Historias restituidas

Historias restituidas

La última dictadura cívico-militar, autodenominada Proceso de Reorganización Nacional y llevada a cabo entre 1976 y 1983, se encargó de hacer desaparecer a 30.000 personas. Con secuestros, torturas y asesinatos, marcó un antes y un después en la historia de cada argentino. Dispuso también el robo sistemático de bebés que nacieron durante el cautiverio de sus madres o que habían sido secuestrados junto a ellas, sustituyéndoles la identidad, imponiéndoles una vida de ocultamiento y mentiras, en donde hay más preguntas que respuestas.

En plena dictadura y en absoluta soledad, un grupo de mujeres se instaló alrededor de la Pirámide de Mayo como una forma de presión para conocer el paradero de cada desaparecido. Fueron llamadas Madres de Plaza de Mayo, pero muchas de ellas también estaban buscando a los hijos de sus hijas y comenzaron a reunirse para esa otra búsqueda. Primero fueron doce y se nombraron Abuelas Argentinas con Nietitos Desaparecidos. Luego adoptaron el nombre con que la prensa internacional las empezaría a llamar: Abuelas de Plaza de Mayo.

Con un pañuelo blanco en la cabeza, hecho con tela de pañales, Madres y Abuelas se volvieron soberanas de la memoria, la verdad y la justicia. El 22 de octubre se conmemora el Día Nacional por el Derecho a la Identidad, establecido en 2004, en homenaje a la lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo por recuperar a sus nietas y nietos apropiados. A la fecha, ya lograron restituir la identidad a 128. Esos hombres y mujeres hoy pueden saber quiénes son y reconocerse en sus historias familiares. Ahora tienen la libertad y la verdad en sus manos.

A 41 años del inicio de esta lucha, ANCCOM se reunió con cinco nietos y nietas que repasan, a través de sus historias, la lucha y logros de una institución que creció a fuerza de amor, creatividad y trabajo colectivo. Cada restitución trajo un aprendizaje, y la experiencia construyó las herramientas para que la identidad sea considerada un derecho inalienable. Todavía son más de 300 los nietos y nietas que se siguen buscando.

Tatiana Sfiligoy Ruarte Britos, nieta N°4

Tatiana Sfiligoy Ruarte Britos, nieta recuperada.

El 31 de octubre de 1977, Mirta Britos fue secuestrada en una plaza de Villa Ballester. Sus dos hijas, con quienes se encontraba, quedaron abandonadas en el medio de esa plaza. Tatiana, de 3 años y Laura, de 3 meses, dos NN en la vía pública. “Mi hermana fue llevada al Hospital Pedro de Elizalde (Casa Cuna) y yo a un orfanato en Villa Elisa”, cuenta Tatiana.

A su vez, Carlos e Inés Sfiligoy habían presentado una solicitud de adopción en el Juzgado de San Martín. “Al tiempo les notifican que les habían adjudicado un bebé, que no era ni mi hermana, ni yo. Cuando van al juzgado, curiosamente ese mismo día yo estaba allí, y también mi hermana, luego de haber estado separadas por seis meses, para que nos realizaran exámenes”.

Inés estaba preparada para adoptar ese otro bebé, pero en el juzgado se topó con una enfermera que tenía en brazos a la hermana de Tatiana y le pidió a la secretaria del juzgado adoptarla. Se la niegan tres veces. “Mi mamá empezó a insistir hasta que consiguió el sí”. En ese momento, Tatiana estaba en una oficina, frente a la que estaban Inés y Laura. Ambas eran NN, un universo de desconexión las separaba, no había razones para pensar una relación entre ellas. “Me iban a dar en adopción a otra familia. Empiezo a llamar la atención, hago lío, cosas de una nena de tres años. Inés, al oír, pregunta por mí. Quien estaba con ella le comenta, pidiendo discreción, que se trataba de la hermana de la beba que había elegido adoptar”. La insistencia se duplicó, porque tanto Inés como Carlos también pidieron por Tatiana.

Tatiana Ruarte Britos nació el 11 de julio de 1973 y es fruto de la relación de María con Oscar Ruarte. La unión entre ellos se terminó poco tiempo después de haber nacido Tatiana. María Graciela conoció a Alberto Jotar, con quien tuvo a Laura Malena Jotar Britos, nacida el 13 de agosto de 1977. Hoy Laura es Mara Sfiligoy. Los Sfiligoy sospechaban sobre el origen de sus hijas a pesar del rotundo ‘son dos NN’ que les informaba el juzgado. “A Inés le hacía ruido que hayamos sido abandonadas juntas en una plaza, por lo que recurrió al juez para saber si teníamos familia, y recibió como respuesta un ‘No, señora. No pregunte más’ ”.

