“Casi todos los escritores tenemos que trabajar también en otra cosa”

“Casi todos los escritores tenemos que trabajar también en otra cosa”

Se estrena en el Gaumont El Piletero, el Metrodelegado y el Cadáver, una docupelícula dirigida por Eduardo de la Serna y protagonizada por los escritores Félix Bruzzone y Kike Ferrari. “Yo pertenezco a la clase de los que construimos el mundo, y eso lo ejerzo tanto cuando trabajo en el subte como también cuando escribo”, plantea Ferrari en esta entrevista.

Dirigido por Eduardo de la Serna, El Piletero, el Metrodelegado y el Cadáver es un documental mixturado con elementos de ficción que aborda la cuestión de aquellos escritores que no ejercen plenamente su oficio, sino que se ven forzados a realizar otras actividades para poder vivir. A través de charlas, entrevistas y participaciones de distintos eventos, se exhiben en el film distintos retazos de la vida de los escritores Kike Ferrari y Félix Bruzzone, cuyos principales empleos se encuentran alejados del arte y de las obras literarias. Ferrari trabaja desde hace más de diez años en el Subte de la Ciudad de Buenos Aires, mientras que Bruzzone se desempeña como piletero. El relato tejido a dos voces tiene como disparador la aparición de un cadáver anónimo en un túnel subterráneo, a partir del cuál se empiezan a elucubrar distintas teorías. El film retrata los pensamientos de sus protagonistas, su compromiso político y sus historias de vida.

Ferrari tiene 53 años y confluyen en él tanto su producción literaria como su trabajo a jornada completa como empleado del Subte de la Ciudad de Buenos Aires, que le valieron el apodo de “el escritor proletario”. Novelas y cuentos de género policial como Que de lejos parecen moscas (2011) u Operación Bukowski (2004) le valieron a Ferrari distintos reconocimientos en el ámbito literario, como el premio Silveiro Cañada de la Semana Negra de Gijón (España). Él tuvo, desde un primer momento, muy en claro que su principal fuente de ingreso no sería provista por la literatura.

¿Cómo fue el proceso de producción de la película?

Fue un proceso largo, raro y tropezado. Fue divertido, de las clases de cosas que me gustan, hecha muy a pulmón. Eduardo (De la Serna) me contactó en 2017 para proponerme esta idea. En un primer momento iba a ser solo documental, pero luego se le fue sumando mucho de ficción. Habla sobre la relación entre dos trabajadores que escriben o de dos escritores que tienen otros trabajos, que somos Félix Bruzzone y yo. En un momento pareció caerse el proyecto, por un tiempo no supe más de él. Supuse que podía ser como otros muchos proyectos que quedan en la nada. Después de la pandemia, en 2021, Eduardo se volvió a contactar conmigo para comunicarme que el proyecto volvía a las andadas y que teníamos que filmar nuevas cosas. Retomamos y hubo una segunda tanda de filmaciones. Armamos un poco juntos lo que nos faltaba. Seis o siete meses después se terminó de grabar. El año pasado nos enteramos de que todo eso que habíamos estado produciendo había llegado a buen puerto y que la íbamos a poder estrenar este año. Fue, entonces, un proceso muy largo, hecho por muchas capas, pero que disfrutamos mucho.

 

¿Vés en el audiovisual un lugar potencial para seguir desarrollando tu carrera?

Me interesa, pero estando siempre detrás de cámara. Para escribir. Escribí un guión y tengo algún que otro proyecto por ahí guardado. Es un lenguaje distinto que uno tiene que aprender. Tiene posibilidades distintas. A mí me interesan todas las formas narrativas de la ficción desde el uso de la palabra.

 

¿Creés que tu trabajo en el subte te ubica en otro lugar a la hora de escribir?

Lo que creo que me ubica en un lugar distinto es mi pertenencia de clase. Es mi decisión que el lugar que ocupo en la producción o en el trabajo sea una parte identitaria respecto a quién soy. Ya sea en el subte o en cualquier trabajo asalariado. Trabajé en el subte los últimos doce años de mi vida, y los veinticinco anteriores los trabajé también pero en otro oficio. Lo que me da esto es una pertenencia, un lugar desde el cual vivir. Por supuesto que eso se traduce también en lo que escribo, como todas las demás cosas que me componen. Objetivamente, uno siempre ocupa un lugar en el proceso productivo, más allá de lo que piense. Después podés tener una posición más renegada o no con respecto a tu clase.

Yo pertenezco a la clase de los que construimos el mundo, y eso lo ejerzo tanto cuando trabajo en el subte como también cuando escribo. Esto me acerca a los demás. Por eso tengo participación gremial y por eso me siento uno con mis compañeros del subte pero también con los maquinistas o los obreros de fábrica o los maestros. La decisión consciente está en ese acercamiento a los de mi clase, pero eso no significa que cambie mi lugar objetivo en el mundo, ese siempre es el mismo.

 

¿Qué tan difícil es poder vivir de la escritura en nuestro país?

Son muy pocos los compañeros que pueden vivir exclusivamente de la venta de libros. Después los demás tenemos que tener otras tareas para solventarnos económicamente, que pueden estar más o menos cerca del proceso de escritura. Hay compañeros que son docentes, o que dan clases de creación literaria o que corrigen textos para una editorial. Ellos están más cerca de la literatura. Otros, como Félix, que limpia piletas, o como yo, que trabajo en el subte, estamos más lejos. Pero casi todos, excepto un puñado de nombres, tenemos que trabajar en otra cosa.

 

¿Por qué tu decisión, entonces, de trabajar en algo tan lejano a la escritura?

