“La herencia de un pensamiento desobediente, crítico y audaz”

“La herencia de un pensamiento desobediente, crítico y audaz”

«Si pudiéramos detenernos a mirar el pasado y comenzar a escucharlo, entonces se podrían oír los ecos de interminables conversaciones feministas que atraviesan los siglos». Florencia Abbate anota esto en la introducción de Biblioteca Feminista, su flamante libro: se iba a presentar el martes 17 de marzo en el auditorio del Museo del Libro y de la Lengua, de la Biblioteca Nacional, pero las prevenciones ante la pandemia postergaron, sin fecha, la cita. Abbate es narradora, poeta, ensayista, docente, Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires y también Investigadora del CONICET. “Cada persona aporta desde donde puede y desde lo que sabe hacer, y de alguna manera me pregunté qué podía aportar como escritora y a la vez como académica e investigadora, y me pareció que un pequeño aporte podía ser un libro de divulgación que recuperara la historia de distintas figuras y corrientes de los feminismos. Me interesaba salir del puro presente y conectar con la historia para poder reflexionar y encontrar en el pasado muchos de los temas y debates que habíamos estado atravesando”, cuenta. Por eso decidió poner en jaque el prejuicio que sostiene que el feminismo es una noción contemporánea y de moda, como muchos dicen actualmente. También da cuenta del principio reaccionario y contestatario de este movimiento frente a situaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres a lo largo de la historia.

Es curioso pensar el término que hace referencia al título y también cómo la autora lo plantea, ya que biblioteca se define por la Real Academia de la Lengua Española como “Colección de libros o tratados análogos o semejantes entre sí, ya por las materias de que tratan, ya por la época y nación o autores a que pertenecen”, entre tantas otras acepciones que tiene el término. “Lo elegí porque quería un título que diera la idea de un recorte subjetivo. Una biblioteca siempre tiene una marca personal: no hay dos bibliotecas iguales. Me gusta pensar que cada quien se refleja un poco en su biblioteca, como algo que se construye a lo largo de los años y va teniendo la impronta de las personas que fuimos en las distintas etapas de nuestra vida”, explica Abbate. Aun así, para que exista una biblioteca tiene que poseer libros en su haber. El concepto de libro es una noción que quiere reivindicar como una fuente fundamental del feminismo y sus bases, de nuestro pasado. La biblioteca también tiene que ver con la herencia, porque los libros conservan y trasmiten una herencia cultural, que en el caso de los feminismos, me parece, es la herencia de un pensamiento desobediente, crítico y audaz”, reflexiona.

El libro tiene como eje a mujeres que dialogan entre sí, y logran que el feminismo se construya a través de la militancia. Es por eso que podemos definirlas no sólo como pensadoras, filósofas o escritoras, sino también como militantes. Olympe de Gouges, Théroigne de Méricourt, Claire Lacombe, Mary Wollstonecraft, Flora Tristán, Clara Zetkin, Alexandra Kollontai, Emma Goldman, Simone de Beauvoir, Kate Millett, Angela Davis, Audre Lorde, Adrienne Rich, Monique Wittig y Judith Butler forman parte de esta Biblioteca Feminista porque -como cuenta la autora- participaron de un hito histórico o marcaron un hito conceptual. Podemos ver cómo en cada época se hizo foco en determinadas cuestiones ligadas a las desigualdades de género, y esto deja en evidencia problemas y debates pasados, que inevitablemente están relacionados a los debates del presente. De esta forma logra mostrar los rasgos de contemporaneidad en textos viejos.

Judith Buttler y Dora Barrancos, dos referentes de Biblioteca Feminista, en un reclamo contra los recortes a la ciencia el año pasado, en el Polo Científico de Buenos Aires.

“Por ejemplo, presentar a Emma Goldman como una pionera de la educación sexual, explicando por primera vez el uso de los anticonceptivos en 1915, o mostrar a Alexandra Kollontai participando del movimiento de mujeres que logró que la Unión Soviética legalizara el aborto en 1920 -subraya Abbate-. O a Clara Zetkin encarnando la lucha de las mujeres trabajadoras por hacer valer sus reclamos dentro de los sindicatos, con demandas como las guarderías en los lugares de trabajo. Kate Millet, Carol Hanisch o Adrienne Rich me permitían reconstruir el feminismo de fines de los años 60, el origen del lema ‘lo personal es político’ y el develamiento de cómo incide la cultura patriarcal en nuestro mundo íntimo, en nuestro modo de amar o de maternar, junto con la idea de llevar ‘la revolución a las casas y a las camas’. Mientras que otras, como Angela Davis y Audre Lorde, me permitían reconstruir el surgimiento del movimiento de los feminismos negros y sus principales aportes conceptuales, como la noción de ‘interseccionalidad’, que hoy se usa mucho y mucha gente no sabe de dónde proviene y cómo se fue elaborando. De la misma manera, todavía mucha gente no entiende por qué a veces se habla de mujeres y lesbianas, entonces me pareció necesario recuperar la obra de Monique Wittig, que fue la que inventó el concepto de lesbiana como una categoría política diferente a las mujeres, y que planteó el carácter cultural de la categoría de sexo, algo que luego retoma y desarrolla en otra línea Judith Butler, de quien también me ocupo. En fin, quería que esas conversaciones entre ellas reverberaran como un eco en cuestiones de hoy”. De este modo se construye el marco histórico en el que se desarrolla cada una, para demostrar que es posible narrar las luchas colectivas y comprender a cada una de estas figuras como una emergente de un proceso más amplio.

Biblioteca Feminista es, entonces, un libro de divulgación, dirigido a personas que quisieran ampliar sus conocimientos sobre historia y pensamiento, algo que, afortunadamente, ya no es solo de interés para «unas pocas». Expone, además, la responsabilidad social por parte de la autora, quien cuenta que no quería hacer un libro de divulgación ‘for dummies’, como usualmente se dice, sino algo con cierto rigor conceptual, histórico y documental, sin por eso renunciar a los recursos literarios que hacen que una narración enganche o resulte entretenida”. Su desafío personal para con este proyecto tenía que ver con subirle la vara a lo que suele ser este género: “Me daba la impresión de que algunos pocos libros que había de divulgación feminista, hechos en España, acarreaban la idea de la divulgación como un género que tiende a una simplificación conceptual excesiva, o que presenta un recorrido panorámico y no profundiza o no contextualiza las cuestiones que aborda”, explica Abbate.

