Volvió la marea verde a teñir el país en el pañuelazo del 19F, el Día de Acción Verde por el Derecho al Aborto. La intervención impulsada por la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito concentró frente al Congreso Nacional y en distintas ciudades de la República Argentina, en un grito federal imposible de desoír.
Al unísono, en las distintas calles que rodean la Plaza Congreso, desde las 17:30 hs comenzó a escucharse: “aborto si, aborto no, eso lo decido yo!”. Entre abrazos, risas, llantos, iban llegando caravanas de mujeres de todas las edades, quienes sostuvieron la intervención con firmeza y fuerza, pese al calor que azotaba la Ciudad de Buenos Aires.
A las 19 hs puntual comenzó el pañuelazo, incluyendo las disidencias e invitando a participar a quienes quisieran. Las oradoras hicieron énfasis en poder respetar las consignas propuestas, sin sentirse obligadas ni obligados a lo que se expuso desde el escenario.
A un año del primer pañuelazo, el derecho a decidir sobre nuestros propios cuerpos se impone de manera cada vez más fuerte. Hace temblar las estructuras al grito de “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”.
Con el pañuelo verde en alto, en cada ciudad se exigirá “la despenalización y legalización del aborto voluntario y la implementación en todo el país de la Ley 26.150 de educación sexual integral (ESI) en las escuelas, el ‘Programa nacional de salud sexual y procreación responsable’ y el ‘Protocolo para la atención integral de las personas con derecho a la interrupción legal del embarazo’ (protocolo ILE) para situaciones que se enmarquen en las causales (art. 86 del Código Penal, fallo F. A. L.)”, señalaron desde la Campaña.
Durante toda la jornada, la emoción traspaso los cuerpos de cada una y uno, trasluciéndose en las miradas llenas de esperanza ante un presente feminista y disidente.
El Oxaprost (diclofenac-misprostol), la droga utilizada para inducir un embarazo, sirve paradójicamente también para interrumpirlo. El compuesto puede ser conseguido en cualquier farmacia, mediante una receta médica y desde el 30 de noviembre ya son dos los laboratorios que tienen el permiso para su venta en farmacias. Se trata del método más accesible para interrumpir un embarazo no deseado, a pesar de que está penalizado por la ley. Por eso ya hay legisladores que, además de continuar la lucha por la despenalización del aborto, también piensan en la necesidad de que el Estado sea quien produzca esta droga.
En el país existen dos laboratorios que fabrican el Oxaprost: Beta S.A y Domínguez. Mientras que Domínguez, hasta hace un mes, se encargaba de dispensar el producto para su uso intrahospitalario, Beta S.A se establecía como el único laboratorio responsable de su despacho vía farmacia. No obstante, el 30 de noviembre último la Administración Nacional de Medicamentos y Tecnología Médica (ANMAT) autorizó al laboratorio Domínguez también el despacho de la droga en farmacias, algo que estaba reservado a su competencia, Beta S.A.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) uno de los fármacos recomendados para la interrupción voluntaria de un embarazo, desde 2005, es el misoprostol. El fármaco en sí se caracteriza por ser una prostaglandina, algo parecido a una hormona, cuya función es producir contracciones para interrumpir la gestación. “La condición de su venta es mediante receta archivada siempre que lo indique un ginecólogo, un obstetra, reumatólogo o un traumatólogo. Las farmacias en general eligen venderlo o no. Eso corre por cuenta de cada dueño”, detalla Belén Montenegro, farmacéutica del Hospital Municipal de la Ciudad de Boulogne.
Tras la imposibilidad de sancionar la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, en agosto último en Argentina, diputados y organizaciones de mujeres que brindan consejerías pre y post aborto se reunieron el pasado 9 de octubre en el Anexo de la Cámara de Diputados en el marco de una audiencia pública para proponer un proyecto de ley para que sea el Estado quien se encargue de la fabricación del misoprostol. El proyecto normativo, que ingresó al Congreso el pasado 20 de marzo de 2018, se centra en garantizar un aborto legal, seguro y gratuito. Principalmente seguro. Al no ser ilegal, muchos profesionales de la salud practican abortos clandestinos en pésimas condiciones o ejercen violencia sobre el cuerpo de las pacientes. El aborto, según los artículos del Código Penal de la Nación que van desde el 85 al 88, se considera una práctica punible con una condena de hasta 15 años, tanto para el profesional como para la persona que lo lleve a cabo. Pero si el embarazo es producto de una violación, o puesta en peligro la vida de la mujer a causa de un feto retenido o complicaciones en la gestación, la interrupción del embarazo, avalada por una denuncia policial o judicial, se convierte en un acto lícito.
Números
El misoprostol se encuentra al alcance con una receta elaborada por un profesional de la salud, y una determinada porción de dinero. Específicamente la presentación de Oxaprost,el nombre delmisoprostol comercializado por Laboratorio Beta S.A, se establece en un envase con 16 comprimidos y un valor de venta en farmacias a 4.455,31 pesos.
Desde el 2005, la OMS ha incluido al fármaco en la lista de medicamentos esenciales debido a la posibilidad de salvar una vida en peligro a causa de un embarazo riesgoso, además de ser el fármaco menos nocivo para interrumpir una gestación. Sus indicaciones oscilan entre: maduración cervical, inducción del aborto en 1° y 2° trimestres, prevención y profilaxis de la hemorragia post parto, aborto incompleto y preparación instrumental del cuello uterino para una posterior intervención quirúrgica.
Según un relevamiento de Silvina Ramos, la investigadora titular del Área de Salud, Economía y Sociedad del Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES) e Integrante del Comité Ejecutivo de la Alianza para el Fortalecimiento de la Investigación del Programa de Reproducción Humana de la Organización Mundial de la Salud, se estima que en la Argentina se realizan por año entre 350.000 y 500.000 abortos anuales. Los datos provienen de un estudio de 2005 realizado por Silvia Mario y Edith Alejandra Pantelides, investigadoras del Centro de Estudios de la Población (CENEP). El aborto se establece como la principal causa de muerte materna. De acuerdo a los últimos datos oficiales provenientes del Ministerio de Salud de la Nación, en el año 2016, de un total de 245 fallecimientos, el 17,6% fueron muertes por una gestación terminada en aborto. Lo que ubica a este flagelo como primero en el podio de defunciones maternas.
Ante la negativa del Senado a legalizar el aborto, en agosto del corriente año, se debatió establecer una alternativa para que el Estado garantice la fabricación del misoprostol con el objetivo de lograr el acceso masivo y de forma legal a la interrupción voluntaria del embarazo.
El fármaco
El uso de misoprostol es intrahospitalario, con el fin de estimular las contracciones del músculo liso del útero, cuando se encuentra en trabajo de parto por un feto fallecido o retenido. A la vez Oxaprost, el nombre bajo el que lo expende el laboratorio Beta S. A., se utiliza como analgésico y protector gástrico porque favorece la producción de la mucosidad que recubre el estómago e inhibe la producción de ácido, similar al diclofenac. La condición de la venta del misoprostol es mediante una receta archivada.
