Ago 6, 2020 | Culturas, Novedades
Espero tu (re)vuelta, el documental de Eliza Capai, estará disponible a partir del jueves 6 de agosto en la sala virtual de Puentes de Cine. Ganadora de 21 premios y menciones, y seleccionada en más de 70 festivales, la producción de esta documentalista independiente recupera los momentos más vigorosos del movimiento estudiantil brasileño desde la dictadura militar. “En la toma de las escuelas en 2015 se nota de forma muy clara la osadía juvenil y cómo la unión de estos jóvenes lograron un cambio fuerte y benéfico para toda la sociedad -cuenta la realizadora paulista- . Dejaron un recado muy fuerte y una inspiración muy grande para todos los sectores progresistas del país. Lograron que la popularidad del gobernador se fuera abajo porque la sociedad se vio muy molesta al ver el accionar de la policía militar yendo en contra esos cuerpos jóvenes con tanta violencia”.
El documental está narrado por tres estudiantes que representan puntos centrales -y diversos- de la lucha, recuperando así la complejidad del movimiento y el contexto que lo atraviesa. A un ritmo frenético, jadeante y festivo, esta voz colectiva entrelaza escenas de las tomas de colegios entre 2015 y 2017 en San Pablo, recuperando a su vez acontecimientos previos que fueron fuente de inspiración para la juventud brasileña.
En estas oportunidades, los jóvenes secundarios se apropiaron de las calles paulistas al clamor de “¡ocupar y resistir!”, gestando un sujeto político y social con una fuerza avasalladora. “Así es como se ve la revolución, ocupar las calles es político”, asegura una de las protagonistas, Nayara Souza, en ese entonces presidenta de la Unión Estudiantil de San Pablo. A la lucha por una educación pública de calidad y justa para todos se adherían reclamos históricos enraizados en la identidad de cada uno de éstos jóvenes: la batalla contra el machismo, la homofobia y, principalmente, contra el racismo.
Siempre imbuida en producciones interesadas por temáticas sociales, Eliza Capai logra captar en este documental la ambigüedad de estas batallas marcadas por una violencia física y psicológica estremecedora sobre los cuerpos jóvenes que, a su vez, se resistían desde la unión, el orgullo de ser y estar y la consciencia del despertar.
¿Qué te acercó al movimiento estudiantil y sus luchas?

Eliza Capai, directora del documental Espero tu (re)vuelta.
Esto es algo que sólo me he dado cuenta después del documental, pero el movimiento estudiantil siempre ha estado de alguna forma en mi vida: mis padres fueron del movimiento estudiantil durante la dictadura militar y yo crecí con sus historias. Cuando he visto, en 2015, cómo los chicos, siendo tan jóvenes, lograban luchar y llamar la atención de la sociedad en la lucha por una educación pública de calidad me quedé muy enamorada. Me dio mucha esperanza esa primera generación de brasileños nacidos en democracia, que en su niñez han visto al primer gobierno de centro-izquierda de Brasil enfrentando los problemas históricos del país: el machismo estructural y el racismo estructural -Brasil fue el último país del mundo occidental en terminar con la esclavitud y eso se nota en la sociedad hoy-. Estos jóvenes crecieron viendo cómo la escuela pública baja la calidad cuando, en la década del ‘60, deja de ser la escuela de la clase media o alta y empieza a ser universal. Me pareció genial la forma que lograban forzar la sociedad y discutir esto. Luego, en 2016, estuve en la ocupación de la Asamblea Legislativa de San Pablo y, desde ahí, me quedé muy curiosa de cómo esos jóvenes lograban organizarse así y, sobre todo, que sus luchas políticas fueran también luchas de estéticas: sus cuerpos hablaban de los temas por los que estaban luchando. El cabello afro de los y las chicas negras, las chicas feministas que se sacaban sus ropas y la lucha LGBTI que ponía ahí sus cuerpos, cuerpos no binarios.
¿Qué significado tuvieron, para la sociedad brasileña, estas revueltas?
La del 2013 -revuelta previa a la ocupación de colegios- empieza como un debate sobre el derecho a que la población pueda circular de forma gratuita por la ciudad, a raíz de la intención del gobierno de seguir aumentando el boleto. Luego se convierte en algo mucho más grande, que tiene múltiples lecturas posibles: por un lado, fue la inspiración de estos jóvenes -que tomaron sus escuelas dos años después- al ver la multitud en la calle, luchando juntos y logrando victorias (el pasaje no subió en ese momento); pero también significó un montón de gente que salió a la calle a pedir el retorno de la dictadura militar, quemando banderas, en contra de los partidos políticos y del gobierno de Dilma Rousseff. Es un movimiento muy complejo: si bien por un lado hubo victorias muy progresistas, por otro lado se empieza también un movimiento que vemos después reflejado en la destitución de Rousseff y la llegada de Jair Bolsonaro.
Los principales reclamos estudiantiles estaban atravesados también por la lucha contra el racismo, ¿qué significó que se aunaran estos reclamos históricos en un movimiento protagonizado por una generación tan jóven?