En 1980 llegaron las Abuelas, tras una investigación que surgió a partir de una foto con la que contaban como única herramienta. “No había ADN, no había nada“, dice Tatiana. Por la edad de Tatiana debía haber alguna información que fue dada por alguien que se compadeció. “Así detectaron que yo pasé por ese juzgado, que estaba en el período de guarda y camino a la adopción. Se empiezan a conocer mi familia biológica con la adoptiva y el juez dispone un ´arréglense las partes´. Nosotras teníamos tres abuelas (por parte de mi papá, del papá de Mara y nuestra mamá) -describe-. Mis padres adoptivos nunca se opusieron a nuestra familia biológica ni a saber nuestro origen. Se dispusieron regímenes de visita para que estén en contacto ambas partes. Se conformó una familia ensamblada. La adopción tardó en salir ocho años y fue para mí, un alivio. Nunca me ocultaron mi origen, mis padres adoptivos tenían las mismas incertidumbres. Las dos familias se entendieron”.

En años delicados de madurez, Tatiana comenzó a preguntarse por sus padres: “¿Estarán vivos? ¿Los encontraré en algún momento? Eran preguntas constantes, pero a los 12 años me dí cuenta de que no, que seguramente habían muerto”. A los 18 años se anotó en clases de teatro: “Le comenté a mi abuela. Se quedó boquiabierta. Luego me contó que mis padres hacían teatro a la misma edad. Hasta ese momento no sabía, y enterarme fue verme en un espejo”.  Tatiana reflexiona: “La identidad es una construcción. Si no, no se explica. Que la verdad haya salido a la luz implica repensarse todo el tiempo. Hay un antes y un después”.

Claudia Victoria Poblete Hlaczik, nieta N° 64

Claudia Victoria Poblete Hlaczik sosteniendo una foto de sus padres, Marta Gertrudis Hlaczik y José Liborio Poblete Roa, desaparecidos desde el 28/11/1978

El 28 de noviembre de 1978, José Liborio Poblete Roa y Marta Gertrudis Hlaczik fueron secuestrados y llevados al Centro Clandestino de Detención El Olimpo junto con su hija Claudia. La niña fue apropiada e inscripta como hija biológica por Ceferino Landa y su esposa, Mercedes Beatriz Moreira, con el nombre de Mercedes Beatriz Landa. La partida de nacimiento falsa fue firmada por el médico Julio César Cáceres Monié. En 1999, Mercedes fue citada por el juez Gabriel Cavallo para que se realizara los análisis inmunogenéticos que confirmaron su identidad.

“Restituí mi identidad en el 2001. Me llegó una notificación para hacerme el ADN, posiblemente fuera hija de desaparecidos. Si bien en la adolescencia tenía algunas dudas, más que nada por la edad de mis apropiadores que eran personas mayores, no sabía nada de Abuelas, ni que había niños apropiados. Me pasé toda la vida mirando para otro lado. Había indicios claros. Antes de presentarme en el juzgado, hablé con mis apropiadores del tema. Me dijeron que estaba todo armado, que era mentira, que lo hacían para perseguir a los militares. Lo negaron. Sostenían que era su hija biológica. Según ellos no tenían fotos de mi apropiadora embarazada, porque se las habían robado”.

Como sospechaban las Abuelas, el resultado fue positivo. Mercedes era Claudia. “En la carpeta que me dieron había una foto mía de bebé, la vi y me reconocí. Había fotos de mis padres. Eso me sacudió. Empecé a llorar, era mucho para procesar”. El día que recibió el resultado, conoció a su abuela Buscarita, su tía Erika y su tío Fernando. “Yo lloraba, me quería ir, pero me dijeron que hacía mucho me esperaban. Ahí empecé a construir un vínculo”.

Sus apropiadores sostuvieron una mentira durante 22 años. “Siempre muy cuidada, nunca viajaba sola, te llevo y te traigo; a tal casa no vas;  con éste no hablás. Ese cerco era por el miedo de que me llegara la noticia. Toda una vida con esa sensación de que había algo raro, con cosas que no encajaban”.

