Jun 18, 2019 | Culturas, Novedades

En el espacio pública de la Ciudad de Buenos Aires se emplazan 2.200 monumentos, obras de arte y estatuas.
Cuando se abre la puerta del inmenso galpón sale un olor a acetona que golpea con fuerza, como en un salón de belleza. Obliga al visitante a abrir bien los ojos para combatir el picazón. De fondo suena una canción en una radio de esas que ya no se venden más, agregándole melancolía al lugar. En la pared hay una foto de Perón junto a una de San Martín y a sus pies se amontonan abrigos mojados de una mañana lluviosa.
A principios del siglo XX, una tarea clave dentro de la planificación urbana de “La Reina del Plata” o “La París de América del Sur” –tal cual los pomposos apodos surgidos por entonces– fue poblar los espacios públicos con obras de arte. Para ello las autoridades convocaron a figuras de renombre mundial, compraron esculturas y familias adineradas donaron otras. Pero la intemperie, el vandalismo y el tiempo (algunas datan del siglo XIX) hacen lo suyo, y aquí entra en escena la Coordinación de Monumentos y Obras de Arte (MOA), en cuyo taller se restauran estatuas, bustos, jarrones y placas emplazados en las calles de la Ciudad de Buenos Aires.
El coordinador operativo del espacio, Jorge Grimaz, de aspecto pulido y sonrisa amable, muestra el taller con el cariño de quien está en su casa y cuenta que el MOA se creó en 1953, que originalmente funcionaba en Dorrego y Figueroa Alcorta, bajo las vías del ferrocarril, hasta 1982, cuando se mudó a esta casona aislada, que parece estar en el campo y que en su origen fue la morada del personal de la hacienda de Juan Manuel de Rosas. Ubicada en Adolfo Berro 3880, al interior de la Plaza Sicilia, muy cerca del Jardín Japonés, hoy alberga a 25 trabajadores, la mayoría escultores egresados de Bellas Artes, personas de oficio y familiarizadas con distintas técnicas.

En el MOA trabajan 25 artistas dedicados a restaurar estatuas y monumentos.
En una esquina donde se amontonan cabezas y partes de esculturas se puede ver, recostado, al Eternauta, un residente permanente del taller. Solo, sin pies que lo sostengan, sin nadie que lo mire, esperando volver a la luz del sol. Formaba parte del Paseo de la Historieta en Costanera Sur. Fue reparado una y otra vez. “Es de un material muy frágil: no es apto para estar al aire libre, se decolora y no resiste los golpes”, explica Grimaz mientras observa con un afecto casi paternal al legendario Juan Salvo en versión de resina poliéster.
Apenas se ingresa al área principal aparece una estatua imponente pero que se ve frágil. Es Dioniso –o Baco–, el dios griego del vino que normalmente se exhibe en el Ecoparque. Después de años de descuido y falta de mantenimiento, fue trasladado al taller para un decapado que consiste en sacarle el exceso de pintura. “Lleva mucho tiempo. Es un trabajo artesanal de aproximadamente 60 días. Hay una artista que se ocupa solamente de esta obra. Puede ser muy agotador estar con formón y un martillo todo el día”, afirma Grimaz y señala a la mujer que lo está haciendo.
Mientras sostiene un molde de caucho con forma de pata de ciervo, cuenta que uno de los monumentos más vandalizados es el de Bolívar, del Parque Rivadavia, porque está expuesto a constantes grafitis. El equipo del MOA utiliza removedores biodegradables de pintura para no dañar la estructura de soporte. La labor es ardua. Se intenta siempre que los arreglos vayan en línea con la pieza original, por lo que se usan materiales como cemento o poliéster, baratos y resistentes.

De tan añejas que son o de tantas veces que fueron reparadas, algunas obras ya no se mueven del MOA.
En la época en la que quiso convertir a Buenos Aires en un museo al aire libre, se instalaron muchos objetos de mármol que hoy padecen los efectos del tiempo, como el busto de Saavedra y el de Belgrano que descansan en el piso del taller. Hasta 2017 el primero estaba en el Parque Saavedra y el segundo en una plaza de Belgrano, pero el clima comenzó a dañarlos. La cabeza del creador de la bandera nacional está erosionada y las facciones de su rostro se han ido borrando. Las dos piezas van a quedarse en el MOA para ser preservadas como es debido y ya se realizaron copias de cemento blanco que las van a reemplazar.
El MOA trabaja en varios proyectos en simultáneo. Ahora se aboca a la Carta Magna –para lo cual ya colocaron un andamio en Avenida del Libertador y Sarmiento– y al monumento del General Alvear, una de cuyas partes está en el taller. Jorge detalla que los titanes de casi tres metros que lo conforman tuvieron que ser llevados allí porque era muy complicado repararlos en el lugar. El grueso de las obras de bronce, además, tiene anclajes de hierro, que hace que se oxiden y se rompan, por lo aprovechan para cambiarlos.
El patio que da hacía el verde de Plaza Sicilia sirve de resguardo al pequeño paseo de estatuas que se sitúa en la entrada. Muchas viven ahí. “Preferimos que el público interesado las vea aquí a que sigan en el lugar original sometidas a un daño irreversible”, dice Grimaz y señala una, Diana Fugitiva, que estaba en Parque Lezama y era vandalizada: “La vamos a tener aquí. Al menos hasta que mejoren las condiciones de seguridad”, remarca.
“Nuestro trabajo es preservar la memoria. Dentro de las 2.200 obras hay trabajos sublimes de distintos artistas, de Rodin, Botero o Minujín. Es casi un deber cuidar este patrimonio, este museo al aire libre que tenemos”, afirma Grimaz. Los artistas del MOA, que no se desconcentran un segundo de su trabajo, parecen tomárselo al pie de la letra.

