“Defensores es el fundador del fútbol callejero a nivel mundial”

“Defensores es el fundador del fútbol callejero a nivel mundial”

Cada semana a “Defe”, como le dicen sus adeptos a la Fundación Defensores del Chaco, asisten alrededor de 2.000 chicos. “Los docentes siempre vienen una hora antes para revisar el material y el estado del espacio”, cuenta Viviana Flores, directora del lugar. Las actividades comienzan a partir de las cinco de la tarde y se extienden hasta las nueve de la noche. Durante el fin de semana, las competencias de las que la Fundación participa hacen que el lugar se llene de familias.

La creación de lo que primero fue un lugar solo para hacer deportes se remonta a 1994, cuando 12 jóvenes decidieron transformar un basural en un espacio de encuentro para todo el barrio. ANCCOM se acercó a Defensores y pudo dialogar con algunos de sus protagonistas.

El área de influencia de la organización es una de las más pobres de todo el Conurbano. Paso del Rey es una de las tantas localidades que pertenece al Partido de Moreno, en la provincia de Buenos Aires. La conforman 15 barrios y viven en ella alrededor de 250 mil habitantes. Al noroeste de este espacio geográfico se encuentra la Fundación Defensores del Chaco. A pesar de que no cuenta con ningún apoyo de la Municipalidad, en el lugar trabajan más de 50 personas: un equipo está formado por profesionales remunerados, voluntarios ad honorem y becarios. Asimismo, la Fundación cobra una cuota a sus socios para mantener la infraestructura y los gastos diarios.

Hoy cuenta con su propio centro cultural compuesto por tres salas taller y un teatro con capacidad para 250 personas. El predio deportivo cuenta con una cancha de fútbol profesional y un playón en donde se practican otros deportes y se realizan diversas actividades. Hace ocho años, en el ámbito educativo, la Fundación abrió un jardín de infantes de gestión social.

Las actividades que propone el lugar se sitúan en ejes como deporte, arte y educación. La Fundación participa en Moreno de la Liga Fútbol para la Oportunidad Social (Liga FOS) en 18 categorías, es el único equipo de la localidad que compite en tres categorías en AFA y la institución es la creadora de la disciplina “fútbol callejero”. También compiten en handball y hockey. En el campo artístico, el espacio brinda a la comunidad talleres de tela, talleres de dibujo, talleres de tejido, de música y muralismo.

Las reglas de la calle

Viviana Flores afirma con orgullo: “Defensores es el fundador del fútbol callejero a nivel mundial”. Lejos de la competitividad y cerca de la transformación social, el fútbol callejero comenzó en el año 2001. Yamila Castillo, coordinadora de la actividad, cuenta que “la modalidad nació porque los jugadores depositaban toda su bronca en el fútbol. Ningún partido terminaba bien y nadie se hacía cargo de sus acciones”.

El fútbol callejero se juega sin árbitro y con equipos mixtos, es decir, conformados por varones y mujeres. A esto hay que agregar que el encuentro es a tres tiempos. Durante el primero, y en presencia de un mediador, se definen las reglas que se van a utilizar, en el segundo tiempo se disputa el partido y en la última parte se evalúa si se cumplió entre ambos equipos el reglamento pautado en la primera etapa. Lo más importante es el tercer tiempo, aquí es donde se define el resultado de cada partido.

El respeto, la solidaridad y la cooperación son los valores que se utilizan para puntuar a cada equipo durante el último tercio de cada encuentro. Cada ítem equivale a un punto. Esto no garantiza en absoluto que el equipo que convierta más goles sea el mejor. “Creemos que el tercer tiempo es el más importante para la metodología y para la conformación de jóvenes y ciudadanos”, expresa Yamila.

Aproximadamente, un total de 1.000 chicos y chicas practican la propuesta. Defensores ejecuta esta modalidad de juego con escuelas de Moreno y de otros distritos aledaños. También lo hace en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires con “Boca Social”, la fundación del Club Atlético Boca Juniors. “Fútbol Inclusivo” fue el nombre elegido para llevar esta actividad a algunos barrios humildes porteños,  como la Villa 1-11-14, Villa Zabaleta y Ciudad Oculta. Actualmente, Defensores firmó un convenio con la Municipalidad de Tres de Febrero, en donde también se practica el fútbol callejero.

Encontrarse, ser parte, formarse

Además del trabajo diario, las crisis también fortalecieron a la Fundación. El estallido del 2001 presionó a  “Defe”  a transformarse en un merendero.  El lugar mantuvo su propuesta deportiva y social a pesar de la difícil situación económica del país. Otro tropiezo fue el temporal climático de 2012 que removió el techo de su centro cultural. Aún así, con mucho trabajo de toda la comunidad lograron reconstruirlo un año después.

Puertas adentro de la administración, una pelota con logotipo del evento recuerda con mucho cariño el viaje que un grupo de deportistas realizó en 2006 al mundial de fútbol de Alemania. Generar lazos, establecer comunidad y un sentido de pertenencia es lo que Defensores genera en los que participan de sus actividades.

El aprender desde distintas funciones y roles es otra de las cosas que propone la institución. Una de las normas del estatuto establece que los dirigentes deben tener entre 30 y 35 años de edad. Esto permite una movilidad interna constante en los roles que tiene la Fundación. Así, muchos de los que hoy son coordinadores o responsables de un área, en su momento fueron jugadores, talleristas o ayudantes.

Algunos otros, más allá de su presente como dirigente de un área, definieron su vocación dentro de Defensores. Es el caso de Micaela Castillo, responsable de Comunicación y Prensa: “Tuve dos etapas acá dentro. Primero fui jugadora de handball y luego me invitaron a hacer una radio abierta. Siempre me gustó todo lo relacionado a los medios. Hoy  estudio Comunicación y estoy encargada del área”.