Existe entonces una contradicción en la comercialización del fármaco. Porque según la ley vigente, no avala las indicaciones del misoprostol para interrumpir un embarazo. Pero Beta, y desde el 30 de noviembre también laboratorio Domínguez, venden el medicamento como un protector gástrico o antiinflamatorio. El Protocolo para la Atención Integral de las personas con Derecho a la Interrupción Legal del Embarazo entiende que la única manera de practicar un aborto es por medio de una denuncia policial o judicial de violación, ya que funciona como declaración jurada. Además, el protocolo comprende que la práctica por fuera del marco regulatorio pueden ser “casos fabricados”, y, al mismo tiempo, entiende también que nadie puede imponerse a la interrupción legal del embarazo ni obstaculizarla frente a una persona víctima de un delito sexual.
“Las farmacias en general eligen venderlo o no. Eso corre por cuenta de cada dueño. Se genera una situación muy incómoda, porque vos del otro lado sabés por qué lo están comprando y si no vienen con una receta de un obstetra, se te hace muy difícil venderlo a nivel ético. Si no lo indica un obstetra, significa que están tratando de interrumpir un embarazo de manera clandestina y eso puede terminar en una guardia o en una internación”, detalla Belén Montenegro, farmacéutica en jefe del Hospital Municipal de la Ciudad de Boulogne.
Lo que tiene de particular la presentación de Beta es que la píldora está formada por una doble compresión. Es decir, por fuera posee el diclofenac, pero el núcleo es el misoprostol. Existen dos maneras de administrar el fármaco. Una es por vía oral. La paciente ingiere la pastilla entera y se consume a lo largo de 16 días. Luego existe la vía vaginal. Allí el médico debe romper esa primera capa de compresión de diclofenac y quedarse solo con el núcleo de misoprostol e introducirlo directamente en el cuello del útero.
Con respecto al precio, Montenegro se explaya: “Las prostaglandinas en general son caras. Su desarrollo es costoso. Sobretodo porque está diseñada para metabolizarse más lento para ejercer la acción”. El costo responde a una constante en la industria farmacéutica argentina. Sucede que el desarrollo de una molécula en el país tarda alrededor de diez años. Una vez pasadas las pruebas y los estudios clínicos del fármaco, el laboratorio fabricante tiene la potestad de vender el producto al precio que desee.
Audiencia pública
Los diputados Lucila De Ponti, Araceli Ferreyra, Cecilia Moreau, Nathalia González, Gabriela Cerruti y Daniel Filmus, junto a organizaciones de consejería para el pre y post aborto debatieron en octubre, en la Cámara de Diputados, que el Estado garantice la fabricación del misoprostola un costomás accesible y legalizado para la interrupción voluntaria del embarazo. “Esto surgió a partir del rechazo de la ley. Se presentaron diversos proyectos y empezamos a ver casos como el de Santa Fe, donde el Gobierno provincial se va a encargar de producir el misoprostol a partir de una buena experiencia de practicar abortos con el medicamento”, declaró Nathalia Gonzalez Seligra, diputada nacional por el FIT por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. “Una vez rechazado el proyecto original se abrió el debate. La idea es presentar uno nuevo este año”. En sintonía, Lucila De Ponti, diputada por el Peronismo Para La Victoria por Santa Fe, remarcó: “Entendemos que si el Estado puede garantizar que las provincias que necesiten comprar los medicamentos, puedan hacerlo en un precio más barato y en una calidad mayor, van a hacerlo porque efectivamente les conviene”.
A pesar de no estar legalizado el aborto, la concepción compartida y planteada en la audiencia fue garantizar el derecho al acceso equitativo a los medicamentos recomendados por la OMS como ejemplares para la práctica de abortos seguros. Además, se contempla la inclusión tanto del misoprostol como de la mifrepristona (otro medicamento indicado para casos de aborto) en el Plan Médico Obligatorio Nacional y en el vademécum de medicamentos de cobertura gratuita. Según los legisladores, no solamente es conveniente la producción nacional del medicamento, sino que también puede tornarse rentable y posible de hacer para el Estado nacional.
Según el informe de la senadora Nancy González, legisladora por elFrente Para La Victoria de Chubut, el Estado se ahorraría un total de 613 millones de pesos, porque el gasto que hoy es de mil millones pasaría a menos de la mitad. El ahorro total sería de un 43% en términos de fabricación, a lo que habría sumarle costos de internación en hospitales públicos. Además, al tratarse de una actividad ambulatoria, los costos tienden a mermar. “Los profesionales que convocamos para la audiencia hablan de que ese costo bajaría a 300 pesos. Pero el principal problema al que nos enfrentamos es pelear frente a aquellos que no quieren, no sólo que no se fabrique el misoprostol directamente desde el Estado, sino también aquellos que no quieren el aborto legal y mucho menos la Ley de Educación Sexual Integral”, concluyó Nancy González.
La realidad a la que se enfrentan las madres gestantes es que el precio de Oxaprost, producido por el Laboratorio Beta S.A, aumentó su precio un 300 por ciento, entre los años 2014 y 2016, según estimaciones del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), además de alterar la presentación del medicamento en función de comprar más pastillas a un precio mayor. Con la autorización del Laboratorio Domínguez de su venta en farmacias para diciembre, se vislumbra el fin del imperio monopólico de Beta, dado que según aseguran fuentes de la empresa, lo comercializará a un precio mucho menor.
Abortar en la clandestinidad
Camila tiene 23 años y el título profesional como profesora de Educación Física. Ella renunció a la maternidad, pero para eso tuvo que someterse al aborto clandestino. “Nadie entiende lo difícil que es hasta que lo vive”, contó. Decidió abortar con 18 años, porque no se sentía con la madurez suficiente para hacerse cargo de un hijo a esa edad: “No quería formar una familia a tan temprana edad”, confesó. Camila también recordó: “Sufrí mucha violencia cuando me atendieron –detalló-. La primera vez que le comenté al profesional mi situación y me hizo tacto, me hizo doler mucho a propósito”. “Me decía puta y una serie de insultos más. Me amenazaba con denunciarme en la policía si seguía con la idea de abortar”, se explayó la joven. Desprotegida, Camila confesó que no podía denunciar al médico por ejercer violencia y abuso de poder, corría riesgo su vida y podía terminar hasta presa.
La interrupción de un embarazo es un proceso que si se ejecuta de manera incorrecta puede terminar con secuelas o sangrados abundantes, peligrando la salud de la mujer. Si el Estado interviniese, todas las interrupciones voluntarias del embarazo podrían tener el cuidado correspondiente. “Se garantizaría calidad en la atención y la vida de toda mujer”, así lo recalca la asociación Socorristas en Red, un colectivo feminista dedicado a casos de interrupción voluntaria del embarazo.
Dice lo que piensa y escribe sobre el dolor propio y ajeno. Nunca imaginó que un día seis millones de usuarias y usuarios leerían en 72 horas el posteo que publicó a escondidas desde el escritorio de un call center de Once. “Bancátela”, lo tituló. Hasta hoy, más de seis mil mujeres le han contado sus historias en su página de Facebook No me calmo nada. Zuleika Esnal las lee a diario y responde todos los mensajes. Estoy acá, mujeres sobrevivientes se llama su primer libro que está por salir a la luz editado por Grupo Editorial Sur. Son 107 testimonios seleccionados de los miles que recogió. En el patio interno de su casa en Colegiales, en una tarde calurosa de abril, dialoga con ANCCOM.
¿Cómo vivís la publicación del libro?
