Jun 19, 2024 | Comunidad, Destacado 4
Diego Duarte desapareció hace más de 20 años bajo una tonelada de basura volcada sobre su cuerpo en el CEAMSE, junto al Río Reconquista. Su hermana, Alicia abrió un centro cultural que lleva su nombre para dar oportunidades a niños del barrio, como no las tuvieron cuando ellos eran chicos.
‘’Estaban sentados ahí, esperando a alguien que nunca iba a salir’’ dice Alicia, siguiendo con la mirada el movimiento de sus manos, como si pudiera ver en sus dedos las memorias de la madrugada de aquel 15 de marzo del año 2004.
Pasaron veinte años y tres meses desde la desaparición física de su hermano. Veinte años y tres meses desde que Diego Duarte fue al CEAMSE, buscando metales que vender y así conseguir el dinero necesario para comprarle las zapatillas a su hermano y que pueda ir calzado al inicio de clases. Pero no hubo metales que vender, ni las clases comenzaron para él.
Alicia sabe que su hermano quedó debajo de una montaña de residuos y nunca más fue hallado. Durante veintidós días fue al relleno sanitario a buscarlo, pero la policía y el CEAMSE también lo buscaba, y removía el lugar donde Diego había estado sin la presencia de los familiares.
En la comisaría, para nada aliviando el asunto, le dijeron que su hermano no estaba ahí, que seguramente se fue a otro lado. El fiscal, más tarde, dijo que siempre fue presionado por el CEAMSE para archivar la causa. El expediente hoy sigue archivado y no tiene ningún imputado.
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Las calles están llenas de tierra y las personas parecen estar escondidas en la hora de la siesta, pero se escucha la presencia de quienes hacen el barrio en las risas y charlas que atraviesan las paredes y ventanas. En una de las esquinas se encuentra un pequeño grupo de niñas, jugando y riendo, desafiando a los hombres que trabajan en una obra que, cada tanto, les llama la atención cuando se acercan a los espacios a los que los niños no deberían acercarse.
En una de las casas de la esquina se encuentra Alicia. En la misma casa en la que durante un tiempo Diego durmió, sigue habiendo rastros de él. En una esquina cuelga una cartera con su imagen y dice Asociación Civil Diego Duarte.
La casa de Alicia, en Costa Esperanza, funciona como un centro cultural que luce como un hogar. En el 2006 abrió sus puertas y, desde entonces, nunca se cerraron. Dentro del espacio se realizan diversas actividades, como un taller textil, donde un grupo de mujeres crea productos a partir de materiales recuperados y también hay un espacio de apoyo escolar para los más pequeñitos.
– Esta construcción me acompañó durante 18 años – dice, acompañando siempre sus palabras con sus manos-. Por ahí nuestro espacio es chico pero hacemos muchas cosas. Estamos tratando de articular con las necesidades básicas puntuales del barrio, como es el tema de la luz, el agua, hacer las veredas comunitarias.
Sus palabras se ven interrumpidas por las risas de los chicos que se escapan del jardincito. El espacio de infancias es el más reciente. Y, a juzgar por la sonrisa que se dibuja en su rostro, es el que más disfruta.
En las cuadras alrededor de la casa se pueden notar muchas faltas. Una de ellas, una plaza. La obra que están realizando los hombres en la calle es una placita en memoria a Diego. Los niños ríen y juegan cerca de la tierra que quedará desplazada para ser ocupada por un lugar donde ellos sí se puedan acercar sin ningún problema, sin que los adultos les tengan que chistar.
– Empecé a pensar muchas cosas para los nenes, ese espacio es para ellos y yo sé que todo el día están ellos ahí –continúa, con mucha calma–. A veces, escuchás a un nene que quiere estar sentado en el asfalto porque no tiene el piso en su patio. Ahora van a tener una placita y van a poder tener el asfalto para ellos. También quería tener unos bancos reciclados.
Arriba de la mesa pueden verse algunas de las obras de las mujeres diseñadoras, a la vez recicladoras. Carteras y estuches hechas con bolsas de comidas para mascotas, sachets de leche, entre otras tantas cosas. Alicia y sus compañeras aprendieron a realizar este tipo de cosas a partir de que Martín Churba, un famoso diseñador textil, llegó a sus vidas. Interesado por la historia de Diego, les dio las herramientas para crear y, a la vez, reciclar.
– Al principio, logramos que nos donen jeans pero nosotras queríamos ver qué hacíamos, qué recursos podemos utilizar para no estar dependiendo de un jean nomás, sobre todo porque estamos acá, al lado de la basura.
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La casa de Alicia se encuentra en el barrio de Costa Esperanza; barrio pegado a los rellenos sanitarios del CEAMSE y cerca del Reconquista, el segundo río más contaminado en Argentina.
El barrio que nació como resultado de una toma de terrenos, siempre se vio envuelto en grandes necesidades, por lo que los vecinos vieron en su cercanía al basural un medio para poder sobrevivir.