Los estudiantes de escuela pública en Brasil son en su mayoría negros y si bien algunos ya venían con un debate fuerte sobre cuestiones raciales, muchos todavía no. Durante las tomas en la escuela, se discutieron estos temas y se elegían clases de, por ejemplo, cómo hacer un turbante en el pelo. Marcela Jesús -una de las tres protagonistas del documental- se alisaba el pelo desde los 9 años y al estar y participar de esas discusiones sobre raza se dio cuenta de cómo ella negaba el pasado de sus ancestros de África. El proceso qué pasó Marcela lo escuché de muchas niñas: ese fue un proceso muy común. Era un debate que ganaba y sigue ganando mucha fuerza en Brasil. Los jóvenes lograron comprender de forma muy profunda los debates de la sociedad y los llevaron de una forma compleja a sus cuerpos, sus vivencias, sus propias rutinas, las relaciones con otros y con uno mismo. Las niñas que llevaban el pelo alisado, salieron de ahí y se raparon la cabeza, empezando a asumir ser mujeres negras y todo lo que eso significa.
¿Creés que la Primavera Feminista de Brasil influenció en esta generación que tomó las escuelas?
Estoy segura que la Primavera Feminista los influenció muchísimo y les propició diversos debates. Fue algunos meses antes y muchas de estas chicas que estaban en las escuelas en octubre, estaban en las marchas en los primeros meses de 2015, donde tuvieron la experiencia de la calle, de estar juntas, de la unión y, por un lado, de cómo eso es transformador para el colectivo y para cada una y, a la vez, tuvieron la posibilidad de observar críticamente lo que pasaba en la sociedad. Como resultado, creo que hay una generación de chicos mucho más sensibles, hay una generación de chicas que se defienden mucho más y que se aceptan mucho más en todo. Se evidenció que las mujeres necesitaban ocupar espacios de poder, por lo que había mucha representatividad femenina en este movimiento. Cuando tenían que elegir alguien para hablar con el público o la prensa, era muy normal que eligieran a una mujer y, encima, negra, para que estuviera claro que la representatividad importa y que los sitios de poder deben ser ocupados por mujeres y aún más mujeres negras.
¿Qué pasa con el movimiento y los derechos estudiantiles durante el gobierno de Jair Bolsonaro?
El gobierno de Bolsonaro es una anomalía para la democracia, una anomalía para los temas más arduos que la sociedad brasileña debería estar discutiendo. Lo es también en todo lo que refiere a la educación: ya pasaron cuatro secretarios de educación, el último de ellos defiende el castigo físico en contra de los estudiantes. Parece que volvimos décadas atrás. Faltaba mucho todavía para llegar a una educación pública de calidad y justa, pero ahora parece que estamos yendo muy rápido para lo peor de nuestra historia. Hay una gran campaña en contra de todo lo que es público y eso incluye la educación a través de una política de su desmonte. Y en cuanto a los activismos, hay varias formas de persecución desde el principio del gobierno: el miedo es un sentimiento que crece en el país. Me parece que Bolsonaro es un enemigo de Brasil, de la educación de Brasil, de la cultura de Brasil, del pueblo y de lo que la sociedad necesita para estar sana y unida: Bolsonaro es una enfermedad.
Ago 4, 2020 | Comunidad, Novedades

Con unos cien mil muertos y casi tres millones de casos, Brasil se posiciona como el segundo país con más fallecimientos por coronavirus. Pero a pesar de estas cifras y las proyecciones (que son terroríficas), ya nada impresiona. La decisión política del gobierno de Jair Bolsonaro –quien declaró haberse contagiado- fue clara desde el principio: es solo una gripezinha y lo importante es que la economía no se detenga.
Más de mil decesos diarios desde hace semanas, un aumento desenfrenado de los contagios en todo el territorio —actualmente sólo hay 128 municipios, de los 5.564 que tiene el país, sin casos registrados— y el negacionismo oficial, hablan de un barco que se hunde agujereado por su propio capitán.
La tragedia anunciada se produce en medio de una descoordinación total entre las administraciones federal, estaduales y municipales; un Ministerio de Salud sin ministro desde hace más de dos meses, y una contradicción constante entre medidas sanitarias y de aislamiento social tomadas por las distintas líneas de gobierno. ANCCOM dialogó con brasileñas y brasileños para que cuenten, en primera persona, cómo están viviendo la situación.
Desde principios de marzo, María hace lockdown (como llaman a la cuarentena) con su familia en la zona sur de Río de Janeiro, la más rica de la Cidade Maravilhosa. Sólo sale para hacer compras y no ve a sus amigos, excepto cuando van a la verdulería. “Las medidas que el gobierno está tomando son pocas. No estamos en lockdown y las personas no respetan las medidas mínimas. Muchos van a la playa, andan sin tapabocas o salen a la noche”, señala. La fiscalización de fiestas y aglomeraciones es poca. “Muchas veces son los propios policías y personas que están en posición de salir impunes de sus acciones”.
A ciertos sectores de la sociedad no los preocupa la enfermedad. “Algunos son electores de Bolsonaro que creen que todo es una mentira. También hay gente que pertenece a clases sociales que saben que no van a tener problemas con la falta de camas en el hospital y, como no van a sufrir, entonces no respetan las medidas”, apunta María.

Bolsonaro promueve para la cura del coronavirus la cloriquina, una droga cuya eficacia no se comprobó científicamente.
