A 40 años de su visita, vuelve la CIDH al país

A 40 años de su visita, vuelve la CIDH al país

“La Comisión ha llegado a la conclusión de que, por acción u omisión de las autoridades públicas y sus agentes, en la República Argentina se cometieron durante el período a que se contrae este informe –1975 a 1979– numerosas y graves violaciones de fundamentales derechos humanos”, concluye el informe producido por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la Organización de Estados Americanos (OEA) en diciembre de 1979. Tres meses antes, representantes de la CIDH habían visitado Argentina y recolectado denuncias y testimonios, marcando con ello un punto de inflexión en el devenir de la última dictadura cívico-militar. Este 6 de septiembre, con motivo del aniversario número 40 de aquella histórica visita, la Comisión vuelve a nuestro país.

Todavía resuenan en la memoria de los argentinos los gritos de aliento de José María Muñoz, el festejo en el Obelisco tras la victoria del Mundial Juvenil de Japón, el micro de la Selección ingresando por la Avenida 9 de julio y la ciudad entera, las casas y las vidrieras, los autos y las ventanas, todo empapelado bajo el lema “Los argentinos somos derechos y humanos”. Y es que aquella euforia coincidió además con la llegada de la CIDH a Buenos Aires, y qué mejor que los miembros de una de las entidades del sistema interamericano de protección de derechos humanos vieran lo felices que eran los argentinos, todos sujetos de derechos, todos seres humanos.

Delia Giovanola, se define como la última Abuela Fundadora que queda hoy en la institución de Abuelas de Plaza de Mayo. En ese entonces, cuando vino la CIDH era una Madre, de esas primeras que caminaban en Plaza de Mayo junto con Azucena Villaflor y unos pares más, cuyos rostros ya no recuerda. Delia daba vueltas a la pirámide reclamando por la desaparición de su hijo, Jorge Oscar Ogando, quien había sido secuestrado junto a su pareja Stella Maris Montesano, embarazada de ocho meses.

El 6 de septiembre de 1979 “fue un antes y un después”, declaró Delia a ANCCOM. Y continuó: “Porque hasta ese día que vino la Comisión Interamericana yo buscaba a mi nieto nacido en cautiverio. A partir de ese día busqué un niño rubio de ojos celestes que nació el 5 de diciembre del ‘76”.

Su día había comenzado en Ballester, donde residía y aún lo hace. Tomó el Tren Mitre hasta Retiro y desde la estación terminal un colectivo hasta Plaza de Mayo. Caminó desde allí hasta Avenida de Mayo al 700, donde funcionaba el espacio de la OEA para recolectar denuncias. No obstante, antes de llegar al final de la fila, un grito la detuvo.

¡Delia! escuchó proveniente desde un montón de gente. Era Erenia López Osorio, una vieja compañera de cuando, joven, residía en La Plata. Erenia tenía información crucial para Delia Giovanola y estaba yendo a declararla, pero se encontró antes con su destinataria. Le contó entonces que había hablado con Alicia Carminati, una ex-compañera de celda de Stella Maris Montesano, y le había contado sobre la fecha exacta y las condiciones del parto de Stella. Delia no recuerda nada más de aquel día. Ni siquiera sabe si llegó a ingresar a la oficina donde funcionaba la Comisión.

(Archivo ANCCOM ) Museo de la Memoria,ex ESMA, donde funcionó un centro clandestino de detención, tortura y exterminio durante la última dictadura cívico militar (1976-1983).

Graciela Lois, representante de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, tampoco recuerda exactamente la conversación que tuvo con la CIDH, pero sí puede volver a sentir la sensación de alivio y descanso que la invadió en el ‘79 cuando la Audiencia que tenía programada Familiares con la Comisión se llevó a cabo. Y es que los meses anteriores habían sido un verdadero caos. Graciela fue una de las impulsoras de la visita de la Comisión, para lo cual había recolectado con Familiares desde 1976 cartas de denuncias que enviaban a la sede de Estados Unidos. “Después vimos la necesidad de solicitar que la Comisión viniera aquí. Y esto se empezó a trabajar desde el 78. Esa visita se fue prolongando y finalmente vinieron en septiembre (del 79). Para esa época ya teníamos registrados más de 1100 casos”, declaró a ANCCOM, añadiendo luego que se había tomado el tiempo para armar estadísticas y gráficos según edad, sexo y profesión de los casos.

*Toc-toc, se escucha en la puerta de servicio.

Cuando Graciela y su compañera abren, se encuentran con un policía uniformado y un secretario de juzgado diciendo que tenían que revisar porque había una denuncia. “Se llevaron nuestros archivos, los testimonios de la gente. Así que antes de que viniera la CIDH tuvimos que correr y armar todo de nuevo. Hubo bastantes tropiezos antes de la llegada de la CIDH. Pero así todo logramos hacer una buena entrevistas”, agrega la representante de Familiares. Aquel organismo no fue el único allanado previo a la visita de la OEA. La Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y la Liga por los Derechos del Hombre también fueron intervenidos. Se buscaba desaparecer los documentos y acusar a los organismos de estar manejados por organizaciones guerrilleras, agregó Graciela Lois. 

