El consumo de carne per cápita em 2019 fue el más bajo desde 2011.
Los altos índices de pobreza, la inflación (que el año pasado superó el 50% y durante el mandato de Macri acumuló más del 200%), la pérdida del poder adquisitivo y las tasas de desempleo generan más que problemas económicos y sociales. La necesidad de llegar a fin de mes obligó a gran parte de la población a modificar sus hábitos de consumo y, más allá de algunos pequeños lujos, los recortes en el gasto familiar alcanzaron a los alimentos. Los productos que más se vieron afectados por los incrementos (aparte de medicamentos y pañales) son también aquellos más indispensables: los lácteos, los aceites y el producto que ahora nos interesa, las carnes. De hecho, según un informe de la Cámara de la Industria y el Comercio de Carnes (Ciccra), en 2019 el consumo por habitante se ubicó en 51,2 kilos, una baja del 9,5% en relación con 2018 y la cifra más baja desde 2011.
Los aumentos en los precios de alimentos impactan no sólo en la economía familiar, sino también en la salud de las personas: reducir el consumo de lácteos y carnes puede provocarnos falta de proteínas, vitaminas y minerales. Sin embargo, este es un caso completamente diferente al de aquellas personas que optan por ser veganas o vegetarianas, ya que éstas eligen a conciencia sus cambios alimenticios y tienen en cuenta sus nuevas necesidades nutricionales.
Según CICCRA, el consumo per cápita de carne vacuna viene en caída desde 2015, con una pequeña recuperación durante 2017 . El consumo interno de carne vacuna (es decir, la cantidad consumida dentro del país) durante 2019 fue el más bajo desde 2011 , mientras que la exportación durante este mismo año fue la más alta de los últimos quince años, teniendo como referencia las toneladas de carne producidas en el país. Ulises Forte, presidente del Instituto de Promoción de la Carne Vacuna Argentina (IPCVA) declaró que “tenemos un mundo totalmente demandante de carne, pero el mercado interno dejó de comer carne no porque el pollo sea más rico, sino porque no alcanza la billetera”.
«Antes vendíamos una tonelada y media por semana, ahora 600 kilos», dice Matías, carnicero del conurbano.
Esta caída en el consumo interno es pronunciada, y no solo los productores dan cuenta de ello, sino también los comerciantes y los consumidores. Matías trabaja para una carnicería de zona oeste del Conurbano, y aunque el local es reconocido entre sus clientes por tener precios accesibles, también siente la baja en las ventas: “Bajó la venta, como en todos lados. Antes vendíamos una tonelada y media por semana, ahora seiscientos kilos con suerte, menos de la mitad”.
Los consumidores también son conscientes de estos cambios en el consumo: “Ya no hago compras semanales, mucho menos mensuales. Ahora compro para el día a día para mantener un mejor control de lo que gasto. Y carne de vaca estoy comprando muy poco”, dice Brenda, clienta de la carnicería donde trabaja Matías, quien además asegura consumir más pollo que carne vacuna.
Pero no sólo es una cuestión de alimentación, sino también de tradiciones. El asado de los domingos es casi un ritual para gran parte de los argentinos, y la excusa ideal para reunirse con la familia o los amigos, aunque los últimos años la tradición se convirtió en casi un lujo inalcanzable. Claudio es carnicero en Ituzaingó y describe con precisión la caída de las reuniones en las que el asado es el plato principal: “El que antes comía asado dos veces por mes, ahora come una sola vez al mes o cada dos meses”.
En época de vacas flacas los consumidores se las ingenian para llegar a fin de mes, y las estrategias para seguir consumiendo carne sin vaciarse los bolsillos son variadas. Hernán, otro vecino de la zona oeste, es amante del asado y se rehúsa a perderlo: “Los asados ahora son más choripanes que otra cosa, y también hay más pollos a la parrilla que antes”.
“El mundo es demandante de carne, pero el mercado interno dejó de serlo: no alcanza la billetera”, dice Forte.
Aunque en algunos casos se trasladó el consumo hacia otros cortes de menor precio o por otros tipos de carne, como la de pollo, algunas familias optan por inclinarse al vegetarianismo. Este es el caso de la familia González, que vive en el barrio porteño de Núñez, que ya no puede permitirse hacer dos comidas como lo hacía antes: “Mis hijos son vegetarianos, pero mi esposo y yo no. Antes hacíamos dos comidas, una para ellos y otra para nosotros, con carne. Ahora ya no podemos darnos ese lujo, y con mi marido comemos carne para acompañar una o dos veces por semana”. La carne en este caso dejó de ser el plato principal para convertirse en el acompañamiento.
Cualquier estrategia o truco es válido para ahorrarse un par de pesos y así llegar a fin de mes, y tanto comerciantes como consumidores concuerdan en que el abrupto aumento de los precios, sobre todo en la carne vacuna, produjo la caída del consumo. Algunos decidieron comprar en menores cantidades, para el día a día o con menor frecuencia. Quienes tuvieron la oportunidad, consumen la misma cantidad de carne, pero de cortes más económicos.
