que derribar todo un sistema de vida»

«Junto al patriarcado hay que derribar todo un sistema de vida»

«Estoy deconstruyendo y reconstruyendome todo el tiempo», dice Laura Azcurra.

A finales del 2018, Laura Azcurra acompañó a Thelma Fardin con la denuncia por abuso que realizó contra el actor Juan Darthés y a partir de ahí subió a la escena pública ya no solo por el trabajo actoral sino también por el activismo feminista. Integrante del colectivo Actrices Argentinas, madre de un hijo que le despertó un montón de preguntas, este año la encuentra de nuevo en la marea verde afirmando: “Nosotras estamos luchando acá porque junto al patriarcado hay que derribar todo un sistema de vida.”

Desde la conferencia que dieron junto a Thelma Fardin, ¿cómo evaluás el camino que recorrieron?

Fue un montón de aprendizaje, muchísimo, porque muchas de nosotras no teníamos experiencia en militar una causa tan contundente. Fue tocar un tema tabú que estaba estigmatizado, un tema del que todas habíamos tenido una experiencia cercana pero no se hablaba abiertamente y lo poco que se compartía era muy sottovoce.

¿Porque es el tiempo de hablar?

Ahora ya no nos bancamos cosas que sucedían en otros tiempos. Es lo que me parece interesante de un momento como este, donde podemos hacer una videollamada a cualquier lado, está todo globalizado, más entramado. Ahora las noticias llegan, como todo lo que pasó el año pasado en América Latina, la marea verde. Bienvenido sea el momento de despertar conciencia como este. Tenemos que conectar con la autenticidad y con quienes somos en la profundidad.

¿Cómo repercutió este cambio de época en tus situaciones más cotidianas?

Cuando nació Marco, hace ya doce años, los velos se fueron cayendo. Fui encontrándome con una persona de otro género que iba creciendo, que quizás había cosas que eran ´de varón´ que a él no le interesaban, no le gustaban. Y ahí me pasó que tuve que hacer el ejercicio de rever eso, de cómo también las mujeres en nuestro rol educamos, cuáles son los valores con los que lo hacemos. Y eso fue un trabajo de todos los días. Porque para mí, mi hijo es quien me pone en espejo las 24 horas del día, es mi maestro. Que no te permiten que se te pase una y te ponen esa cuestión que una trae de Ay, pero tiene que ser así, y te dicen: ¿Por qué tiene que ser así? Y no lo sé. Y así estoy deconstruyendo y reconstruyendome todo el tiempo.

¿Son las enseñanzas que traen las nuevas generaciones?

Sí, puede ser. Hay otra realidad, hay otro tiempo, otro proceso de concentración de información. A veces siento que le llevo algo antiguo para proponerle y que él me lo está renovando. Es una revisión mía de la educación, de mi identidad, de mi singularidad, porque todos somos distintos. Y eso es en el día a día.

Replicamos o reflexionamos, de eso se trata.

Seguro, eran cuestiones que no las analizábamos; eran porque sí: ´Porque mi abuela´, ´porque mi mamá´, ´porque mi tía´. Era determinar algo cuando sin que pasara por el filtro de nuestras sensaciones, de nuestra contemporaneidad, de nuestra profesión y de nuestra propio experiencia. Por eso hablo de que este es un momento incómodo, porque no hay certezas y el modelo, el programa con el que muchos han crecido, está cambiando. Gente de cuarenta, de cincuenta, sesenta y setenta años, tenían una única foto. Tenías que ser heterosexual, casarte por la Iglesia, ´como Dios manda´, tener hijos, biológicos exclusivamente, porque si adoptabas decían: Ay pobre, adoptaron”. Y, además, condicionandonos a que después de que toda esa forma suceda, íbamos a ser felices.

Recién ahí, encima...

