Ago 23, 2017 | Culturas
Red Puna es una asociación conformada por treinta y dos organizaciones de comunidades aborígenes, campesinos y artesanas de la Puna y Quebrada de Humahuaca, provincia de Jujuy. Se unieron en 1995 con el fin común de luchar para cambiar la realidad en que viven, generar conciencia ambiental y una transformación de las estructuras de la sociedad argentina que continúa excluyéndolos y negándoles la soberanía de la tierra que los vio nacer. Son más de dos mil familias que llevan una vida sustentable basada en el esfuerzo del trabajo diario, el respeto por la naturaleza y el resto de los hombres. Entre las actividades que realizan se encuentran la producción agrícola, la cría de animales, la comercialización de carnes de llama, hilados, tejidos y artesanías. Red Puna no sólo se limita a la producción, sino que posee áreas de formación, capacitación e intercambio. En el marco de la Tercera Bienal que realizó la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad de Buenos Aires (FADU), el pasado viernes la Asociación visitó la institución para presentar un programa de residencias para los alumnos de la Carrera de Diseño que se desarrollará en el 2018.
Eugenia Gutiérrez es jujeña, trabaja hace más de treinta años elaborando artesanías y actualmente es la presidenta de la Cooperativa La PUNHA Integrada (Por Un Nuevo Hombre Americano). Fue una de las fundadoras de Red Puna de la cual es coordinadora. “Antes de Red Puna la mayoría de nosotros ya estábamos alineados en diferentes organizaciones. Los líderes de esas agrupaciones nos unimos en una red porque perseguíamos los mismos objetivos: el cuidado del medio ambiente, el reclamo por las tierras que nos fueron expropiadas y los títulos que el gobierno nos niega”, explicó Eugenia. La Red Puna funciona de manera horizontal y democrática con un cronograma de reuniones en donde discuten y toman las decisiones entre todos. “Tenemos reuniones mensuales en Red Puna, que se hacen en Tilcara, Abra Pampa o en La Quiaca, vamos rotando”, contó Estela Martínez, otra de sus miembros. “Fijamos los puntos estratégicos, objetivos a largo y corto plazo”, agregó Eugenia.

En la Red Puna los objetivos son comunes: el cuidado del medio ambiente, el reclamo por las tierras expropiadas y los títulos que el gobierno les niega.
En los comienzos de la Red Puna los técnicos, agrónomos e ingenieros de la Asociación para la Producción Integral (API) asesoraron a los miembros sobre cómo mejorar el trabajo con el empleo de técnicas más eficientes, también sobre cuestiones legales y económicas. “Con el tiempo, los API -como los llama Eugenia- hicieron su propio camino porque como son técnicos consiguieron otros trabajos en las distintas provincias. Pero nosotros ya quedamos formados y tuvimos mucha capacitación”, dijo Eugenia con añoranza. En Red Puna siempre quieren mejorar y por eso buscan nutrirse de aquellos profesionales que se acercan a sus organizaciones. “Nosotros no tenemos la escuela ni la universidad cerca, pero seguimos aprendiendo para poder defender nuestros derechos”, remarcó.
“Red Puna sostiene valores como el trabajo social y el respeto entre pares. Nos ponemos de acuerdo sin pisotear al otro porque sé más, la escucha y el diálogo son muy importantes para lograrlo”, destacó Eugenia mientras observaba a sus compañeras detrás de los puestos que exhibían sus artesanías al público. “Poder sostener nuestra cultura y salir adelante con el empleo de los recursos naturales de nuestra zona es nuestro propósito. Pero lo hacemos con respeto, porque cuando sacamos la planta lo hacemos racionalmente, no deforestamos y dejamos un campo que luego no pueda proveer de oxígeno para el medioambiente”, explicó la fundadora, indignada ante la escasez de políticas de protección ambiental.

La Red Puna está conformada por treinta y dos organizaciones de comunidades aborígenes.
Un potencial cliente se acercó al puesto que atendía Eugenia, quien le explicó que sus productos se diferencian de los industriales por la forma en que los hacen. “Lo que elaboramos es algo autóctono y único. Nuestras prendas tienen un trabajo manual y artesanal”, subrayó Eugenia con orgullo. Lo cierto es que a las tejedoras les lleva un día entero confeccionar diez mantas, mientras que la fábrica puede producir más de mil al día. “El producto de fábrica se hace con otro hilo, mezclado con una fibra sintética. Nosotras trabajamos con todo material natural, utilizamos pelo de llama que nosotras mismas criamos y le damos tintes naturales. Lo nuestro tiene otros valores, tiene historia”, agregó Eugenia mientras acariciaba unas suaves bufandas tejidas a mano de colores brillantes. Estela Martínez es de la comunidad aborigen de Escobar Tres Cerritos y miembro de la Asociación de Pequeños Productores de la Puna desde hace veinte años. “La elaboración del producto la hacemos desde cero. Yo soy criadora de llamas, las esquilo, después hago el hilo y por último elaboro las prendas”, detalló Estela. Siempre estuvo en contacto con la naturaleza y los animales. Aprendió el oficio cuando era una niña viendo a sus abuelos y a su madre. “Ellos vivían de eso y ahora yo también. Pero mis hijos no heredaron eso. Ellos estudian, les gusta más el pueblo, por eso se fueron a La Quiaca”, contó con tristeza. Estela espera que tal vez sus nietos retomen la tradición. Ella no piensa dejar el campo porque dice que criar llamas es su vida. Sin embargo, si se presenta la oportunidad de venir a Buenos Aires, por un tiempo, para incorporar conocimientos que mejoren su labor, está predispuesta para hacerlo.