La falsa entrevista de Thelma Jara de Cabezas con la revista Para Tí también tuvo ese mismo propósito. El mismo día que la CIDH pisó Buenos Aires, la revista Para Ti publicó en su tapa un reportaje titulado “Habla la madre de un subversivo muerto” donde Thelma Jara de Cabezas desacreditaba las denuncias de las Madres. Previo al encuentro con los periodistas, le habían comprado un vestido y la habían llevado a la peluquería. Le hicieron incluso una sesión de fotos en Uruguay para disimular lo que Thelma realmente era: una detenida más del principal centro clandestino de detención, tortura y exterminio. Así lo recuerda Carlos Muñoz, un compañero de detención de Thelma que se encontraba trabajando como mano de obra esclava en la ESMA. Él supo una semana antes que venía una Comisión de Derechos Humanos al país. “Al principio tuve muchas dudas, no sabía si era cierto, si era verdad. En algún momento dudamos de si no era una excusa y en realidad nos iban a matar a todos”, recordó en diálogo con ANCCOM. Finalmente, la madrugada del 30 de septiembre de 1979 los subieron a un vehículo militar y los llevaron hasta la Prefectura Naval del Tigre y desde allí en una lancha hasta la Isla El Silencio. “A los que estaban en Capucha los llevaron a la noche. Alrededor de ocho y diez compañeros no llegaron a la Isla -agregó- fueron en todo sentido trasladados”.

La Comisión permaneció en Argentina del 6 al 20 de septiembre de 1979. Durante su estadía recorrió los principales campos clandestinos de detención de Buenos Aires, Córdoba, Tucumán y Rosario y las cárceles de Devoto, Caseros y Rawson. Realizaron además varias entrevistas con la Junta Militar y con los organismos de derechos humanos. Recolectaron 5580 denuncias de secuestros y desapariciones.

Tras un mes de aislamiento en El Silencio y posterior a la partida de la Comisión, a los detenidos los retornaron a la ESMA, que ya había sufrido modificaciones edilicias. Se había eliminado el ascensor que iba desde la planta baja hasta el segundo piso (los dormitorios de los oficiales) y se había cortado la escalera que llegaba desde Capucha hasta el Sótano. Las modificaciones tenían como propósito desacreditar los testimonios que ya habían llegado a manos de la CIDH. “Quisieron tapar el sol con una mano”, comentó Muñoz.

En aquel entonces, Carlos Muñoz trabajaba como mano de obra esclava falsificando documentos en la ESMA. No era esa la única labor que realizaban quienes estaban bajo esa condición. Algunos, por ejemplo, trabajaban en la imprenta realizando calcos: una bandera argentina de fondo con un registro en negro: “los argentinos somos derechos y humanos”.

El pasado 11 de agosto a Delia Giovanola, que a pesar de tener 93 años sigue yendo a votar, le tocó la mesa número 118. En diciembre del 2015 había recibido otra de esas noticias que nuclearon la totalidad de los recuerdos del día: Martín, su nieto, había aparecido, convirtiéndose en la restitución número 118. Ese día Martín recuperó su identidad. Ese día volvió a tener derechos.

A Carlos, hoy trabajador del Espacio Memoria y Derechos Humanos, el día de su llegada a la ESMA, le asignaron un número, el 261. Y lo llamaron así mientras estuvo en Capucha. No fue sino hasta el último día, que le concedieron la libertad, que el jefe del grupo de tareas le dijo “Bueno, Carlos”. “Ese día volví a ser Carlos”, recuerda. Ese día volvió a ser humano.

“Que la Comisión venga hoy me parece que reafirma el compromiso de la defensa de los derechos humanos, de la libertad, de la Constitución y de los básicos conceptos para poder vivir en democracia. Bienvenido reafirmar 40 años después la pelea contra toda dictadura”, sintetiza Carlos Muñoz.

Como hace cuarenta años, la CIDH arribará a Buenos Aires el 6 de septiembre y dará inicio a su agenda a las 10 de la mañana con la inauguración de una muestra temporaria en el Ex Centro Clandestino de la ESMA, que incluye testimonios, objetos y documentos de la visita del ´79. “El ocultamiento de la ESMA: La verdad se hace pública” podrá visitarse de martes a domingos entre las 10 y las 17.

(Archivo ANCCOM) Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA).

«La voz del policía era la de la misma persona que estaba en la oficina de mi jefe»

«La voz del policía era la de la misma persona que estaba en la oficina de mi jefe»

“Me pegaron, me desnudaron y me dieron picana eléctrica”, detalló Ratto.

Héctor Ratto entró a trabajar a la fábrica de Mercedes Benz a la tarde; cubriendo a un compañero que le había pedido cambiar el turno. Su horario siempre había sido a la mañana, pero ese 12 de agosto de 1977 lo encontró en una situación diferente. En un determinado momento, personal de vigilancia le dijo que tenía una llamada de su casa, pero él sospechó, porque vivía en Isidro Casanova y llamar hasta González Catán en ese momento tenía un costo de de larga. “Además, antes de entrar me enteré que un compañero de la misma sección había sido llevado detenido”, relató al inicio de su testimonio. El padre de ese empleado, un capataz de la línea de montaje, había informado que el secuestro ocurrió en su casa esa mañana.

