“Alumbrar la historia que permanece oculta”, dice Romina Zanellato en el prólogo de su último libro. Brilla la luz para ellas (Editorial Marea) que es parte de una búsqueda incasable por revelar las historias no contadas. En un género musical dominado por las voces masculinas, la autora pone el foco en aquellas mujeres y disidencias que también fueron parte del nacimiento del rock nacional y su desarrollo hasta estos días.
Como periodista especializada en música y militante feminista, Zanellato sabe bien lo difícil que es insertarse en un campo tomado por varones. Junto a otras compañeras, conforma el portal digital LatFem, donde a diario construyen un relato de acceso gratuito y con perspectiva de género. Brilla la luz para ellas es el segundo libro de la escritora y fue realizado a partir de un proceso artesanal para encontrar las voces que fueron calladas durante seis décadas. Esta genealogía de mujeres en el rock argentino está hecha “con el interés y la responsabilidad de saber de qué estoy hablando como militante y periodista musical”, dice Zanellato.
Respecto al panorama musical actual, resalta que los varones hacen música gracias a las inversiones de las discográficas. En cambio, las mujeres componen a pesar de no tenerlas. Y agrega: “Es una infantilización muy grande hacia nosotras creer que el talento no tiene una inversión detrás”. Sin embargo, destaca que cada vez son más los espacios donde se da lugar a nuevas voces e identidades, y eso “es a beneficio de todos”.
¿Cómo nació la idea de este libro?
En LatFem, con mis compañeras, intentamos siempre repensar la historia y todas las historias posibles desde una perspectiva feminista. Sostenemos que las historias oficiales fueron contadas por varones y si no hay mujeres es porque no se las consideró como voz válida. Entonces, el ejercicio que hacemos, comprometidas con crear una memoria feminista, es repensar quiénes fueron las que estuvieron y contar esa historia. Un poco eso fue lo que me motivó a escribir el libro. Y otro poco fue que yo, como periodista de música, no tenía tan clara la genealogía de las mujeres en el rock. Era un libro que quería leer y no lo encontraba. Hay un único libro anterior de mujeres en el rock, que salió en el ‘90, que es de una colega que se llama Karim Gonzalez, Mina de Rock. Entonces dije: “Bueno, tal vez lo tenga que escribir”. Con el interés y la responsabilidad de saber de qué estoy hablando, porque no puedo ser periodista de rock y feminista sin tener idea de quiénes son las primeras mujeres. Así nació.
Recién decías que la historia está escrita por varones. ¿Cómo es el proceso de encontrar esas otras historias que no están contadas?
Fue complejo y muy emocionante. Ese proceso de investigación fue la mejor parte. Hice unos afiches en la pared donde tenía una línea de tiempo por partes. Cada libro que leía y había el nombre de una mujer lo subrayaba, lo localizaba en esa línea de tiempo y me ponía a investigar a full quién era en los archivos de la revista Pelo, de las Pinap, del Expreso Imaginario, de Semana Gráfica. Agarraba los libros de los primeros años del rock nacional. Hay unos libros de Ezequiel Ábalos, que se llama Rock de Acá, que menciona a varias mujeres. Obviamente el de Marcelo Fernández Bitar, Historia del Rock en Argentina, también menciona algunas. Pero son apenas menciones; entonces, era tomar esa información y después ampliarla con lo que podía aparecer en alguna revista vieja, preguntándole a gente, escuchando los discos, localizarlas y entrevistarlas. Todo ese proceso fue muy lindo y me llevó mucho tiempo. Fue muy artesanal.
¿En qué momento decidís que es suficiente información y te pones a escribir?
En realidad escribí mucho más y tuve que borrar porque me pasé, me emocioné. El libro tiene 500 páginas, es muy extenso, y escribí 200 más que tuve que cortar porque si no era ilegible. El proceso de escritura tiene mucho de reescritura y edición. Yo me daba cuenta de que me estaba yendo a otro lugar y empezaba a cortar. El libro habla de las mujeres en el rock, de las mujeres músicas, las trabajadoras, de las periodistas, de la mujer en el rock. Y paralelamente es la historia de los feminismos porque tiene un corte feminista todo el texto, desde la primera palabra. No es un libro sobre los varones en el rock y eso lo tenía que recordar todo el tiempo. Porque hay tanta información y tanto que sabemos sobre esos momentos desde que existe el rock me iba sola ahí. Entonces me decía: “Esto ya fue contado millones de veces, volvé a tu eje”. Ese es un ejercicio que tenía que recordarme todo el tiempo: que estaba hablando de las mujeres, no de las canciones de los varones ni de cómo eran los vínculos entre hombres. Todo eso ya estaba retratado. Cada dos por tres tenía que volver al cauce porque uno tiene un montón de información que fue acumulándose en la vida y de las mujeres no hay prácticamente nada. Eso me costó pero creo que lo logré.
Y debe haber sido particularmente difícil en las primeras décadas que aborda el libro porque muchas mujeres aparecen gracias a que tienen vínculos con varones; esposas, por ejemplo.