Juliana es carioca. Reside en una favela en el Morro de Dendê en Ilha do Governador, al norte de la ciudad. Para ella la situación es diferente. “Estoy respetando las medidas de higiene, pero de aislamiento no puedo”, sostiene. Juliana es artista plástica y tiene que trabajar para sustentarse: “El brasileño tiene una cultura de miedo a no tener trabajo que viene desde mucho tiempo atrás de nuestra historia. Me incluyo en esto. Estoy muy preocupada por la cuestión de tener comida en la mesa”.
Justamente, una de las claves del discurso anticuarentena de Bolsonaro estuvo orientada a la necesidad de trabajar de millones de brasileños. “Tenemos más miedo de pasar hambre que de morir del virus. Cualquier medida que afloje el aislamiento en pro de poder trabajar es aceptada por gran parte de la población más pobre”, admite Juliana.
Roberta es periodista y está haciendo aislamiento estricto desde el 14 de marzo. “Solo salgo una vez al día con mi hijo y nuestra perra para ver un poco de naturaleza y tomar sol”, cuenta. A pesar del aumento de casos, la cuarentena en Río fue flexibilizada. “El intendente está alineado con Bolsonaro, niega la gravedad de la pandemia y estimula a las personas para salir. El gobernador del Estado de Río venía siguiendo medidas más restrictivas, pero ya cedió”, afirma.
La dificultad para entender qué normas seguir es generalizada. Lara es estudiante y vive en Campinas, en el interior de São Paulo. “Mi ciudad no tiene lockdown pero sí cerraron los comercios por un tiempo. Después los abrieron, aumentaron los casos y cerraron de nuevo. Todas las semanas hay una regla diferente”, describe.
Luis es artista y vive en Campo Grande, capital del estado de Mato Grosso do Sul. “Acá hubo un lockdown más fuerte al inicio y no tuvimos muchos casos. Ahí decidieron flexibilizar el aislamiento y los casos se fueron para arriba. Antes, la ciudad era una de las capitales con menos casos y hoy estamos con la curva cada vez más grande”, se lamenta.
“En Brasil cada uno hace lo que le parece. Unos siguen a Bolsonaro, no creen en el virus y llevan vidas casi normales. Otros siguen medidas de la OMS y se quedan en sus casas”, grafica Luis y añade: “Tenés estos dos extremos. Gente que está encerrada hace más de 100 días y personas que llevan la vida normalmente, aprovechando el Covid como si fuesen vacaciones”.
El desánimo y descontento es común entre los entrevistados. “Estamos abandonados por el poder público y tenemos que defendernos solos. Esa es nuestra realidad”, subraya Roberta, para quien las medidas económicas, como el auxilio de 600 reales, son insuficientes: “Hay más desempleados y la situación económica se va a agravar mucho en estos meses”, dice. Las medidas sanitarias también dejan que desear: el presidente declaró no obligatorio el tapabocas y ahora su uso quedó bajo decisión de los gobernadores e intendentes.
“No existen las medidas, ese es el problema -señala Lara-. El gobierno es tremendamente irresponsable. Bolsonaro cree que es todo mentira, creen en la cloroquina y en lo que Trump dice. Hace meses no tenemos ministro de Salud y pareciera que el de Economía decidió que el pueblo va a pasar hambre. Mucha gente va a morir todavía”.
“No concuerdo con nada de Bolsonaro y su postura sobre muchas cosas –enfatiza Juliana–, pero la pandemia es la gota que rebalsó el vaso de lo absurdo y deshumano. No tiene preparación alguna para ser presidente y es el responsable de este genocidio. Algunos gobernantes están respetando el aislamiento e intentan tomar las decisiones correctas y seguir los consejos de los médicos, pero tienen a este tipo encima que está en contra de todo lo correcto”.
La polarización política es una explicación de por qué, a pesar de su gestión, Bolsonaro siga con altos niveles de aceptación. “Poco antes de la pandemia, en febrero, ya había una crisis política. Empezaban los cacerolazos contra el presidente, pero llegó la pandemia y las protestas se frenaron”, explica Luis y reflexiona: “En todo el mundo hubo una politización del coronavirus, pero en Brasil mucho más”.
May 28, 2020 | Comunidad, Novedades

Los estados pobres del norte y nordeste están colapsados, ahora el problema está alcanzando a los más ricos.
En cuestión de semanas, Brasil pasó a ser el epicentro de la pandemia superando a Estados Unidos en cantidad de fallecidos por día. Los contagios crecen sin parar ante la desidia política del gobierno de Jair Bolsonaro que apuesta a un laissez-faire sanitario, económico y social.
Ante la ausencia de una acción coordinada entre el Planalto y las administraciones provinciales, cada estado enfrenta el coronavirus como puede. “Es catastrófico. El país es como un barco sin capitán”, opina la directora del Sindicato de Médicos del Estado de San Pablo (SIMESP), Carolina Pastorin Castiñeira.
El colapso del sistema hospitalario es una realidad. La gestión del covid-19 es “absolutamente precaria y crítica”, señala el médico sanitarista Pedro Tourinho. La desigualdad social a nivel nacional queda reflejada por el impacto de la pandemia. Según el Ministerio de Salud brasileño, la región del norte tiene una mortalidad de 26,6 cada 100 mil habitantes. Esta cifra duplica la del sudeste (13 cada 100 mil), la zona más rica.