Por su parte, Ezequiel Cruz, coordinador del área de Deportes y uno de aquellos doce jóvenes que fundaron el espacio, cuenta: “Pasé por todas las etapas. Fui jugador, ayudante, entrenador y ahora soy profesor de Educación Física”. Asimismo, agrega: “A los 12 años perdí a mi papá y mi vieja tenía que salir a laburar. Era estar en la esquina o en Defensores. Elegí estar acá y eso me marcó para toda la vida”.

Realizar deporte o desarrollar una actividad cultural. “Defe” para muchos es un punto de partida en sus vidas. Este proyecto que comenzó como un espacio exclusivamente deportivo tiene más de 20 años de existencia y apuesta al desarrollo humano y a generar oportunidades en uno de los sectores más vulnerables del Conurbano.

 

Actualizada 08/02/2017

En defensa de los inquilinos

En defensa de los inquilinos

Distintas organizaciones sociales de todo el país impulsan una nueva norma sobre alquileres, ante los abusos sistemáticos cometidos por inmobiliarias y propietarios. Este año pasará a la Cámara  de Diputados para su tratamiento y eventual aprobación. La iniciativa, que lleva la firma de la senadora del Frente para la Victoria Silvina García Larraburu, propone modificaciones en el Código Civil y Comercial que beneficiarían a los inquilinos.

El proyecto extiende el plazo mínimo de los contratos de alquiler de dos a tres años, se elimina el plazo de seis meses para que el inquilino pueda rescindir el contrato sin causa, se contempla la devolución del depósito en garantía y las expensas extraordinarias las abonará el dueño del inmueble. Además, el proyecto establece que los aumentos sean anuales y que de ninguna manera superen al nivel inflacionario. Otra novedad es que las partes puedan renovar o no el contrato sesenta días antes del vencimiento y se dispone la regulación de las comisiones inmobiliarias por jurisdicción. En caso de no haber regulación específica en la zona, no debe superar nunca el mes de alquiler, como lo establece la Ley 2.340 que corresponde a Ciudad de Buenos Aires.

La problemática de los alquileres se agrava año a año, por las condiciones cada vez más extorsivas y leoninas a las que son sometidos los inquilinos. Luego de un amparo propiciado por Inquilinos Agrupados y la Asociación civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ), la  Cámara en lo Contencioso Administrativo y Tributario de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, confirmó un fallo de primera instancia que resolvió la ilegalidad de cobrar más de un mes de comisión, una anomalía muy frecuente en las operaciones inmobiliarias. Además, la sentencia obliga al Colegio Único de Corredores Inmobiliarios de la Ciudad de Buenos Aires a realizar un control integral sobre sus matriculados para evitar estos abusos.

El proyecto de ley y las acciones de las asociaciones civiles constituyen una respuesta esperada hace tiempo por parte de los inquilinos. Como parte de ese proceso, en febrero de 2016 se había creado un área de la Defensoría del Pueblo para proteger los derechos de los inquilinos, se trata de la Defensoría del Inquilino, a cargo del ex legislador Fernando Muñoz, que brinda asesoramiento legal, acceso al sistema de mediaciones y presenta políticas y propuestas acordes al sector.

El proyecto de ley y las acciones de las asociaciones civiles constituyen una respuesta esperada hace tiempo por parte de los inquilinos.

El proyecto de ley y las acciones de las asociaciones civiles constituyen una respuesta esperada hace tiempo por parte de los inquilinos.

Respecto de los abusos, Lis Rodríguez, vecina de La Boca, dice  a ANCCOM: “Cuando alquilé un PH con mi novio, además de exigirnos  la garantía propietaria de una amiga, tuvimos que poner los recibos de sueldo de mi padre y mi novio como garantía. Además los arreglos los pagábamos nosotros y la dueña nos reconocía una parte, una vez abonados, ella nos descontaba una parte del alquiler, todo en forma arbitraria. En el momento de rescindir el contrato nos retuvo el anticipo”. Otra experiencia es la de Gabriela Szconadek, vecina de Parque Patricios, que cuenta: “Alquilábamos  con la garantía propietaria de mi tío, una casa que necesitaba muchos arreglos y el dueño no se hace cargo, por lo cual decidimos buscar otra propiedad, pero al morir mi tío, quedamos presos de una casa en mal estado y con un valor muy alto de mercado, ya que no conseguimos  un seguro de caución (que exige ingresos de 20000 pesos como mínimo) para poder mudarnos a un lugar mejor”. En comunicación con ANCCOM, Tomás Beceyro, secretario general y letrado de la Unión Argentina de Inquilinos, manifestó al respecto que “los seguros de caución son relativamente nuevos para las locaciones y de a poco son más aceptados por los propietarios, los bancos brindan garantías similares y  los propietarios los incorporan paulatinamente, como ocurrió con las garantías propietarias de otras jurisdicciones”. Beceyro, en relación al proyecto, consideró que todo lo que ayude a equiparar la relación entre propietarios e inquilinos es muy importante, ya que últimamente parece un contrato de adhesión, en el que el inquilino no es escuchado. “Hay que tener en consideración que se trata de una modificación muy importante y que el derecho a la vivienda está consagrado en la Constitución Nacional. En el hipotético caso que ocurra el veto desde el Poder Ejecutivo se estaría perjudicando a millones de inquilinos y a la vez fulminando una garantía constitucional”, agregó. Por otra parte, el proyecto también prevé deducir los alquileres del impuesto a las ganancias. Por supuesto, distintas inmobiliarias anticiparon su rechazo a lo cambios propuestos.