Al principio, era solo un grupo de hombres que, escapando de la mirada de la seguridad privada del CEAMSE, entraba al basural para buscar comida y elementos que les sirvieran para la semana. Pero llegó un momento donde la vida dolía mucho más, y los vecinos tenían vacíos que llenar. El grupo de hombres comenzó a aumentar, y así como ellos pasaron a ser más, el CEAMSE aumentó su seguridad; a los guardias privados les sumó la policía para vigilar el lugar.
Los vecinos tenían todo un sistema para poder ingresar. Sabían que a las ocho de la mañana y a las ocho de la noche se cambiaba la guardia. En ese momento, mientras los vigiladores se dedicaban a saludarse, los grupos subían a las inmensas montañas, agarraban lo que encontraban y salían a correr por el campo antes de ser vistos por la vigilancia. Pero no siempre podían hacerlo tranquilos.
– La policía nos corría, nos tiraba tiros y teníamos que correr por nuestra vida– la voz de Alicia, al recordar estos tiempos, hace que el silencio suene ensordecedor– Y a veces, las mujeres nos quedabamos y hacíamos tiempo para que los hombres pudieran correr y no los agarren porque la policía a ellos les pegaba muy mal, los golpeaba muy mal.
Los vecinos conocían a todos los policías que trabajan ahí. En parte, porque sabían los turnos de cada uno de ellos. En parte, porque la policía que los corría a tiros era la misma que circulaba por el barrio durante la tarde para cuidarlos.
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Después de que su padre muriera en 2003, Alicia tuvo que hacerse cargo de sus hermanos, Diego y Federico, los mellizos.
En marzo del 2004, en vísperas de un nuevo comienzo de clases, Alicia ya le había comprado todos los útiles a sus hermanos. Pero a la vez, ella tenía cuatro hijos y la plata no alcanzaba para cumplir con las necesidades de todos los chicos que integraban la familia.
Diego tenía sus zapatillas listas para el comienzo de clases. Pero su hermano, un poco más ansioso que él, no tenía nada nuevo que estrenar.
–Diego me dice que iba a ir al CEAMSE. No quería que su hermano empezara la escuela sin zapatillas nuevas. ‘’Hoy es el último día que voy porque mañana ya empiezo la escuela’’. Todo el día repetía eso. Así estuvo todo el fin de semana y bueno, el lunes pasó esa desgracia.
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Un poco antes de la madrugada del 15 de marzo, Diego, Fede y Silvestre, el papá de los hijos de Alicia, llegaron tarde al relleno sanitario, por lo que el grupo que se había organizado para ir entró sin ellos al establecimiento. Así que los tres cruzaron por su cuenta, subiendo las inmensas montañas de basura que te permiten ver toda la ciudad desde la cima. Pero subir la montaña no es fácil. Son como una pared lisa.
–Cuando ellos cruzaron, la cinta asfáltica estaba en una esquina y ahí estaban escondidos los policías con un auto, observando. Entonces, cuando ellos suben, Silvestre va adelante, los chicos atrás. Él les dice que vayan para el otro lado, que estaban los policías ahí.
Los policías comenzaron a seguir al trío que buscaba metales. Silvestre seguía caminando, delante de los chicos, cuando Diego decide parar y esconderse por ahí. Fede se acostó, Diego también, pero separados por varios metros.
El policía de turno empezó a subir hacia la dirección donde ellos se encontraban, alumbrando con una linterna a ver si los veía. Los chicos estaban tapados; Diego tenía encima un cartón para cubrirse y Fede tenía su bolsita. Ambos se encontraban tranquilos porque la máquina trabajaba en otra dirección de las que ellos se encontraban. Pero después subió el policía mientras otro le decía que ahí estaban escondidos ‘’esos hijos de puta’’.
–Esos eran bravos, esos hacían desastres- cuenta Alicia, con la mirada cansada, como si reviviera todo su pasado y el de su familia todos los días de su vida.
Cuando llegan los camiones de basura, los policías le dan la indicación para que descarguen del lado en el que se encontraban los chicos escondidos.Cuando cae la basura, la máquina se sube encima. Fede piensa que cayó en el medio de los dos. Espera diez, quince minutos; cuando escucha que el policía se va en el auto junto con el otro, se levanta. Y ahí ve que la basura no cayó en el medio, cayó donde estaba Diego.
– Entonces sube arriba y le pide ayuda al maquinista. Le dice, ‘’lo tapaste a mi hermano’’. Y ese le repite a otro: ‘’Fulano dice que tapamos un ciruja’’. El otro que estaba con él viene y le dice: ‘’No sé, decile que se arregle con la policía, a nosotros que no nos dan pelota’’.
A partir de ese momento, Fede entró en un estado de shock. Mientras tanto, Silvestre, al darse cuenta que los chicos no salieron detrás de él, vuelve a buscarlos. Cuando lo ve a Fede, le pregunta por Diego pero él le contesta que no sabe, que ya había salido. Y entonces ambos salen a esperarlo.
