La inteligencia artificial ya reemplaza a los cajeros

La inteligencia artificial ya reemplaza a los cajeros

Carrefour abrió en Pilar su primera «sucursal inteligente», sin línea de cajas. Otras cadenas ya tienen terminales de autocobro que reducen un 25% la fuerza laboral. El debate interno del gremio.

Las cajas de autocobro, cajas robot o autocajas son máquinas que permiten al cliente realizar las tareas que usualmente haría un empleado del supermercado. Con estos dispositivos, los consumidores fichan su propia mercadería, la escanean, la cobran y la embolsan. Suelen ser aptas para un máximo de entre 15 y 20 unidades. Surgieron en la década del 90 en los Estados Unidos, pero recién 20 años después, la Argentina comenzó a adoptar esta tecnología. La empresa pionera fue Wal-Mart, que a fines de 2011 la implementó en su sucursal de San Fernando, y con el tiempo otras grandes cadenas como Carrefour, Jumbo y Coto imitaron la iniciativa.

Según un estudio realizado por la Universidad de San Andrés, el 45 por ciento de los consumidores considera que el principal beneficio para los supermercados que utilizan las cajas robot es la reducción de costos. El delegado del Sindicato de Empleados de Comercio (SEC), Eduardo De Stéfano, afirma: “Cada cuatro cajas de autocobro hay una sola fuente de trabajo, en lugar de las cuatro que debería haber. Lo único que hace el empleado que opera estas máquinas es un control de ticket”.

De Stéfano sostiene que todos los representantes gremiales de Coto de la ciudad de Buenos Aires, como él, se oponen al uso de esta tecnología. “Poblar los mercados con cajas de autocobro colabora con la política empresarial de reducción de personal”, remarca.

Las gerencias argumentan que las terminales de autoservicio no tienen como objetivo reemplazar a los seres humanos, sino que son parte de la evolución de los negocios. Contribuyen, dicen, a acortar las colas y los tiempos de espera.

Para Gonzalo Farut, delegado en Carrefour, las cajas de autoservicio no son sinónimo de despidos. “En los últimos años, en la sucursal de Liniers pasamos de 233 a 267 compañeros y allí funcionan estas máquinas. Lo que se busca es atender más rápido a la gente. En todo el mundo y en diferentes rubros se usa la autoatención”.

Mientras tanto, Carrefour ya instaló su primer supermercado inteligente del país, sin sector de línea de cajas, ubicado en la localidad de Pilar. Se trata de una tienda donde los clientes van eligiendo los productos de las góndolas y mediante inteligencia artificial y sensores se cargan automáticamente en un carrito virtual. El pago se realiza de forma online.

El caso de Rosario

La francesa Carrefour desembarcó en Rosario en 2008 con una planta permanente de 850 trabajadores. Hoy, con la misma cantidad de sucursales, más servicios y más secciones, cuenta con 398 empleados, lo que supone una reducción del 53 por ciento.

En el último mes, la Asociación de Empleados de Comercio de Rosario (AEC) llevó adelante diversos reclamos a raíz de la estrategia de utilizar las cajas de autoservicio que, aseguran, viene a profundizar el recorte de personal. Bajo el lema “No te conviertas en un destructor del trabajo y la familia argentina”, piden a los clientes no usarlas y así, de paso, evitar convertirse en empleados sin salario.

Si bien la protesta llegó hasta la sede central de la empresa, Farut no cree que tenga la misma repercusión que en Rosario, ya que –denuncia- en la Capital Federal el SEC tiene una postura de común acuerdo con la patronal para la implementación de esta tecnología.

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El acuerdo paritario firmado el mes pasado por la Federación Argentina de Empleados de Comercio y Servicios (FAECYS), que agrupa a más de un millón de trabajadores, establece una suba del 19,5 por ciento  para el trimestre abril-junio (6,5 cada mes). A esto se le agrega una suma fija no remunerativa de 25 mil pesos. Con todo esto, más el presentismo, el salario básico debería rondar los 220 mil pesos.

Su secretario general, Armando Cavalieri, líder desde 1986 del SEC, había cerrado la paritaria 2022-23, en enero último, con un aumento anual del 101 por ciento, superando la inflación del año pasado que llegó al 94,8. El piso salarial se elevó de 139.000 a 182.700 pesos.