Verónica Pasa es de la Quebrada de Humahuaca e ingresó en el 2002 a la Red Puna, a través del área de jóvenes, pero conoció la organización a partir de un taller de género sobre tejido. “En mi comunidad siempre me juntaba con señoras grandes que participaban del taller. En ese momento, estaba cobrando un plan y me exigían que realizase algún proyecto productivo, entonces empecé a hilar y después a tejer. Más tarde me uní al espacio de artesanía”, contó Verónica. La inquietud, el querer mejorar y progresar la motivó a seguir adelante con el proyecto. Ahora es una de las coordinadoras en el área de venta. “Desde chica aprendí a tejer porque mi padre era telero y mi madre hilaba, hacíamos alfombras y chalecos. Era una tradición en mi familia, pero necesitaba un impulso. Cuando era joven no tenía tanta necesidad, pero cuando fui mamá, me vi en la necesidad de generar un ingreso. Busqué la forma de trabajar sin descuidar a mis hijos, mientras hilo o tejo los puedo tener a mi lado”, reflexionó. El relato fue interrumpido por una señora que se acercó para preguntar por un cuello y unos gorritos. Tras concretar la venta, Verónica prosiguió: “Mis hijos tienen diez y trece años, son chiquitos. Hoy no sé si quiero que sigan con la tradición, prefiero que estudien. Yo terminé de grande la secundaria y no me gustaría eso para ellos”. Para Verónica, sus compañeras también son una motivación. Muchas de ellas son mamás solteras que necesitan una mano y está siempre dispuesta a ayudarlas. “Quiero estar con ellas y serles útil. La necesidad te obliga a formar un grupo y a apoyarnos entre nosotras. Actualmente somos diez chicas que nos reunimos todos los miércoles para intercambiar conocimientos y consejos. Tenemos catálogos con moldes que vamos construyendo entre todas, vamos mejorando la calidad de nuestros productos, enseñamos a teñir a las que no saben para que puedan hacerlo solas cuando algún cliente le pida determinado color, nos vamos capacitando todo el tiempo, no es que nos la sabemos todas”, contó con una sonrisa que sostuvo durante toda la conversación. Para Verónica no existe la competencia son sus pares, pero sí con la mercadería que viene importada del Perú, porque es más barata.

«La necesidad te obliga a formar un grupo y a apoyarnos entre nosotras».
Nélida Aurora Arequín es una mujer callada y tímida, pero con toda una vida de experiencia en artesanías. Trabaja hace ocho años con la Red Puna, pero desde muy chica aprendió el oficio. “Mis padres han sido criadores y mi abuelita tejedora. Un poco me enseñaron ellos, otro poco aprendí viéndolos y también me capacité”, narró mientras preparaba los ingredientes y los recipientes que se utilizaron más tarde en el taller de tintes naturales. Conoció Red Puna a través de Langosta, una comunidad indígena de la cual es parte. “Me gusta tejer y el tejido lo tomé como lo nuestro. Hacer este trabajo significa no perder la tradición, pero también es nuestro sustento de vida”, concluyó.
Martín Churba es un diseñador que trabaja en moda y textil hace veinte años. Conoció Red Puna hace diez años en un viaje turístico al Norte del País a través de Liliana Martínez, que estaba realizando un trabajo de campo en Tilcara para atender el estado de urgencia de los habitantes, producto de la lejanía que les impedía desarrollarse económicamente. “Cuando me encontré con esta organización, sus integrantes estaban muy seguros de qué era lo que querían y qué necesitaban para lograrlo. Yo pasé por una especie de taller y por casualidad me encontré con una reunión mensual que llevan a cabo para ordenar su trabajo y me preguntaron si yo era diseñador. Cuando les respondí que sí enseguida me plantearon que necesitaban un diseñador para mejorar la calidad de las artesanías que elaboraban y revalorizarlas”, contó Churba. Red Puna había presentado un proyecto para hacer cursos de capacitación al Ministerio de Desarrollo Social pero les exigían una currícula para su financiamiento, con ayuda de profesionales de distintas disciplinas se presentaron, pero no prosperó. Finalmente pudieron sacar adelante el proyecto de capacitación con el apoyo de fondos internacionales después de que Red Puna se presentara en un concurso y quedara seleccionada. Los financistas apostaron por la organización y decidieron que en lugar de ser un año de capacitación fueran tres. Las áreas en las que se focalizaron fueron diagnóstico y resolución de problemas urgentes; capacitación en técnicas y marketing y comercialización. “Hoy se puede decir que Red Puna es una organización independiente de nosotros y de todo, son ellos los que toman las decisiones, diseñan, producen y tienen dos locales para la comercialización de sus productos”, dijo Churba.

“Red Puna sostiene valores como el trabajo social y el respeto entre pares», destacó una de las integrantes.
La mujer en la red
Liliana Martínez, ingeniera agrónoma y partícipe de Red Puna explicó que decidieron armar un área de género porque querían formar una sociedad más justa. “Empezamos a trabajar las relaciones de desigualdad entre varones y mujeres al interior de esas organizaciones. Pronto las mujeres se fueron empoderando y actualmente son dirigentes de la red. En el camino nos dimos cuenta de que faltaba algo, la pata económica. Todas ellas esquilan, hilan, tejen y querían mejorar sus artesanías. Los precios eran muy bajos y las ventas no mejoraban. En ese punto nos encontramos con Churba. El trabajo que realizamos en conjunto fue muy construido, conversado y a la medida de las necesidades de la gente, así desarrollamos un plan para revalorizar la labor de las artesanas y fue la manera de hacer el proyecto de todos y todas”, explicó Liliana.