–Estaban sentados ahí, esperando a alguien que nunca iba a salir. No es que Fede le contó a Silvestre lo que pasó.
Ambos esperaron a que Diego saliera pero nunca salió. Ante la posibilidad de que hubiera vuelto a su casa, regresaron para ver si era así. Pero solo se encontraron con una Alicia enojada.
–Cuando llegan acá, Fede me dice ‘’¿Y Diego?’’, ‘’¿Cómo dónde está Diego?’’. Yo me enojé, como iban a venir sin Diego.
Y ahí Alicia también fue al basural, mientras Silvestre le iba diciendo lo mismo que le había dicho Federico a él momentos antes.
Los grupos de vecinos bajaban del basural, algunos comentaban lo bien que pudieron trabajar porque la policía estuvo ocupada. Alicia le preguntaba si vieron a Diego y todas las respuestas que recibía eran un ‘’no’’. Diego nunca salió.
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Sin interrupciones pero dejando los silencios necesarios, Alicia terminó de contar la historia
por la cual hoy mantiene un centro cultural en memoria de su hermano.
–A mí me marcó un antes y un después el estar con familiares de víctimas. Yo andaba con ellos hasta que un día observé que todos los días contaban un día más sin su hijo, y quisieron enseñarme a ver si los medios me toman los tantos días que van sin Diego. Yo no quería eso para mí. Dije, o me quedo llorando en mi pieza, sin respuesta, o me pongo a pensar en algo para llenar mi vacío.
Y así le abrió las puertas a mucha gente, haciendo de su casa un lugar de aprendizaje y de ayuda a quienes la necesiten.
–Yo con esto tuve que abrir mi casa, mi familia, mi baño, mi todo. Tuve que enfocarme para no caerme del eje. Tratamos de buscar otras alternativas, que los chicos se puedan capacitar, que se puedan formar las mamás. Trabajamos mucho lo vocativo porque es un lugar donde Diego no pudo llegar.
Durante estos 20 años, la figura de Diego Duarte se convirtió en un símbolo de lucha para el territorio. Es símbolo del trabajo y las vicisitudes que atraviesan los recicladores y cirujas.
–Uno siempre espera tener justicia, más allá de que a lo largo de estos años entendí que la justicia que a mí me tenía que dar respuestas nunca me las dio. Solamente tengo la justicia de las acciones del territorio, que muchos son los que levantan la bandera de Diego. Él se hizo una bandera de los cirujas.
La historia de los recuperadores urbanos está atravesada por las situaciones económicas del país y las decisiones políticas en relación a la gestión de los residuos y los sectores más postergados.
–A veces siento que Diego en el territorio ya circuló y estuvo presente en todas las escuelas y ahora se instaló en la Universidad de San Martín. Hay muchos universitarios que hacen su tesis con respecto al ambiente y siempre está involucrada la historia de Diego. Mi hermano tuvo más reconocimiento después de su desaparición física pero para nosotros Diego está presente hace 20 años.
Oct 9, 2020 | Comunidad, Novedades
Comprar y comer, cocinar, vestir, maquillar, perfumar, decorar, plantar, vaya uno a saber cuántas actividades, hasta limpiar implican ensuciar. Es que a todo, básicamente todo, lo contiene alguna cáscara, tela, plástico o vidrio (en este planeta hasta se consigue aire enfrascado), por no mencionar que todo envoltorio desechado lleva otro envoltorio que lo contiene. La basura se empaqueta para ser basura y hay tanta e inimaginable cantidad de residuos generados diariamente que pensar en ese número nos aplastará.
En Argentina, según cifras del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable (MAyDS), cada habitante produce 1,15 kilogramos de residuos sólidos urbanos por día. Cada dos segundos, Argentina produce una tonelada de basura. Dos segundos, el tiempo que le tomaría al país entero decir dos veces «dos segundos». Anualmente se generan 16,5 millones de toneladas en Argentina, una pirámide de basura cuya base sería de 85 m2 y cuya altura sería similar al Aconcagua.
Actividades cotidianas como cocinar dejan una montaña de residuos que, así como para existir dependen de los seres humanos, también son ellos quienes pueden reutilizarla o, fruto de su indiferencia, dejarla contaminar la tierra, el agua y el aire por años, por días, por semanas, por años, por décadas o por veintena de décadas, dependiendo del tipo de desecho que se trate.
La separación de residuos y su tratamiento es fundamental para que esa gigantesca e inimaginable tonelada producida por segundo que entendemos como basura, no destruya el medioambiente. La separación y tratamiento de residuos contribuye a que esa tonelada indescifrable pueda clasificarse para saber qué está caduco y qué puede reusarse o reformularse.
En nuestro país, el hábito de clasificación de residuos sólidos urbanos (RSU) es practicado de manera desigual. Hacia 2017, el MAyDS estimaba que en promedio solo el 37% de todas las localidades de todas las provincias contaban con sistema de separación de residuos sólidos urbanos. Solo siete de las provincias poseían la mitad o más de sus jurisdicciones con sistemas de clasificación. Cuatro de ellas alcanzaban, como máximo, el seis por ciento.