Sí, recién ahí. Cuánta gente, cuántas personas en este mundo han ido detrás de querer encasillarse y entrar en esa única forma. Cuántas personas sufrieron porque le gustaba alguien de su mismo género, cuántos sufrieron por dedicarse a lo que realmente les apasionaba y no a lo impuesto, cuánta gente no tuvo hijos, cuánta gente tuvo hijos porque había que tenerlos pero no los deseaba. Cuánto se hizo para que el vecino no se entere, ´no qué va a pensar mi mamá´, ´no, yo no le pude hacer esto a mi papá´. Y en eso vamos rifando nuestra propia vida, que es una sola y es nuestra existencia. Entonces, alabado sea este momento en el que vamos detrás de la autenticidad y de la singularidad de cada uno. Porque eso también es otra cosa, la singularidad no es amiga del sistema capitalista, y por ende el sistema está emparentado con el patriarcado. Por eso, si nos ponemos a pensar en una visión un poco más amplia, también decimos Che, nosotras estamos luchando acá, pero con el patriarcado hay que derribar todo un sistema económico, que ya no va.

«Está la desesperación de no saber cuál tiene que ser el nuevo sistema», señala Azcurra.

Pero que sigue generando ganancias…

Es que sigue existiendo porque está la desesperación de no saber cuál tiene que ser el nuevo sistema, cómo se puede reorganizar todo el caos que ha generado, no solamente en lo económico… en lo social, en lo político, en el ecosistema. Ya es hora de empezar a hablar seriamente de esos temas. Ya no es “I´m a dreamer” (yo soy un sonador). Hay que hablar ya de eso. Decimos que los políticos no hacen, ¿pero vos sabes qué es lo que consumis? ¿Sabes que compras plástico para tenerlo cinco minutos en la mano y que quede en el planeta doscientos años? ¿Cuán conscientes somos verdaderamente de lo que adquirimos, no solamente en materia intelectual, sino en cuestión material?. Es un momento de replantearnos todo esto y la verdad que cansa, agota.

¿No te asusta eso también?

Me asusta, pero me asustaría más que sigamos en estado pasivo, viendo cómo las cosas suceden, cómo las injusticias acontecen, cómo matan a niños y nadie se hace cargo, cómo las niñas tiene que estar obligadas a parir cuando no deberían, por eso el aborto tiene que salir. Hay mucha gente que no es consciente. En la medida en que una pueda hablar y entenderlo, que una pueda empatizar con la situación del otro, ahí podemos realmente generar un cambio.

Un encuentro histórico

Un encuentro histórico

La lluvia con la que arrancó el 34° Encuentro Nacional de Mujeres que tuvo lugar el pasado fin de semana en la ciudad de La Plata no logró frenar la ola feminista. Más de doscientas mil mujeres y disidencias se reunieron para asistir a talleres, conferencias y conversatorios para pensar en conjunto cómo lograr un cambio social y eigir al Estado la implementación de “políticas públicas inclusivas que aseguren la igualdad de derechos´.

A pesar de que el clima no dejó que se llevara a cabo el acto de inauguración del encuentro, el sábado arrancó con los más de cien talleres para visibilizar problemáticas y poner en común las estrategias para el activismo sindical, la aplicación del lenguaje inclusivo o para el acceso al aborto libre, seguro y gratuito, entre muchísimas otras cuestiones.

“Vine acá porque tengo una hija que quiere que la acompañe a Brasil para encontrarse con el amor de su vida, que resultó ser otra mujer, y no sé bien qué hacer”. Graciela es una de las madres que fue al grupo de mujeres y lesbianismo para buscar contención. 

Del otro lado, casi al final del taller, Sofía, una platense de quince años preguntó algo que llenó de ternura a quienes estaban allá: ¿Cómo te das cuenta que te gustan las chicas?