Ratto supuso enseguida, por las historias de desapariciones en la empresa, que podría ser un intento de secuestro para él. “Incluso me hicieron, sin que yo lo pida, un permiso de salida y mi capataz me dijo que estando ahí corría peligro”, relató. Ratto le explicó sus sospechas y le manifestó su temor de ser secuestrado, pero más adelante, otro capataz, le pidió que lo acompañara fuera de la planta. “Era evidente que afuera me estaban esperando, así que no le hice caso”, teorizó. Más tarde, el gerente de producción le confesó que la llamada era falsa y que había ido personal de policía a buscarlo. Entonces sí, lo llevó a su oficina, separada de la sala de producción, y ahí se encontró con dos policías que hablaban muy cómodos con su jefe. En un momento sonó el teléfono y vio cómo atendía su gerente para pasárselo después a uno de los policías. A los pocos instantes, llegó personal del ejército y se lo llevaron. De esta manera Héctor Ratto narró el inicio de su calvario, en el juicio por los crímenes cometidos en el Centro Clandestino de Detención y Exterminio Campo de Mayo, que entre sus causas lleva adelante la de los obreros desaparecidos de Mercedes Benz.

Estudiantes que participan del programa educativo “La Escuela va a los Juicios” presenciaron la audiencia. También visitaron Campo de Mayo.

Así empezó su recorrido. Primero estuvo en la comisaría de San Justo y luego en la de Ramos Mejía, en la que recuerda haber pasado dos días y medio. Le explicaron que lo llevaban ahí por su propia seguridad, y luego de esos días le abrieron la puerta del calabozo y le hicieron firmar la libertad para dejarlo ir, pero al instante alguien lo encapuchó desde atrás. “Reconocí la voz del policía como la del mismo que estaba en la oficina de mi jefe. Y cuando me puso la capucha me dijo: el otro día te nos escapaste porque éramos sólo tres, pero ahora ya firmaste que estás en libertad”, recordó, detallando que su libertad los desligaba a ellos de cualquier responsabilidad sobre él”.  

Lo metieron en el baúl de un auto y lo llevaron a Campo de Mayo. “Me pegaron, me desnudaron y me dieron picana eléctrica”, detalló con firmeza. Lo que más le preguntaban era si conocía gente que militara en la izquierda, Montoneros o en el Partido Revolucionario de los Trabajadores. “Sentí que se me rompían los brazos y no los pude mover bien durante meses”, dijo, recordando que ellos sabían más que él sobre la actividad política de sus otros compañeros. 

“Me llevaron a un galpón donde había colchones en el piso y gente amarrada por los pies a una cadena”, relató. Sus torturadores le pusieron un número y le dijeron que ya no tenía nombre ni apellido. “Este galpón estaba separado de la sala de tortura pero no mucho, porque cuando llevaban a gente a picanear, se escuchaba”, precisó. La capucha y su estado le impidieron ver bien el lugar o la cantidad de gente. Sentía las semillas de los árboles caer sobre la chapa del techo y el paso del tren a los lejos. “Hablé con pocas personas en el galpón: con algunos compañeros de la empresa que también estaban secuestrados ahí”, declaró. Alberto Gigena, uno de ellos, había sido golpeado en el estómago fuertemente y escupía sangre mientras se quejaba. “Era un muchacho que hablaba mucho pero no tenía militancia política”, detalló. 

La tortura física se alternaba con la psicológica. Una noche, sus captores le preguntaron su edad y cuando se la dijo, lo amenazaron: “Me dijeron que iba a morir a los treinta años y me llevaron por un camino con otros compañeros”, contó. Les dijeron que los iban a fusilar y los dejaron durante varios minutos así hasta que les pidieron que se den la vuelta y volvieran. “Fue un fusilamiento falso”, comentó.

Ratto reconoció su lugar de cautiverio por los árboles de eucaliptus.

En algún momento durante su cautiverio, lo metieron en un auto, en el piso entre el asiento trasero y el delantero y lo llevaron a la comisaría de Ramos Mejía. No le dijeron nada y lo dejaron ahí. “Yo sólo me saqué la venda cuando estuve solo”, recordó. Tiempo después volvió a ver a su esposa, que se enteró de su paradero porque un compañero de calabozo le pidió a su mujer que se contactara con ella. Cuando lo dejaron en libertad no pudo volver a la empresa y buscó trabajo en otros lugares, se enteró que la conflictividad sindical había disminuido en comparación a los años anteriores al golpe. “En 1975 hubo 117 compañeros despedidos y eso generó un gran conflicto con el sindicato”, contó, explicando el contexto del momento previo al golpe. “Después de 1976 siempre hubo presencia militar. Entraban, revisaban y arengaban para que no creáramos conflictos ni pusiéramos en peligro la gobernabilidad”, expresó.

Con la vuelta de la democracia, Ratto visitó Campo de Mayo junto con un grupo de miembros de la CONADEP, intentando reconstruir los hechos para los juicios. “Las instalaciones no estaban, pero vi eucaliptos, que eran los que caían en el techo de chapa del galpón donde estuvimos”, relató. A la distancia, Ratto asegura que había presencia policial en el mismo sindicato, SMATA, que marcaba a los trabajadores con mayor participación en las asambleas, entregando listas. “Todos los que fueron secuestrados los agarraron en sus casas. Yo no había hecho el cambio de domicilio, y la empresa no tenía mi dirección, por eso pienso que me buscaron ahí”, remató.