A pesar de estos aumentos, la situación actual es difícil. De Stéfano y Farut, que dentro del SEC forman parte de la oposición, advierten que varias de las categorías salariales que están bajo el convenio de comercio no logran cubrir la canasta básica, que según el INDEC es de 203.361 pesos. Ambos coinciden en que esto “es culpa de un sindicato permisivo que deja a los empresarios poner sueldos por debajo de la línea de pobreza”.

A la problemática de las cajas robot, se le agrega la de los despidos por el cierre de sucursales. En marzo, Carrefour llevó a cabo el cierre exprés de su local ubicado en el barrio porteño de Colegiales. La medida se anunció en el horario de atención al público, con el objetivo de eludir la acción coordinada de los trabajadores. Con una modalidad similar, se había cerrado la sucursal de la ciudad bonaerense de Balcarce, en noviembre de 2022. “En ninguno de los dos casos el sindicato se manifestó en contra, ni tampoco hace nada para solucionar estas cuestiones”, concluye De Stéfano

¿Qué pasa con la Ley de Góndolas?

¿Qué pasa con la Ley de Góndolas?

Desde hace tiempo, hacer las compras dejó de ser una tarea sencilla. Encontrar variedad de un mismo producto e identificar los precios más económicos implica un esfuerzo de deducción, ya que a veces los productos ni siquiera tienen una etiqueta con su valor. A la luz de esta situación, este 26 de mayo entró en vigencia definitiva la Ley de Fomento de la Competencia en la Cadena de Valor Alimenticia, más conocida como la Ley de Góndolas. Su objetivo es contribuir a ampliar la oferta de productos, incentivar una mayor participación de las Pymes y los sectores de la economía popular y, de esta manera, generar una competencia equitativa que impulse un balance de los precios.

Los establecimientos alcanzados por esta ley son todos los que cuenten con una superficie no menor a 1.000 metros cuadrados y cuya facturación bruta anual sea superior a los trescientos millones de pesos (300.000.000). De manera que quedan excluidos los negocios de cercanía y los supermercados denominados “chinos”, quienes si bien no están obligados por la normativa, pueden adherirse voluntariamente.

Los rubros sobre los que rige la normativa son alimentos, bebidas, artículos de higiene personal y de limpieza del hogar, los cuales están incluidos en una lista diseñada por la Secretaria de Comercio Interior. Entre los productos designados se encuentran: lácteos, harinas, frutas y verduras, pastas secas, aguas saborizadas y gaseosas, lavandinas y jabones, desodorantes, pañales para bebes y adultos y productos para la gestión menstrual.

Según lo establecido en las góndolas tanto físicas como virtuales, los productos de menor valor deberán estar perfectamente señalizados y ubicarse a una altura equidistante entre el primer y el último estante. A su vez, no puede haber menos de cinco opciones de proveedores o grupos empresarios, los cuales tendrán asignados de manera equitativa un 30 por ciento del espacio disponible. Al mismo tiempo se deberá destinar un 25 por ciento del espacio para productos similares y distintas marcas producidas por Pymes, y un 5 por ciento para los generados por cooperativas y mutuales de la economía popular, agricultura familiar, campesina e indígena.

Para el economista  Nicolás Pertierra, perteneciente al Centro de Estudios Económicos y Sociales Scalabrini Ortiz (CESO), “por el alcance que tiene la ley requiere un esfuerzo, pero se puede fiscalizar y garantizar su cumplimiento. Es una puerta de entrada para muchas firmas y empresas del sector alimenticio que tienen condiciones bastante desiguales para acceder sobre todo, a las cadenas de supermercados. Es solo un puntapié inicial para empezar y seguir generando un tablero más equilibrado dentro del sector de productores de alimentos”.

En este sentido, la gran incógnita está en cómo será la relación de las Pymes y pequeños productores con las grandes cadenas. Si bien la ley establece pautas claras al respecto, habrá que ver si las cantidades a entregar y los plazos de pago son aceptables para estos competidores de pequeña y mediana escala. “Me parece que ahí va a estar la clave, en qué medida esas condiciones sean viables para los productores más chicos. Porque hoy en día si no tienen presencia en esos establecimientos, es por las condiciones de financiamiento dados a plazo y cantidad de entregas que tienen que darle al supermercado”, explica Pertierra.