El libro abarca el recorte temporal que va de la última década del siglo XVIII hasta la última década del siglo XX. De este modo releva los momentos fundacionales y determinantes de los feminismos occidentales -en Europa y Estados Unidos- a partir de autoras consideradas como “clásicas”. Aun así, el interés de la autora por los feminismos latinoamericanos queda reflejado en ciertas líneas a modo de establecer relación entre estas mujeres, pero poco desarrollado debido a que no quiere arruinar el recorte ya propuesto. Probablemente en el futuro considere realizar un nuevo libro, cuyo recorte incluya a los feminismos latinoamericanos y el siglo XXI. A su vez, representa un enorme desafío porque estos no se encuentran sistematizados y/o difundidos en libros de divulgación. “Me parece indispensable retomar el trabajo genealógico que se proponía la intelectual y activista chilena Julieta Kirkwood, o los trabajos de Francesca Gargallo y otras autoras que han apostado a pensar nuestra historia -concluye Abbate, entusiasmada-. Y estoy a la expectativa de un libro de Dora Barrancos que todavía no salió pero sé que sin duda será muy importante para estudiar los feminismos en América Latina”.

kilombo es resistencia

kilombo es resistencia

Tamara Lucía Beltrame Coronel

Que les toquen el pelo sin permiso, que les acaricien la piel, que les pregunten de dónde vienen, que les hablen en otros idiomas, que les burlen por sus rasgos son algunas de las tantas situaciones que les tocó afrontar a lo largo de su vida. Tamara Lucía Beltrame Coronel (23), Analía Iglesias (28) y Shirlene Silva Oliveira (33) son activistas antirracistas y  dialogaron con ANCCOM acerca de lo que ello significa.

Las primeras dos son afroargentinas: tienen antepasados afrodescendientes y nacieron en nuestro país. “La gente nos ve y no concibe que podamos ser de acá”, cuenta Tamara. El racismo es algo que vive desde que tiene memoria. En la primaria le hacían bullying por su color de piel: “Tenés una mezcla rara, no sabemos de dónde saliste”, recuerda que le decían. “De chica me costaba mucho reconocerme, en todos los espacios siempre era la única. Nunca había gente que se pareciera a mí. Siempre me sentí el sapo de otro pozo”. Analía también tuvo dificultades para delinear su identidad. Cuando era niña, decía que era descendiente de afros (por el pasado uruguayo-brasileño de su familia paterna), omitiendo el haber nacido y haberse criado aquí.

Shirlene, en cambio, por haber crecido en Brasil vivió otra realidad. Si bien reconoce que en el país vecino también hay racismo, señala que dentro de la cultura brasileña hay referentes afrodescendientes que hablan de la lucha antirracista. “Acá la diferencia es que las personas negras no están en la historia, no las reconocen”, concluye luego de siete años de vivir en el país. Al respecto, Tamara sostiene: “En la historia hemos sido borrados. En las guerras de la independencia, mandaban al frente a las personas esclavizadas. Negres e indígenas morían primero”. A modo de reivindicación, las activistas mencionan a María Remedios del Valle, quien luchó en las batallas del Alto Perú con el ejército de Manuel Belgrano y fue una de las pocas mujeres en lograr el grado de capitana; o al sargento Cabral, también de origen afro, conocido por socorrer al General San Martín. Pero, además, explican que muchas palabras o expresiones que hacen al español rioplatense tienen un pasado racista. Términos como quilombo, denigrar, trabajo en negro, mucama, día negro también lo son. Incluso prácticas de la tradición escolar, como la de pintarle a los niños la cara con un corcho para los actos patrios.

Shirlene Silva Oliveira,

Hace pocos años, Tamara comenzó la búsqueda de sus orígenes; tarea que para gran parte del colectivo afrodescendiente en Argentina es, cuanto menos, un desafío: “Hoy digo que soy afro-originaria, porque tengo ambas ascendientes en mi sangre. Pero, más allá de mi bisabuela no sé nada. No tenemos apellidos ni nombres, porque no hay datos”, denuncia. En este sentido, recién en el censo de 2010 se preguntó a los residentes si se autopercibían parte de ese colectivo. A pesar de que aquella vez 149.493 personas afirmaron serlo, organizaciones de lucha antirracista como la Comisión 8 de Noviembre o Agrupación Xangó estiman que los números ascienden a dos millones en todo el país. Luego de la abolición de la esclavitud, las personas afrodescendientes quedaron en condiciones de vida deplorables, y muchos de ellos migraron. “Nos trajeron acá y se encargaron de ponernos a cada uno en un lugar diferente, a propósito, para que no hubiera organización -cuenta Analía-. Por eso, mi existencia es política”.

Las tres coinciden en que el activismo empezó de grande, pero que siempre lo llevaron en la piel. “Una persona nace siendo negra y no le queda mucho caudal: en algún momento eso sale”, afirma Shirlene. En el caso de Analía, la lucha activa comenzó hace dos años. “Fue cuando conocí a Luanda Silva, una artista negra que me contactó con otras afroargentinas. Fue vernos y pensar: ‘Ah, no estaba tan sola’. Nos abrazamos y lloramos mucho”. En el 2019 nació “Alto Kilombo”: un colectivo de afrodescendientes y afroargentines jóvenes que buscan encontrarse y generar un cambio. El nombre no es casual: es un intento de reivindicar la palabra. “En la época de la esclavitud, eran las sociedades en las que se refugiaban les negres cuando se escapaban de sus apropiadores. En las vueltas del lenguaje se empezó a usar como algo negativo, como desorden o lío. Incluso hay gente que piensa que es mala palabra y no, en realidad significa resistencia”, explica Tamara. El camino recorrido no ha sido fácil, en palabras de Analía: “El antirracismo duele, es entrar en la herida, es recordar, es luchar contra un montón de cosas. Pero en definitiva después te sana porque entrás a tu comunidad, con tu gente, que te valora, que te respeta y te escucha”.

Analía Iglesias

En cuanto al feminismo, las tres lo abordan desde la interseccionalidad. “Somos mujeres y el sistema nos oprime por eso, ahí podemos abrazarnos. Pero a la vez todas tenemos opresiones diferentes. A la par del sistema patriarcal está el racismo”, afirma Tamara. “Antes de mujeres nosotras somos negras: leídas, tratadas y oprimidas socialmente”, sostiene Analía, y agrega: “El feminismo blanco puede entender el patriarcado como algo estructural pero no puede ver al racismo como un sistema de opresión a igual nivel. El poder responde a lo mismo: supremacía blanca, capitalismo, patriarcado blanco y eso solo se puede entender desde la interseccionalidad”. Para Shirlene, la interseccionalidad permite saber quiénes son las personas que están en la base de pirámide social, las más desfavorecidas y entender que sin estas compañeras dentro no existe el feminismo.