Actualizado 08/02/2017

La moda de borrar la memoria

La moda de borrar la memoria

El paredón blanco fue manchado. Correspondía al frente del Grupo de Prevención Motorizado de la Policía Bonaerense de Esteban Echeverría, hasta entonces inmaculado. Militantes, sobrevivientes y familiares de desaparecidos que pasaron por ese escenario hace más de cuarenta años pintaron con negro las consignas “Nunca Más”, “Memoria”, “Verdad” y “Justicia”, e identificaron el lugar con dos carteles que advierten que allí funcionó el ex Centro Clandestino de Detención y Exterminio (ExCCDyE) “La 205”, donde se cometieron delitos de lesa humanidad durante la última dictadura. Sin embargo, esa “mancha” duró pocos minutos. Finalizado el acto, que tuvo lugar la tarde del sábado en la puerta del ex CCD liderado por el subcomisario retirado Walter Acosta, miembros de la Policía Bonaerense quitaron los carteles y pretendieron tapar con pintura blanca más de cuarenta años de historia.

Alan Muñoz, miembro de Peronismo Militante El Jagüel, contó lo sucedido: “Cuando todo terminó tomamos el colectivo, a dos cuadras del lugar, en la mano del frente de la autopista. Éramos unos 22. Vimos que a uno de nuestros compañeros, que estaba con dos chicas, lo había parado un móvil de la Policía y bajamos a preguntar. Ahí fue cuando notamos que del otro lado de la autopista un policía estaba blanqueando la pared y otro estaba sacando el cuadro que habíamos colgado. Fuimos a preguntar y, cuando llegamos, ya había otro policía con una pala sacando el cartel de madera que habían puesto los chicos del Colectivo de Educación. Les preguntamos por qué lo estaban haciendo, cuál era el problema, pero nunca nos respondieron. Salieron seis policías más e hicieron una especie de barrera, al costado del cordón de la vereda, para que no nos acercáramos”. El domingo, a la misma hora, solo el primer cuadro reapareció en la pared. Pequeño, junto al enorme cartel negro del Grupo de Prevención Motorizado. Consultado por ANCCOM sobre los episodios del día anterior, un policía que se encontraba mirando hacia el paredón negó saber algo al respecto.

Muñoz confesó la incertidumbre e impotencia que el hecho generó en él y en sus compañeros. “Encima uno de ellos, mientras sacaba lo que habíamos puesto, se reía. Fue totalmente a propósito. Al principio les preguntábamos por qué, pero viendo que no nos respondían nada, y que ya habían sacado todo, les empezamos a pedir los carteles para llevarlos a nuestras casas. Pero tampoco hubo respuesta”, relató. Y agregó: “Qué contradictorio. El mismo día que el Gobierno Nacional decide dar marcha atrás sobre el decreto de movilidad del feriado del 24 de marzo, pasa esto. Nos da mucha bronca, cuando a la mañana se está diciendo una cosa, a la tarde se está haciendo otra completamente diferente”.

Según denunció el militante, en noviembre del año pasado sucedió algo similar en la estación de tren El Jagüel, cuando fueron retirados los cuadros de cinco vecinos desaparecidos que cuatro años atrás la agrupación había colocado allí: “Por una orden del Ministerio de Transporte decidieron sacar absolutamente todos los cuadros que había en ese momento en la estación. Después de peleas y de insistir mucho, nos enteramos que se los habían llevado a Temperley. Nadie nos dijo por qué, solo que había sido un error de alguien del Ministerio”, explicó.

Para visibilizar lo ocurrido y romper el silencio impuesto por la Policía Bonaerense, se convocó a una conferencia de prensa este miércoles a las 17, en la puerta del GMP, de la que participarán organismos de derechos humanos, organizaciones sindicales, intendentes, legisladores y diputados. “Desde que lleguemos hasta que termine la conferencia, van a estar los compañeros del frente cultural haciendo un mural alusivo sobre lo que sucedió y sobre lo que queremos que termine siendo ese lugar: el espacio de la memoria de Esteban Echeverría”, anunció Muñoz. Con ese objetivo, los militantes mantuvieron el domingo una reunión con el diputado Miguel Funes, que está elaborando un proyecto para presentar en la Cámara de Diputados provincial, para que el ExCCDyE “La 205” sea declarado Espacio Para la Memoria.

 

 

Demarcación de “La 205”

 

A fines de diciembre del año pasado, las sobrevivientes Liliana Latorre, Ana Ramona Sánchez y Catalina Alaniz realizaron la primera inspección ocular al lugar, junto al juez Daniel Rafecas, otros trabajadores de su juzgado, el abogado Pablo Llonto y militantes de la zona. “Me siento muy movilizada, muy conmovida, porque desde que vine el 21 de diciembre a este lugar junto al juez Rafecas, supe que era aquí dónde había estado. Después, con la compañera Ana Ramona Sánchez, dimos unas vueltas,  porque a esos árboles los veíamos a través de unas ventanitas rectangulares que había en el lugar. Estábamos acostadas en el piso, pero yo me aflojaba la venda continuamente. Me daban unas tundas por eso, pero bueno, así podía observar. Escuchaba el ruido de los pájaros, el ruido de los aviones. Yo siempre calculé que estaba en algún lugar cerca de Ezeiza. Y bueno, cuando vine aquí, apenas bajé del auto y caminé hacia el portón, me di cuenta que este era el lugar”, dijo Catalina Alaniz, sobreviviente de “La 205”, ex centro clandestino que estuvo en funcionamiento durante 1976 en la actual dependencia del Grupo de Prevención Motorizado de Esteban Echeverría.

Alaniz, Latorre y Sánchez habían sido trasladadas desde el ex centro Puente 12 / Brigada Güemes –ubicado en Camino de Cintura y Autopista Riccheri, en diagonal al ExCCDyE El Vesubio–  junto a otros compañeros. Por ello, se cree que “La 205” funcionaba como un espacio satélite de Puente 12. “Esto formaba parte del circuito de la Bonaerense, manejado por Ramón Camps. Y, por supuesto, tenía intervención de inteligencia del Ejército. Los sobrevivientes que dieron testimonio vieron acá gente que había estado en Puente 12 y que ahora está desaparecida”, explicó el periodista y abogado Pablo Llonto.

