Un desafío a los tarifazos

Un desafío a los tarifazos

Inflación, despidos y “tarifazos” parecen ser los rivales más duros, en materia económica, que deben enfrentar  las organizaciones deportivas del oeste del Gran Buenos Aires (GBA). En el distrito de Merlo, el quinto de mayor población del Gran Buenos Aires, con 584.267 habitantes, la problemática impacta de lleno. De acuerdo a un relevamiento de la Subsecretaría de Entidades Intermedias del Municipio de Merlo, en la región se asientan 105 entidades deportivas registradas, pero existen muchas más que funcionan por fuera del reconocimiento del Estado. Sin embargo, todas tienen una característica en común: son espacios de contención, participación y empoderamiento social, cultural y deportivo para buena parte de la población del oeste bonaerense.

Los que más sufren el aumento de tarifas son las entidades más grandes, las que tienen mayor consumo”, explica Cecilia Argüello, subsecretaria de Entidades Intermedias del municipio, ente encargado de reglamentar, controlar y fomentar el desarrollo de organizaciones intermedias, “Muchos clubes de barrio -agrega- no tienen problema con la luz, porque están enganchados. A ellos la economía los afecta en la alimentación e indumentaria”.

Una de las instituciones deportivas de Merlo más damnificadas por el contexto nacional es el Club Recreativo Español. Localizado en el barrio de Pompeya, alberga a cerca de 400 socios. El club, entre otras penurias, carece de gas natural y agua corriente. Alejandro Guilliar, su secretario, describe cómo vive la organización el momento actual: “Esto nos pega de lleno. No hay plata”. A lo que, Gustavo Mena, presidente y profesor de chaiu do kwan de la institución, añade: “Tenemos un déficit muy grande que por ahí nos salva el alquiler del salón”. Asimismo, la entidad recibe chicos con graves inconvenientes económicos:“Tenemos pibes con falta de alimentación”, sentencia Guilliar.

Por su parte, el Club Social y Deportivo Parque San Martín se encuentra en una mejor posición financiera, aunque no escapa de la problemática. “Bajó bastante el margen del club, porque subieron mucho los costos”, esgrime Laura Sosa, presidenta de la organización. Además, comenta cómo a raíz de la falta de empleo subió la cantidad de jóvenes becados:“Hay chicos que dejan, porque no pueden pagar. En algunos casos, el papá se quedó sin trabajo. Por eso, nosotros tenemos varios jóvenes becados o con media beca”.

Una de las instituciones deportivas de Merlo más damnificadas por el contexto nacional es el Club Recreativo Español.

Números que asustan

Estamos pagando casi 900% más en relación a lo que abonábamos de luz antes del primer aumento del año pasado. Con el agua y el gas es más o menos lo mismo”, enfatiza Pablo Etchepare, presidente de la Asociación Española de Socorros Mutuos de Merlo. Fundada en 1899, la institución a partir de la década de 1950 pasó a cumplir funciones deportivas. Hoy, la entidad, conocida como Club Unión de Merlo, brinda actividades para aproximadamente mil personas, a pesar del descenso del 30% de socios el año pasado producto de la coyuntura económica. Con tarifas que superan los cinco dígitos, el dirigente narra cómo fueron los aumentos: “El año 2015 pagábamos 1.500 pesos de luz por mes y ahora estamos cerca de 9.000.  De gas, lo máximo que pagamos fue 4.000 pesos mensuales y la última boleta que vino fue de 18.000”. En circunstancias similares, el Club Social y Deportivo Laureles Argentinos, dedicado a las actividades de patín artístico, fútbol, básquet, taekwondo, entre otras, recibió incrementos que pasaron de 900 pesos a 6.000 en el servicio de luz y de 200 pesos a 1.200 en el gas. Apropósito, Pablo Lanze, vicepresidente de la organización, menciona: “Hasta la última asamblea no entramos en  déficit, pero sí tenemos mucho gasto y no nos sobra nada para invertir”.

El Club Ferrocarril Oeste de Merlo, ubicado en la parte norte del partido, tampoco puede escapar  del tarifazo. “De luz pagábamos alrededor de 1.500 pesos por bimestre y ahora estamos pagando, mensualmente 7.000. En cuanto al gas, pagábamos 300 y hoy el monto ascendió a 800 pesos por mes”, describe Carlos “Bocha” Godoy, presidente y fundador de la institución.

Ante esta realidad, los clubes deben agudizar el ingenio para sobrevivir.“Hay que usar la creatividad, pero cada vez cuesta más”, comenta Alejandro Guilliar, del Recreativo. Por cierto, Etchepare, de la Sociedad Española, ilustra las tácticas que se implementa en su entidad: “Tratamos de buscar más actividades. También buscamos cambiar la luminaria poniendo luces LED y lograr acuerdos con el municipio para realizar obras”. No obstante, parece que frente a esta marea económica todo accionar es escaso. Pero las instituciones no pueden bajar la guardia, porque como declara Laura Sosa:“El club es el lugar de contención. Y para muchos chicos es el espacio donde son ellos, donde son libres”.

 

Actualizada 01/08/2017

Un caído del mapa

Un caído del mapa

Hace cuatro meses Daniel Gremiger se quedó en la calle. Su casa es el techo de un puesto de diarios cerrado en la vereda del Hospital de Agudos Dalmacio Vélez Sarsfield, en el barrio de Monte Castro. Mozo de oficio, nunca pensó que iba a terminar viviendo a la intemperie y hoy lucha para salir adelante.

En abril de este año, ANCCOM informó sobre el Censo Popular de Personas en Situación de Calle, una iniciativa de más de 50 organizaciones sociales cuyo objetivo fue recabar cifras reales acerca de esta problemática, frente al “conteo” oficial del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que desde hace tres años habla de unas 900 habitantes sin techo. Pero detrás de los números hay seres humanos de carne y hueso, como Daniel.