Los estados pobres del norte y nordeste –Amazonas, Pará, Maranhão, Ceará, Pernambuco–, hace días que están colapsados. Sin embargo, el problema está alcanzando a los sectores más ricos: el área metropolitana de San Pablo y el interior de Rio de Janeiro “ya tienen filas para internación y las camas de terapia intensiva están completas”. Tourinho, quien también es concejal por el Partido de los Trabajadores (PT) en la ciudad de Campinas, advierte que el riesgo de colapso es “inminente” en el interior paulista y “ya es una realidad en la capital”.
El estado de San Pablo es el más afectado por el covid-19, con 86.017 casos confirmados y 6.423 víctimas fatales. “Estamos con regiones colapsadas dentro de la ciudad”, subraya Pastorin y remarca que en algunas partes de la capital ya tienen una ocupación de camas públicas de cuidados intensivos (UCI) del 100 por ciento.

El interior de Rio de Janeiro ya tienen filas para internación y las camas de terapia intensiva están completas.
El personal médico que está en la primera línea padece la falta de testeos, el sufrimiento psíquico y la impotencia ante los casos que crecen desmedidamente. “Los profesionales de salud estamos pasando un momento difícil. No solamente por la cuestión sanitaria. Nuestra salud física y mental está perjudicada”, admite Pastorin. Unos 130 colegas suyos han fallecido por el covid-19. “Veo en muchos el desgaste que genera la sensación de poder ser una de las víctimas”, dice y destaca que “trabajando en la primera línea, es importante crear momentos de distracción para aliviarse un poco de las pésimas noticias”.
“Muchos profesionales trabajan en condiciones de protección muy por debajo de lo ideal, atendiendo un volumen demasiado grande de pacientes”, observa Tourinho. En tanto, Pastorin alerta sobre la desigualdad en el país y entre los trabajadores sanitarios: “Tenemos localidades con equipos de última generación y otras donde utilizan tapabocas caseros”. Según la directora del SIMESP, cada día crece el número de profesionales suspendidos de sus puestos “sea por contagio, por cuestiones emocionales o por falta de condiciones para trabajar”.
No existe una coordinación del sistema sanitario, público y privado. “Otra vez, la desigualdad impera”, manifiesta la referente sindical. Brasil tiene grandes diferencias entre regiones. En el norte, nordeste y Rio de Janeiro todos los hospitales están desbordados, mientras que en el estado paulista hay disponibilidad de camas en el sector privado “pero la gente muere en el sistema público sin acceso a una. Es profundamente injusto”, denuncia Tourinho.
“Lo importante, ahora, consiste en mantener a la gente en sus casas y dar las condiciones desde el Estado para que eso ocurra. Es injusto y contradictorio mandar al pueblo a aislarse sin la ayuda necesaria para que todos puedan acceder a la salud y a una chance de recibir cuidados adecuados”, sostiene Pastorin, quien reivindica el reclamo por una lista de espera única para camas de UCI. Según Tourinho, debería haberse constituido un “gran pacto nacional en defensa de la vida” con medidas de aislamiento rigurosas, puniciones para quien rompiese la cuarentena y medidas de auxilio.

“Con el Gobierno federal tenemos la peor gestión del planeta de la crisis del coronavirus”, enfatiza Tourinho.
“El problema es que con el Gobierno federal tenemos la peor gestión del planeta de la crisis del coronavirus”, enfatiza Tourinho y califica al presidente Bolsonaro como un “psicópata” que no le importan las vidas perdidas: “Lo que él quiere es que los que tengan que enfermarse, se enfermen, y los que tengan que morir, se mueran. Todo para que la economía vuelva a funcionar”.
El máximo mandatario, que definió al coronavirus como una “gripecita”, boicotea la cuarentena en cada uno de sus discursos y milita la reactivación de la economía. La socióloga y analista política, Aline Piva, observa que el camino elegido por el Planalto es una “salida maltusiana. Están haciendo un cálculo muy deshumano: que se mueran los que se tengan que morir, después vemos que hacemos”, afirma.
“Nada indica que vamos a tener un cambio y eso nos pone frente a un problema muy grande”, asegura. Los gobiernos provinciales son los que responden ante la crisis sanitaria, pero “es una respuesta muy desigual, cada uno hace lo que puede”.
Mientras las medidas de aislamiento y cuarentenas son dictadas por las autoridades regionales, los fondos para auxiliar a las personas económicamente provienen del Gobierno federal. “No estamos viendo medidas además de los 600 reales (unos 110 dólares), que no llegan a comprar la comida mensual de una familia. Hay gente que dice preferir morir con la panza llena que de hambre en casa. Es muy agobiante la situación que vive la población más vulnerable”, plantea.
Pastorin no ve mejoras en el horizonte. “El presidente ignora a la ciencia y los especialistas y decide por su cuenta. No tiene conocimiento sobre eso, no es ni médico ni investigador ni científico. Estamos hace más de una semana sin Ministro de Salud y sin previsión de un nuevo nombramiento – detalla preocupada-. Es catastrófico que estemos en esta situación en medio de una pandemia. Es como un barco sin capitán”.
En menos de un mes, la cartera de Salud vio la renuncia de dos ministros. El médico Luis Henrique Mandetta abandonó a su cargo el 18 de abril tras constantes cruces con el Presidente. Luego, el oncólogo Nelson Teich presentó su dimisión el 15 de mayo, por estar en desacuerdo con Bolsonaro sobre el uso de la cloroquina.