Feliz. Ya está en imprenta. Si alguien hace unos años me decía “escribite algo para que 6.500 mujeres hablen de lo que les pasó, 54 dejen su casa, siete denuncien a su violador y 250 den una mano gratuitamente a otra”, me hubiera muerto de risa. Hoy es real.
¿Es verdad que viralizaste desde un call center la página No me calmo nada?
Exacto. La tengo desde 2015 pero tenía 300 seguidores entre amigos y conocidos. Un día leo en el trabajo que violan a una chica de 16 años en Brasil entre 33 hombres. Ella declara: “El alma duele más que la vejiga destrozada y es más difícil de sanar”. Indignada y a escondidas, al día siguiente escribí el relato Bancatela. Lo puse público por sugerencia de una amiga. A los tres días me contacta un periodista de El País de España y me dice que estoy en la edición digital del diario ya que lo que escribí fue compartido 36 mil veces y leído por 3 millones de personas en Argentina. Me quedé paralizada. Al rato llego a casa y tenía 57 mensajes de mujeres de distintos países de Latinoamérica contándome todo tipo de experiencias vinculadas a la violencia de género.
¿Cómo te manejaste en esos primeros casos?
Siempre igual, cuando quise preguntar algo lo pregunté, sin vueltas, con respeto y mucha inocencia. A veces se confunde la empatía con el ponerse en el lugar del otro y eso es imposible. Yo no sé qué es que tu papá te viole, a mí jamás me levantaron la mano. No sé lo que es sentir un puño en el medio de la cara. Tampoco lo tengo que saber para ayudarte.
De estas historias nace la obra teatral Piel de cordero…
La escribí en un solo día luego de meses de ir procesándola. Somos tres actrices en escena tratando de abarcar los diferentes matices. En el último monólogo habla una chica muerta en primera persona, Rocío Juárez de Zárate. A mí me escribió su amiga. Me cuenta que Rocío se fue a comer un asado un domingo al mediodía con amigos y no volvió nunca más. La violaron y mataron entre dos hermanos. Ella aparece al final de esta obra porque también tenemos que hablar por las que ya no están.
¿Qué pasa en la sala?
Termina la obra y la gente se queda. Han pasado cosas maravillosas. Por ejemplo, que se levanten mujeres una por una a decir sus nombres o que termine todo el teatro de pie gritando “¡estoy acá!”.
Zuleika Esnal, actriz, escritora y creadora de la página «No me calmo nada».
¿Sufriste amenazas?
Sí, a través de Facebook, han averiguado la dirección de mi casa, me han escrito que me van a venir a buscar. Yo elijo seguir porque si me pasa algo, ya está, yo no me muero más. Estoy en cada mujer que habló, en cada piba que no podía y ahora puede. En esa chica que no salía de la puerta de su casa porque la violaron mientras dormía y ahora me manda una foto desde Plaza de Mayo con una pancarta enorme.
¿Cuál es tu postura sobre el aborto?
Yo aborté. Tarde 23 años en poder verbalizarlo. Deseo que nadie tenga que hacerlo como yo, escondida, muerta de miedo y sola en Lanús. Con un médico que ni me miró la cara y lo único que se dignó a decirme fue que tomara el antibiótico porque no se pensaban hacer cargo de una infección. Si ahora estoy horas ensayando con las actrices para gritar en el Congreso o voy a las marchas, es porque peleo para que nadie tenga autoridad legal sobre nuestros cuerpos. Me costó años entenderlo. La culpa se me había metido en un lugar tan imperceptible que, al quedar embarazada en junio del año pasado y perderlo, cuando la médica me preguntó si era mi primer embarazo, mentí y dije que sí.
¿Por qué?
Por culpa, por vergüenza. Ahí entendí el daño que me habían hecho la sociedad, el Estado, la Iglesia. Mentí, no era mi primer embarazo. Aborté a los 18, en 5ª año del secundario. Me arrepentí a último momento en la camilla mientras la enfermera me insultaba y me decía que me quedara quieta. Quise irme y me dijeron “ahora ya está pendeja” y me taparon la boca. Me desperté en otra habitación, aturdida y asustada, con algodón entre las piernas. No quiero que nadie pase eso.
Una ausencia total de acompañamiento, ¿lo sentiste así?
Nadie me hizo una ecografía o me explicó qué recaudos tenía que tomar o cómo había quedado mi cuerpo. Nadie. Eso pasa cuando abortás en este país. Tuve suerte porque tenía los 1500 pesos que salía abortar en 1994. Hay pibas que se tienen que meter en la villa, en su casa y morir desangradas. No pueden ir a la guardia de un hospital por miedo a ir presas. Yo tendría que estar presa. Yo aborté, para la ley argentina soy una delincuente.
Con la campaña #EstoyAcá, ¿transformás palabras en acción?
La idea es generar una red solidaria para dotar de recursos a mujeres que viven situaciones de violencia. Ya sea desde el aprendizaje de un oficio, un servicio gratuito, clases de yoga… Quienes quieren colaborar publican en sus muros sus nombres, de dónde son y lo que ofrecen con el hashtag #EstoyAcá. Sos maestra, ayudalas a terminar el secundario. Sos psicólogo o abogado, asesoralas. Somos muchos en Argentina pero hay también personas de Colombia, Ecuador, Chile, España, Holanda. Si el Estado está ausente, nosotras tenemos que estar presentes para ellas.
Los pañuelos verdes volvieron a copar las principales localidades argentinas en el Día Internacional por el Aborto Seguro. “Volvemos a las calles de todas las ciudades del país y el mundo, para salir de la clandestinidad, para combatir la moral sexual represiva y ampliar nuestros derechos para vivir libres y sin miedo”, expresaba la convocatoria de la Campaña Nacional por el aborto legal, seguro y gratuito.
Cantos, aplausos, bombos, banderas, remeras y gorros con el lema de la campaña por la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo acompañaron a las miles de mujeres y hombres que marcharon desde el Congreso a Plaza de Mayo. Se les sumaron vecinos que desde los balcones agitaban pañuelos y cantaban al compás de la marea verde.
¿Qué se conmemora? En 1990, se realizó en Argentina el V Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe y es donde se decidió que el 28S fuese, de ahí en adelante, el Día por el Derecho al Aborto en América Latina y el Caribe, en conmemoración del 28 de septiembre de 1871, día en el que se promulgó en Brasil la Ley de Libertad de Vientres, que otorgó libertad a los hijos de mujeres esclavas, es decir, “empezaron a ser dueñas de sus hijos, dejaron de tener que darlos a sus amos”, cuenta Guido Arizti, médico e integrante de la Campaña Nacional y de la Red de Profesionales por el Derecho a Decidir.
“A partir de 2012 que venimos con una lucha muy grande desde los dispositivos de salud hasta las redes de acompañamiento. Y ahora seguimos en la lucha, porque grupos antiderecho se siguen oponiendo a que las mujeres puedan decidir sobre su propio cuerpo, a que puedan acceder a interrupciones legales del embarazo como lo dicta la ley. Se da información falsa, las mujeres no saben que con solo dar una declaración jurada, es decir, ir y decirle al médico que fueron violadas, ya con eso deberían acceder a una interrupción del embarazo, por causal violación”, detalla Arizti y agrega: “Después está la causal salud, que es de interpretación amplia, porque la Organización Mundial de la Salud (OMS) dice que la salud es el completo bienestar psicosocial, es decir que cualquiera de las tres esferas -la biológica, la psicológica o la social que se vean afectadas- se pueden reclamar como razón a acceder a una interrupción legal del embarazo”, explica.