La lluvia fue parando y a las siete, ya cuando la primera parte de los talleres había terminado,  arrancó una multitudinaria marcha en contra de los travesticidios y transfemicidios de todo el país.  “Señor, señora no sea indiferente, se mata a las travestis en la cara de la gente”, miles de personas caminaron en la capital de la provincia exigiendo también el cupo laboral trans y la necesidad de implementar políticas públicas más inclusivas. 

Y después de desconcentrar, cientos de escuelas de La Plata, Berisso y Villa Elisa fueron refugio para descansar.

“Tenemos que salir a visibilizar nuestras problemáticas, diversificar las identidades en este encuentro… porque lo que no se nombra, no existe, ¿no?”, decía Laura, que llegó desde Tucumán y agradecía que ya no hacía tanto frío. 

El domingo empezó temprano con la segunda parte de los talleres. Ya sin lluvia a la vista, a la ciudad llegaron miles de personas más ese mismo día.  

Lara, una chica intersex que viajó desde Buenos Aires, contaba: ´Somos en proporción la misma cantidad de personas que la gente pelirroja… somos mucho más común de lo que se cree. Y espacios como estos nos sirven para ponernos en encuentro, debatir nuestro presente, acompañarnos´.

Como lo que planteó Florencia, que estuvo en el taller de Ciberfeminismos: “Nuestras problemáticas son nuestros oficios, nos dedicamos a laburos donde sos una entre un millón de hombres. Una vez un periodista me quiso hacer una nota porque para él era ´un orgullo´ lo que yo hacía. Y para mí era absurdo que lo plantee en esos términos. Estamos acá para hacer red, para conocernos, para saber que existimos”.

Y llegó el mediodía y cientos de mujeres y disidencias de toda Latinoamérica hicieron la asamblea Abya Yala, que este año estuvo atravesada por un debate clave: por primera vez en 34 años el hasta ahora llamado Encuentro Nacional de Mujeres estaba ante la posibilidad de cambiar el nombre a Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans, Bisexuales y No Binaries. 

“La discusión sobre la identidad busca construir un feminismo inclusivo, antirracista, anticolonial que reúna a todas las identidades que participan y no sólo a mujeres”, se escuchaba en la plaza San Martín mientras el encuentro hacía un recreo para almorzar aprovechando el calor del sol que estaba saliendo.

Y para terminar con las formaciones, desde las tres de la tarde tuvieron lugar las conclusiones de todo lo que se había hablado en cada taller, que en un par de días van a estar subidas a la página del Encuentro. 

En el de Niñeces y Juventudes, que era la primera vez que se llevaba a cabo, rescataron la importancia de la ESI: ´La necesidad de que esté en todas las escuelas del país nos llevaría a que no sean tan difíciles un montón de situaciones: el plantarse disidente, el entender el deseo como algo a lo que no le tenemos que tener miedo ni sentir culpa, el poder saber cuidarnos´.

Y la tarde fue cayendo y en la 60 y 1 empezó la concentración para la marcha de cierre del encuentro. Lleno de pañuelos verdes, pancartas y glitter, el reclamo por el aborto legal, seguro y gratuito se sumó a la sororidad, al agite y a la felicidad de estos días. 

Pol vino de Chile para ver qué era esto que tanto ruido estaba haciendo: “Estoy acá porque no podía creer lo que contaban, necesitaba vivirlo”. 

Al grito de “¡Aleeerta! ¡Aleeerta! ¡Alerta que camina! ¡Las luchas feministas por las calles de Argentina!”, más de trescientas mil mujeres y disidencias empezaron a marchar pasadas las siete de la tarde.

El recorrido, que fue de tres kilómetros, terminó en el Estadio Unico de La Plata. Este año se decidió no pasar por la catedral y aunque hubo desdoblamientos y caminos alternativos, toda la marcha transcurrió sin mayores problemas. El frío no impidió que todo se viva como una fiesta. La alegría de esta ola verde que ni la lluvia para. El próximo Encuentro, ya plurinacional y con disidencias, será el año que viene en San Luis.