Delgado, tez blanca, 53 años e hincha de Quilmes, afirma que su salud es “muy buena”. Pasó la niñez y adolescencia en distintos lugares ya que su padre era empleado del Banco Nación e iba rotando de sucursal. Daniel terminó el secundario en el colegio Fray Mamerto Esquiú de Quilmes y a los 19 se casó con Claudia, con quien compartiría 17 años.

Trabajó de albañil y carpintero hasta que en 1986 ingresó en Editorial Perfil donde, con el tiempo, se convirtió en compaginador. Con su esposa se construyeron una casa en Quilmes y tuvieron tres hijos: dos mujeres (que hoy tienen 30 y 28 años) y un varón (25). En 2001, fue despedido de Perfil. Lo indemnizaron con 45.000 pesos. En ese mismo momento, con Claudia iniciaron los trámites de divorcio.

Según cuenta Daniel, ella se puso en pareja con un hombre que intentó abusar de una de sus hijas y esto derivó en que le dieran la tenencia de los chicos a él. Conseguir un nuevo empleo, que alcanzara para los cuatro, fue difícil. Recién en 2003 se estabilizó cuando entró en una carpintería. Mientras, sus hijos terminaron el colegio y se pusieron a estudiar y trabajar.

Daniel Gremiger sentado en un banco de la Plaza Don Bosco tomando mate.

«Vivir en la calle es muy duro porque no tenés sentido de pertenencia, no estás en ningún lado”, dice Daniel Gremiger.

En 2009, después de hacer un curso de mozo de salón, Daniel comenzó como empleado en el rubro gastronómico. Pero en marzo de este año, luego de un año y cuatro meses de gobierno macrista, se quedó en la calle. Hasta fines de 2016, compartía con su hijo el alquiler de un monoambiente en Rivadavia y Lope de Vega, pero el muchacho decidió mudarse con su novia a Quilmes y le avisó que no renovaría el contrato. Para entonces, hacía tres años que Daniel trabajaba de maître durante los fines de semana en un salón de fiestas en Devoto, y cuando aparecía, en algún evento extra. Pero cada vez había menos.

En ese doble juego de recursos escasos y alquiler, tarifazos e inflación, Daniel podía aportar sólo para las expensas, el cable y algún servicio. “Él es un gran pibe –dice refiriéndose a su hijo–, pero la chica con la que está le decía que yo estaba de más. Al principio me dolió la decisión de él, más que nada porque fue de un día para el otro. No pensé que me iba a la calle porque como era diciembre me iba a trabajar a la costa, como años anteriores. En San Bernardo entré en el boliche Punto Límite. Pero la temporada fue malísima, sólo había lugar para la cocina”. Los precios del alojamiento también habían aumentado. Le cobraban 400 pesos por dormir, casi lo mismo que sacaban por noche.

Daniel decidió volverse con lo poco que había juntado. Los primeros quince días se quedó en lo de un amigo, en Quilmes. “¿Qué hago? –pensó–. Si me voy a la provincia, seguro me roban todo, mejor me quedo en Capital y duermo en los colectivos y trenes”. Entonces empezó a quedarse de día en la plaza Don Bosco, donde antes paseaba a sus perros, y de noche viajaba para ir a dormir. Pero con el aumento del transporte se le complicó, y fue ahí que conoció a un pibe que le permitió quedarse a dormir en el Servicio de Guardia del Hospital Vélez Sarsfield, y más tarde, cuando se desocupó, en el puesto de diarios que ahora es su casa.

Daniel Gremiger en la puerta del Hospital Vélez Sarsfield.

Trabajó de albañil y carpintero. El puesto de diarios del Hospital Velez Sarsfield es hoy su casa.

“Uno piensa que nunca le va a tocar, y a la vez cuando te pasa no se lo deseas a nadie. Vivir en la calle es muy duro porque no tenés sentido de pertenencia, no estás en ningún lado”, dice Daniel, quien recalca que mucha gente lo ayuda y reconoce: “Comer, comí siempre”.

Para Daniel, vivir en el kiosco de diarios resulta estratégico por la seguridad y las instalaciones que brinda el hospital, como los sanitarios, pero siente el rechazo desde adentro: “A los vigiladores les molesta todo, y teniendo un colchón donado, no lo podemos extender en el piso, porque se quejan”, relata. Un camillero, dice, los hostiga constantemente, pasando a toda velocidad con su moto por el refugio y amenazándolos con que les va a sacar todas sus cosas.

Mientras remueve el edulcorante de un café de estación de servicio, confiesa que sus hijas no saben que él vive en la calle, el único que sabe es el varón. “Ellas intuyen que alquilo algo solo y cuando quieren verme disipo la cosa y voy a sus casas”, explica. Ellas le han dicho que no importa cómo viva, que quieren estar con él, pero a Daniel le gana la vergüenza. “No quiero que ellas lo tomen como que llegué a un punto muy límite de mi vida, porque yo lo tomo como una circunstancia, nada más”. Supone que, de enterarse, las hijas lo ayudarían, aunque no se quiere arriesgar: “Si me dijeran que no, me sentiría peor que ahora, me dolería muchísimo, como me pasó con mi hijo”.

Daniel comparte el techo del puesto de diarios con Carlos y Néstor. Juntos, se las arreglan para mantener el espacio limpio y ordenado. “Carlos es el más veterano en esto, lleva tres años en la calle y conoce todo. Me enseñó desde cómo cuidarme de noche de los robos hasta cómo guardar la plata. Néstor está hace un año y como no tiene ingresos de changas, lo único que puede ofrecer es agua caliente de un bar de la vuelta. Él barre la vereda todos los días y a cambio le dan el desayuno y nosotros podemos pedir hasta cuatro veces agua durante el día”.