A pesar de conocer a su familia de origen, Claudia continuó el vínculo con sus apropiadores. “Había algo afectivo y de culpa. Un no querer abandonarlos. Cuando nació mi hija empecé a tomar distancia. Esa culpa prolongaba la apropiación. Entendí lo que ellos habían hecho. Todos los días sostenían una mentira, me miraban a los ojos y no me decían la verdad”. La relación llegó a su fin cuando le dijeron que no se arrepintieron de lo que hicieron. “Mi apropiador no estaba de acuerdo con desaparecer gente. Decía que había que hacer como Pinochet o Franco: paredón y fusilarlos. Ésa era su concepción del mundo. Decía que las Madres de Plaza de Mayo no habían cuidado a sus hijos, que la mayoría había viajado a Europa. Esa era verdad con la que yo crecí y la que defendía”.

Con el tiempo Claudia pudo dejar atrás a Mercedes. “Tenía miedo, estaba conflictuada, pero me cambió la forma de ver el mundo. Vivía en una burbuja, y de golpe andar sola por la calle, salir a cualquier hora o con quien quería fueron cosas que, simbólicamente, tuvieron que ver con la libertad”. Sobre la identidad dice: “Reencontrarte es una transición dolorosa, es no tener a tus padres, no saber qué pasó con ellos. Tenés heridas abiertas. Cuando mi abuela habla del tema se emociona. Nosotras tuvimos la posibilidad de reencontrarnos, encontrar vida para sanar algo”.

Laura Catalina de Sanctis Ovando, nieta N°94

“Cuando ví la propaganda de Abuelas le dije a la mujer que me crió: ‘Soy hija de desaparecidos’, dijo Laura Catalina de Sanctis Ovando

Miryam Ovando fue secuestrada el 1° de abril de 1977, cuando se encontraba embarazada de seis meses. Permaneció detenida en un centro clandestino dependiente de Campo de Mayo. Raúl René de Sanctis también fue secuestrado.

Por una carta que recibieron los padres de Miryam se supo que durante su cautiverio dio a luz una niña, a la cual llamó Laura Catalina.

“Fui restituida en el año 2008. Sabía que no era hija de quienes decían ser mis padres. En la televisión vi una propaganda de Abuelas. Me di cuenta que esa era mi realidad.” Catalina tenía dudas: “Hacía preguntas, pero siempre las respuestas eran esquivas. Ninguna cerraba, pero las tomaba como válidas. Decían que mi familia no me había querido y que ellos me rescataron. También que mis papás murieron en un enfrentamiento.”

Catalina pudo confirmar en primera persona que las mujeres de los oficiales iban a algunos Centros Clandestinos a mirar a las parturientas para ver con qué bebé se quedaban. “En mi casa no había fotos embarazada de la mujer que me crió. Me decía que nací con bajo peso y que estuve en incubadora. Mis papás no podían haber muerto en un enfrentamiento, porque si ella me fue a buscar cuando yo nací, mi mamá no estaba muerta. La tenían cautiva y dio a luz”.  

La trama de ocultamiento fue difícil de desenredar: “Cuando ví la propaganda de Abuelas le dije a la mujer que me crió:  ‘Soy hija de desaparecidos’. Ella lo reconoció. Como era muy comunicativa, los podía exponer. Me dijo que si yo hacía algo para conocer mi identidad, si me acercaba a Abuelas, ellos iban a ir presos. Con mi apropiador nunca hablé del tema. Era perverso. Ella seguro le contó, porque cuando fui creciendo en las discusiones políticas, me insultaba diciéndome «zurda de mierda”.

Catalina decidió continuar con su vida sin hablar del tema. “Lo traté con terapia, aunque después de eso deje de ir. Tenía el terror de que alguien lo supiera por ese fantasma de quiénes eran los montoneros y subversivos, y por pensar que era hija de plantabombas. Por otro lado, estaba la duda sobre si era hija de mi apropiador, que hubiera violado a una militante secuestrada. Decidía no pensar”.

Catalina mantuvo la cabeza ocupada hasta que una persona allegada hizo la denuncia. Ahí llegaron de Abuelas: “El nieto Manuel Gonçalves Granada fue quien se acercó por ellas. Tenían sospechas. Me propuso hacerme un análisis y me dio una carpeta. Ahí empezó mi delirio de escapatoria”. Como una prófuga, Catalina huyó con su marido para evitar que pudieran tomarle muestras de ADN. “Lo que quería era escapar del planeta, de mi vida. Me asustaba el juicio”. Luego llegó el allanamiento. “Mis apropiadores se descompensaron”. El resultado de ADN le confirmó lo que ella presentía: era hija de desaparecidos.