Alerta que camina
Martha Rosenberg militante feminista y pionera de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito explicó: “Desde la década del 90 hoy es el Día por la Despenalización y Legalización del Aborto en América Latina y Caribe, y desde hace un par de años es el Día Internacional”. Rosenberg asegura: “Estamos aquí porque queremos que sea ley, y no nos van a detener con una votación adversa en el Senado. Seguimos trabajando por su legalización, por el cumplimiento de abortos por violación, o cuando hay peligro para la salud y la vida de la mujer, que ya están en vigencia desde el año 1921 a través del Artículo 86 del Código Penal, una ley que está en papel, pero tiene que estar en la práctica”. La histórica militante asegura que la vigencia y la implementación eficaz del Programa de Educación Sexual y Reproductiva, el acceso a los anticonceptivos y al cuidado de la salud de las mujeres, tampoco se cumplen. “La educación sexual integral es ley desde hace ya 12 años, y no se cumple. No hay una política gubernamental que asegure este derecho”, denuncia.
Los países de la región donde el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo existe son: Uruguay, Puerto Rico, Cuba y el Distrito Federal de México. En Chile, Brasil, Bolivia, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, Panamá, Paraguay, Perú, Venezuela y nuestro país se cuenta con una despenalización del aborto por causales. Los países donde está totalmente prohibido abortar son El Salvador, Haití, Honduras y República Dominicana.
Martha Rosenberg clarifica al respecto: “Hemos tenido un gran triunfo con la media sanción en la Cámara de Diputados y con la movilización de la gente en la calle, que demuestra el apoyo y la necesidad de implementar esta política. La calle es nuestro triunfo. No somos improvisadas, hace muchos años que estamos en esto. Lo que pasó en Argentina ya ha repercutido notablemente en otros países, y se ha generalizado el uso del pañuelo verde como símbolo del aborto, no solo en toda América Latina, sino en todo el mundo. Las manifestaciones en Barcelona, Paris, Italia ya lo han utilizado”.
Aborto legal
Arizti reflexiona sobre el negocio de los laboratorios y de los médicos que practican en sus consultorios abortos: “Mi función como agente de salud es no decidir por ellas, sino brindar información científica, que las personas puedan entender y puedan decidir en base a ella. Estamos en la lucha porque haya producción pública de misoprostol, y para que haya insumos para realizar la Aspiración Manual Endouterina (AMEU), que es la intervención más segura para realizar una interrupción del embarazo. Además está contraindicado el raspado aunque se sigue usando, pero es un método inseguro que genera perforaciones uterinas o complicaciones, como la infertilidad. Si se hace una interrupción segura, la mujer no tiene secuelas. Las que más mueren por abortos son las mujeres de clases populares, si no es gratuito se va a seguir favoreciendo la comercialización que ya existe”. Arizti asegura que muchos profesionales que se oponen de la boca para afuera a realizar abortos en el hospital público, después los hacen en sus consultorios privados. “Representa un negocio grande donde les cobran entre 30 y 40 mil pesos”, asegura. Y en el mismo sentido declara que el monopolio de la comercialización de medicamentos hace que el misoprostol cueste tres mil pesos.
“Somos las nietas de las brujas”
Romina Gaetani, integrante de Actrices Argentinas, rodeada de sus colegas, habló de lo que dejó la campaña: “Queremos que salga la ley, por eso estamos hoy acompañándonos entre todas. Seguimos luchando todos los días. Luego de que no saliera la ley, seguimos comunicadas entre todas las organizaciones, hay que involucrarnos, hacer acciones, informándonos y formándonos. Poner la cara en la calle. Esta problemática se visibilizó, personas que no estaban de un lado ni del otro empezaron a construir su opinión y se sacaron las dudas”. La información es fundamental: “Abortar no es un modo anticonceptivo como lo he escuchado de mujeres de mi generación”, reflexiona y plantea que se debe tomar conciencia de que muchas mujeres están muriendo todos los días por esto” y exige: “Hay que tomar una decisión de qué hacer con eso”. Luego destaca: “En Latinoamérica estamos tomando conciencia de que es un asunto de salud pública. Lo más importante es no tener miedo a hablar, como experiencia positiva ahora es un tema que se fue instalando en la mesa de la familia, hoy los adolescentes están hablando de esto. Los padres que nunca hablaron del tema, hoy si lo hacen. Lo más importante es que salga de lo clandestino, no tener vergüenza. Esta ley va a salir”.
Frente al Ministerio de Salud y Desarrollo social, se montó un escenario para dar lugar a la música y el baile. Con las caras con purpurina verde y polleras naranjas, el grupo de Mujeres del Folklore dio un show de danza tradicional, y finalizó su espectáculo tendiendo los pañuelos verdes en el aire y repitiendo: “Somos las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar”.
“Chau tabú”
Bárbara Magallares, militante por la apostasía colectiva reparte folletos informativos parada al lado de una iglesia de cartón en llamas, por donde egresan las personas que entregaron los formularios de apostasía: “Hoy se concentra gente alrededor de todo el mundo. En 2019 se puede volver a presentar la ley, pero yo particularmente no creo que pueda salir teniendo las mismas personas que cuando se votó ahora. La consulta popular vinculante es lo más democrático, ya que si sale mayoría a favor, se puede establecer la ley. Yo no me sentí representada con esos senadores que votaron en contra. Lo positivo que saco es que hubo una toma de conciencia sobre el tema, permitió cuestionar el rol de la Iglesia y exigir tener un Estado laico, que se replantee la educación sexual y que el aborto no sea un tema tabú”.
Mónica Medeiros, secretaria de Igualdad de Género de la Asociación del Personal Aeronáutico, también en la marcha, señaló: “Esta lucha que llevamos las mujeres hace muchos años no la vamos abandonar, después del triste debate en el Senado. Vamos a seguir con esta convicción de lucha porque consideramos que es un tema de salud. Sabemos que el aborto existe y tiene que ser legal. El tema del aborto lo pusimos en la opinión pública, en las casas, en las iglesias, que jugaron su rol conservador apretando a los senadores para que voten en contra. La Iglesia que siempre está metida donde no tiene que estar, siempre fue en contra de las voluntades de los pueblos. Para que la ley salga tienen que irse los conservadores que están sentados en las bancas, que no representan a las movilizaciones que hubo. Yo me pregunto ¿Dónde están los militantes por la pro vida?”
Será ley
Medeiros agrega la coyuntura al debate fallido del 8 de agosto y plantea que fue una pantalla del Gobierno: “Es conservador y de derecha. Achicó aspectos de la salud, pasándola de Ministerio a Secretaría, no hay fondos para los hospitales. Una pantalla para quedar como abierto, democrático, como que ellos pusieron el tema sobre la mesa, sabiendo que no iba a salir la ley. Las que pusimos el tema en el Congreso fuimos las mujeres”, concluye.
Los carteles de “Ni Una Menos por abortos clandestinos”, “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar y aborto legal para no morir”, acompañaron a los grupos feministas. Y largas cuadras fueron recorridas por cánticos: “Ahora que sí nos ven, el patriarcado se va a caer. Arriba el feminismo que va de pie”. “A ver Mauricio, a ver si nos entendemos, las mujeres nos morimos por aborto clandestino. Salimos a la calle, salimos a luchar, por aborto libre, seguro y legal”.