“Hemos ido empoderándonos de nuestros lugares, muchas de nosotras somos dirigentes. Si tenemos que viajar lo hacemos, estamos dispuestas a enfrentarnos a la vida. Cuando nos capacitamos desde el área de género no sólo lo hacemos para el trabajo, sino también para nuestra familia, para criar mejor a nuestros hijos. Si no sos feliz en el trabajo es porque no sos feliz en tu familia y tu familia es primero”, reflexionó Eugenia que cumplió 56 años y hace treinta que realiza un trabajo social con la Cooperativa PUNHA. “Antes era diferente. Puedo contarlo desde mi propia experiencia. A los 20 años yo no podía ni hablar con la gente, me agachaba, no la miraba a los ojos. La gente allá en la Puna es muy sumisa y por eso la estamos preparando, no es que carezcan de valores, sino que nuestra cultura misma es así. Nuestros padres y abuelos fueron muy duros, nos decían mejor quedate callada y la situación que vivieron nuestros antepasados con los terratenientes, también nos hizo ser como somos. Pero hoy es diferente, jamás pensé que iba a ser capaz de estar frente a un micrófono, ahora sí”, sintetizó Eugenia con una mirada fuerte y con voz firme después de dar una conferencia junto a Churba en la FADU.
Conservación del patrimonio
El Fondo Nacional de las Artes (FNA) junto a Red Puna y el diseñador Martín Churba se encuentran proyectando un programa de intercambio para alumnos y docentes de la Facultad de Diseño y Arquitectura (FADU) que se desarrollará el próximo año.
“Son los artistas de ayer los que financian a los de hoy. Estamos muy contentos de la presencia de Red Puna en la Bienal y esperamos que a raíz del programa se pueda generar espacios de encuentro entre el mundo de las artesanías, el diseño y el patrimonio, promovido a través de las residencias artísticas y los espacios de intercambio entre las distintas disciplinas”, explicó Carolina Biquard, presidenta del FNA en la Bienal de Diseño organizada por la FADU.

Entre las actividades que realizan, las artesanías son más más visibles.
Eugenia también habló sobre las residencias: “Somos una organización que siempre tuvo las puertas abiertas, hemos hecho muchas pasantías con el Movimiento Campesino Indígena desde las distintas universidades. Churba fue también una gran influencia para que decidiéramos hacer este programa de residencias con los estudiantes de Diseño (FADU) ya que nos puso en contacto con muchos diseñadores en otras ocasiones. Seguramente los estudiantes puedan obtener de nosotros la experiencia de hacer algo de una forma en las que nunca se deben haber imaginado que se podía realizar y principalmente un trabajo a tierra, directo. A su vez, nosotros esperamos aprender de ellos la teoría y la técnica para poder llevarla luego a la práctica. Si nosotros le damos una mano y ellos nos dan otra, sé que todos podemos salir adelante.”
“Yo me encontré con Red Puna a partir de una pasantía que realizábamos con los alumnos de la Facultad de Agronomía. Consideramos que es muy rico que la universidad se acerque a otro campo distinto al que está acostumbrada. Todos esos años de convivencia y aprendizaje dentro de la Red Puna fueron lo que nos motivó a organizar este programa de residencia con los estudiantes de la FADU. Creo que el proyecto les permitirá a los alumnos, mientras se están formando, conocer otras realidades, obtener otros saberes como los de los artesanos y así enriquecer su carrera y trayectoria como diseñadores. Por su parte, el alumnado y los docentes pueden brindarles ciertos conocimientos más teóricos y de técnica, miradas distintas sobre el mundo de la moda, generando así un intercambio”, expresó Liliana Martínez.
Priscila es una investigadora de puntos de telar mexicana que hizo una residencia en Red Puna tras haber sido contactada por Churba para enseñarle sus técnicas a las tejedoras. “Cuando me pidieron que fuera a mostrar a los teleros de Jujuy lo que yo hacía, me quedé en shock porque no sabía qué le iba a poder brindar a ellos. Tuve miedo de violentarlos porque era como meterme donde no me llamaban. Luego me encontré con que ellos tienen toda esa cultura y son unos teleros impresionantes, son maestros que manejan el telar desde que nacieron. Observé mucho sus técnicas que van pasando de generación en generación. Y aunque es cierto que en una parte de su historia todo eso se truncó, ahora están intentando recuperarla. Lo que yo aprendí de ellos fue muchísimo más de lo que yo les enseñé. Son personas que aprenden muy rápido y siempre te piden más. Esta retroalimentación entre comunidades es muy importante para los estudiantes, para los miembros de la red y para el país en los tiempos que corren. Es importante que todos entiendan que esto no es un hobby, que es un oficio y pueden hacer de eso una salida laboral”, reflexionó Priscila.

En los comienzos de la Red los técnicos, agrónomos e ingenieros de la Asociación para la Producción Integral (API) asesoraron a los miembros sobre cómo mejorar el trabajo con el empleo de técnicas más eficientes, también sobre cuestiones legales y económicas.
Taller de tintes naturales
La presentación del proyecto de intercambio con la FADU y de acercamiento con las tejedoras de la Red Puna finalizó con un taller de tintes naturales que se llevó a cabo al aire libre. Primero formaron un semicírculo frente a dos ollas grandes llenas de agua, calentadas por dos mecheros, y un caballete en los que reposaban los ingredientes: cochinillas, semillas de achiguete, limones, ceniza, botellas cortadas como recipientes, una remera vieja que servía de colador y dos cucharas de madera para mezclar.