Lo que plantean estas activistas es que el feminismo que ya existe tiene que “deconstruir su racismo y volverse antirracista para acompañar a las compañeras negras. Un feminismo que no es interseccional es un feminismo banal, de cartón, frágil”. El reclamo es histórico: traen a la memoria a Soujouner Truth (“¿Acaso no soy una mujer?”) y recuerdan que, mientras las mujeres blancas podían estar en la lucha feminista, las mujeres negras les cuidaban a los hijos.

«Las personas negras no están en la historia, no las reconocen”, concluye Silva Oliveira.

Las tres invitan a la gente a repensar, cuestionarse y deconstruir las estructuras. Tamara cree ver un lento cambio que se asoma en la sociedad. Analía, por su parte, agrega que no es una lucha que deba ser solo de ellas: “Hasta que les blanques no se den cuenta de que es una lucha que en primera persona tienen que empezar a erradicar elles, que son les que principalmente reproducen esta opresión, vamos a seguir luchando contra esto pero sin tener la verdadera respuesta que necesitamos”. Tal como sostuvo Ángela Davis: “No alcanza con no ser racista, hay que ser antirracista”.

“No hagamos del amor una pasión triste”

“No hagamos del amor una pasión triste”

A Alexandra Kohan le gusta pensar en conjunto y cuestionar lo establecido, pero para llegar a nuevas preguntas. Psicoanalista y docente universitaria, en el 2019 publicó, con gran repercusión,  su libro Psicoanálisis: por una erótica contra natura. Entrevistada por ANCCOM pide que, por favor, “no hagamos del amor una pasión triste”, habla de los escraches, de que “cuidado no es vigilancia” y, respecto al contexto de aislamiento social actual, se permite la incertidumbre: “Me parece un momento para soportar no saber”. Por otro lado ella, que se desempeña como docente en la carrera de Psicología de la UBA, considera que este cuatrimestre se debería haber dado por perdido.

¿Por qué decidió dedicarse al psicoanálisis?

No recuerdo un momento en el que lo haya decidido ni tampoco creo que haya sido una decisión tomada tan conscientemente. Nunca lo había pensado. Diría que fue una especie de acontecimiento. El psicoanálisis es un encuentro con algo inédito, sorpresivo. Y sigue apareciendo cada vez que leo, cada vez que me encuentro con un paciente, cada vez que voy a sesión. Me analizo desde siempre y no encuentro otro espacio que se le parezca. Supongo que haber advertido los efectos del psicoanálisis como analizante, el modo en que el psicoanálisis cambió mi vida, la manera en que despertó en mí un constante interés por ciertas maneras de leer, hizo que quisiera seguir habitándolo. Me posibilitó vivir una vida un poco más consecuente con lo que quiero, soportar la fragilidad que implica que no haya garantías; le debo no haber quedado melancolizada en las tragedias de mi vida y, por sobre todo, le debo la posibilidad de seguir queriendo el amor luego de todos los amores que se terminaron.

Es una manera de leer, de pensar, de precisar interrogantes y de las consecuencias que eso tiene. Porque lo que el psicoanálisis hace es que el decir tenga consecuencias. Así que supongo que por todo esto no es que me dediqué al psicoanálisis sino que le dedico mi vida al psicoanálisis, en el sentido de una dedicatoria.

 ¿Se considera una mujer feminista?

El feminismo es, para mí, una práctica. Y como tal, un ejercicio que está en las antípodas del ser. No se es feminista. Es cierto que hay últimamente una euforia identitaria y todo el mundo dice lo que es como si eso bastara. Está lleno de mujeres que se aferran a esa certeza de ser feministas pero después, en las prácticas, arrasan con lo que eso incluye. Todos tenemos contradicciones, ese no es el problema. Quiero decir: yo prefiero no estar tan segura de que soy feminista y, en cambio, revisar las prácticas, pensar qué hago cuando ocupo posiciones de poder, qué cuestiones se activan ahí, de qué modo pienso ciertas escenas. No me interesa adormecerme en una supuesta identidad que para lo único que sirve es para no revisar nada más. Me interesan las reivindicaciones del feminismo pero no me desvela llamarme feminista. No necesito definirme porque, además, sé que definirse a sí mismo detiene la proliferación de sentidos que pueden tener mucha más potencia que la fijación a uno en particular.

¿Cree que el psicoanálisis le permitió tener una mirada diferente respecto del movimiento feminista?

Mi mirada está hecha de lecturas pero, sobre todo, de interlocuciones con otros que están pensando. Me gusta mucho pensar con otros y es ahí donde encuentro una comunidad que me importa. Pensar, como dice Virginia Cano (n. de. r.: activista y filósofa), se parece bastante al amor porque hace tambalear el Yo y porque nos dejamos conmover por la irrupción de un otro. En ese sentido, diría que no hay ninguna pretensión ni intención de tener una “mirada diferente”. Uno plantea sus ideas y los acuerdos o diferencias vienen como efecto, nunca como intención. Me cuesta pensar al feminismo como un movimiento singular. Citando a (n.de.r: la periodista) Florencia Angilletta, voy a decir: “El feminismo no existe. Referirse a los feminismos en plural no es un simple cliché lingüístico. Ayuda a mostrarlo como un mosaico de múltiples consensos pero también de tensiones, ambigüedades, o deseos a veces contradictorios y luchas por el poder”.

Es muy crítica respecto a las frases hechas o consignas como “Si es amor, no duele”. ¿Cuál es su postura respecto al amor desde una perspectiva feminista?

Soy crítica, en el sentido en que me interesa leer en los pliegues en donde se alojan las contradicciones, los sentidos coagulados, los gérmenes que van a producir los estereotipos. Reconozco que me cuesta decir “desde una perspectiva feminista”. Una cosa es que podamos cuestionar ciertos dispositivos afectivos, ciertos paradigmas del amor que fueron atravesando las distintas épocas y otra es que estipulemos qué amor es feminista y qué amor no lo es. Que creamos que deconstruir el amor implicaría no sufrir. No hay manera de no sufrir en el amor. Luego, podemos revisar todo lo que queramos. Pero lo que me preocupa es la suposición de que el camino hacia la emancipación sería protocolizar las relaciones o hacer una pedagogía de las relaciones sexo-afectivas. El asunto no es el contenido de algunos discursos sino su enunciación prescriptiva. Revisemos, analicemos, visibilicemos, pero no seamos pedagogos del amor porque eso es lo contrario a la liberación. No confundamos cuidado con vigilancia.