De todas formas, e indistintamente de que cada casa separe los residuos según su tipo, hay un colectivo de trabajadores y trabajadoras que basan su actividad en la recolección y posterior discriminación de desechos. En 2019, existían alrededor de 49 mil recuperadores urbanos, según la Federación Argentina de Cartoneros, Carreros y Recicladores (FACCyR). Más de cien son las cooperativas que, a lo largo y ancho del país, nuclean a quienes trabajan en transformar lo indiscriminado en reciclable y no reciclable y dar un respiro a la tierra que sostiene y sufre los basurales a cielo abierto, esos espacios que reciben el 65% de esa tonelada generada cada dos segundos en nuestro país.
Alicia Montoya es responsable del equipo técnico de El Álamo, una cooperativa de recicladores urbanos de la Ciudad de Buenos Aires, y define a su organización como socio-laboral, ya que además de colaborar en la disminución la cantidad de residuos haciéndose cargo del reciclamiento de desechos, ofrece a quienes recogen y reciclan esos desechos la posibilidad de volver esa tarea una forma de trabajo digno y organizado. “Previamente a la cuarentena, en El Álamo procesábamos 400 toneladas diarias de residuos reciclables (papeles, cartones, plásticos tipo film y PET, latas de aluminio y vidrios) provenientes solo de los barrios porteños de Agronomía, Parque Chas, Villa Devoto y Villa Pueyrredón y los shoppings de la Ciudad”, explica Montoya. Es decir, las manos de El Álamo procesaban residuos reciclables diariamente, hasta la irrupción del Covid-19, casi cuatro veces el peso del avión más grande de la flota de Aerolíneas Argentinas (el Airbus A330-200).
Igualmente grande en tamaño y pesada debe ser la incertidumbre de los 197 trabajadores de la cooperativa por la disminución de basura procesada, debido a la imposibilidad y dificultad para circular y recolectar reciclables. El Álamo procesa hoy cien toneladas mensuales. Son estos últimos datos aplastantes. Por una parte, resulta asombroso que solo cuatro barrios y algunos centros comerciales de la Ciudad de Buenos Aires produzcan tamaña cantidad de residuos (y se cuenta únicamente aquellos reciclables). Por otra parte, la gran importancia que tienen los desechos, aunque sean indeseados, para un sector de la economía de nuestro país.
De dónde vienen
La separación cumple dos funciones. Por un lado, permite que se sepa qué hacer con cada desecho generado (cómo tratarlo, si reutilizarlo o bien se busquen las condiciones para que perezca lo menos nocivamente para el medio ambiente) y, por otro, llevar adelante una estadística que permita conocer qué tipo de desechos ponderan de acuerdo al consumo de nuestra sociedad y cómo poder la vasta cantidad de basura que nos rodea. Discriminar permite saber que, por ejemplo, aproximadamente el 49% de los residuos generados en Argentina son orgánicos (comestibles, biodegradables, etc.), 14% papel y cartón (ampliamente reutilizables) y el 15% plásticos.
Según un estudio de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en la ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, el 41% de los desechos son comida. Eso representa entre 200 y 250 toneladas diarias.
Clasificar para transformar
Mientras se genera conciencia, hay que pensar también sobre las diferentes maneras de aprovechar ese volumen de residuos generados por impresionante que resulte. Un ejemplo del potencial aprovechamiento puede encontrarse en CEAMSE, la empresa pública destinada a gestionar los residuos generados en el AMBA. En sus cinco estaciones de transferencia y tres rellenos sanitarios propios y dos más en calidad de contratista, mil quinientos trabajadores clasifican y procesan toneladas y toneladas de residuos diarios. Secos o húmedos, reciclables; papeles, cartón, vidrio o plásticos, todo sin metal. Lo que es reciclable se enfarda, lo no reciclable va a los rellenos; los orgánicos (comida y restos de podas) se estabilizan por tres semanas.
Todo eso significa la producción de residuos del 36% de la población del país que se sitúa en el conurbano bonaerense, un promedio de 20.400 toneladas aproximadas de procesamiento diarias en 2019 y un acumulado de casi tres millones y medio de toneladas procesadas en lo que va del 2020.
Lo novedoso es la utilización del biogás resultante de la descomposición de los residuos en los rellenos sanitarios para la generación de energía eléctrica. Marcelo Rosso es ingeniero y gerente en el Área de Nuevas Tecnologías y Control Ambiental de CEAMSE y explica a ANCCOM el proceso: «Dispuestos los residuos en los rellenos sanitarios generan una emisión gaseosa (biogás), una mezcla de metano, dióxido de carbono y otros oligogases. Si a esa mezcla se la depura de humedad y material particulado y se traslada hacia motores a combustión que generan movimiento, tenemos energía eléctrica. Esa energía se estabiliza en media tensión y se brinda, mediante un electroducto, al sistema interconectado nacional de distribución de electricidad. Producimos 20 megavatios por hora, lo suficiente para abastecer a una población de doscientos mil habitantes en el mismo período de tiempo».

