Pintar en los tiempos de Milei

Pintar en los tiempos de Milei

El artista visual Guido Orlando Contrafatti presenta su muestra individual “Un gusto averno conocido”, una serie de obras atravesada por la situación sociopolítica.

Contrafatti recibe al equipo de ANCCOM en su muestra y lejos del imaginario de un artista solemne, ofrece mates y dialoga sobre sus obras, la mayoría de gran tamaño. Si bien el artista plantea la muestra como unidades y no tanto como un gran relato, ciertos temas atraviesan toda la exposición: la nostalgia, la violencia, la situación política actual, entre otros.

Cuando le propusieron hacer la muestra en noviembre del año pasado, el contexto era completamente distinto: “Estaba pensando en otro tipo de exposición –confiesa-. Después se me metió tanto en mi mente y en mi cotidianidad todo lo que pasó con Milei, las noticias que no pude hacer una muestra de cualquier cosa. Tuve la necesidad de dar cierta respuesta”.

Al entrar al espacio lo primero que se ve es una instalación. Utilizando la basura de su última muestra compone un cielo caído: “Es una premisa simple: se nos vino la noche encima”.

¿Por qué incluís obras clásicas a tu pintura Infinito punto rojo?

Este cuadro, es un remix de dos cuadros nacionales muy importantes. Uno es de La Cárcova, que se llama Sin pan y sin trabajo. Este año cumple 130 años. Es el primer cuadro nacional con temática social que retrata a un pobre. En el cuadro original, en la ventana hay una fábrica y toda una revuelta de trabajadores. Es de 1894. Lo traje a hoy, a modo de respuesta. Milei habla tanto de esa época fundacional y supuestamente dorada pero era para cinco oligargas. El resto eran trabajadores pobres, sin derechos. Y esto lo retrataban los pintores en esa época. Además le sumé este cuadro de Antonio Berni, que se llama Manifestación. Le puse el cuadro encima de una forma medio fantasmagórica. Es otro cuadro muy importante para la historia argentina en las artes visuales. El trabajador, luchando. Yo además le sume un chumbo en la ventana. Eso en el cuadro original no está. Es una intención de subir una perilla de violencia. Sin pan, sin trabajo y la violencia. Un gesto actual, de hoy en día. La pistola tiene un punto rojo. Yo quiero que primero veas el arma y te pierdas la manifestación. Es la primera vez que hago un tamaño fuera de foco tan grande. Y me pareció interesante esto de que, si te acercás, se va pulverizando más. En lo chico se pierde esa sensación.

¿Qué técnicas usas?

Todas son aerógrafos. Tengo una línea de laburo que va con el aerógrafo. Hago blureados, desenfocados. Me interesa un poco eso de pulverizar la línea. Es un aspecto anti HD, anti literal, anti hiperrealismo. Como un VHS. Al principio lo pensé como un modo de censura, porque cuando te censuran te blurean. A veces me pasaba cuando no tenía muchos datos en el celular, no me cargaba la imagen y me cargaba blureada. Y me generaba una cosa muy increíble, porque después cuando me cargaba esa imagen, pensaba: “Che no tiene nada que ver”. Cuando hice algunos retratos muy fuera de foco; una persona decía: “¿Che, soy yo?” Y otra venía y también decía: “¿Soy yo?”. Se democratiza cierta cosa de la imagen. Hay algo también de la memoria. Pensar el blureado como algo del recuerdo. Que no está tan definido y uno se mezcla, entonces recuerda el recuerdo. Hay algo que no está tan claro. Un recuerdo medio borroso.

La cuestión política aparece mucho, ¿es una búsqueda?

No. Es algo que me atraviesa. También en muestras anteriores que hice. En una individual, en la época de Macri, por ejemplo, empecé a usar formalmente los globos como material y como superficie de laburo. Empecé a pintar borrachos y globos con pinches. Y después empecé a usarlos formalmente. Tenía algo triste también. Como esto de payaso triste, el borracho melancólico.

¿Cómo surgió componer el tipo de escena de “No te puedo sacar de mi cabeza”?

Yo arranco siempre por el dibujo. Cuando pensé en esta obra pensé en los paparazzis. También tiene que ver mucho con las redes, que vengan y te hagan un escrache. Incluso nos puede pasar a cualquiera de nosotros: de repente vos estás manejando, chocaste, se te vienen todos los medios. Es una situación que le puede pasar a cualquiera. O de repente viste una situación y sos testigo: se te vienen todos los medios encima. Situación que va más allá de la fama, es algo cotidiano. Me gusta porque tardan en encontrar el arma las personas. Está todo disparando.

La muestra estará disponible hasta mediados de abril. Será la última antes de que Moria Galería, actualmente en Thames 608, Villa Crespo, se mude de locación. “Todas las obras tienen algo pesimista en algún punto, pero entiendo que al hacer obras, es algo muy optimista”, cuenta el artista al final del recorrido.

El pintor nacional y popular

Alfredo Gramajo Gutiérrez es el autor del cuadro La Salamanca Norteña, recientemente elegido por el Presidente para su despacho junto a otro del impresionista Fernando Fader. El primer pintor, nacido en 1893 en Tucumán y fallecido en 1961 en Olivos, se dedicó a retratar la vida en el norte argentino, su universo abarca el trabajo de la tierra, las ferias, los ritos religiosos, las leyendas.