Otros reemplazaron en gran medida la carne de vaca por la de pollo, que es mucho más accesible. Mientras tanto, muchos otros disminuyeron considerablemente el consumo de carne en general, en favor de otros alimentos como verduras, legumbres o harinas. Por otra parte, los productores están produciendo muy por debajo de sus capacidades y, aunque las exportaciones subieron, el daño en el mercado interno es muy fuerte.
El nuevo gobierno tiene muchos desafíos por afrontar, y los más urgentes son, en primer lugar, la crisis económica y, después, la social, causada por la primera. Para ello se deberán recuperar puestos de trabajo y poder adquisitivo, para mejorar el mercado interno y reactivar el consumo. Resta esperar cuánto tiempo le llevará a la población volver a darse el gusto de una reunión familiar o con amigos los domingos, acompañados por el asado característico de los argentinos. En todo caso, si los argentinos dejan de consumir carne que sea por decisión propia, en base a sus gustos y creencias, pero no lo hagan porque no pueden acceder a su derecho a alimentarse.
Barro, fuego, humo, hedor, enfermedades, precariedad y derechos humanos suprimidos. Familias enteras trabajando en jornadas extendidas con sueldos míseros que oscilan entre los 12 y 13 mil pesos mensuales. Este panorama desolador se da a 40 minutos de la ciudad más rica de Argentina. Así es la vida de los trabajadores en los hornos de ladrillo del conurbano bonaerense.
Norberto Ismael Cafasso, secretario gremial de Unión Obrera Ladrillera de la República Argentina (UOLRA), manifiesta: “No hay una estadística terminada, pero calculamos que la actividad genera unos 15 mil puestos, el índice de informalidad laboral y trabajo infantil en la actividad es muy alto. Es algo contra lo que peleamos, aunque es difícil de erradicar”.
Casi la totalidad de los trabajadores ladrilleros son migrantes bolivianos, muchos son analfabetos y algunos sólo hablan quechua, condiciones propicias para que terminen formando parte de este circuito de explotación cercano a la esclavitud. Gente retraída, de pocas palabras, temerosa, sumisa y con muchas carencias son contratadas por paisanos suyos que pasaron al otro lado del mostrador y hacen usufructo del trabajo de sus compatriotas.
La combinación entre un Estado ausente, un sindicato cómplice, una sociedad indiferente y la dificultad para llegar a los lugares donde se desarrolla la actividad conforman este ámbito de trabajo, donde los derechos laborales, las condiciones de higiene y salud, y el respeto hacia las personas que sólo tienen para vender su trabajo, no existen.
Cachimbo Pela
La ampliación de la Avenida Espora desde el cruce con la calle Berlín, en Longchamps, hacia el sur hasta la intersección con Capitán Olivera, en Presidente Perón, agiliza el tránsito y facilita el acceso a los hornos ladrilleros de la zona. A los establecimientos emplazados en este sector del Gran Buenos Aires, por su envergadura y capacidad de producción, se los denomina “cachimbos”.
Avenida Espora, en el cruce con Rivera, se caracteriza por ser el límite entre el barrio y lo que se ve como un monte. Vegetación tupida, grandes arboledas y basurales a cielo abierto son la puerta de entrada a la zona rural. Esqueletos de autos incendiados, montañas de escombros, animales muertos y residuos de todo tipo marcan los márgenes laterales de la arteria mejorada con tosca, piedra y pedazos de ladrillo rojo. El olor es nauseabundo y roedores de gran porte cruzan sin temor a la presencia de humanos. Apenas iniciado el camino por Rivera, se cruza por un puente el arroyo Las Piedras y en pocos metros de recorrida una tranquera, siempre abierta, marca la entrada del cachimbo Pela.
Según la cartografía de Agencia de Recaudación de Buenos Aires (ARBA) en Ministro Rivadavia, partido de Almirante Brown, circunscripción 4, la parcela 793 tiene 205.750 m². Datos acerca de la propiedad del predio son inaccesibles. En esta hacienda se estableció hace tiempo Fidel, boliviano de 67 años, que junto a su hijo Alberto regentean el cachimbo Pela.
La tranquera siempre abierta es una característica. No temen robos, ni inspecciones, ni visitas indeseadas. Grandes arboledas flanquean el improvisado camino hecho por las ruedas de los vehículos, que entran y salen, y por el paso de los trabajadores que no duermen en el establecimiento. El hedor sigue siendo nauseabundo a medida que se ingresa, pero varía, ya no se trata de la putrefacción de cadáveres animales, sino de químicos. La “liga”, como nombran los trabajadores y dueños de las ladrilleras a los aditivos que incorporan al barro para la producción, se compone de viruta de cuero curtido al cromo, sustancia altamente contaminante y tóxica para quienes la emplean, que se deposita al aire libre en grandes montañas junto a viruta de madera, en una flagrante contravención a la ley N° 24.051 de residuos peligrosos. La manipulación de estos elementos, sin ninguna protección, genera en los trabajadores problemas respiratorios y de piel. Son comunes los brotes de tuberculosis.