Yo lo prefiero. De hecho doy muy pocos talleres, tal vez uno o dos por año. Corrijo muy de vez en cuando textos ajenos. No hago mucho más que eso por fuera de mi trabajo. Para escribir necesito estar fresco, necesito tener ganas de escribir, y de poder poner las ideas y la voluntad del trabajo con el lenguaje ahí, en mis textos. Cuando trabajo con textos de otras personas me pasa que cuando vuelvo a mi propio tiempo literario ya no tengo ganas, no tengo ya fuerzas para ponerme a escribir. Es por eso, entonces, que prefiero que el tiempo de mi otro trabajo, de aquel que me veo obligado a hacer para poder vivir, sea otra cosa.

Podríamos decir que gran parte de la producción de tu obra comienza a gestarse durante tu tiempo en el subte?

En ese tiempo que estoy trabajando no dejo de pensar en lo que estoy escribiendo. En el subte craneo mucho. Quizás si tuviese otro trabajo en el cuál es más difícil distraerse o que implica otros riesgos sería otra cosa. Mi trabajo en mantenimiento tiene mucho tiempo de laburo mecánico y físico. En un laburo que lo hacés con el cuerpo y nada más, es muy fácil que la cabeza se te vaya. En esos momentos me permito pensar y organizar ideas que después vayan a ser escritas tres o cuatro horas más tarde, que es cuando llego a mi casa y puedo sentarme a escribir frente a la máquina. En el mejor de los casos, en el durante, saco el celular y escribo o guardo alguna nota o idea para recordarla después. Pero sí, me permite tener mucho tiempo pensando en lo que después va a componer mi trabajo.

 

Si estás leyendo esto

 El 14 de febrero de este año el escritor publicó su última novela, titulada Si estás leyendo esto, en la que se reconstruye un presunto intento de suicidio de Jorge Luis Borges en la década del 30. Ferrari se vale de ese episodio para construir una historia, trayendo escritores de la talla de Ricardo Piglia como parte de la  ficción y entramando, por lo bajo, una historización de la literatura argentina.

 Respecto a la novela, Ferrari explica: “La primera vez que leí respecto a este intento de suicidio fue leyendo Borges: esplendor y derrota de María Esther Vázquez. Pensar en Borges agarrando un arma, queriendo matarse y no pudiendo me pareció una metáfora espléndida de la literatura argentina. Pensé que podía construir una historización de la literatura argentina alrededor de ese revólver que iba pasando de mano en mano, donde mucha gente lo tiene pero nadie lo dispara. Las manos por las que va pasando son autores de los 180 años de la literatura argentina, como Rodolfo Walsh, Sara Gallardo o Ricardo Piglia. Es una novela de ensayo en algún punto, pero escondida dentro de una novela policial de aventuras. Se puede leer de las dos maneras”.

Sobre su vínculo con la obra de Borges, exclama: “¡Creo que Borges es el mejor escritor de la lengua castellana del siglo veinte! Que hayamos tenido la suerte de que haya escrito desde acá, con todo lo que eso implica, es un privilegio enorme. Todo lo que pasó en la literatura argentina a partir del año 46 tiene que ver con cómo se posicionan los escritores frente a Borges. Algunos se mantienen en su estilo, otros enfrentan su poética, otros tratan de huir. Todos orbitan alrededor de esa obra, que es extraordinaria. Hay muchísimo para aprender ahí y para deleitarse del gozo de la lectura sobre todo”.

El escritor de historias de la pequeña gente

El escritor de historias de la pequeña gente

A 100 años del nacimiento de Haroldo Conti, uno de los 30.000 desaparecidos por la dictadura militar, el escritor Juan Bautista Duizeide repasa su vida, su obra y su militanica en una clave de lectura del presente.

Este domingo 25 de mayo se cumplen cien años del natalicio de Haroldo Pedro Conti, venido al mundo un 25 de mayo en Chacabuco, Provincia de Buenos Aires. Autor de la novela Sudeste y de compilaciones de cuentos como La balada del álamo Carolina, en su vida supo ser seminarista, piloto de avión, navegante aficionado y militante político. Integra la lista de los 30.000 detenidos desaparecidos por la última dictadura, y su figura carga con la paradoja de ser menos leído que homenajeado.

“Conti era alguien que había ganado el premio literario más importante en lengua castellana que había en el momento, que era el Barral”, cuenta Juan Bautista Duizeide en diálogo con ANCCOM, “Era alguien quizás no tan leído como otros autores de la época, pero que estaba muy presente en el sistema cultural y mediático. Había muchísimas entrevistas; llegó a salir en la tapa de la revista Gente. Y sin embargo unos pocos años después no se conseguía nada de él en ninguna librería.”

Duizeide es autor del libro Alrededor de Haroldo Conti, publicado el año 2013 en la colección Cuadernos de Sudestada. También es académico, periodista y piloto de buques de marina mercante. Amante del mar y de los ríos, residente del Delta de Tigre, en su vida se acumulan paralelismos con el autor que lo marcó; autor a cuya obra llegó, según relata, por accidente.

“Hurgando en una mesa que estaba afuera de la librería Hernández, en la avenida Corrientes, di con un libro que me llamó la atención básicamente por la tapa, que es una pintura del Delta. Y cuando lo abrí y leí la primera página me cautivó esa prosa. Yo en ese momento, a fines de 1983, era estudiante de primer año de la escuela de náutica y mi familia había caído en bancarrota, así que solamente podía comprar libros muy en oferta, como ese. Luego me enteré que la librería Hernández había guardado en un espacio tapiado un montón de libros que era peligroso exhibir. Cuando empezó el deshielo democrático, los sacaron a la calle y los pusieron en oferta, y ahí di con él: era la novela Sudeste. Y de a poco fui reconstruyendo su obra porque no estaba por ningún lado, no era fácil de conseguir…”

¿Qué significaba ser un escritor desaparecido el 83?