Sí, igual eso hace a la historia de las mujeres. Por ejemplo, en la década del ‘70, las mujeres que logran grabar un disco son las que, en general, eran pareja o hermanas de ciertos músicos consagrados. Entonces eso lo tengo que contar porque en realidad lo que estoy diciendo es que el acceso al estudio de grabación estaba completamente limitado para las mujeres. Únicamente a través de sus novios, parejas o hermanos podían llegar a grabar un disco. Eso habla del techo de cristal, el inacceso a herramientas técnicas, a tecnología, a la inversión de dinero para grabar un disco.
¿Era una particularidad del rock? Porque había acceso de mujeres en otros géneros musicales.
Sí, por supuesto. Había muchas mujeres en el pop; por ejemplo, El club del clan. Siempre hubo mujeres haciendo música, ni hablar del folklore. El rock tiene esa característica: desde el inicio quienes fueron reconocidos como voces autorizadas eran varones. Todo el libro habla sobre eso, sobre la discriminación y sobre lo complejo que fue para esas mujeres que persistieron e igual quisieron hacer su música, hacerlo en un ambiente completamente hostil, machista y que las expulsaba.
En el libro mencionás la beatlemania y cómo eso le permitió a la mujer expresar su deseo sexual.
La sexualidad sigue siendo algo privado ahora, imaginate en los ‘60. Hasta ese momento las mujeres no podían llegar a la universidad, solamente eran maestras o enfermeras. Recién ahí empiezan a entrar a otras carreras no tradicionales para la mujer en ese momento. A partir de ahí empieza a producirse la independencia de la mujer, aparece la píldora anticonceptiva, coger por placer. Y aparece John Lennon. Me parece que fue muy revolucionaria esa demostración de histeria, de amor, de calentura en público. Lo ves en las filmaciones de esa época, como cuando Los Beatles bajan del avión en Nueva York y las imágenes de la BBC hacen un paneo del público. Las minas están gritando, también los tipos. Eso me parecía alucinante: una demostración pública de la lujuria sexual que antes no se posibilitaba. Pasó algo importante con el rock como cultura, no solo como música.
Al principio del libro hablás sobre cómo las letras describen a las mujeres. ¿Creés que se generó un estereotipo de mujer?
No sé, lo que quise hacer es el ejercicio de mostrar cómo fueron plasmadas, sin juzgar. Y menos bajo el paradigma de hoy, porque ya pasaron seis décadas y tenemos otra forma de pensar las cosas. Quería dejar un análisis o un retrato de cómo fueron contadas las primeras mujeres en el rock. Y lo que veo es que se reproducen esos estereotipos que estuvieron desde los Rolling Stones, Los Beatles, toda la historia del rock: la mujer musa, la groupie. Me parece que era la rendija donde una podía meterse en eso que le apasionaba. Ahora tenemos otro punto de vista pero en ese momento esas mujeres eran muy valientes. Por ejemplo, Silvita Lachupa, que podría ser la primera groupie, dentro de ese grupo del rock nacional, ejercía su libertad sexual como ella quería. Me parece valiente poder experimentar de esa forma. Ahora, cómo la retratan ellos habla del machismo.
No sólo hablás de los músicos y de la escena, sino también de los medios y el rol de las mujeres en el periodismo musical.
Sí, es parte de lo mismo: intentar analizar cómo llegamos a tener un ambiente tan hostil, machista y sesgado. Lo que terminó pasando en el rock, y sobre todo en el periodismo de rock, es que quienes están escribiendo, quienes están seleccionando la música, quienes hacen los rankings y quienes fichan a gente en la discográfica terminan siendo el mismo grupo poblacional: tipos blancos, de clase media alta, con ciertos privilegios. Y nadie más que ellos. No hay una pluralidad de voces ni de intereses, gustos o cultura. Entonces me parecía interesante retratar si eso fue así siempre y cómo se llegó a eso. Muchas de las músicas que entrevisté me dijeron que la mayor exclusión que ellas sufrieron no fue de parte de sus colegas músicos o sus amigos. Todo lo contrario, se sentían muy apoyadas por ellos. Pero sí sentían una infantilización de parte de los medios de comunicación, los periodistas, los empresarios de las discográficas. Les decían que no las iban a contratar porque las minas no venden.
Y eso también queda reflejado cuando Marilina Bertoldi recibe el Gardel de Oro en 2019 y en el libro vos decís que fue posible gracias a que cambió la distribución de quienes votaban.
Exacto. Antes votaban únicamente varones y ahora abrieron la representación a otras identidades y votaron de una manera más plural. Además de que es el mejor disco de ese año, no hay mucha más vuelta que darle. Pero pasa eso, cuando vos abrís las representaciones aparecen otras figuras y eso es una buena noticia. Porque el rock cada vez tiene menos público y que aparezcan nuevas caras que movilizan a otras personas es positivo. Pero al mismo tiempo hay una reacción muy conservadora de negar ese contexto. Lo mismo de siempre. Cuando creen que sus privilegios están siendo amenazados, reaccionan y no se trata de eso, es lo contrario. Es a beneficio de todos. Si hay más gente escuchando esa música va a haber más público para todos. No significa que solamente van a tocar mujeres, todo lo contrario. Pero no lo ven de esa forma, ven amenazado su lugar de privilegio, de toma de decisiones y validación.
En 2019 se aprobó la Ley de Cupo Femenino en Eventos Musicales y muchos productores rechazaron la idea, incluso diciendo que iban a tener que dejar afuera otros talentos.