Jun 14, 2019 | DDHH, Novedades

Javier Matías había sido secuestrado junto a su madre en las cercanías de la ESMA en diciembre de 1977.
La noticia se hizo esperar. El pasado lunes, las Abuelas anunciaron desde su cuenta oficial de Twitter una nueva restitución, la número 130. Pero no se daría a conocer al nieto sino hasta la conferencia de prensa, pautada para las trece horas de este jueves. Y si tres días de incertidumbre parecieron ser muchos para nosotros, cómo imaginar la espera de Roberto Mijalchuk, que aguardó durante cuarenta años un llamado telefónico que finalmente llegó en 2016.
La historia del nieto 130 está signada por la matemática, la búsqueda, los teléfonos y los abrazos. Javier Matías Darroux Mijalchuk siempre supo que sus padres eran desaparecidos, pero no tenía interés en comprobarlo. Él estaba conforme con su vida. Tardó treinta años en comprender su egoísmo, según mencionó en la conferencia, porque su identidad no sólo es importante para él, sino también para la familia que lo busca, que no sabe si está vivo, que sueña todos los días con abrazarlo y que, en este caso, estaba representada por su tío Roberto, siempre esperando al otro lado de la línea telefónica.
Roberto Mijalchuk es hermano de Elena Mijalchuk, la madre de Javier Matías, quien desapareció con su hijo, al igual que su marido Juan Manuel Darroux, en diciembre de 1977. «Yo mismo la llevé al lugar de la desaparición, en la calle La Pampa entre Lugones y Figueroa Alcorta», confesó luego Roberto a ANCCOM. Juan Manuel, su cuñado, había desaparecido días antes y a ella le había llegado una carta con la firma de su esposo diciendo que vaya a esa dirección. Desde entonces, con 19 años, Roberto busca a su hermana, quien además de tener a Javier Matías en los brazos, estaba embarazada de dos meses. Las esperanzas de encontrarla tanto a ella como a su cuñado fueron desapareciendo con el tiempo, explicó durante su intervención en la conferencia. Pero no así las de recuperar a Javier Matías. Es por ello que conservó siempre la misma línea telefónica. “La tenía mi hermana, la tenía mi cuñado y si mi sobrino estaba vivo seguramente se la habrían pasado”.