La clandestinidad está rodeada de silencio. Calladas, en secreto, a escondidas, entre 460 mil y 600 personas abortan clandestinamente cada año en Argentina, según la Campaña Nacional por el Aborto Legal Seguro y Gratuito. La clandestinidad son las náuseas, vómitos y mareos que se esconden en las casas, universidades y oficinas. Es la búsqueda desesperada porque aparezca un contacto, una receta sellada o una farmacia que venda las pastillas. Son las horas extras para conseguir el dinero.
La clandestinidad transcurre en departamentos despojados, clínicas improvisadas en livings, salas de espera en garajes. Con anestesias dobles cuando el pánico es mayor.
La clandestinidad es una madre que espera del otro lado del teléfono, un novio que desaparece un otro que trae una manta y se acomoda al lado para ver una película y esperar. Es la ginecóloga que te dice que tenés que abortar y entrar por la otra puerta para que te liguen las trompas, la que te pide por favor que le lleves folletos e información para ayudar a sus pacientes. Lo clandestino habita en la amiga que te acompaña y la que te llama asesina sin saberlo. Y también en el miedo a contarlo, a que haya quedado registro, a que se sepa y te denuncien, o a morir en el intento. La clandestinidad es un pacto de silencio siniestro que empezó a quebrarse.
Tom Máscolo
“Yo nunca me sentí mujer. En ese momento no había mucha información sobre el tema, ni Ley de Identidad de Género, ni programas como Cien días para enamorarse. No sabía qué era lo que me pasaba. Pensaba que estaba enfermo, que algo estaba mal en mí y lo manifestaba, aunque la gente no me entendiera. Tenía dieciocho años y estaba en pareja con un hombre. Cuando le conté cómo me sentía respecto a mi género, él decidió sacarse el preservativo sin mi consentimiento mientras teníamos sexo y quedé embarazado.
El chabón se borró apenas le conté. Mi familia adoptiva es muy católica y si le contaba a mi mamá, iba a querer que lo tenga. Fueron mis amigues quienes me acompañaron. Uno de elles me pasó el contacto de una clínica donde hacían abortos. Yo le digo ‘clínica’ pero en realidad era una casa en la zona sur de Rosario. La sala de espera era un garaje y atendían en la habitación contigua en la que habían montado una camilla con una madera atravesada sobre la que te ataban.
La primera vez que fui había cuatro pibas esperando: una lloraba, las otras tenían una cara de miedo terrible. Me atendió una señora y le hablé sobre mi identidad de género. Ella me dijo que no le importaba. Me revisó y me indicó que tenía que hacerme una ecografía de manera clandestina para averiguar de cuántas semanas estaba. Me dio dos rivotriles para que los tomara unas horas antes de ir el día en que me hicieran el aborto, como para ya llegar dopado, y me dijo que el aborto salía
4.500 pesos. En ese momento era un montón de plata y mis amigues me ayudaron a juntarla.
La ecografía me la hice en el Centro de Salud de Rosario. El médico me pidió que llegue con los dos litros de agua ya tomados, que fuera solo, en un horario especial y que apenas terminara el estudio me fuera. Tenía que hacer todo solo, nadie me tenía que ver y eso me daba mucho miedo. Tenía miedo de caer preso o de morirme en el intento.
Ese día fui a la clínica solo, en un taxi. Cuando llegué ya me sentía muy mal por los rivotriles. Me acosté en la camilla, me ataron y me dieron una inyección intravenosa para anestesiarme. Yo no me podía dormir, entonces me preguntaron si me animaba a que me inyecten otra más. Les consulté cuál era el riesgo y me dijeron: ‘Que no te despiertes más’. Les dije que me la dieran igual. ¿Qué otra opción tenía?
Me desperté con un pañal puesto lleno de sangre, y me dijeron: ‘Tenés veinte minutos para reponerte e irte’. Me levanté como pude y me fui.
La segunda vez fue muy distinto. Tenía veintitrés años, ya estaba militando, era mucho más consciente de lo que estaba haciendo y estaba más informado. Esa vez pude conseguir las pastillas y estuve todo el tiempo acompañado por una amiga. De todas formas también fue una experiencia bastante dolorosa para mí. Lo viví en la clandestinidad, con miedo a que me pasara algo y a tener que ir al hospital.”
Julieta
“Tenía un día de atraso. Me acerqué al cuarto de mi vieja y le dije: ‘Ma, no me viene’. Me hice un test. Apenas hice pis ya se veían las dos rayas. Lo apoyé para esperar los cinco minutos con la esperanza de que desapareciera y cuando vi que era positivo se me vino el mundo abajo. Mi mamá me preguntó qué quería hacer y le dije que no lo quería tener. No lo dudé un segundo. Tenía diecisiete años y estaba cursando quinto año en un colegio católico en el que tuvimos solo una clase de educación sexual desde una perspectiva meramente biologicista. Había quedado embarazada de mi novio del secundario y el tampoco quería tenerlo.
Al día siguiente, cuando salí del colegio, fuimos con mi mamá a un sanatorio a ver al mismo ginecólogo que me vio nacer. Él me confirmó que estaba embarazada, me hizo una receta para una úlcera, que es para lo que está indicado el Oxaprost (Misoprostol), y nos dio un lugar de referencia para ir a comprarlo. Era muy costoso, pero por suerte mi mamá lo pudo comprar.
Ese día quería que pasara todo rápido. Tomé las pastillas por vía oral e intravaginal y no me hicieron efecto. Mi mamá llamó al médico para decirle que no estaba pasando nada y él sugirió que fuéramos a verlo.
Al otro día mi vieja pasó a retirarme del colegio cuando estábamos en clase de religión, les dije a mis amigas que tenía turno con el dentista y me fui. El ginecólogo me puso las pastillas de nuevo y cuando volví a mi casa me vino. Despedí un coágulo de sangre que no se parecía en nada a un bebé, sentada en el bidet la llame a mi mamá para contarle y ella me dijo: ‘Ya está, Juli’.
Fue algo que vivimos mi vieja y yo. Nadie más. Ella también había abortado a sus veintipico, me entendió y me acompañó. Yo me puse en sus manos y me sentí segura. Mi papá nunca lo supo. Mi novio de ese momento no me apoyó económicamente y no sentí que me haya acompañado.
El no poder hablar del tema es algo con lo que cargo hasta el día de hoy. Siento que quizás es importante para mi salud contar esa experiencia y no lo puedo hacer. Una vez me atreví a preguntarle a una ginecóloga qué opinaba sobre el tema y me dijo: ‘Mujer que aborta tiene que salir y entrar por la otra puerta a ligarse las trompas’.
También me da miedo que contarlo me perjudique laboralmente, porque en la facultad nos aconsejaron que no nos expresemos a favor y que no contemos la experiencia en caso de que hayamos abortado porque eso puede cerrarnos puertas.
De mi entorno no lo sabe casi nadie. A mis amigues del secundario, que son católiques y están en contra, nunca se los pude contar. Solo les pude contar a tres amigas. Una de ellas quedó embarazada y cuando le pregunté si lo quería tener me dijo: ‘No quiero, pero yo no podría vivir sabiendo que mate a una persona’. Cuando me dijo eso sentí que tenía frente a mis ojos todo lo que la sociedad le hace a las mujeres.