Esa es la misma idea de los productores de que las mujeres no venden. Sabemos muy bien cómo funcionan todos los mercados: las discográficas invierten y le dan plata a un montón de músicos para que puedan hacer sus discos. Hay alguien que está poniendo plata para que la banda pueda grabar bien, que el disco tenga bueno sonido, una buena puesta en escena, buen vestuario, que tenga un buen productor, que pueda dedicarse a no trabajar formalmente y haga música. Y no lo hacen con las mujeres. Ellas hacen música a pesar de todo eso. Sabemos perfectamente que quienes están en los puestos mainstream son quienes reciben inversiones de las discográficas o incluso de tantos años de cobrar sus derechos de reproducción y autoría. Las mujeres no tienen plata para grabar sus discos de la mejor manera, ni cuatro meses para componer y no tener que hacer nada más que eso. Por eso los discos suenan distinto y no tienen la misma banca para sonar en radios y plataformas. Si invertís siempre en varones, siempre ellos van a ser rentables. Pero si empezás a invertir en otros grupos eso va a dar rédito. Porque así se generan los hits. Es una infatilización muy grande hacia nosotras creer que el talento no tiene una inversión detrás. Las mujeres no solo estamos en desventaja por ser mujeres sino que también cualquier música además tiene tareas de cuidado de sus hijos, cocinando, limpiando la casa. Hay un montón de tareas que los hombres no las tienen. Y ellas hacen música igual.
Algunas bandas deben pagar un seguro de 5.000 pesos para poder tocar.
La música independiente en la última década prosperó a pasos agigantados y las bandas del indie nacional fueron las que más crecieron. Un gran aliado fueron la tecnología y el “saber hacer”. Las herramientas como el Ableton o Pro Tools permitieron a los artistas emergentes bajar el costo a la hora de la producción de sus canciones, ya que parte del trabajo se pudo hacer tranquilamente en casa. Pero, ¿qué pasa a la hora de la ejecución en vivo de lo que se grabó?
“Yo toco desde los 13 y vi todas las posibilidades -cuenta Santino Crisci, baterista de la banda Andrómedas-. Los bares se sustentan los pagos del sonido con la banda, y después ellos tienen la ganancia con la barra, ellos van a ganar porque en mayor o en menor medida birra se va a vender. Aquellos bares que tienen su sonido, en el mejor de los casos, te dicen: ‘Vení y te damos pizza y birra’.”
Una de las bandas que más crecimiento tuvo esta década es Él Mató a un Policía Motorizado; el grupo cerró 2019 en el estadio Malvinas Argentinas y prepara un 2020 con una gira internacional por Latinoamérica y Europa. Pero antes de un presente de viajes y conciertos en diferentes ciudades del mundo, Él Mató supo del under. Manuel Sánchez Viamonte (Pantrö Puto), guitarrista de esta banda, afirma que “los primeros viajes por las provincias eran a pérdidas”. Pero señala que la situación a mediados de la primera década de los 2000 no era la misma que se puede hacer ahora: “Al no existir Spotify ni las redes, te conocían por el ´boca en boca´ y cuando ibas a tocar.”
La convocatoria es algo necesario a la hora del vivo, por lo que cortartickets es imprescindible. En este sentido ¿qué pasa con las bandas nuevas? Gonzalo Fernández de País Aborigen asegura: “Normalmente les pasa a las bandas que recién arrancan que, para poder tocar, ceden a esos arreglos de ´pagar´, ya que todavía por su convocatoria no podrían encarar una fecha propia. Por eso se meten en fechas que se organizan entre dos, tres o cuatro bandas y con todas se arman una fecha”. Por su parte, Ignacio Quellin, manager de La Primera Especie ratifica que “hay pocos lugares que le den cabida a las bandas nuevas, hay que esquivar a los lugares que son medios garchas para tratar de mostrar tu banda. Hay que salir y buscar lugares que te den el espacio y que a la vez sea conveniente para la banda. Son pocos y los tenés que encontrar.”
Por su parte, Francisco Nicholson, de Silvestre y la Naranja, también cuenta su experiencia a la hora de tocar en vivo: “Me acuerdo que cuando empecé con Silvestre había que pagar para tocar y después recuperar con la venta de entradas; estoy hablando de cuando las entradas valían 20 pesos. Creo que todas las bandas pasaron por esto, hasta las más consagradas. Quiero creer que no existe más eso de pagar para tocar, pero sí sé que existen los arreglos chotos. Nosotros mal que mal tenemos nuestra trayectoria, aunque a veces nos llegan ofertas ridículas. Lo que sí, hemos tenido que ir a lugares del interior y vamos con arreglo de alojamiento y de comida, pero volvemos en cero o a lo sumo perdemos un poco pero siempre con la idea de la inversión en Silvestre.”
Algunos arreglan que el 70 por ciento de lo recaudado por entradas queda para las bandas y 30 para el local.