El nieto 130, Javier Matías, estuvo acompañado en la conferencia de prensa por sus dos tíos.
En octubre del 2016 la sede de Abuelas de Córdoba citó a Javier Matías para darle la noticia que ya todo su entorno imaginaba. Con un 99,9% de compatibilidad genética, era hijo de desaparecidos. Siempre intuyó, por irregularidades en la información de su nacimiento, que sus padres habían sido secuestrados en la dictadura. Tenía noción de que una señora lo había encontrado a tres cuadras de donde, se supo después, Roberto había dejado a Elena aquella tarde de diciembre de 1977. “Imaginate qué tuvieron que hacerle para que abandone a su hijo”, reflexiona Roberto con ANCCOM. “Para mí la información siempre implicó más dolor», termina. Desde entonces, una familia adoptó a su sobrino, lo crió y hasta lo acompañó este jueves en la conferencia.
En cuanto las Abuelas le comunicaron la noticia a Javier Matías, le dieron el número de su tío, que vivía en Caseros. A Roberto también le dieron el número de Javier Matías, pero le advirtieron que no era él quien debía llamar. Siempre se respetan los tiempos del nieto y se espera a que sea él quien inicie la comunicación. No fue este el caso. Javier Matías no se animaba y Roberto violó la regla. Marcó y llamó. «¿Hola, Javier?» Pero quien atendió no fue Javier Matías, sino Vanina Fasulo, su compañera.
Vanina y Javier Matías se conocieron cuando ella tenía 21 años y él 23 en la Facultad de Filosofía de Córdoba y desde entonces están juntos. Ella fue una de las primeras personas en insistirle que debía hacerse el examen de identidad. «Era una posibilidad y conocer los orígenes siempre está bueno. Encontrar la verdad es sanador», expresa a ANCCOM. Explica después por qué, si la restitución se produjo en 2016, recién ahora se hace público el caso: «La investigación sobre los padres está estancada, no hay datos. Es una cuestión de respeto». Justamente decidieron hacer la conferencia para difundir la situación, con la esperanza de que sirva para encontrar datos y compañeros de Elena y Juan Manuel, que puedan aportar anécdotas, vivencias, experiencias, «armar el rompecabezas», define Javier Matías casi al término de su exposición. Para Roberto, que está sentado a su lado y tomado fuerte de su mano, es un día de alegría, pero también de duelo. “Todavía tengo una hermana y un sobrino que, hasta donde pude llegar a averiguar, fue adormecida y tirada en un vuelo de la muerte en el Río Paraná, con el hermano de Javier en su vientre”., dijo. Javier Matías lo sabe muy bien, lo charlaron previamente y por ello expresa “la alegría es siempre parcial, porque el hecho de encontrarme a mí significa que nunca va a volver a ver a su hermana». Y sigue: «La restitución de mi identidad es, para mí, un homenaje a mis padres, una caricia en el alma, un símbolo de memoria, verdad y justicia. Es un abrazo con mi tío después de 41 años. Sí. Abuelas son abrazos». Abrazos que hoy ya suman 130. Cada uno significa una familia reencontrada, una identidad restituida, y una exhortación a no negociar la memoria, la verdad y la justicia.

Vanina Fasulo, la pareja de Javier Matías, fue quien lo impulsó a realizarse los análisis genéticos.
Tras el llamado de aquel octubre de 2016, Javier Matías y Roberto quedaron en encontrarse al siguiente viernes. “¿Sos vos Javi?” Fueron las únicas palabras que resonaron antes del abrazo que repetirían una y otra vez durante la conferencia. “Roberto nunca bajó los brazos”, mencionaba Javier Matías. A su lado, Roberto, como ilustrando lo que su sobrino acababa de expresar, tenía los brazos levantados, bien en alto aunque temblando, con las fotos de su hermana y su cuñado. Al mismo tiempo lloraba. Pero no era el único. Toda la sala también lo hacía. Y lo volvió a hacer cuando Roberto tomó la palabra. Todos menos Estela de Carlotto que, emocionada, sentada al lado de Javier Matías, sonreía.
Cuando no está tomando mates con su familia, Roberto enseña matemática en la universidad. Durante sus clases le explica a sus alumnos cómo calcular las variables X y Z. No obstante, lo que no todos saben, es que entre la X y la Z hay una Y. «Un desaparecido es un muerto que vuelve todos los días. No es alguien que, como dijo Videla, no está. No es ni X ni Z. Es la letra Y. Y Matías es la letra Y. Mati no era una incógnita. Era una incógnita en dónde lo abandonaron y qué hicieron con él». Pero ni en las matemáticas existe algo que las Abuelas no puedan. Tras varios años, despejaron la X, descartaron la Z y Matías apareció en la vida de Roberto. Para ya no irse nunca. Nunca más.

Roberto, el tío de de Javier, muestra las fotos de su hermana Elena Mijalchuk y su cuñado, Juan Manuel Darroux, aún desaparecidos.
Jun 14, 2019 | DDHH, Novedades

Ya transcurrieron diez audiencias en el juicio que investiga las violaciones de los derechos humanos de los detenidos en la Contraofensiva montonera.
Los familiares de las víctimas llenaron la sala. Minutos antes del inicio de la audiencia –que se retrasó una hora– se repartieron carteles con el nombre y el rostro de los desaparecidos por los que reclaman justicia, todos secuestrados, torturados y asesinados en la marco de la Contraofensiva montonera, entre 1979 y 1980. Minutos después de las 10, con los jueces del Tribunal Oral en lo Criminal Federal N° 4 de San Martín en el estrado, comenzaron los testimonios.
El primero fue el de Carlos Cremona, un ex militante de Ligas Agrarias del nordeste argentino que, con el golpe cívico-militar de 1976, debió esconderse en el monte del Chaco. Como tantos de sus compañeros, padeció la persecución política de las fuerzas de seguridad. Ligas Agrarias agrupaba a los pequeños campesinos de la zona que luchaban por los precios de sus cosechas, fundamentalmente de algodón. “La represión se orientó a acabar con esa organización para favorecer al agronegocio que en ese momento estaba en manos de empresas como Bunge & Born”, explicó.
Cremona se quebró al evocar la dura estadía en el monte: “Vivíamos con lo justo, pero aun así teníamos que cargar unas mochilas muy pesadas. Llevábamos frazadas, algo de ropa y comida, pero sólo para asegurarnos que coma nuestra hija”. Su esposa debió allí ser asistida solamente por él. Sin embargo, tuvieron que encargarle a una familia campesina que cuide de la beba porque era imposible que sobreviviera en esas condiciones. Así estuvieron de 1976 a 1979 hasta que Cremona logró exiliarse en España, pero al poco tiempo regresó para ayudar a sus compañeros a escapar del país. De 1980 hasta casi el fin de la dictadura estuvo preso en la cárcel.