“El trayecto nos pareció corto porque a mitad de camino nos bajaron y nos hicieron un simulacro de fusilamiento. Luego nos volvieron a subir a la camioneta y llegamos aquí, a este fatídico lugar. No había nadie, estaban únicamente los guardias. Fuimos nosotros los primeros en llegar”, explicó Alaniz durante el acto de demarcación realizado el sábado pasado. Luego de su cautiverio en “La 205”, y Sánchez fueron liberadas en Haedo y en Morón, respectivamente. Liliana Latorre fue trasladada a la Comisaría 1º de Monte Grande y tiempo después fue legalizada en la Unidad Penitenciaria N°2 de Devoto. “Suponemos que estos campos han estado vinculados entre sí y creemos que hay en esta zona muchos campos más”, dijo Latorre. Y confesó: “Yo he podido regresar a los campos de concentración e identificarlos. Pero nunca podré recuperar la parte de mí que ha quedado en ellos”. Llorando, finalizó sus palabras y abrazó fuerte a Alaniz: “Ahora estamos del lado de afuera”, le dijo emocionada.

Sentada en primera fila estaba Alba Lanzillotto, sosteniendo en una carpeta roja la foto de su cuñado Domingo Menna y su hermana Ana María Lanzillotto, vista en “La 205” por Catalina Alaniz, minutos antes de dar a luz a Maximiliano Menna,  último nieto restituido. Alba se unió en el abrazo y minutos después agregó: “Compañeras, compañeros. A pesar del gran dolor que me produce ir conociendo la historia por la que atravesaron mis hermanas, soy una gran defensora de la memoria. Como dice la canción, si la historia la escriben los que ganan eso quiere decir que hay otra historia, la verdadera historia. Todos tenemos la obligación de ir enriqueciendo nuestra memoria”. Consultada por ANCCOM sobre la importancia del hallazgo de este ex centro clandestino, Lanzillotto expresó: “Ellos han querido que la historia no aparezca, que se crean sus mentiras. Y cada vez que encontramos un sitio, que hacemos algo, les damos golpes. Tienen que decir la verdad,  cambiar ese espíritu vengativo, lleno de odio. Este tiempo va a ser medio difícil, porque el gobierno actual está favoreciendo el odio, la venganza. Pero hay que ganarles, de a poquito se puede. Yo digo, la gran revolución no se puede hacer, pero cada cosa de estas que ganamos es una pequeña revolución”.

 

Las pistas y el culpable

Según explicaron representantes de Peronismo Militante al iniciar el acto de demarcación de ex centro clandestino, “esto comenzó unos años atrás, con un proyecto que habíamos hecho sobre el centro clandestino Transradio Internacional. Cuando publicamos ese documental en YouTube, el compañero Ricardo Poggio –del Archivo Nacional de la Memoria– lo vio, nos contactó y nos acompañó a profundizar en esta investigación. Nos dio la oportunidad de conocer más datos sobre esto, para poder identificar de manera definitiva este centro, La 205”.

“Una de las puntas para encontrar el lugar fue el legajo de Walter Acosta, el jefe de este centro clandestino. El policía Rodolfo Peregrino Fernández mencionó a Acosta en una primera declaración, hace más de treinta años”, explicó el abogado Pablo Llonto. En 1983, Peregrino Fernández dio a conocer la existencia de ese centro. La otra prueba que hizo posible rastrear la localización, fue el testimonio de las tres sobrevivientes: “Siempre decían que después de Puente 12 las habían llevado a un lugar cercano. Pedimos los planos del GPM y coincidían. Cuando vinimos en diciembre, el reconocimiento fue total”, agregó.

Walter Acosta aún permanece en libertad. “Cuando hace unos días llegó la policía a su casa para detenerlo, lo encontraron con suero. La esposa informó que estaba con un cáncer terminal, en estadio cuatro”, explicó Llonto. La policía pidió instrucciones al juez Daniel Rafecas, quien ordenó no detenerlo hasta verificar el estado de su enfermedad. “Se pidieron los papeles, los certificados médicos y se le hizo un examen por el Cuerpo Médico Forense, que sí, que estaba con morfina. Cuando se dan situaciones como estas, se resuelve que el enfermo no tiene capacidad para estar en juicio, por lo tanto se lo aparta del proceso judicial, momentánea o definitivamente. Pero yo apelé esa resolución, porque los peritos médicos dijeron que había algunas cosas raras en el informe”, agregó.  

Por el momento, es el único nombre directamente implicado. Los listados de quienes trabajaron durante 1976 en esa dependencia ya fueron solicitados y serán entregados en febrero o marzo, para continuar buscando a los responsables de uno de los tantos centros clandestinos de detención que funcionaron en nuestro país durante la última dictadura cívico-militar.

 

01/02/2017

“Yo decía: ‘Soy hija de la subversión’”

“Yo decía: ‘Soy hija de la subversión’”

Hija de desaparecidos, creció convencida de que en los años setenta había habido, en la Argentina, una guerra entre buenos y malos. A los 22 supo que no era hija de sus apropiadores. Tres años después, se enteró de que era hija de Hilda Torres y Roque Montenegro, militantes del ERP asesinados por quien ella creía que era su padre, Herman Tetzlaff. María Sol, criada para ser madre y quedarse en su casa, un día decidió dejar sus prejuicios y acercarse al otro lado de la historia. Desde ese momento, comenzó a ser Victoria, una activa militante de la organización Kolina que no quiso ser víctima y que transformó su tragedia en impulso para construir un futuro mejor.

Cuando era chica, ¿sintió que algo la distanciaba de sus apropiadores? ¿Tuvo una infancia “normal”?