Daniel Gremiger en la Plaza Don Bosco.

Daniel en la Plaza Don Bosco, uno de los lugares en los que vivió.

“En la semana me levanto a las 7 de la mañana y voy al Hospital para lavarme. Cuando necesito bañarme, voy a la casa de un amigo en Devoto, que es la única persona que sabe de mi situación, y vuelvo al puesto. La ropa la tengo ahí y, cuando junto quince prendas para lavar, las llevo a la lavandería de acá a la vuelta”, relata. Pagaba como cualquiera, 80 pesos, hasta que un día la mujer de la lavandería pasó por el Hospital, porque llevaba a su hijo, se acercó y lo saludó afectuosamente: “Yo no sabía que estabas en esta situación”, le dijo, “pero no importa, de todo se sale, lo único que te digo es que tenés que salir de esto”, lo alentó.

Por la noche, se organizan para comprar comida entre los tres y hacer guardias. Casi todos los días camina hasta un McDonald’s de la zona, donde aprovecha a cargar el celular, usar el wifi y, a veces, comprarse un café. Tener un teléfono con Internet es una necesidad porque allí revisa sus correos y recibe llamados para trabajar en eventos. La gente del salón de fiestas, donde continúa trabajando, no sabe de su situación. “Si supieran es probable que me digan que no puedo ir más, porque lamentablemente se etiqueta a las personas. Por ahí se lo toman como que soy un marginal y no estoy para arriesgarme a eso”, argumenta. Hace cálculos y dice que si tuviera suficiente trabajo como para ganar unos 10 mil u 11 mil pesos, podría alquilarse algo y vivir ajustado. En la actualidad, le pagan 900 pesos por evento y no logra juntar más de 6 mil al mes, así que todavía está lejos.

“Desde que está este Gobierno, cayó tremendamente el laburo, y te lo digo a pesar de que no soy partidario de Cristina Kirchner y yo lo voté a Macri”, admite. Hasta 2015, tuvo mucho trabajo con la empresa “Comer y pasarla bien”, propiedad de la cocinera mediática Narda Lepes, que se encargaba del catering en eventos del PRO.

El sentimiento que lo invade viviendo en la calle es la soledad. “Por ahí querés hablar con alguien y contarle lo que te está pasando… ¿y a quién se lo vas a contar?”, se pregunta solo. “Había momentos en los que estábamos en grupo, trabajando de jueves a domingos, y era muy lindo, porque te volvés a sentir dentro del circuito, y de pronto a mí me ponía muy mal cuando todos se iban, yo volvía en tren hasta Devoto y ahí caía en cuál era mi realidad. Entonces yo ni quería tomarme el colectivo hasta el puesto, empezaba a caminar para alargar el momento de llegada”.

Tener un trabajo, aunque por ahora no le alcance para alquilar, hace que no se sienta totalmente excluido del sistema. Daniel piensa que puede salir adelante: “El tema es también que se me dé la oportunidad, yo no voy a morirme así, me lo prometí a mí mismo y voy a ir contra todo”, concluye.

Actualizada 11/07/2017

“Nos quieren hacer creer que esto nunca existió”

“Nos quieren hacer creer que esto nunca existió”

Basada en la novela homónima de Gaby Meik, Sinfonía para Ana habla de dos quinceañeras, Ana e Isa, que estudian en el Colegio Nacional Buenos Aires justo antes del golpe de 1976. Dirigida por Virna Molina y Ernesto Ardito, la película muestra un mundo de pasiones en el que Ana, la protagonista, tomará decisiones irreversibles que cambiarán su forma de ver las cosas. Desde su ópera prima, Raymundo –sobre la vida de Raymundo Gleyzer–, hasta hoy, Molina y Ardito (pareja desde hace muchos años) dirigieron Corazón de fábrica, Memoria iluminada, Alejandra Pizarnik, El futuro es nuestro y Ataque de pánico. Sinfonía para Ana, si bien utiliza recursos del documental, es su primera ficción. A poco de ganar el Premio de la Crítica en el Festival de Cine de Moscú y antes de su estreno comercial en octubre, ANCCOM conversó con ambos.

¿Cómo llegaron a Sinfonía para Ana?

Ernesto Ardito: Nuestras dos hijas estaban estudiando en el Nacional Buenos Aires y militaban. En 2012, a Niquita, una de ellas, le dieron el libro para leer. La impactó, se quedó encerrada en la habitación llorando. Entonces lo leímos nosotros y nos gustó mucho. En el medio, hicimos El futuro es nuestro [serie de cuatro capítulos sobre los alumnos desaparecidos del colegio para Canal Encuentro], que narra la misma historia pero a modo de documental, tomando casos reales de chicos de la UES. A partir de esa investigación y del libro, trabajamos la adaptación.

¿Qué los convocó de la novela?

Virna Molina: En Sinfonía para Ana se cuenta la intimidad y el día a día de un grupo de chicos que militaban en los años 70. Sus sentimientos, sus intereses más allá de la política, el vínculo con sus padres. Todos esos elementos reunía la novela. Porque Gaby Meik, que no es escritora, es psicóloga, la escribió como una forma de contar su propia historia y la de su amiga [desaparecida] Malena Gallardo. Entonces tenía esa fuerza que la sacaba del ámbito de la ficción y la colocaba en un plano documental. Por otro lado, los documentalistas venimos trabajando hace mucho la militancia en los 70, pero en ficción es nuevo y casi siempre se abordó desde el 76 en adelante. Hasta ahora no existía ninguna película que abordara ese universo. Las que había estaban más direccionadas, como La noche de los lápices, al hecho concreto de la desaparición, la tortura y el sufrimiento. Y no al momento previo que era por qué estaban esos pibes motivados a militar, cuáles eran sus expectativas, cómo era su forma de sentir, de amar…

¿Cuál fue el diálogo con la autora?