Las teñidoras explicaron paso por paso las técnicas ancestrales que emplean para elaborar la mezcla que da como resultado los tintes naturales que utilizan para pintar sus tejidos. Luego, todas tuvieron la oportunidad de teñir un atado de hilo de llama con ambas preparaciones para ver los resultados. Mientras penetraba el color en los hilos, las aprendices escuchaban atentamente las anécdotas que Eugenia y Verónica relataban y solo las interrumpían para hacerles preguntas al respecto. De pronto, se dio un interesante intercambio entre una de las alumnas de la Facultad y las teñidoras sobre tintes artificiales y naturales, que finalizó en una invitación a la joven para visitarlas en los talleres.
“El trabajo lleva mucho tiempo porque una vez que esquilamos al animal y lo lavamos, debemos separar pelo por pelo, retirando la cerda, que es el pelo grueso y que pica en las prendas. El pelo se esquila año por medio porque es necesario que crezca como mínimo siete centímetros. Solo sirve el pelo del lomo y los laterales. Lo que sobra lo usamos de relleno para las llamitas que hacemos de adorno”, explicaba Eugenia mientras Estela revisaba los atados. El olor que emanaban las ollas era dulzón. El color que tomaron los pelos de llama era anaranjado en aquellos atados teñidos con achiguete, y rojizos en los de chinchilla. Retiraron los hilos de las ollas, los escurrieron y enjuagaron unas cinco veces. Después los extendieron en una soga para que se secasen al sol.
Mientras se secaban los hilos, se les adelantó a los alumnos algunas condiciones para obtener la beca para la residencia en la Puna: “Para inscribirse, como el cupo es limitado, se hará un concurso en el que deberán plantear un proyecto de residencia para participar del programa. Se van a tener en cuenta desde la FADU aquellos proyectos que entiendan las diferencias culturales y de idiosincrasia. Los proyectos que planteen la activación de esas potencialidades, aquellos que demuestren querer conocer más del ambiente natural, de la artesanía de la Puna y vivir una experiencia en el lugar, serán los seleccionados. Este taller fue el inicio de este proyecto para que lo conocieran. Para fin de año esperamos haber seleccionado a las personas que harán el primer viaje. Y se estaría desarrollando en el 2018”.
Actualizado 23/08/2017
Ago 23, 2017 | Vidas políticas
La Confederación General del Trabajo (CGT) marchó esta tarde a Plaza de Mayo, junto a las dos Centrales de Trabajadores de la Argentina (CTA), agrupaciones sociales y piqueteras y los partidos de izquierda. En el acto se anunció que el 25 de septiembre se llamará al Comité Central Confederal para iniciar un plan de lucha y analizar la posibilidad de un paro general. Sólo habló uno de los tres secretarios generales de la CGT, Juan Carlos Schmid, titular del gremio de Dragado y Balizamiento. Carlos Acuña, secretario general del Sindicato de Obreros y Empleados de Estaciones de Servicios, Garages, Playas de Estacionamiento y Lavaderos, el SOESGyPE, lo acompañó en silencio en el escenario, mientras que Héctor Daer, titular de Sanidad y diputado nacional, se mantuvo debajo del estrado. Las dos CTA estuvieron encolumnadas en el acto, pero sus dirigentes tampoco subieron al escenario.
Schmid dijo que la CGT asume un compromiso de fuego con los sindicatos confederados, y que se movilizan por la agenda social, en la que enumeraron el aumento de emergencia para jubilados, el fin de las intervenciones en los sindicatos, el rechazo a la reforma laboral o previsional, plena vigencia de los convenios colectivos, defensa de nuestras obras sociales y de los fueros laborales, y la emergencia social alimentaria, para los sectores populares desprotegidos. Además agregó: «Venimos a esta Plaza no porque tengamos el oído puesto en el proceso electoral. Venimos a buscar la respuesta a esta plaza porque la respuesta es política».
El acto, exprés, duró alrededor de 15 minutos, y se realizó antes de la hora que se había previsto. La columna del sindicato de camioneros, una de las más nutridas, rodeó desde temprano el escenario. Algunos enfrentamientos entre facciones del mismo gremio llevaron a que el acto se adelantara, teniendo en cuenta que la mayoría de los convocados ya había arribado a la histórica Plaza.

Algunos enfrentamientos entre facciones del mismo gremio llevaron a que el acto se adelantara, teniendo en cuenta que la mayoría de los convocados ya había arribado a Plaza de Mayo.
Uno de los presentes en el escenario, Gustavo Vera, titular de La Alameda dijo a ANCCOM: «La CGT dio un plazo prudencial para que el gobierno entienda, que con independencia del calendario electoral, tiene que llamar a una mesa de diálogo». Además agregó: «Todo lo que signifique mantener al movimiento obrero unido me parece que es prudente. Hoy se ha manifestado el movimiento obrero en conjunto».
La izquierda marchó en una columna independiente, junto al sindicalismo combativo y los trabajadores de Pepsico. La candidata a diputada por el Frente de Izquierda, Myriam Bregman dijo a ANCCOM: «A la CGT todo le sirve para patear la pelota para adelante. Ya pasó mucho tiempo del gobierno de (Mauricio) Macri y son muchos ataques los que están sufriendo los trabajadores».
Actualizado 23/08/2017.