No estar en el espacio público (incluso para gente que había estado muy presente en el espacio público) y estar estéticamente condenado. A mí me parece que hay algo de eso que dura. Además, había como una especie de estigma sobre buena parte de la producción cultural argentina de la década del sesenta e inicios de los setenta. Yo pude comprar Zama, El Silenciero (de Antonio Di Benedetto) y algún otro libro en ofertas muy baratas porque eran cosas que no interesaban; o sea, no era la onda del momento, era algo viejo…

¿Y qué connotación tiene hoy el ser un escritor desaparecido?

Me parece que es un gran problema. Hay una forma en la que dura la desaparición especialmente nociva para ingresar a la obra de Conti, y es qué expectativas crea esa etiqueta terrible de desaparecido. Por supuesto que ningún escritor quiso ser desaparecido: por más militante que fuera, nadie quería desaparecer –es algo criminalmente impuesto-. Pero además de esa circunstancia, sucede que la etiqueta de desaparición, un poco con la metáfora visual de los ‘siluetazos’, tiende a homogeneizar: a suponer que existencialmente, políticamente y sobre todo estéticamente, eran lo mismo un poeta visionario, casi maldito, como Miguel Ángel Bustos, un cronista como Enrique Raab, un periodista como Rodolfo Walsh o un narrador como Haroldo Conti. Y todos son desaparecidos, pero se parecen bastante poco entre sí. Entonces ahí en principio hay un achatamiento de la densidad y de la riqueza literaria, que es la que nos importa para pensar en un escritor. Y en el caso de Haroldo Conti sucede algo: por un lado, hay gente a la que, aún hoy, toda cosa que huela a años sesenta, años setenta y militancia les da una suerte de alergia y, por el otro, hay un público joven, militante, comprometido, que toma un libro como la novela Sudeste, que es una obra maestra, o cuentos como Todos los veranos, y se pregunta: ‘¿Y acá donde está lo político?’ O sea, Conti no es como Walsh, que tiene una Carta Abierta a la Junta Militar al cumplirse un año de gobierno, que tiene Operación Masacre; en Conti lo político opera de otras maneras mucho más elusivas y sutiles. Él siempre afirmaba: ‘Yo no escribo la Historia, sino las historias de la pequeña gente’. Si uno se pone a ver con la sensibilidad un poco más abierta y con otras antenas, empieza a entender cómo funciona lo político en Conti, que está profundamente enraizado con las vidas de sus personajes. Nunca está impuesto desde la voz que narra ni desde la ideología o las pretensiones del autor.”

¿Y cómo dirías que aparece, concretamente, lo político en Conti?

Me parece que es fundamentalmente una mirada a ras de pueblo. Hay una anécdota que a mí me gusta mucho, aunque probablemente sea apócrifa. A fines de los años 50 o principios de los 60 (Conti jamás lo precisó del todo bien), él estaba haciendo prácticas de vuelo –solía salir del aeropuerto de Don Torcuato en la zona norte de Buenos Aires– para sacar el carnet de piloto civil. Y cuenta que haciendo uno de estos vuelos es que vio el delta, ‘una inmensa mancha verde’, y quiso ya no verlo más desde arriba sino meterse en sus vericuetos, conocer su gente, sus lenguajes, su manera de soñar, de vivir, etc… No importa tanto que haya sucedido o no; lo que interesa es el lugar único que adquiere esta escena de iniciación en su formación como escritor. No importa que sea una ficción: la ficción funciona así. Y a mí me parece que uno de los grandes gestos políticos implícitos de Conti es este ponerse a ras. No ver desde arriba, sino ver a ras de donde ven sus personajes: de lo que piensan, de sus formas de vida; en un punto es casi un trabajo etnográfico. Esto que parece, quizás, desde hoy un poco desvanecido, era una inmensa diferencia de cómo trataban a los personajes populares los escritores del momento. Porque para buena parte de la gente que escribía en la Argentina un personaje como el Boga –una suerte de lumpen de las islas– no tenía ningún interés. Y si tenía interés –en general ese interés era de los escritores proclamados de izquierda– había una mirada con cierto moralismo externo al relato: se le daban una serie de virtudes que supuestamente el militante consciente, que vendría a ser el escritor, sí sabía, y sus personajes populares no sabían. Esto es un problema al narrar, el forzar a los personajes de tal modo. O, un peligro simétrico y parecido, que es suponer que esos personajes del pueblo tienen la verdad de todo. Haroldo Conti logró sortear esos peligros.

 

Duizeide trabaja actualmente en la Universidad de Humboldt de Berlín, donde imparte un seminario de Estéticas Fluviales. “Buena parte de estar acá en Alemania es por Haroldo Conti”, confiesa, aunque sus obras no formen parte del programa este año. El domingo habrá, sin embargo, un homenaje en la Floating University, sobre los terrenos donde se drenaba el agua del antiguo aeropuerto. La silueta del autor será rellenada por cartas, tapas de libros, y se compartirá una comida en referencia a su último cuento: A la diestra, que representa una cena entre vivos y muertos. Es el eco de una persona que fue, por sobre todas las cosas, un escritor, y como tal sólo vuelve a su esencia al ser leído.