El abogado Pablo Llonto, uno de los representantes de la querella.
El segundo testigo fue Oscar Alberto Mathot, quien en la década del 70 fue parte de la presidencia de la Federación Estudiantil de la Universidad del Nordeste Argentino y de la Juventud Universitaria Peronista. También permaneció escondido en la selva chaqueña hasta 1978, cuando huyó a España y donde tomó contacto con la Junta Reorganizadora de las Ligas Agrarias. Con otros compañeros, entre ellos Cremona y Remo Vénica, decidieron retornar al país para retomar la militancia. “Creíamos que la dictadura iba a ser pasajera, como las anteriores. Suponíamos que en algún momento iban a llamar a elecciones”, señaló Mathot. Pero el triunfo de Reagan en 1980 en Estados Unidos nubló sus expectativas. La Junta Militar ahora contaba con un sostén, a diferencia de Jimmy Carter, antecesor de Reagan, quien los presionaba por las violaciones a los derechos humanos. En 1981 Mathot volvió a España.
Su compañero Remo Vénica, tercer testigo de la jornada, integraba el brazo católico de las Ligas Agrarias chaqueñas y fue otro de los que se escondió en el monte para evitar que lo atrapen. Su historia inspiró la novela Monte madre, de Jorge Miceli, y la película Los del suelo, de Juan Bandana. Junto a su esposa, Irmina Kleiner, brindaban capacitación a los campesinos, desde alfabetización hasta asesoramiento de organización en cooperativas. Por este motivo lo perseguían y por eso debió pasar a la clandestinidad. Su cercanía al campesinado lo ayudó a sobrevivir en la selva, dado que los lugareños le proveían de comida. Aun así fue difícil ya que estaba obligado a dormir siempre en sitios agrestes, ya que hacerlo en alguna casa implicaba poder ser descubierto. Dos de sus hijos nacieron allí, en el monte, y su primera hija, a quien habían dejado al cuidado de otra familia, fue secuestrada por la policía. “La recuperamos al final de la dictadura”, contó Vénica entre lágrimas.

El testigo Remo Vénica, militante de las Ligas Agrarias, abraza al hijo de un compañero asesinado por la dictadura.
Pasadas las 15.30, luego de la breve declaración de Hugo Mancilla, convocado por ser el único testigo ocular de la desaparición de los militantes montoneros Ángela Salamone y Daniel Santilli, se presentó en el tribunal Benjamín Ávila. Tenía colgado un cartel con la foto y apellido de su madre, Sara Ernesta Zermoglio, desaparecida en 1979, y entre el público se encontraba su pareja y sus hijos.
En 1977, cuando tenía 5 años, su familia se exilió en México, Brasil y Cuba –donde nació su hermano Diego–, hasta que en 1979 decidieron volver. Su madre, militante montonera, había resuelto participar de la Operación Retorno. Ese año vivieron en diferentes casas para que no los atrapen. Pero finalmente, una noche, un grupo de tareas irrumpió donde estaban Sara y sus dos hijos. Los niños fueron encerrados en una habitación bajo llave, que se abría sólo para dejarles un plato de comida. Tras cuatro días en cautiverio, los militares llevaron a Benjamín en un Falcon verde a la casa de su abuela. Antes de bajarse, él preguntó dónde estaba su hermano. El represor que conducía lo insultó e inmediatamente se largó. “Queremos que tengan el coraje de decir dónde están nuestros familiares y qué pasó con ellos”, concluyó el cineasta.
El último en declarar fue el ex militante montonero Hugo Fucek, quien detalló su actividad en el exilio. Su tarea consistió en el cuidado de los hijos de los compañeros que iban a participar de la Contraofensiva, dado que era muy riesgoso que volvieran junto a ellos. Así se montó en La Habana, Cuba, en una casa blanca con jardín y palmeras, “La Guardería”, donde llegaron a estar alojados hasta 25 niños y que funcionó hasta 1983. Fucek dejó el espacio tiempo antes. Esta bella e insólita experiencia fue retratada en el documental homónimo de la hija de desaparecidos Virginia Croatto.
Las audiencias del juicio “Contraofensiva montonera” se celebran todos los martes a partir de las 9 en Pueyrredón 3728 (partido de San Martín, provincia de Buenos Aires). Puede ingresar cualquier mayor de 18 años con DNI.