VM: La relación con Gaby comenzó cuando hicimos El futuro es nuestro. Ella fue amiga de Malena, la estudiante más chica desaparecida del Nacional y uno de los casos que trató el documental. Le dijimos que nos encantaría filmar el libro. Después de ver la primera adaptación, Gaby nos dio el okey y comenzamos. Había habido intentos de filmarlo antes pero Gaby sentía que no se respetaba el espíritu, que se lo trataba de llevar a un registro tipo Melody, una película clásica inglesa que es una historia de amor, más abstracta desde lo político. Nosotros la transformamos en más política todavía.

¿Cómo fue la articulación de ficción y documental?

EA: Están totalmente vinculados. No es una película de personajes donde hay una escena que comienza, tiene su punto fuerte y termina. Se mezcla la reconstrucción y la actuación con el archivo histórico, pero además con fragmentos de escenas que completa el espectador. Eso hace que no haya un distanciamiento, que la obra no esté sucediendo y acabe frente a un espectador pasivo, sino que al trabajar las emociones junto con la historia narrativa, se va generando un intercambio. También iban surgiendo ideas en el montaje porque lo iba pidiendo la película. No teníamos un guión. Mientras estábamos montando íbamos registrando otras imágenes.

VM: Es nuestra primera ficción. Nos gustó mucho la experiencia. Hay un campo muy interesante en el cruce, donde se puede llevar a la máxima potencia lo documental y lo ficcional. Cuando se mezcla la historia personal del que interpreta con su personaje, hay muchas cosas conscientes o inconscientes que ese actor vuelca en lo que hace. El neorrealismo italiano parte de esa lógica y ha generado obras alucinantes porque había una necesidad. Se filmaba así porque no había plata. Y cuando hubo más presupuesto, se empezó a narrar como “se debían narrar las historias”. Está buenísimo cuando las historias te atraviesan. Con Sinfonía para Ana queríamos involucrarnos, que no fuera solamente una novela y adaptarla, sino entenderla hasta el final. El cine de Cassavetes, Fassbinder, Tarkovski, siempre fue el que más quisimos, con ese algo que escapa al mundo industrialista del cine, con cierta locura y búsqueda. También nos gustaba estar involucrados a un grupo con el que te une algo fuerte, que no tiene que ver con la relación laboral estricta.

¿Qué decisiones tomaron para la puesta?

VM: Hicimos búsqueda de archivos, no sólo oficiales sino también personales. Porque si contábamos la historia de la novela desde un relato tradicional, iba a quedar como una reconstrucción clásica. Además, no contábamos con una producción gigante. No queríamos que los vestuarios, los peinados, fuesen demasiado remarcados, como si fueran personajes de revistas de los 70, y no personajes reales que vivían en esa época. Por ende, se trabajó en recrear una puesta más cercana al documental y quizás no tanto una puesta colorida o cinematográfica. Buscábamos una recuperación desde la memoria.

Los directores de la película sentados en un sillón.

«En Sinfonía para Ana se cuenta la intimidad y el día a día de un grupo de chicos que militaban en los años 70», dicen los directores.

¿Cómo fue el casting?

EA: El de los chicos se hizo en el colegio. Manejaban el modo de comportarse de los adolescentes que buscábamos representar. De hecho, Madres de Plaza de Mayo y de chicos desaparecidos dicen que cuando los ven hablar les impacta mucho porque tienen el mismo modo de comportarse, hay ciertas subculturas o códigos internos particulares. En el Pellegrini también. El cine no es igual que el teatro. El actor que está delante de las cámaras tiene que tener mucho de su propia personalidad que vaya con el personaje. Fue muy bueno combinar no actores con actores. No sólo los chicos. Javier Urondo, que representa al papá de Ana, no es actor. La actriz es Vera Fogwill. El cruce de esa pareja generaba cosas extrañas. Cuando discutían no eran dos actores discutiendo, era una persona, Javier Urondo, en una situación donde él imaginaba a su propia hija viviendo eso, y recibía a Vera que lo taladraba. Él reaccionaba como Javier. Eso le da naturalidad y hace que el espectador sienta proximidad.

VM: Aparte había una realidad operativa: que nuestras dos hijas cursaban y tenían amigos del Nacional. Algunos que venían haciendo teatro, otros que militaban y sabían moverse en una asamblea. Convocamos en los sectores de militancia no sólo del Nacional sino de varios colegios. Tampoco queríamos hacer una convocatoria abierta porque iban a venir pibes del mundo de la actuación y nosotros queríamos de la militancia. Varios chicos habían leído y estaban fascinados con la novela y querían contar la historia que nunca se había contado del Nacional, porque se tapó durante tiempo. Cuando Lerman hizo La mirada invisible no se le permitió filmarla allí. En nuestro caso, se trataba de una oportunidad de hacer un trabajo de memoria colectiva más que una película cinematográfica de actuación.

¿La película dialoga con la realidad actual?

