Jun 28, 2017 | Comunidad
En el Oeste del Gran Buenos Aires existe una forma diferente de entender y practicar la educación. Se trata de una escuela que no es estatal ni privada, que pertenece a la comunidad de un barrio de trabajadores en la localidad de Paso del Rey, partido de Moreno. Organizada horizontalmente, las decisiones se toman en forma colectiva entre padres y docentes. Se basa en el ideario del educador Paulo Freire, apela a una mirada crítica y comprende que la institución no se encuentra aislada de lo que ocurre en la comunidad. Forma parte de las escuelas de gestión social, instituciones con una impronta comunitaria cuyo dueño no es el estado ni una sociedad anónima: son los padres y sus docentes. Su nombre: Creciendo Juntos.
La escuela nació en 1982, gracias al trabajo de los vecinos que integraban la sociedad de fomento del barrio. Juan Manuel Giménez, uno de los fundadores y docente de la escuela, recuerda: “No había nada acá cuando vinimos al barrio, era un terreno. Nos hicimos cargo con otros vecinos de la sociedad de fomento”. En esa época, las calles eran de tierra y los vecinos se habían propuesto asfaltar las cuadras, pero debido a lo costoso del proyecto solo pudieron hacer unos tramos de calle y con el excedente de dinero decidieron levantar un jardín, porque el más cercano se encontraba a treinta cuadras. Ese año, se construye el edificio en el terreno de la Sociedad de Fomento. En ese momento la institución decide inscribirse como una asociación civil de gestión privada, dado que no existía la figura de gestión social. A pesar de ello funcionaba con una impronta comunitaria y bajo una pedagogía innovadora para esa época, que se basaba en los preceptos del educador brasileño Paulo Freire. En sus primeros meses, con esfuerzo, tuvieron que sustentarse económicamente con rifas y otras actividades para poder pagar los sueldos de los maestros dado que las subvenciones solicitadas al estado demoraron en llegar.

Los noventa chicos de primero a tercer año se distribuyen por agrupamiento, no por años, y cursan los cuatro talleres dos veces por semana con algunos de los profesores que dan también otras materias.
Con el pasar de los años el jardín tuvo la necesidad de crecer.En el año 1988, los padres y docentes se propusieron crear la escuela primaria. Con ese fin rifaron tres autos cero kilómetros.Hubo un gran involucramiento de las familias que iban a trabajar los fines de semana en la construcción de las aulas, convirtiéndose en albañiles. Así se empezó a construir un aula por año. Juan Giménez, director del nivel secundario, cuenta: “Se trataba de un trabajo comunitario, colectivo y de entender que lo que estabas creando era un lugar para tu hijo”.
Para el director, la primaria surgió de una necesidad: “En nuestro caso existían ganas, había prácticas que se hacían en el jardín de infantes que los padres querían que sus hijos la pudieran hacer en la escuela primaria. Que pudieran continuar esto de una escuela abierta, que el papá no se quede en la reja, que pueda entrar, estar presente, hacerse parte, que pueda ser algo construido entre familias, docentes y estudiantes”. Ana Travero integró la primera promoción de egresados del jardín; hoy elige la escuela para llevar a su niño de 9 años por los valores humanitarios que se enseñan y los espacios que les brindan a las familias: “Mis padres participaron de la fundación, me siento parte de la escuela” cuenta.
En el 2008 empezó a funcionar el nivel polimodal, hoy secundaria. En ese mismo año la nueva Ley de Educación Nacional (26206) en sus artículos 13 y 14 incorporaba a las escuelas de gestión social y cooperativa que hasta ese momento legalmente no existían.

La escuela nació en 1982, gracias al trabajo de los vecinos que integraban la sociedad de fomento del barrio.
La escuela se mantiene gracias al pago una cuota muy baja; un 10% de la población estudiantil cuenta con una beca y aquellas familias que no pueden pagar acuerdan con la institución para realizar algún trueque. Los sueldos de los docentes se encuentran subvencionados por el Estado, no así los salarios de los auxiliares ni los gastos de mantenimiento de las instalaciones que se sostienen a través del pago de las cuotas, de las ferias que se realizan todas las semanas y de alguna actividad que organicen para recaudar fondos.