Ago 23, 2017 | Comunidad
Con la etiqueta #BACapitalGastronómica, el Gobierno porteño promovió el 2º Campeonato Federal del Asado que, según cálculos de la Policía de la Ciudad, reunió a 350 mil personas, 100 mil más que el año pasado. En el mismo escenario urbano que suelen utilizar los movimientos sociales para reclamar pan y trabajo, veinticuatro parrilleros tiraron toda la carne al asador para que la degusten, con exclusividad, los ocho jurados.
A las 11 comenzó a llegar el público a la Plaza de la República, que durante más de cinco horas y bajo un sol radiante fue el escenario de la particular competencia. Cuatro tribunas, con capacidad para cien espectadores cada una, rodeaban el “Estadio del Asador”, dispuesto de espaldas al público. Las veinticuatro parrillas formaban un semicírculo de cara a la prensa y también a Evita, que contemplaba todo a unas cuadras, desde lo alto del edificio de Desarrollo Social. En el centro, dos presentadores vestidos de boina, cinto, bombacha de gaucho, botas y poncho al hombro, se esforzaban por entretener e informar a la gente que ocupaba las tribunas y los más de cinco mil curiosos que intentaban ver algo a través de las vallas.
Entre el Obelisco y avenida Rivadavia, decenas de bancos de madera hicieron un piquete en la traza del Metrobus. A nadie pareció importarle esta vez el caos de tránsito. Cientos de familias sentadas en los cordones de las veredades pasaron allí el Día del Niño. Cuarenta y cuatro parrillas ofrecieron un sinfín de platos provenientes de los stands gastronómicos a beneficio de COAS, una ONG que colabora con el equipamiento de los hospitales porteños y, desde este año –según anuncia en su web– de todo el país.
Una cuadra estaba dedicada a las colectividades y las comidas típicas de sus lugares de origen: Colombia, Austria, Cuba, Perú, España, Líbano, México, Armenia, Italia y Francia. Sin embargo, por precio, practicidad y gusto, el choripán seguía siendo el rey. Enfrente, un cartel que decía “Área de Gobierno” daba la bienvenida a una plaza de juegos. Inflables, conos, sogas y estructuras de plástico eran las preferidas de los niños. Más allá, un laboratorio de reciclaje y un stand de la Policía de la Ciudad generaban la fascinación de muchos con sus sofisticados artefactos de realidad virtual. A metros nomás, sobre Rivadavia, se levantó el enorme escenario que albergó durante toda la jornada a una decena de artistas, otro plato fuerte para algunos de los concurrentes.

Sobre Rivadavia se levantó el enorme escenario que albergó durante toda la jornada a una decena de artistas.
Cuadril, tira de asado, vacío y choripán fueron las carnes que se tiraron sobre las veinticuatro parrillas para competir. El mismo número de pizarrones acompañan los stands e indican el nivel de cocción pedido para cada corte: cocido, jugoso y a punto. Gorras de sol, gorros de cocinero franceses y tubulares, bandanas, sombreros y boinas, ordenados de a dos, frente a cada puesto, indicaban la relación gastronómica de los cocineros, en un caso, y chefs en otro, con la carne asada.
El calzado se alternaba entre zapatillas y alpargatas y la espera regaló algún que otro sapucai, pero la mayor atracción estuvo en el stand de San Luis con sus polleras y boinas coloridas. “Es la primera vez que compiten mujeres, hace veinte años que aso y la esperanza de ganar está, y más entre tantos hombres. ¿Te lo imaginas?”, preguntaba Margarita Mussinger con una sonrisa de oreja a oreja. Mientras, entre tantas preguntas y solicitudes que atendían, una se repetía: “¿Cómo asan las mujeres?” Patricia Ojeda sostenía que el secreto es “hacerlo bien tradicional, bien criollo, no agregarle nada y dejar que el instinto lo guíe sobre la marcha”. En la parrilla de su derecha, se encontraban Ale del Pino y Daniel Giménez, ambos con gorra de sol y representando a Formosa. “Nosotros somos cocineros de cocina, no somos asadores, por eso apostamos a venir a mostrar algo de inventiva”, contaba Giménez. Justo enfrente, bajo el cartel de Santiago del Estero, Néstor Diaz y Hugo Plotino con sus gorros de cocinero champiñón, explicaban que “allá no hay asadores y parrilleros de ley, todos hacemos de todo un poco en la cocina, por eso acá venimos a apostar a lo que mejor sabemos hacer que es el asado jugoso”.

Juan Ignacio, uno de los miembros del jurado, afirmó: “la utilización de los ingredientes es una parte muy importante”, ya que “un poquito de sal te cambia todo”.
Jugo de limón, aceite, orégano, ají molido, ajo, pimentón, laurel, comino, pimienta, nuez moscada y sal fueron los once ingredientes que los competidores tenían para condimentar sus preparados. Juan Ignacio, de la Cabaña Las Lilas, fue uno de los miembros del jurado y afirmaba que “la utilización de los ingredientes es una parte muy importante”, ya que “un poquito de sal te cambia todo”. Además, se juzgaba “la presentación, el sabor, la temperatura y la correspondencia con los puntos de cocción que se les pidió con anticipación”. Pablo, del restaurante Siga la Vaca, sumó a su evaluación “el inicio que se le da, el folclore con el que se hace y la inventiva que se aplicó”.