“De pendejo nos pasaba que tenía que pagar para tocar y después rendir entradas -recuerda Marcos Aramburu, voz de Terrores Nocturnos-. Ahora se dice que no se paga por tocar en vivo, pero no es tan cierto. El otro día tocamos en el Cultural Vivo y tuvimos que pagar un seguro de 5.000 pesos y si no venía nadie teníamos que perder esa guita. En muchos lugares está este seguro de sala que a veces es muy alto. Yo tengo una dicotomía con eso. Tengo amigos que tocaron en Niceto, lo llenaron, y si tenés personas que trabajan para vos, es decir, sonidistas, un iluminador, un stage, o alguna cosa más y lo explotás de gente, no te llevás plata, porque el seguro de sala es muy alto”. El cantante agrega: “Tocar en vivo te deja muy poca plata, a veces nada. Si yo hubiese hecho esto por la plata ya lo hubiese dejado hace bastante, esto es algo que te hace perder plata: cuando vas a ensayar, cuando tenés que tocar y te tenés que tomar un remis porque tenés la guitarra… Aun así, nos gusta mostrar lo que hacemos, divertirnos y disfrutar. Me voy contento de una fecha cuando tocamos bien, sonamos bien y nos divertimos… después si nos llevamos un peso me entero varios días después y no nos cambia mucho.”
Pablo Giménez, de El Zar, echa más luz sobre el tema: “Nosotros al principio tocábamos al costo, nos íbamos en cero. Pero cuando arrancás todo cuesta. Ya con un poco de trayectoria tenés la posibilidad de plantear arreglos que te convengan más. Me parece que últimamente estamos yendo para mejor.” El músico explica: “Es como todo este ambiente, te encontrás gente que sólo le interesa la plata y productoras que les interesa más darte una mano, obviamente llevándose una parte porque nadie hace algo por amor al arte. Por lo general estamos trabajando con gente copada que pone en primer lugar la música y eso para mí es lo importante. Estoy muy contento con los resultados que estamos teniendo.”
El acuerdo que por lo general se hace cuando las bandas se presentan en un bar es 70/30, es decir, el 70% de la recaudación de las entradas en puerta va para la banda que toque, mientras que el 30% va para el bar, sumado a la exclusividad de la barra. Julián Pérez, líder de Julepe, habla de esta modalidad: “Casi siempre arreglamos el 70/30, donde no hay que pagar seguro ni nada y se reparte lo de la puerta. En general sacamos algo para solventar algunos gastos. Lo que a veces no nos garpan es cuando le abrís a una banda grande, pero a veces uno pone en la balanza tocar frente a un público un poco más nutrido y no cobrar. Te jode, pero lo hacés igual pensando un poco en la inversión que hacés”. Luciano Scattini de Dharma y Flora, opina de este tipo de arreglo que “lo más sano es el 70/30, lo malo es que hay lugares donde además del seguro, te cobran servicios como iluminación y pantallas. Lo que no me parece bien es que, si vos alquilás el lugar, te pongan un mínimo. O sea, si vos querés hacer un videoclip o meter dos personas eso debería correr por tu cuenta”.
La mayoría coincide que tocar en vivo es a pérdida, una inversión para salir del under.
Por su parte Ramiro Gómez de la banda Los Bicis sigue en la línea de Pérez y Scattini al afirmar que “en general lo que hacemos es un arreglo por medio de nuestro sello, BPM. Del seguro de sala casi siempre se encargan ellos. En todos los lugares hay un arreglo de vender entrada, que en cierto punto está bueno porque te incentiva, generalmente es el 70/30. Además, yo siempre paso planilla de SADAIC, pero no siempre pagan los bares. Esto es medio engorroso porque también depende de cuanta gente hubo en el lugar, y es muy raro que el detalle esté exacto.” La planilla de la Sociedad argentina de Autores y Compositores de Música (SADAIC), de la que habla Ramuiro, es un gravamen sobre un porcentaje del precio de la entrada de los espectáculos en vivo.
Fran Saglietti, en tanto, de Francisca y los Exploradores explica: “Si bien los productores y dueños de bares no son unos santos, la coyuntura está muy complicada, la gente no quiere pagar entradas, tenés que movilizarla, etcétera. Lo que sí me hace mucho ruido son las grandes productoras, no el hecho de pagar para tocar. Porque algunos festivales aprovechan su posición de poder para infringir la ley y por debajo de la mesa les piden a los artistas que les devuelvan el dinero que les corresponde. Te ponen restricciones de no tocar en Capital dos meses antes y que te van a pagar no mucho dinero y que, además, te piden en algunos casos el 80% y el 90% de esas regalías”.
Saglietti cierra su testimonio con una anécdota: “Una vez (Adrián) Dárgelos me contó que le abrieron dos shows a U2, y por esta modalidad de SADAIC se les permitió cobrar grandes regalías. A partir de eso construyeron un estudio. Y con ese estudio el primer disco que grabaron fue “Jessico”, que los catapultó a nivel latinoamericano. Tranquilamente le podían haber dicho en ese momento a un ´X´ como Babasónicos: ´Che, dame el 90% de esas regalías que te pertenecen para que te vean 70.000 personas´, y yo leo entre líneas que eso ataca directamente al under, se están robando la posibilidad de que una banda del indie pueda crecer y termine haciendo un disco como “Jessico”.”
Si nos ceñimos al imaginario popular, el heavy metal es terreno de varones, de “machos”. Gran cantidad de artistas, bandas y productores, tanto nacionales como internacionales, se han encargado de fomentar esa imagen. Sin embargo, desde sus mismísimos orígenes, las mujeres estuvieron presentes. Y no solo como meras espectadoras o groupies, sino como reales hacedoras de la movida, como protagonistas directas de la historia del metal. Ahora bien ¿qué significa ser mujer música? Y, además: ¿Cómo es serlo en un género musical minoritario?