Cuando terminó su extensa declaración, que duró dos horas, el público lo aplaudió durante varios minutos. Héctor Ratto se levantó de su silla, agotado luego de indagar tanto en todos sus recuerdos, y salió de la sala, pero afuera se mostró sonriente y aliviado. El programa educativo “La Escuela va a los Juicios” se agrupó en la vereda, durante el cuarto intermedio que se hizo cuando finalizó la declaración de Ratto, y el coordinador habló con los chicos sobre la experiencia. “Más allá de las audiencias, lo más importante es el juicio que hacemos todos nosotros, como sociedad, sobre todo esto”, les explicó antes de despedirlos.

En esta audiencia también declararon María Julia González de Almirón, Manuela de Almirón, Emir Donado González y Ariel Amar González, relacionados con la víctima Carlos Julio Báez, Ofelia Mirta Rivadeneira, Judith Rosana Monterio y Claudia Edith Quintana, familiares de la víctima Ricardo Alberto Monteiro. El próximo encuentro será, como siempre, el miércoles a las 9.30 horas en los Tribunales de San Martín.

 

¿Qué significa la extradición de Julian Assange?

¿Qué significa la extradición de Julian Assange?

Gran Bretaña, finalmente, ha dado luz verde al proceso de extradición a Estados Unidos del programador y periodista Julian Assange, cofundador de Wikileaks, el sitio que hizo público miles de documentos que revelaron numerosas maniobras de espionaje de los servicios de inteligencia norteamericanos. El ministro del Interior del Reino Unido, Sajid Javid, ha confirmado este jueves que ha firmado la orden que permitirá juzgar al activista en Washington.

La detención de Assange en Londres y ahora su inminente extradición genera alarma entre distintos especialistas en comunicación por el antecedente que establece, situación que se agravaría de ser extraditado a Estados Unidos.
El periodista y docente de las universidades nacionales de Avellaneda y Moreno, Luis Lazzaro, considera al caso Assange como “el efecto principal del ‘castigo ejemplar’ al periodista u organización que denuncia crímenes de Estado, más allá de la legalidad o no del método de obtención de la información o de las fuentes de noticias. Es el efecto ‘demostración’ que induce a la autocensura y el silenciamiento de noticias que pueden incomodar al poder”.
Cabe aclarar que Assange es acusado por Estados Unidos de violar una la ley de espionaje de Estados Unidos de 1917. A su vez, también cuenta con una denuncia judicial en Suecia por violación contra dos mujeres, cuya investigación se cerró en 2017 y se reabrió hace poco más de tres semanas.
La especialista en Políticas de Comunicación y Cultura de la Universidad Nacional de Córdoba, Daniela Inés Monje dice que “el punto de litigio que está proponiendo ahora Estados Unidos es no considerar que Assange pública desde el Wikileaks como periodista sino como hacker y activista y que en ese caso está violando la legislación vinculada a espionaje de Estados Unidos y por eso está pidiendo su extradición”. La investigadora agrega: “Existe en Estados Unidos legislación que protegería a los periodistas, por la Primera Enmienda (que garantiza la libertad de prensa) que es la que se están negando a aplicar en el caso Assange”.

La detención y la posible extradición del creador de Wikileaks a los Estados Unidos vulneraría los principios de libertad de expresión y libertad de prensa consagrados internacionalmente. En tanto, Luis Lozano, coautor, junto a Damián Loreti, del libro El Derecho a comunicar, escribe en la revista Zigurat: “Resulta inadmisible que los países más poderosos del mundo, encabezados por Estados Unidos, sostengan una prédica permanente a favor del libre acceso a la información pública y el escrutinio ciudadano de los actos de gobierno hasta el momento en que esa misma política se vuelve en contra de sus intereses. En esos momentos parece ser válido cualquier recurso para frenar la publicación o castigar a los responsables de su difusión, quienes no son ya tratados como periodistas o ciudadanos interesados en la cosa pública, sino que se convierten a los ojos del poder en espías o terroristas.
Lozano recuerda que Estados Unidos impulsa la idea de que Wikileaks habría sido parte de una conjura orquestada por Rusia. “La acusación incluiría a dos informantes clave de Wikileaks: la ex analista de inteligencia del ejército de Estados Unidos Chelsea Manning (condenada a 35 años de prisión por espionaje en 2013, pena que fue conmutada en 2017 por Barak Obama, quien le permitió salir en libertad) y Edward Snowden (ex administrador de sistemas de la CIA y la NSA, exiliado en 2014 de Estados Unidos a Hong Kong y luego a Rusia, con pedido de asilo en otros 21 países).
Por su parte, Milton Oddone, también docente e investigador de la Universidad Nacional de Moreno, agrega lo siguiente: “Si no se lo exculpa y se utiliza el caso como sanción ejemplificadora, cosa que en apariencia va en camino a ello, sentaría precedentes muy negativos para la libertad de expresión en tanto el efecto de autocensura podría afectar a otros periodistas en limitar búsquedas futuras de información por miedo a sanciones y represalias, por tanto la sociedad tendría un acceso limitado a información relevante”.
La pregunta en este caso es: ¿qué queremos proteger? ¿El derecho universal a conocer maniobras de espionaje o el encubrimiento de actos delictivos de las agencias de inteligencia bajo el manto de la seguridad nacional? La información pertenece a la sociedad.