Tanto el dióxido de carbono como el metano generados por la descomposición de los residuos sin tratar, por ejemplo en un basural a cielo abierto, son altamente inflamables y contaminantes. Pero por otro lado, en CEAMSE no solo tratan esos residuos con estrictas maneras de seguridad, que evita esa contaminación, sino que además generan una energía verde. Es decir, poblaciones como las de Gran San Luis, San Fernando del Valle de Catamarca o José C. Paz podrían ser abastecidas solamente con la energía eléctrica generada, aprovechando la descomposición de ciertos residuos. Lo más importante, de todos modos, es reducir. Y cuando se habla de políticas de Estado sobre la generación de residuos se habla de medidas destinadas a los productores de bienes materiales a reflexionar sobre la nocividad que supone adornar cada bien que producen. Es decir, si vale la pena usar tanto plástico, tanto papel, tanto cartón, tanto vidrio, tanta tinta.
Otros usos
En 2019, entró en la Cámara de Diputados de la Nación el proyecto de Ley de Responsabilidad Extendida del Productor (o Ley de Envases), que centra la responsabilidad del manejo de residuos y su financiación del manejo en los productores y que, de aprobarse, disminuiría los aportes de la ciudadanía para la gestión de residuos. Rosso argumenta sobre la importancia de este proyecto de ley. “Sería de gran valor una ley semejante -que se aplica en países vecinos como Brasil, Chile o Uruguay- por dos motivos principales. Por un lado, porque los productores o importadores costearían parte de la logística de captación, tratamiento y reciclaje o reutilización de los embalajes introducidos en el mercado. Pero, además del financiamiento, también eso contribuye a evitar la disposición final de esos embalajes en rellenos sanitarios”. Por su parte, Montoya, concluye: “Es un proyecto de ley fundamental para avanzar en materia de reciclaje. En nuestro país se está discutiendo desde 2005, pero siempre queda en propuesta”. Paradójicamente, es un proyecto que nunca se aprueba pero siempre se recicla.
Otro proyecto es el presentado también en Diputados en 2018 sobre Educación Ambiental que busca unificar criterios en torno a una ley y estrategia federal sobre los residuos, la creación de espacios de formación, intercambio y producción de enfoques tanto de concientización como, principalmente, de acción. El objetivo es evitar la disparidad en la implementación de sistemas de separación de residuos sólidos urbanos en los distintos departamentos a lo largo y ancho de cada una de las provincias y generar el hábito de reciclaje en aquellos lugares donde es casi inexistente.
Por último, en septiembre el presidente Alberto Fernández acompañado del ministro de Ambiente y Desarrollo Sustentable, Juan Cabandié, anunció un Plan Federal de Erradicación de Basurales a Cielo Abierto, que se estiman en cinco mil en todo el país y suponen la forma en que los municipios eliminen su basura, que generalmente carecen de medidas mínimas de seguridad que eviten la contaminación del agua, la tierra o el agua. Este proyecto busca, como solución, la construcción de más complejos socioambientales para tratar diferenciada y eficientemente a los residuos dependiendo de su naturaleza, así como también la provisión de equipamiento de protección para los recuperadores y recicladores urbanos de todo el país. Este proyecto demandará, aproximadamente, 250 millones de dólares para su concreción. Desde el MAyDS aseguran que es el primer intento de un gobierno nacional de encarar una problemática que, como se expuso, hasta hoy se concibe como de competencia municipal.
Mar 1, 2017 | Culturas
Articulación y fortalecimiento para asociaciones civiles y cooperativas que trabajan con la separación de residuos. Con esos dos objetivos, la Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado (CEAMSE) y la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires llevan adelante un convenio que busca consolidar el rol de las organizaciones sociales que intervienen en los procesos de reciclaje. Lorena Pastoriza, una de las fundadoras de la cooperativa Bella Flor, que tiene una de sus plantas ubicadas dentro de uno de los complejos ubicado al costado del Camino del Buen Ayre, señala: “La Universidad es un interlocutor, funcionó en hacer entre nosotros y la empresa un puente de comunicación, de ideas y de trabajo”.
Muchas organizaciones sociales trabajan con la separación de basura y su posterior reciclaje. Ante esa realidad, un equipo de especialistas de la UBA, nucleados en el marco de un convenio suscripto entre la Facultad de Ciencias Sociales y la empresa, interviene en el polo de residuos más grande de América Latina, ubicado en la localidad bonaerense de José León Suárez, donde se reciben 17 mil toneladas de desechos diarios. La iniciativa busca elaborar propuestas para colaborar con el proceso de consolidación de las experiencias de gestión asociada entre las organizaciones sociales y el CEAMSE, que es propiedad de los estados bonaerense y porteño.