“Solamente existen las lecturas sincrónicas”, prosigue Duizeide: “No hay nada más autobiográfico que la lectura: uno puede inventarse otra cara para narrar, pero no hay manera de leer sino desde nuestra propia circunstancia. Leemos desde 2025 y desde nuestra situación. Por un lado, creo que desde 2025, esa forma de ir hacia lo popular es bastante más nítida de lo que podía ser en 1957, cuando aparece el primer Conti maduro. Visto de lejos, es un año particularmente significativo: es el año de la historieta de El Eternauta y en el que se empieza a publicar Operación Masacre. Oesterheld y su dibujante Solano López trabajan para contar una gran historia argentina y bastante universal como vemos ahora a partir del éxito de la serie, desde un género bastante desdeñado como era el de la historieta; y también el tema de la investigación periodística que en ese tiempo, antes de la novela de no-ficción, no gozaba de mayor prestigio. Eran géneros bastante plebeyos, y también había mucho plebeyismo en Conti por los personajes que elegía. Esto no tenía absolutamente nada que ver con la argentina oficial del momento, fuera de izquierda, centro o derecha: eran todas rarezas, pararse desde esos lugares. Y eso se ve muy nítidamente desde ahora, mucho más nítidamente que entonces.”

Más allá de la novedad que significó en su presente, ¿qué se puede sacar de su lectura para la Argentina del 2025?

Creo que lo interesante que tiene para ofrecer Conti hoy son algunas otras cosas, que son determinados tonos y determinadas formas de construcción. Y creo que, precisamente por esto, puede ser una lectura bastante difícil. Porque podríamos decir que, si Conti fuera un pintor, él no trabajaría con colores puros y crudos, sino con infinitos matices. Eso me parece sumamente interesante: ese nivel de sutileza narrativa, que llega a estar en el límite con la poesía. En Conti lo más importante es la trama: básicamente narra un ambiente, nos da a disfrutar un lenguaje. Me parece que eso es lo que pueden encontrar lectores nuevos, los lectores más jóvenes.

 

Nuevos artistas disidentes

Desde su militancia en el ERP, Haroldo Conti fue un escritor perseguido que era muy consciente de su vigilancia. Ya en los tiempos de la Triple A, con el tercer peronismo, estuvo en la mira del terrorismo estatal. El no ir al exilio tras el golpe de Estado fue como enfrentarse de cara al pelotón.

La actual coyuntura mediática nos enfrenta a nuevos gobiernos de retórica autoritaria, al que se contraponen personajes de la cultura que encarnan nuevas formas, también mediáticas, de confrontación: Lali vs Milei, Dillom vs Caputo, Taylor Swift vs Trump, Bad Bunny vs las inmobiliarias. ¿Hay alguna continuidad con estos nuevos artistas disidentes? ¿O son solamente una mímica vacía de lo anterior?

“Me parece que hay algunas leves continuidades y también grandísimas diferencias”, marca Duizeide, “En la redacción de Crisis, en donde trabajaba Haroldo Conti, todo el tiempo recibían amenazas. Amenazas que no significaban bravuconadas como las que puede efectuar Milei, sino que rápidamente se convertían en penas de muerte concretas; extrajudiciales y extralegales, pero concretas. La censura también era un dato real: de libros, de películas, de revistas, de músicas que se aconsejaba no difundir. Me parece que ahí hay una diferencia sumamente grande. Pero además la disidencia de un Conti o de un Enrique Raab era sumamente radical. Con esto no quiero enjuiciar a los disidentes actuales, sino en todo caso al uso de la palabra: quizás convendría inventar otra. Porque la disidencia durante mucho tiempo, fuera en la Unión Soviética del estalinismo, o en la Alemania de Hitler, en la Argentina de Isabel, ni hablar en la de Videla, Massera y Agosti, era algo mucho más abarcativo; algo irrecuperable para la sociedad oficial. Los actuales disidentes pueden dar, al menos por ahora, un recital para miles y miles de personas en un lugar central de cualquier metrópoli. Y no exponen, al menos hasta ahora, su integridad física ni sus cuerpos –ahí hay una diferencia muy grande. Yo siento que no somos quienes producimos bienes culturales los que estamos siendo más golpeados por estos gobiernos, sino más bien otros sectores: obviamente los trabajadores, comenzando por los informales, también los jubilados, las infancias pobres… Y en ese sentido hay como una extraterritorialidad, pero no un riesgo tan grande como el que corría en otra época un Haroldo Conti.”

El centenario del nacimiento de Haroldo Conti será conmemorado en su casa museo ubicada en Arroyo Gambado S/N, Tigre 1648, donde el sábado 24 de mayo se realizará una vigilia desde las 10:00.

Lo viejo funciona

Lo viejo funciona

Se presentaron en la Biblioteca Nacional tres nuevos libros de la colección Las Antiguas, Primeras Escritoras Argentinas, un repertorio compuesto por títulos de escritoras nacidas en nuestro país en siglo XIX y prologados por investigadoras contemporáneas

La colección Las Antiguas, Primeras Escritoras Argentinas surgió en 2011 de la mano de su actual directora, Mariana Docampo, y la editora de Buena Vista, Daniela Mac Auliffe, con la idea de recopilar diferentes obras pertenecientes a escritoras argentinas nacidas en el siglo XIX. “Empezamos a pensar qué títulos podíamos publicar. Al principio queríamos editar a las autoras más conocidas. Sin embargo, sabíamos que había otras que no lo eran tanto. Y estas son las que hasta ahora seguimos publicando”, mencionó Docampo en diálogo con ANCCOM. Desde entonces, el proyecto “nunca se pausó, pero hasta el año pasado estábamos más tranquilas. Entre 2024 y 2025, publicamos seis libros. Tuvimos un caudal nuevo que la revitalizó”, agregó la directora.

