“Venimos a los juicios a contar la verdad ”

“Venimos a los juicios a contar la verdad ”

Por Naiara Mancini

Fotografías: Captura de pantalla (La Retaguardia)

Las audiencias del juicio son semipresenciales: mientras que algunos testigos e imputados están en la sala de audiencias, otros participan a través del Zoom.

Se inició un nuevo juicio por crímenes de lesa humanidad y el jueves último se celebró la primera audiencia del proceso judicial que investigará los hechos ocurridos durante en la quinta “La Pastoril” el 29 de marzo de 1976. Las audiencias juicio adoptarán una modalidad semi-presencial, encontrándose las partes reunidas en el Tribunal Oficial de Casación Federal N° 5 de San Martín y en una sala de Zoom.

Los hechos

El 29 de marzo de 1976, cuatro días después de acontecido el último golpe cívico militar que sufrió la Argentina, se desplegó un operativo ilegal de fuerzas conjuntas en la quinta “La Pastoril” -ubicada en La Reja, Moreno- en donde se llevaba a cabo una reunión del Comité Central del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT-ERP). En aquel congreso estaban presentes unas setenta personas, entre quienes se encontraban los dirigentes de la organización, Mario Roberto Santucho, Domingo Menna y Benito Urteaga. A partir de la violenta intervención, en la que participaron unidades del Ejército Argentino y la Policía Bonaerense, siete personas fueron asesinadas y otras fueron privadas ilegítimamente de la libertad. De aquellas personas secuestradas, al menos cinco permanecen desaparecidas.

Por la causa hay ocho imputados: los militares retirados Juan Carlos Jöcker, Juan Manuel Giraud, Carlos Alberto Guardiola, Eduardo Sakamoto y Héctor Alberto Raffo; y los policías bonaerenses retirados Julio Salvetti, Julio Alejandro Pérez y Juan José Ruíz. Giraud se presentó en la sala del TOCF N° 5 junto a su defensor, Guillermo Fanego, siendo el único imputado que cumple una pena en cárcel común de acuerdo con una sentencia previa por delitos de lesa humanidad. Los siete imputados restantes se identificaron en la audiencia de manera virtual y exhibieron sus Documentos Nacionales de Identidad por la cámara web de sus respectivos dispositivos. Los delitos a ser juzgados corresponden a hechos de homicidio y de privación ilegítima de la libertad.

En medio de problemas de conectividad que retrasaron los cronogramas de las audiencias, el juicio comenzó por la lectura de requerimientos y las declaraciones preliminares de las defensas. Tanto los defensores de los imputados como el Defensor Público Oficial solicitaron la nulidad del presente juicio, alegando la inconstitucionalidad del proceso y la incompetencia del tribunal. Muchos de los argumentos brindados para dicha demanda reflotaron la Teoría de los Dos Demonios, así como el esbozo de una acusación sobre la condición “político-ideológica” de los juicios por crímenes de lesa humanidad, constituyendo para el defensor Fanego “juicios de venganza” en lugar de juicios de derecho.

 

 

De los ocho imputados, uno -Juan Manuel Giraud- ya cumple condena en cárcel común tras ser declarado culpable en otro juicio de lesa humanidad.

A estos planteos, el abogado querellante Pablo Llonto respondió que todos los juicios por delitos de lesa humanidad están siempre estructurados bajo los pilares de la Memoria, la Verdad y la Justicia. La Memoria, según Llonto, es “porque no olvidamos, como no olvida la sociedad argentina lo que ocurrió con el golpe y con los crímenes que desataron a partir del del 24 de marzo de 1976”. El abogado señaló que la Verdad obedece a la enseñanza brindada por la lucha de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo: “Venimos a los juicios a contar la verdad de lo que ocurrió con las pruebas que hay, testigos, documentos. Y valorar en base a esas pruebas que demuestran los hechos que ocurrieron”. Por último, Llonto validó el proceso de Justicia: “Estos no son juicios políticos, estos son juicios que se basan en una realidad de algo gravísimo que ocurrió en la Argentina, en Latinoamérica y en gran parte de la humanidad. Secuestraron, llevaron personas a centros clandestinos, los torturaron para obtener información y hacerlos desaparecer forzadamente, sin entregar los restos de esos desaparecidos”. Para adicionar a la legitimidad que goza en la actualidad la celebración de los juicios por crímenes de lesa humanidad, Llonto evocó la masiva movilización civil acontecida durante el gobierno de Mauricio Macri en razón de la posibilidad de aplicar la ley del 2×1 a dichos delitos; asimismo, recordó la votación casi unánime en las Cámaras de Diputados y Senadores para anular ese beneficio legal: “Los representantes de la sociedad argentina, la verdad de lo ocurrido, es que convalidaron todo este proceso de juzgamiento”.

En la misma semana del fallecimiento sin condena del represor Miguel Ángel Ferreyro, quien se encontraba cursando una imputación por delitos de lesa humanidad en el juicio de Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Investigaciones de Lanús, es de importancia fundamental ratificar la necesidad de llevar a cabo e impulsar los presentes procesos judiciales. En palabras de Llonto: “Para que todos los imputados entiendan ese Nunca Más, y nuestra sociedad entienda el Nunca Más. Cuando entendamos ese Nunca Más, seguramente vamos a vivir en una sociedad que respeta los derechos humanos, la Memoria, la Verdad y la Justicia”.

Las audiencias del juicio por los delitos ocurridos en la quinta “La Pastoril” continuarán el próximo lunes 1 de noviembre con una audiencia extraordinaria para recoger las indagatorias de los imputados, para seguir su curso normal el jueves 4 de noviembre dando inicio al debate oral.