El amor no puede adjetivarse, porque en cuanto se lo adjetiva se lo clasifica, se lo encierra en un estereotipo y sería lo mismo, en ese sentido, decir “amor romántico” o “amor libre” o “amor feminista” o “amor sano” o “amor enfermo” o “amor tóxico”. Adjetivar el amor es lo contrario a revisar aquello que puede no gustarnos. Porque adjetivar es detener la inquietud, detener las preguntas y a mí me importa mucho formular preguntas. Hoy en día aparecen una cantidad de respuestas y posiciones asertivas pero faltan las preguntas.

Entonces, ¿qué es el amor?

El amor, tal y como yo lo concibo, es un acontecimiento y lo que el psicoanálisis me enseñó es que no hay saber sobre el amor. El amor agujerea el saber. Como dice Martín Kohan, no está ahí para ser resuelto. Hoy en día se pretende que se está “deconstruyendo” el amor pero lo que se está haciendo, bajo esa lógica, es pretender domesticarlo, civilizarlo; es aplastarlo bajo supuestos de que existiría un amor que no implique dolor. Se están escribiendo manuales del buen amor en nombre de la supuesta deconstrucción, manuales con instrucciones de uso de las relaciones sexo-afectivas. Se pretende eliminar el malestar que suscita el deseo. Si seguimos esos manuales, el amor no nos va a doler más, es cierto, porque vamos a estar entre anestesiados y muertos. Se pretende hacer de las relaciones un contrato lleno de cláusulas creyendo que así se evitaría el dolor o la pasión que implica. No hagamos del amor una pasión triste, por favor.

¿Y cómo cree que sería una forma más efectiva de luchar contra la violencia de género?

Me llama muchísimo la atención que me plantees la cuestión de la violencia de género a continuación que me proponés pensar sobre el amor. Encuentro ahí un síntoma muy actual, un estado de cosas: ya no se puede hablar de amor sin tener la violencia en el horizonte. Parece que ya no se pueden concebir las relaciones amorosas sin tener el cuco de la violencia acechando. Es una pena porque se empastan, se superponen las cosas y amor y violencia pasan a ser casi sinónimos cuando lo que estamos tratando, justamente, es de discriminarlos. Como si la soluciones al grave problema de la violencia pasara por pedagogías, instrucciones y prescripciones. Como si fuese indispensable mitigar el amor para anular la violencia.

¿Qué pasa con el feminismo, las redes sociales y los escraches?

Yo estoy absolutamente en contra de los escraches y lo digo así, explícita y claramente. Me parecen nefastos por las consecuencias que generan. Los escraches producen muchísimo padecimiento en ambas partes: en el escrachado porque es literalmente segregado, silenciado, anulado como sujeto; pasa a ser un objeto de la crueldad de la masa y no tiene ninguna posibilidad de tomar la palabra. Es tratado como resto, como basura y estigmatizado en niveles altísimos de los que, la mayor parte de las veces, no se puede volver. La persona que escracha tampoco la pasa bien: nunca es sin consecuencias ese gesto. Muchas veces, una vez que “baja” ese estado de masividad, queda en una soledad enorme y de algún modo ella también queda coagulada en el lugar de víctima y haciendo de ese lugar casi un destino. No sólo no contribuye a luchar contra los abusadores sino que termina banalizando el abuso. Ya no se distingue abuso de acoso o de violación y, además, se domestica todo: se le dice “violín” al violador, por ejemplo. Y como dice Florencia Angilletta: “Si todo es violencia, nada es violencia”. Por todo esto, de ningún modo pondría la práctica a cuenta del feminismo. Cierto sector del feminismo quedó tomado por un estado general de cosas. Y hace poco pensé lo siguiente: lo otro del escrache no es el silencio, para nada. Si de lo que se trata es de no callarse, hablar no tiene por qué hacerse públicamente bajo la forma del escrache. Hay muchísimas mujeres que no quieren hablar de esa manera. No hay por qué obligarlas. Hay que seguir generando y pensando espacios en donde ese decir pueda alojarse, pero la alternativa al escrache no es el silencio, eso es una falacia.

Esta pandemia y la consecuente cuarentena que estamos llevando a cabo en el país (y en el mundo) es un evento sin precedentes. ¿Cree que va a generar cambios permanentes tanto a nivel individual como social?

Voy a contestar lo que contestó una vez (N.d.r.: el psicoanalista francés) Jean Allouch, cuando le preguntaron sobre las formas “venideras” del síntoma: no siendo ni profeta, ni visionaria, ni socia de pronosticar, heme aquí, sin poder responderte. No sé y me parece un momento para soportar no saber. Y todo lo que se anticipe tiene más que ver con un anhelo personal que con la posibilidad de leer en medio de esta situación.  Como dice la psicoanalista Carina Gonzalez Monier, el psicoanálisis sabe hacer con lo nuevo y con lo sorpresivo. Esta pandemia es una situación absolutamente nueva y por eso mismo no sabemos qué puede advenir como síntoma. Lo que sí sabemos es que estamos disponibles y dispuestos a atajar aquellos efectos que puedan suscitarse. En definitiva, tampoco se trata de patologizar esta situación.

En las últimas semanas vimos en la calle un crecimiento de la vigilancia civil, personas gritando desde los balcones o con megáfonos a sus vecinos. ¿A qué se deben estos comportamientos? 

Supongo que a una euforia vigilante que está siempre al acecho. Quizás sea un modo de tranquilizarse a sí mismos y a su conciencia de buenos ciudadanos. Qué se yo. A sentir que tienen el poder de determinar moralmente quién está de qué lado. Otra vez podría decir: no confundamos cuidado con vigilancia. Lo que más me llama la atención es que se vigilan los cuerpos de los demás y se pretende que la amenaza siempre es el otro. Los que denuncian no se perciben nunca como posibles portadores de un daño. Los escraches en este momento muestran lo que decía en la pregunta acerca de los escraches: no son del feminismo. Hoy hay un Estado presente que está ocupándose de los que incumplen, no hacen falta voluntarios para vigilar y castigar.

¿Cómo está desarrollando su rol como docente? ¿Está pudiendo realizar cursadas online?