Un golazo al patriarcado

Un golazo al patriarcado

Amnisty Internacional organizó un partido de fútbol mixto por la igualdad de género.

Es sábado a la mañana y el azul y rojo de la cancha del polideportivo de San Lorenzo se está mezclando con verde y amarillo. Adentro, jugando, hay actrices, cantantes y futbolistas de distintos géneros con la remera de Amnistía Internacional y periodistas con el pañuelo a favor de la legalización del aborto sujeto en las muñecas.

Van, vuelven, salen de la cancha, firman autógrafos, festejan sus goles a los gritos. Uno de los equipos lo tiene a Juan Pablo Sorín de capitán, el otro a Macarena Sánchez. Y acompañando están Thelma Fardin, Dolores y Tomás Fonzi, Miss Bolivia, Sebastián Domínguez. Todos participan de «Me la Juego por la Igualdad», el partido que organizó el organimo defensor de los derechos humanos para celebrar la profesionalización del fútbol femenino y continuar visibilizando las desigualdades de género que aún persisten.

«El aborto todavía no es legal, es un año de elecciones y necesitamos saber qué políticas de género va a tomar cada partido con sus representantes», dijo Mariela Belski, tras el encuentro.

Desde la profesionalización de la primera división del fútbol femenino el pasado 16 de marzo todo se vive diferente: Este deporte, que no excede la lógica que impera en todos los otros demás, logró empezar a mitigar las desigualdades existentes entre hombres y mujeres: las jugadoras, por primera vez en la historia, van a cobrar por jugar. Claro, todavía ni por asomo lo que cobran los jugadores.

Maca Sánchez, precursora en esta lucha, comenta que para ella fue muy importante el empoderamiento que vivió durante los últimos años. «Desde 2015, con la primera marcha #NiUnaMenos, se nos dio el empujón que nos faltaba para levantar la voz, para poder reclamar lo que nos corresponde».

La jugadora, que está en un litigio legal después de que su club, el UAI de Urquiza, la despidiera en enero de este año sin ninguna indemnización, sueña que en un futuro esta inclusión llegará no sólo a todas la divisiones del fútbol, sino “también a todos los deportes.”

Goles, humor y autógrafos en una jornada que desbordó de alegría.

Las gradas desbordan de alegría. Están llenas de familias tomando mate, grupos de amigas que saben el nombre de cada una de las chicas que está peloteando y de a algún que otro fanático del club que se acercó a pasar la mañana.

Adentro de la cancha, los límites sociales y culturales que no permiten a las mujeres tener los mismos derechos laborales y las mismas garantías que tienen las categorías masculinas en casi todo el resto del mundo, no se notan.

Mónica Santino, ex futbolista y entrenadora de fútbol femenino del Club `La Nuestra`, de la Villa 31, no deja de hacer pases, mientras que Juampi, no para de meter caños, como si todavía tuviese la camiseta de la selección puesta.  

Afuera, comenta que se siente orgulloso de “acompañar la lucha” y lo comparte con Damián Stazzone, campeón mundial de Futsal, quien acota que le parecía “arcaico vivir en un país como el nuestro, que tiene el fútbol como estandarte, y que a pesar de eso, les costó tanto este triunfo.”

Mariela Belski, directora ejecutiva de Amnistía en Argentina y organizadora del evento, también se puso la camiseta: “Estamos celebrando. San Lorenzo nos abrió las puertas, pero hay un montón de lugares donde todavía falta. El aborto todavía no es legal, es un año de elecciones y necesitamos saber qué políticas de género va a tomar cada partido con sus representantes. Nos falta un montón de camino. Pero acá, con este partido, estamos festejando de que cada vez es menos.”

Las víctimas, los victimarios y los indiferentes

Las víctimas, los victimarios y los indiferentes

Diana Wang, sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial, reeditó su libro Los niños escondidos. Del Holocausto a Buenos Aires, donde reúne los testimonios del exilio de infantes que iniciaron una nueva vida en esta ciudad. En charla con ANCCOM, la autora relata cómo desde su propia experiencia entendió que quienes pueden cambiar la historia son los testigos indiferentes”.