“Mi abuelo Oscar, hasta el día que murió, esperaba que su hijo volviera”

“Mi abuelo Oscar, hasta el día que murió, esperaba que su hijo volviera”

Por Naiara Mancini

Fotografía: Captura de Pantalla (La Retaguardia)

A un año del comienzo del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Investigaciones de Lanús, declaró el hijo mayor de Oscar Isidro Borzi, quien estuvo detenido en este último centro clandestino de detención conocido como “El Infierno”. Algunas semanas atrás, en el marco de este juicio, prestó testimonio Norberto Borzi, el hermano mayor de “Cacho” Borzi, quien a día de hoy continúa desaparecido.

Para la presente jornada estaban previstos originalmente los testimonios de Ernesto, Luis y Juan Manuel Borzi, los tres hijos de Oscar, testigos y víctimas del operativo llevado a cabo el 30 de abril de 1977 en el domicilio de Lanús donde vivían junto a su mamá, Ada Miozzi. No obstante, la rigurosidad y extensión de la declaración prestada por Ernesto Borzi obligó a aplazar una semana más los testimonios de Luis y Juan Manuel.

Ernesto Borzi, el mayor de los hermanos, tenía la edad de 7 años cuando miembros del Ejército y la Policía irrumpieron en su casa de Lanús para secuestrar a su padre, luego de mantener cautiva a su familia durante largas horas. A pesar de especificar que, al testimoniar, estaba “haciendo un esfuerzo de memoria” porque el relato “cuesta mucho por una cuestión de cronología y por una cuestión emocional”, Ernesto ofreció una narración minuciosa, apoyándose en sus recuerdos de infante y posteriores reconstrucciones familiares, brindando nombres, fechas y direcciones con precisión.

Luego de desarrollar diferentes circunstancias en que su familia fue perseguida y vigilada, el testigo relató los hechos acontecidos el 30 de abril de 1977. De acuerdo con Ernesto Borzi, personas que se anunciaron como del Ejército argentino golpearon la puerta de su domicilio a las dos de la mañana y, al ingresar, su papá fue herido “de un bayonetazo en el pecho. Grita, es tirado al piso, reducido a golpes y patadas”. Finalmente, Ernesto describe: “El grupo de asalto invade la casa”. Asimismo, el testigo relató que su hermano menor, Juan Manuel, en aquel entonces de tres años, corrió detrás de su papá, pero uno de los captores lo agarra del pañal y lo tira contra la pared. El testigo manifestó que, durante todo el tiempo que permanecieron en su casa, los represores lo mantuvieron encerrado en su cuarto junto a su hermano Luis. Asimismo, los integrantes de la patota -entre quienes posteriormente reconoció al entonces jefe de la Policía Bonaerense, Ramón Camps; y al médico policial, Jorge Antonio Bergés- no sólo torturaron a su familia, sino que también les robaron toda la ropa y los objetos de valor.

Ernesto recuperó las palabras de Juan Manuel Borzi, quien tiene previsto prestar declaración el próximo 2 de noviembre, para relatar la tortura sufrida por su padre aquella noche del 30 de abril en su domicilio: “Hacen correr el agua de la pileta del lavadero, y Juan lo que verbaliza es que sentía olor a carne quemada”. Posteriormente, agregó que su hermano Juan Manuel tiene actualmente dificultades para ir al dentista porque “cuando le apoyan el torno y él siente la fricción que provoca, no sólo con el esmalte y con el hueso del diente, sino con la carne que está alrededor, ese olor a carne quemada a mi hermano lo descompone” y sentencia que Juan recuerda que ese era el olor a carne quemada “cuando estaban torturando con picana eléctrica a papá en el lavadero”.

Durante el testimonio, Ernesto Borzi relató que fue víctima de una situación de abuso por parte de uno de los captores. Un hombre que él describe como “Morocho 1” se sentó en su cama y, de acuerdo con el relato de Ernesto, “comienza con una serie de escarceos, de manoseos, me pone la mano en el pecho, a la altura primero del esternón, y comienza a bajar su mano y a hacer presión” y luego agrega: “Llega a la zona de la pelvis, yo estaba en remera y calzoncillo, y comienza a frotarme la zona de la pelvis, la zona del pito”. Ernesto recuerda que, a sus 7 años, él pensaba cómo escapar de esa situación: “Yo quería salir corriendo, sabía que no podía. Me lamentaba no tener el estado atlético que tenían los chicos del barrio con los que jugábamos”. 

Acerca de la posterior averiguación del paradero de su padre, Ernesto Borzi relató que supieron por boca de testigos familiares que “Cacho” Borzi había sido llevado a la Brigada de Investigaciones de Lanús, para ser luego trasladado. Ernesto contó la búsqueda incesante llevada a cabo por sus abuelos paternos, quienes en su casa “siempre dejaban la puerta abierta, incluso hasta de noche, porque esperaban que el hijo no sólo golpeara la puerta, sino que decían: si Cacho vuelve no puede tener la puerta cerrada”. Siguiendo algunas pistas, sus abuelos viajaron en diversas ocasiones hasta el Regimiento La Tablada con la esperanza de reencontrarse con su hijo: “Dos personas grandes, moviéndose en transporte público. Mi abuela llevando una bolsa con ropa. Mi abuelo, que ya tenía problemas del corazón, con dos termos, con chocolates, con milanesas hechas como le gustaban a mi papá, con galletitas, con una maquinita de afeitar porque mi abuela había escuchado que mi papá estaba barbudo porque no se podía afeitar, con jabón, con perfume, con champú”. Ernesto relató que en una oportunidad su abuela Celia se presentó sola ante el personal del Regimiento La Tablada, en donde le acercaron una carpeta y le dijeron: “Fíjese si su hijo no está acá”. Entonces, Ernesto cuenta que su abuela empieza a hojear el libraco que le dan y había fotografías de cadáveres. Asimismo, el hijo mayor de los Borzi recordó que su abuela no ofrecía relatos detallados de los acontecimientos, explicándole: “Ernesto, yo de esto no me quiero acordar, porque si me acuerdo de esto me vuelvo loca. Y yo espero que mi hijo vuelva vivo. No espero un conjunto de huesos”. Y finalizó: “Mi abuelo Oscar también, hasta el día que murió esperaba que su hijo volviera”.