Imputados del juicio conocido como Contraofensiva montonera.
Jun 13, 2019 | DDHH, Novedades
Gran Bretaña, finalmente, ha dado luz verde al proceso de extradición a Estados Unidos del programador y periodista Julian Assange, cofundador de Wikileaks, el sitio que hizo público miles de documentos que revelaron numerosas maniobras de espionaje de los servicios de inteligencia norteamericanos. El ministro del Interior del Reino Unido, Sajid Javid, ha confirmado este jueves que ha firmado la orden que permitirá juzgar al activista en Washington.
La detención de Assange en Londres y ahora su inminente extradición genera alarma entre distintos especialistas en comunicación por el antecedente que establece, situación que se agravaría de ser extraditado a Estados Unidos.
El periodista y docente de las universidades nacionales de Avellaneda y Moreno, Luis Lazzaro, considera al caso Assange como “el efecto principal del ‘castigo ejemplar’ al periodista u organización que denuncia crímenes de Estado, más allá de la legalidad o no del método de obtención de la información o de las fuentes de noticias. Es el efecto ‘demostración’ que induce a la autocensura y el silenciamiento de noticias que pueden incomodar al poder”.
Cabe aclarar que Assange es acusado por Estados Unidos de violar una la ley de espionaje de Estados Unidos de 1917. A su vez, también cuenta con una denuncia judicial en Suecia por violación contra dos mujeres, cuya investigación se cerró en 2017 y se reabrió hace poco más de tres semanas.
La especialista en Políticas de Comunicación y Cultura de la Universidad Nacional de Córdoba, Daniela Inés Monje dice que “el punto de litigio que está proponiendo ahora Estados Unidos es no considerar que Assange pública desde el Wikileaks como periodista sino como hacker y activista y que en ese caso está violando la legislación vinculada a espionaje de Estados Unidos y por eso está pidiendo su extradición”. La investigadora agrega: “Existe en Estados Unidos legislación que protegería a los periodistas, por la Primera Enmienda (que garantiza la libertad de prensa) que es la que se están negando a aplicar en el caso Assange”.
La detención y la posible extradición del creador de Wikileaks a los Estados Unidos vulneraría los principios de libertad de expresión y libertad de prensa consagrados internacionalmente. En tanto, Luis Lozano, coautor, junto a Damián Loreti, del libro El Derecho a comunicar, escribe en la revista Zigurat: “Resulta inadmisible que los países más poderosos del mundo, encabezados por Estados Unidos, sostengan una prédica permanente a favor del libre acceso a la información pública y el escrutinio ciudadano de los actos de gobierno hasta el momento en que esa misma política se vuelve en contra de sus intereses. En esos momentos parece ser válido cualquier recurso para frenar la publicación o castigar a los responsables de su difusión, quienes no son ya tratados como periodistas o ciudadanos interesados en la cosa pública, sino que se convierten a los ojos del poder en espías o terroristas.
Lozano recuerda que Estados Unidos impulsa la idea de que Wikileaks habría sido parte de una conjura orquestada por Rusia. “La acusación incluiría a dos informantes clave de Wikileaks: la ex analista de inteligencia del ejército de Estados Unidos Chelsea Manning (condenada a 35 años de prisión por espionaje en 2013, pena que fue conmutada en 2017 por Barak Obama, quien le permitió salir en libertad) y Edward Snowden (ex administrador de sistemas de la CIA y la NSA, exiliado en 2014 de Estados Unidos a Hong Kong y luego a Rusia, con pedido de asilo en otros 21 países).
Por su parte, Milton Oddone, también docente e investigador de la Universidad Nacional de Moreno, agrega lo siguiente: “Si no se lo exculpa y se utiliza el caso como sanción ejemplificadora, cosa que en apariencia va en camino a ello, sentaría precedentes muy negativos para la libertad de expresión en tanto el efecto de autocensura podría afectar a otros periodistas en limitar búsquedas futuras de información por miedo a sanciones y represalias, por tanto la sociedad tendría un acceso limitado a información relevante”.
La pregunta en este caso es: ¿qué queremos proteger? ¿El derecho universal a conocer maniobras de espionaje o el encubrimiento de actos delictivos de las agencias de inteligencia bajo el manto de la seguridad nacional? La información pertenece a la sociedad.
Jun 13, 2019 | Géneros, Novedades