El puesto quedó en manos del general Eduardo Pazuello. “Aunque asumió como interino, todo indica que va a quedar al frente del Ministerio”, precisa Piva y añade que Bolsonaro ya había dicho que quería un militar en ese puesto: “Ahora no solo está el general como ministro, sino que también hay otros militares en cargos estratégicos, nombrados por el interino”.
Tourinho califica al ministro interino como un “completo despreparado” (sic) para el cargo. La cartera sanitaria, compuesta mayormente por militares sin experiencia en políticas de salud pública, está “más comprometida con la pauta de Bolsonaro y no con la vida de los brasileros”. Pazuello, al mando interino del Ministerio, aprobó la prescripción de cloroquina para tratar casos leves de covid-19. “Es un Ministerio de charlatanes -se indigna Tourinho-. Recetan ese medicamento en la fase inicial de la enfermedad cuando ya se sabe que no hace bien”.
La salida de Teich no generó una reconfiguración política del gobierno de Bolsonaro, según Piva, sino que fortaleció la presencia militar en el gabinete. Para ella, este avance es lo más preocupante en la crisis política, “especialmente tener a uno al frente de un ministerio tan clave para controlar la pandemia”.

El estado de San Pablo es el más afectado por el covid-19, con 83.625 casos confirmados y 6.220 muertos.
Funebreros a la vista
En el gigante sudamericano no sólo están saturados los hospitales sino también los cementerios. “La invisibilidad de los sepultureros fue quebrada por esta pandemia: estamos apareciendo en el mundo entero”, comenta Manoel Norberto, funebrero desde hace 20 años y miembro del Sindicato de Trabajadores Municipales de San Pablo (Sindsep). La jornada es vertiginosa, comienza más temprano, el almuerzo es más corto y la salida más tarde. “Sumamos más trabajadores para ayudar a los que ya estaban cansados, contratamos autos, todo por el rápido aumento de las sepulturas”, explica.
El estado de San Pablo es el más afectado por el covid-19, con 83.625 casos confirmados y 6.220 víctimas fatales al cierre de esta nota. “Pasó todo muy rápido”, repasa Manoel. Con el avance del virus, el cementerio Vila Formosa —el más grande de Brasil— pasó de 38 a 80 sepulturas diarias. “Es un momento muy difícil”, confiesa. El miedo al contagio está presente entre ellos. “Desde el sindicato estuvimos dando todo el soporte que puede ser ofrecido por la letalidad de este virus”, destaca.
Se añadieron nuevos elementos al uniforme de trabajo. “Pedimos a la Municipalidad una mayor protección para nuestros trabajadores y ahora redoblamos el uso de guantes, macacos (trajes enterizos) y máscaras, para cuidar a nuestros compañeros”, señala. También se sumó un servicio de ayuda psicológica. “Esta fue una acción voluntaria de los profesionales de salud, psicólogos y asistentes sociales que abrieron sus teléfonos y se pusieron a disposición de los trabajadores por si necesitan una ayuda, una charla o un hombro amigo”, cuenta.
Según Manoel, desde el sindicato buscan mantener a sus trabajadores informados porque hay mucha “desinformación”, que él atribuye al Presidente. “Hace que la gente vaya a la calle y ahí el pico de muertes aumenta”, dice y remata: “La rutina fue completamente cambiada por culpa de ese tipo”.
Abr 16, 2020 | Comunidad, Novedades

Brasil transmite desesperanza. Es el país más grande de la región y también el más afectado. Lula Da Silva manifestó hoy en twitter lo que debería decirse en las calles: “Bolsonaro se parece al capitán del Titanic. El barco se estaba hundiendo y continuó fingiendo que no estaba pasando nada. El país está a la deriva. Un barco sin rumbo”.
Desde que se confirmó el primer caso a fines de febrero, el número de infectados creció exponencialmente. En las últimas 24 horas murieron más de 200 personas. Oficialmente tiene 28.320 contagiados de coronavirus y 1.736 muertes. Mientras tanto, Jair Bolsonaro se tomó muy en serio su slogan electoral de “dios por encima de todo”, porque no asumió ninguna responsabilidad de los efectos de la pandemia en su país.
Aunque el total de víctimas represente número escalofriante, estas cifras podrían ser optimistas. “Hay una discrepancia escandalosa entre los datos oficiales y lo que sería el verdadero número que, acorde a instituciones de investigación de salud y a hospitales de primera línea, sería de quince veces más. De ser así habría alrededor de 400 mil contaminados y más de 24 mil muertos. En la comunidad científica está la certeza de que esto será una catástrofe de dimensiones inéditas.” Esta es parte de la visión de Eric Nepomuceno, autor, periodista y traductor brasileño, que gentilmente habló con ANCCOM.
Estas palabras difieren considerablemente con las del gobierno de turno. “En mi caso particular, en el caso de ser contaminado por el virus, no necesitaría preocuparme. No sentiría nada, o a lo sumo sería una gripecita o un resfriadito”. El presidente brasilero se manifestó públicamente y en repetidas ocasiones en contra de las recomendaciones de la OMS. “El brasileño no se contagia. Se lo puede ver saltar a una alcantarilla, bucear y nunca le pasa nada”, decía. Estas declaraciones muestran su ferviente negacionismo. Rafael Dias, psicólogo, profesor de la Universidad Federal de Fluminense y coordinador del Observatorio de Derechos Humanos del Sur de Fluminense, colaboró con este medio para dar más luz a esta situación. Él considera que el primer mandatario está exponiendo a toda la población. “Sus declaraciones y actos son un enfrentamiento permanente con los derechos humanos y la salud mental de los brasileños. Lo que está sucediendo en Brasil es el proyecto de necropolítica. En este contexto, mantener el aislamiento social es un acto de desobediencia civil”.