Ernesto Borzi enmarcó su testimonio en el proceso transitado durante el período de democracia en Argentina: “Quiero dejar expresado que estamos haciendo una síntesis de los últimos 44 años de nuestras vidas. Y recién tenemos la posibilidad de tener un tribunal donde buscamos justicia”.

El hijo mayor de los Borzi continuará su declaración en la audiencia del día 2 de noviembre del presente juicio, en conjunto con los testimonios que brindarán sus hermanos Luis Alejandro y Juan Manuel Borzi.

Y florecerán mil nietos y nietas

Y florecerán mil nietos y nietas

En el marco del Día Nacional del Derecho a la Identidad, Abuelas de Plaza de Mayo celebra un nuevo aniversario. Se cumplen 44 años de lucha y de la fundación del organismo, que invita a participar de la campaña “Florece Identidad”. Con el objetivo de visibilizar, una vez más, la búsqueda de los nietos y nietas que todavía no conocen su verdadera identidad.

“Al principio los buscábamos con entusiasmo y con alegría, por ahí con algunas lagrimitas. Pero nos dimos cuenta de que nos iba a costar mucho. Entonces decidimos dejar las lágrimas en la casa y salir a buscarlos con todas las fuerzas de nuestro corazón. Y logramos lo que nos habíamos propuesto, dijimos que hasta que el último nieto no recobre su identidad no nos íbamos a separar. Así lo hemos hecho y todavía seguimos buscando. Yo hace 47 años que busco a mi nieto. Pero todavía guardo la convicción de que no me voy a ir a vivir a las estrellas hasta que no lo encuentre, para poder contarle lo que fue la familia, lo que fueron sus padres y los proyectos tenían para él”, reflexiona Sonia Torres la máxima referente de Abuelas de Plaza de Mayo de Córdoba.

En 1977, el organismo de derechos humanos referente en Argentina y el mundo nació organizado por madres en busca de sus hijos e hijas secuestrados por la última dictadura cívico militar. El terrorismo de Estado desapareció 30.000 personas y unos 500 bebés que fueron secuestrados con sus padres o nacieron durante el cautiverio de sus madres embarazadas. Desde ese entonces, Abuelas de Plaza de Mayo sigue buscando a esos nietos y nietas que ven violada su identidad. Durante ese camino han desarrollado numerosas entidades y herramientas para garantizar este derecho, y ya restituyeron la identidad a 130 nietos que hoy conocen su historia. Por ello el 22 de octubre, el día que estiman ya estaban conformando este colectivo con las 12 primeras Abuelas, fue instituido a partir de 2004 como el Día Nacional por el Derecho a la Identidad, en homenaje a las Abuelas.

Sonia, a sus 92 años, sigue buscando a su nieto, nacido durante el secuestro de su hija Silvina Parodi y su marido Daniel Orozco, dos días después del inicio del golpe de Estado de 1976. “Yo digo que soy Abuela hace 47 años porque a la media hora que me avisaron que la habían secuestrado ya estaba en el cabildo preguntando por mi hija. Y como estaba embarazada de seis meses y medio, a medida que transcurrían los días buscaba también a mi nieto. Yo tuve una suerte que no tuvieron todas las abuelas, seguí paso a paso lo que fue la desaparición, la tortura y la muerte de Silvina. Y aunque te parezca doloroso, es mucho mejor conocer que estar en permanente agonía sin saber a dónde está”, agrega.

La incertidumbre es el factor común que recorre todos los relatos de las Abuelas. Pero también lo es para la numerosa cantidad de personas que cuestionan su identidad, así lo afirma Laura Rodríguez, miembro del equipo de Presentación Espontánea de Abuelas. En lo que va del año tuvieron 2.756 consultas a través de mails. Pero, de esa cantidad, solo 388 en CABA y GBA completaron el trámite para comenzar la búsqueda de información y ser analizados. Es decir, que de la cifra original solo 1.922 nacieron entre 1975 y 1983, y todo el resto se arrepiente o abandona el proceso.

Explica Rodríguez: “Esa gran cantidad de consultas es mucho más grande que la totalidad de nietos buscados. Abuelas, con respecto al derecho a la identidad, abrió una pregunta importantísima, instaló un problema. Que, si bien como práctica existe en todo el mundo, como pregunta solo existe en Argentina. Cualquier persona que empiece a plantear alguna duda sobre su origen se va a encontrar con una relación que le va a decir que llame, pregunte o consulte, sobre todo las generaciones más jóvenes. Lo que grafican los números es todo lo que Abuelas pudo iluminar. La posibilidad de buscar, de preguntar, de conocer esos mecanismos de búsqueda y de sintetizar todas las escuchas”.