Los padres tienen solo dos días de licencia por paternidad.
“El mensaje que está dando el Estado es que las mujeres tienen que ser las encargadas del cuidado”, sostiene Lucía Martelotte, directora ejecutiva adjunta del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA), una ONG integrada por especialistas de distintas disciplinas que promueve acciones en favor de la equidad de géneros. Hoy, el Estado argentino otorga dos días de licencia por paternidad y noventa por maternidad, ambas estipuladas en el artículo 158 de la Ley de Contrato de Trabajo y fijadas por debajo de los estándares recomendados por la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Una y otra se enmarcan dentro del “derecho al cuidado”, que refiere a “las actividades indispensables para satisfacer las necesidades básicas de la existencia y reproducción de las personas, brindándoles los elementos físicos y simbólicos que les permiten vivir en sociedad”.
La legislación argentina sobre las licencias por paternidad está atrasada con respecto a América Latina. Ecuador y Paraguay dan 15 días a los padres; Uruguay, 13; Colombia, 8; mientras que Chile, México y Brasil 5. Un informe de UNICEF de 2016 reveló que en nuestro país aproximadamenteel 50% de los varones no dispone de licencia por paternidad, dado que no solo es escasa en tiempo sino que solo acceden a ella los trabajadores formales en relación de dependencia.

Difícilmente este año se traten los proyectos de ley que buscan extender las licencias por paternidad.
Un caso ejemplar es Islandia, donde se dividen las licencias por nacimiento en tres partes iguales: tres meses para el padre, tres para la madre y otros tres transferibles entre ellos.
Numerosas organizaciones que abogan por la igualdad de género observan que en Argentina todavía hay una configuración “maternalista” con respecto a las labores del cuidado, lo cual genera un impacto negativo en la incorporación de las mujeres al mundo del trabajo. Martelotte, la directora de ELA, subraya: “El derecho al cuidado es uno de los temas centrales a trabajar en la Argentina. Nos parece muy importante modificar la organización social del cuidado, debido a que tal como se configura hoy tiene graves consecuencias sobre las desigualdades de género y clase”.
Según datos del módulo de Trabajo No Remunerado y Uso del Tiempo del INDEC, las mujeres destinan más del doble de horas por día a las tareas de cuidado: 6,4 horas frente a 3,4 de los varones.
En ese sentido, desde el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad (CIPPEC), destacan que las licencias por nacimiento son un instrumento clave ya que “contribuyen a la conciliación de la vida productiva y reproductiva, y ayudan a equiparar las condiciones de vida y las oportunidades a las que pueden tener acceso los niños desde sus primeros momentos de vida”.
La última modificación del artículo que regula las licencias de nacimiento de la Ley de Contrato de Trabajo data de 1974, por lo que tampoco se ajusta a los cambios que tuvo la sociedad desde entonces. No incluye, por ejemplo, la licencia por adopción ni está adaptada a la Ley de Matrimonio Igualitario ni a la de Identidad de Género. Es decir, aplica solamente a parejas heterosexuales con hijos biológicos.

El 1° de marzo de 2017, el Poder Ejecutivo presentó el proyecto de “Equidad de género e Igualdad laboral” que buscaba reformar la Ley de Contrato de Trabajo. Uno de sus objetivos era la modificación del artículo 158: extender la licencia por paternidad a 15 días corridos e introducir licencias por fertilización asistida, adopción y violencia de género.
Vanesa Siley, diputada nacional por Unidad Ciudadana y secretaria general de la Federación del Sindicato de Trabajadores Judiciales (FESITRAJU), critica este proyecto porque el Estado no se comprometía a asumir la responsabilidad de cubrir al empleador por el costo de la licencia, o sea que el acceso del trabajador a la licencia por paternidad no estaba asegurado.
La propia Siley, junto al espacio Mujeres Sindicalistas, que forma parte de la Corriente Federal de Trabajadores, presentó el 22 de junio de 2018 un contraproyecto que fue apoyado por todos los bloques de la oposición. La iniciativa tenía una propuesta superadora: borró la distinción binaria de mujer/varón en cuanto a la distribución de las licencias –haciendo referencia a personas gestantes y personas no gestantes–; propuso la extensión a 30 días la licencia por nacimiento a las personas no gestantes; mantuvo las de licencias por violencia de género y fertilización asistida, propuestas anteriormente por el proyecto oficialista; y planteó la incorporación de licencias como la de interrupción del embarazo y cuidado de familiar enfermo.
El presidente de la Comisión de Legislación del Trabajo de Diputados, Sergio Ziliotto, optó por fusionar ambos proyectos –el de Siley y el del Ejecutivo– para llegar a uno de consenso que se está tratando en la Cámara Baja y deberá volver a comisión. Por ser 2019 un año electoral, difícilmente el proyecto se convierta en ley.
Legisladores de la oposición se quejan porque el Parlamento sólo funciona cuando el oficialismo quiere impulsar un tema. Siley confirma que seguirá alentando el proyecto desde la Comisión, pero “mientras sigan existiendo estos obstáculos políticos el tratamiento de la reforma se va a complicar mucho”.
Las trabas a las licencias parentales son históricas. En octubre pasado, ELA junto a la agencia publicitaria HOY impulsaron una campaña para concientizar sobre la problemática que incluyó carteles dentro del transporte público, viralizados luego a través de las redes sociales bajo el hashtag #MásLicenciaXPaternidad. El objetivo fue fijar el tema en la discusión pública. Según Martelotte, las demoras en la reforma de la Ley de Contrato de Trabajo se deben a que “para los legisladores el tema de las licencias no tiene una importante demanda social, como sí el aborto o la violencia de género”.
Para la diputada Siley, la escasa demanda social se debe a que la mayoría de los sindicatos ya cuentan con amplias licencias en sus convenios colectivos. “Se pudo avanzar por sector. Al existir los convenios colectivos no hubo un reclamo del conjunto del movimiento obrero para la reforma de la ley nacional”, señala. El convenio de SITRAJU establece una licencia por maternidad que se extiende entre 120 y 180 días, mientras que la de paternidad es de 60. Siley asevera que “esto es un problema porque la Ley de Contrato de Trabajo es un piso de derechos para todos y todas”.
Ante la parálisis de la reforma de la ley, desde ELA buscan exigir a los candidatos y candidatas que incluyan este tema en sus plataformas electorales. “Seguiremos trabajando con este tema –remarca Martelotte–. Nos parece una agenda muy importante que está invisibilizada y naturalizada”.
Por el momento, la legislación sigue obligando a las mujeres a realizar casi todas las tareas de cuidado.
Jun 12, 2019 | DDHH, Novedades