VM: Mientras la montábamos íbamos tomando conciencia de su vigencia. Con los primeros despidos masivos que hizo el gobierno de Mauricio Macri en el Estado, estábamos montando la parte en que el preceptor no deja entrar más a una de las profesoras y dice: “Esta mujer no ingresa más al edificio”. Fue horrible, pero una cosa es que eso ocurriese en la dictadura y otra que las mismas palabras hayan sido utilizadas por un hombre de seguridad de un organismo del Estado para no dejar entrar a un trabajador. Con esa misma prepotencia, con esa misma impotencia de la persona que se encuentra sin posibilidad de diálogo. Veníamos de una época donde cada uno podía hacer la crítica que quisiese al gobierno kirchnerista, había un debate político muy rico. Desde 2015, cuando termina el gobierno de Cristina y comienza el del PRO, hay cosas de las que ya no se puede hablar. Por otro lado está la cuestión de vaciamiento y de tristeza en términos laborales. Y de violencia de determinados sectores del Estado, como la policía, que empieza a accionar de manera irracional. En vez de operar para mantener un orden, lo hace con cierta peligrosa licencia que parecía que ya no iba a existir más. Te pueden detener por olvidarte el DNI, por averiguación de antecedentes, generan intimidación. Es el imaginario de la dictadura. Se instala la idea de que alguien tiene derecho a avasallar tu espacio personal, tus libertades individuales. Estamos viviendo etapas jodidas. Hay presos políticos y una utilización de la legalidad para fines políticos. En Sinfonía para Ana hay frases que sí estuvieron puestas por nosotros y que tienen que ver con esa sensación hacia la dictadura y hacia el presente. Como dice Ana al principio del relato, cuando le graba la cinta a la amiga: “Nos quieren hacer creer que esto nunca existió, pero es mentira, fue lo mejor que viví”. Eso es algo que también nos pasó a nosotros. Eran los mejores diez años que habíamos vivido. Un país en el que vos decías “che, tenemos diferencias, sí, pero hay laburo”.

Los hechos de represión en los secundarios se inscriben en la misma línea.

VM: Sí. Y es aberrante que un gobierno persiga a los alumnos que tienen una voluntad de organización. Siempre desde la dictadura hubo cierta idea de “bueno hay gente que va al colegio o a la universidad a hacer otra cosa aparte de estudiar”. Si un pibe en un secundario tiene la intención de participar en un centro de estudiantes, de comunicarse con sus compañeros, de dedicarle parte de su tiempo a una problemática común, eso tendría que ser visto como una virtud que docentes y directivos deberían premiar o fortalecer. Cuando un gobierno baja línea de que hay que castigarlo, marcarlo y encima le da piedra libre a la nefasta policía, es atroz. Y lo más jodido es que los pibes son los más indefensos. Y se alecciona a los demás a partir del miedo y se va formando una sociedad de individuos que no entienden que están dentro de un tejido social complejo, que su bienestar depende del de todos, que mejorar su calidad de vida, su potencial y la concreción de sus sueños y objetivos, va a depender de que se mejoren las condiciones de todos. El gobierno propicia un clima de individualismo, de competencia voraz. No es un problema de Cambiemos, no le podemos atribuir tanta inteligencia, es un tema del capitalismo. Lo único que hace Cambiemos es replicar la lógica de mercado.

¿Cómo enfocan el trabajo después del conflicto en el INCAA?

VM: Estamos todos afectados, sensibilizados y tomando una parte activa. Por primera vez los técnicos, no sólo del SICA, que es el sindicato tradicional, sino de agrupaciones de profesionales que surgieron ahora, están siendo parte motora. Eso nunca había pasado. Siempre éramos los documentalistas que ya estamos catalogados como los más “revoltosos”, o la gente con más trayectoria como Luis Puenzo o Pino Solanas. Pero cuando están involucrados todos los sectores, la cosa está mal. Está todo un poco frenado pero también todo el mundo en estado de alerta y accionando. La situación es crítica y está a punto de estallar. Lo bueno es que a partir de esto la gente toma conciencia  y se involucra. A partir de estas crisis extremas surgen cosas que después son grandes logros. Hoy vemos cómo creció un 50 por ciento la producción documental. De cine, antes, con suerte, eran 16 películas anuales y ahora son 50. Eso hace que más gente filme y surjan cineastas nuevos. Las luchas te comen la cabeza pero por otro lado te fortalecen. Nadie quiere vivir en la crisis pero, cuando está, hay que llevarla hasta el final y solucionarlas, no poner parches. Si bien es desalentador, estamos todos juntos y eso da algo de tranquilidad.

Presentaron Sinfonía para Ana en el Festival de Cine de Derechos Humanos, ¿qué sintieron?

VM: Siempre ese un espacio donde pasamos nuestras películas. Fue el primer lugar donde se pasó Raymundo, es el primer público al que están destinadas nuestras películas, a los que sienten la necesidad de que exista un cine así. Fue una emoción para ellos y para nosotros. La podíamos presentar en Mar Del Plata o en el Bafici, pero no son festivales que respondan a nuestra búsqueda. El Festival de Derechos Humanos tiene una historia muy grande. Cuando casi no se hacían festivales acá, abrió una línea que después siguieron otros.

¿Quién la distribuye?

VM: Distribution Company, la dirige Bernardo Surni, uno de los distribuidores históricos de Argentina (La Historia Oficial, El secreto de tus ojos, Infancia clandestina). Cuando se la mostramos le encantó y dijo que le va a poner todas las ganas. Obviamente tiene un límite para conseguir sala. Estamos a merced de los exhibidores que son los dueños de las cadenas y los que aprueban los horarios. Todos pedimos un horario normal, racional, para meter determinada cantidad de espectadores y que no levanten la película en la primera semana. La pelea es esa y, un poco por eso, esperamos hasta octubre para estrenarla, ya que la pantalla de cine argentino se divide por cuatrimestres y el último, que arranca en octubre, es el que está más libre. Porque este año se van a estrenar muchas películas argentinas que se hicieron en 2015, 2014, 2013, de tipo más independiente, incluidas la última de Lerman y la de Lucrecia Martel. Va a ser triste el año próximo y el siguiente, porque no se está filmando, las películas van a ser muy pocas comparadas con todas las que se están estrenando ahora.