El cachimbo Pela cuenta con cuatro pisaderos, a pocos metros de cada uno se depositan los elementos para la liga. Dos personas se encargan de palear el aserrín y la viruta dentro del pisadero, dejan abiertas unas canillas que se alimentan del agua del arroyo con el que se prepara el barro, mientras Filemón Flores mezcla los materiales con un tractor dispuesto a tal fin.
Entre el pisadero, las canchas y los hornos se cuentan 15 jornaleros, la piel cuarteada por el trabajo a la intemperie, las manos ásperas y la suciedad que se les pega al cuerpo y las ropas. El coqueo o acullico, costumbre arraigada en Bolivia y el norte argentino, sirve para evitar el mareo en el altiplano. Acá lo practican para mitigar el cansancio, el sueño y el dolor de las extensas jornadas laborales, que casi siempre exceden las 12 horas.
Las canchas son sectores planos del terreno donde se ponen los bloques recién armados a secarse, regadas con las mismas aguas hediondas con que se prepara el barro. A cada lado hay unos improvisados techos bajos donde se apilan los ladrillos una vez adquieren firmeza. Cada trabajador va hasta el pisadero con su carretilla, la trae llena de barro y, con un molde de madera, va armando a mano los bloques que deposita en fila en el suelo. En el barro suelen venir pedazos de vidrio, alambre, y todo tipo de residuos que generan cortes y lastimaduras. Ante un accidente se lavan con la misma agua sucia usada en la preparación del adobe y no se quejan por temor a que los manden a descansar y perder el jornal.
Entrando algunos metros más al predio se encuentra la quema. Los ladrillos ya secados al sol y que lograron firmeza son apilados. El horno se va armando con los mismos bloques, adquiere la forma de trapecio y se eleva a una altura de cuatro metros aproximadamente. En primer lugar, se arman los túneles por donde se introducirá leña y otros elementos combustibles que darán el calor necesario al carbón. En cada fila de ladrillos se agrega una capa de carbón mineral molido que cocinará el adobe.
Los túneles se alimentan por más de 12 horas con leña, pedazos de caucho y cualquier otro elemento combustible que tengan a su alcance, potenciando el riesgo de contraer enfermedades respiratorias. Este trabajo, al igual que el resto de la actividad, se lleva adelante sin respetar ningún tipo de condición de higiene y seguridad laboral. Luego se cubren las paredes del horno con chapones para evitar la fuga de calor y se mantiene así durante siete días.
El “delegado”
Cubierto de ropas viejas y sucias, mimetizándose entre los trabajadores Alberto, de unos 30 años, hijo de Fidel, es el primero en enfrentar a quien ingrese al cachimbo Pela. A pocos metros de un galpón precario de chapas, donde se almacenan tambores con combustible y herramientas varias, está estacionada la camioneta Toyota Hilux con la que se moviliza. A su lado siempre está Filemón, quien, al igual que los demás operarios, no está registrado, aunque esto no le impide ser el delegado representante ante el gremio y la patronal de los restantes 14 empleados.
Ante la atenta mirada de Alberto, Filemón, boliviano, accede a hablar. Dice trabajar en este horno hace unos ocho o nueve años. No mira a la cara a quien le hace alguna pregunta, y antes de responder mira con insistencia a Alberto. Entre ellos hay una especie de lenguaje silencioso, Filemón tiene un libreto bien armado que busca constante aceptación en el patrón. Manifiesta que su jornada no se extiende por más de ocho horas diarias. Antes de trabajar en el cachimbo lo hacía en las quintas.
Santos Albarado Quispe, secretario de Salud, Seguridad e Higiene a nivel nacional y secretario general regional para Almirante Brown y Florencia Varela de UOLRA, lo sindicó delegado del cachimbo Pela. La aceptación del cargo no salió de Filemón, sino de Alberto y Fidel.
En Ministro Rivadavia, Almirante Brown, de los 250 trabajadores que contabiliza el gremio sólo cinco están registrados. La connivencia entre empleadores y sindicato para mantenerlos en estas condiciones se ve potenciada por la ausencia del Estado.
Albarado Quispe cuenta que a raíz de un acuerdo implícito entre patrones y sindicato se convino, para no perder puestos de trabajo, permitir tener al personal sin registrar. Afirma que se arregló con la patronal que las jornadas no excedan las ocho horas, que se otorgue un franco semanal, que cobren lo mismo que los registrados, que el empleador se haga cargo en casos de accidentes de mantener el jornal durante el reposo prescripto por el médico, y que no se empleen chicos. Admite que es difícil controlar y suelen darse abusos. Lo único que pueden controlar con certeza es que no se pierdan puestos.