Luego de una campaña de difusión, generalmente se recibe una gran cantidad de consultas y aquellos con la edad correspondiente son invitados a realizar una entrevista, que ahora también puede ser virtual. Cada proceso es particular para cada persona y dar el paso de plantear su duda puede ser un proceso muy demandante. “Imaginate que de repente te enteres que no sos hijo de quien te crió o de quienes se hacen llamar mamá y papá. Y empezar a pensar que hay una familia que te puede estar buscando, o tener la duda y que nadie te la quiera aclarar. Entonces necesitan contención y nosotros lo que proponemos es justamente atender esa demanda y tratar de dar la mejor respuesta. Los casos son personas que vienen con una necesidad de poder ser ayudados en ese camino, que a veces les tomó muchos años llevar a delante”, comparte Manuel Gonçalves Granada, nieto restituido en 1997 y el primero en integrar la Comisión Directiva de la organización.

Por otro lado, Rodríguez remarca lo esencial de la entrevista con Abuelas. “Cuesta un montón llegar, pero no hay personas que no se sientan mejor después de haber tenido la entrevista. Es hora de poder ponerle palabras a eso que no te animabas a decir. Sobre todo, para ordenar, porque son 40 años de hipótesis y sensaciones; en la charla se trata dónde buscar una respuesta. A mí, particularmente, me parece muy importante poner en historia, esto de que todas nuestras historias están ancladas en un contexto y nos sitúan”.

Luego de este paso se completa un formulario y la organización se pone en contacto con la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI), quien verificará que los datos que figuran en el acta de nacimiento coincidan con el libro de partos que debería estar en el lugar de nacimiento. En los casos en que la persona que figura como madre no se encuentre en dicho registro se realiza un análisis de ADN, para comparar con el de los grupos familiares de personas desaparecidas.

La búsqueda es permanente, porque a pesar de los logros de los encuentros concretos y el derecho construido, aún existen alrededor de 300 familias que continúan buscando. Es por eso que la convocatoria a la sociedad para acompañar este reclamo, no para. Este 22 de octubre, la campaña “Florece Identidad” propone a la sociedad, instituciones, organizaciones de la sociedad civil y la comunidad educativa a crear pétalos de diferentes tamaños, formas y colores para “construir colectivamente flores que nos inviten a pensar quiénes somos, de dónde venimos, qué hacemos y hacia dónde vamos”. A la vez, intenta reflexionar sobre la identidad en general, dando cuenta de la riqueza de nuestra sociedad diversa y como metáfora de la esperanza sembrada hace 44 años para ver florecer las identidades que todavía falta.

Para participar se puede descargar la flor de la campaña en la página web de Abuelas de Plaza de Mayo (www.abuelas.org.ar) o, con toda libertad creativa, armar un esténcil, hacer collage, dibujar, pintar, copiar y/o intervenir la imagen con la frase #FloreceIdentidad, para pegarla en algún lugar visible. Además de registrar la acción con fotos o videos en redes sociales este viernes, junto con las etiquetas de la campaña: #Abuelas44Años, #FloreceIdentidad y etiquetar a @abuelasdifusion.

“Sólo con el ejercicio colectivo de la memoria florecerá la identidad de quienes aún viven sin conocer la verdad sobre su origen”, afirman desde Abuelas en su comunicado. Si dudas de tu identidad comunícate, enviando un mail a dudas@abuelas.org.ar o completando este formulario. Si tenés información sobre un posible nieto/a comunícate a denuncias@abuelas.org.ar. También es posible acercarse o llamar a algunas de las filiales de Abuelas distribuidas por el país.

«Las cosas en el país serían muy diferentes si la dictadura no se hubiera llevado lo mejor de esa generación»

«Las cosas en el país serían muy diferentes si la dictadura no se hubiera llevado lo mejor de esa generación»

En una nueva audiencia virtual del juicio por los crímenes cometidos en el Pozo de Banfield, el Pozo de Quilmes y la Brigada de Investigaciones de Lanús declararon los testigos Silvia Cavecchia, compañera de detención de Miguel Ángel Calvo en el Centro Clandestino La Cacha, quien le relató su paso por el Pozo de Banfield mientras compartieron cautiverio; Yamil Robert, hermano de Norma Robert, detenida en Pozo de Quilmes; y Norberto Borzi, hermano de Oscar, detenido en la Brigada de Lanús. Tanto Miguel Ángel Calvo como Oscar Borzi permanecen desaparecidos.

La primera testigo en prestar declaración fue Silvia Cavecchia, secuestrada el 1° de marzo de 1977, junto a otros dos compañeros, en Formosa capital. Pasados 25 días de cautiverio, Silvia fue trasladada por vía aérea a la provincia de Buenos Aires. “Nos llevan en una avioneta que manejaba un piloto, un copiloto y tres asientos en los que íbamos nosotros, esposados en el asiento de atrás” y agregó: “Un Ford Falcón venía al encuentro, lo vimos por la ventanilla. Nos bajan y nos meten a los tres en un baúl”. De esta manera, la testigo relató su llegada al Centro Candestino de Detención La Cacha, ubicado en la ciudad de La Plata, donde padeció un interrogatorio seguido de torturas. Luego del tormento, Silvia fue llevada a un sótano con otra gente, donde alguien le indicó: “No tengas miedo, ya pasaste lo peor, destabicate”. A pesar del terror, la testigo narró que consiguió quitarse la venda de los ojos y reconoció en esa voz a Miguel Ángel Calvo. Silvia Cavecchia estructuró su testimonio alrededor de la figura de Miguel Ángel. Lo describió como una persona que resultó fundamental durante el período de detención, de quien recordó que obraba “siempre apostando a hacernos reír un poco a todos los que estábamos atados a camastros en el piso” y sentenció: “La parte humana, la encontré ahí con él”. La testigo relató que el piso de aquel sótano se encontraba lleno de cables sueltos que “Cachito” Calvo desarmaba para armar figuras con los alambres pelados, que luego regalaba a sus compañeros de cautiverio. Asimismo, Calvo era quien se ubicaba frente a la escalera del sótano y alertaba acerca de la presencia de los guardias.