Actualizada 11/07/2017

Mucho ruido y poco trabajo

Mucho ruido y poco trabajo

“¿Qué es aquello que te apasiona? ¿Qué necesita el mundo? ¿Qué es aquello por lo que te pagarían?”, decía Alejandro Melamed en una charla en el auditorio de la «Expo Empleo Jóven» que se realizó en La Rural el 30 y 31 de mayo último. Fuera del auditorio, en la sala principal, había 200 mesas con promotores y personal de recursos humanos de cada una de las empresas que participaron de esta propuesta del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que prometía 10.000 puestos de trabajo en su campaña publicitaria.

La multitud de jóvenes ilusionados que se acercaron al predio y las longilíneas filas que se armaban parecieron desnudar uno de los grandes problemas de la actualidad socioeconómica: los crecientes índices de desocupación, en los cuales los universitarios ocupan la mayor porción.

Al preguntar para dejar el currículum en la empresa Exxon, la respuesta fue que buscaban dos áreas específicas. Al repetir la pregunta en YPF, sólo señalaron el e-mail al que había que enviarlo. Después de cada larga fila, compuestas por centenas depersonas, las respuestas se asemejaban.

Falsa expectativa: muchos jóvenes salieron desilusionados por no obtener una entrevista.

Por los pasillos de la Feria se encontraba Fabián Pereyra, el Director de Políticas de Juventud, organizador de la exposición. «Las empresas en este momento están atendiendo jóvenes que se están acercando. Si les dijeran sólo que carguen virtualmente el currículum, no habría ningún joven en la fila. Entiendo la polémica, que algunos dicen que hay precarización laboral, pero acá están las principales empresas del país generando 11.000 puestos de trabajo», dijo Pereyra en diálogo con ANCCOM. Sin embargo, agregó: «¿Cuántos abogados o periodistas pueden trabajar de lo que estudiaron? Es un mundo muy cerrado, esta feria sirve para que los chicos despierten otra vocación. Pienso también que hay que darles herramientas a los jóvenes para generar emprendimientos propios. Queremos que los chicos cumplan sus sueños».

Largas colas en las afueras del predio de La Rural de Buenos Aires para ingresar a la Expo Joven 2017.

Momentos más tarde, en la mesa de la marca de ropa 47 Street, la encargada de recursos humanos le dijo a una mujer: «Ah, pero vos sos de La Plata. ¿Viajarías a Capital todos los días?» La mujer contestó un “sí” rotundo. Su presencia en la Feria se debía a que hace seis meses que está sin empleo. “Vine porque no hay trabajo por ningún lado, y acá se ve mucho gasto de plata en los stands, en la folletería, en el espacio, para que después sólo te digan que tenés que entrar a la web de la empresa o enviarlo por e-mail», expresó a ANCCOM. Un grupo de chicos entre 18 y 19 años esperaban en otra larga fila para realizar un entrenamiento de entrevista laboral. «En las mesas nos trataron bien, fueron amables», dijo uno de ellos. El amigo agregó «yo criticaría que nos sacaban como si fuese un trámite, había mucha gente y sólo nos daban un e-mail”. Un joven de 28 años se acercaba a la salida porque tenía que asistir a su clase universitaria. Había estado tres horas en la cola para entrar a la feria, ya adentro, tuvo que hacer más filas, en muchos casos, para recibir folletos y bolsas de promoción.

«Yo criticaría que nos sacaban como si fuese un trámite, había mucha gente y sólo nos daban un e-mail”, explicó un joven mientras se retiraba del predio.

«Había otras expectativas, los jóvenes pensaban que muchas de las empresas harían las entrevistas acá, en las mesas, pero no», dijo un promotor de la marca Coca-Cola. Sólo en algunos casos se daba la selección en el momento. La gerente de recursos humanos de 47 Street separaba currículums y hacía marcas con lapicera, según ciertas respuestas de disponibilidad o residencia: «Me parece mejor que vengan y tener el cara a cara para la selección». En la mayoría de los casos la búsqueda laboral no se diferenciaba de la que cualquier joven podría hacer desde su casa, enviando currículums por mail. El objetivo de la Feria parecía ser ampliar la base de datos para cuando surgieran propuestas en las empresas, más que incorporar nuevos empleados.

El despliegue de múltiples stand y merchandising no alcanzó para cumplir con las expectativas reales de estudiantes y jóvenes trabajadores.

Actualizada 01/06/2017

Actuar para la liberación

Actuar para la liberación

Villa Crespo es un barrio de movimientos artísticos intensos: aloja teatros, salas de ensayo y centros culturales varios. Casi en la esquina de Scalabrini Ortiz y Camargo se encuentra Moscú Teatro: una puerta roja con escaleras verdes que conducen a una recepción que da a un telón, telón que da a una sala, sala que es escenario de diversidad de clases y obras de teatro.

El mundo que somos es una propuesta montada y dirigida por Lisandro Penelas, director, actor y profesor. El disparador para encarar el trabajo fue Augusto Boal, teatrista brasileño, quien desarrolló la concepción del Teatro del Oprimido. Propone que los participantes reflexionen sobre las relaciones de poder, mediante la exploración y representación de historias entre opresores y oprimidos. Boal afirma que busca “transformar al espectador en ‘espect-actor’, protagonista de la acción dramática, sujeto creador, estimulándolo a reflexionar sobre su pasado, modificar la realidad en el presente y crear su futuro. El espectador ve, asiste, mientras que el espect-actor ve y actúa, ve para actuar en la escena y en la vida”. Boal buscó subvertir las convenciones que reglamentaban la representación escénica a comienzos de los años 60’, explorando el teatro como vía de transformación y liberación social, en un contexto histórico marcado por los grandes movimientos revolucionarios de América Latina. Durante esos años, en Brasil, Boal vivió el golpe militar de 1964, la represión política y su propia experiencia de secuestro, encarcelamiento y tortura, que finalizó con su exilio en Argentina en el año 1971.