Esta revitalización se debe a que, además, los libros cuentan con prólogos que ahora son realizados por diversas investigadoras e intelectuales argentinas y estudiosas de estas autoras. La búsqueda en esto es poder generar que ambas generaciones de mujeres dialoguen. “Antes, la idea de los prólogos era que estuvieran hechos por narradoras argentinas contemporáneas que no conocían a las autoras. Les dábamos el libro y escribían una nota según cómo se sintieran interpeladas”, explayó Docampo al respecto. Sin embargo, continuó, hoy es diferente: “Ahora ellas son las que se contactan con nosotras, son las que nos traen los libros. Eso le dio un giro a la colección en los últimos libros”.

Este viernes 16 de mayo en la Sala Augusto Raúl Cortázar de la Biblioteca Nacional se llevó a cabo la presentación de tres nueva obras que integran dicha colección: Recordando de Lucía Láinez, prologada por Candelaria de Olmos; Fantasías de Raimunda Torres y Quiroga, título que cuenta con el estudio preliminar de Sandra Gasparini y un estudio crítico de María Vincens; y Mineros de Asturias de María Luisa Carnelli, prologado por Florencia Abbate.

El primero de ellos, Recordando, es a la vez un libro de viaje y un libro de memorias que recoge las experiencias de la misma Lucía como viajera y habitante de París entre 1923 y 1926. “Por momentos son impresiones que ella va tomando de los lugares que va visitando; por momentos tiene tono de un diario; por momentos tiene tono de un libro de memorias. Es un libro bastante híbrido y descentrado, ella se corre de los lugares típicos que la puedan encasillar”, explicó su prologuista quien además es investigadora y profesora de la carrera de Letras en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). De Olmos, durante su exposición, contó que el descubrimiento de esta mujer se dio por casualidad mientras investigaba la vida de su hijo, el escritor argentino Manuel Mujica Láinez, cuando vio los ejemplares del libro en un estante de su escritorio. “No esperaba encontrarme con que él tenía una mamá escritora. Fue una muy buena noticia porque además el texto es precioso”, comentó la docente de la UNC.

La autora de Fantasías, en cambio, mezcla las ficciones de horror, las gacetillas joco-satíricas y su faceta de feminista emancipista para hablar desde lo macabro sobre la violencia patriarcal, la sociedad porteña y la lucha de derechos femeninos. Sandra Gasparini, doctora en el área de Literatura de la Universidad de Buenos Aires y escritora del prólogo de este libro, destacó un aspecto de la escritura de Torres y Quiroga: “Lo interesante de estas ficciones es que los tropos góticos que utiliza tienen que ver con los tropos góticos globales, pero tienen un gusto muy local. Tienen que ver con crímenes que son comentados por la prensa pero desfigurados”. Y añadió: “Yo me preguntaba en el prólogo si tanta fantasía no era para contrarrestar tanto horror”.

Finalmente, el tercer título, Mineros de Asturias, relata el llamado a la huelga general que se replicó por toda España debido al triunfo de la derecha en las elecciones y al retroceso que ocurrió en aquel país con el ingreso de representantes fascistas en el gobierno. Una huelga que logró tomar el control de toda la región por unos cuantos días, pero que luego fue reprimida a través del bombardeo a la población: “Por un lado, tiene un valor literario porque es una escritura muy poética. Por el otro, tiene un valor documental porque es una escritora latinoamericana en medio de una insurrección fallida que se entiende como la antesala de la guerra civil española donde se ven los métodos contrainsurgentes que va a usar luego el franquismo para reprimir”, sostuvo su prologuista Florencia Abbate, quien también se desarrolla como escritora, investigadora y periodista.

A la vez, remarcó la importancia de una mujer como Carnelli: “Es reivindicable cómo se comprometió y entendió que era un momento en que su escritura tenía que colaborar como un aporte colectivo de algo que la trascendía. Quiero rescatar su audacia. Son épocas en donde la audacia nos tiene que iluminar”.

Las tres autoras retomadas en esta colección  (Láinez, Torres y Quiroga y Carnelli) fueron escritoras olvidadas o borradas tanto por la historia como por su mismo entorno, pero que esta colección busca reconocer. “Ellas estaban, tenían, circulaban. Después, muchas de ellas cayeron en el olvido o las silenciaron. Por ello siempre es interesante conocer su entorno además de su escritura. Lo que pasaba alrededor de ellas, lo difícil que era ese contexto”, acompañó Mariana Docampo. Al mismo tiempo, Abbate acentuó la importancia de conocer a aquellas mujeres que marcan nuestras subjetividades, que estuvieron presentes y lo siguen estando: “Puede ser que por los cambios políticos o los cambios de gobiernos los movimientos pasen de la visibilidad a la invisibilidad, pero de alguna manera los efectos subjetivos que van dejando en la gente y en las generaciones que vivieron en un momento de efervescencia de estas cosas no se borran”.

Por ello, Candelaria de Olmos remarcó también la importancia de esta colección y de sus creadoras: “Destaco el trabajo que hacen Daniela y Mariana desde hace 14 años rescatando autoras mujeres que no han tenido el protagonismo esperable, un poco porque era un campo literario liderado por figuras masculinas”.

“El Eternauta es una historia política, no partidaria”

“El Eternauta es una historia política, no partidaria”

El escritor y guionista Luciano Saracino pondera a El Eternauta como la más trascendente obra literaria argentina, leída apasionadamente desde que se publicó, en 1957, hasta la actualidad, en sintonía con la sensacional recepción de la serie de Netflix.