La secundaria se especializa en artes visuales, con talleres de animación y ficción, de documental, teatro y radio. Los noventa chicos de primero a tercer año se distribuyen por agrupamiento, no por años, y cursan los cuatro talleres dos veces por semana con algunos de los profesores que dan también otras materias. Esos docentes de otras áreas se especializaron para los talleres, cuenta Juan. el director: “La que da inglés empezó a estudiar teatro, hizo una carrera durante dos años, el profesor de matemática tomó en su momento animación y se perfeccionó en ello. Nuestro fuerte son los audiovisuales. Esta impronta hace eso, docentes ‘no taxi’ que en la secundaria es difícil conseguir. Lo cual genera una implicancia en el proyecto importante”.
En la escuela estudian alrededor de 180 chicos por nivel, unos treinta niños por curso. Joaquín, un estudiante de sexto grado, cuenta que siente una confianza con las maestras que no se tiene en otras escuelas, su compañera Willen asiente: “Si, son como nuestras amigas”.
Lorena Coronel, directora de la primaria, empezó como maestra suplente en 1999. Para ella una de las diferencias con otras escuelas es la forma de dirigirse, el valor de la palabra de los chicos. Uno de los aspectos a resaltar en el trato hacia los estudiantes es la forma de pedir silencio: los docentes solo necesitan levantar la mano, no alzan la voz.
En tanto, Naná Córdoba, egresada de la escuela resalta que “muchos profesores y maestros de Creciendo Juntos tienen un compromiso enorme con sus estudiantes y con la escuela en sí. Nos ayudaron a desarrollar un ojo crítico que hasta el día de hoy nos sirve para cuestionar lo que vemos en los medios de comunicación hegemónicos y en los discursos del poder político”.

La escuela que no es estatal ni privada, pertenece a la comunidad de un barrio de trabajadores en la localidad de Paso del Rey, partido de Moreno.

La esencia de la escuela se basa en el trabajo comunitario, colectivo.
Actualizada 27/06/2017
Jun 21, 2017 | Comunidad
Emanuel Jesús González tenía 24 años cuando fue atropellado y abandonado en la localidad bonaerense de Trujui, partido de Moreno, el pasado 14 de mayo. Por la muerte del joven fue identificado como autor Enzo Sebastián Raffo, de 26 años, quien se encuentra en libertad. La zona es epicentro de picadas o de automovilistas que, sin control, exigen al máximo la velocidad de los vehículos y provocan víctimas mortales. Se trata de un tipo de inseguridad de la que no se habla lo suficiente: la vial.
El hecho que causó la muerte de Emanuel ocurrió en la peligrosa avenida Néstor Kirchner al 2700, en la que no hay lomas de burro, ni semáforos ni carteles de señalización vial que indiquen una velocidad máxima. El 14 de mayo a las 7 de la mañana, cuando Emanuel regresaba de la casa de uno de sus hermanos en dirección a su domicilio, un Volkswagen Bora gris a toda velocidad lo arrolló y lo dejó tendido sobre el asfalto, agonizando. “No se puede imaginar a la velocidad que venía para que mi hijo no vea el auto; puso un pie en el pavimento y lo levantó para arriba. Esta persona no paró nunca, me lo mató como a un perro”, sostuvo en diálogo con ANCCOM, Rodolfo Cesar González, padre de la víctima.
Raffo se dio a la fuga en el mismo instante y Emanuel fue socorrido minutos después por dos de sus hermanos y por su mamá, pero murió al llegar al hospital Mariano y Luciano de La Vega, de Moreno. “Mi hijo todavía respiraba, sus hermanos le hicieron los primeros auxilios y, como la ambulancia no llegaba, lo alzamos y lo subimos a un remis, pero llegamos al hospital y falleció. Si esta persona paraba, quizás mi hijo se salvaba”, expresó Marta Ofelia, madre de la víctima.
Los vecinos aseguran que en la avenida la corrida de picadas es común, aunque el padre de Emanuel negó que la que mató a su hijo haya sido una más y agregó: “No competía contra nadie y venía demasiado rápido, pero si estás consciente aunque sea atinás a tocar los frenos del auto. Esta persona no, no le importó nada, no tiene corazón”. Marta, a la par de su esposo continuó: “Esta persona no es humana, me mató a mi hijo y sigue libre”.