Dueños y patrones
Fidel mira con atención a los trabajadores y ante el mínimo signo de parate en la faena baja, los reprende, los llama, forman un semicírculo a su alrededor y les habla con dureza mientras ninguno osa mirarlo a la cara, todos al suelo. Antes de volver a montarse en la máquina, dice: “A los cholos, si no los tenés cagando, no trabajan, nosotros sí trabajábamos”. Tiene el poder de castigarlos, de dejarlos sin trabajo y no pagar ningún costo, es todopoderoso ante sus compatriotas y no muestra reparos en hacérselos saber. La relación entre el ahora patrón y sus trabajadores es de una asimetría que asombra. Hace años estuvo del mismo lado que los cholos a los que maltrata, aunque parece no recordarlo.
Mezclado entre los trabajadores, al igual que su hijo Alberto usando ropas que lo mimetizan, está Fidel. Subido a un autoelevador, transporta los ladrillos que formarán parte del horno. A pocos metros está estacionada otra Hilux que usa a diario. Parco, corto de palabras al igual que sus compatriotas, este hombre de 67 años dice dedicarse a esta actividad desde que tiene recuerdos. Primero trabajó para los portugueses, desde muy chico hasta los 35 años. A partir de ese momento, empezó en el predio que ocupa actualmente, del que asegura ser propietario.
Es habitual que los dueños de los cachimbos se arroguen la propiedad de las grandes extensiones de terreno que utilizan, pero carecen de documentación legal que lo avale. El secretario de Medio Ambiente de Almirante Brown, Máximo Lanzetta, sostiene: “Esta actividad tiene muchos problemas con la titularidad del suelo. Hay diferentes tipos de tenencias precarias que se aducen, con boletos de compra-venta difíciles de comprobar”.
Al tratarse de una actividad que decapita la primera capa del suelo, éste se agota. Al llegar al límite de capacidad de la tierra, suelen hacerse expediciones a otros campos de la zona en la búsqueda de materia prima. Los problemas que esta práctica genera se dirimen, mayormente, a fuerza de escopeta y revólver. Hasta el momento no hay registro de heridos por estas disputas, seguramente por el silencio y hermetismo que envuelve a la actividad. Nadie denuncia. Los problemas de paisanos se arreglan entre paisanos.
Quienes sí denuncian estas expediciones ante las autoridades son los quinteros. Se encuentran alejados de los cachimbos, pero también son víctimas de su accionar. Lanzetta cuenta que intervinieron en varios casos aplicando clausuras a los establecimientos de quienes salen a cazar tierra. Medida que es virtual, porque el trabajo en los hornos es constante y no merma ante una faja de clausura en la tranquera de acceso.
Alrededor de las 20, la oscuridad se adueña del monte. Ya no se oye el canto de las aves, su lugar lo ocupa el estridular de los grillos. La jornada llega a su fin, aunque no para todos. Sólo se puede ver, con esfuerzo, alrededor del horno que sigue ardiendo y permanecerá así durante varias horas. Cuatro trabajadores se mantendrán ahí alimentando el fuego hasta bien entrada la madrugada. Estas horas extra de trabajo no son pagas, forman parte del jornal. Al igual que el trabajo de sereno que hacen las dos familias que viven acá.
A un lado del galpón, dos piezas precarias serán cobijo para los trabajadores que viven, con sus familias, en el cachimbo. El baño compartido no es más que cuatro paredes con un techo de chapas oxidadas que se mantiene ante el embate del viento por la fuerza de la gravedad, el peso y la resistencia que le aportan las piedras y ruedas depositadas sobre él. El resto de los trabajadores empieza a retirarse. Algunos en bicicleta. Otros con los pies pegados al suelo, las cabezas gachas, las espaldas vencidas y la certeza de que mañana nada será diferente.
Semi recostado en una cama de la que no puede moverse por cuenta propia, Santiago Siciliano sonríe mientras acomoda sus piernas cubiertas de vendas. “Este yeso está cubriendo una operación que me hicieron el viernes, en la que intervinieron en la rodilla y en la tibia a la altura del tobillo. En la rodilla izquierda también hicieron una intervención pero fue más leve, percutánea, no me abrieron”, comenta, y procede a enumerar las múltiples lesiones que tiene en su cuerpo: triple fractura de pelvis, fractura de maxilar y de la órbita ocular derecha, fractura del hemisferio lateral derecho del cráneo. Sobre su sien derecha tiene una inflamación más que visible, allí donde la parte de hueso roto fue removida para que el cerebro inflamado tuviese menos presión. “Lo que ves acá es parte del cerebro y parte de inflamación por líquido encefalorraquídeo, que es un líquido no nocivo que se produce a diario en el cerebro, que lo lubrica y lo envuelve; pero quizás haya una fisura que no lo deje drenar como se debe.” Santiago explica su estado repitiendo los términos que aprendió de escuchar a los médicos durante los últimos dos meses, desde que está internado en el Hospital Fernández. Habla con cierta emoción, porque aprender, de alguna forma, medicina es una de las pocas cosas que puede hacer: “Me siento incapacitado para hacer un montón de cosas por mi estado físico. Yo siempre fui muy activo, muy fuerte, y estar así es como no reconocerme: ‘¿Quién soy?’ Eso me afecta también en la parte emocional y psicológica.”