Si bien la normativa cobró carácter de obligatoriedad esta semana, los controles se pusieron en marcha a mediados de mayo. En esta primera etapa, el foco está puesto el inciso C del Artículo 7, que exige una distribución equitativa tanto porcentual como equidistante en las góndolas y una correcta señalización de los precios a través de cartelería con la leyenda “menor precio”. Cabe aclarar que estos valores no pueden ser de carácter transitorio, por lo cual los precios más bajos no podrán formarse a partir de ofertas, bonificaciones o descuentos de ningún tipo.

Tras visitar los supermercados COTO de Avenida Santa Fe y Avenida Scalabrini Ortiz,  Disco de Paraguay y Armenia, Jumbo de Avenida Intendente Bullrich y Avenida Cerviño   Carrefour de Avenida Scalabrini Ortiz y Soler, sigue observándose en sus góndolas el predominio de los principales grupos empresarios relegando incluso, a sus propias segundas marcas. Esto se ve claramente en los esquineros e islas utilizados para exhibir y promocionar exclusivamente productos de las marcas de primera línea.

Particularmente en las góndolas digitales de estas mismas cadenas, se cumple con lo estipulado en relación al orden de aparición de los productos de menor precio, pero se sigue dando prioridad a los principales proveedores, sobre todo si existe una oferta o el producto en cuestión está dentro de los precios cuidados. Por otra parte, las subdivisiones existentes dentro de cada categoría varían y permiten realizar una búsqueda más o menos específica. Aun así, se torna un poco engorroso encontrar variedad para un mismo rubro y realizar las compras por este medio puede no resultar tan sencillo como parece.

Dentro de estos establecimientos a simple vista, se cumple con la cartelería exigida y los productos tanto de menor valor como de precios cuidados están perfectamente ubicados a la altura requerida. La duda está en saber si la gran variedad de marcas ofrecidas de un mismo producto pertenecen a cinco proveedores distintos. Más aun teniendo en cuenta que los productos de marcas licenciadas por las mismas cadenas comerciales y que suelen copar las góndolas, a la luz de la ley se consideran como una sola.

En la primera línea

En la primera línea

La consigna de resguardo general ante el coronavirus, “Quedate en casa”, no cuenta para ellas y ellos: día tras día van hasta los supermercados a cumplir con su trabajo cotidiano, una labor que más allá de todos los cuidados, los ubica en una primera línea de contagio. El impulso de esta nota es escuchar sus voces, sus experiencias en estos días tan excepcionales, en el que una tarea que puede caracterizarse como “común” se ha tornado clave y vital para que el funcionamiento de emergencia de cada ciudad salga lo más airoso posible frente a la pandemia. Cajeras y cajeros de supermercados le cuentan a ANCCOM de su trabajo en estos días de incertidumbre.

Tamara: «Un señor me dijo que, nos guste o no, teníamos que abrir, y se me reía en la cara».

“La situación me preocupa un poco, y más cuando veo que la gente sale y no respeta que uno sí se quiere cuidar”, dice Tamara, 33 años, que trabaja en una sucursal de Almagro de una cadena de supermercados. “Creo que es lo que más miedo me da –agrega-. Yo tomo los recaudos necesarios y con eso creo que podemos llegar a estar bien. Por mi parte, ya tengo el  hábito de lavarme las manos y la cara desde mucho antes, son costumbres que creo que uno debe tener más allá de una pandemia”. Tamara es cajera durante 48 horas a la semana y cuenta que un compañero suyo no quiso ir más hasta que pase la cuarentena, por miedo a contraer alguna enfermedad y perjudicar a la familia. A ella le ofrecieron hacer horas extras, pagas, pero no aceptó.

“La empresa no mandó nada, todo lo tuvo que comprar mi jefe: guantes, alcohol en gel, lavandina –cuenta-. El más expuesto en nuestro caso es el cajero; como repositor te podés cuidar un poco más, pero tratamos de cuidarnos entre todos. Todavía más cuando la gente no quiere respetar el tema de la cantidad de personas que entra al local, o la distancia entre cada uno. Hay cosas que nos tomamos con gracia, pero pensando en frío te das cuenta de que la gente es muy cruel. Por ejemplo, un señor estando en la fila de afuera decía que no queríamos trabajar, y cuando lo atendí me dijo que nos guste o no teníamos que abrir y se me reía en la cara”.