Nunca, hasta que la causa avanzó, tuve dudas sobre mi supuesto vínculo biológico con mis apropiadores. Hoy, a la distancia, definir la normalidad de mi infancia es difícil, porque crecí en Campo de Mayo y mi apropiador era militar, represor. Mi infancia estuvo atravesada por muchas situaciones de violencia pero que estaban muy naturalizadas. Para mí eso era normal.

¿Hubo algún acontecimiento que ahora, a la distancia, pueda resignificar como un llamado de atención de lo que le estaba ocurriendo?

Después de la verdad e ir acomodando la historia, uno empieza a recuperar momentos de la infancia que marcaban algo de registro de lo que había pasado. Por ejemplo, una vez, a los 5 años, salí a caminar y me quedé sentada mirando los pastizales altos. Cuando mi apropiadora me preguntó qué estaba haciendo, le contesté que estaba pensando en la vida y en la infinidad. Una inquietud muy profunda para una nena tan chica. Como ese, hay muchos recuerdos que me aparecen, pero recién ahora puedo asociarlos y darles sentido. En ese momento, era muy chiquitita como para entender las cosas que me pasaban.

Durante los tres años en los que sabía que no era hija de tus apropiadores, pero no quiénes eran sus padres, ¿tenía dudas, miedo?

Fueron los años más largos y difíciles. Yo tenía incorporado lo que fue “la guerra contra la subversión”, quiénes eran los buenos y quiénes los malos, y el rol de Tetzlaff, mi papá en ese momento. Para mí, él había sido un héroe que había luchado contra ellos. Todo lo que nos estaba pasando tenía que ver con una venganza por parte de las Abuelas (de Plaza de Mayo), esas mujeres que habían criado mal a sus hijos y que mentían, porque yo pensaba que los desaparecidos estaban en Europa. Ellas venían por mi papá. Toda esa ideología funcionaba como una barrera enorme que no me permitía pensar ni siquiera humanamente. Si esas personas habían desparecido, se lo habían buscado. Pero, aunque vos no quieras, juega mucho lo inconsciente. Hay algo adentro tuyo que negás, bloqueás y lo corrés porque sabés que te necesitan defendiendo a tu familia. Cuando bajás la guardia, surgen preguntas. ¿Y si es cierto? ¿Si tus abuelos viven? ¿Cómo eran? ¿A quién se parece tu hijo? Adentro de tu cabeza tenés, todo el tiempo, una guerra interna. Por eso, si bien la confirmación es dolorosa, difícil, también empieza a responder un montón de esas preguntas.

Tengo entendido que no le gusta decir que hizo un click, pero en algún momento empezó a identificarse con Victoria más que con María Sol…

No me gusta la palabra click porque parece muy simple y en realidad no hay un momento, hay muchas situaciones que van generando que vos puedas reacomodarte de otro modo para empezar a reconstruir tu identidad. Siempre digo que en 2000 aparecí, no recuperé mi identidad. Lo que hicieron fue encontrarme, notificarme, pero yo no recuperé mi identidad en ese momento. Tenía una enorme carga ideológica, un amor infinito por mis apropiadores. Era muy difícil entender, viniendo desde el otro lado de la historia, qué es lo que hacían mis viejos como militantes del ERP. Me acuerdo de la cadena nacional de Néstor Kirchner cuando recuperaron la ex ESMA. Dejé la tele y escuché que leyó un poema de Joaquín Areta. Fue la primera vez que pensé cómo la subversión, eso que para mí era tan horrible, podía pensar o escribir cosas tan lindas. Ese discurso empezó a romper un poco la estructura que me envolvía y permitió que me acercara a las Abuelas desde una postura menos a la defensiva. En 2000 decía “soy hija de la subversión”; dos años después, empecé a decir “soy hija de subversivos”, pensando ya en personas. Y después eran Toti e Hilda, dejando el “papá y mamá” para mis apropiadores. En 2007, en una de las muchas pesadillas que tenía en esa época, yo intentaba salir de un departamento y no podía porque la entrada estaba tapada por ladrillos que tenían escrita la palabra “pared”. Sentía como si una mano enorme me ahogara, una presión fuerte en el cuello. Cuando le conté, la psicóloga de Abuelas me dijo: “Qué raro… con las letras de pared se forma la palabra padre”. Ahí entendí que lo que a mí me ahogaba era seguir diciéndole mamá y papá a mis apropiadores. Ellos no eran mis papás. Y ahí, naturalmente, empecé a decirles mamá y papá a mis papás y a presentarme como Victoria.

¿Cómo fue que pasó de sentirse ajena a la política a ser una militante full time?

Entrar al Ministerio de Desarrollo Social me cambió la vida. Ahí ves lo inmenso del trabajo social, te acercás a la realidad, me permitió entender más de qué se trató la historia. También pude correrme de mí misma. Sí, tuve una infancia difícil, a mis papás los secuestraron y los desaparecieron. Es duro, pero hay un montón de otras situaciones y realidades terribles. Eso te pone en otro lugar, te obliga a involucrarte, a tratar de cambiar algo, dejar de ser víctima. Te podés quedar llorando por algo inmodificable o te ponés a trabajar para tratar de modificar lo que viene.

¿Cree que el modelo actual repite algún patrón de los setenta?

Siempre son los mismos. Sus empresas se hicieron ricas con ese modelo económico. Pareciera que no, pero tiene mucho que ver. Hoy no van a estar tirando personas desde aviones, no les conviene. Hoy hay otras prácticas. Te estigmatizo, te dejo sin laburo, te vas a morir de otra manera. Es lo que están haciendo hoy con Milagro Sala. No la matan, la meten presa, disuelven las cooperativas y se sientan a ver cómo el pasto se va comiendo todo.