No le da vergüenza hablar ni se siente cohibido, incluso dice que le gusta hablar de lo que le pasó, de lo que está pasando y de lo que le tocará atravesar a futuro: más intervenciones quirúrgicas; un largo proceso de rehabilitación tanto física como psicológica; y toda una vida por delante que de repente parece una segunda oportunidad inesperada. Por otra parte, su familia comenta que antes del accidente, Santiago era mucho más introvertido, que las lesiones en el cerebro le desactivaron algún que otro filtro entre sus pensamientos y el habla. El humor ácido se hizo característico en sus conversaciones y herramienta para sobrellevar su situación. “Creo que es el único momento en que te ponés a pensar en todo, porque con todo esto de los dolores, que te vienen todo el tiempo los médicos y las visitas, no tenés tiempo de procesarlo”, reflexiona Rocío, la novia de Santiago, quien parece vivir también en aquella habitación de terapia intermedia.
Decir “accidente” es un eufemismo. Accidente es un suceso no planeado ni deseado que provoca daños. En la madrugada del domingo 8 de septiembre, Eugenio Veppo manejaba por la avenida Figueroa Alcorta a 130 km/h, casi el doble de la velocidad máxima permitida en avenidas. Manejaba como si no hubiese mañana, como si nada importase ya en su vida -o en la de nadie-, mientras pasaba semáforos en rojo y esquivaba y sobrepasaba autos por el lado derecho -algo también ilegal-. Es difícil sostener que el desenlace no era previsible.
Quizás pasaba a otro auto cuando, llegando a la esquina de Tagle, divisó el móvil de Tránsito y el control de alcoholemia, demasiado cerca ya como para volantear y esquivarlo; ni hablar de intentar frenar. Quizás, habiéndolo visto, decidió escapar sin notar a los dos agentes que se encontraban cumpliendo con su trabajo. Pero, en definitiva, el auto de Veppo embistió violentamente a Cinthia Choque, de 28 años, y a Santiago Siciliano, de 30. El conductor huyó sin detenerse en ningún momento, y se entregó recién 14 horas después de lo sucedido.
Esa noche, Santiago salvó su vida. Cinthia no tuvo la misma suerte. “A ella la agarró de lleno y la hizo rebotar contra el móvil de tránsito y cayó sobre el cordón. A mí me chocó del lado derecho: volé desde el segundo carril y terminé en la mitad de la vereda, volé como 8 metros; y caí con este mismo lado, con el lado derecho, o sea que di como un giro”, relata Santiago, el único que aún puede contar en primera persona lo acontecido durante esa madrugada.
Sin embargo, no recuerda nada del accidente. Todo lo que sabe es lo que le contaron y lo que él mismo pudo observar en los videos de las cámaras del Gobierno de la Ciudad, los mismos que se repitieron una y otra vez en los medios de comunicación. “Lo último que recuerdo es que salí de mi casa rumbo al trabajo y después de ahí nada hasta que me despierto en terapia intensiva”, explica, dando cuenta de un “bache” de 11 días -los 11 días que permaneció en coma inducido. “Me dijeron que lo que sufrí es como una especie de bloqueo temporal de trauma: fue tan feo ver morir a mi compañera y verme a mí, fue tan traumático que la memoria lo bloqueó, como que cortó todo un segmento”, dice.
«Hay un aparato terrorífico montado por el Ejecutivo que intenta meterle miedo a mis compañeros», denuncia Siciliano.
Hay otros videos en los que se ve mejor el momento en que los agentes son atropellados: cámaras de la TV Pública y de los edificios de la zona que fueron solicitadas por la policía durante la investigación. La mamá de Santiago, Patricia, los vio durante una audiencia a la que tuvo que asistir mientras su hijo luchaba por su vida en el hospital, y dijo que eran “shockeantes”. Él no quiere verlos, no tiene ganas. Tampoco tiene intención de intentar recuperar aquellos recuerdos que le faltan.
Por su parte, Eugenio Veppo afronta una causa por “homicidio simple con dolo eventual y lesiones agravadas”, un delito no excarcelable que lo enfrenta a un pena posible de entre 8 y 25 años. “Le tocó un juzgado con fiscales muy de ley, muy estudiosos y serios”, responde Santiago a la pregunta sobre si cree que se hará justicia por él y por Cinthia. Y agrega, irónico: “Por lo menos no va a chocar a nadie más.”
Santiago reconoce que fue afortunado. No sólo en cuanto a haber sobrevivido, sino a la calidad de vida que tendrá en adelante: “Yo llego acá el domingo a las 3, 4 de la mañana y voy a terapia intensiva. Los médicos creyeron que podía tener un edema en el cerebro, me hicieron una resonancia y, a causa de eso, decidieron sacar el hueso y sacaron también dos coágulos. Eso era muy peligroso. Si el SAME no hubiese venido rápido y no me hubiesen operado cuando lo hicieron, los daños hubieran sido irreversibles. Pero el Hospital Fernández es uno de los mejores hospitales públicos y tiene una de las mejores terapias intensivas de Latinoamérica. Todos me dijeron que lo mejor que me pasó es que me traigan a este.”