Manu, como su familia lo llamaba, era un joven muy querido en su barrio. Trabajaba en dos comercios de la zona y colaboraba con el Club Social y Deportivo Villa Nueva de Moreno, haciendo varias tareas y llevando a los chicos del barrio a jugar a la pelota. “No sabe a quién le quitó la vida, mi hijo era una buena persona. Yo como papá quiero que sufra lo mismo que yo estoy sufriendo hoy”, finalizó González. Por su parte, Marta agregó: “Rogamos que nos escuchen, que hagan algo en este lugar por donde cruzan muchos niños todos los días y donde no quisiéramos que muera nadie más como nuestro hijo”.
Una semana después de la muerte de Emanuel González, las cámaras de seguridad del distrito de San Miguel fueron útiles para dar con el paradero de Raffo. Las fuerzas policiales finalmente hallaron al imputado en su domicilio donde también tenía guardado el vehículo con el causó la muerte. El joven quedó libre mientras se desarrolla la investigación.
La causa está caratulada como homicidio culposo, en base al artículo 84 del Código Penal y se encuentra en Cámara de Apelación del Departamento Judicial de Mercedes, luego de que la jueza Adriana Julián, a cargo del Juzgado N° 1 de Garantías del Departamento Judicial de Moreno, le otorgara a Raffo la eximición de prisión 15 días después del homicidio. “Lo que hizo esta jueza es una aberración”, afirmó Gerónimo Nazareno Podestá, abogado de la familia. “No se detuvo a mirar las cámaras de seguridad del lugar para ver cómo esta persona mató a otra y siguió como si nada”. La causa sigue su curso y el letrado añadió: “Lo que vamos a intentar ahora es apelar para que esta eximición de prisión sea revocada. Esta persona no puede estar libre, Raffo va a trabajar todos los días como lo hace una persona normal y tiene un crimen encima”.
Hoy, tras el fallecimiento de Manu, la avenida Néstor Kirchner, ex Roca, no ha cambiado mucho. “Acá, después de la muerte de mi amigo las cosas se están disfrazando, arreglaron una luz o pasan a hacer barrido y limpieza todos los días, pero mi compañero no está más y el asesino está libre” expresó Julián Díaz. “Era mi hermano, lo conocía desde que soy chico, nos criamos juntos en este barrio y eso no me lo devuelve nadie”, dijo.
Por otro lado, las picadas son cosa de todos los días y la muerte de Emanuel no es la única. “Es recurrente que muera alguien acá, esto es una zona liberada”, comentó Verónica, vecina del lugar que tiene una peluquería a pocos metros de donde murió el joven. “Nadie nos escucha”, continuó. “Yo tengo hijos chiquitos y después de las seis de la tarde, todos los días, no podemos cruzar la calle tranquilos por la cantidad de motos y autos que toman el lugar y compiten a toda velocidad. Ahora murió Emanuel, hace un tiempo dos chicos en moto también murieron. La policía estuvo una vez en el lugar y no volvieron”, sostuvo.
La realización de picadas ilegales no es exclusiva de la provincia. El 29 de abril pasado, dos jóvenes corrieron una en pleno Centro porteño, alcanzando los 240 kilómetros por hora. También se denuncian con frecuencia ese tipo de actividades en Morón y Haedo, entre otros distritos. De hecho, en Facebook hay grupos que publicitan las picadas, a pesar de ser ilegales. Por la propia clandestinidad de estos eventos, no se tienen cifras oficiales de cuántas existen ni cuánta gente participa.
Los vecinos de Emanuel, en tanto, se han hecho eco de este tipo de acontecimientos, dejando denuncias asentadas en la Comisaría 2ª de Trujui. También reunieron firmas para que se coloque un semáforo o para que de alguna manera este tipo de eventos se dejen de llevar a cabo. “Las denuncias existen, la policía se ha presentado en el lugar para que no se realicen picadas sobre esa avenida porque están prohibidas”, sostuvo el sub-comisario Dresser. Sin embargo, las picadas continúan.
Familiares, amigos y vecinos se han manifestado en marchas frente al Juzgado de Garantías N°1 de Moreno sobre la calle Chiclana y frente a la Comisaría 2ª, reclamando justicia por Emanuel González y para que se actúe con el fin de que haya un control en la zona respecto de la seguridad vial, para que se entienda que una avenida no es una pista de carreras. La muerte de Manu es una de las tantas historias dolorosas causadas por esa inseguridad al volante que no se mide en olas ni genera pánico en la sociedad.