Nieves del Valle, hija del artista, lo recuerda como un hombre callado, fino, de profunda fe, de mirada melancólica. Gramajo Gutiérrez conoció de chico las penas de la existencia. Tenía siete años cuando su padre murió de una súbita enfermedad. Era el segundo de cinco hermanos y la suerte de su familia quedó en buena parte a su cargo. Los Gramajo Gutiérrez dejaron Tucumán y se fueron a Buenos Aires. A los catorce años, Alfredo empezó a trabajar en los Ferrocarriles del Estado. Su labor en los trenes sería su fuente de sustento por cuarenta años y le daría la oportunidad de conocer a su esposa, una maestra catamarqueña, en uno de sus viajes, y de pintar ese norte que fue su inagotable fuente de inspiración.

Su vocación por representar a la gente humilde de su pueblo se despertó en torno a los festejos del Centenario. Buscó formarse en el dibujo y la pintura y estudió en la Sociedad Estímulo de Bellas Artes y en la Escuela Nacional de Artes Decorativas. También cursó estudios para desempeñarse como profesor, cargo que ejerció desde 1939 en la Escuela Manuel Belgrano.

Tempranamente, fue premiado por el cuadro La promesa que le valió un premio de la Comisión Nacional de Bellas Artes. Pero sin duda el reconocimiento más sonado llegó de la pluma de Leopoldo Lugones, cuando en 1920, en un artículo en La Nación, lo llamó “el pintor nacional”. Obtuvo posteriormente varias distinciones, entre ellas la Medalla de Oro y Diploma de Honor de la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929 y el Gran Premio de Honor del Ministerio de Educación y Justicia del Salón Nacional de Bellas Artes.

El cuadro La Salamanca Norteña, galardonado en 1946 por la Comisión Nacional de Cultura, se encontraba en otra dependencia del Estado Nacional antes de su traslado al despacho presidencial. La pintura representa un espacio diabólico y de brujería invocado en leyendas hispanoamericanas.

A lo largo de los años, Gramajo Gutiérrez fue perfeccionando un estilo propio. Usaba una paleta de colores vivos, plenos, dibujaba las figuras de forma intencionadamente rudimentaria y las perspectivas se generaban más bien por contrastes de colores o por la acumulación de personajes superpuestos antes que por una composición estrictamente geométrica. En sus cuadros hay gente, hay religión y rituales, hay paisajes, hay trabajadores bajo el rayo del sol, hay costumbres de tierra adentro, desconocidas en la capital cosmopolita, pero cercanas al corazón del artista. No los observaba con exotismo. Sus personajes, tal como él, no sonríen.

El tren no sólo le brindó el medio para acercarse a lo que quería pintar. Algunas publicaciones de la revista Riel y fomento –editada por Ferrocarriles– llevaron en la tapa ilustraciones con sus obras. La revista tenía estrecha relación con la búsqueda de una construcción de la argentinidad y esos cuadros, catalogados como costumbristas, permitían mostrar la cotidianeidad de una región del país.

Gramajo Gutiérrez integró, junto con otros, lo que se llamó “la Orden del Tornillo”, una distinción inventada por Quinquela Martín para premiar a los artistas. La condecoración era un tornillo de unos quince centímetros que simbolizaba el “que les falta a los artistas” y los conminaba a la búsqueda de “la Verdad, el Bien y la Belleza”.

El artista junto al presidente Marcelo Torcuato de Alvear. Foto: Gentileza de la Familia

“Era apolítico”, afirma su hija. Nunca integró un grupo específico, aunque tuvo cercanía con figuras como el radical Ricardo Rojas (cuyo libro El país de la selva llevó ilustraciones suyas). Pero también podía relacionarse con Leónidas Barletta, comunista y fundador del Teatro del Pueblo, o ser amigo de la feminista Alfonsina Storni. “Estaba inmerso en el clima renovador y revolucionario de los pintores que provenían de Europa, tanto de los que se mantenían en los márgenes clásicos –por ejemplo, el joven Spilimbergo o el ya maduro y americanizado Sívori–, como también de los emergentes y revolucionarios –Del Prete y Xul Solar. Se vinculó con Antonio Berni, militante de un original realismo social, y con otros artistas que luego fueron seguidos por las vanguardias del 40”, escribieron María Inés Rodríguez Aguilar y Miguel Ruffo, curadores de una muestra retrospectiva realizada en 2011. Tres años después, la exposición La hora americana 1910-1950 del Museo Nacional de Bellas Artes, también mostró obras del artista en el contexto del movimiento americanista.

El deseo de contribuir a un arte nacional que pudiera dar cuenta de las tradiciones populares locales fue un imperativo que guió su obra. Un día de febrero de 1933 llegó a su residencia en Olivos una carta del Director Nacional de Bellas Artes. Lo invitaban a un viaje a San Juan para “recorrer algunas zonas de esa provincia y recoger algunos elementos del folklore local”. Dos meses más tarde, Gramajo Gutiérrez escribió al Director después del viaje para decirle lo muy satisfecho que estaba y le contó que él y otros le habían propuesto al Gobernador que se creara un Museo Provincial de Bellas Artes. El museo efectivamente se creó, se inauguró un año después de ese intercambio de cartas.

“No sé de escuelas ni de academicismos. Pinto para los hombres de sentimiento, para los que aman la vida, para los que se amargan con sus tristezas, para los que quieren liberar de su condenación a los condenados, iluminar en sus tinieblas a los envilecidos, salvar de la pendiente de la muerte a los que viven enceguecidos y enfermos”, se definía el artista.

La obra de Gramajo Gutiérrez, patrimonio del arte nacional, se encuentra dispersa entre colecciones privadas y algunos museos abiertos al público, como el Bellas Artes, el de Tigre o el Quinquela Martín.