En el 2010 fue a Rosario para conocer a su familia. “Empecé a tener curiosidad sobre quiénes eran mis padres, así me fueron contando. El primo de mi papá me dijo que Abuelas había hecho un archivo para mí. Y del miedo de no querer saber nada con el juicio, pasé a pedir ser querellante en la causa”. Junto con las fotos de sus padres, Catalina recibió una carta. “Había sido presentada por mis abuelos en la causa de búsqueda. La habían recibido después que yo nací. Mi madre la escribió estando en cautiverio”. Ahí fue cuando comenzó a distanciarse de las personas que la criaron. “Me molestaba hablar de madre y padre cuando no lo eran. Mi apropiadora me decía que lo volvería hacer, que fue por amor. La extrañaba, la quería. Me dolió, pero después me hizo daño, reafirmé que viví en un engaño”.

Catalina pudo reconstruir su historia, recuperar su identidad y saberse libre. “La identidad tiene que ver con la elección. Tiene que ver con la construcción de uno mismo. Debe  conocerse la verdad y también la libertad. El que haya mentiras y ocultamiento no permite definir libremente qué quiere ser uno, cómo pararse frente al mundo”.

Guillermo Martín Amarilla Molfino, nieto N°99

Guillermo Martín Amarilla Molfino, hijo de Marcela Esther Molfino y Guillermo Amarilla, desaparecidos desde el 17/10/1979.

Guillermo Amarilla y Marcela Molfino fueron secuestrados el 17 de octubre de 1979, en la vía pública. A Marcela se la llevaron, con sus tres hijos, de su domicilio. Los menores fueron enviados a Chaco, y entregados a su abuela materna. El matrimonio, a Campo de Mayo. Pero nadie sabía que Marcela estaba embarazada de un mes, y que allí, en la maternidad clandestina de Campo de Mayo, nacería Guillermo Martín.

“Fue una infancia construida desde una apropiación. Una mentira. Recuerdo la soledad en la casa de mis padres. Jorge era de Inteligencia. Aída, farmacéutica. Había una ausencia física de ambos durante todo el día. Cuando llegaban de trabajar, todo se convertía en un ambiente bélico entre ellos. Mi rol era poner paños fríos. No podía respirar en ese ambiente. Disfrutaba de estar en el colegio, o jugando con mis amigos en la calle. La felicidad estaba afuera”.

Guillermo da cuenta de cómo el silencio permitió la mentira. “En casa no se hablaba de la dictadura, tampoco de Abuelas. Él, por su trabajo, hablaba poco. Cuando lo hacía, era en desmedro de los movimientos sociales. “Eran terroristas que había que hacerlos mierda”, decía. No había crítica, eran el enemigo. Yo llegaba con mis preguntas a casa, y eran sus silencios y lo que no se decía, lo que abría más dudas”. El apropiador de Guillermo falleció. “Fue un alivio su muerte, no más guerra. Tanto alivio que empezaron a haber miles de preguntas, pero no sabía hacia dónde dirigirlas. No me preguntaba si era un nieto, pero y sí si mis padres eran realmente mis padres. Había culpa en mí por dudar sobre mi origen.”

El proceso de búsqueda interior fue largo. “Seguí con mis dudas en una vida normal. Hasta que a mis veintisiete, en 2007, ví un capítulo de TV por la Identidad y decidí ir a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI). Allí tomaron la denuncia, hicieron la prueba de compatibilidad genética y dio negativo. No era hijo de desaparecidos. Se bajó la persiana, tuve una respuesta y abandoné la búsqueda”.

En agosto de 2009, un sobreviviente de Campo de Mayo denunció que el 27 de junio de 1979 Marcela dio a luz a un pequeño. Dio a luz a Guillermo. “A mí no me llegó nada sobre esa denuncia, ni tampoco la confirmación de la filiación que salió el 30 de octubre. Sí a mi familia biológica, quienes viajaron hacia Buenos Aires sin saber si yo quería recibirlos. Yo me entero el 2 de noviembre por parte de CONADI, Abuelas y mi familia. Y obvio que quería recibirlos, se cumplió mi sueño de tener hermanos, tenía tres. Me contaron mi historia, la de mis viejos. Pareció que nos conocíamos de toda la vida”.