Actualizada 21/06/2017
Jun 20, 2017 | Culturas
La calle que conduce a la capilla Luján de Cristo Obrero, en la Villa 31, es angosta y de tierra. Son las cinco y media de una tarde fresca pero soleada, los perros callejeros siguen a los nenes de la zona que deambulan al salir de la escuela. En la entrada del barrio hay un puesto de hamburguesas cocinadas en un tambor viejo, un lavadero, una verdulería, un kiosco, viviendas precarias con techos de chapa y grietas y un gran cartel del Gobierno de la Ciudad que anuncia próximamente una cancha de fútbol. Al llegar al final del caminito, una montaña de tierra emerge y cuatro nenes están parados en la cima mirando a lo lejos, entrecerrando los ojos para ver si aparece a quien esperan. Sostienen una guitarra pequeña de color rosa, otra en su funda negra y agitan los brazos, gritan y se ríen entre ellos, pero no la ven. Después de unos minutos regresan y se sientan en el escalón de acceso a la capilla.
-¿Y seño Pachu? ¿No viene hoy? –se preguntan.
Quince minutos después, Pachu –María Paz Paniego- llega sonriendo desde lejos, en jean, zapatillas, cola de caballo y la guitarra a sus espaldas. Viene de trabajar. Los gritos de alegría dan lugar a un abrazo sincero y, ni bien se abre la puerta de la capilla, unos veinte nenes aparecen desde distintas esquinas y corren a buscar su lugar como si se acabara de pinchar una piñata llena de caramelos. La foto del Padre Mugica los abraza desde lo alto de una pared, al lado de un pequeño altar y de una repisa llena de santos. Desde un cuartito del fondo, traen al menos diez guitarras, un teclado, una flauta dulce y cinco cajones peruanos. Los bancos de madera apilados en un rincón enseguida son desarmados y entre todos los acomodan formando una ronda.

«Este taller es mi cable a tierra y la música, un elemento socializador muy grande».
El escenario es el fondo de la Villa 31. Si la se lo mirara en un mapa, el taller de música Ritmo 31 se dicta a la altura de la Facultad de Derecho. Paz es periodista, toca la guitarra, y hace tres años tuvo la idea de armar alguna actividad en la Villa: “Los sábados venía con mi primo Federico a una misa que estaba súper quedada, no asistía mucha gente y en esa época había un cura que tenía ganas de remontar el espacio. A su vez Blanca, una vecina del barrio, nos insistía para que inventáramos algo. Yo trabajaba en Soldati y tenía una hora de viaje hasta acá; me parecía imposible mantener un espacio semanal. Pero un día dijimos: ´Veamos qué pasa´”.
Fueron un jueves, el siguiente, al otro, se metían en la pequeña parroquia y tocaban entre ellos. Como el encuentro era al atardecer, coincidía con el horario de salida de la escuela. Los chicos empezaron a escuchar que desde la capilla del barrio -que solía estar cerrada y en silencio- sonaban los acordes de un par de guitarras criollas. La curiosidad pudo más y un día entraron.
El entusiasmo de esos nenes fue fundamental para que el proyecto empezara a tomar forma: se corría la voz de lo que pasaba en el barrio y cada semana nuevos chicos, en lugar de volver a su casa, desviaban el camino para ir en busca de sonidos y armonías. Con el correr de los meses, los organizadores del taller decidieron darle formalidad al espacio.

Según Paz, había una razón muy clara para pensar que esta idea podía funcionar: en el barrio la música suena todo el día, los chicos tienen ritmo, cierto pulso y ganas de aprender.
La metodología de Ritmo 31 consiste en armar grupos reducidos de chicos para detectar las capacidades de cada uno. Los pilares fundamentales se basan en la interacción y el respeto por el otro, el cuidado de los instrumentos en el aula y entender el silencio como un elemento constitutivo de la música, además de destacar los logros individuales. Durante una hora y media semanal, un promedio de veinte chicos de distintas edades observan, prueban, se equivocan, descubren sonidos, reflexionan. Por momentos, los gritos o llantos de los más chiquitos peleándose por la única flauta se mezclan con los acordes de los más grandes que prueban una y otra vez las canciones del repertorio. En cada encuentro se trabaja la memoria auditiva y la concentración, buscando potenciar la autoestima de cada uno y logrando que expresen, a través de la música, las emociones más diversas.