La falta de un liderazgo sensato desde Brasilia provocó intensas batallas políticas en el contexto menos indicado, y ahora el poder presidencial pende de un hilo. “Fueron los gobernadores los que llenaron el vacío político. Ellos comenzaron a tomar medidas sanitarias de acuerdo con la situación e incluso coordinaron acciones para tener respiradores y equipos de protección para profesionales de la salud. Gracias a su accionar se logró evitar el colapso de los sistemas de salud”, agregó Dias. Ante la inacción federal, los jefes de cada estado brasilero tuvieron que determinar medidas preventivas y cuarentenas por su cuenta.
La crisis no tardó en llegar al seno del gabinete. La imbecilidad del primer mandatario lo llevó a distanciarse de su propio ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, quien hasta hace unas horas seguía en el cargo porque así lo quiso la cúpula militar que rodea al presidente, tras varios días de especulaciones sobre su continuidad; el propio Mandetta, según trascendió, consideraba que era imposible trabajar con Bolsonaro, porque acordaban una cosa y luego el presidente hacía otra, opuesta. Al cierre de esta nota, el presidente despidió al ministro. El general del Ejército Walter Braga Netto, Jefe de la Casa Civil, ganó influencia y está poniendo “orden en la casa”. “Los militares tratan de contener las iniciativas absurdas y demenciales de Bolsonaro -explicó Nepomuceno-. Más allá de esto, no debe olvidarse que los generales de los que hablamos son reaccionarios de la peor especie, y temen un giro hacia el autogolpe. Pese a esto, por ahora no hay clima ni espacio para un juicio político”.
En el medio de la politiquería está el pueblo, confundido por los múltiples discursos que plantean la falsa dicotomía entre morir enfermo o morir de hambre. Eloa Lemos, estudiante que vive en Río de Janeiro donde cumple con su cuarentena, sufre en carne propia la locura que se está viviendo y teme por las futuras consecuencias. “Bolsonaro es el mayor responsable de la crisis que estamos atravesando, pero por suerte, mucha gente que antes lo apoyaba dejó de hacerlo”, dijo.
Nepomuceno advirtió que “Bolsonaro camina velozmente rumbo a un aislamiento que lo dejará con el respaldo resumido a sus seguidores más fanáticos. Pero ojo: en este momento, eso significa un 20 a 30 por ciento de la opinión pública”.
Esa porción del electorado parecería ser suficiente como para marchar y generar disturbios, mientras el presidente rompe su cuarentena para sacarse fotos. Del otro lado responden desde las casas, caceroleando.
Mientras tanto, los médicos arriesgan su vida para salvar las de otros. ANCCOM se contactó con un médico residente del Hospital de Pronto Atendimiento Da Gloria, que prefirió no identificarse y denuncia la falta de protección del personal. “A pesar de que se han construido hospitales de campaña, todavía no hay insumos suficientes para la seguridad de los profesionales de la salud. Solo los pacientes hospitalizados y los profesionales de la salud son testeados, debido a la cantidad escasa de pruebas disponibles.”
Sin embargo, los recursos están siendo destinados a la producción de cloroquina e hidroxicloroquina, drogas que no fueron autorizadas por la OMS. Éstas fueron utilizadas para pruebas piloto, que dejaron un saldo de 11 pacientes muertos. “Que el laboratorio del Ejército produzca dos millones de comprimidos de inmediato es algo demencial. Si Bolsonaro antes seguía paso a paso los movimientos de su ídolo Donald Trump, ahora logró superarlo en términos de estupidez suprema”, aclaró Nepomuceno.
El presidente está muy alejado de la realidad. Por más que manifieste que impulsará la economía, los pronósticos no son nada favorables. El FMI prevé una caída de más del 5% para este año. Por más que envíe a la gente a trabajar, el número de desempleados es cada vez mayor. Menos mal que por lo menos el Congreso se preocupó por brindar una ayuda con el bono de 600 reales (115 dólares) a trabajadores informales y autónomos.
Es imposible determinar cuál será el futuro del país, como tampoco el del resto de los países del mundo. Lo que sí es evidente, es que en Brasil el impacto de la pandemia derribó la primera ficha del efecto dominó que poco a poco está volteando todo a su paso. El tiempo dirá si también se voltea el tablero.
Oct 24, 2018 | Novedades, Vidas políticas

Militante de izquierda desde los 12 años, doctor en Historia Económica y profesor
de la Universidad Federal de ABC (UFABC) de San Pablo, Valter Pomar (52) ha
ocupado diversos cargos dentro del Partido de los Trabajadores (PT), adonde se
incorporó en 1982 y, con el tiempo, llegó a formar parte de la Dirección y de la
Comisión Ejecutiva Nacional. Fue vicepresidente tercero de la agrupación y de
2005 a 2010 se desempeñó como secretario de Relaciones Internacionales.