30/01/2017

Crónica de un barrio invisible

Crónica de un barrio invisible

Un detonante en el medio de la noche. Fuego. Las casas temblaron y un vehículo ardió en llamas, alterando la quietud del vecindario. “Ya son varios en lo que va del año”, aclarará luego Elvira―la intérprete principal de este lugar― sin inmutarse. Instalado desde hace décadas a orillas del Río de la Plata, el barrio Ribera de Bernal se erige como un espacio semirrural habitado por trescientas personas que pasan sus días entre humedales, caminos serpenteantes de tierra y descampados. El río y la vegetación se vuelven protagonistas de este territorio olvidado del Conurbano Sur que se extiende desde la Autopista Buenos Aires-La Plata hasta la zona costera, y que limita con un predio de Agua y Saneamientos Argentinos (AySA) y el bosque nativo. Del otro lado de la carretera aparece la papelera Smurfit Kappa, instalada desde 2012. Sauces y viviendas espaciadas decoran esta atmósfera verde en la que los nenes corretean y los adultos toman mate hasta tarde. Pareciera la combinación perfecta, si no fuera por la irrupción de toneladas de desperdicios que llegaron para quedarse.

A los costados de la Avenida Espora, la vía principal de acceso al barrio y la única que se encuentra pavimentada, cientos de montañas de recipientes plásticos disputan su lugar entre tantos otros residuos y perros que revolotean entre la basura. El modus operandi es siempre el mismo: los volquetes aparecen, descargan rápido y se van. A la vista de todos. Pañales, ramas y neumáticos, de un lado; escombros y restos de la construcción, del otro. Día a día, las tierras fiscales de las que nadie habla se llenan de intrusos que contaminan el terreno. Ni hablar de los esqueletos de cuatro ruedas que adornan el bosque o de los cadáveres humanos que, según los vecinos, aparecen cuando cae el sol:

―Vienen acá a tirar los cuerpos porque saben que, tarde o temprano, se los va a llevar el río ―cuenta, como al pasar, Eva, una señora canosa de unos sesenta años que reside en la región hace 35 años. Se niega a seguir hablando y se aleja rápido, con fastidio.

*

Elvira Rolando Guillermo agradece a todos los dioses el momento en que su exmarido le propuso mudarse a La Ribera, como llaman los vecinos al barrio. Tenía 15 años, no estaba muy convencida. Hoy tiene 36, se separó hace tiempo, tuvo cuatro chicos y es una de las pobladoras más antiguas del lugar. Ahora está terminando la primaria en una escuela para adultos y trabaja dos días a la semana en un frigorífico de Quilmes. Los movimientos de Elvira funcionan como alegoría casi perfecta de los litoraleños: camina despacio, con parsimonia, como si cargara en su espalda con años de experiencias y luchas. Parece tímida, cauta. Esquiva un morro de cascotes con gran habilidad. Señala su casa y, sonrisa mediante, explica que varios voluntarios le están dando una mano para arreglarla: “Ahora están con la cocina”. Prefiere conversar enfrente de su vivienda, lejos del bullicio del taladro, en la construcción que hace las veces de Asociación Civil del barrio y que funciona desde hace seis años en La Ribera.

Elvira lleva en su cuerpo las marcas del tiempo y las coyunturas del espacio: el semblante tostado, áspero y tirante, atravesado por escamas; los ojos pequeños, precavidos después de tantas promesas sin cumplir; una hilera de dientes gastados y desatendidos. Y sus manos. Esas manos formidables que ―abrazadas por encima de la mesa de madera― son el reflejo de su día a día, de su ir y venir, de cargar y descargar materiales, de amasar pan desde las seis de la mañana. Elvira cuenta que cuando llegó, allá por los noventa, el lugar se parecía más a una parcela de cultivo que a un centro habitable. La planta de AySA ya estaba, la autopista era un montón de tierra, las calles estaban limpias y eran de piedra:

―Ahora esto es otra cosa ―aclara―. Ahora tenemos agua potable y luz. Pero antes no, no había nada, no había más que pampa. Éramos cinco familias nomás.

El territorio, según ella, creció muchísimo desde hace dos años. Las trescientas personas identificadas en el último censo de 2010 se multiplicaron a partir de entonces. Fue en ese momento cuando ganaron la batalla del agua ―teniendo una planta potabilizadora al lado desde hace más de veinte años― y consiguieron, a duras penas, que la municipalidad dispusiera tres contenedores de basura sobre Espora. Ahora son dos: hace tres meses desapareció uno y nunca volvió. La instalación eléctrica corrió por cuenta de los vecinos. “Hicimos lo que pudimos”. Todavía no tienen gas, tampoco desagües cloacales. Ni siquiera instituciones o comercios. Durante unos años funcionó en el barrio una Biblioteca Popular: sucumbió. Ahora apenas poseen la Asociación Civil, un par de despensas y algunos almacenes. Aunque Elvira y la mayoría de los vecinos prefieren comprar todo “allá arriba” porque es más barato. Sube uno, compra al por mayor y luego reparte entre el resto.

Abajo y arriba, acá y allá, nosotros y ellos, bajar y subir. Los adverbios se inmiscuyen todo el tiempo en su relato: cuando menciona los tres o cuatro viajes que hace cuesta arriba para llevar y buscar a los chicos del colegio los días en que no viene el colectivo, cuando atribuye la contaminación de su barrio a los de afuera, cuando cuestiona el desinterés de las autoridades. Como si hubiera dos mundos, como si la autopista funcionara como una frontera infranqueable entre dos realidades contrapuestas e incompatibles.

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Los sauces, al borde del río, se mecen con el viento. Al igual que las tiras de plástico y de papel que asoman por encima de los troncos y juegan entre las ramas. Las botellas que trae el reflujo se acumulan en la orilla. Un perro negro con el pelo duro husmea alrededor de la basura y agarra una ojota. Cien metros más adentro comienzan a asomar las viviendas. Algunas fueron edificadas en altura, otras parecieran desafiar a la naturaleza. Las crecidas son moneda corriente en La Ribera. Nadie evacúa. Aunque tiemblen las casas y las olas del Río de la Plata maltraten las paredes, todos se atrincheran hasta que pase el mal trago. Una vez que cesa solo queda empezar de nuevo. “La última inundación ―reflexiona Elvira― fue hace un mes, más o menos. Esa vez los bomberos trajeron un gomón y se acercaron a ayudar a la gente”.