En el ámbito nacional, ya desde los años ’80 hubieron quienes se plantaron en bandas mixtas, como Mabel Díaz quien supo ser la bajista de Thor; o Graciela Folgueras, que constituyó la primera banda Argentina de metal con todas integrantes mujeres. Graciela fue creadora, guitarrista y voz de la banda Las Brujas, una agrupación con una tormentosa vida producto de sus continuos cambios de integrantes, lo cual demuestra que no solo a fines de los ’80 y principio de los ’90 era complicado encontrar compañeras músicas de metal, sino también mantener una formación estable. Al recordar esa época, Folgueras señala que, más allá de los continuos cambios, “los ensayos no eran tal como pretendíamos. Necesitábamos tiempo para crecer, afianzarnos y encontrar nuestro propio estilo e identidad.”
Sin embargo, las vicisitudes comunes a toda agrupación no eran las únicas que afectaban a Las Brujas. Como la misma cantante y guitarrista lo cuenta: “Todo era difícil y complicado en un ambiente machista y, más aún, tratándose de ese estilo musical”. Incluso, aún cuando ya estaban consolidadas como banda, con giras y material circulando, recuerda que “cada presentación era un desafío, un examen a rendir, ante un público machista que desde abajo nos miraba con extrañeza, intentando tal vez premeditadamente, abrir un juicio ni bien sonaban los primeros acordes. Una pifiada o algún error, como lo suelen cometer las bandas de hombres, no pasaba desapercibido.”
A pesar de todo, Las Brujas siguieron para adelante. La perseverancia las convertiría, con el paso de los años, en una banda de culto. Y aunque en 1992, luego de grabar “El habitante solitario”, hayan tomado la decisión de separarse definitivamente, aún hoy son respetadas y recordadas. Muchos años más tarde un productor de Portugal de nombre Fernando Roberto –dueño de la discográfica Metal Soldiers-, contactó a Graciela Folgueras para reeditar las canciones en un nuevo álbum llamado “La Reencarnación”. Además de eso, en la actualidad ella se encuentra componiendo y grabando para Brujaza, su disco solista.
Estos inicios dentro de la escena metalera no serían meros experimentos aislados, sino que constituirían un despegue para que, dentro de la movida, otras bandas se abrieran paso. A fines de 1993 surge otra agrupación argentina, también conformada íntegramente por mujeres, pero de características musicales muy diferentes: Sarkástica. Con influencias de los estilos thrash y death, la banda contaba con la novedad de que su vocalista y guitarrista, Brenda Cuesta, cantaba gutural. Este tipo de canto se produce cuando los sonidos graves y similares a gruñidos se hacen al crear una constricción detrás del velo del paladar. Cantar ‘podrido’ o ‘extremo’ implica, aún hoy, correrse de los estándares dentro del heavy metal, que asocia el rol de cantante femenina a lo lírico, a lo operístico.
Si bien no fue la primera en cantar este estilo, Silvina Harris es actualmente el ejemplo paradigmático de canto femenino gutural en Argentina. Supo ser la cantante de Betrayer y Climatic Terra. Hoy, vuelta a las tablas tiene, además de su banda tributo Doomsday, un proyecto personal próximo a salir. Harris es, sin dudas, una luchadora del metal. Pero no solo por su voz “podrida”, sino también por todo el trabajo que logró para la escena desde abajo del escenario. Fue manager y prensa de bandas de la talla de Azeroth o Lethal, y productora de eventos como el primer Tributo Argentino a Iron Maiden.
En lo que refiere a sus inicios como música, en 2004 y siendo bajista, tuvo la intención de conformar una banda de metal extremo femenina. Consiguió el resto de las chicas para tocar, menos a la vocalista, y así fue como se animó a asumir ese rol. Sin embargo, ese proyecto inicial quedó en la nada y empezó como cantante en Climatic Terra primero, sumándose a Betrayer tiempo después.
En lo que se refiere a la respuesta que tuvo en la música, Harris cuenta que “en general, tuve buena recepción. No solo cantando, sino siendo productora y manager también.” Pero enseguida hace la salvedad: “El estilo que yo hago es 99% machista… el metal extremo es para hombres. Por suerte a mí me fue muy bien, pero hay que reconocer que yo ya era una figura conocida dentro de la movida y eso me ayudó mucho.” La vocalista afirma que, en general, no sufrió faltas de respeto explícitas ‘por ser minita’, pero “sí sentís que te miran más. Es obvio. Aunque te digan que no va a haber prejuicio, siempre van a sacar el cuero cuando sale una mujer al escenario. Se van a fijar dónde le vas a pifiar, a buscar el error”. Harris defiende a muerte que si una mujer quiere hacer metal tiene que hacer las cosas muy bien. No hay otra opción.