A Guillermo le gustó, toda la vida, hacer música. Tal es así que formó una banda de tango (entre otras) y se encargó del acordeón, mismo instrumento que tocaba su madre en su Chaco natal. “La identidad es una construcción diaria. A nosotros, los nietos restituidos, Abuelas nos entregan la verdad. Un nombre, una historia, la de nuestros padres. Pero no se detiene ahí la identidad, porque uno de los ejes de ella es la memoria, y la memoria se va tejiendo, no se crea con un examen de ADN. La memoria es también social, es entender que la dictadura y las desapariciones pasaron y que nosotros somos parte y resultado de eso”.

Ezequiel Rochistein Tauro, nieto N°102

Ezequiel junto a las fotos de sus padres biológicos, María Graciela Tauro y Jorge Rochistein.

María Graciela Tauro y Jorge Rochistein fueron secuestrados el 15 de mayo de 1977 y luego llevados al Centro Clandestino de Detención Mansión Seré. Después, María Graciela fue trasladada a la ESMA. Allí, no se sabe cuándo, nació Ezequiel. “Realmente no sé cuándo nací, tampoco hay testimonios sobre alguna fecha exacta, sino que algo aproximado. Pudo ser entre septiembre y octubre, pero mi partida de nacimiento dice 1 de noviembre”.

Ezequiel reconstruye cómo era la vida con sus apropiadores: “Mi vieja de crianza contó que un día llegó de trabajar y se encontró conmigo en la cama matrimonial. Era un bebé con pocos días de vida”. La relación entre sus apropiadores era de discusiones constantes. “A mis 17 años, se separan y él se va de la casa. En cuanto a mí, cero sospechas. Ni por asomo pensé que era hijo de desaparecidos”.

Ezequiel diferencia entre su apropiadora y su apropiador. “Él sí conocía mi origen. Tuvo responsabilidades legales, de hecho está prófugo. No se hizo cargo de mi apropiación. No diferencio si me cuidaba a mí o se cuidaba él”, confiesa.

Vivió una vida normal hasta diciembre de 2001, cuando una denuncia de un ex represor sugirió que Ezequiel podría ser el hijo de Rochistein y Tauro. Por ello, la jueza María Servini de Cubría le envió una citación judicial. “Fue una paparruchada. Se sentó delante mío, me comentó que podía ser hijo de desaparecidos y preguntó si me quería realizar un ADN. Yo me rehusé, así que se levantó y se fue”. En mayo de 2002, la jueza citó a declarar a su expropiadora. “Me puse los guantes para defenderla. No quería que la molestaran”. Esa fue toda la intervención de Cubría. En 2006 la jueza se declaró incompetente y la causa quedó en manos de Rodolfo Canicoba Corral, quien ordena un ADN. “Me negué, incluso la Corte Suprema me respaldó”. En 2008 el juzgado dictó un allanamiento, para poder tomar muestras de ADN a través de objetos personales. “Ya estaba enterado y entonces dí ropa y un cepillo de dientes que no eran míos, por lo que el análisis dio negativo”.

Sin embargo, la verdad se le presentó: “Junio de 2010. Salgo de trabajar y siento que me llaman por mi nombre. Dos civiles de Interpol tenían una notificación para llevarme al juzgado de manera amable o no amable, daba igual. En el juzgado, el secretario del juez me pide ropa pero me niego. El juez me dice: ‘Ezequiel, de acá no salís sin la muestra’”. En septiembre de 2010 lo llamó Nilda Garré -ministra de Defensa en ese entonces- y le comunicó que era hijo de desaparecidos. “Me hizo hablar con gente de CONADI, y tiempo después conocí a mi abuela, tíos y primos biológicos. Me mostraron fotos de mi mamá biológica y era idéntica a mis hijas”.

Ezequiel estudió Economía en la Universidad del Salvador. Tiempo después se enteró que su padre biológico, Jorge, cursó la misma carrera en la Universidad Nacional del Sur. “Lo tenía en la sangre”, dice. Ezequiel reflexiona: “Mi identidad es algo que estoy construyendo. No me siento diferente con otro apellido, pero tengo otra conciencia. Es una reflexión constante sobre mi historia y mi familia biológica”.