―¿Qué tan difícil es convivir con el río?

―Te acostumbrás ―explica Elvira―. Al principio cuesta porque plantás algo y te lo lleva. Pero ya todo el mundo sabe que tenés que levantar todo siempre. Y cuando vemos que se viene el río nos metemos todos adentro. A esperar que baje.

En enero de este año el Río de la Plata se pobló de camalotes que aparecieron como consecuencia de las crecidas del río Uruguay: la costanera se tiñó de verde y cientos de especies animales ―arañas, nutrias, lagartos, culebras y serpientes― invadieron el lugar. Las autoridades del partido de Quilmes decidieron, entonces, restringir el acceso al río, desplegar efectivos y concientizar a los vecinos sobre los riesgos de meterse al agua y entrar en contacto con esta fauna silvestre. A diferencia de la ribera quilmeña, en la de Bernal los vecinos aseguran que las medidas de precaución fueron escasas. Aunque la presencia de los guardavidas fue incondicional, el vallado policial a la altura de la autopista ―que permitía el paso únicamente a los residentes de La Ribera― duró pocos días. Las cintas de polietileno instaladas entre los troncos de los árboles para señalizar el peligro tampoco lograron su cometido: las veces que no fueron arrebatadas por la marea sirvieron a los nenes como red de los partidos de fútbol-tenis. El contacto entre los niños del barrio y las culebras era inevitable. ¿Cómo exigirle a los más chicos, a esa generación que nació y creció entre insectos, pantanos y matorrales, que no se acercaran al río y jugaran con los animales? 

La cruzada, sin embargo, no es contra el río y la basura que sus aguas arrastran sino contra la mano del hombre y la apatía de las autoridades, una lucha constante ante el relleno de los humedales en la que intervienen ambientalistas, organizaciones sociales y muchos habitantes de la Zona Sur del Gran Buenos Aires. Aunque por ordenanza municipal fue declarada Reserva Natural ―dos veces, en 1996 y en 2002―, en la práctica la ribera de Bernal dista de ser un área ecológica protegida con fines de conservación. La riqueza de su diversidad biológica y la importancia que los humedales cumplen al interior del medioambiente no impiden que los camiones vuelquen sus desechos en la zona costera. Encargados ―entre otras cosas― de filtrar el agua y controlar las inundaciones, los humedales de Bernal son responsables directos de que, en épocas de sudestada, el río no llegue hasta el espacio urbano. “El año pasado―recuerda Elvira― el agua entró hasta las casas de Villa Alcira”. Ubicado justo del otro lado de la autopista, ese barrio bernalense padece desde hace décadas problemas de inundaciones a causa de la falta de mantenimiento de los canales. El relleno de los humedales, en este contexto, no hizo otra cosa que agravar la situación.

La indiferencia de la intendencia de Quilmes encabezada por Martiniano Molina ―que ni en el sitio institucional ni en el Boletín Oficial anuncia algún tipo de proyecto para mejorar la región― no contribuye a aliviar la situación. En 2012, Diego Buffone (en ese momento concejal por la Coalición Cívica de Quilmes y, desde la asunción de Molina, subsecretario de Participación Ciudadana) se autoproclamaba el logro de haber conseguido para La Ribera atención médica gratuita y regular en la Biblioteca Popular. “No podemos entender cómo un barrio con las características de aislamiento que tiene Ribera de Bernal no posea una posta sanitaria permanente”, exclamaba en el portal de noticias de su sitio web oficial, criticando la gestión del municipio a cargo de Francisco “Barba” Gutierrez. A fin de ese año la Biblioteca cerró sus puertas, y el trofeo de Buffone se extinguió tan rápido como surgió. Incluso Smurfit Kappa, empresa transnacional de origen irlandés que se dedica a la fabricación de cajas de cartón corrugado, estuvo en el ojo de la tormenta desde que arribó a Bernal en 2012: organizaciones ecologistas denunciaron a la papelera por contaminar la ribera a través del canal de efluentes que desemboca en las aguas del río. La acusación se perdió entre expedientes y papeleos burocráticos pero una caminata por la orilla basta para observar cómo la pasta blanca de celulosa ha ido impregnándose en toda la superficie que rodea al conducto.

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Una vieja creencia que circula entre los pobladores de La Ribera cuenta que en el lugar se esconde una maldición. Una enfermedad que se propaga entre los visitantes que arriban a las costas del río. Una peste endémica que afecta los cinco sentidos y que obnubila el juicio crítico: el llamado Mal del Sauce. Según la leyenda, la brisa del sudeste y el atractivo de las aguas que bañan la orilla hipnotizan a los desconocidos y los obligan a volver. El aroma de las plantas, los sonidos de la naturaleza, los paseos en lancha, las caminatas al atardecer. Las sensaciones que experimentan no les permiten pensar en otra cosa y, ante ese impedimento de regresar, la nostalgia se vuelve una constante ineludible en sus vidas. Así fue como muchos terminaron instalándose en el barrio.

―¡El famoso Mal del Sauce!―exclama Elvira, conteniendo la risa, cuando devela el misterio.

Las palabras salen a borbotones de su boca: “Es ese enamoramiento que sienten los que vienen que hace que no te vayas nunca más”. Elvira menciona que una vez estuvo a punto de irse, cuando se separó, pero que luego se arrepintió. Girando la cabeza de un lado a otro, asegura que no podría vivir fuera de La Ribera y que la tranquilidad que sienten ella y sus hijos cuando amanece no la podría conseguir en otro lado. “El aire libre, correr, jugar en la calle. Acá los chicos son libres, felices”. Ella, mejor que nadie, comprende de qué se trata el Mal del Sauce. Lo padece desde hace 21 años.