“Tenía una mirada brutal que coincidió con una época brutal”

“Tenía una mirada brutal que coincidió con una época brutal”

El reportero gráfico Eduardo Longoni en entrevista con ANCCOM.

Uno no recuerda lo que vivió sino lo que esa vivencia significó para uno, explicará el reportero gráfico Eduardo Longoni en un momento de la charla que mantuvo con ANCCOM, luego de que sus fotos se convirtieran en la clave del juicio por los desaparecidos de La Tablada. Y tiene razón, aun cuando habla y suelta un ejemplo sin darse cuenta. El día que hizo su primera foto como reportero gráfico estaba en la agencia Noticias Argentinas leyendo unos apuntes de Historia, porque al día siguiente tenía un parcial. “De repente, en la agencia empezaron a preguntar dónde estaban los fotógrafos. Me vieron a mí con la cámara, me agarraron de los pelos y me subieron a un taxi”, recuerda Longoni. Era el 7 de noviembre de 1979 y acababa de ocurrir el segundo atentado al entonces secretario de Hacienda, Juan Alemann. Ese pibe al que nadie conocía, que había ido el día anterior a pedir trabajo a esa agencia y le habían dicho que volviera, acababa de terminar la colimba. Relucía su cabeza calva, última maldad de sus compañeros en la frontera de Beagle, y, justamente por ese perfil, en tiempos de dictadura militar, había sido dejado de lado por los tres fotógrafos de la agencia aquel día, que se fueron a sus notas y no quisieron llevarlo a practicar. Eduardo Longoni había quedado solo frente a la foto que sería tapa de todos los diarios y sentía cómo lo agarraban de los pelos y lo llevaban a debutar.

Podría pensarse que ese estreno dejó una huella en la trayectoria de Longoni, uno de los fotógrafos más destacados en el retrato de la violencia política y social de la historia argentina, en tiempos de la dictadura y durante los primeros años de la democracia. Casi una década después, aquel estudiante de Historia, que “entendía que lo que fotografiaba podía ser testimonio de lo que estaba pasando”, abandonó un congreso de fotografía latinoamericana que se realizaba en La Plata, guiado por esa premisa del ojo documental, y se fue hasta La Tablada. Había oído que algo estaba pasando allí, fue creyendo que era un nuevo alzamiento carapintada y, recién en una terraza, cuerpo a tierra empuñando la cámara, descubrió que estaba fotografiando el copamiento del Movimiento Todos por la Patria (MTP) al cuartel de La Tablada. La famosa serie de ocho imágenes que Longoni realizó aquel día superaron su sueño de testimoniar una época y fueron aún más allá: se volvieron prueba fundamental para desentrañar la verdad sobre las desapariciones y violaciones a los derechos humanos que se cometieron en la recuperación del regimiento, en pleno gobierno democrático de Raúl Alfonsín. En una de las fotos, se ve a un joven arrodillado, con las manos en la nuca rindiéndose, y a otro tirado sobre el pasto del cuartel: son José Alejandro Díaz e Iván Ruiz, miembros del MTP detenidos con vida durante el enfrentamiento, que permanecen desaparecidos desde entonces junto a otros dos militantes del movimiento. El viernes pasado, después de 30 años, las imágenes de Longoni terminaron de rebelarse ante la impunidad, cuando el Tribunal Oral Federal 4 de San Martín condenó a prisión perpetua al jefe del operativo, general retirado Alfredo Arrillaga, por el homicidio con alevosía de José Alejandro Díaz, en la resolución del primer juicio por estos delitos de lesa humanidad que incluyeron la tortura, el fusilamiento y la desaparición de los cuerpos de los cuatro militantes. Longoni, con su cámara, estuvo allí.

¿Cómo viviste el juicio?

Hay cosas que aún estoy procesando. En ese momento, me puse a llorar. Escuché la sentencia como escucha un fotógrafo: mirando por el objetivo a alguien, que en mi caso era el hijo de José Alejandro Díaz, que lloraba, atento. Escuché la sentencia de un juicio que se reabrió por mi foto haciendo otra foto, como un ciclo de la vida. El juicio, para mí, también marca un antes y un después de esa foto.

José Alejandro Díaz, arrodillado y con las manos en alto e Iván Ruiz, tirado detrás del oficial que empuña el fusil. Díaz y Ruiz están desaparecidos. (fotografía de Eduardo Longoni).

¿Por qué?

Porque, desde ahora, se convirtió en la más importante que tomé en mi vida. Sirvió para desentrañar un crimen horrible y no hay ninguna otra que yo haya hecho que se acerque a eso. Agradezco tener salud y haber estado en Argentina para haber podido ir al juicio. Allí estuvieron las dos puntas de los personajes que yo había fotografiado: el hijo de José Alejandro Díaz, que ya no está, y el general que mandó a desaparecer a su papá, que en mi foto está representado por el militar que lo detiene, más allá de que él no fue quien lo hizo desaparecer. Todavía estoy conmocionado. Cuando un fotógrafo hace clic con su cámara, no sabe lo que va a pasar con su foto. Y yo nací con la fotografía documental, en diarios y agencias, y siempre pretendí que a mis fotos las viera mucha gente, porque como fotógrafo uno está en un lugar en el que la mayor parte de la gente no puede estar y pasa a ser su mirada. Pero en un momento, las fotos se te escapan. Algunas se volvieron íconos contra la dictadura, como las que hice de los militares o las Abuelas de Plaza de Mayo, y otras se hicieron famosas, como la de “la mano de Dios”. Bueno, esta se hizo prueba judicial.