Luciano Saracino es escritor, guionista y, por sobre todas las cosas, un apasionado de El Eternauta. Su amor por las historias de aventuras pueden verse en las decenas de libros que escribió, parte de una obra que abarca novelas, historietas, guiones para cine, televisión, dibujos animados. En 2013 fue el encargado de escribir la serie Germán, últimas viñetas, donde retrata la vida de Oesterheld. La historia de Juan Salvo lo marcó desde muy chico y dejó en él una huella imborrable. “La serie de Netflix me parece un hallazgo desde un montón de lugares –dice–. Volvió a encender la llama de El Eternauta. Es una serie que tiene mucho para decir y le habla al presente, al igual que lo hacía cuando se publicó originalmente en 1957”.

  Saracino, que nació en Buenos Aires, en 1978, considera que El Eternauta es la obra más trascendente de la literatura argentina, una declaración que encontró un detractor inesperado: “Me parece que se le fue un poco la mano”, consideró el periodista Eduardo Feinmann en su programa de A24. Acto seguido, clasificó a Saracino como sarasero. Y luego, tras consultar una inteligencia artificial, consignó que la obra literaria más trascendental es Martín Fierro, de José Hernández. “Lo de sarasero es una chicana, lo importante es su respuesta sobre El Eternauta: ahí es donde quiero dar el debate –dice Saracino–. Lo que hice fue mencionarla como la obra literaria más trascendental de la historia argentina. Hay una provocación por mi parte, no es inocente la afirmación. Nada de lo que hacemos es inocente, todo es político. Yo estaba colocando a la historieta dentro de la literatura. Lo que planteo es que empecemos a hablar de esta hermana menor que es la historieta, que siempre estuvo relegada. A la historieta le daban el permiso de existir, pero que no moleste demasiado. Ese es el debate que me interesa. Gritar a los cuatro vientos y justificar que la historieta también puede ser literatura. Esa es la discusión.

 

¿Por qué hablás de trascendencia?

Cuando hablo de trascendental no estoy hablando de mejor ni de más importante, sino en el sentido más literal. En ese sentido, El Eternauta quizás sea la obra literaria, si le permitimos a la historieta entrar en ese partenón, más trascendental. Trascendió su tiempo; se lee hoy en día tan placenteramente como se leía en el 57. Trascendió sus propias fronteras, ya que es publicada en todos lados del mundo. Trasciende inclusive su propio contexto, nace como historieta pero hoy en día es también una serie posicionada primera a nivel global en plataformas. Trasciende su propio libro. Uno ve la figura de El Eternauta y sin haber leído jamás el libro, puede detectar “esto es El Eternauta”. Eso no sé si lo logran otras obras. Rayuela, El Martín Fierro, El Facundo, por supuesto. No estoy hablando mal de ninguna de ellas. Yo simplemente planteo, ¿cuántos pibes hoy en día se acercan al Martín Fierro con placer y lo leen de manera independiente? Por otro lado, ¿cuántos pibes se acercan hoy a El Eternauta y lo leen apasionadamente? Eso es estar vivo. Eso, para mí, es haber trascendido. Quizás no es la obra más importante, pero es la más trascendente.

 

¿Cómo fue tu primer acercamiento con El Eternauta? ¿Qué recordás de aquel momento?

Leí El Eternauta por primera vez a los seis años, sobre la falda de mi viejo, que no me dejaba tocar las páginas porque eran tan finitas que se deshacían. Tuve la suerte de que él haya coleccionado y encuadernado esas revistas. Él amaba la historia y me hizo amarla a mí también. Me volví un gran divulgador de la historia. En mi colegio primario, yo hablaba de la historia con mis amigos todo el tiempo.

Había muchas cosas allí que me fascinaban: el partido de truco, la nevada. Otra cosa que recuerdo era la ansiedad que me generaba la aparición de los cascarudos. Recuerdo ser un niño que no se salteaba ninguna página, pero que estaba desesperado porque aparezcan. Era un nene que leía vorazmente porque quería llegar a esa parte en donde aparecían esos monstruos. He leído decenas de historietas después, e incluso muchas me han pesado hermosamente en la memoria, pero leer El Eternauta de chico fue algo único. No existían, por supuesto, el celular o internet. Había otros modos de enfrentarse al tedio y para mí, el mejor de todos era leer El Eternauta.

Yo estaba colocando a la historieta dentro de la literatura. Ese es el debate que me interesa. Gritar a los cuatro vientos y justificar que la historieta también puede ser literatura. Esa es la discusión.

Luciano Saracino

¿Qué lugar ocupaban las historias de aventura en tu infancia?

La aventura de chico era todo: las arenas movedizas, el piso de lava, los tesoros. La infancia es el territorio de la aventura y está repleta de ellas. Después aparecen los trabajos remunerados, la rutina, la escuela. Pero previo a eso, el piso es lava, y hay que saltar los sillones porque abajo lo que te toca te mata. Por eso es tan hermoso leer historias de aventuras, porque la infancia es un mapa repleto de aventuras. Además de la patria de uno, a la que uno nunca puede regresar, también es el terreno donde existió la aventura.

 

¿A qué atribuís tantas lecturas políticas acerca de la historia de El Eternauta?

El Eternauta es, desde su concepción, una historia política pero no partidaria. Es un libro político que habla sobre la solidaridad, el héroe colectivo y la idea del grupo. Para mí lo más espectacular de la historia y que trae como novedad es que el malo de la historia no se ve nunca, no tiene nombre, es una entidad que está por encima, los Ellos. Hoy en día lo vemos y decimos, ¿qué estaba diciendo cuando establecía que el mal no tenía nombre, cuando no podías verlo? Eso es política, por supuesto. Es una obra tremendamente ideológica pero no partidista.