Un punto importantísimo dentro del metal es la imagen, además de la música. Noelia Adamo, escritora integrante del G.I.H.M.A. (Grupo interdisciplinario de heavy metal argentino), afirma que las músicas metaleras están sometidas a un doble juicio: en primer término el estético, es decir, si se ciñen o no a los estándares de belleza imperantes en la sociedad. Luego, el musical, que refiere a sus dotes como artistas, a su desempeño con su instrumento. La autora insiste en que se ven como mujeres primero, y como intérpretes, después. A Harris esto no se le escapa: “Conozco bandas a las que, si la vocalista no se inscribe dentro de los cánones de belleza tradicionales, tiene rechazo. Automáticamente. Y no pasa lo mismo si es un hombre el que está al frente: un hombre con mal aspecto ‘es rock’. Pero si una mujer no es bonita, al toque le dicen que se tiene que bajar. Esa discriminación está. Aunque te digan que no, que es mentira, está.”
Si bien actualmente, en la movida metalera, las bandas con integrantes femeninas proliferan, el panorama está lejos de ser el ideal. El trío Furias, conformado por Gimena Zamorano en voz y bajo, Agustina Hidalgo en batería y Natalia Ré en guitarra, es parte de una nueva generación de agrupaciones que apuestan al talento, a ser reconocidas como músicas. Así lo dice Ré, la guitarrista: “Si bien queremos apoyar a las bandas de pibas que hay, entra en juego este doble debate de lo estético y del talento musical. En nuestro caso, armamos algo súper serio, no está hecho así nomás. Todo lo pensamos y realmente el trabajo que hacemos es conciencia. Individualmente, las tres nos perfeccionamos en nuestro instrumentos y, después, eso lo plasmamos en la banda.” Y sigue: “Tiene que ver con lo que vos querés proyectar como banda y cómo querés que te perciban. La idea es que nos escuches y no pienses en un género, sino que pienses en ‘estas tres personas’”.
Por su parte, la cantante y bajista Zamorano se corre del eje y pone la culpa de ese juicio puramente en el espectador: “Es un proceso de cada persona, como espectador, si se está fijando si sos mujer o no… Eso es totalmente indistinto al arte que estamos haciendo en el escenario. Y si una persona va a juzgar eso, porque es parte de lo que es social y culturalmente, bueno, no está bajo nuestro control. Nosotras solamente hacemos lo que tenemos ganas de hacer, lo que nos gusta, y lo hacemos de la mejor manera posible.”
La banda Furias saca su nombre de las divinidades griegas que custodian las puertas del infierno. Pero es un nombre que, además, resulta pertinente a la coyuntura actual donde los debates sobre problemáticas sociales y de género no son ajenos a los artistas. Si bien se formaron en 2012, fueron sufriendo algunos cambios hasta el 2015, cuando se cristalizan en el trío como el que actualmente tocan. Es en ese año cuando logran grabar su primer demo, de tres canciones.
Las integrantes de Furias contestan que es normal encontrarse con frases como “por ser mujer tocás bien”, o “las van a ver solo por ser mujeres”. Dicen que todavía hay gente a la que le falta ‘laburo’, ‘deconstruirse’, que todavía ‘bardean solo porque somos minas’. Pero entienden que, como sociedad, estamos camino a naturalizar todo. Estos últimos años se empezaron a sumar un montón de mujeres a la movida de la música metal. A estar más en circulación, no solo artísticamente, sino entre ellas, a estar más comunicadas a apoyarse mutuamente para construir, para perfeccionar la escena. Es menester, en este caso, usar una frase trillada al infinito, pero pertinente al fin: todas y cada una de estas movidas van conformando ‘un paso más en la batalla.
“Con Arbolito tenemos una misma ideología política, un mismo camino. Estamos hermanados con la música, así que hay una comunión”, explica Bruno Arias.
Este domingo promete ser una gran fecha para la música argentina. Como si fuera obra del destino -o del buen trabajo de producción-, la primera edición del FestiBAl Otoño 2019 reúne al folklorista jujeño Bruno Arias y a la banda de rock folk Arbolito, dos propuestas de música popular y latinoamericana distintas, pero que coinciden en varios aspectos: sonoridades amplias, letras con decidido contenido social y un público en común. En el Teatro Ópera, los músicos presentarán sus últimos discos junto con las canciones que ya son clásicos.
“Va a ser una fecha muy linda. Si bien van a ser dos recitales, cada uno con sus repertorios, la gente que vaya al Ópera esa noche va a ver como si fuese un gran show”, sostiene Agustín Ronconi, guitarrista de Arbolito. La banda ya ha compartido escenario con Bruno Arias en otras oportunidades, tanto en peñas como en recitales. En esta ocasión, fueron invitados por la producción del festival a participar del ciclo de 16 conciertos -a lo largo de mayo y junio- que representan la cultura popular del país. La coincidencia entre ambos artistas, promocionada como un “encuentro de cultura andina, rock y folk”, pretende aprovechar los puntos en común de las propuestas artísticas. “Tenemos una misma ideología política, un mismo camino. Estamos hermanados con la música, así que hay una comunión entre las bandas”, explica por el cantautor jujeño, y en esta percepción también coincide Ronconi, sobre todo en lo que respecta a las temáticas sociales y culturales, y de resistencia latinoamericana. “Nos consideramos compañeros de ruta, así que va a ser un placer compartir una vez más con él.”
Este domingo, en el Teatro Ópera, serán dos shows en uno.