 

Un festejo que fue protesta

Un festejo que fue protesta

A 202 años de la Declaración de Independencia de las Provincias Unidas del Río de La Plata miles de personas se concentraron en el centro porteño para protestar contra el pacto con el FMI y las políticas económicas del gobierno de Mauricio Macri.

La convocatoria, que circuló por las redes sociales con la consigna “la patria no se rinde”, invitaba a participar desde de las 13:00 en Belgrano y 9 de julio, lugar donde se montó el escenario que miraba hacia el sur.

A partir del mediodía llegaron columnas de agrupaciones sindicales y políticas desde distintos puntos de la Ciudad y el conurbano hasta el lugar de encuentro. En una de ellas se encontraba el diputado por el Frente Renovador Felipe Solá, que contó qué lo motivó a participar de la marcha: “La entrega durante dos años y medio de gobierno, el endeudamiento, la destrucción de las pymes, la soberbia con la cual han dejado al mercado interno de lado, la ineptitud de no saber aumentar las exportaciones, el aumento indebido de importaciones, los negociados en el que los jueces los protegen, el blindaje mediático que tapa la realidad de la gente, el hambre y la entrega al Fondo Monetario, el último paso al que condujo esta política económica”. A su paso, el público lo saludaba y le pedía por la unidad del arco opositor. Ante la pregunta sobre la postura del Frente Renovador y el Partido Justicialista hacia el futuro, Solá consideró que “nosotros tendemos a la unidad opositora más allá de peronismo, desde el peronismo pero en unidad opositora muy realista, con un planteo muy serio sobre el futuro y no manejándonos solamente con consignas. Porque sabemos lo que vamos a heredar en el caso de que ganemos”.

Con los números musicales de fondo, desde el sur y sobre la avenida 9 de Julio circulaba entre la gente el diputado por el Frente para la Victoria Agustín Rossi: “Con este tipo de actividades tratamos de recobrar algo que habíamos hecho durante nuestra gestión, que las fechas patrias se conviertan en verdaderas fiestas populares y que no sean solamente los actos oficiales de espalda al pueblo. Además de expresar la crítica a la política económica y al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional”. Respecto a la consulta sobre el armado para el 2019, Rossi opinó que “lo que nosotros tenemos que garantizar es que el 10 de diciembre de 2019 sea el último día que Macri gobierne la Argentina”.

Nora Cortiñas, acompañada por Sergio Maldonado hablan desde el escenario montado para el acto central por el Día de la Independencia.

Abuelas y Madres de Plaza de Mayo participaron del acto central bajo la consigna «La patria no se rinde».

Por Avenida de Mayo, doblando por 9 de Julio, ingresaba la columna de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) y su titular, Juan Grabois, manifestaba que “lamentablemente no podemos festejar nuestra independencia sino lamentar el enorme retroceso en términos de soberanía que está viviendo la Argentina desde que el gobierno de Mauricio Macri decidió entregarle la política económica al FMI. No es que ellos lo estuvieran haciendo bien, pero por lo menos era un gobierno electo democráticamente en nuestro país y ahora tenemos una especie de coloniato económico extranjero que de nuevo va a cuidar los intereses de los banqueros y de los fondos de inversión y no los del pueblo argentino, entonces es un día muy triste para nuestro país y lamentamos mucho en estas condiciones tener que salir a las calles en vez de estar festejando un nuevo aniversario de la independencia de nuestra patria”.

Mientras anunciaban la presencia de Abuelas y Madres de Plaza de Mayo, al costado del escenario se encontraba el titular de SUTEBA Roberto Baradel quien manifestó “un orgullo tremendo de ser parte de los argentinos que no nos resignamos, que resistimos y que peleamos, que nos sentimos orgullosos de celebrar la independencia. No como el presidente Macri, que estaba muy angustiado rindiéndole pleitesía al rey de España, proyectando en los patriotas lo que le pasa a él. Estamos convencidos de que hay que seguir construyendo la unidad necesaria porque son momentos en que las opciones son las corporaciones o el pueblo y hay que dejar las diferencias secundarias de lado”.

Si bien se trató de una protesta, el encuentro se vivió en un clima festivo con ferias artesanales, música y los niños jugando en las veredas. El acto culminó alrededor de las 17 con la lectura de la proclama por parte de Gerardo Romano y Carolina Papaleo en la que se hizo un repaso por todos los reclamos al gobierno de Macri desde su inicio hasta la fecha.