Empecé a escribir cuando estalló la bomba en la AMIA. Mi mamá me llamó y me dijo: ´Nos quieren matar otra vez´. Yo sentí que ella disparó con todo: el ´nos´ me involucraba y el ´otra vez´ remitía a la Shoá, al Holocausto”.

Habían pasado cuarenta y siete años desde que la familia Wang se embarcó hacia el único lugar donde consiguieron tramitar la visa. Llegar a la Argentina desde Polonia un par de años después de terminada la guerra implicó mentir: tuvieron que decir que eran católicos, porque por ese entonces los judíos tenían muy restringida la entrada, pocos habían ingresado diciendo que lo eran.

Diana, que en ese momento tenía dos años, llegó sólo con su mamá y su papá, su hermano Zenus había sido entregado a una familia católica para que pudiera sobrevivir y desde entonces nunca más lo vieron.

Dueña de un apellido que remite al nombre de una pequeña población ubicada en el sur de Alemania, Diana creció en el país, se recibió de terapeuta especializada en vínculos de parejas y hasta ese 18 de julio del 1994, cuando su mamá la llamó, había decidido no pensar en ciertas cosas.  

Cuando corté y entendí lo que estaba pasando, sentí la necesidad de hablar: que la Shoá no fueron solamente los campos de concentración, que hubo distintas formas de sobrevivir, que nos tuvimos que esconder, cambiar de identidad. Tuve que recordar que quienes estuvieron en los campos casi ni lo lograron”.

En ese momento Diana supo que ese principio de hermetismo estaba quedando atrás: Se necesitan muchas décadas para volver a hablar… y, en ese momento entendí que no pasa porque ´no hay palabras´, por ´el trauma que generó´. Hay palabras. Es otro tema. De sufrimiento podemos hablar. Tenía que entender qué nos había estado frenando”.

Y de a poco lo fue logrando: durante esos años conoció a otros hijos de sobrevivientes, viajó a Polonia, se integró a la Fundación Memoria del Holocausto, asesoró en el proyecto de toma de testimonios de la organización internacional creada por el cineasta Steven Spielberg para recopilar testimonios de sobrevivientes de la Shoá de todo el mundo y ahí conoció a un grupo de personas con una historia similar a la suya que se reunían con periodicidad y se acopló a ellos. Así empezó todo.

Es que ese momento se fracturó la confianza en el sistema social, vos estás parada sobre un piso, una especie de pacto social tácito, y pensás que las fuerzas del poder te van a proteger. Cuando esa gente es la que te quiere matar, se te fractura ese piso, hay un desgarramiento de tal magnitud, que cuando salís de esa situación, lo que necesitas es recomponer tu vida, volver a armar ese piso fracturado. Entonces recién cuando la confianza empieza a restablecerse podes volver a hablar. Es una cosa de otro nivel”.

Diana empezó a escribir y organizó este libro en treinta relatos, todos parte de ese grupo que se llamaba Los niños de la Shoá y los reunió de una manera muy particular, porque todos había venido acá escapando, llegaron con su familia a la Argentina, pero cada uno tenía su propia historia. Sentí que tenían la potencia de que cualquiera que lo lea pueda identificarse con esas situaciones, sólo tenía que encontrar el cómo. Cuando empecé a organizarlos me fue más fácil desgranarlos. Lo que sucedió en el Holocausto tenía una enorme fertilidad docente porque hay mucho que se puede enseñar y no veía en ese entonces que se hacía adecuadamente, sólo se enseñaban situaciones de horror, que había mucho morbo. En todos los testimonios encontraba tres puntos de vista: el de la víctima, el del victimario y también quien veía todo y no hacía nada“.