La Facultad de Psicología decidió llevar adelante algo que se llama “Plan de contingencia”. Más allá de mis desacuerdos con ciertas resoluciones de la UBA y de lo que cada facultad está decidiendo, voy a empezar a dictar clases por Zoom que es algo que decidimos en la cátedra en la cual trabajo. Voy a poner lo mejor de mí pero lo que sucede en el aula con los cuerpos presentes es irremplazable y lo voy a extrañar mucho. Mi posición es que habría que haber perdido el cuatrimestre porque es un momento para parar y no para intentar “recuperar” nada. La UBA nos dejó bastante solos a los docentes y no se puede improvisar en medio de la pandemia. Por otra parte, un sector de los estudiantes reclama y presiona en un tono un tanto hostil hacia los docentes. No sé, creo que no se advierte del todo lo que estamos pasando ni se termina de percibir que los docentes también somos trabajadores. De todas maneras, dar clases siempre me entusiasma y voy a tratar de que mi entusiasmo se note “en cámara”.

“No soy solemne pero no por eso soy menos rigurosa”

“No soy solemne pero no por eso soy menos rigurosa”

«La Barbie apareció en un momento en el que me sentía muy mal. Estaba en un trabajo que tenía que ser el laburo de mis sueños pero me subestimaban constantemente», recuerda Mileo.

“Si el futuro es feminista, el conocimiento deberá serlo, otra no queda”. La frase es de Agostina Mileo y pertenece a su primer libro, Que la ciencia te acompañe. A luchar por tus derechos, publicado por Editorial Debate. Con lenguaje directo y accesible, Mileo aporta allí datos científicos para pensar temas de la agenda feminista: aborto, orgasmos, menstruación, las dietas, las diferencias entre el cerebro masculino y femenino; y desarmar sus mitos asociados.

Agostina es licenciada en Ciencias Ambientales, máster en Comunicación Científica, Médica y Ambiental, y doctoranda en Historia y Epistemología de la Ciencia. Además, es editora en Economía Femini(s)ta y coordinadora general de MenstruAcción, una campaña que apunta a que menstruar deje de ser un factor de desigualdad económica y un estigma. Pero en las redes sociales, a Agostina se la conoce como la Barbie Científica, un personaje que creó para enfrentar los prejuicios de ser mujer en el ámbito científico y “ponerle glitter al bullying”.

¿Cómo surgió la Barbie Científica y el interés por pensar la ciencia en clave feminista?

No surgió todo al mismo tiempo. La Barbie apareció en un momento en el que me sentía muy mal. Estaba en un trabajo que tenía que ser el laburo de mis sueños pero me subestimaban constantemente. Tenía que ver con mi aspecto, como si ocuparse de la imagen fuera sinónimo de ser superficial, y más por mi especialidad. Ya había hecho el posgrado en comunicación científica y dentro del ambiente de la ciencia se veía que no me había dedicado a nada serio. Muchos profesionales de la ciencia tienden a pensar que no hay nadie mejor para comunicar las cosas que ellos mismos y que no requiere ningún tipo de habilidad especial más que el sentido común o una disposición natural como el carisma. Necesitaba hacer algo más propio que me incentivara, y buscando estrategias me di cuenta de que en muchos estudios aparece que la comunicación pública de la ciencia y los contenidos satisfacen una demanda preexistente, que la gente que ya considera que la ciencia es un tema de interés general, busca cosas y las encuentra, pero que no hay productos que capten nuevas audiencias. Por como venía siendo socavada mi autoestima se me ocurrió pensar en un personaje, veía que es un recurso que se utiliza mucho para chicos. La Barbie Científica permitía que piensen que me estoy riendo de mí misma pero, en realidad, me estoy riendo de la situación que atravesaba todos los días y lo que se pensaba de mí cuando ingresé a trabajar en comunicación pública de la ciencia. Fue mi manera de ponerlo sobre la mesa y también me divertía la exploración de esos aspectos. Estudié teatro y danza de chica y me divertía construir un personaje. El otro día encontré un fanzine que hicimos hace unos años con amigos, y tiene textos que son súper exploratorios del personaje. Se ve que le estaba buscando la voz a la Barbie y dice cosas tremendas, es como una revista Cosmopolitan pero científica, muy gracioso. Hoy no haría ese contenido porque los ánimos están muy caldeados y la ironía a veces no se entiende. La Barbie está más resguardada pero hay algo en el aspecto y en el lenguaje corporal en los videos que es irónico y con lo que me gusta jugar. Soy yo misma, no es un alter ego forzado, es un aspecto de mí y fue parte de un camino de la aceptación porque yo también pensé muchas veces que no soy lo suficientemente seria. Y no, no soy seria ni solemne pero no por eso soy menos rigurosa.

¿Y el feminismo?

En relación al tema feminista, si bien por un lado nos piden una conformidad asfixiante con un montón de normas respecto al aspecto, a la forma en la que nos presentamos a nosotras mismas, la conformidad respecto a la femineidad nos abruma y nos ahoga, y cuando se evidencia eso no gusta. Entonces es evidente que no leíste el último paper porque te estabas pintando las uñas. Eso siempre estuvo de fondo en la construcción del personaje, una sátira de esa cuestión. Pero soy conscientemente feminista desde el Ni Una Menos. Unos meses antes de la primera marcha empecé a trabajar en una empresa de copas menstruales, tenía que recabar evidencia clínica sobre la copa menstrual para que en entornos médicos se empezara a prescribir y cuando comencé esa investigación me di cuenta de algo que es obvio: si no tenés plata para comprar productos de gestión menstrual vas a faltar a la escuela o a tu trabajo, y eso me flasheó. Ahí empecé a pensar que tenía que hacer algo, que tenía que poner el cuerpo. Siempre milité, no en lugares partidarios, pero trabajé en barrios y en distintos proyectos. No era ajena al activismo pero en ese momento se juntó todo. Pensé que para hablar de eso también hacía falta difundir la perspectiva científica al respecto, sostener los argumentos, recabar datos, y ahí empezó ese camino.

 

«No puede ser que la menstruación condicione nuestro acceso a derechos», se queja La Barbie Científica.

En el libro hablás de que cuando te cae la ficha de que el machismo está en todos lados, después no podés dejar de verlo. ¿Vos ubicás ese momento como tu propia caída de ficha al respecto?

Sí. Fue una epifanía. No puede ser que la menstruación condicione nuestro acceso a derechos. Pero lo pienso como un camino, hay un recorrido en el que aparece un elemento. Yo exploro mucho con la cocina vegana y hay algo muy difícil que es el reemplazo del huevo en ciertas preparaciones. Es eso: encontrar un elemento ligante y que de repente la cosa tome forma, ya no son los ingredientes por separado. Hay una cuestión que a mí me pasa con el feminismo, la comunicación pública de la ciencia y el personaje de la Barbie que tiene que ver con cosas construidas durante tanto tiempo que de repente tienen un sentido común, y yo empecé a estar más incentivada y a darme cuenta de que esto es mi carrera.