Según Paz, había una razón muy clara para pensar que esta idea podía funcionar: en el barrio la música suena todo el día, los chicos tienen ritmo, cierto pulso y ganas de aprender: “Cuando les traemos canciones que conocen, enseguida agarran viaje, pero también hay un tema generacional muy claro: en el último festival tocó León Gieco y no lo conocían, otra vez trajimos Mariposa tecnicolor como si fuera un clásico y nos miraron raro, pero por ahí traíamos Corazón mentiroso, de Karina, y era furor”.

«El entusiasmo de esos nenes fue fundamental para que el proyecto empezara a tomar forma».
Dolores, otra de las voluntarias, cuenta que cada vez necesitan más gente que se sume al proyecto y más donaciones de instrumentos: “Hace poco publicamos el pedido a través de la página de Facebook y recibimos muchos mensajes, salimos en bici por toda la ciudad para retirar guitarras, incluso hubo un luthier que puso en condiciones un par de criollas y nos las donó”.
Paz sostiene que la música siempre es un gancho muy atractivo: “Los viernes hay otros voluntarios que dan apoyo escolar y les cuesta un perú. Para mí este taller es una suerte de metáfora de la sociedad: yo puedo tocar mi ritmo pero si no escucho al de al lado, el resultado va a ser espantoso. De a poco los chicos van aprendiendo a escucharse, y de a ratos dejamos que ellos solos se organicen. Ejercitan la paciencia y la constancia, por eso les damos un incentivo fundamental: ´Si venís tres clases, te llevas el librito y la guitarra para practicar en casa´”.
De la vergüenza al escenario
Los voluntarios de Ritmo 31 soñaban con hacer un show en el medio de la cancha del barrio. “Nos interpeló el deseo que a veces uno tiene en estos espacios, contrapuesto al deseo de los chicos -recuerda Pachu– . No quisieron porque les daba vergüenza. Entonces les preguntamos si les gustaría hacer una muestra para sus familias. Al final organizamos una clase abierta con una merienda: vino una sola mamá porque un solo nene se animó a invitarla”.
Con la elección del nombre de la banda nació también una suerte de ritual: antes de empezar una canción, uno de los alumnos se para en medio del salón para presentar la obra y todas las guitarras están dadas vuelta sobre las piernas. Luego gritan como si fueran una tribu: “¡Ritmo 31!” y es la señal de que arranca la melodía: “Hace un año tocamos en una parroquia cercana y el domingo pasado fue la fiesta de Mugica, en Cristo Obrero, ya con escenario y micrófonos. Vino a tocar León Gieco y Raúl Porchetto. A León lo contrataron para esa fiesta, pero nosotros jorobamos diciendo que él fue nuestro telonero”, ironiza Paz.

Desde un cuartito del fondo, traen al menos diez guitarras. Los bancos de madera apilados en un rincón enseguida son desarmados y entre todos los acomodan formando una ronda.
En la villa 31 hay muchas situaciones de violencia que los voluntarios perciben, y la posibilidad de actuar es limitada. Sin embargo, cuentan con la ayuda de profesionales y asistentes sociales: “Los chicos nos transmiten inquietudes porque quizá en la casa no está dado el marco para hablar y acá de a poco vamos generando empatía y confianza. Este taller es mi cable a tierra y la música, un elemento socializador muy grande. Soy consciente que en muchos casos es el único abrazo y la única palabra de aliento que reciben en la semana”, considera Paz.
Al terminar la clase harán una actividad conjunta para afianzar la idea de la música como experiencia colectiva: “Y es que por tu amor volví a nacer / Tú fuiste la respiración / Y era tan grande la ilusión…”. A Traicionero, de La Beriso, se sumará Quiero casarme contigo, de Carlos Vives. De golpe todos juntos son capaces de algo mágico, como sacarle sonido a objetos que hasta hace poco tiempo ni sabían que existían: “La idea es que este taller sea un espacio de aprendizaje, dentro de nuestras posibilidades y recursos, de calidad”, sostiene Paz.