En verano el paisaje se llena de colores, pájaros y movimiento: cientos de personas, en su mayoría residentes del Conurbano Sur, se acercan al balneario a pasar el día y apuestan a volverse con algún bagre o tararira al terminar la jornada. Eligen la ribera de Bernal porque es menos concurrida que la de Quilmes. Más tranquila. Lo que pareciera ser un incentivo a la difusión de los problemas locales se convierte en un dolor de cabeza para muchos pobladores del barrio. Según Elvira, en el período estival las calles se convierten en un desfiladero de autos y de “gente que viene de arriba” a jugar picadas y aprender a manejar sobre Espora. Como si no tuvieran suficientes dificultades, a los escombros y neumáticos de larga data se le suman las sobras de los picnics y las redes de pesca que quedan flotando sobre las márgenes del río. Las altas temperaturas, para colmo, se encargan de descomponer los desperdicios y el olor nauseabundo permanece después de que los visitantes se retiran. Elvira rezonga. Toma aire y exhala un suspiro que queda flotando en las paredes de madera de la Asociación. No generaliza, reniega únicamente contra los que ensucian su amada ribera y ponen en peligro la seguridad de los chicos:

―En verano nosotros no los dejamos a los nenes ir para allá, porque hay muchos carros y gente chupada.

El patrón se repite: al igual que con las crecidas del río, hay que resguardarse y esperar que pase el temblor.

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El patrullero no se acerca a La Ribera. Tampoco los bomberos y las ambulancias. Casi nunca. Hasta los taxistas desconfían. Como si una divisoria infranqueable separara a la costa del espacio urbano. Pareciera que más allá de la autopista el radar de los prejuicios detectara inseguridad y peligro de vida. “Los hechos de violencia ―afirma una Elvira mucho más suelta y risueña― vienen de la gente de afuera. Llegan, tiran los autos, los queman y se van. Pasa siempre”. Las familias están acostumbradas a cargar con el estigma del barrio. “Antes eran más seguido, desde que tenemos luz y somos más se escuchan menos casos”. Según Elvira, no solo conviven con la combustión de vehículos y con los perros que les tiran sobre Espora, sino también con los delincuentes que se ocultan en los descampados para escapar de la policía, con víctimas de secuestros que son liberadas en el predio, con el cementerio de cuerpos que bordea la zona costera.

A pesar de la convicción con la que los vecinos formulan sus afirmaciones, ni los medios locales ni los de mayor difusión se hicieron eco de los crímenes narrados. En la ribera quilmeña, la secuencia de arrebatos, violaciones y muertes logró salir a la luz, pero nada se ha dicho aun de la violencia de Bernal. Tampoco hay información en las comisarías o en la sede de la Municipalidad. Nada que corrobore el relato de los vecinos. Nada que explique el motivo por el cual no se divulgan estos episodios alarmantes. Leyenda o no, folklore popular o negligencia institucional, el discurso al interior del barrio es siempre el mismo. Insisten en que el aislamiento favorece la intromisión de bandidos, y que tuvieron que habituarse a convivir con eso. Dicen que aprendieron, entre otras cosas, a lidiar con cadáveres y cuerpos mutilados que son abandonados en los humedales a la espera de que el río haga lo suyo:

―A Eva un bombero le enseñó que tiene que atarle los pies a los muertos, para que no se hundan y floten, y así pueden reconocerlos después ―cuenta Elvira, fascinada, y relata una serie de casos macabros que se sucedieron en el tiempo.

Desde afuera, cualquiera pensaría que todo está a punto de colapsar. Que La Ribera es tierra de nadie, sin instituciones abocadas a velar por la seguridad y el orden. Sin atención médica ni transportes. Pero el foráneo ignora que hay una especie de trama invisible que se esconde entre los pobladores de estas tierras. Ante el olvido del Estado, son los mismos vecinos los que cargan con la obligación de hacer que las cosas funcionen: Elvira recuerda la seguidilla de mujeres que parieron en sus casas, con ayuda de los demás. O esa vez que Susana tuvo dengue, y entre todos la acompañaron hasta que se recuperó. En 2008, con el apoyo decisivo de los asambleístas, también lograron impedir el desarrollo de un megaemprendimiento de Techint en la ribera. La unidad, la pertenencia y la identidad colectiva configuran el trasfondo común de todos los casos que Elvira menciona. A fuerza de golpear puertas consiguieron que el colectivo 324 entrara al barrio dos veces al día, a la hora de llevar y traer a los chicos del colegio, aunque el recorrido es irregular y, a veces, pasa de largo. “Es una lucha constante. Se olvidaron que somos gente”.

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El tiempo avanza pero las aspiraciones y sueños de los vecinos se mantienen intactos: necesitan que sus voces sean escuchadas, que sus problemáticas sean atendidas y que el territorio que habitan no sea invisible a la cartografía urbana de Quilmes. De Francisco “Barba” Gutierrez a Martiniano Molina, de las filas kirchneristas a las macristas, las promesas de campaña que suelen inundar la región se desvanecen no bien culmina el proceso electoral. El auspicioso cambio que pregonaba el oficialismo como eslogan político no arribó aun a Bernal. Pasó de largo. Se lo llevó la autopista. A pesar de todo, los habitantes de La Ribera no se resignan y mantienen firme su reclamo por erradicar la contaminación ambiental y lograr mejoras en sus condiciones de vida, sosteniéndose en el apoyo continuo de sus voluntarios y las donaciones que juntan de festivales que realizan una vez por año. La ilusión de vivir mejor no se apaga. Sigue viva; como el agua de la marea que se filtra entre las personas; como las llamas que fagocitan a esos autos abandonados que, de tanto en tanto, frecuentan el lugar.

30/01/2017