¿Cómo surgió la idea de escribir el libro?

No fue mía. Una vez vino el escritor Enzo Maqueira a un programa de radio que yo hacía y le había gustado el personaje y me dijo “¿por qué no escribís un libro?”. Me implantó esa idea pero lo dejé ahí. Y un día me llegó un mensaje de Facebook de mi editora, Ana Pérez, preguntándome si alguna vez había pensado en escribir un libro. Fui con una idea y ella me dijo “eso no”. Entonces le dije de hacer un compilado. Lo armé con material de varios años de trabajo, son temas que fui tratando desde distintos aspectos y noticias. Quería que fuera un libro corto, y que te quedaras con un panorama general de por dónde va la cosa. Porque no sé si a todo el mundo le interesa acceder a cierto nivel de detalle, primero, y me interesaba más poner en perspectiva dónde entra la ciencia en un colectivo feminista amplio, con demandas diversas, y con construcciones muy recientes en muchas personas, hay gente que recién se empieza a hacer preguntas, y me parece que está bueno poder acceder a información bastante digerida para poder incorporarlo a su propia perspectiva del feminismo. Y también para gente que está muy metida pero es un tema al que nunca accedió. Me parecía que tenía que ser para todo el mundo, independientemente del momento en el que estés respecto de tu feminismo. Hay muchos libros de comunicación científica pero, en general, están en el stand de autoayuda o en el de libros feministas. Eso para mí es tremendo. A mí me gustaría estar al lado de Manes. No en la vida, sólo en la vitrina. La idea era que fuera accesible y que cada capítulo te dejara una idea respecto del orgasmo, el aborto, y así. Tiene fuentes muy diversas, no son solo papers, hay charlas TED, videos, publicidades, hay capítulos de series. La idea es que podamos ir identificando estas cuestiones en los consumos culturales que tenemos porque si no tenés que ir a buscar esa información a lugares que son un poco inaccesibles a menos que seas del palo académico.

Barbie lanzó una campaña por la eliminación del IVA de los productos de gestión menstrual y su distribución gratuita.

Comentaste que el capítulo que tuvo mucha repercusión y te sorprendió es el dedicado a las dietas y la alimentación.

Era un capítulo que no era de mis favoritos y me lo nombraron mucho. Lo escribí, más  que por afinidad con el tema, por una cuestión de responsabilidad. Es algo súper local, recontra dejado de lado por la salud pública. Se habla muy poco de la cantidad de trastornos alimenticios que hay en Argentina. Es particular y es superlativa. Siempre estamos peleando el segundo o tercer puesto a nivel mundial en casos de anorexia y bulimia. Es una sociedad especialmente obsesiva con las dietas y la delgadez. Si bien yo no lo abordo tanto, desde ese lugar sí hablo mucho de cómo la salud empezó a ser un valor moral para acceder a cánones estéticos. Nos siguen vendiendo lo mismo para los mismos fines pero con discursos reformados que en la superficie parecen ocultar otra cosa. Ese capítulo además tiene una crítica muy cruda a la manera de presentar resultados en la academia y la ciencia, que tiene que ver con ser ciegos a la clase. Eso también generó repercusiones. Muchas personas que militan estas cosas no suelen verlo en personas que se dedican a hablar de ciencia o a hacer ciencia. Digo que muchos estudios acerca de la conducta alimenticia se hacen asumiendo que los humanos cambiamos nuestro comportamiento porque tenemos una disponibilidad de alimentos infinita. Si bien es verdad para muchas personas, es una falta de respeto supina enunciar eso. Debería decirse “para tal porcentaje de la población existe esta realidad, entonces yo estudio desde este recorte”, pero no reconocer eso a mí me choca muchísimo.

En relación a eso, una de las ideas principales del libro es el cuestionamiento de la supuesta universalidad de la ciencia, la idea de que el sujeto neutral de la ciencia es en realidad el varón blanco heterosexual. ¿Qué podés decir acerca de la ceguera de género a la hora de armar los muestreos sobre los que se basan la mayoría de las investigaciones?

Es súper complejo. Se tienen que hacer recortes porque no se puede estudiar la realidad toda. Pero no se trata de criticar y señalar porque si no entrás en ese círculo en el que la ciencia es un discurso más y es lo mismo que la astrología. ¿Qué es esa equiparación? Hasta ahora, la ciencia ha sido la mejor manera de argumentar que hemos encontrado como humanidad, pero se puede perfeccionar. No sólo por razones que tengan que ver con la justicia social sino para hacer mejor ciencia. Y esa es la parte que mis colegas nunca toman. Siempre me dicen que está bueno lo que hago por corrección política y porque ya no se pueden decir ciertas cosas. Pero cuando yo señalo que una muestra no está bien hecho no lo toman. Cuando en el libro hablo del paper de los culos y las tetas, que fue defenestrado de mil maneras, a mi no me interesaba reproducir esas críticas, lo que digo es que las conclusiones no se desprenden del estudio. En los medios salieron a decir que las mujeres están gastando mal la guita porque se hacen más las tetas que el culo, y que a los hombres les gustan más los culos. Se asume que si nos hacemos una cirugía es para gustarles a los tipos, y no se hizo ninguna contraprueba para poder afirmar eso. Me parecía interesante decir que las conclusiones no se desprenden del experimento y criticarlo desde ese lugar. Lo que quería demostrar es que en nombre del machismo, y obviando las diferencias entre géneros, se termina haciendo mala ciencia.

¿Cuál es tu diagnóstico de la brecha de género en el ámbito científico hoy en la Argentina?

Hoy está todo muy difícil. Ante una emergencia, los reclamos feministas parecieran ser hasta mezquinos. Hoy también, de cara a las elecciones también se puede pensar que el aborto no es tan importante porque la gente se está muriendo de hambre y eso se escucha hasta de dirigentes políticas feministas. Más allá del diagnóstico que se puede leer acerca de la situación de las mujeres en ciencia, de la segregación vertical, la segregación por estereotipos, el no incentivo y demás, yo insisto mucho en la responsabilidad institucional. Hay herramientas e iniciativas que se propusieron y que ni siquiera son tan nuevas. La Unión Soviética fue pionera en la reincorporación y permanencia de mujeres en la carrera científica. Hay una responsabilidad institucional que muchas veces se disfraza de que como la cosa está mejor que antes, como hay una especie de camino que se está recorriendo, hay que esperar porque va a llegar de repente a la igualdad, y sólo habría que esperar que suceda. Pero también hay una resistencia machista que no hay que dejar de ver. Me parece muy importante visibilizar que son los varones científicos los que menos creen en la evidencia que se recaba acerca de la discriminación a las mujeres en los campos científicos. Así como hay algo cultural que atraviesa, tampoco podemos negar las interacciones particulares de ciertos sectores. El estereotipo de varón científico es bastante misógino. Si te dedicas a la ciencia es porque sos una ameba sexual, sos nerd y no sos atractivo para nadie.