Después de un largo camino.

Sí. Yo tenía 29 años cuando hice esa foto y ahora tengo 59, eso habla de los tiempos de la justicia también. En el momento en que fue hecha, sólo mostraba dos bandos en pugna. Después, a los años, me entero de la historia de los desaparecidos, cuando me llama Aurora Sánchez Nadal, la mamá de Iván Ruiz, el otro guerrillero que está en mi foto y también está desaparecido. Ella vive en Nicaragua, había venido a la Argentina y me dijo que había visto mis fotos en la prensa y quería contactarse conmigo. Nos juntamos y armamos la serie de ocho fotos. Ella se quedó con copias y, junto a otros familiares de víctimas y procesados de La Tablada, las llevaron a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos junto a otros testimonios y entonces fue la Comisión la que logró destrabar el juicio, que había quedado cajoneado.

 

¿Hay algo que te haya sorprendido especialmente del recorrido de estas fotos?

En realidad, lo que siempre me pareció aterrador es que, en plena democracia, el Ejército tuviera las mismas herramientas que tuvo durante la dictadura, que fue desaparecer gente. Sobre todo para los de mi generación, que nacimos en la fotografía durante la dictadura y que, más allá de imágenes simbólicas, nunca pudimos fotografiar un centro clandestino de detención, ni un secuestro, ni una sala de tortura… No pudimos fotografiar un desaparecido en el momento en el que iba a desaparecer, que es justamente lo que representa esta foto. Es paradojal que pasaran los años y, en democracia, eso sucediera delante de mi cámara.

¿Creés que hay un tiempo humano para tomar imágenes? Una vez dijiste que hoy te sentís mejor fotógrafo que el que eras aquel día en La Tablada, pero que, justamente por eso, quizás hoy no habrías podido tomar esas imágenes.

La reflexión en sí ya tiene que ver con la edad: en ese momento, no paraba nunca de fotografiar y dejaba las reflexiones para más adelante. En las jornadas del 14 y 18 de diciembre de 2017, cuando fue la ley de la reforma provisional y hubo dos represiones terribles, yo fui a Plaza de Mayo y sentí que ya no estaba para eso. Después de meditarlo mucho, me di cuenta que me estaba autojubilando de la calle. Cuando empecé a laburar, en la época de la dictadura, entrenaba para correr más rápido que la policía. Ese día, o los policías habían entrenado mucho o yo estaba mucho más grande… La cosa es que me alcanzaban. A nuestro laburo hay que ponerle mucho el cuerpo: la fotografía documental tiene un sentido de la oportunidad y la ingeniería fotográfica para poder acceder a tomar una imagen, pero además hay que ponerle el cuerpo. Recuerdo que, en la Semana Santa del ’87, en el alzamiento carapintada, dormí engripado cuatro noches arriba de un auto. Hoy no lo podría hacer. Hay una cuestión física.

¿Sólo física?

No solamente. Yo no estudié fotografía, no había dónde estudiar, y lo poco que aprendí lo fui aprendiendo de mis colegas, trabajando. Noticias Argentinas fue una escuela de fotoperiodismo para mí. Creo que en el período que tanto fotografié, en la dictadura y los primeros años de la democracia, mi mirada era muy brutal. Yo era un intuitivo. No tenía timing para la composición, no había mirado suficiente cine ni fotografía… Era una mirada brutal, pero coincidió con una época brutal. Creo que, a lo largo de estos años, he aprendido algo, tanto de mis colegas como de las imágenes del cine y de la literatura, pero temo que esta mirada se hubiera perdido todas aquellas fotos, buscando el encuadre perfecto o la luz más apropiada. Hoy se me habrían pasado muchas cosas que entonces no, porque entonces, para mí, lo importante era congelar ese instante a como diera lugar.

¿Recordás vívidamente aquel día en La Tablada? ¿Cómo se fueron tejiendo esos recuerdos?

Hay una frase de García Márquez que dice algo así como que uno no recuerda lo que vivió sino lo que pensó acerca de lo que vivió. Que uno recuerda sus recuerdos. Mis recuerdos sensoriales de ese día son el calor, porque era un día agobiante, un ruido ensordecedor, de los tiros y los tanques, un olor penetrante a pólvora y muchísimos gritos apagados.

Ese día tuviste un encuentro con un francotirador del Ejército, que te dio un “consejo”. ¿Cómo fue?