El show consta de dos partes. En el caso de Arbolito, su momento protagónico será un “pantallazo actual del lugar donde está la banda hoy, con alguno temas clásicos re-arreglados y con sonoridades nuevas”, cuenta Ronconi. Además, el grupo formado en 1997 por estudiantes de la Escuela de Música Popular de Avellaneda (EMPA) estrenará dos de las tres canciones que conforman su último álbum, Simples vol.III: «Los vigilantes» y «Maquinola». La tercera canción la tocarán por primera vez en la presentación oficial del disco, en agosto. El proyecto Simples comenzó en 2016 y actualmente cuenta con tres volúmenes, cada uno con tres canciones. “Hay distintas razones por las que encaramos de esta manera: no estábamos como para embarcarnos en una producción muy grande, más que nada por los costos que supone; y por otro lado, teníamos ganas de trabajar con distintos productores para darle a cada canción una identidad distinta”, explica el guitarrista y cantante del grupo que, además, autogestiona sus proyectos. En esta ocasión, Simples vol.III lo produjeron junto a Luis Volcoff y Lito Daverio, dos productores jóvenes que aportaron una sonoridad más tecnológica al disco.
Por su parte, Bruno Arias presentará canciones de su último disco, Eterna risa, en un despliegue con banda completa y bailarines, e invitados internacionales como la cantora brasilera Indiana Nomma, el cantautor cubano Raúl Torres y Víctor Contreras, “uno de los mejores vientistas andinos que hay en Chile”.
Tanto Arias como Arbolito mantienen una actitud comprometida con la realidad sociopolítica del país y de América Latina que se expresa en su música, desde las temáticas que abordan sus canciones hasta las participaciones en recitales solidarios -como el realizado en apoyo a los despedidos de Clarín, en el caso del folklorista. Las expectativas por el año electoral se mezclan con sus propios deseos, en los que también encuentran un lugar de coincidencia entre ellos. “Si hay algo que esperamos es de alguna manera poder a volver a tener un proyecto de país con un rumbo y que nos pueda volver a representar un poco más a todos y a todas”, sostiene Ronconi. Mientras que Arias, en la misma línea, considera que lo más importante en estos tiempos es mantener la unidad, “sobre todo porque nos viven dividiendo política y culturalmente, y el pueblo tiene que estar siempre unido, porque los políticos pasan y el pueblo es el que queda.” Para ello confían en la música como forma de darle alegría a la gente, para ayudar a transitar los momentos difíciles. Desde el escenario, Arbolito pretende hacer lo que siempre hizo: “Generar el encuentro, generar emoción y la posibilidad de seguir adelante con lo que tengamos, pero a la vez de darnos fuerza para revertir los malos tiempos y seguir peleando por la posibilidad de tener un proyecto de país un poco mejor.” Arias expresa en palabras ese plus que caracteriza, a su vez, a ambas propuestas musicales: “Y si también, a través de la canción, puedo sembrar conciencia y visibilizar alguna lucha social o algo que está pasando en la actualidad, mejor.”
El 26 promete ser una noche distinta en el Opera, una noche de folklore con aires de rock, y de rock con sonoridades andinas. Pero, sobre todo, de encuentro con la música popular, de la mano de Arbolito y Bruno Arias.
De izquierda a derecha: Juan Pablo Fernandez, Luciano Esain y Federico Ghazarossian.
Realizaron giras por todo el país y han tocado en numerosos festivales solidarios: por Mariano Ferreyra en Plaza de Mayo, por Santiago Maldonado en Parque Centenario, en la inauguración de la estación Kosteki y Santillán, por los despedidos del Grupo 23 en el Centro Cultural Kirchner y por la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Juan Pablo Fernández en voz y guitarra, Luciano Esain en batería y Federico Ghazarossian en bajo forman Acorazado Potemkin, una de las bandas más interesantes de la escena rockera actual. Como anticipo del show que darán este sábado en Club Cultura, de La Plata, dialogaron con ANCCOM sobre el pasado, presente y futuro del grupo.
Tienen ya tres discos editados: Mugre (2011), Remolino (2014) y Labios del Río (2017). ¿Cómo es el proceso de creación y composición de la letra y de las melodías?
Luciano Esain: Las canciones de Juan salen a partir de un riff de guitarra o un esbozo de melodía, las de Fede de una letra o de una armonía y tratamos de hacerla circular entre los tres.
Federico Ghazarossian: Lo que uno trae cambia radicalmente. El proceso, cuando participamos los tres, es recomponer. Aparece lo que puede aportar el otro, un punto de vista diferente o capaz que camina el tema para otro lado completamente diferente.
LE: Se trata de proponer frente a lo que el otro te tiró, es como un “quiero retruco”.
¿Qué les gusta plasmar en las letras?
Juan Pablo Fernández: Está bueno sentir que realmente estás tratando de entender el momento que te toca vivir, ya sea porque estás en un momento de transición de tu vida personal o porque no podés evitar mirar lo que pasa en el costado de tu vida social. Siempre hay un choque entre lo público y lo privado, como hay un choque entre lo que pasa en la sala de ensayo y lo que pasa cuando querés salir a tocar. En lo verbal como mensaje lo más honesto que podemos hacer es escribir de lo que sentís que te está pasando.
FG: Estamos atravesados por la vida diaria y por la vida personal. Después es trabajar sobre los simbolismos y la belleza, o lo fea que te pueda resultar tal o cual palabra.