Actualmente sigue militando pero está más volcado a la docencia. Pomar –para
quien el PT es el principal partido de la izquierda del país porque representa a la
mayoría de los sectores de la vanguardia obrera, popular y juvenil– repasa los 14
años de gobierno Lula y Dilma, hace autocrítica y analiza los vaivenes de la tensa
relación con la derecha brasileña en las últimas cuatro décadas.
¿Cuáles fueron los principales logros del PT?
Desde el punto de vista estadístico, está más que probado que nuestro período en
el gobierno fue positivo para la inmensa mayoría del pueblo brasilero, teniendo
como telón de fondo que nuestro país es uno de los más desiguales del mundo.
Siempre puede haber un negacionista que crea que esto no fue así, pero los
hechos son testarudos. Está claro que en términos de empleo, salario, pensiones
y derechos civiles hubo una mejora general.
¿Y en toda su historia?
El mayor logro del PT fue que durante casi 40 años –desde 1980 hasta la
actualidad– la izquierda brasilera como un todo, con sus organizaciones y su
diversidad, pero en particular el PT, que es la principal expresión de la izquierda,
ha conseguido que la clase trabajadora tenga la mayor fuerza política, el mayor
nivel de organización y de conciencia de toda su historia.
¿En qué se refleja este empoderamiento?
Si lo comparamos con todo el período republicano, incluyendo las dictaduras pero
también las fases más o menos democráticas, nunca la izquierda tuvo tanta
expresión política como ahora. Es un gran logro haber sacado a la izquierda como
mera fuerza auxiliar de los sectores democráticos de la clase dominante, correrla
de ese lugar de fuerza minoritaria sin ninguna influencia en la lucha política. El PT
hizo de la clase trabajadora una protagonista de primera línea. Por eso lo que está
pasando estos días tiene tanta importancia.
¿Qué autocrítica debe hacer el PT?
Si hay alguna autocrítica que se debe hacer, es sobre la ilusión que amplios
sectores del partido se hicieron de la clase dominante brasileña. Creían que esta
clase, conformada por capitalistas, sus representantes políticos, medios de
comunicación, Fuerzas Armadas y la cúpula de la burocracia estatal, había hecho
las paces con la democracia y el bienestar social. Creyeron que estaban
dispuestos a aceptar que las capas populares tuvieran más derechos. Lo que pasó
de 2015 en adelante ha demostrado que aquello era sólo una ilusión. Entonces no
se prepararon para lo que está pasando ahora, para el momento en que la clase
dominante dice “ya basta, no más cambios, no más democracia, no más
bienestar”. La clase dominante está actuando como siempre actuó, de manera
antidemocrática, antisocial y antiderechos, sumisa a los intereses de los Estados
Unidos.
¿Bolsonaro sería sólo un títere de la clase dominante?
No es Bolsonaro el problema de fondo, es la clase dominante. Hace un par de
días, un reportero llamado Cristiano Romero ha publicado en Valor Económico, un
diario de mucha influencia entre los empresarios, una nota que dice que para los
sectores financieros sería muy útil que hubiera en Brasil una dictadura más o
menos como la de Augusto Pinochet en Chile. O sea, ellos creen que los niveles
de organización y de representatividad que ha alcanzado la izquierda no se
podrán revertir solamente con una derrota electoral. Por eso están cada vez más
dispuestos a invertir en una solución de tipo fascista. Porque esperan que el
fascismo haga acá lo mismo que en otros sitios, un amplio proceso de
exterminación política y física de la izquierda.
¿Física?
Quien ha hablado específicamente de eliminación física con todas las letras es un
cavernícola llamado Olavo de Carvalho, un ensayista y filósofo brasileño que
apoya la candidatura de Bolsonaro y escribe desde Estados Unidos. Cuenta con
mucha influencia en los sectores de ultraderecha hace ya muchos años, y dijo
textualmente que al PT no basta con derrotarlo, hay que destruirlo. Al respecto, el
propio Caetano Veloso publicó una columna en la Folha de San Pablo en directo
repudio a este tipo de expresiones. El problema más grave es que Carvalho no es
un loco aislado, es el emergente de una opinión que comparte una amplia parte de
la clase dominante.
¿Cuál es la situación económica y social hoy?
Tras el golpe de Estado, el gobierno de Michel Temer ha implementado muchos
cambios para peor en la legislación laboral, la remuneración y las jubilaciones, así
como en los fondos para políticas sociales. La situación es muy mala y se puede
constatar recorriendo las ciudades y mirando la gran cantidad de personas que
están en la calle.
¿Qué implicancias puede tener una victoria de Bolsonaro?
Significaría un retroceso muy fuerte. La situación puede empeorar y mucho porque
Bolsonaro, además de los cambios que puede hacer en la legislación, va a
desencadenar una represión abierta contra todo tipo de organización vinculada a
la clase trabajadora. Esto va a reducir la capacidad de resistencia y va a autorizar
a los patrones, los capitalistas y los latifundistas y a todos aquellos que detenten
intereses económicos y poder, a que puedan explotarla todavía más.
Acerca de las declaraciones de Bolsonaro en materia de seguridad y su
apoyo a la última dictadura, ¿qué análisis hace?
Un eventual gobierno de Bolsonaro significaría una especie de aplauso de lo que
pasó en la dictadura militar brasileña y lo que pasa cotidianamente en la represión
a las capas populares de las grandes y pequeñas ciudades. Sería una especie de
autorización para reprimir y matar. No estamos delante de una derecha normal
porque lo que estos tipos pretenden no es solamente desencadenar una campaña
de mentiras o profundizar el neoliberalismo, van a imponer un nivel de regresión
social y de las libertades democráticas que será una especie de dictadura de
nuevo tipo.