Cuando terminé la secundaria empecé a estudiar Comunicación Social en la UBA. Ahora tengo veinticuatro años, terminé de cursar la carrera y estoy estudiando Locución. Viéndolo a la distancia entiendo que mi experiencia fue buena por una cuestión de clase, por contar con las herramientas para poder hacerlo. Yo no lo viví como un hecho traumático, creo que la carga negativa se la da la sociedad. Me traslado a ese momento y volvería a tomar la misma decisión. Arrepentirme de haber abortado sería arrepentirme de lo que soy hoy.
Camila
“A los veintinueve años quede embarazada en una relación sexual no consentida. Desde ya no quería tenerlo. Las primeras semanas fueron terribles para mí: tenía muchos síntomas y debía esconderlos todo el tiempo en el hospital donde trabajo. Por eso intenté dos veces abortar con pastillas, aunque sabía que era demasiado pronto porque estaba de muy pocas semanas. Ninguna de las dos funcionó, así que una compañera del trabajo me pasó el dato de un lugar en el que hacían abortos. Me pasó un número de teléfono y me dijo que tenía que preguntar por un nombre que era el código para que supieran de lo que estaba hablando. Me dieron una fecha, me dijeron que tenía que llevar una ecografía, me pasaron la dirección. Me aclararon que podía llevar una sola acompañante y que tenía que ser mujer, no podían entrar hombres. Le conté a mis hermanas y una de ellas me prestó plata porque con mi sueldo no me alcanzaba. Para devolvérsela había empezado a trabajar también los fines de semana en un bar. Estaba muy cansada y me quedaba dormida en todos lados, era un desastre.
Un día de semana al mediodía llegué a la dirección que me habían pasado por teléfono con una amiga y mi novio, un ex con el que había vuelto hacía muy poco tiempo y me acompañó en todo el proceso aunque el embarazo no era de él. Toqué la puerta repitiendo el código telefónico y esperamos paradas sobre alguna calle del barrio de Avellaneda mientras una vorágine de gente iba de aquí para allá y nos aturdía el ruido de una obra en construcción que estaba al lado. Entramos y mi novio se quedó esperando en el auto.
El departamento parecía un telo de mala muerte, estaba despojado de cosas, aunque había una escenografía medianamente buscada de ‘clínica’: en la entrada una secretaria y su mesita, al costado una especie de sala de espera chiquita con unos sillones sobre los que estaban sentadas unas chicas re adolescentes y de barrio.
Cuando fue mi turno pasé sola. Mi amiga se quedó en la sala de espera. Me desvestí en una habitación y después pasé a un living en el que habían montado una camilla y me esperaban una pseudo enfermera y un pseudo médico disfrazados con ambos. Me acosté en la camilla y el tipo me explicó lo que iba a hacer mientras se fumaba un pucho. Me aplicaron una anestesia y me dormí.
Me desperté en la habitación en la que me había cambiado, sobre una camita de madera de pino. En la cama de al lado había una chica descansando. En seguida apareció la secretaria y nos pidió que pasáramos a la sala de espera. Cuando me levanté, estaba muy mareada. Ella nos dio un té y mientras lo tomábamos nos dijo que nos teníamos que ir. Mi amiga me levantó y, como pude, fui hasta el ascensor. Antes de subirme al auto me desvanecí en la vereda y vomité. La secretaria vio la secuencia y le dijo a mi amiga: ‘Dale, levantala y vayanse ya’.
Con mi familia y amigos lo pude hablar con tranquilidad. Pero fue muy duro tener que mantenerlo en secreto en mi trabajo. También me costó decírselo a mi ginecóloga. Sentía que era importante contarle pero también era importante para mí que no me dijera cualquier cosa, porque yo no lo quería
escuchar. Me ha pasado a lo largo de mi vida que las ginecólogas me quieran bajar línea desde sus estándares morales, como si fueran los válidos. La situación del paciente siempre es vulnerable, uno está ahí con el cuerpo y no puede intervenir mucho, estás obligada a confiar lo cual es una paradoja. Ya en un marco de derecho es desigual la relación entre médicos y pacientes, hay muy pocas cosas en las que una pueda intervenir. Y en la clandestinidad eso se potencia, la sensación de vulnerabilidad es muy fuerte.
Cecilia Fleita
-¿Cuántos años tenés?-, me dijo el ecógrafo mientras me pasaba el transductor por el vientre y miraba atento a la pantalla.
-Veintiuno-, respondí.
-Ah, sos muy joven. No se si sabías, pero estás embarazada- soltó y me miró fijo esperando mi reacción.
-No sabía nada…
-¿Querés continuar con el embarazo?
-No-, respondí rotundamente.
-Hagas lo que hagas, no te lastimes.
Salí de esa ecografía de control llorando y llamé a una amiga, que me acompañó en todo el proceso. Yo ya sabía por mi hermana, que en algún momento de su vida fue socorrista, de la posibilidad de abortar con Misoprostol y conocía el libro Cómo hacerse un aborto con pastillas. Es muy importante el derecho a la información: aunque los médicos no estén de acuerdo te tienen que hablar de la posibilidad de interrumpir el embarazo, porque en Argentina el aborto es legal por tres causales y no hay chances de que un médico te lo diga. Por eso creo que para mí estar informada por otros medios fue clave y desde el primer momento decidí que las pastillas iban a ser el método que iba a usar.
Mi amiga trabajaba el Ministerio de Salud, conocía médicos que brindaban recetas para poder conseguir las pastillas y pudo conseguir una ya sellada por uno de sus compañeros. Un domingo de febrero, después de que cumpliera las ocho semanas, empezamos la recorrida para encontrar un lugar que vendiera Misoprostol. Caminamos desde Constitución hasta Palermo; entramos a la última farmacia y cuando el hombre que nos atendió nos dijo que las tenía nos abrazamos.
Usé doce pastillas divididas en tres tomas por vía sublingual. Tuve conmigo todo el tiempo el manual, que también me había dado mi amiga: ahí estaba todo explicado, hasta cuántas toallitas está bien usar para controlar el sangrado. También tenía preparado un bolso en caso de que algo se complicara y tuviera que ir al hospital.
Tomé las primeras cuatro pastillas mientras veíamos una película; a las tres horas tomé la segunda dosis y al rato empecé a sangrar. Para la tercera ya era de noche y el proceso duró toda la madrugada. No recuerdo haber sentido mucho dolor ese día pero sí en los días que siguieron, mientras preparaba mi examen de ingreso para Lenguas Vivas.
Algunos días después llegó de visita mi mamá, de Misiones, de donde soy, y no me animé a contarle. Tuve que disfrazar mis dolores como si fueran menstruales; lo mismo en todas mis actividades.
La segunda vez quedé embarazada de mi pareja actual; él tampoco quería tenerlo y me acompañó en todo momento. Por entonces mi hermana estaba participando de una movida muy grande en Misiones en la que entregaban pastillas para abortar a quienes no pudieran pagarlas y brindaban consejerías para mujeres con embarazos no deseados. Se acercaban chicas de muchos lados, hasta de Paraguay.
Llamé a mi hermana para contarle y quedamos en encontrarnos en el Encuentro Nacional de Mujeres, que ese año se hizo en Chaco, para que me diera las pastillas. Durante el encuentro, ella me hizo la consejería, me explicó cómo abortar con Mifepristona, que es un medicamento que interrumpe el proceso de gestación, y cómo tomar después el Misoprostol.