A las 12 en punto, el primer grupo de parrillas, conformado por La Pampa, Salta, Neuquén, Tucumán, Corrientes, La Rioja, San Luis y Formosa, encendieron los primeros fuegos. Con la opción de usar leña, carbón y papel a gusto, empezaron a llenar de humo el escenario central, donde estaban los presentadores y un incansable guitarrista que musicalizó toda la jornada. En medio del humo apareció el vicejefe de Gobierno de la Ciudad, Diego Santilli, repartiendo sonrisas y apretones de manos. “¡Llegó un amigazo!”, soltó uno los presentadores, mientras el funcionario saludaba y bromeaba con los participantes. El segundo grupo prendió el fuego a las 12:30 y el tercero a las 13.
Minutos antes, en el cubículo de Mendoza, provincia campeona el año pasado, Ramón Robles y Félix Zárate, los dos con sombreros regionales, pañuelo al cuello y camisa a cuadros, comentaban que “es una presión doble para ellos tener que suplantar a los ganadores”. También se quejaban de los problemas de la preparación para el campeonato en Mendoza: “Allá la carne es más dura porque el animal camina más para conseguir pasturas, por eso tenemos que pedir carne de acá para practicar”. Y a poco de encender el fuego, revelaron el secreto que les legaron: “Tirarle sal a las brasas para que exploten y el calor de las chispas pegue en la carne”.
Los asadores tenían dos horas y media para cocinar. Los espectadores, por su parte, tenían media hora de caminata dificultosa para arrimarse hasta el escenario ubicado sobre Rivadavia y ver a Jaime Torres. En las afueras del Estadio del Asador, entre la multitud, se oyó un puñado de voces indignadas: “¡Hacen este show, estos payasos!”, “Es una joda”, “¡Cómo les gusta molestar!”. Es que un grupo de 32 activistas veganos hicieron la representación de un matadero bajo el lema “Del asesinato animal al asesinato humano hay un solo paso”. Daniela, integrante del grupo, sostuvo: “Desde pequeños nos han adoctrinado con hábitos que no sabemos cuestionar. Los animales son esclavos de nuestra ley, la ley del más fuerte”. En la performance, una mujer con un delantal ensangrentado faenaba seres humanos en plena 9 de Julio. En ese momento, un hombre de unos 70 años, envuelto en una bandera argentina y con un bastón en la mano, intentó interrumpir insistentemente la obra, pero los militantes veganos lograron frenarlo. En eso, una mujer coqueta que mira la escena le dijo a su marido: “Si te ponés a mirar, tienen razón”, mientras terminaba de un bocado lo que queda de su choripán.

Un grupo de 32 activistas veganos hicieron la representación de un matadero bajo el lema: “Del asesinato animal al asesinato humano hay un solo paso”.
A las 14:30, la misma hora en la que comenzaba el show de Caramelito en el escenario de Corrientes, en el “Estadio del Asador” ya no quedan tablas, cuchillas, pinzas, palas ni afiadores limpios, y los cortes van a parar a la boca de los jurados que recorren las parrillas y anotan en sus planillas un puntaje del uno al cinco para cada uno. Sin la responsabilidad de ser jurado, Ángel Mahler el ministro de Cultura de la Ciudad –que destinó un presupuesto de 15 millones de pesos a la actividad- se acercó a charlar con ANCCOM: “Lo más lindo de esto es la participación de la gente. La idea nuestra, junto con el Jefe de Gobierno, es hacer que la gente viva el espacio público sin miedo, que lo disfrute acá y en todos los barrios y plazas de la ciudad”.
En el escenario de Rivadavia, Tarragó Ros se presentó pasadas las 16:30. “Resulta que cuando los ingleses vinieron a atacarnos en las invasiones y los metimos presos, muchos se quedaron a vivir acá, entonces cuando les dábamos de comer alguna carne, ellos pedían `give me the curry´, y bueno, nosotros entendimos chimichurri”, relató el acordeonista y desató unas pocas carcajadas y varios asombrados. Enfrente, un hombre de unos 60 años, sentado en un banco de madera y algo molesto, le explicaba a un adolescente que lo acompañaba: “No es así, lo inventó un tipo que se llamaba Jimmy Curry, nosotros en honor a él le pusimos ´chimichurri´, de brutos nomás”.
Salvo el colectivo vegano, unos vendedores ambulantes y algún que otro artista callejero, nada se salía de libreto. Dos horas más tarde hizo su aparición el jefe de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta, para entregar dos parrillas en miniatura y dos escarapelas a Marcelo Herrera y Pablo Ramallo Oliva, los asadores oriundos de Rosario que le dieron la victoria a Santa Fe. Pero esto fue sólo una anécdota para las miles de personas que transitaron detrás de las vallas en una tarde cargada de ritual: domingo, familia, asado y, para completar el Molina Campos, hasta un torneo de truco.
Actualizado 23/08/2017.
Ago 23, 2017 | Comunidad
Una nueva forma de lucha por los derechos de los niños. Esa es la premisa que lleva adelante la Asociación Civil El Arca, en Moreno. ¿Cómo? Con un proceso gradual de cierre de los hogares de la entidad a cambio de introducir la novedosa modalidad de apadrinamiento solidario y así evitar que los chicos pierdan su escuela, su barrio, su familia.
Un poco de historia
Betina Perona, directora y fundadora del Arca, cuenta: «Yo pertenecía a un grupo de parroquia con el que íbamos a la estación de Constitución. Estábamos con los chicos que vivían ahí y que no dormían por el miedo. Así surgió el deseo de tener una casa para ellos». En 1986 se inauguró el primer Hogar en Parque Patricios. Tres años después, se mudaron a un lugar más amplio, en Moreno. «Estuvimos 25 años con los hogares. Funcionamos todos los días y no había vacaciones. Fue una experiencia intensa. Pero esto sirvió para mostrarles a los chicos otros modos de vida posible y que había adultos en los que podían confiar», expresa. El Arca mantuvo en pie un hogar para niñas, otro para niños y otro para los que cumplían la mayoría de edad.