«No es Bolsonaro el problema de fondo, es la clase dominante», afirma Pomar.
¿Qué diferencia a este avance fascista de otros?
A diferencia de los fascistas de Europa o Estados Unidos, este fascismo no es
industrializante: es neoliberal y desindustrializante. A nivel regional, será un
gobierno alineado con los Estados unidos y con lo que peor de la oligarquía
latinoamericana.
¿Qué lectura hace del contundente apoyo que recibió en primera vuelta?
Siempre hubo una porción importante de la población brasileña que ha votado
posiciones de derecha. Por ejemplo, en 2002, cuando Lula fue elegido por primera
vez para la presidencia, la candidatura de la derecha obtuvo 37% de los votos.
Siempre hubo un sector que ha apoyado políticas neoliberales, entreguistas y
conservadoras social, económica y políticamente.
¿Qué rol ha cumplido el Partido de la Socialdemocracia Brasilera (PSDB)?
Lo que sucedió en estos últimos años es que este sector más derechista de la
población estaba representado por el PSDB, que poco a poco fue moviéndose
más hacia la derecha. Hasta que en 2014, su candidato, Aécio Neves, no aceptó
el resultado de las elecciones y lanzó una campaña por el derrocamiento de Dilma
Rousseff. Y para hacerlo ha estimulado y movilizado a lo más cavernícola de la
sociedad. Contaron con el apoyo de los medios, del empresariado y de los
partidos de derecha tradicional. Todo esto ha impulsado a la ultraderecha a ocupar
las calles y a hacer discursos reaccionarios. Desde 2015, la derecha tradicional,
los medios hegemónicos y los capitalistas supuestamente modernos, han sido los
principales responsables de respaldar, difundir y financiar el fascismo.
Sin embargo el candidato del PSDB, Geraldo Alckmin, sólo sacó el 4.76% en
primera vuelta…
Exacto, porque ellos no contaban con que los fascistas tuvieran una candidatura
que desbancaría a toda la centroderecha. Todos los partidos golpistas de la
derecha tradicional tuvieron una votación muy baja. Y la extrema derecha, que
originalmente fue estimulada por la “derecha normal”, hoy tiene todo el
protagonismo. Por lo tanto, los que tienen responsabilidad sobre esto son los
hombres de la socialdemocracia brasilera y sus aliados de centroderecha. El
número de los que apoyan esta candidatura de extrema derecha es similar al que
ha apoyado en 1989, en la segunda vuelta, a Fernando Collor de Mello, y en las
elecciones siguientes, las candidaturas apoyadas por el PSDB. Es un tercio de la
población. Tuvieron la posibilidad de vencer si hubieran contado con el apoyo del
centro. Este es el gran problema.
¿Por qué?
Porque muchos sectores del centro, como el ex presidente Fernando Henrique
Cardoso, responsable de la implementación del neoliberalismo en Brasil pero que
siempre se presenta como un demócrata, hoy no toma partido. Como si fuera lo
mismo, como si no estuviéramos delante de un fascista que una vez declaró que
“había que hacer el trabajo que la dictadura militar no hizo, matar a unos 30 mil
empezando por Fernando Henrique Cardoso”. Entonces, aunque no fuera por otro
motivo que la defensa de su propia vida, Cardoso y muchos de los próceres de la
socialdemocracia tuvieron y tienen el deber moral y político de tomar partido, pero
no lo hacen.
¿Se le fue de las manos a la derecha tradicional el proceso electoral?
Luego del golpe en Brasil en 2016, el plan de los golpistas era hacer una reforma
radical de derecha y neutralizar al PT y a Lula para ganar las elecciones
presidenciales de 2018 con una candidatura socialdemócrata, lo que acá en Brasil
significa decir centroderecha, pero eso no pasó. Iniciaron los trabajos de reforma
de derecha, golpearon duro a Lula y al PT, pero la segunda vuelta de las
elecciones no se da entre los socialdemócratas y el PT y sí entre la extrema
derecha y PT.
¿Qué es lo que llevó a Fernando Haddad al balotaje?
Hay muchos motivos, pero los dos principales son el apoyo popular, en especial
en los estados del noreste, por lo que hizo y por lo que representa Lula, y la
inmensa resistencia que ha demostrado tener el PT. Una gran parte de la
población se siente identificada porque nos opusimos al golpe, nos oponemos al
neoliberalismo y porque expresamos una crítica al sistema político.
¿Cómo caracteriza a Bolsonaro?
Es golpista y ultraneoliberal pero se presenta a la población con un perfil
antisistema, más o menos como hizo Trump. Pero es sólo un mito. Bolsonaro es
diputado hace 27 años, estuvo en todos los partidos de derecha y apoyó a todos
sus gobiernos. Es lobista de una fábrica de armas. Miente para dar un motivo que
lleve a muchos sectores, incluso a los más pobres, a votar por él. Ese motivo es el
mito de ser un hombre que lucha contra el sistema. Tanto Bolsonaro como
Haddad representan a partidos que tienen una fuerte crítica al sistema político.
Claro que la de Bolsonaro es una mentira, la del PT es una realidad.