Mientras transcurría la octava semana de embarazo tomé la Mifepristona. Al día siguiente tomé el Misoprostol, de nuevo por vía sublingual y esta vez sí recuerdo haber sentido mucho dolor. Mi compañero estuvo conmigo todo el tiempo, tengo el recuerdo de estar teniendo una contracción muy fuerte, con los ojos cerrados, y cuando lo miro él estaba igual, haciendo fuerza con la misma expresión. Después me fui a una clase de dibujo, quería seguir haciendo mis cosas porque justamente por eso había tomado esa decisión.
Las dos veces tuve miedo de que en la clínica me denunciaran, a tener que acercarme por alguna complicación o a que se dieran cuenta de que había abortado en los controles posteriores. Sé que hay registros de los controles que una se hace y estuve muy perseguida con eso. De hecho, una vez mientras me hacían una ecografía intravaginal entró un grupo de personas que supuse que eran practicantes a presenciar el estudio. Yo no sabía qué era lo que estaban viendo y tuve miedo de que estuvieran investigando si me había hecho un aborto. Eso es la clandestinidad. En la teoría ellos no pueden decir nada, pero en la práctica te mandan en cana.
Con el tiempo elaboré un montón lo que me pasó y ya lo puedo hablar desde otro lugar. La segunda vez le pude contar a mi vieja y también lo hable en terapia. Mi psicóloga me dijo: “Cómo te costó decirlo”. Porque lo conté después de varias sesiones.
Lo que caracterizó mis experiencias fue la seguridad absoluta de que quería interrumpir el embarazo. Mi cuerpo está bien, no tengo consecuencias ni físicas ni psicológicas. Creo que haber abortado fue una muy buena decisión; haber sido madre no hubiese sido la muerte, porque tengo un entorno que me apoya, pero no hubiese podido seguir con mi vida tal como yo lo quería.
Erika
Después de siete años de tomar anticonceptivos quería descansar un tiempo de las pastillas, así que decidí ponerme un DIU por primera vez. En enero fui a controlarlo y me salió todo bien. En marzo me enteré de que estaba embarazada. Yo no tenía trabajo, mi novio tampoco y nuestras familias no podían hacerse cargo. Mi novio me preguntó qué quería hacer, iba a respetar mi decisión fuera cual fuera, aunque él tampoco quería tenerlo. Yo decidí no continuar con el embarazo.
Fui a ver a mi ginecóloga de toda la vida y le dije que no lo quería tener; tenía miedo de contarle porque estaba la posibilidad de que me denunciara, pero no sabía qué hacer. Me dijo que ella no podía hacer nada, que buscara ayuda en algún lado para conseguir Misoprostol, me dio algunas explicaciones vagas sobre cómo se practica un aborto con pastillas y llamó a la paciente que seguía. Creo que no me tomó en serio, pensó que iba a continuar con el embarazo igual.
Cuando te enteras de que estás embarazada ya estás de cinco semanas, y se recomienda que el aborto sea durante la semana ocho. Tenía que conseguir todo rápido porque el tiempo corría y mientras tanto mantener el embarazo en secreto. Eso fue muy difícil para mí porque tenía todos los síntomas: vómitos, mareos, cansancio, ganas de hacer pis. Yo vivía con mi familia y tenía que esconderlos todo el tiempo. Iba a cursar a la facultad y me sentía muy mal; yo estudio Bioquímica, tenía que pasar muchas horas parada en el laboratorio y no podía decirles a mis compañeres “Necesito sentarme, estoy embarazada”, porque a la semana siguiente ya no iba a estarlo.
Mis amigues lo supieron apenas me dio positivo el test. Elles eran los que me sacaban de la mierda, me apoyaban, me escuchaban y trataban de hacerme reír. Un día uno me aconsejó que fuera a la Asamblea de Villa Urquiza en la que había una consejería. Me acerqué y ahí me contaron que en el CeSAC (Centro de Salud y Acción Comunitaria) brindaban de manera gratuita el seguimiento para hacerse un aborto con pastillas.
Cuando fui al Centro me revisó un médico y me dijo que tenía que hacerme una ecografía para saber de cuántas semanas estaba. En la orden que me dio se especificaba que el mío era un embarazo no deseado. La ecógrafa que me atendió leyó la orden y me hizo saber que estaba en contra, así que durante la ecografía me hizo escuchar los latidos. Eso para mí fue durísimo, yo me sentía en contradicción conmigo misma por lo que estaba haciendo porque en un futuro me gustaría tener hijos, pero sentía que ese no era el momento. Por el estudio supe que estaba de siete semanas y media y cuando volví a ver al médico me dio el Misoprostol gratis y me explicó cómo usarlo.
Aborté en la casa de mi novio, él me acompaño en todo momento. Me puse las pastillas por vía vaginal y nos acostamos a esperar. Tuve pérdidas y pensé que había abortado, pero seguí varios días con mucho sangrado. A las dos semanas volví al Centro a hacerme la ecografía posterior de control y me dijeron que no había expulsado todo, tenía restos que mi útero estaba intentando expulsar. Me explicaron que tenía que repetir el proceso y es vez lo hice por vía sublingual.
Cuando volví a ver a mi ginecóloga le dije que había interrumpido el embarazo y ella se sorprendió muchísimo. En el CeSAC ya me habían dado el alta pero ella quería mandarme a hacer un legrado. Me dio la sensación de que nunca nadie le había dicho “Sí, aborté, y estoy acá, viva”. Ella sabía que era un embarazo no deseado pero había dado por sentado que lo iba a tener igual. Sentí que por primera vez veía que era viable hacerlo, me empezó a preguntar dónde lo había hecho y cómo, a pedirme folletos informativos, me dijo que esa información le servía para otras pacientes. Me di cuenta de que había un montón de gente pasando por esto y médicos que no saben qué hacer, o no se animan a ayudarlos. Después volví al CeSAC para pedir folletos y fui a visitarla para dárselos. Me sentí mucho más contenida por el Centro que por ella, y nunca más la volví a ver.
Para mí toda la experiencia fue horrible, pero lo peor fue tener que esconder que estaba embarazada, no poder decirle a nadie. Nunca le conté a mi familia. A mi papá si le cuento me mata; y creo que mi mamá me hubiera entendido y acompañado, pero no me animé a decírselo. Para mí el silencio fue lo más duro de la clandestinidad.
Lo positivo fue haber estado acompañada todo el tiempo por mi novio y mis amigues, y que me haya pasado a mis veintidós años, porque en ese momento ya era madura mentalmente como para hacerme cargo de la situación. Las chicas de catorce o quince años no están listas para pasar por eso y el daño que puede provocarles la experiencia depende de cómo ellas tengan acceso a la interrupción del embarazo.
CandelariaHernández Villarreal
La clandestinidad te lleva a pensar que sos la única descuidada e irresponsable que tiene que pasar por una situación así. Tenía diecinueve años y había quedado embarazada de mi novio de ese momento, no nos habíamos cuidado pero yo había tomado la pastilla del día después y no funcionó. Estaba muy enojada con el azar, con que me estuviera pasando eso; con el tiempo entendí que aunque fuera con un anticonceptivo de emergencia yo sí me había cuidado.