una de las actrices se maquilla ante un espejo

«En la obra hay algunas escenas donde se le hacen preguntas al público. No para que conteste, pero sí para que en ese momento se sienta incorporado y entonces, él mismo se haga esa pregunta», dice Julieta Eva Carunchio (actriz),

La puesta El mundo que somos nace como una creación colectiva de un grupo de actores que crearon dramatizaciones a partir del análisis y la discusión de notas periodísticas publicadas por distintos diarios durante 2016, una forma de trabajo vinculada al Teatro Periodístico, una modalidad, dentro de la vertiente. A partir de esos materiales, construyeron una secuencia dinámica de escenas, donde el espectador puede sumergirse y también ser parte. Son escenas que ponen en juego miradas respecto a conflictos políticos y sociales. La violencia, la discriminación, la marginalidad, la pobreza, la desigualdad de géneros, la clausura de espacios culturales y el negocio de la industria farmacéutica, son algunos de los temas que aborda la obra con la acidez de un humor que incomoda y cuestiona, frente a lo más aterrador.

Se trata de una fusión de varios conceptos, como la política, la militancia y la democratización en el acceso a la cultura, con el teatro como soporte artístico. El mundo que somos recupera la escena como un catalizador social y el diálogo, como un principio de inclusión, poniendo en primer plano al mundo construido colectivamente. Una pieza teatral que no resuelve, sino que abre el panorama a nuevas miradas y acciones.

uno de las actores sonriendo en el escenario, y dos actrices detras

La violencia, la discriminación, la marginalidad, la desigualdad de géneros, el negocio de la industria farmacéutica, son algunos de los temas que aborda la obra.

¿Cómo fue el proceso de trabajo de la obra con los actores?

Lisandro Penelas (director): Es un grupo de teatro que funciona desde hace cuatro o cinco años en la escuela Moscú Teatro. Tiene una fuerte impronta social y política. Varios militan. Ya sea en agrupaciones partidarias o sociales, pero la mayoría está vinculada con ese universo. Para el momento de arrancar un proceso de creación me parecía que había algo que al grupo le iba a venir bien. Por eso busqué poder construir un material que abordara ese espacio que ellos tenían tan propio, que les era personal y traían de afuera. A partir de eso les propuse trabajar con Augusto Boal. Leímos El Teatro del Oprimido y también hay otro libro que trabajé: 200 juegos para actores y no actores, del mismo autor. Profundizamos ejercicios de esos libros y también vimos documentales y leímos notas sobre Boal. Ya habíamos trabajado con Brecht. Para ellos había sido una instancia muy enriquecedora, algo de ese universo les había atraído. Entonces se me vino este material…

¿Qué fue lo que los impulsó a tomar a Boal como disparador?

L.P.: En su libro, Boal hace un racconto de la historia del teatro y en esencia, dice que el planteo aristotélico y el teatro clásico, apuntan a cierta catarsis que tiene que hacer el espectador sobre la obra. Hay una dimensión emocional, que le permite al espectador sentir cierta identificación con el personaje protagonista. Brecht quiso dar con eso también, pero con cierto distanciamiento. En sus obras, cuando el espectador está por emocionarse pone algún elemento disonante, así no se termina de emocionar y entonces puede reflexionar acerca de esa experiencia que está viviendo. Boal dice que eso está bueno, pero que no alcanza con que el espectador reflexione, sino que tiene que hacer cosas concretas. El objetivo es generar conciencia y más posibilidad de acción. Nosotros tomamos eso por alguien que pensó al teatro y la política de forma unida. Boal vivió mucho en Argentina, entonces también es bastante local en su impronta y forma de trabajar. Generó dinámicas que hoy se aplican en contextos que no son tan teatrales, sino en trabajos sociales, con ciertas problemáticas concretas, donde se registran situaciones de violencia, como, por ejemplo, las cárceles. También se trata de generar situaciones de debate en contextos públicos en donde hay actores que están representando personajes, pero que no se develan como tales. Entonces en un subte o en un bar surge cierta situación o comentario que termina generando una instancia de reflexión, que obliga a aquellos otros que son espectadores (que no saben que están siendo parte de una representación) a tomar decisiones, pensar, opinar o expresarse de otras formas, entre tantas dinámicas de intervención. Es como si yo te dijese que alguien en un bar insulta a otro o trata mal a una mujer y otro de otra mesa se levanta en complicidad diciendo: “Ey, querido, no podés tratar mal a esta chica…” Se genera una situación que parte de un momento teatral, pero que en realidad suscita una reacción y acción determinada.

Paula Mesonero (actriz): Por eso, nosotros buscamos en la realidad noticias que nos movilizaran y a partir de ahí hicimos dramaturgia, las fuimos elaborando. Boal nos sirvió para pensar la socialización del teatro, tomarlo como herramienta social, pensado en un tono participativo. Por esa razón la obra es a la gorra. Probamos primero en ser público y participar con los actores, para ver cómo podía ser la participación de quienes asistían a ver la obra, ya que estamos rompiendo con la cuarta pared.

los artistas en escena

La puesta nace como una creación colectiva de un grupo de actores que crearon dramatizaciones a partir del análisis y la discusión de notas periodísticas publicadas por distintos diarios durante 2016.

Además de Boal y las noticias, ¿tuvieron algún otro disparador?

L.P.: Hubo tres disparadores grandes: Boal, las noticias de los diarios y una búsqueda estética. Tomamos ciertas referencias que nos sirvieron para ir construyendo, como por ejemplo, los Monty Python. No sólo ellos, sino herederos de ellos, como Cha Cha Cha o como es actualmente Capusotto: cierto humor que apela al absurdo y con algo de lo social y político entremezclado.