En la Ciudad de Buenos Aires esta empresa pública posee las plantas de Flores, Pompeya y Colegiales que recolectan la basura generada en la Capital. Por su parte, en José León Suárez están los Complejos Norte I, II y III que reciben esos desperdicios y también los generados por algunos partidos del Conurbano. A partir de la situación económica y social generada por las políticas implementadas en la década del 90, los vecinos de las zonas aledañas a dichos complejos comenzaron a subir a los rellenos sanitarios en búsqueda de comida. Ante esa situación, desde 2004, se comenzaron a elaborar proyectos productivos para armar plantas de reciclajes que contemplaran tanto a las tareas de las personas que ingresaban al predio como los objetivos del CEAMSE.
Actualmente, son doce las plantas recicladoras administradas por organizaciones sociales que tienen, cada una, su propio convenio con la empresa y que congregan a 800 trabajadores. Diez se encuentran dentro de los viejos rellenos: una en Norte I y las otras nueve en el sector más importante, Norte III, llamado comúnmente “Reciparque”.

Muchas organizaciones sociales trabajan con la separación de basura y su posterior reciclaje.
Marcela Pozzuoli trabaja en CEAMSE desde 1993 y actualmente es jefa del Departamento de Plantas de Reciclaje. Destaca que la empresa es consecuente con la política de responsabilidad social adoptada, que está relacionada con el desarrollo de un proyecto medioambiental pero que además asume un lado social: “CEAMSE no fue ajeno a la realidad circundante que había. Nunca se dudó que se debía trabajar con la gente que vivía de separar basura manualmente”, explica.
En este escenario complejo es donde el equipo de profesionales de la UBA interviene en la implementación de un programa que busca fortalecer a cada una de las organizaciones sociales que administran las plantas de reciclaje, tanto en el aspecto productivo como en el organizativo. El convenio fue planificado por un año: en julio de 2016 se comenzó con el proceso de inserción y diagnóstico de las organizaciones y hoy en día se lleva adelante la segunda etapa, de implementación de propuestas técnicas y organizativas.
Diego Brancoli, docente en la Carrera de Trabajo Social de la UBA, es el coordinador de la asistencia técnica del proyecto, en el cual se trabaja de forma interdisciplinaria para obtener una mirada integral del proceso. El grupo de profesionales está compuesto por trabajadores sociales, ecólogos, un biólogo, un ingeniero, una comunicadora social, un antropólogo y un especialista en seguridad e higiene. Brancoli señala cuál fue la tarea de la Facultad al intervenir en la relación que existía entre CEAMSE y las organizaciones:“La idea es que se encuentren canales a esa relación, canales de acuerdo y de respeto. Nosotros tratamos de aportar ideas, desde lo metodológico, y de cuestiones más conceptuales”.
Pozzuoli también se refiere a la intervención de la Facultad: “Hay un momento que sin querer perdemos de vista ciertas cosas que nos resultan cotidianas al ojo. La Universidad lo que hace es volvernos un poco al eje. De alguna manera, la imparcialidad que tiene la Facultad es la de ser un actor nuevo en un proceso que viene desde hace muchos años”.
Cada día, los 800 trabajadores reciclan una tonelada del total de residuos que recibe el CEAMSE. Una de las propuestas del equipo de profesionales de la UBA consiste en aprovechar mejor la infraestructura ya instalada en las plantas para poder avanzar hacia un menor enterramiento de basura. “Quizás a veces con el trabajo manual no se terminaba utilizando todo lo que la tecnología nos podía dar. Entonces tratamos de redefinir puestos en la cinta y redefinir un poco qué se separa y cómo”, señala Pozzuoli.
Para mejorar la productividad, también se han mantenido reuniones con algunos municipios para acordar programas de separado de origen, que simplificarían el trabajo y mejorarían las condiciones laborales de los recicladores. Respecto a estas posibilidades, Pastoriza piensa que “cada tonelada que nosotros trabajemos en mejores condiciones, van a ser toneladas que no se entierren, implicando más espacio para el CEAMSE y menos contaminación”.
Además, durante el tiempo de intervención que llevan los especialistas de la Facultad se ha conformado una radio dentro del “Reciparque”, se han hecho capacitaciones sobre la importancia de la utilización de los elementos de seguridad e higiene en el trabajo y se han actualizado los reglamentos internos en las plantas. También, se ha planteado crear una diplomatura en la Universidad sobre plantas sociales basada en esta experiencia, e inclusive este año empezó a madurar la idea de armar una escuela primaria y abrir una salita de atención primaria dentro del predio. “Imaginamos un Reciparque como un faro de modelo de gestión de residuos, porque creemos que esto se va a ir replicando, sobre todo en los municipios. Así que es un camino que va a seguir recorriendo CEAMSE y las plantas”, cierra Brancoli.
Actualizado 01/03/17
Ene 25, 2017 | Comunidad
Los días de calor, en la Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado (CEAMSE) de José León Suárez (partido de San Martín), la basura fermenta y emana un vapor espeso. Quienes transitan por el Camino del Buen Ayre pueden observar una montaña humeante. Cerca de 17 mil toneladas de residuos desembocan allí diariamente y los habitantes de alrededor, como los del barrio Libertador –justo enfrente–, viven de ellos.