Cuando me enteré, lo primero que hice fue llamar a mi mamá. Esa situación hizo que se abrieran un montón de diálogos entre nosotras, ya habíamos hablado del tema pero ella nunca me había contado que había abortado. Había sido hacía mucho tiempo pero seguía teniendo la referencia que había usado en ese momento, era una enfermera de La Plata, de donde soy, que facilitaba el contacto con una clínica clandestina en Florencio Varela.
Un viernes viajamos en auto desde La Plata hasta Florencio Varela mi mamá, la facilitadora, mi novio y yo. Ella tenía la tarea de guiarnos hasta la pseudo clínica porque no podía darnos la dirección; estaba súper enojada con que hubiera venido a acompañarme mi novio, aunque nunca nos había aclarado que no podían venir hombres. Durante todo el viaje se la pasó aleccionándome sobre cómo tenía que cuidarme para no volver a quedar embarazada. El auto quedó con balizas, la facilitadora me pidió que me bajara tapándome con una capucha y mi novio se quedó en el auto. Entré con mi mamá.
Si hay un estereotipo de clínica clandestina, esta cumplía con todos los requisitos; era un lugar horrible: por el aspecto, si ahí no se hacían abortos, se vendía droga. Cuando entré pasé a una salita, me desvestí y me puse una bata. Ahí apareció un médico, me preguntó de cuánto estaba y cuánto pesaba, calculo que para saber qué cantidad de anestesia ponerme. Me dieron un valium y me dormí.
Me hicieron un raspaje, habrán sido veinte minutos como mucho. Cuando me desperté ya estaba vestida. Me levanté muy mareada y caminé llorando hasta el final de un pasillo en donde me esperaba mi vieja, que también lloraba. Ella después me dijo que estaba muerta de miedo, había respetado mi decisión y estaba de acuerdo, pero sabíamos que había mil riesgos. Siento que mi mamá fue mi mamá más que nunca, me dio la vida cuando nací y me volvió a dar la posibilidad de elegir por mí vida ahí.
En ese momento elegí no compartirlo con nadie porque no quería que mi decisión estuviera sujeta a la opinión de nadie, excepto la de mi vieja y mi pareja de ese momento. Me sentí muy protegida por elles y también por mi mejor amiga que fue la otra persona que lo supo. Para mí eso fue crucial.
El fin de semana que siguió me la pasé llorando, tuve una crisis de angustia fuerte, estaba muy triste. Yo siempre estuve a favor del aborto, nunca lo había visto como algo terrible, creo que no es más que la decisión de una mujer de elegir cómo tiene ganas de vivir y de proyectar su vida. Asocio la angustia que sentí a la situación de clandestinidad. Después me permití seguir con mi vida normal porque tenía un montón de cosas que me contuvieran, iba a terapia, tenía mis cursadas en la facultad, tenía a mi pareja. Pero también tenía algo de lo que no podía hablar.
La segunda vez tenía veintitrés años. En ese momento estaba mucho más informada sobre el tema y había decidido que me lo iba a hacer con pastillas, no quería volver a pasar por la situación de clandestinidad que viví en la clínica en la que aborté. Esta vez decidí no contárselo a mi mamá y arreglármelas por mi cuenta. Estaba embarazada de otra pareja con la que convivía hacía poco tiempo y él fue quien me acompañó. Fue una etapa de mi vida en la que, por esto y por otras cosas que me pasaron, me encontré frente a la noción de que ya era una adulta y me tenía que hacer cargo de todo, de las cosas que hacía bien y también de las que quería corregir.
Las semanas que estuve embarazada la pasé horrible. Tenía muchos síntomas y la pasaba mal en las clases de la facultad, me sentía tan mal que me tenía que ir antes o directamente faltaba. Mientras tanto estaba averiguando por todos lados, dentro de lo que se puede averiguar a escondidas, para conseguir las pastillas y acompañamiento. Había contactado a varias agrupaciones que se dedicaban a eso pero no había conseguido ninguna respuesta concreta y el tiempo me corría.
Un día estaba hablando con una amiga de la facultad y me dijo que había estado un poco desaparecida porque había tenido problemas ginecológicos. Se me ocurrió preguntarle qué le había pasado y me contó que se había hecho un aborto. No lo podía creer, le dije que yo estaba en la misma situación, entonces ella me puso en contacto con otra amiga que participaba del Frente de Mujeres del Movimiento Evita. Ahí me pasaron el contacto de un ginecólogo que practica el aborto como es legal a partir del fallo FAL, mediante la causal que plantea que el embarazo puede poner en riesgo tu vida o tu salud entendida de manera integral (física, emocional y psíquica).
Ya estaba muy justa con el tiempo y cuando llamé al ginecólogo le dije que tenía que ser ya. Me atendió en un consultorio común y corriente en donde me hizo la ecografía y firmé la declaración jurada. Me dio la receta para las pastillas y todas las indicaciones: me enseñó cómo sacarles el diclofenac de adentro, cómo tenía que tomarlas y me dio indicaciones para saber cuándo podría estar teniendo una hemorragia. Me dejó su celular y me dijo que podía llamarlo en cualquier momento.
Antes de hacerlo leí todo el manual Cómo hacerse un aborto con pastillas y un montón de otras cosas sobre el tema. Tenía el contacto del ginecólogo y de mi amiga en caso de que algo pasara. Estaba segura de que no quería ser madre, de que no quería seguir adelante con ese embarazo, pero no sabía si me animaba, tenía mucho miedo de hacerlo con pastillas. No tenía desconfianza con el método: me asustaba saber que lo que pasara estaba exclusivamente en mis manos y en las de mi exnovio. Más allá de todas las indicaciones, me sentía desprotegida.
Ese día la pasé horrible. Conseguimos el Oxaprost en una farmacia de Parque Chacabuco. Tomé doce pastillas, divididas en tres tomas, por el método sublingual, como me había aconsejado el ginecólogo. Apenas hice la primera ingesta me empecé a sentir muy mal, tenía náuseas y mucho dolor de ovarios. Era un dolor que además tenía una carga emocional muy grande. Por suerte salió todo bien y en la ecografía posterior me confirmaron que estaba todo en orden.
Más allá de que un aborto fue quirúrgico y otro con pastillas, los dos fueron en la clandestinidad. Yo tuve las condiciones económicas para hacerlo y desde ya que nunca sentí que corría riesgo mi vida, como quizás sí lo deba sentir una piba que no tiene a dónde recurrir y puede que su vida esté en verdadero riesgo. Pero más allá de mis condiciones de clase, yo también la pasé muy mal por no poder contarlo. La clandestinidad para mí fue eso, un pacto de silencio muy siniestro, una cuestión simbólica que me pesó muchísimo.
Empezar a contarlo me costó mucho, la primera vez pasaron dos años y la segunda varios meses hasta que empecé a abrir el tema con personas muy cercanas. Un día, una compañera de un proyecto en el que participo contó que su hermana quería abortar y estaba buscando la forma de poder gestionarlo. En ese momento no le pude decir y me cayó la ficha de lo importante que era hablarlo: me di cuenta de que me moría si una amiga o conocida no recurría a mí para que la ayude por no saber que yo había estado en esa situación. Todo lo que fue pasando en el último tiempo con respecto a la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo fue creando un colchoncito para que podamos hablar de esto fuera del tabú. Me siento mucho menos careta por poder contarlo porque es coherente con cómo soy yo en mi vida.