“´Te estaba esperando seño, ¡llegaste tarde!’, me decía el otro día una de las nenas. ¡Al final me tienen cagando!”, dice entre risas Cata, profesora de canto y piano, y agrega: “Tratamos de no faltar. Los chicos de verdad te esperan. Son siempre las mismas caritas, nunca hay baja de alumnos. Este taller es hermoso. Yo lo defino así: un quilombo hermoso”.
“¿Ya me puedo llevar la guitarra? ¡Vine tres clases!”, pregunta un nene al salir de la capilla. “Yo voy a terminar pronto la escuela porque después voy a ser músico”, dice otro. Y desaparecen juntos tras la montaña de tierra hasta el martes siguiente.
Actualizada 20/06/2017
Jun 20, 2017 | DDHH
En septiembre de 2010 la agrupación HIJOS realizó una convocatoria ante la prohibición de fotografiar a los responsables de la última dictadura cívico-militar en los juicios de lesa humanidad que los tenía como acusados: “No se los puede fotografiar. Pero se los puede dibujar”, decía el llamado de la organización de derechos humanos. Tiempo después nacía Dibujos urgentes, una iniciativa novedosa integrada por Eugenia Bekeris y María Paula Doberti, cuyo objeto es dibujar a todos aquellos que asistieran a las audiencias en los juicios por crímenes de lesa humanidad. En tándem desde hace seis años, llevan realizados centenares de dibujos que han expuesto sobre todo en universidades y actualmente trabajan en un libro. Su especialidad: retratar asesinos genocidas.
Preparan el equipo. Un bloc de hojas, un puñado de lápices y alguna que otra goma. Están al acecho, van de cacería. Trabajan contra reloj: afinan el trazo, aprietan el lápiz y lo dejan hacer. No se detienen en el detalle. Los miran de reojo y tratan de plasmar en el papel toda su oscuridad. El tiempo, aquí, resulta una variable clave. Lo urgente tiene una doble acepción. “Por la urgencia de la temática y el modo en que trabajamos”, cuenta Doberti, quien llegó a los tribunales de Comodoro Py en 2010, acompañada por sus alumnos de la Universidad Nacional de las Artes (UNA). “Dibujos testimoniales además de urgentes. Hay que escuchar los testimonios, estar ahí. Vivir un momento histórico, darle difusión a los juicios de lesa humanidad”, agrega.

Dibujos urgentes es una iniciativa novedosa integrada por Eugenia Bekeris y María Paula Doberti (FOTO), cuyo objeto es dibujar a todos aquellos que asistieran a las audiencias en los juicios por crímenes de lesa humanidad.
Dibujan lo que ven, sin filtros ni virtuosismos. No hay lugar para agregados. Lo que sale queda en el papel. Son retratos paridos de la inmediatez, de una lucha constante entre el pulso para sostener el trazo y el temperamento para contener las emociones.
“Fuimos aprendiendo a despojarnos de los lugares más cómodos y seguros, porque ahí no hay posibilidad de decorar. Desde el punto de vista de la ideología de la forma, decorar una forma con un contenido tan atroz es totalmente bizarro. Lo que hemos logrado es una ideología de la forma que contiene algo que no sería obsceno”, asegura Bekeris, convocada a los juicios como artista, quien en 1995 inauguró El Secreto, una muestra en homenaje a sus familiares asesinados en la Shoah.
“El beneficio del dos por uno que la Corte otorgó a los represores me parece aberrante -resalta Bekeris-, absolutamente obsceno. Un quiebre en el sistema institucional. Dejar a estos genocidas libres es intolerable. Imposibles ser indiferentes ante tanto agravio. Tenemos que evitar que esto se profundice”. “Nosotros no nos reconciliamos con asesinos, con violadores y apropiadores de niños –añade su compañera-. No hay reconciliación posible para eso. Hay cuestiones que están fuera de discusión”.
Para Bekeris y Doberti, el lápiz y el papel son una herramienta de lucha. Y su trabajo una tarea militante. “Es nuestra manera de crear imágenes en donde no pueden entrar las cámaras”. Por eso creen que desde Dibujos Urgentes deben redoblar la apuesta. “Vamos a seguir yendo hasta el último juicio, a seguir acompañando a las víctimas. Consideramos que nuestro trabajo tiene que ver con una actitud de confrontar contra el intento de invisibilizar los juicios, contra quienes buscan encubrir a estos pedófilos, violadores y torturadores a los que tienen como protegidos”.