Todos los días de 18 a 19 se abren las compuertas y unas 500 personas entran a “la quema”, como le dicen, en busca de metales, plásticos y comida. Nora (52) y “Chaco” (48) son los coordinadores de la cooperativa Bella Flor, una de las siete que hay en el predio. “No te vayas a tropezar, si no te pasan por arriba”, advierte Chaco.
Bella Flor funciona en el primer galpón ingresando por una calle de tierra angosta, a 200 metros de la esquina del Buen Ayre y Salvador Debenedetti. Chaco cuenta que reciclan y comercializan botellas, bolsas de nylon y electrodomésticos, y que además tienen un comedor en el barrio. En un gran patio descubierto, se ven tres montañas de basura donde trabajan unos 60 operarios. A ellos hay que sumar el personal externo de la cooperativa, que incluye a los camioneros.
“La recolección tiene que pasar por la balanza y ahí se determina a qué planta va. Nosotros arreglamos con el CEAMSE que revisamos diez camiones a la mañana y cinco de countries a la tarde. Quizás a la noche entra alguno de contrabando pero es poco. Tenemos capacidad para veinte. Son doscientos camiones que llegan por día, quince a nuestra cooperativa. Descargan y el equipo sube las bolsas a la cinta que las transporta al primer piso. A los costados se ubican dieciséis personas que separan en dieciséis tubos distintos materiales. Van cayendo en bolsones en la planta baja, divididos en cartón, papel blanco, metal, aluminio. Los bolsones de PET (botellas de plástico) pasan por las prensas que los comprimen en fardos para luego ser vendidos. Lo que se desecha en este proceso va a la montaña”, explica Chaco.
CEAMSE se encarga del transporte, descarga y tratamiento de los residuos sólidos de la Ciudad de Buenos Aires y 34 partidos del conurbano bonaerense. Fue creada en 1977, durante la última dictadura. El barrio Libertador, frente al predio, cruzando el Camino del Buen Ayre, se formó en 1998 sobre tierras ocupadas. Antiguamente, allí había un lago que fue tapado con relleno sanitario y las casas están construidas sobre ese suelo. Una capa de tierra es insuficiente para evitar que los desechos asomen. “Si hacés un pozo, capaz encontrás un auto”, dice Chaco riéndose.
Familias enteras, con niños, cruzan la autopista para buscar entre la basura. Yogur, leche, carne, no se detienen en su estado: es comida. Solo se puede ingresar una hora al día y hay que calcular que se tarda media desde el portón hasta la montaña. La policía controla el lugar con reflectores y si encuentran a alguien fuera del horario, lo reprimen. Nadia (27), vecina del barrio, afirma: “La zona ahora está más tranquila que hace unos años, la mayoría ya no vamos más a la quema, ahora trabajamos en los galpones”.
Los habitantes del Libertador están organizados y sobresale la figura de Lorena Pastoriza, cabeza de la cooperativa Bella Flor. “Lorena pensó cómo hacer para que no se repitiera el caso de Diego Duarte, asesinado en 2004, y que la comida se pudiera comprar”, rememora Nora, y añade: “Ella presentó un proyecto de reciclaje. Empezamos con cortes y piquetes, hasta hubo muertes, nos tirábamos en la laguna para salvarnos pero tampoco dejamos policías enteros. El Estado defendía la basura en vez de proteger al pueblo que tenía hambre. Era propiedad privada pero también el lugar que nos daba de comer. Lorena buscó la forma de que pudiéramos comer sin que nos mataran. El nuestro fue el primer proyecto en ser presentado y el último en ser aprobado por el odio que nos tenían. Consistía en que nos dejaran separar la basura para venderla”. Finalmente, en 2008, se constituyó Bella Flor.
La muerte de Diego Duarte, de 15 años, marca un antes y un después. El 15 de marzo de 2004, él entró a la quema junto a su hermano Federico para hacer unos pesos reciclando basura. Era de noche, la policía detectó sus movimientos, los buscó con reflectores y perros pero ellos se escondieron. Para asustarlos, una topadora se acercó y dejó caer toneladas de basura sobre ellos. Diego desapareció. Hoy, el suyo es un asesinato archivado. “Y no es el único, hay más”, sostiene Lorena.
“En aquella época todo el barrio iba a la quema, cruzábamos de contrabando porque no nos dejaban pasar, cuidaban la basura como si fuera oro. Una vez vimos que venía la policía con perros y linternas, nos escondimos en los huecos que hacíamos buscando metal, nos tapamos dejando solo la cara descubierta y no nos vieron. Pero a Diego Duarte lo tapó la basura. Queremos creer eso porque la justicia nunca hizo nada”, cuenta Nora.