El Campito fue el centro clandestino más letal de la última dictadura.
La bandera argentina flamea en lo alto del mástil. Los plátanos, con sus hojas anaranjadas por el otoño, flanquean la larguísima Avenida Ideoate, poblada a uno y otro lado de edificios castrenses. Ubicado en el partido de San Miguel, a 30 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, Campo de Mayo abarca cinco mil hectáreas de terreno abierto. Aquí funcionaron, entre 1975 y 1983, cuatro centros clandestinos de detención, tortura y exterminio: El Campito, La Casita, la Cárcel y el Hospital Militar, en cuya maternidad clandestina dieron a luz unas 30 desaparecidas y sus hijos fueron robados. Algunos han recuperado su identidad pero la mayoría –hoy mujeres y hombres de cerca de 40 años– continúan siendo buscados por sus familias biológicas a través de Abuelas de Plaza de Mayo.
El Campito fue el centro clandestino más letal de la última dictadura. Sus estructuras lindaban con un pequeño aeropuerto de donde despegaban los “vuelos de la muerte”. Entre las miles de víctimas que pasaron por allí se cuentan sindicalistas ferroviarios, miembros de las comisiones internas de Ford y Mercedes Benz, dirigentes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) como Mario Santucho, de Montoneros como Miguel Lizaso y el escritor Héctor Oesterheld. Varios de estos casos forman parte del juicio oral y público por la megacausa Campo de Mayo. Sólo sobrevivieron 43 personas.
No es un día común en la base. La rutina de los militares se ve interrumpida por un grupito de civiles se agrupa bajo la luz de un radiante mediodía en las puertas del Polígono de Tiro, a unos 500 metros de lo que fue El Campito. Dos soldados, parados como estacas, miran de reojo a la gente reunida: sobrevivientes y familiares de las víctimas que quieren homenajear a sus seres queridos y un contingente de chicos de la Escuela Técnica Nº 2 de José C. Paz que se sumó a la visita.