Posiblemente, ambas sean de las últimas personas que vieron con vida al personaje más nefasto de la historia argentina. El 14 de mayo de 2013, tres días antes de su muerte en el penal de Marcos Paz, Jorge Rafael Videla se apersonó en los tribunales para declarar en la causa por el Plan Cóndor. Fue su última declaración pública. “Entró descompensado, había tenido una descompostura y estaba deshidratado. Lo llevaban de los dos lados, pero estaba impecable igual. Su traje, su pelo, su piel”. Bekeris lo dibujó sin pausa durante cuatro horas. “Provocaba una sensación ambigua. Veías un anciano vulnerable, hecho bolsa. De repente empieza a balbucear y luego su discurso cobra vuelo. Y dice exactamente lo mismo que dijo siempre, sin cambiar un punto o una coma. Entonces ahí pensás que esta gente ya no tiene arreglo”.
En una ocasión similar a la declaración de Videla, Doberti recuerda el testimonio de Julio Alberto Poch, uno de los pilotos de los “vuelos de la muerte”. “Fue muy particular. Es un tipo relativamente joven, con pinta. Entró con un discurso muy armado, excéntrico. Pasaron tantas horas que el relato se le fue desarmando y físicamente se fue cayendo. Me dio mucho miedo, nos estaba seduciendo a todos”.

«Lo que hemos logrado es una ideología de la forma que contiene algo que no sería obsceno”, asegura Bekeris, convocada a los juicios como artista.
Luego de haber presenciado infinidad de declaraciones, aseguran que han escuchado más víctimas y testigos, “porque los genocidas no siempre declaran”. A pesar de esto les sigue impresionando su perfil. “No son portadores de cara. No tiene cuernos ni cola de demonio, son tipos comunes pero profundamente negadores de los crímenes perpetrados. Apelan siempre a la reconciliación nacional y al orden. Sólo a través de los testimonios de las víctimas y los testigos empezás a redimensionarlos, a ver quiénes son”.
Hacen hincapié sobre la difusión de sus trabajos, pero aclaran: “Darle visibilidad no es una cuestión de ego del artista, tiene que ver con darle visibilidad a las palabras de esta gente”. Además, resaltan la necesidad de concurrir a los juicios porque entienden que hay situaciones que no están narradas en ningún lado. “Hay cosas que ni siquiera están contadas, quedan en la memoria, por eso la importancia de ir a presenciar esos momentos”.
En la actualidad, la dupla Bekeris- Doberti trabaja en los juicios por encubrimiento en la causa AMIA y en el denominado ABO III (Atlético-Banco-Olimpo). También se enfocan en la preparación de su libro, en el que además de los dibujos piensan incluir todas sus vivencias. Han realizado muestras en Argentina y en países vecinos difundiendo sus trabajos. Casi siete años después, ante una coyuntura adversa y pujante, Dibujos Urgentes cobra más vigencia que nunca.
Actualizada 20/06/2017
Jun 16, 2017 | Culturas
Una convocatoria de ocho mil personas y hasta dos cuadras de fila para ingresar: la sexta edición de la Feria de Editores, realizada el fin de semana pasado, es un espacio que experimenta un continua expansión. “Realmente generó mucho entusiasmo –dijo a ANCCOM Víctor Malumián, uno de los organizadores del evento-. Y evidenció, una vez más, que nuestro rubro sin lectores no tiene ningún sentido. Es evidente que estamos rompiendo el “techo de cristal” en el que nos encontrábamos hace años atrás, dónde estábamos siempre los mismos, y el apoyo del lector es fundamental para esta tarea”.
Junto a los saltos que la convocatoria viene dando año a año aparecen nuevos desafíos que no tardarán en asumir: “Lo más inmediato es poder encontrar un lugar que sea más amplio –explicó Malumián-. Está bueno que se cubran las expectativas y la gente haga cola para ingresar, pero es incómodo para ellos sobre todo y para las editoriales también. No está bueno que esperen, como así también que tengan que estar apretados. Conseguir un lugar con mayor capacidad es lo más importante. Por otra parte también nos gustaría poder incorporar mayor cantidad de editoriales e ir creciendo también en ese sentido”.