A diferencia de las torturas que Miguel Ángel Calvo refirió a su compañera haber sufrido en el Pozo de Banfield, en La Cacha “nunca se lo habían llevado para interrogarlo, nunca le pegaron” y asegura Silvia que pensó que él “era una persona que ya salía”. Luego de algunos días, aconteció un “traslado” en el que se llevaron a todas las personas que estaban en cautiverio con Silvia en el sótano. La testigo puntualizó que tomó conciencia cabal de que “Cachito” Calvo no había salido en libertad a partir de una conversación que ella tuvo con un carcelero que le hizo una seña con la mano, y le alertó sobre el destino de su compañero: “Yo siempre lo interpreté como que «se fue en un avión y lo tiraron»”.

Finalizando su testimonio, Cavecchia exigió “Justicia, Verdad y cárcel a los genocidas”.

El segundo testigo en declarar fue Yamil Robert, hermano menor de Norma Robert, quien permaneció secuestrada en el Pozo de Quilmes a partir del 15 de octubre de 1976. Acerca de su hermana Norma, el testigo contó que, previo a su secuestro, ella residía en la ciudad de La Plata, donde estudiaba Arquitectura y convivía con su marido, Miguel Ángel Andreu. “Mi cuñado sale un día de la casa, desaparece y hasta el día de hoy no sabemos nada de él”, señaló Robert, haciendo referencia al secuestro de Andreu, semanas antes de la desaparición de su esposa. A partir de este hecho, Norma retornó a la casa de sus padres en la ciudad de Carhué, al interior de la provincia de Buenos Aires. Pasado un tiempo, el testigo narró las circunstancias en que se produjo el secuestro de su hermana: “Un sábado a la tardecita, casi noche, mi padre está parado afuera en la puerta de la casa, donde para un auto color negro y preguntan si era la casa de Robert”. Yamil describió que, sin mediación de la violencia, “se bajaron 4 hombres armados pidiendo por Norma”. De acuerdo con el testimonio, los hombres subieron a la hermana mayor de los Robert al auto negro para tomarle declaración, prometiendo dejarla pronto en libertad: “La sentaron atrás, entre medio de los dos policías. Parte el auto, y nunca más tuvimos noticias de Norma”.

A partir de la desaparición de Norma Robert, el testigo subrayó que su padre hizo “todo lo que estuvo al alcance de un padre para recuperar a la hija”, llevando adelante una búsqueda infructuosa durante el período de dictadura. “Mis padres murieron sabiendo que algo le había sucedido [a Norma], con la esperanza de que apareciera viva”. Yamil Robert completó que los restos de Norma fueron identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense en una fosa común en el cementerio de San Martín, luego de que sus hermanas prestaran una prueba de ADN. El testigo refirió la dificultad personal que le significó atravesar el proceso de recuperación del cuerpo de su hermana: “Me llevó más de un año, hasta que un día junto con mi señora y mi hijo fuimos y retiramos el cuerpo de Norma en Buenos Aires”. Asimismo, confesó que el momento de reconocer los restos de su hermana fue “un momento muy difícil” y agregó que “tenía un tiro en el cráneo”.

El último testigo de la jornada fue Norberto Borzi, hermano de Oscar Isidro Borzi, secuestrado el 30 de abril de 1977 en la Brigada de Investigaciones de Lanús, centro clandestino de detención conocido como “El Infierno”. Norberto narró la noche del secuestro de su hermano a través de las palabras de su cuñada, Ada Miozzi, y sus tres sobrinos pequeños, Ernesto, Luis y Juan Manuel, quienes se encontraban junto a él en aquel momento. Indicó que un grupo de tareas que se identificó como “fuerzas conjuntas del Ejército y la Policía” se presentó en el domicilio de “Cacho” Borzi a las dos de la mañana. Durante el ingreso, lastimaron a Oscar en el pecho con un arma y empujaron contra la pared a Juan Manuel, su hijo de entonces tres años. El testigo manifestó que se montó un operativo de gran infraestructura para el secuestro de su hermano, y que los perpetradores permanecieron en la casa durante muchas horas: “Los chicos cuentan la forma en que lo golpeaban, que lo torturaban a su papá, que buscaban cosas en la casa. Así fue que robaron todo lo que había de valor”. Asimismo, Norberto explicó que a su cuñada la obligaron a cocinarles durante todo el tiempo en que estuvieron en el domicilio, “desde las dos de la mañana hasta aproximadamente las 7 de la tarde, que llegó el entonces jefe de Policía, Ramón Camps, junto a Miguel Etchecolatz y al médico Jorge Antonio Bergés”. 

A partir de esta circunstancia, el testigo sostuvo que el grupo de tareas intentaba apropiarse de los hijos de “Cacho” Borzi y Ada Miozzi. De acuerdo al relato, Jorge Bergés -ex médico de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, imputado en la causa por sustracción de niños, entre otros delitos- insinuó que Ernesto y Luis eran demasiado mayores para llevárselos, pero cuando intentaron apartar a Juan Manuel “su mamá lo abraza, se niega y les dice que el nene está enfermo del corazón”; por esta razón, los secuestradores desisten de esa apropiación y amenazan a Ada con “volver a buscarla”. Norberto finalizó el relato de aquella noche explicando que los secuestradores de su hermano lo subieron a un Ford Falcon y le indicaron a su familia “que lo miren, porque es la última vez que lo van a ver”. Posteriormente, a partir de testimonios de otras personas, los familiares de Oscar Borzi se enteraron de que permaneció cautivo en la Brigada de Investigaciones de Lanús. 