En el año 2000, la asociación sintió que no hacía lo suficiente. Por eso, comenzó con actividades en la zona de Cuartel V. «Nos propusimos evitar que los chicos salieran del barrio, terminaran en la calle y después en un hogar», dice Betina. Años después, cerraron la etapa de hogares. «La decisión fue económica y por cansancio. Fueron muchos años de poner el cuerpo. Pero también por una nueva perspectiva, nuestra tarea iba a seguir, pero de un modo distinto», explica.

Una nueva forma de lucha por los derechos de los niños. Esa es la premisa que lleva adelante la Asociación Civil El Arca, en Moreno.
Cambio de rumbo
Una nueva perspectiva surgió, basada en dos ejes: inclusión educativa y participación. Se trata de prevenir en vez de curar y la modalidad es el apadrinamiento solidario. Apadrinar a un niño es una colaboración mensual económica (que parte de 150 pesos), pero además es establecer un vínculo personal. Evangelina Paolucci, del área de apadrinamiento, explica: «La parte fuerte es el vínculo, donde el padrino acompaña el crecimiento de su ahijado». El Arca se encarga de mediar entre ambas partes. Al respecto, Paolucci agrega: «Se comunican a través de cartas, fotos y dentro de lo posible, visitas. Se genera un sostén tanto para los chicos como para sus familias. Tienen una figura que los escucha e incentiva». Por otra parte, el dinero de los padrinos no va directamente al ahijado o a su familia, sino que se utiliza para llevar a cabo las actividades de las cuales participa, generando un beneficio expansivo hacia su entorno.
Llevar a cabo un proyecto de esta envergadura no es sencillo. Mirta Quinteros, secretaria y co-fundadora de El Arca, explica: «Mi tarea es la gestión y administración. El fin último es que a los chicos y al equipo les lleguen los insumos y el capital necesario. El financiamiento es clave, pero este es más efectivo cuando hay identificación. Por esto, tratamos de ser un colectivo con un mismo objetivo: hacer efectivos los derechos humanos en la niñez». En este aspecto, el área de comunicación lleva a cabo una labor de vital importancia. Su encargada, Ayelén Ramayo, cuenta: «Nuestro objetivo es difundir, pero trabajamos en especial manera en la recaudación de fondos. La página web y las redes sociales son hoy los mejores canales que tenemos». Desde su área, Ayelén también agradece la difusión externa que reciben. «Todos los medios de comunicación que se acercan y nos dan voz, hacen que podamos ser vistos, lo cual se traduce en más colaboraciones».

Una nueva perspectiva surgió, basada en dos ejes: inclusión educativa y participación. Se trata de prevenir en vez de curar y la modalidad es el apadrinamiento solidario.
Las experiencias
El Arca realiza sus actividades en Cuartel V. Lucas Jaime, del equipo de inclusión, explica: «Somos la parte que se inserta en el territorio. Actualmente llevamos a cabo una juegoteca, apoyo escolar y actividades en las escuelas». Además, cuenta que la experiencia de ir a los barrios y trabajar en el territorio es lo que más motiva. «Cuando llegás por primera vez y decís que sos de El Arca, los pibes se acercan y te abrazan, eso es increíble». Pero trabajar en Cuartel V tiene sus dificultades. «Hay que tener en cuenta el contexto de los niños. Son barrios en continuo crecimiento. Las calles se inundan, no hay servicio de la basura, problemas de luz, gas o cloacas, y realmente hay un déficit de escuelas. Entonces nos adaptamos a sus realidades. Armamos todo en base a ellos, a sus necesidades, inquietudes y miedos», expresa.
Por otra parte, algo que destaca a este proyecto es su sistema de voluntariado internacional. De todas partes del mundo llegan voluntarios a participar. Clara Helberg, de Alemania, relata su experiencia: «Hay un programa del gobierno alemán que te conecta con ONGs de todo el mundo. Elegí El Arca porque vi lo que hacían y me gustó». El gobierno de aquel país le pagó el viaje y le da dinero por mes para sustentarse. Clara está hace diez meses en Argentina y es parte del equipo de inclusión. Esto la ha marcado, según cuenta: «La primera vez fue muy bueno. Era muy distinto a todo lo que conocía porque no hay lugares así en Alemania. Por más que haya problemas de infraestructura, acá la gente es muy amigable y los chicos son muy cariñosos».
El Arca tiene historia, presente y un gran futuro. Un digno deseo la impulsa: respetar los derechos de los niños. Hoy, con un modelo innovador y eficaz, que genera vínculos de por vida, han marcado un camino. «Mucho nos ha dado El Arca -reflexiona Perona-. Pero cuando veo los resultados, los chicos que hoy han crecido y han podido cambiar las historias de sus vidas, siento mi satisfacción más grande».
Actualizado 22/08/2017
Ago 23, 2017 | Culturas
Blas Jaime esperaba tranquilo el comienzo de la avante premier del documental del que es protagonista. Estaba parado con su bastón en la sala de entrada de la Casa de Entre Ríos, en la Ciudad de Buenos Aires. Entre quienes van llegando, María Teresa Barbat, investigadora uruguaya, ni bien lo ve abre sus ojos con sorpresa, una gran sonrisa se despliega sobre su cara y se apura a darle un fuerte abrazo.