“Yo creo que si buscás un por qué, no vas a encontrar una respuesta. Lo único que puedo decir es que estaba en el lugar equivocado, en el momento equivocado, y que esta persona -si querés un porqué, ahí hay-; esta persona, Eugenio Veppo, fue y es un inconsciente, un imprudente y maneja un egocentrismo que desvaloriza totalmente su vida y la vida de los otros ciudadanos”, dice Santiago. Sobre Veppo, además de decir que es un cobarde, no hace mayor mención. “A veces pienso también que son momentos para renovarse, como para volver a empezar, tomarlo como una enseñanza del universo y pensar ‘y bueno, me pasó a mí, me tocó esto’ y para mí es una lección, me hace ver un montón de cosas mías y de mi entorno.”
“Lo ilógico es que Larreta haya sacado el 55% de votos con todo este prontuario que se vislumbró”, se asombra Sicialiano.
El accidente que terminó con la muerte de Cinthia Choque y con las graves lesiones de Santiago Siciliano también trajo a la luz la precariedad laboral de los agentes de Tránsito. “La visibilización de la precarización con la que trabajamos en el Cuerpo de Tránsito, a partir de lo que nos pasó, lo considero como algo positivo, pero me apena mucho que haya tenido que pasar una tragedia de esta índole para que la gente realmente sepa en qué lugar estamos parados nosotros”, dice Santiago, haciendo referencia a los múltiples prejuicios que la sociedad tenía de ellos, tales como que cobran por cantidad de multas realizadas. Nada más alejado de su realidad, en la que el 70% de los agentes -aproximadamente unos dos mil- es monotributista: a pesar de que la Ley de Empleo Público 471/00 indica que la contratación por locación de servicios en modalidad de monotributo no puede extenderse por más de doce meses. Santiago lleva tres años de monotributista y Cinthia Choque murió con 6 años de monotributo a sus espaldas.
No solo la modalidad de contratación es precaria, sino que las condiciones de trabajo a las que se enfrentan día a día también son deficientes. Para Santiago “es un riesgo constante”: “Nosotros no teníamos ni ART en ese momento. ¿Cómo puede ser que una de las profesiones más arriesgadas, más expuestas del país no tenga acceso a una cobertura real, que necesita? Casos no tan graves como este, pero de agresiones, de accidentes y de insultos pasan a diario. Y la gente no lo sabe tampoco, parece que tiene que morir alguien para que se enteren de estas cosas.”
Frente al panorama electoral reciente, Santiago es contundente: “Lo ilógico es que Larreta haya sacado el 55% de los votos teniendo todo este prontuario que se vislumbró.”
El 9 de septiembre, un día después del accidente, los compañeros de los agentes atropellados se movilizaron hacia Corrientes y 9 de Julio, lugar en el que cortaron la calle, exigiendo justicia y reclamando contra la precarización laboral. “Mis compañeros estuvieron muy bien”, opina Santiago. “Se conmovieron porque saben que les puede pasar a ellos también. No quisieron hablar ni con supervisores ni con delegados del gremio SUTECBA -el gremio no nos representa a los monotributistas. Entonces, se juntaron en asambleas y eligieron voceros para que organicen este tipo de movilizaciones.”
Las marchas y la situación que tuvo -tiene- a los agentes de Tránsito como protagonistas fueron visibilizadas en su momento por los medios. Sin embargo, pronto quedaron relegadas tras noticias más recientes. Tampoco hubieron más movilizaciones, y así lo advierte Santiago: “Ahora no veo más de eso, pero también hay un aparato terrorífico que viene por parte del Ejecutivo, la conducción de Tránsito -son los supervisores, coordinadores, jefes de base, gerentes, de ahí para arriba-; e intentan meterle miedo a los chicos. De hecho, ese día que cortaron, aparecieron el gerente operativo, gente del gremio y jefes de base, y les decían a los chicos: ‘No, esta no es la manera, levanten el corte ya’. Yo me estaba muriendo, Cinthia estaba muerta, ¿qué orden iban a tomar los chicos? Estaban muy enojados.”
El problema surgió más adelante, cuando la furia espontánea fue dejando lugar al miedo frente a la posibilidad de perder la fuente de trabajo. Según cuenta Santiago, “empezaron a tomar venganza” y laboralmente los exigen más, no solo con el tiempo sino con la complejidad de los operativos y las sanciones.” Si bien, por un lado, se visibilizó la situación, las consecuencias a largo plazo fueron negativas.