Oscar Isidro Borzi permanece desaparecido, estado sobre el que su hermano puntualizó que “uno a la muerte se acostumbra”, para agregar “a mí se me murió mi viejo y también fue terrible. Pero yo sé dónde están mis viejos, dónde está el cuerpo de mi viejo, yo sé qué pasó con mi viejo” y sentencia: “Con mi hermano no pasó eso”.

Sobre el final de su declaración, Norberto Borzi indicó que el secuestro de Oscar desintegró a su familia: “A partir de que se llevan a Cacho se terminó la alegría en mi casa. Ya no disfrutamos fiestas, ya no disfrutamos las reuniones familiares”. Asimismo, el testigo declaró sobre su presente que “por pensar de maneras diferentes respecto de la misma cosa, yo no tengo trato hoy con los hijos de mi hermano y con la esposa de mi hermano. Cosa que a mí me hace mucho daño” y agregó: “Esto que yo cuento de mi familia lo sé por tener trato con familiares de otros desaparecidos, y ha pasado en muchísimas familias. Y no estoy hablando de peleas por dinero o por propiedades”. En consecuencia, acerca de la última dictadura en Argentina, Norberto concluye que “este proceso militar, que nos gobernó durante todo ese tiempo, no solamente provocó males o atrasos en lo económico, sino que además provocó un daño terrible a la sociedad. No solamente en lo cultural, sino en todo sentido, porque hay familias desmembradas, porque fueron todos sus miembros desaparecidos”. En perspectiva, Norberto Borzi cierra su testimonio: “Soy un convencido de que se han llevado lo mejor de esa generación, y yo creo que las cosas en el país hubieran sido muy diferentes de no haber ocurrido esto”.

Desclasificados

Desclasificados

Por medio de una reunión virtual, se realizó el acto de cierre de la primera etapa de la práctica pre-profesional Desclasificados, una iniciativa interdisciplinaria que comprende a la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, en conjunto con tres traductorados y los organismos de derechos humanos Abuelas de Plaza de Mayo, Memoria Abierta y el CELS. Del encuentro participaron Estela de Carlotto, presidenta de la asociación Abuelas de Plaza de Mayo; Larisa Kejval, directora de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales; Gabriela Minsky, directora del Instituto Superior de Enseñanza “Lenguas Vivas”; así como les integrantes de los organismos pertenecientes a la práctica y los estudiantes homenajeados.

“Estoy muy emocionada porque esta etapa de colaboración que han realizado responde a un deseo añejo de Abuelas de Plaza de Mayo”, expresó Estela de Carlotto durante el encuentro de cierre.

El Proyecto Desclasificados nació en agosto de 2019, en razón de la última desclasificación de 4.903 archivos por parte de los Estados Unidos sobre el terrorismo de Estado en Argentina. La práctica comprende la sistematización, traducción y relevamiento de dichos materiales en una base de datos de acceso público. Esta base está organizada mediante campos de clasificación de la información (tales como remitente, destinatario, fecha, palabras clave, traducciones, entre otros) y presenta la característica de ser interactiva, brindando la posibilidad de seleccionar filtros de búsqueda y agrupamiento temático y estadístico de los datos. 

“Este proyecto condensa lo que creo que tiene que ser el sentido de las carreras y de la Universidad, ir aprendiendo de manera enredada con otres y con organizaciones. Al mismo tiempo que aprendemos, contribuimos comprometidamente con los procesos de Memoria, Verdad y Justicia”, señaló Larisa Kejval que, junto a Clarisa Veiga, docente de la carrera de Ciencias de la Comunicación e integrante de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo, es una de las principales responsables de la existencia de este proyecto. 

La práctica fue llevada a cabo de manera colaborativa, lo que reviste para los estudiantes una experiencia de formación investigativa, a la vez que resulta un ejercicio de construcción colectiva. De acuerdo a las palabras de Marcela Perelman, integrante del CELS y del equipo de coordinación del proyecto, “todo el encuentro cooperativo hace que ese material sea accesible a la comunidad y tenga los usos efectivos que puede tener en su reconstrucción de verdad, en su contribución a la memoria, y muy concretamente en su contribución a los juicios, al proceso de justicia”.

El acto de cierre constó de la entrega de certificados a los 9 estudiantes de la Facultad de Ciencias Sociales que formaron parte de la práctica. Los practicantes son: por la carrera de Ciencias de la Comunicación, Macarena Sandoval García, Virginia Pombo, Joaquín Bousoño, Agustina Castro, Florencia Sosa y Naiara Mancini; por la carrera de Trabajo Social, Guadalupe González Antúnez; y por la carrera de Relaciones del Trabajo, Cecilia Véliz y Andrea Ayestarán. 

Por parte de los estudiantes, sólo hubo palabras de agradecimiento por lo que significó formar parte de la práctica. Cecilia Véliz concluyó que “este proyecto me enriqueció como cientista social, como licenciada en Relaciones del Trabajo, como militante del campo popular” y expresó su voluntad de “participar en otros proyectos que tengan que ver con la responsabilidad empresarial en la dictadura militar”. Por su parte, acerca de la experiencia, Macarena Sandoval recalcó que “el carácter interdisciplinario, para mí, fue una de las mejores cosas de la práctica, y demostró el compromiso de las organizaciones porque cada dos semanas nos traían un invitado para poder seguir formándonos con respecto a los archivos, aspectos históricos, respecto a los juicios, el uso de los archivos que le dan los periodistas”.