El Eternauta en el 57 no fue escrito por un autor peronista. Te diría que lo contrario. Eso lo vuelve todavía más interesante. Depende de quién lo lea, El Eternauta va a hablarle a esa persona y la va a mirar a los ojos. Para todos va a tener una mirada y un modo de decir diferente. En su momento, el kirchnerismo utilizó como bandera el “Nestornauta”. Ese tipo de cuestiones hacen que mucha gente que no leyó la obra crea que esta adscribía a cierto tipo de ideas.

 

¿Qué te cautiva de la figura de Oesterheld tanto en tanto pensador como también creador de historias?

Oesterheld era un intelectual muy lúcido que sabía leer perfectamente su tiempo. En su época, la historieta era un medio masivo de comunicación. Llegaba a las masas, a la gente. Se leían historietas de género: westerns, gauchescas, ciencia ficción. El obrero, la ama de casa, el empleado; todos leían historietas. Las historietas en Argentina eran parte de nuestro consumo cultural diario. Oesterheld percibe todo esto. Se pregunta entonces, ¿por qué no darle al pueblo literatura de calidad? Historietas que tengan una profundidad que hasta ahí no tenían. Lo que hace, entonces, es estudiar los géneros para luego revertirlos. Géneros que venían ya un poco vetustos, que habían sido escritos miles de veces, Oesterheld los reescribe de una manera novedosa, como los westerns y el Sargento Kirk. La idea de hacer algo nuevo de eso que parecía totalmente viejo hasta ese momento.

¿Por qué Oesterheld se inicia en la militancia política?

Después del 57, lo que cambia en Oesterheld es el mundo que lo rodea. Cambia el contexto y la sociedad. Ese pueblo al que él le escribía, ahora era peronista. Él venía, si se quiere, del socialismo o del antiperonismo. Pero se reconvierte para entregar la vida por una causa a la que él inclusive había visto con malos ojos. Eso nos habla de una persona amplia, que se puede permitir cambiar de opinión y, por sobre todas las cosas, que amaba profundamente a sus hijas. Ellas fueron quienes empezaron a acercarse al movimiento y lo acercaron a Oesterheld también. No al revés. Él decidió que sus pasos iban a ser detrás de sus hijas y detrás de ese pueblo al que le escribía.

 

Germán, la serie sobre Oesterheld

En 2013 Saracino guionó la serie Germán, últimas viñetas, en donde retrata la vida de Oesterheld tras escribir El Eternauta. Allí vemos al escritor lidiar con editoriales tradicionalistas y una nueva generación de historietistas incipiente, con la dictadura militar como telón de fondo. La producción fue emitida por primera vez en 2013 por

La palabra libera

La palabra libera

La Biblioteca Nacional exhibe “Cárceles. Narraciones del encierro (1878-2025)”, una muestra que reúne escritos de diversos géneros sobre y desde la prisión.

Hasta el 17 de agosto se puede recorrer la muestra “Cárceles. Narraciones del encierro (1878-2025)”, en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Con  I Acevedo y Andrés Tronquoy como coordinadores, el espacio pone en relación una amplia variedad de registros textuales que permiten un recorrido por la historia política, social y de la literatura argentina hasta nuestros días mediante escritos de la cárcel para pensar la relación entre sociedad y castigo, cuerpo y escritura.

“Queríamos poner los edificios como una presencia, esos son edificios que se deciden construir de una forma determinada, que se deciden ubicar en un lugar determinado, que hacen como una sintaxis del país y de los cuales surgen un montón de relatos de adentro, surgen relatos desde afuera, surgen también mitos alrededor de esos lugares, también los fantasmas que generan después de sus demoliciones, los restos que quedan. Cómo eso dialoga también con su época, cómo dialoga posteriormente y cómo dialoga también en los distintos tipos de discursos y de texto”, contó Tronquoy.

Al ingresar a la sala José L. Ortiz, la pared y la puerta del lado izquierdo están intervenidas con fotos gigantes de las penitenciarías de la Isla Martín García, del expenal Buen Pastor de mujeres en San Telmo, el expresidio de Ushuaia y la cárcel de Devoto, reconocidas por hechos y los presos relevantes e históricos que albergaron. Cada imagen de fondo contiene información sobre el lugar de encierro, fotografías en blanco y negro como también a color que muestran su interior, un libro que habla sobre la prisión, recortes de periódicos que informan sobre algún suceso o publican una carta de lectores opinando sobre la prisión junto a las cartas de personas o de algún familiar de quienes habitaron el lugar de encierro. En esta sección llama la atención las cartas que los caciques enviaban al ejército pidiendo la liberación de las mujeres y los niños que había sido encarcelados en la Isla Martin García luego de la Conquista al Desierto.

“Quisimos que tuviera mucha escritura de personas presas. Tratamos de incluir discursos que fueran los que construyen la cárcel en Argentina, discurso científico y también en los medios de comunicación”, contó Acevedo y Tronquoy añadió: “El discurso científico, el discurso legal, el discurso literario, también la cuestión de la cultura popular en el medio de la militancia. Todo lo que se produce, las escrituras que se producen en la cárcel que tiene una potencia muy particular y también cuál es la reflexión colectiva desde los diversos tipos de discursos sobre la cárcel, desde el discurso criminológico, el discurso periodístico. Hay un montón de escrituras muy diversas desde sectores muy variopintos que hacen a una historia del país a través de esa mirilla”.