Rocío, novia de Santiago y también agente de Tránsito, denuncia que tomaron represalias en su contra por haberse manifestado y haber reclamado por sus derechos. “Son cosas que nos corresponden y que ellos todo el tiempo las querían tapar. Pasó esto y ahora salió a la luz, todo el concepto que la sociedad tenía para con nosotros, cambió: ahora nos paran y nos preguntan por Santi. No solo eso sino que dicen palabras de aliento.” Las acciones de las autoridades lograron que la lucha por mejores condiciones de trabajo mermara hasta desaparecer: “Dividen a los chicos que están trabajando, los hacen pelear entre ellos generando conflictos que no existen para que se divida todavía más la lucha. Y eso fue lo que pasó: se dispersaron por las amenazas de que van a dar de baja los contratos si siguen con la misma modalidad, todo eso a los chicos que son nuevos les llega, los condiciona. Los tienen asustados.”
Sin embargo, y a pesar de todo lo sucedido, ningún funcionario del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires se hizo responsable por lo sucedido. Ni Horacio Rodríguez Larreta, jefe de Gobierno; ni Diego Santilli, vicejefe de Gobierno; ni Juan José Méndez, secretario de Tránsito. Ninguno se comunicó con Santiago Siciliano, agente de Tránsito y empleado público, sobreviviente de una situación ocurrida mientras cumplía sus funciones como tal. “Todavía estoy esperando que se abra la puerta y aparezcan, pero no pasó hasta ahora. Del Cuerpo de Tránsito, estaban todos el domingo acá, pero haciendo ofrecimientos de subirme el sueldo, pasarme a planta, por ese lado. Querían callarme. Pero eso fue todo. Yo desperté y no vi nunca más a nadie.” Y Santiago está lejos de querer callarse: “Quiero que se difunda lo que me pasó a mí, y también me gustaría que la gente sepa realmente quiénes somos, la modalidad de contratación que tenemos con el gobierno y toda la precarización de la que somos víctimas.”
A futuro no se ve encabezando la lucha ni nada parecido. Lejos de eso, su prioridad es recuperarse y afrontar el largo período de rehabilitación que tiene por delante. Dedicarse a la música por completo es su objetivo a largo plazo. Sin embargo, desde su posición y a partir de lo que le tocó vivir, Santiago alza la voz por él, por Cinthia y por sus compañeros, para que la realidad se conozca y el cambio encuentre lugar.
“La música me salvó la vida y creo que esto le puede pasar a todo el mundo», dijo Malena D´Alessio.
El Centro Cultural de la Cooperación se cubrió de recuerdos y reflexiones en el ciclo Memoria Identidad, organizado por Abuelas de Plaza de Mayo, ANCCOM y La Cultural, un espacio de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Allí, dos mujeres, Malena D´Alessio, cantante de hip hop -ex integrante del grupo Actitud María Marta- y Lorena Battistiol, quien busca un hermano o hermana nacido en cautiverio durante la última dictadura, compartieron el último jueves retazos de sus historias como hijas de desaparecidos y su relación con la música. El cierre musical estuvo a cargo de las voces de D’Alessio y Mariana Debenedetti con una fusión de ritmos latinoamericanos y rap.
“Me acerqué a la casa de las Abuelas en el año 2000 porque tenía ganas de hacerme cargo de esta historia”, comenzó diciendo Battistiol y relató el recorrido que la llevó a participar de la lucha por los derechos humanos y a continuar la búsqueda de su hermane nacide en cautiverio. Ambas entrevistadas coincidieron sobre la forma en que fue tratada la desaparición de sus padres y hermane en el caso de Lorena, y de su padre en el de Malena D’Alessio: “Fue un tema muy difícil de abordar, de muchos silencios”, explicó la artista. Sin embargo, en ambas historias fueron las abuelas quienes pudieron recordar, hablar y seguir nombrando a los desaparecidos. “Mi familia intelectualizaba mucho todo pero mi abuela hablaba y podía llorar. Lo que a uno le debería suceder ante semejante tragedia. A mi abuela le debo mi salud mental”, sostuvo la Malena. Battistiol conmovió a todos y todas las presentes al narrar la relación con su abuela, quien la crió luego de la desaparición de sus padres. “Mi abuelo tenía muchos miedos. Mi abuela salía a la calle, hacía reclamos, iba a las comisarías, a los tribunales, a los hospitales. Tenía el coraje de hacerlo”, contó entre lágrimas que contagiaron al público. Casi como una reflexión conjunta de quienes estaban en la sala quedó claro que las experiencias personales de estas mujeres eran representativas de lo que a toda la sociedad argentina le sucedió gracias a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo: ellas echaron luz a un tema que estaba vedado. “Le debo mi salud mental a mi abuela, y creo que la salud mental de este país también se la debemos a ellas”, concluyó la cantante.