Sí, tal vez me salvó la vida. Llegué a La Tablada, pensando que era un alzamiento carapintada, y me agarró un tiroteo feroz en la avenida Crovara, donde estaba una de las puertas de entrada del cuartel. Quedé cuerpo a tierra un montón de tiempo. Fueron como 20 minutos sin poder hacer una foto. Querías meterte adentro de una alcantarilla. Las balas silbaban por todos lados. Yo no sabía qué era lo que estaba pasando, pero suponía que el tiroteo podía repetirse y debía buscar un lugar en altura. Vi que había una terracita: ese era el lugar. Cuando amainó el tiroteo, convencí al dueño. Le rogué de tantas maneras que me dejó pasar. Subí a la terraza, empecé a acomodar mis cosas y apareció una voz del más allá. ‘Flaco, tirate cuerpo a tierra que te van a volar la cabeza’, me dijo. Cuando me di vuelta, era un francotirador del Ejército que estaba en una terraza de la casa de atrás. Desde una posición más elevada, me fue relatando todo lo que iba sucediendo. Me dijo que habían entrado guerrilleros (él dijo ‘zurdos’) y que el Ejército estaba tratando de recuperar el cuartel. Era mi relator de lo que pasaba. No sé cuál era su función desde ahí y, en la confusión de tiros, no sé si disparaba o no disparaba, pero el consejo que me dio fue certero: cuando bajé, a la noche, la pared de mi terraza estaba destruida a balazos.

Las fotos de Longoni se convirtieron en la clave del juicio por los desaparecidos de La Tablada.

En medio de la conmoción, ¿lográs darte cuenta de lo histórico de tu trabajo y de la paz y verdad que le trajo a muchas personas?

Durante mucho tiempo, estuve peleado con mis fotos iniciales. Sentía que no las iba a poder superar nunca y no sabía qué estaba haciendo como fotógrafo. Eso me llevó a estar un año y medio sin tocar la cámara ni hacer una foto. Sentía que se me había acabado lo que tenía para decir. Que no tenía más voz. Esa sensación la superé el día que Estela (de Carlotto) presentó su nieto recuperado: me acuerdo que tuve una complicación y llegué tarde, en el último instante, hice la foto y me di cuenta que había vuelto a fotografiar después de un año y medio. Ese día hice las paces con mis primeras fotos. Ya estoy amigado con ellas. Ahora, después del juicio, la sensación que tengo es que ya no le puedo pedir más a la fotografía. Estoy hecho: una foto mía ayudó a desentrañar un crimen, hay un juicio y una condena. Nadie te devuelve el muerto, pero hay un manto de paz. José Alejandro Díaz se rindió y, en vez de tener un juicio justo, lo desaparecieron, pero ahora el responsable de eso tiene una prisión perpetua por lo que hizo. Hay algo de alivio… Y que una foto tuya sirva para eso es lo máximo que se le puede pedir a una fotografía. Si ya me había amigado con mis fotos, ahora estoy completamente en paz con ellas. Y no entiendo qué habría sido de mi vida si no hubiera sido fotógrafo.

Una silueta que hoy tiene rostro, nombre e identidad

Una silueta que hoy tiene rostro, nombre e identidad

Conferencia de prensa de Abuelas de Plaza de Mayo por la restitución de la nieta 129.

Un viaje en auto desde Córdoba hasta Buenos Aires tarda entre siete y ocho horas, una noche entera. Pero, esta vez, la percepción del tiempo que tuvo Marcos Solsona fue muy distinta a la habitual. Hacía pocas horas, mediante una comunicación telefónica, Abuelas de Plaza de Mayo lo había citado de urgencia en sus oficinas de Capital Federal. Tras una fallida odisea para conseguir un pasaje de avión, un primo de su papá resolvió llevarlo en auto. Durante el llamado no se le había informado el motivo del encuentro, pero ya sospechaba de lo que se podía tratar, según confesó luego, en su diálogo con ANCCOM.

El martes 9 de abril por la tarde una nueva noticia conmocionó al país. Lágrimas y abrazos volvieron a sentirse cuando Estela de Carlotto tomó la palabra desde Virrey Cevallos 592 para agradecer a los presentes y comenzar la lectura del documento. Pronto comunicó lo que desde hace décadas muchos ansiaban oír: La hija de Norma Síntora y Carlos Solsona se convirtió en la nieta número 129 en ser restituida, tras 42 años de búsqueda. Al momento del secuestro, el 21 de mayo de 1977, Norma se encontraba embarazada de ocho meses y Carlos estaba exiliado en España. El matrimonio ya tenía un hijo, Marcos, en ese entonces de un año, que por  seguridad vivía con sus abuelos en Cruz del Eje.

Marcos Solsona trabaja en el sector de alimentos en la provincia de Córdoba, está en pareja y es padre de dos hijos. Fue a partir del nacimiento de su primer hijo -hoy de 14 años- que comprendió el dolor que sintió su padre todo este tiempo y su búsqueda se resignificó. Previo a su viaje a Buenos Aires, Marcos les contó que existía la posibilidad de que hayan encontrado a su hermana. Desde hace años, sus hijos están al tanto de los hechos porque, considera Marcos, es imperioso que sepan la verdad. “La importancia de que los niños conozcan la historia completa les da seguridad sobre su vida. Si no, viven sobre fantasmas hacia el pasado y hasta pueden sentirse descuidados o abandonados cuando en realidad, a lo mejor, había una situación de fuerza mayor, que puede ser brutal o terrible, pero que es mucho mejor conocer antes que estar dudando por qué no está la persona que te tenía que cuidar».