La etapa de práctica pre-profesional del Proyecto Desclasificados encuentra un cierre para transformarse en un Programa de Extensión Universitaria, a partir de nuevas líneas de investigación que surgieron de la propuesta inicial, tales como el aporte de archivos a los juicios de lesa humanidad en curso, el análisis de los documentos con información tachada y la producción de contenido de investigación y periodística sobre la base de datos desclasificados

En consonancia con la puesta en valor de esta práctica hacia el futuro, Guadalupe Basualdo, integrante del CELS y del equipo de coordinación del proyecto, reflexiona que el trabajo también funciona “como experiencia concreta para otros pedidos que podamos realizar, profundizando en relación a información que hoy aparece censurada, pero que vamos a poder solicitar para tener la información completa”.

Hacia el final de la reunión, Estela de Carlotto se mostró muy agradecida con el devenir del proyecto, recapitulando el proceso de lucha en que se inserta la desclasificación y el acceso a los documentos: “Siempre quisimos tener los archivos de EEUU para dilucidar todo lo que se había grabado y establecido allá, y que aportara datos para la reconstrucción de nuestra historia”. Asimismo, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo hizo hincapié en la importancia del traspaso generacional: “La confianza que hoy Abuelas pone en la juventud, el reemplazo que hoy es para nosotros la presencia de todos ustedes para el día en que nosotras, que iniciamos esta dolorosa pero importante y necesaria tarea, no estemos; ustedes van a seguir caminando a través de los grupos continuando con el proceso de Memoria, Verdad y Justicia”.

Acerca de la importancia de las prácticas de la Facultad con los organismos de derechos humanos, Larisa Kejval concluyó que “es muy importante porque habla del compromiso de la Universidad, no sólo en producir conocimiento, sino en hacerlo público y ponerlo al servicio del pueblo. No producimos conocimiento para su apropiación privada, sino para que esté disponible para el conjunto de la ciudadanía y para que pueda ser usado para otros procesos de investigación y el esclarecimiento de acontecimientos que permanecen encubiertos”. 

Finalmente, la directora de la carrera de Ciencias de la Comunicación ratificó el compromiso académico con la comunidad y las organizaciones sociales: “Estoy convencida de que tenemos que habitar todas las instancias que la Facultad nos brinda para potenciar estos objetivos que creemos que tienen que orientar a la educación pública”.

“Necesitamos poner nombres, apellidos e historias para que dejen de ser NN”

“Necesitamos poner nombres, apellidos e historias para que dejen de ser NN”

En una nueva audiencia virtual del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Investigaciones de Lanús, declararon las hermanas Silvia Beatriz Gorban y Claudia Dafne Gorban, ambas sobrevivientes de este último centro clandestino de detención conocido como “El Infierno”. Silvia y Claudia son hijas de Miryam Kurganoff, reconocida intelectual, una de las creadoras del concepto de soberanía alimentaria, que también se encontró privada de la libertad durante la última dictadura cívico militar argentina.

La primera en declarar fue Silvia, la mayor de las hermanas, secuestrada a fines de 1976 en su domicilio de Lomas de Zamora junto a su esposo, Osvaldo Enrique Lapertosa, estando embarazada de siete meses. La sobreviviente y testigo relató la violencia con que los represores irrumpieron en su domicilio aquella madrugada: “Nos ponen contra la pared, nos revisan los roperos, los libros”. Silvia narró que, a pesar de su avanzado estado de embarazo, le pegaron una patada que la tiró por la escalera. “Ahí nos suben a un vehículo, que años después yo identifico como de la Policía, en una parada del colectivo”, describió. Relató también que el traslado hacia la Brigada de Lanús se realizó con tabique y las manos atadas a la espalda, por lo que ella debió permanecer panza arriba.

Una vez arribados a “El Infierno”, donde permanecieron alrededor de 30 horas, Silvia y su esposo fueron llevados a un calabozo de dos metros cuadrados. La sobreviviente relató las torturas recibidas en el centro clandestino de detención: “Durante ese tiempo una sola vez nos sacaron al baño, las siguientes veces había que orinar ahí dentro del calabozo, y los otros detenidos nos decían que había que arrastrar el orín hacia afuera”, recordó y especificó que “habrá habido en ese lugar entre unas 15 o 20 personas. Había alguien que nos daba agua, pero no hubo alimento de ningún tipo”. Silvia también mencionó que durante el interrogatorio que le realizaron hubo una amenaza de fusilamiento, mientras que Lapertosa sufrió golpizas y tortura física por parte de sus captores. En su domicilio había quedado su hijo de dos años, con quien se reencontraron al ser liberados. Silvia Gorban finalizó el testimonio con el deseo de que “ojalá esto llegue a buen fin y se haga justicia, por los que no están, por los que todavía extrañamos, para que esto nunca más vuelva a suceder en nuestro país”.

A continuación, prestó declaración Claudia Gorban, quien fuera secuestrada en la misma fecha que su hermana. No obstante, aquella permaneció detenida por más de una semana en la Brigada de Lanús. La virtualidad de la audiencia le permitió a la sobreviviente declarar desde la misma casa de la cual fue sustraída, 45 años atrás. Aquella noche de noviembre de 1976, Claudia no se había mostrado sorprendida sobre su secuestro, dado que pocos días antes lo había sido su compañero de militancia, “Moncho” Pérez, quien hoy permanece desaparecido. 