También nos encontramos con el surgimiento del discurso criminológico en nuestro país. La foto de la ex Penitenciaría Nacional, donde se institucionalizo la criminología, se encuentra acompañada por libros sobre el tema junto con imágenes en las que se retrataba a los presos para conocer el universo de los delincuentes y para estudiar los casos de “desviación sexual”.

“Enfocamos mucho en 1878 y el comienzo de Argentina, el Estado moderno, eso también coincide con el nacimiento de la cárcel moderna como se la conoce. Pasa lo mismo que con la literatura, nace un Estado moderno y también una historia de la literatura y de la cárcel. Todo parece estar nuevo en ese momento y con muchos recursos. Entonces podes ver una cárcel nueva como la Penitenciaría Nacional hecha según un modelo de un teórico como Bentham, que quizás escribió hace muy pocos años, o, teóricos de la criminología como Lombroso que son contemporáneos. Y cuando es el centenario de Argentina en 1910, los teóricos Lombroso y Ferry vienen al país, son los invitados principales. Es impactante cuando pensás que la historia de nuestro país, como se lo conoce, nace junto con todas esas cosas empezás a entender también cómo arranca la historia del Estado”, reflexionó Acevedo.

Pero al mismo tiempo podemos ver los discursos que disputan el monopolio del saber, como es el caso del diccionario del lunfardo y la prensa usando lo más espectacular, la relación entre aspecto físico y naturaleza interior. Como también la carta de lector que se opone a las ideas sobre la biología, sobre el discurso fisiológico de los delincuentes.

En una vitrina podemos encontrar un ladrillo y elementos hallados durante las excavaciones arqueológicas realizadas por la cooperativa Arqueoterra en el parque Las Heras, donde se encontraba la ex Penitenciaría Nacional hasta su demolición, como una manera de recuperar y visibilizar la historia de ese lugar.

En otra parte, un folleto que pide por la liberación de los detenidos de Bragado, un hecho poco conocido, nos introduce en la prisión política que comienza con el golpe cívico militar de 1930. Bajo una mirada higienista se comienza a establecer una distinción entre presos políticos y los presos comunes para evitar contagios. Se muestran fotografías, cartas del comité de liberación por los presos de Bragado, de los presos políticos y sus familiares. En este sector se puede ver cartas de los presos políticos que se exhibieron en una muestra anterior: Cartas de Dictadura.

En el fondo de la sala hay un mural de poesía donde se distingue el Diario de Poesía que contiene traducciones de poemas de Juan L. Ortiz que tradujo durante su detención. A su alrededor aparecen diversos poemas que hablan sobre las prisiones y reflejan otros sectores de la muestra como son el poema de Paco Urondo en la cárcel de Devoto, el de un anarquista sobre la prisión de Ushuaia y la canción Pabellón Séptimo del Indio Solari.

La exposición finaliza con la escritura en la cárcel en la actualidad. Una amplia, colorida y variada producción que se realiza en los lugares de encierro, en distintos formatos y soportes por medio de los programas de educación superior que funcionan en esos lugares. Algunas de esas producciones son publicadas por cooperativas, editoriales y talleres gráficos para circular por ferias, encuentros y redes relacionadas con la temática. Sin embargo, rara vez se la puede encontrar en las librerías o bibliotecas.

“Para nosotros también era muy importante resaltar, por eso la parte conclusiva un poco de la muestra, es la actualidad de los últimos 30 años, que en la cárcel se escribe mucho, dice Tronquoy y agrega: “Que una institución como la biblioteca, que muchas veces muestra documentos canónicos, también pueda mostrar y poner a la par de un escritor como Bioy Casares un texto inédito de una persona que está en la cárcel actualmente es muy valioso”.

La mayoría de los documentos que se exponen pertenecen al archivo de la Biblioteca Nacional eso les permitió a los coordinadores tener los materiales a su alcance a la hora de seleccionar los documentos para la muestra.

“Primero buscamos los materiales o los estudios académicos que nos dieran una guía bibliográfica. Por ejemplo, el libro de Lila Caimari Apenas un delincuente es un libro modelo porque habla de la historia del crimen en Argentina, la historia de la cárcel y ese libro fue un eje importante porque a partir de ahí tomamos el material de la hemeroteca, los diarios o las referencias a la literatura. Otro eje importante fueron varios estudios de Juan Pablo Parchuc, que pertenece al foco más contemporáneo, es uno de los responsables de UBA XXII, el programa de Educación en Cárceles de la Facultad de Filosofía y Letras y coordina, además, una red de Universidades Nacionales, gracias a todas las referencias de unos trabajos de él fuimos conectando un arco muy grande.  Hay otro estudioso, Pablo Arias, que hizo su libro con una beca de esta de esta biblioteca, de la Dirección de Investigaciones, que estudiaba cómo se encarceló en la isla Martín García que era un campo de concentración a los indígenas a fines del siglo XIX, y qué pasaba con las mujeres y los niños que eran distribuidos en la ciudad como servidumbre”, contó Acevedo.

Sin embargo, algunos registros fueron prestados para que los visitantes puedan conocerlos. Como es el caso de las cartas enviadas por los caciques, son una reproducción de material que se encuentra en el Archivo General de la Nación. Y un adoquín pintado junto a unas imágenes a color. “El adoquín esta prestado por un grupo de artistas del “Proyecto Martín García” y los recuadros con imágenes a color son de un video donde hacen una performance que consiste en sacar un adoquín de la calle Florida, que es algo que pertenecía a la Isla Martín García porque a los presos les hacían fabricar adoquines, los recuperan y lo llevan de vuelta a la isla”, concluyó I Acevedo.