¿Qué iniciativas concretas podrían implementarse para generar una reestructuración del lugar que ocupan las mujeres en la ciencia? Mencionabas el caso de la Unión Soviética.

En el caso de la Unión Soviética, por ejemplo, se trabajó sobre la maternidad. Se pusieron espacios de cuidado en los lugares de trabajo. En Conicet no existe la licencia por paternidad. La licencia por maternidad llegó 30 años después a becarios y becarias. Todo el tema de la planificación familiar es obvio y es transversal a todas las aéreas, pero en particular ha habido capacitaciones específicas para los referatos de los papers en temas de sesgos de género que han mostrado efectividad. Suele suceder que los papers de las mujeres están más tiempo en referato o vuelven con más correcciones.  Otro tema que hay que enfrentar es el acoso sexual. Hay ingenierías donde la matrícula de mujeres es del 3%. También se habla mucho de la informática que es un área en el que el número de mujeres decreció. Era una carrera femenina en su momento porque se asociaba a tareas de secretaria. Hoy se dice que se necesitan más mujeres en tecnología pero andá a sentarte a un aula con un 95% de tipos. O con profesores que son todos chabones. Más allá de cómo hacemos para llegar a querer estudiar esas cuestiones, cuando llegamos el clima es sumamente hostil. Tiene que haber protocolos explícitos de acoso sexual y sanciones, te tienen que asegurar que vas a estar cómoda. El tema del acoso sexual en ciencia todavía es un tabú y no se ha destapado como en otros ámbitos.

Más allá de la falta de estímulo, en el libro te referís a la persistencia, como factor cultural, de la asociación de la capacidad intelectual con lo masculino.

Hay características innatas que se asignan según el sexo. Y es terrible pensar que hay características innatas que te hacen más apto para ejercer una carrera científica o no, y eso aleja a la gente en general de la ciencia. Está el estereotipo de que hay que ser especialmente inteligente o brillante para ser científico o científica, y eso es bastante expulsivo. Nadie es abogado para ser Ally McBeal, pero si querés ser científico es porque querés ser Einstein. No hay una idea del quehacer científico más allá de esa espectacularidad. Hoy la ciencia no sólo es expulsiva para mujeres, es para la gente en general. Te formas un montón de años en una situación de trabajo precario e informal que es la situación actual de becarios y becarias, y después no entrás a carrera. Y si entrás, los sueldos son bajísimos. Hay un sesgo de clase fuerte. Tenés que poder costearte la dedicación a la ciencia, tenés que poder no trabajar o hacerlo poco durante la mayor parte de la carrera. Está la idea de que tenés que hacerlo por vocación, porque querés ayudar a la humanidad y eso no tiene nada de atractivo como laburo. Ahí hay un problema grave. El primer problema es cómo consideramos que hay que ser para hacer ciencia y eso está generizado y sexualizado. A las mujeres no se nos considera inteligentes, ni objetivas, ni pragmáticas, y se piensa que hay un montón de cosas de nosotras que son contraproducentes con respecto a la labor científica, como ser muy emocionales.

Otro punto fuerte del libro es el abordaje de la menstruación como factor de desigualdad, ¿Cómo surgió la campaña MenstruAcción?

Yo venía trabajando en el tema, y en el primer Paro Internacional de Mujeres vi que dentro de las consignas, el tema de la menstruación ligado a la salud y a los derechos sexuales y reproductivos no aparecía. Lo comentamos con las compañeras de Economía Femini(s)ta, especialmente con Mercedes D’Alessandro, y yo dije de hacer una colecta y ella me decía que teníamos que hacer también un reclamo. Finalmente lanzamos la campaña con tres peticiones: la eliminación del IVA de los productos de gestión menstrual, la distribución gratuita, y la investigación y datos. Tuvo una recepción que no nos esperábamos. Seguimos trabajando para que los proyectos no estén cajoneados. El 28 de mayo es el Día de la Salud Menstrual y vamos a lanzar un nuevo proyecto que trata de intervenir sobre la ESI. El tema todavía se está tratando desde un lugar bastante tradicional dentro de los materiales vanguardistas de la ley. Nosotras militamos fuerte por su aplicación, así que este año vamos a ir por ese lado. También estamos terminando de actualizar los datos del costo de menstruar, lo veníamos haciendo con herramientas más rudimentarias y este año nos pusimos las pilas con la metodología para poder hacer una estimación más precisa. Es una campaña que nos da muchísima satisfacción. La red es súper amplia, es una campaña abierta para que la aplique quien quiera, y en todo el país hay grupos que han hecho trabajos fantásticos.

La importancia de darle visibilidad a un tema que sigue siendo tabú

Es un tema tabú incluso dentro del feminismo. Hemos tenido más tracción en grandes medios y mucha respuesta en el Poder Legislativo que dentro de las organizaciones del feminismo. Eso no está bien ni mal, pero las organizaciones que han respondido son las que trabajan directamente con personas vulneradas. El trabajo diario es ir tendiendo redes entre las personas que se acercan, más que centralizar en nosotras la información.  

¿Cuáles son a tu criterio las prioridades y expectativas en relación de los temas de agenda feminista para este año?

Espero que se vote de nuevo el proyecto de ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Si bien tenemos un movimiento fragmentado, con demandas distintas, creo que hoy hay dos consignas que realmente nos aúnan. Una es el reclamo por el aborto legal, seguro y gratuito, y otro es el acceso efectivo a la justicia en temas de violencia de género. Son dos grandes deudas pendientes y es en lo que yo me concentraría. Muchas veces se hace hincapié en los desacuerdos que tenemos entre nosotras, que no está mal, pero terminamos teniendo consignas con puntos contradictorios por un afán de incluir a todas las voces, y en realidad tal vez incluir todas las voces sea tomar dos consignas con las que estamos todas de acuerdo. Creo que el feminismo siempre tiene que estar más del lado de un movimiento de presión y construcción popular, que no tiene que estar dentro de la lógica electoral. Las elecciones ocurren y las feministas votamos pero me parece que por respeto a la heterogeneidad del movimiento y para aprovechar la fuerza que tiene, estando tan atrasadas en reclamos básicos, sería más productivo concentrarnos en lograr pisos de derechos. Creo que las consignas del aborto y del Ni Una Menos, en tanto acceso a la justicia para las víctimas de violencia de género, son cosas que tenemos aprovechar para demostrar que hay un movimiento muy fuerte y con capacidad de mover la aguja.