LE: Cantar no es solamente decir lo que estás diciendo sino interpretarlo, ponerle un peso emocional que también tiene, en mi caso tocando la batería, un correlato directo con lo que estoy haciendo con las manos y con el cuerpo. Se dice no solamente con las palabras sino con lo que estás proponiendo rítmica o armónicamente.
¿Se definen como un power trío?
LE: Siempre decíamos que el power trío está basado en un virtuosismo más explícito que nosotros no poseemos (risas), somos instrumentistas más intuitivos que el clásico power trío, que tiende a mostrar todo lo que pueden tocar. Nosotros tendemos a acotarnos y a que los arreglos y que las cosas sean simples, entonces trío está bien, de power no sé.
¿Tienen algún estilo que tomen como influencia?
JPF: El rock. Por generación el postpunk o el punk, el indie pero no como movimiento sino como escuchas comunes que nos sirven para pensar lo que hacemos.
LE: Cuando empezás a tocar decís: “Vamos a hacer una banda como tal”, pero después de treinta años de tocar cambiás de música escuchada, en el momento de armar las canciones elegís qué de eso estás poniendo y qué no querés poner.
¿Le pondrían una definición a su sonido?
FG: En la época del MySpace decíamos que éramos “mugre”.
Todos: “Rock punk mugre”.
LE: “Mugre” es lo que no podés escribir, lo que tiene que ver más con la interpretación que con la cosa escrita o establecida.
“Mundo lego”es uno de los temas destacados de Labios de río, el último disco de ustedes. Para esa canción trabajaron con los escritos de una poeta, ¿cierto?
JPF: La autora es Josefina Safiotti, armamos una canción sobre tres poemas de ella. Su libro son dos a la vez: uno que es una mudanza y otro que es una causa judicial por violencia de género, que obviamente se cruzan. Tomamos los poemas de la mudanza, del estar sin casa, de construir ese lego como está en la imagen cuando vos ves la caja y decís “así quiero vivir, así quiero ser”, y después te faltan las piezas, se pierden, se desacomodan. Hay algo de eso en el libro y está escrito con mucha verdad, entonces fue natural entrar a ese mundo y apropiárnoslo. A veces por admiración tomás algo que capaz es triste o es duro pero está escrito con verdad, pueden ser mundos totalmente distintos al tuyo pero cuando están escritos con verdad, con honestidad, con deseo lo podés apropiar o podés jugar a que estás en ese mundo también.
“Rock punk mugre”, se autodefine la banda.
¿Cómo ven la relación del arte con la política?
JPF: Algunas letras son explícitamente políticas como “El pan del facho”, a veces en un país como el nuestro lo público se te mezcla con lo privado. No renunciamos al hecho estético, no es que trabajamos sobre consignas políticas pero no le esquivamos el bulto a esas cosas.
¿Cómo es tocar en festivales solidarios?
JPF: Nosotros conectamos con la parte más emocional y eso acompaña, nuestro trabajo no es el del militante. Siempre reivindicamos al militante que pone el cuerpo. Nosotros conectamos con el costado más emocional que tiene, que es lo que le da sentido a la lucha, conectamos con esa emoción, con los recuerdos, y eso conecta con la gente que lo va a ver y con el espíritu del militante y no sólo con la gestión política. Sentimos que es útil lo que hacemos. Sabemos que muchas veces el festival se apaga y ellos después tienen que seguir negociando, pero en ese momento que estamos los músicos con los trabajadores y están emocionados y están empoderados, es compartir el sentido de por qué se hace lo que se hace.
Sus discos son de libre circulación y descarga, ¿qué desafíos les plantea en términos económicos y de difusión del material?
FG: En su momento era como un agujero negro, lo tomamos de Radiohead que empezó a hacerlo en esa época, y lo más lindo es que ni bien editabas el material lo podía tener una persona que vive en Tilcara o en Ushuaia. Económicamente llegamos a la conclusión de que no nos influía, porque el material que editábamos lo liquidábamos. Nos abrió más puertas por esa rapidez de llegar a cualquier lado con un click. Mugre sale en agosto de 2011 y se regala, el disco sale fabricado recién en marzo de 2012, y ya tenía para esa fecha 13.000 bajadas.
JPF: ¿Sabés lo que es distribuir 13.000 discos? Todo el aparato de la industria cultural tiende a estandarizar, necesita explicar ciertas cosas, encajonar y ubicar ciertos artistas y tendencias. Fue un cambio de paradigma y terminó siendo una política de la banda: el disco sale en el mismo momento en formato físico, en Spotify y gratis para descargar.
¿Cómo fue la experiencia de tocar en México?
FG: Este año nos invitaron a tocar a la Feria Internacional de Música (FIMPRO) en Guadalajara. El FIMPRO es de las industrias musicales de toda Latinoamérica, y el sello se presentó y quedó seleccionado. Argentinos éramos Sofía Viola, Lacandona Social Sound y nosotros, y todos éramos todos muy diferentes. Tocamos en la noche argentina y antes pudimos hacer un show en Guadalajara, en Capilla de los Muertos, también con el grupo argentino Lacandona.
Su último disco lo editaron en 2017, ¿están trabajando en algo nuevo?
JPF: No, en absoluto. Hay un par de ideas dando vueltas pero todavía está fresco el material, todavía está lindo.