Claudia Gorban brindó un testimonio rico y extenso, rechazando la oferta del juez de solicitar un receso cada vez que su relato era tomado por la angustia. Acerca de los primeros días en los calabozos de “El Infierno”, la testigo contó la historia de un compañero que se encontraba en un debilitado estado de salud: “Él había sido operado hacía muy poco de apéndice, cuando lo levantaron estaba en el posoperatorio y consecuentemente había desarrollado una crisis asmática”. Claudia continuó la descripción del hecho: “Se escuchaba, era continuo. El silencio era muy pesado en el lugar, hablábamos cada tanto, las voces de todos estaban muy debilitadas, y en ese silencio pesaba la respiración de ese chico. Hasta que una noche dormimos sin la respiración”. Claudia denunció que el joven no recibió atención, ni durante el episodio respiratorio, ni una vez fallecido: “Empezamos a gritar para que los guardias lo vinieran a asistir. Ninguno venía. Pero estaban ahí, se los escuchaba”. Tiempo después, el cuerpo del compañero fue retirado de los calabozos, arrastrado y maltratado. Hacia el final de su testimonio, Claudia recordó a aquel joven fallecido en “El Infierno”, manifestando su voluntad de conocer “quién es el que murió, para decirle a su familia qué día murió su hijo, que por él se rezó un padrenuestro. Que sepan que murió y dónde, esas respuestas que tanto buscamos. Necesitamos poner nombres, apellidos e historias para que dejen de ser NN”.

Luego de algunos días de cautiverio, Claudia fue llevada a la sala de torturas para ser interrogada. El carcelero la acostó sobre un colchón y la empezó a desvestir. En ese momento -relató la sobreviviente-: “se me cruzó por la cabeza que, si yo tenía contacto físico, si a mí me picaneaban, la electricidad se le iba a transmitir a él. Yo le agarré fuerte la mano y le dije: no me suelte”. De esta manera transcurrió un interrogatorio de dos horas sin tortura física. En aquella sala, Claudia estaba acostada en un colchón en el piso, había dos o tres hombres en una mesa haciendo preguntas, y a la derecha de la víctima se encontraba el carcelero en cuclillas, sin poder soltarse de la mano de su cautiva. El mismo carcelero retiró a Claudia del calabozo días después, anunciándole su liberación y manifestándole que sentía un dolor lumbar en razón de la posición en que lo mantuvo durante el interrogatorio. 

La víctima cuenta que ese hombre, tenía un perfume muy intenso, y que le retiró la venda de los ojos; pero que ella siguió sin mirar: “Mantuve los ojos apretados porque sentía que ese era mi seguro de vida, que ver era un peligro”. Meses más tarde de haber sido liberada, Claudia recibió en su casa de Lomas de Zamora un enorme ramo de flores con una tarjeta escrita a mano en letra imprenta que rezaba: “Saludos, te deseo suerte, todavía me duele la espalda”.

Como es habitual en los testimonios prestados por las víctimas de este juicio, Claudia recordó con especial interés a Nilda Eloy, quien fuera su compañera de calabozo. “Ella estaba conmigo en todo momento era guiar, acompañar”, comentó y agregó: “Yo sentía que era un hada madrina ahí adentro, tenía una fortaleza muy especial”. 

La testigo contó que la única vez que le dieron de comer en la Brigada de Lanús, le sirvieron mate cocido con pan duro; su osadía la instó a pedir una infusión distinta, y aquella compañera de calabozo le reprochó: “No seas estúpida, tomá lo que te dan, quizás sea la única cosa que tomes de acá a mucho tiempo”. 

El día de su liberación, Nilda también le advirtió sobre los hábitos de uno de los carceleros: “No tengas miedo, este guardia te va a sacar, te va a llevar frente a la pileta, te va a desnudar, te va a ofrecer bañarte, te va a dejar que te bañes y él te va a ofrecer enjabonarte la espalda. No te preocupes, es lo único que te va a hacer”. 

Claudia Gorban hace alusión a la entereza que tuvieron sus compañeros de cautiverio para no transmitir el miedo a la tortura que habían sufrido. Muchos años después, en democracia, cuando Claudia declaró en los Juicios por la Verdad, Nilda Eloy la reconoció por aquella anécdota: “Dijo que no se acordaba el nombre de la estúpida que andaba pidiendo tecito con limón, en lugar de mate cocido. Yo lo contaba con pudor, porque me daba vergüenza haber sido tan ridícula en esas circunstancias, pero la realidad es que esa ridiculez fue la que le sirvió a Nilda para identificarme”. La hermana menor de las Gorban manifestó su infinito agradecimiento a Nilda y a su militancia, que posibilitó el desarrollo de estos juicios por crímenes de lesa humanidad. Y agregó: “Quiero agradecer y abrazar a las Madres y Abuelas que han sido un ejemplo de que se puede llegar a esto con la paz, con esa paz que nosotros siempre soñamos”, dijo Claudia Gorban al finalizar su declaración. 

Para cerrar, la testigo refirió a su ascendencia judía: “De la misma manera que mi padre me dijo a los 15 años que no me olvide que mis bisabuelos fueron cremados en los campos de concentración nazis, hoy le pido a mis hijos, a mis sobrinos, que no se olviden que estuvieron los campos nazis y que tuvimos los campos en Argentina”, mientras enarbola el pañuelo de Madres de Plaza de Mayo con la cifra de los 30.000 detenidos-desaparecidos, quienes en estos juicios, esperan obtener un poco de Justicia audiencia tras audiencia.