Luego del caso de Diego Duarte, la policía deja acceder en determinados horarios pero sigue reprimiendo porque también tiene su negocio. “Si por ahí caía un camión con electrodomésticos, a nosotros nos sacaban porque se lo querían llevar todo ellos y no lo podíamos tocar. Hicieron mucha plata acá”, asegura Chaco. A lo lejos, dos uniformados permanecen parados sobre la montaña, sacando pecho y panza, con la mano descansando sobre el arma.
En nueve galpones ubicados uno al lado del otro, funcionan las plantas de reciclado. Rosa Cuello (55), encargada de la “3 de Mayo”, explica: “De las siete cooperativas sólo dos están registradas como tales. Las demás trabajamos como ONG. Para no pagar los servicios ni las instalaciones que presta el CEAMSE manejamos un principio de economía social”. Rosa vive en el barrio Libertador y trabaja en la 3 de Mayo hace siete años: “Vienen diez camiones por día, los recibo, descargan y se separa la basura. Hay siete formas distintas para reciclar según el material: plástico, nylon, telas, papel y cartón, dividido entre seco y mojado, latas y vidrios. Luego se vende como insumo para fábricas, papeleras y químicas Tenemos clientes que se llevan lo que se produce. Por ejemplo, del nylon y de la tela se hacen trapos de piso”, ilustra.
El proceso está sistematizado. En términos de productividad, lo que más les rinde son los camiones con residuos sólidos urbanos de la recolección y también los que son “generadores” porque traen volúmenes masivos. “Los que vienen directo de Carrefour o Jumbo, y ahí aparece lo que para nosotros es mercadería”, detalla Rosa.
Chaco dice que “en las cintas encuentran celulares último modelo en funcionamiento, cadenas de oro, relojes antiguos”: “En una oportunidad, una compañera encontró 200 mil dólares envueltos en papel todo encintado, se los llevó y nunca más volvió. También se encuentran desde animales y hasta bebés, en esos casos interviene el cuerpo forense e investigan las causas de la muerte”.
La relación con la basura está naturalizada, los chicos descansan y almuerzan sobre las bolsas. “Se enferman, tienen que ir al médico y no cuentan qué comieron y les hizo mal. Dicen que mucho frito y se rompieron el estómago. Tienen que decir que se intoxicaron comiendo basura porque, ¿para qué trabajan y ganan un sueldo si van a seguir comiendo eso? Nuestra intención es que se compren la comida”, reflexiona Nora, de Bella Flor, con preocupación.
A todos los que trabajan les dan botas, guantes y máscaras y les insisten para que los usen. “Pero usan solamente los guantes y los borcegos –se queja Nora–, antiparras no y casco menos”. Una de las chicas, por no usar guantes, se clavó una jeringa en un dedo y al no tratarlo a tiempo, se le infectó y debieron amputárselo. Nora y el resto de los coordinadores coinciden en que el trabajo de la basura convive con la marginalidad social y el desamparo legal e institucional, y frente a esta situación ellos brindan contención: “Acá tenés muchas actividades. Muchos están estudiando, haciendo primaria y alfabetización con docentes del Ministerio de Educación”, relata.
Norma, otra recicladora, cuenta que “las botellas se venden a tres pesos el kilo a empresas que pagan 450 el fardo”. “De treinta bolsones sacás un solo fardo y con eso pagamos los sueldos”, explica. Con proveedores fijos y compradores diarios, el circuito se sostiene como cualquier empresa. Aquel que recolecta manualmente aluminio puede hacerse unos mangos de diferencia. Chaco recuerda que cuando empezó le pagaban $ 50 por día como ayudante de albañil, de lunes a viernes y a dos horas de su casa: “Acá en una hora hacía $ 150. Entonces pensé: me voy a romper la cintura, viajar encimado con la gente peleando, cuidando que no me roben, si acá en una hora hago lo que gano en una semana allá”.
Al lado de las cooperativas, están las plantas de las grandes empresas como la ex Manliba, del Grupo Macri, que posee maquinaria para hacer el trabajo automáticamente, y Covelia S.A., otro gigante de la recolección. En la intersección de Camino del Buen Ayre y Debenedetti, fuera del CEAMSE, están los galpones de Arcillex S.A., cuyos jefes, según Chaco, “compran los camiones de privados que traen heladeras y aparatos con alguna falla pero que funcionan”, y agrega: “Entonces los venden ahí, los dueños. La gente que trabaja no, van a la montaña a cambio de lo que cirujean para comer, ese es su sueldo”.
Empresas, cooperativas y ONG que nuclea el CEAMSE, todas dan empleo bajo una u otra modalidad informal de contratación. El Estado, por su parte, casi no reconoce la actividad de los trabajadores de la industria del reciclado, un negocio inmenso en manos de unos pocos, hecho a partir de lo que el consumo desecha, incluida su mano de obra, los excluidos del sistema.
A sólo media hora de la Capital Federal, una metáfora retorcida del capitalismo que produce ganancias aun cuando arroja sobre montañas de basura a los chicos que buscan comida.
25/01/2017