Diana descubrió que desde el punto de vista de las víctimas es fascinante esto que hoy llaman resiliencia, pero que va más allá de eso: yo encuentro en las vidas posteriores de las víctimas vidas normales, como las de cualquiera. La Shoá fue un hecho horrible en sus vidas, pero no parece ser un trauma indeleble como nos gusta pensar. No necesariamente fue así. Yo te diría que sí empezó a hacerlo cuando pudieron hablar de eso. Empezó a ser un eje importante en sus vidas, que antes se habían encargado de que no lo sea”.

Desde el punto de vista de los perpetradores explica que le resulta interesante ver su comportamiento como el de personas normales, comunes y corrientes que de pronto se hacen cómplices de un plan asesino y que lo ejecutan. El qué pasa con ellos, porque de ahí podes aprender, porque es lo que sigue pasando en todos los hechos genocidas posteriores a la Segunda Guerra, ahí no terminó”.

Yo siempre digo que aquel ´Nunca más´ es otra vez y otra vez y otra vez. Me parece fértil enseñar cómo una determinada propaganda, ideología autoritaria y una determinada forma de procesarlo, hace que la gente haga cosas que no sabía que era capaz de hacer. El procesar tiene que ver con la manera que se incorpora la propaganda y el lavado de cerebro y eso me parece fundamental para la docencia porque los mismos principios diseñados e instalados por el Ministerio de Propaganda nazi, son los que se usan hoy para vender un lavarropas. La propaganda y la publicidad tienen los mismos principios. Yo cuando voy a la escuela secundaria y les pregunto a los varones si el desodorante ´Axe´ les resulta más atractivo que los otros y entienden inmediatamente lo que les estoy diciendo”.

Y como último eslabón, desde el punto de vista de la sociedad en general, los que pueden cambiar las situaciones son los testigos indiferentes. Igual que en bullying: está quién ataca y quién es atacado y la ronda de quienes se ríen es con la ronda con la que hay que trabajar. Esto es lo más importante”.

El libro, que tuvo su edición original hace quince años, se reeditó ahora con un nuevo capítulo, un testimonio más y la foto de su hermano Zenus en la portada, la única imagen suya que conservan.

 

«Estamos en una cultura violatoria»

«Estamos en una cultura violatoria»

«Entre tanta angustia dije: ´Yo no puedo dar el ejemplo del silencio´», subraya Ariell Luján.

El 1 de julio pasado Cristian Aldana, cantante de “El otro yo”, fue sentenciado a 22 años de cárcel por corrupción de menores. El juicio fue un hecho histórico en el país: por primera vez, un músico fue condenado a prisión por denuncias de abuso sexual de parte de sus fans. Para Ariell Carolina Luján, una de las siete presonas que presentaron denuncia, todo esto duró diez años: desde sus primeros acercamientos a la comisaría, hasta la sentencia, incluyendo una contradenuncia que recibió de Diego Boris, socio y amigo de Aldana. “La reparación siempre está en nuestras manos”, sentenció.

Ya pasó un tiempo desde que se sentenció el caso, ¿cómo te encuentra?

 Y… me encuentra… Lo que sucedió fue que ni bien se dictó la sentencia, que para mí fue uno de los tantos grandes momentos de cierre, me sentí super emocionada. Pero yo seguía con las denuncias que me hizo el presidente del INAMU, no podía sentirme del todo feliz, tranquila. Yo lo festejé, pero sentí que tenía que seguir, que no me podía relajar.  

¿Y ahora que Diego Boris retiró las denuncias?

Y… ahí respiré un poco mejor. Ahora sí puedo decir que me siento en un nuevo comienzo. Y estoy en pleno proceso de recordarme todos los días que todo lo que pasó es gracias a mí. 

Veintidós años de sentencia, ¿qué te parece?