“En mi caso se cruzan las dos identidades que nos convocan, me dedico a la música pero también soy hija de desaparecido”, esclareció D’Alessio sobre la relación que la música tuvo con la conformación de su identidad. La identidad es un tema que se ha replanteado mucho a lo largo de su vida. Por un lado, quiso reconocerse como hija de desaparecido y pisar fuerte para reivindicar la lucha de su padre en una sociedad que aún reproducía muchos discursos negacionistas. Su comienzo en la música se dio en paralelo a este momento de la percepción de su identidad. Pero luego advirtió que quien era no pasaba únicamente por allí y recorrió otros caminos para desetiquetarse, para acercarse a otros rincones que la hacen ser quien es hoy. D’Alessio entendió que “no soy sólo hija de desaparecido, soy un montón de otras cosas. En esa lucha de poder construir la identidad de uno es cuando transcurre la vida”. Para Lorena su acercamiento a la música fue y es muy distinto. “No tengo cultura musical, lo mío es el reggaeton, bailar. Me gusta la música pedorra”, confesó. A partir de allí el intercambio giró en torno a la pregunta de por qué desvalorizar así a una música que habla de la vida cotidiana de los pueblos latinoamericanos
“Siempre me interesó ser partícipe de esas culturas donde el baile y la música forman parte de la vida constantemente”, reflexionó D’Alessio. Para ella, la mirada eurocéntrica que caracteriza a la Argentina siempre mira con cierto desprecio a la cumbia, al reggaeton y a otros ritmos que tienen sus raíces en las culturas afros. “No creo que sea música pedorra. La cuestión de los derechos humanos también implica cuestionarnos qué es la música culta, representada en nuestro país por un teatro llamado Colón” puntualizó, haciendo hincapié en el nivel de eurocentrismo y racismo hegemónico en la sociedad. La infancia de D’Alessio estuvo fuertemente marcada por la música: primero rock nacional, después conoció “la música negra”, hasta que ese recorrido la llevó al hip hop que le cambió la vida: “Me generó una sensación como el enamoramiento”. Ahí encontró una forma de hacer catarsis real que le reveló que no sólo podía escuchar música, sino también crearla. “La música me salvó la vida y creo que esto le puede pasar a todo el mundo, no sólo a mí. Sobre todo la música pedorra”, dijo haciendo reír al público y sobre todo a Battistiol. Las formas en que las identidades se construyen se hacen presentes en todos lados, tanto en la búsqueda de reconstruir su pasado o de conocer su historia, como al rescatar ritmos latinoamericanos que son parte de la cultura del continente y del país.
“Los problemas no sólo hay que hablarlos, también hay que bailarlos”, le sugirió D´Alessio a Battistiol.
El momento más emotivo se dio cuando Battistiol habló de sus abuelos, de las vivencias cotidianas siendo criada junto a su hermana por ellos y con el gran peso de sus padres desaparecidos. “Había dos momentos que se repetían todos los años donde mis abuelos lloraban” empezó, con una sonrisa llena de lágrimas. El primero era cuando su abuelo les enseñaba las tablas y a ellas les costaba aprenderlas. Su abuelo lloraba de impotencia. El segundo, era todos los 24 de diciembre a la noche. “Ellos se acostaban a dormir temprano y a las doce íbamos con mi hermana a despertarlos para brindar”, contó entre lágrimas, dando a entender lo mucho que los movilizaba esa fecha. Y agregó: “Creo que era la Navidad, el nacimiento, la esperanza. Siempre preferí que llegara año nuevo para no pasar por eso todos los años”. Ante su angustia, que se contagió a los presentes, D’Alessio apoyó la mano en su pierna y le sonrió. “Es bueno hablar de las tragedias y cuestionar dogmas instalados en la sociedad como la idea de que los adultos no lloran”, señaló. Para ella en el país no hay muchos espacios para canalizar esas cuestiones que, a veces, encuentran salida en forma de llanto, de música e incluso de baile. “Los problemas no sólo hay que hablarlos sino que hay que bailarlos”, alentó a su compañera.
En toda la charla, Malena D’Alessio y Lorena Battistiol dejaron claro que de adolescentes no se hubieran llevado bien. Sus gustos, su forma de ser y de enfrentar la cuestión identitaria que las recorre eran muy diferentes en esa época. Sin embargo, la adultez las encuentra trabajando juntas, apoyándose desde una historia compartida y colectiva que las acerca. Actualmente Lorena Battistiol forma parte de Abuelas de Plaza de Mayo, milita la causa y busca a su hermane desaparecide. “Antes yo era sólo hija de desaparecidos, a partir de mi incorporación a abuelas comprendí muchas cosas. Me hice cargo de buscar a mi hermane”, aseguró. Por otro lado, Malena D’Alessio ve la lucha por los derechos humanos de una forma mucho más rupturista: “Sentí que la mejor manera de hacer una continuidad con la lucha de mi papá era hacerlo a mi manera; recrearlo desde un lugar diferente”. Y confesó que en la agrupación HIJOS se sentía parte pero también a parte, porque el reclamo era desde una continuación de la lucha de los padres desaparecidos y para ella “la mejor manera de ser efectivo para incidir en la realidad y modificarla es rompiendo con la anterior, deconstruyendo la identidad que te viene”.