Al igual que Tamara, Irene, 27 años, cumple 48 horas semanales como cajera de esa misma cadena, y asegura que se toman las precauciones necesarias en la sucursal de Retiro, donde lleva más de dos años trabajando: limpieza extensa con lavandina y desinfectante, uso generalizado de guantes y mascarilla, el lavado de manos reiterativo con jabón o alcohol en gel, y la limitación de acceso al local, que no debe superar la suma total de seis personas. El mayor riesgo que enfrenta el personal, asegura, es la inconsciencia de los clientes: “Algunos no respetan las reglas –dice-. Vienen más de tres veces durante el día sin ningún tipo de cuidado personal, y tienden a generar pequeñas discusiones por la limitación a la hora de entrar, o porque solo puede ingresar una persona por grupo familiar. Una vez dentro del local, pierden mucho tiempo, haciendo que los que están esperando afuera lo pierdan también y se expongan”.

La tensión en el trabajo la inhibe de seguir las noticias sobre la  propagación del COVID-19. Su mayor prioridad, dice Irene, es reducir la preocupación que le genera esta clase de información y proteger a su compañera de departamento, una señora de 70 años que es calificada como paciente de riesgo: por eso respeta cuidadosamente las recomendaciones básicas de higiene, tales como la desinfección de los artículos que ingresa, o quitarse los zapatos al entrar a su hogar.

Tamara cuenta que algunas parejas van al súper como si se tratara de una situación normal. “No les podés hacer entender que uno se tiene que quedar afuera, para darle la oportunidad a otro de que pueda comprar –dice-. También hay gente que se pelea en la fila, porque cada uno se formó una historia diferente de lo que es el coronavirus. Nosotros tratamos de tomárnoslo con gracia, porque tenemos que pasar el día. Pero hay mucha gente dando vueltas al pedo, creo que a muy pocos les importa el bienestar de los que tenemos que venir a trabajar. Ayer, por ejemplo, atendí a un señor que compró cuatro chicles”.

Rodrigo: «Tomo todos los recaudos para no contagiarme».

Rodrigo tiene 21 años y trabaja en un hipermercado de otra gran cadena, en San Fernando, que adaptó sus horarios a la pandemia y fijó un horario exclusivo para mayores de 65 años entre las 7 y las 8.30. Tras el cierre, a las 20, su horario de trabajo se extiende hasta dejar todo listo para la jornada siguiente. Tiene una imagen grabada de la previa a la cuarentena, en un paisaje de góndolas vacías e interminables colas concentradas en los pasillos: se corría la voz de un desabastecimiento y eso generaba una gran histeria colectiva que sólo el Presidente podía aclarar. “Estaba en la caja y viene una clienta con el carro lleno de fideos, de harina, de las cosas básicas –dice Rodrigo-. Nos pusimos a hablar y se puso a llorar, me contaba que estaba muy nerviosa, que le asustaba un montón ver a la gente tan desesperada por llevarse todo, o que hubiera escasez de ciertos productos. Con la calculadora del teléfono iba haciendo cuentas de cuánto estaba gastando, le temblaba la mano. Fue impresionante”.

“Tomo todos los recaudos para no contagiarme –dice Rodrigo-.  Y para no pasárselo a una persona mayor, que es la que puede pasarlo mucho peor que yo. Antes y después del trabajo me ducho. Me pongo constantemente alcohol en gel y aprovecho cuando voy al descanso para lavarme las manos al llegar y también a la hora de ir de vuelta a la caja”.

Cinthia: «Hay episodios de discusión y pelea, tenemos que bancarnos eso».

Cinthia, de 23 años, trabaja en una gran cadena de supermercados, en una sucursal del microcentro porteño, a pocas cuadras del Obelisco. Para protegerse utiliza guantes: “Cuando me los saco, me lavo las manos con alcohol en gel”, cuenta. En los últimos diez días fueron variando los horarios: cuando empezó la cuarentena obligatoria sólo para personas con síntomas y/o que hayan viajado al exterior, el volumen de clientes aumentó y les pidieron cerrar a las 11 de la noche; con el nuevo y actual horario de cierre, a las 20, no pueden juntarse más de cinco clientes dentro del local. Y la paciencia, para Cinthia, es el trabajo extra de la jornada laboral. “La gente hace fila para entrar. A veces algunos clientes no entienden que esta es la manera de organizarnos, que es por su bien, y hay episodios de discusión y pelea –cuenta-. Tenemos que bancarnos eso”.