Sin embargo, si bien desde la organización (que Malumián comparte con Hernán López Winne) celebran el aumento sostenido en las convocatorias, también enfatizan que esto se trata de una feria que se realiza una vez al año y que no resuelve los problemas del rubro editorial. “Desde las editoriales estamos enfrentando problemas todo el año de manera continua para poder trabajar –remarcó Malumián-. Los costos de producción que atraviesan toda la cadena de valor, el valor del papel que es importado, los problemas serios que atraviesan las imprentas y la crisis de financiación son problemas cotidianos que debemos enfrentar día a día”. Enseguida enfatizó: “Quizás el crecimiento en la convocatoria sirve para pensar precisamente que por estas condiciones cada vez más hostiles, el rubro necesita crear estos espacios y los lectores también. Por esa razón apoyan, asisten y los habitan”.
Frente a éste diagnóstico afirmó que la solución depende necesariamente de los gobiernos. “Se debería impulsar un plan integral que genere lectores, que ponga en valor las bibliotecas, que los niños sientan y disfruten leer en ellas –planteó-. También es importante que se creen condiciones económicas que les permita a las familias poder acceder a libros, porque si no hay plata, el libro no es la prioridad. Finalmente, si bien acá no hay impuesto al libro, toda la cadena de valor en su producción tiene IVA, los gobiernos podrían fijar exenciones tributarias que a ellos no les significan y a nosotros sí; lo mismo sucede con el papel que tenemos que importar”.

Los costos de producción que atraviesan toda la cadena de valor, «El valor del papel que es importado, los problemas serios que atraviesan las imprentas y la crisis de financiación son problemas cotidianos que debemos enfrentar día a día”.
Alto Pogo: La experiencia de un editor
“La Feria es una consecuencia que refleja cómo venimos trabajando”, dijo a ANCCOM Marcos Almada, integrante de la editorial Alto Pogo. “Algunos sellos editoriales estamos pensando en la apertura hacia otros colegas, en un trabajo mancomunado, sin competencias –explicó-. Hay un trabajo conjunto que se sustenta en la idea de crecer sostenidamente, pero crecer todos juntos. Es una apuesta importante que hacemos desde el espacio de las editoriales independientes, autogestivas”.
La editorial Alto Pogo comenzó a publicar en 2013 y hoy tiene alrededor de 30 títulos que se enmarcan en colecciones de novelas, cuentos, antologías, poesía. Es el segundo año consecutivo que participan de la Feria de Editores, e integran junto a otros sellos editoriales “La Coop”, una cooperativa de editoriales autogestivas e independientes. “Se trata de una toma de conciencia respecto a que somos un sector distinto al de los grandes conglomerados editoriales transnacionales –agregó Almada-. Argentina es un país donde se lee muchísimo y esto también se expresa en el crecimiento de las editoriales de nuestro tipo. Somos un sector muy basto, muy grande, alrededor de mil sellos a nivel nacional, multiplicado por cantidad de editores, escritores, lectores, periodistas, libreros, distribuidores, diseñadores, etc”.
Por otra parte Almada asegura que lo que garantiza la Feria de Editores es la curaduría de las obras que se exponen y del trabajo que las editoriales vienen realizando. “El lector que va a la feria se va a encontrar con libros de una gran nivel literario, ensayístico, poético, con diseño profesional –señaló-. Hay también mucha novedad, el lector puede encontrar libros que quizás en una librería no suela encontrar. Incluso se pueden encontrar de provincias del interior, rompiendo con el esquema de todo lo que produce Buenos Aires, y también del exterior, con la participación de sellos de Chile, Perú, Brasil, Uruguay. El lector percibe este nivel de trabajo y puede incluso sofisticar su gusto, porque sabe que se lo está cuidando. De hecho creo que la Feria de Editores está orientada a ese tipo de lector curioso e inquieto que espera que el libro lo deslumbre”.
“Este encuentro –que es además una fiesta para nosotros- demuestra que no tiene techo, cada vez crece más y cada vez se le puede dar más –concluyó Almada-. Sobre todo a quienes van a buscar un libro o para quienes trabajamos con libros. Se da un sentimiento de unidad, donde todos estamos trabajando horizontalmente, con un compromiso distinto, luchando en un momento que no es favorable para el sector. De hecho este tipo de políticas hace que no tengamos más remedio que juntarnos y trabajar de conjunto, lo cual dentro de lo negativo, es muy positivo para nosotros”.
Actualizada 16/06/2017