Familiares de la nieta 129. Foto gentileza de Paula Sansone de Abuelas de Plaza de Mayo.

Las palabras que enuncia no son azarosas y presentan mayor impacto si al leerlas se considera que bien podría tratarse de un relato en primera persona de lo que significó para él su infancia. Al momento del secuestro de su madre, Marcos tenía menos de dos años. Durante el transcurso de su niñez, sus abuelos tuvieron el desafío de responder las preguntas que él hacía, lo que se dificultaba en un contexto donde el terrorismo de Estado aún estaba vigente y las desapariciones se habían vuelto corrientes en la familia: también su tío había sido secuestrado. Fue por ello que no tuvieron más opción que alterar la verdad. Cuando Marcos tenía siete años le dijeron que su madre había tenido un accidente de auto y días después que había fallecido. En ese entonces se lo tomó mal, recuerda el entrevistado, la noticia había sido agresiva, no estaba bien armada. Hoy comprende que le ocultaran la historia. A pesar de su corta edad, él sabía que pasaban cosas, escuchaba hablar a los vecinos, “no hay que subestimar a los niños”, propone, y es por ello que no se guardó nada para con los suyos. Sobre su padre tampoco sabía mucho, había tenido pequeños contactos por cartas y no lo volvió a ver, sino hasta los diez años, cuando la democracia ya era estable y pudo retornar de su exilio.

Al momento de recibir la llamada de Abuelas, Marcos estaba en su negocio. Pidió dos días en el trabajo aunque eso “no alcanzó”, confiesa luego. Y quién sabe cuánto tiempo será necesario para volver a concebir la rutina con normalidad. Reconoció también que, con el paso de los años, había perdido la esperanza de encontrar a su hermana: “Son muchos años de búsqueda”, menciona. Son muchos años de búsqueda para él, que se traducen en muchos años de ignorancia para ella. Marcos reflexiona sobre lo difícil que debe ser este momento para su hermana. “Tiene más de cuarenta años, una vida. Nosotros sabíamos que buscábamos a alguien y ella no sabía con qué se iba a encontrar, nunca se imaginó que alguien la estaba buscando”. Es por ello que no presionó ningún tipo de comunicación, o encuentro con ella y se ríe levemente al decir que hasta comprendería si no quisiera verlos ni conocerlos, con el alivio de que ya ha comenzado a conversar con ella. Menciona también que su otro hermano, Martín Solsona, hijo de Carlos Solsona con un segundo matrimonio, lo grafica de una forma bastante particular. Imagina una mesa larga, familiar, donde están todos sentados compartiendo un encuentro. Se añade entonces una silla, que no conoce a nadie, jamás vio a nadie, pero que sin embargo forma parte de aquella mesa. “Es algo muy sensible, muy fuerte. Hay que darle su espacio”, termina.

La búsqueda de Marcos había sido ilustrada hace unos años por el artista Pablo de Bella (Yawarete) en el marco de la campaña “Historietas por la Identidad”. Y es que no siempre las búsquedas de los nietos desaparecidos están encabezadas por una Abuela o un padre, hoy los hermanos y hermanas tienen la edad de las Abuelas, cuando comenzaron sus búsquedas. Aquella hojita dibujada lo acompañó durante su largo viaje en auto hasta Buenos Aires y estaba en su mano cuando entró el martes por la tarde en la oficina de Estela, con la diferencia de que ahora la silueta blanca que representaba a su hermana finalmente tendría un rostro, un nombre, una identidad.

Durante la conferencia de prensa que anuncia la restitución de la nieta 129 realizó una única intervención para agradecer a Abuelas. Destacaría luego en su diálogo con ANCCOM la calidad y el valor de la institución. “Hay gente comprometida con la causa, pero que además se capacita, son serios, responsables. No tenemos real dimensión del trabajo que hay ahí y de la importancia de Abuelas en la memoria de este país”. Memoria verdad y justicia, menciona, es una consigna que sólo en Argentina resuena con tanta fuerza, a pesar de no haber sido el único país en la región víctima de una dictadura fatal y un terrorismo de Estado sin precedentes. “Nunca buscaron venganza, eso da cuenta de la calidad humana que tienen. Es una institución que nos hace mejores personas, a todos, sólo por el hecho de tenerla. Eleva a los argentinos en su compromiso con los derechos humanos”, añade luego.

Hoy ya son 129 los nietos restituidos. Restitución que, si bien no repara completamente la herida -porque aún queda una madre sin aparecer y una historia sin resolver (y que probablemente jamás sea resuelva)- llega a sanarla en gran medida. Hoy ya son 129 los nietos restituidos porque han sido mucho más que 129 los que trabajaron para que así lo sean. Y no sólo las Abuelas y las familias. Existe una extensa red de búsqueda que trabaja desde hace más de 40 años para recuperar algo de la historia que la última dictadura cívico militar nos robó. “Más allá de lo importante de su tarea (de las Abuelas), por lo bien que lo hacen, están los equipos técnicos. Gente que se ha formado, que se ha especializado y lo hacen con mucho compromiso y con mucha responsabilidad. Y justamente para poder hacerlo de este modo se han preparado. Y de hecho son los que van a continuar con toda la tarea”. Porque las Abuelas pueden abandonarnos, pero no así el legado que ya nos dejaron.