Boal habla de un espectador activo. De una transformación social, ¿cómo ven esta posibilidad en el teatro?

Julieta Carunchio (actriz): En la obra hay algunas escenas donde se le hacen preguntas al público. No para que conteste, pero sí para que en ese momento se sienta incorporado y entonces, él mismo se haga esa pregunta. Nosotros entendemos al teatro como una herramienta de comunicación. Por eso partimos de noticias, para poder darle una vuelta y poder comunicarlo de otra manera. El espectador no es un simple recipiente que recibe lo que estamos haciendo, sino que también es parte de lo que estamos haciendo. Y queremos que se vaya pensando y sintiendo y siendo parte de todo lo que fuimos elaborando. Y fue en ese punto donde nos detuvimos, en que ninguna de las escenas sea una bajada de línea, sino que sea una pregunta que se transmita.

Adriana Krasinsky (actriz): Trabajamos con una pregunta inicial: “¿Qué nos impacta de la vida cotidiana?”. Y todo el año pasado había mucho en lo social que nos convocaba y no entendíamos cómo podía estar pasando. Por ejemplo, hacíamos escenas que hablaban del Ministerio de la Felicidad y ya eso solo era tan gracioso como triste. Al mismo tiempo era real. Nos era absurdo pensar, como dice el dicho, que la realidad supera la ficción. Son momentos donde te cambian de trabajo o lo perdés y ves a diario situaciones que no podés creer. Nosotros en estas escenas ponemos a jugar todo eso. Empezó como un trabajo muy propio y después en el grupo tuvimos que debatir, qué elegir entre todo lo que pasa. Boal nos permitió pensar lo cotidiano. Desde que empezamos este proceso hubo mucho debate y pudimos construir algo que sea propio con todo lo complejo que es lo colectivo.

El director de la obra mirando a camara con un marco en sus manos

«El objetivo es generar conciencia y más posibilidad de acción. Nosotros tomamos eso por alguien que pensó al teatro y la política de forma unida», comenta Lisandro Penelas, director de la obra.

¿Cómo es hacer teatro en la situación política actual?

Guadalupe Pullol (actriz): Estaba el modo particular de cómo comunicar cada tema. Desde el inicio enunciamos que somos actores que estamos actuando. Entonces está el conflicto entre los actores y la realidad que vamos viviendo.

L.P.: Toda actividad cultural no deja de ser una actividad política que genera movimiento. Para mí el teatro es un espacio de transformación. Hay ciertas premisas teatrales, como por ejemplo, si salís igual que como entraste, algo no terminó de pasar en ese momento. Y eso se aplica a todo y en ese punto me permito y me gusta hacer una obra de teatro donde la transformación pase por algo emocional. No creo en las ideas claras, ni en tener un mensaje que dar. En ningún aspecto creo en un mensaje político o humano. Sería algo muy pretencioso decir que yo tengo algo para decir al respecto. Lo que puedo dar, es una mirada del mundo. Y eso es para mí lo más difícil, pero rico de encontrar. Puede ser sobre un aspecto más humano, social, espiritual o político. Por eso hay algo de eso en el nombre de la obra. Algo inclusivo en el mundo que somos. Nosotros mismos, al hacer la obra, somos el mundo, no estamos por afuera para decirles a otros, lo que el mundo es. Nosotros somos esta parte también. Tratamos de no serlo y nos permitimos reírnos de nosotros. En esencia, creo que el teatro no es un espacio donde tener las cosas claras, sino de hacerse más preguntas. En este caso la obra es una mirada muy personal y al mismo tiempo es colectiva.

Juan Pablo Cicilio (actor): Lo vemos como una forma de resistencia. Estamos tratando de resaltar la miseria humana, lo que no nos gusta. El mundo del que formamos parte.

María Daniela Cohen (actriz): Creemos que estamos en un momento de coyuntura social muy complicado en lo cultural y político. Creemos que el arte es un arma de transformación social. ¿Qué hacemos en relación al dolor? Creemos que hoy lo más importante es crear desde el lugar que uno quiera, pueda y más le represente.

¿De qué manera abordan la complejidad que implica el ser humano?

L.P.: Se trata de desenmascarar y de dar cuenta de algunas problemáticas naturalizadas, que no lo son y desde ese punto humanizarlas. Tratar de poner la lupa sobre ciertas situaciones. Como dice Gabo Ferro: “La humanidad es un sueño inalcanzable”. Humanizar en la mejor acepción del término. La humanidad también podría ser el que tira bombas nucleares. Entonces hay algo de ver el costado negro para repensar y decir: “Hay otro costado que no es este, qué hacemos con esto, como nos reencontramos con ese otro costado”. En definitiva, el actor trabaja con su humanidad.

¿Qué lugar ocupa el humor en El mundo que somos?

L.P: Se trata de transitar la angustia de lo que está expuesto, tratando de reírse de eso también. Por ejemplo, dentro de la obra, en “Spaf”, una de las escenas, se comienza dentro de un spa con un grupo de fascistas que tiran tiros a lesbianas, que luego terminan matando a todos. Entonces, puede pasar que de la incomodidad uno se ría, pero al mismo tiempo, no quiere reírse de eso. La ironía y la comicidad se construyen a partir de redoblar la apuesta. Si llegamos hasta este límite es trágico, si redoblamos la apuesta, terminamos riéndonos y a la vez sigue siendo trágico. Algo de eso pasa en la obra. También es hacerse cargo de algo miserable dentro de la sociedad.

Viernes a las 23. A la gorra. Moscú Teatro: Camargo 506, CABA.

 

Actualizada 30/05/17