«Junto al patriarcado hay que derribar todo un sistema de vida»

«Junto al patriarcado hay que derribar todo un sistema de vida»

«Estoy deconstruyendo y reconstruyendome todo el tiempo», dice Laura Azcurra.

A finales del 2018, Laura Azcurra acompañó a Thelma Fardin con la denuncia por abuso que realizó contra el actor Juan Darthés y a partir de ahí subió a la escena pública ya no solo por el trabajo actoral sino también por el activismo feminista. Integrante del colectivo Actrices Argentinas, madre de un hijo que le despertó un montón de preguntas, este año la encuentra de nuevo en la marea verde afirmando: “Nosotras estamos luchando acá porque junto al patriarcado hay que derribar todo un sistema de vida.”

Desde la conferencia que dieron junto a Thelma Fardin, ¿cómo evaluás el camino que recorrieron?

Fue un montón de aprendizaje, muchísimo, porque muchas de nosotras no teníamos experiencia en militar una causa tan contundente. Fue tocar un tema tabú que estaba estigmatizado, un tema del que todas habíamos tenido una experiencia cercana pero no se hablaba abiertamente y lo poco que se compartía era muy sottovoce.

¿Porque es el tiempo de hablar?

Ahora ya no nos bancamos cosas que sucedían en otros tiempos. Es lo que me parece interesante de un momento como este, donde podemos hacer una videollamada a cualquier lado, está todo globalizado, más entramado. Ahora las noticias llegan, como todo lo que pasó el año pasado en América Latina, la marea verde. Bienvenido sea el momento de despertar conciencia como este. Tenemos que conectar con la autenticidad y con quienes somos en la profundidad.

¿Cómo repercutió este cambio de época en tus situaciones más cotidianas?

Cuando nació Marco, hace ya doce años, los velos se fueron cayendo. Fui encontrándome con una persona de otro género que iba creciendo, que quizás había cosas que eran ´de varón´ que a él no le interesaban, no le gustaban. Y ahí me pasó que tuve que hacer el ejercicio de rever eso, de cómo también las mujeres en nuestro rol educamos, cuáles son los valores con los que lo hacemos. Y eso fue un trabajo de todos los días. Porque para mí, mi hijo es quien me pone en espejo las 24 horas del día, es mi maestro. Que no te permiten que se te pase una y te ponen esa cuestión que una trae de Ay, pero tiene que ser así, y te dicen: ¿Por qué tiene que ser así? Y no lo sé. Y así estoy deconstruyendo y reconstruyendome todo el tiempo.

¿Son las enseñanzas que traen las nuevas generaciones?

Sí, puede ser. Hay otra realidad, hay otro tiempo, otro proceso de concentración de información. A veces siento que le llevo algo antiguo para proponerle y que él me lo está renovando. Es una revisión mía de la educación, de mi identidad, de mi singularidad, porque todos somos distintos. Y eso es en el día a día.

Replicamos o reflexionamos, de eso se trata.

Seguro, eran cuestiones que no las analizábamos; eran porque sí: ´Porque mi abuela´, ´porque mi mamá´, ´porque mi tía´. Era determinar algo cuando sin que pasara por el filtro de nuestras sensaciones, de nuestra contemporaneidad, de nuestra profesión y de nuestra propio experiencia. Por eso hablo de que este es un momento incómodo, porque no hay certezas y el modelo, el programa con el que muchos han crecido, está cambiando. Gente de cuarenta, de cincuenta, sesenta y setenta años, tenían una única foto. Tenías que ser heterosexual, casarte por la Iglesia, ´como Dios manda´, tener hijos, biológicos exclusivamente, porque si adoptabas decían: Ay pobre, adoptaron”. Y, además, condicionandonos a que después de que toda esa forma suceda, íbamos a ser felices.

Recién ahí, encima...

Sí, recién ahí. Cuánta gente, cuántas personas en este mundo han ido detrás de querer encasillarse y entrar en esa única forma. Cuántas personas sufrieron porque le gustaba alguien de su mismo género, cuántos sufrieron por dedicarse a lo que realmente les apasionaba y no a lo impuesto, cuánta gente no tuvo hijos, cuánta gente tuvo hijos porque había que tenerlos pero no los deseaba. Cuánto se hizo para que el vecino no se entere, ´no qué va a pensar mi mamá´, ´no, yo no le pude hacer esto a mi papá´. Y en eso vamos rifando nuestra propia vida, que es una sola y es nuestra existencia. Entonces, alabado sea este momento en el que vamos detrás de la autenticidad y de la singularidad de cada uno. Porque eso también es otra cosa, la singularidad no es amiga del sistema capitalista, y por ende el sistema está emparentado con el patriarcado. Por eso, si nos ponemos a pensar en una visión un poco más amplia, también decimos Che, nosotras estamos luchando acá, pero con el patriarcado hay que derribar todo un sistema económico, que ya no va.

«Está la desesperación de no saber cuál tiene que ser el nuevo sistema», señala Azcurra.

Pero que sigue generando ganancias…

Es que sigue existiendo porque está la desesperación de no saber cuál tiene que ser el nuevo sistema, cómo se puede reorganizar todo el caos que ha generado, no solamente en lo económico… en lo social, en lo político, en el ecosistema. Ya es hora de empezar a hablar seriamente de esos temas. Ya no es “I´m a dreamer” (yo soy un sonador). Hay que hablar ya de eso. Decimos que los políticos no hacen, ¿pero vos sabes qué es lo que consumis? ¿Sabes que compras plástico para tenerlo cinco minutos en la mano y que quede en el planeta doscientos años? ¿Cuán conscientes somos verdaderamente de lo que adquirimos, no solamente en materia intelectual, sino en cuestión material?. Es un momento de replantearnos todo esto y la verdad que cansa, agota.

¿No te asusta eso también?

Me asusta, pero me asustaría más que sigamos en estado pasivo, viendo cómo las cosas suceden, cómo las injusticias acontecen, cómo matan a niños y nadie se hace cargo, cómo las niñas tiene que estar obligadas a parir cuando no deberían, por eso el aborto tiene que salir. Hay mucha gente que no es consciente. En la medida en que una pueda hablar y entenderlo, que una pueda empatizar con la situación del otro, ahí podemos realmente generar un cambio.