Oscar Comba, sobreviviente del Campito. recordó sus días en el lugar ante la atenta mirada de un grupo de estudiantes secundarios.
Griselda Fernández es sobreviviente de El Campito. Vive en Uruguay. Nunca había vuelto a entrar a Campo de Mayo, donde también perdió a José, su compañero de vida. “Estoy movilizada y no puedo evitar pensar: ¿Por qué puerta habré entrado? O, ¿dónde me habrán hecho dormir?”, dice. A unos metros, Iris Pereyra de Avellaneda contempla el sitio donde estuvo desaparecida 15 días. La secuestraron junto a su hijo, Floreal “El Negrito” Avellaneda, de 14 años, que fue torturado y asesinado. “El lugar es tétrico, frío y horrible pero sirve para rememorar y homenajear a quienes ya no están. Son muchos años de lucha, nos costaron lágrimas de sangre llegar a donde estamos ahora”, reflexiona Iris. “Queremos que acá haya un espacio de memoria intangible”, afirma Alfredo Castro, detenido en El Campito entre abril y mayo de 1977.
Sin embargo, la preocupación principal de familiares y sobrevivientes es que no se pierdan las pruebas contra los represores. El 60 por ciento del predio todavía no ha sido explorado, un detalle que al Gobierno nacional le importa poco. El 16 de noviembre de 2018 el presidente Macri firmó el decreto que convierte el terreno en una “Reserva Natural”, la máscara para un meganegocio inmobiliario, ganándose el rechazo de los organismos de derechos humanos. El Ejecutivo volvió a la carga el 22 de mayo de este año con un nuevo decreto que facilita “la aprobación de construcciones en Parques Nacionales”. “Me genera mucha indignación e impotencia”, sostiene Griselda Fernández, “es increíble que quieran construir un parque en un lugar donde no se han permitido excavaciones. No sabemos si nuestros compañeros están enterrados acá. Me parece un acto de inhumanidad impresionante”.
Seis días después del último decreto, en una audiencia del juicio “Contraofensiva Montonera”, el ex cabo primero Nelson González, citado como testigo, relató pormenorizadamente el fusilamiento y la cremación de cuatro detenidos en Campo de Mayo. Dos de ellos fueron identificados, Marcos “Pato” Zuker y Federico Frías. González aseguró que “cuatro mil personas fueron arrojadas al mar”. “Quedamos conmovidos por esta declaración. Es la puerta a que se abran nuevos testimonios”, expresa Iris Pereyra de Avellaneda mientras mira a la distancia.

Floreal «El Negrito» Avellaneda fue uno de los asesinados en El Campito. Tenía solo 15 años.
Miembros de la Comisión de Sobrevivientes y Familiares de Campo de Mayo dan inicio formal a la caminata hacia al centro de detención y exterminio y guían al resto bajo la sombra de casuarinas y eucaliptos. El terreno es blando y cruje a cada paso. A los costados del camino un par de uniformados con ametralladoras custodian la visita. La única construcción visible del Campito es un abandonado edificio de mampostería donde funcionaban oficinas administrativas, salas de tortura y la recepción de los detenidos. Antiguamente había otras estructuras en pie: en el Pabellón 3, las caballerizas, donde hubo secuestrados en condiciones muy precarias; y en el Pabellón 1, una edificación donde permanecían cautivos los enfermos, ancianos y embarazadas, quienes estaban obligados a realizar el trabajo de mantenimiento del centro clandestino. El lugar tenía capacidad para 200 detenidos al mismo tiempo.
Con el propósito de borrar los terribles actos cometidos, el Ejército destruyó en 1982 el grueso de las instalaciones. Pero gracias a la memoria del militante montonero Juan Carlos “Cacho” Scarpati, quien estuvo detenido allí seis meses en 1977 y logró escapar, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) pudo hallar los cimientos, luego de múltiples excavaciones.
Durante la visita, el sobreviviente Oscar Vladimir Comba señala las fosas hechas por el EAAF y cuenta su experiencia ante la atenta escucha de los estudiantes de secundaria. El diputado y nieto restituido Horacio Pietragalla Corti, también presente, subraya: “Vamos a realizar distintas acciones judiciales para que permanezca intacto. Hay que recuperarlo como sitio de memoria y lograr que el EAAF haga un rastrillaje en toda la zona para reafirmar las pruebas bajo tierra de los cimientos y que se descarte que aquí están nuestros seres queridos”. Y agrega: “Acá tienen que venir los ingresantes del Ejército y las fuerzas de seguridad. El Campito no debe ser un lugar solo de las víctimas. Toda la sociedad debe conocer esta historia. Porque al desconocer lo sucedido, podríamos cometer el mismo error”.

Los familiares de las víctimas se oponen al emprendimiento inmobiliario que el gobierno quiere desarrollar en el lugar.
Hacia el final del recorrido, frente al único edificio del Campito, toman la palabra los sobrevivientes Alfredo Castro, Roberto Landaburu y Julio D’Alessandro. Landaburu, inspirándose en “Vidala de un nombrador” de Jaime Dávalos, dice: “Con la humildad de este entorno quiero nombrar a mis compañeros. Porque sé que si los nombro, los traigo. Y si los traigo, es algo que me hace bien”. Y recita los nombres de sus amigos desaparecidos, y ante cada uno se grita bien fuerte “¡Presente!” y sus ojos ceden a las lágrimas. “En el momento que los estoy nombrando, los estoy viendo acá, conmigo”, manifiesta conmovido. Los aplausos llenan el silencio y se arma un improvisado show musical con canciones de Mercedes Sosa y Carlos Puebla, mientras los asistentes se dispersan. Cada pisada queda marcada en las hojas como una huella de tristeza.