Mi festejo no es tanto por los veintidós años, que sí son importantes y generan una jurisprudencia, sino fue también todo lo que llevó. Yo hace diez años que estoy con eso: desde que logré que deje de ir a mi casa y no verlo más, hasta que pude denunciarlo las primeras veces, las pancartas y el juicio… fue mucho tiempo. Lo que yo pude festejar es como yo misme me pude llevar a este lugar de independencia, de agruparme. Siento que hicimos un trabajo muy interesante como grupa de personas que denuncian y escrachan, acompañándonos en los procesos emocionales, dándonos nuestros tiempos, respetándonos los procesos emocionales. 

«Lo que pude festejar con el fallo es como yo misme me pude llevar a este lugar de independencia», dice Luján.

¿Ahora cómo estás?

Ahora estoy en un proceso de agradecerme todo lo que me banqué. Es un camino duro, pero hoy tengo muchas más herramientas para cuestiones como la revictimización. Ya no me me encuentra sin las herramientas discursivas, psicológicas, ahora me puedo defender de otra manera. Siento como un festejo de agradecimiento constante de haberme animado a recuperarme, a recuperar mi territorio, a recuperarme a mí, a encontrarme con mis compañeres tejiendo esto que es la reparación. 

¿Quién te contuvo durante todo este tiempo?

Yo ahora, hace poquito, empecé a ver que la construcción es la movida, no sólo en términos grandes, también en términos individuales: la construcción de la reparación, la construcción de la justicia, de la memoria. Hablamos tanto de deconstrucción, pero después hay que construir de nuevo. Siento que son todas construcciones, y la contención es una construcción clave de eso que es la reparación. A mí no me gusta hablar en términos de sanación porque no estoy enferma, ni ellos están enfermos, todo lo contrario, son muy normales y muy sanos, me gusta hablar de reparación: si hay algo que se rompió cuando sos víctima, hay algo que se construye y se repara cuando dejás de serlo.

¿Sentís que la reparación también está en cómo enfrentamos conflictos como estos?

Sí, claro. Comprender que la reparación está en nuestras manos, la independencia, autonomía, tenemos que sabernos en esa construcción. Yo creo que es una contención colectiva, pero primero es individual. En las crisis podía estar todo el mundo, podes complementar tus procesos con muchísimas herramientas, pero tu primer herramienta sos vos. Salir a la calle es una construcción todos los días. Tenemos que entender que está todo bien si caemos, no hay que idealizar tampoco: los recuerdos son los recuerdos, el cuerpo es el cuerpo, no dejan de existir. Estamos en una cultura de la violación, todo te lo recuerda. 

¿Cómo surgió el #yanonoscallamosmás?

La frase la pensé en la desesperación: yo estaba viviendo en San Martín de los Andes y Cristian llegó a la feria para cantar. Yo estaba con dos personas que también habían sufrido sus abusos y cuando me enteré me exasperé: había llegado a mi lugar de pertenencia. Durante todos esos años, desde que lo denuncié y le mandé el mensaje, diciéndole ´te voy a denunciar y me van a creer a mí´, estuve todo este tiempo pensando dónde me lo iba a cruzar y qué hacía si lo veía. Y, de repente, me lo encontré ahí. Y entre tanta angustia dije: ´Yo no puedo dar el ejemplo del silencio´. Entonces hice una pancarta y se la dicté a mi amiga, porque yo no podía ni escribir del miedo. Yo temblando, llorando, estaba harta del silencio. Fue el nivel de hartazgo máximo. La frase viene del mismo barro, como la flor del loto: no es un basta pasivo, todo lo contrario: es un ya no nos callamos más y ahora cagaron. 

«Estoy en un proceso de agradecerme todo lo que me banqué», dice Luján.

¿Habías pensado en el costo que iba a tener denunciar?