“¿Usted da clases de Chaná? -le pregunta a Blas, entusiasmada-. Queremos aprender; tenemos papeles con la lengua escrita pero no sabemos pronunciarla”. Blas Jaime es un entrerriano de 71 años, jubilado de Vialidad, reconocido por la UNESCO como el último hablante de la lengua chaná, una de las cuatro que hablaban los charrúas. El saber que su mamá le había transmitido lo atesoró durante años sin decirle a nadie, ya que le habían enseñado que no era conveniente hablar de su ascendencia, además de que tampoco le interesaba a demasiadas personas por aquel entonces. Blas lo contó recién en el censo de 2005, lo que luego desencadenó la investigación del lingüista José Pedro Viegas Barrios del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Su confesión validó la lengua, que se pensaba que había desaparecido 200 años antes. Esta noticia despertó el interés de la directora de cine Marina Zeising, quien decidió que podía aportar a la conservación del valor cultural de la lengua desde su lugar de cineasta y comenzó a trabajar para concretar su proyecto. De esta manera nace Lantéc Chaná (Lengua chaná), el documental que abarca diferentes aristas de esta historia: la conservación del lenguaje, la cultura, su situación actual, y el territorio. Este documental sobre Blas Jaime y la cultura chaná estará disponible a partir de mañana en el Cine Municipal Select de La Plata para todo el público. Además, se prevé su estreno en Italia, Cuba y Uruguay.
En la avante premiere, luego de presentar el documental, Zeising quiso que Blas dijera algunas palabras. Blas miró dulcemente a los invitados y dijo sonriendo levemente con voz tranquila: «Socorro». Al terminar las risas, Blas continuó: «Me gustó más hoy que cuando lo vi por primera vez. Estoy feliz por esto tan impensado, y una de las cosas que más me emociona es que estén aquí, conmigo, mis hermanas chaná». Una de ellas, Mariana Miletti, dijo a ANCCOM: «Blas nos llama hermanas porque somos descendientes también. Enterarnos que había otro chaná y que era hablante fue emocionante, porque fue una manera de conectarnos con el pasado, ya que en nuestra familia no llegó a transmitirse, y no era algo de lo que se hablara», confesó Tové, nombre que le dio Blas a Mariana, en lengua chaná. «El nombre que me puso significa bonita», dijo sonriente.
Era normal que no se hablara del origen en las familias descendientes de chanás. La historia que pasaron en los momentos más duros hizo que quienes se adaptaron tuvieran que ocultar su historia, sus costumbres, su conexión con los pueblos originarios. Blas explicó a ANCCOM que cuando los españoles escuchaban hablar con su lengua nativa a niñas o niños, les cortaban la lengua o les pinchaban los ojos para que no la siguieran difundiendo. Por esto mismo, la directora se conectó tanto con este trabajo: «Ver ahora a un protagonista chaná hablando, escucharlo, ver sus gestos, es algo que habilita lo audiovisual». La actriz Ana Kogan de a poco cae de su participación en la película: «Hacer este documental fue vivir la situación, además de actuar. Yo era el único personaje de ficción. Uno presta el cuerpo, la mente y las emociones para ese momento. Ahora me estoy dando cuenta lo importante que es haber hecho esta película y que se difunda».

«Ver ahora a un protagonista chaná hablando, escucharlo, ver sus gestos, es algo que habilita lo audiovisual», comentó Marina Zeising, directora del documental «Lantéc Chaná».
Blas tuvo el compromiso con su cultura de memorizar durante años la lengua chaná. Su madre le enseñó las costumbres y los valores. Las mujeres eran quienes transmitían la tradición y el lenguaje, pero en este caso, le tocó a él realizar esta tarea, ya que sus dos hermanas están fallecidas. Actualmente su hija Evangelina sigue con la tarea de enseñar la lengua, y da clases en Entre Ríos. «No le enseñé cuando ella era pequeña, porque yo trabajaba mucho y no tenía tiempo. En la secundaria, cuando le quise enseñar me dijo que ella no quería ser india. Ahora que se casó y tuvo un hijo algo se le debe haber despertado y quiso que le enseñe», contó Blas.
Los chanás habían habitado el norte de la actual provincia de Buenos Aires, llegando hasta la parte meridional de las provincias de Santa Fe y Entre Ríos por el norte, así como la zona alrededor del río Negro y el río Uruguay. Por esta razón la investigadora uruguaya María Teresa Barbat explicó a ANCCOM que en Uruguay, en el pueblo Santo Domingo Soriano, el eclesiástico Dámaso Antonio Larrañaga, doscientos años atrás, al escuchar lo que hablaban algunos chanás ancianos intentó escribir palabras a medida que oía. De esta manera, quedó una cierta escritura de la lengua oral en Uruguay. La investigadora uruguaya pensaba que nunca podría llegar a saber su pronunciación exacta. La respuesta estaba del otro lado del Río de La Plata, cuando Blas Jaime decidió contar que sabía hablar chaná. Ahora ella quiere aprender en sus clases.
«Inicialmente había pensado enfocar el documental en las tierras, porque Blas hablaba mucho de eso, pero finalmente me di cuenta que su verdadero objetivo era mantener su lengua, su cultura, y darlas a conocer», dijo Zeising en diálogo con ANCCOM. Además agregó: «Quise focalizar que era la lucha de la lengua y la cultura, pero todo se cruza. Hay una pobreza estructural causada por una cuestión histórica. No es momentánea de ahora, no es que vino un gobierno malo e hizo eso, sino que tiene que ver con una construcción histórica, los terratenientes tienen las tierras que eran de los indígenas».
Actualizado 22/08/2017.