Yo el costo que pensé era el que iba a quedar como la loca resentida para siempre. Jamás pensé que iba tener una relevancia social como la que tuvo. Yo con esto empecé en un contexto donde este feminismo no existía. Vos llegabas a la Comisaría de la Mujer -que son de los lugares más violentos que hay-, y te atendían con el arma ahí, en traje de policía. Nunca pensé que iba a tener una repercusión más que las violencias que ya existían: ´Sos una mentirosa´, ´nadie te va a escuchar´. Lo único que sentía era resentimiento, sed de venganza, un odio demasiado amplio, pero yo sé que si no hubiese sido resentida no hubiese podido con todo este proceso. Hay que dejar de sentir el odio contra nosotres mismes y empezarlo a sentir contra los machos. Hay que cambiar de bando el odio. Hay que dejar de pensar en ´sos el cuerpo abusado, no servís para nada, sos un tacho de basura y te merecés eso para toda la vida´. Ese es el loop que queda, nosotres tenemos que salir de ese laberinto. Sentir mucha bronca es una gran puerta hacia una autonomía muy poderosa, un gran motor para generar justicia colectiva. 

Y con la contradenuncia de Boris, ¿pensás que lo hizo para callarte de nuevo?

Siento que siempre que abrimos la boca va a haber un precio que pagar porque vivimos en la cultura del silencio también. Pero siento que el activismo vale la alegría y no la pena. 

¿Sos consciente que estás siendo parte de un proceso muy concreto?

Apenas estoy cayendo, estoy ubicándome, cómo repercute eso. A veces sí, a veces no. A veces siento que estamos destruyendo las idolatrías, estamos repensando adónde poner este pedestal, a quién admirás.

Son los paradigmas que se están rompiendo… 

Sí. Se está fisurando eso, la cultura de la violación, la cultura toda… porque se está fisurando la moral cristiana, lo del bien y el mal, víctima, victimario, la heterosexualidad. Vivimos en constantes relaciones de poder, que recién ahora estamos poniendo en jaque. 

¿Cómo pensas que el periodismo retrata casos como el tuyo?

Durante mucho tiempo lo hicieron todo como no quería. Agradezco haber tenido la lucidez de seguir mis intuiciones, y antes de empezar el juicio me junté con Laura Salomé y Lucía Cholokian, porque me quemaba la cabeza pensar que una vez más me iban a editar como me estaban editando. Y ahí pasó que en esas notas ellas escribían ´macho´ y todo lo que yo pensaba del sistema judicial, me sentí colaborando… porque al fin y al cabo yo era una de las protagonistas. Hicimos un trabajo interesante juntes. 

¿Cómo te llevas con quien no te cree?

Antes era terrible, cuando era chica me hacía sentir muy mal. Hubo amistades que perdí, gente con la que me dejé de hablar. Pero en todos estos años comprendí esto de las construcciones y empecé a abortar todo lo que tenía que ver con abusos, porque la reparación también tiene que ir rompiendo el abuso de todas las prácticas cotidianas. Y yo mucho no creo en el ´yo te creo hermana´, no es que yo le creo a alguien porque soy buena y tengo buena conciencia y le voy a creer. Capaz que la piba está mintiendo, yo qué sé, cada quien sabe lo que dice y lo que no. Lo que yo pienso es que tenemos que entender que estamos en una cultura violatoria… ¡cómo no va a suceder! Es comprensión, es coherencia, no es ´te creo no te creo´. Me parece grave, no que no me creas, sino que no entiendas que estamos en una sociedad patriarcal y misógina. Para mí es entender dónde estamos, en qué país, en qué lugar del mundo, en qué año, en qué contexto.

Vas a editar un libro dentro de poco.

Sí, estoy escribiendo hace un año. Con el blog de wordpress de #yanonoscallamosmás hice dos fanzines y me dieron ganas de hacer un librito. Hablo del proceso del juicio, de la autodefensa, de la reparación, de que el abuso no es un destino, como dice une amigue. Se llama Nuestra venganza es nuestra autonomía, porque pensándolo, la palabra venganza me encanta, me empodera. Y creo que fue la que hizo posible todo esto.