Ocho mujeres  rememoraron a ocho desaparecidas

Ocho mujeres rememoraron a ocho desaparecidas

Patricia Sosa y Uki Goñi.

“Aquí se produjo un crimen contra la humanidad”, advierte el folleto informativo del Museo Sitio Memoria ESMA y recuerda que en ese centro clandestino de detención y exterminio  estuvieron detenidos-desaparecidos cerca de cinco mil hombres y mujeres durante la última dictadura cívico-militar-eclesiástica. El pasado 21 de abril el Sitio realizó su clásica Visita de las cinco, que se lleva a cabo el último sábado de cada mes, a las 17 horas, en el marco  del 41 aniversario de la primera ronda de las Madres de Plaza de Mayo. El encuentro reunió a referentes de organismos de derechos humanos y a ocho mujeres de la cultura que leyeron fragmentos del libro de Uki Goñi, El infiltrado. Astiz, las Madres y el Herald, recientemente reeditado en clave feminista. Alejandro Kaufman fue el cronista invitado de la actividad denominada “8 mujeres a 41 años del nacimiento de las Madres”.

Amenaza con volver a llover. A media tarde el día pesa y está nublado, pero el sol se impone desde el poco lugar que ofrecen las nubes. Rodeando al edificio principal, un hombre canoso, robusto y con morral canta Como la cigarra. Vuelve a silbar.

Cinco y cuarto en punto. Alejandra Naftal, sobreviviente de la última dictadura  y hoy directora del Museo Sitio Memoria ESMA, presenta a las Madres de Plaza de Mayo  Sara Rus, Carmen Lareu, Hilda Micucci y Clara Weinstein. También están presentes las hijas de las Madres desaparecidas de la ESMA Esther Ballestrino de Careaga y Azucena Villaflor: Ana María y Mabel Careaga  y Cecilia de Vincenti. Acompañan otros familiares, compañeros y compañeras del grupo de la Iglesia de la Santa Cruz, el espacio donde las Madres se reunían, antes de que el genocida Alfredo Astiz las infiltrara e hiciera desaparecer. Son 350 personas las que asisten a la actividad. Se acomodan mochilas con pañuelos verdes, grupos con remeras militantes de Almirante Brown; adultos y jóvenes. Una pareja de ancianas tomadas de las manos espera expectante. Comienza la visita guiada por los sobrevivientes de la ESMA Alfredo Mantecol Ayala, Norma Adriana Suzal y Alejandro Clara.  

Alejandro Kaufman.

Alejandro Kaufman, docente, ensayista y estudioso de la memoria es el cronista invitado. Es una experiencia intensa. Kaufman arranca con una reflexión sobre los que estos 41 años de Madres de Plaza de Mayo y el proceso de Memoria, Verdad y Justicia nos traen: “Desde las primeras madres hasta hijos e hijas desafiliados de sus padres genocidas. Es un fenómeno que no ocurrió en ninguna otra parte del mundo y da testimonio de algo que sucedió entre nosotros: ir de lo más horroroso a lo más extraordinario de nuestras luchas.”

Luego llega la emoción. Cristina Banegas, Señorita Bimbo, Ana Celentano, Coni Marino, Celsa Mel Gowland, Julieta Ortega, Malena Sánchez y Patricia Sosa pusieron el cuerpo y dieron voz a las historias de ocho mujeres detenidas desaparecidas en la ESMA: las Madres Azucena Villaflor, Esther Ballestrino de Careaga y María Eugenia Ponce de Bianco; Leonie Douquet y Alice Domon, dos monjas francesas secuestradas entre el 8 y 10 de diciembre de 1977; y Raquel Bulit, Ángela Auad, quien se unió a las Madres buscando a su marido y la más joven del grupo, Patricia Oviedo, desaparecida con 24 años.  

Las actrices Cristina Banegas, Julieta Ortega, Virginia «Bimbo» Godoy, Malena Sánchez, Celsa Mel Gowland, Ana Celentano, Coni Marino y Patricia Sosa.

Uki Goñi, quien en 1977 con 23 años trabajaba en el Buenos Aires Herald, rememora cómo fue recibir a las primeras Madres en esa redacción, uno de los pocos sitios capaz de escuchar denuncias sobre las desapariciones. “Al poco tiempo eran veinte madres, todos los días. Desarrollé un vínculo personal en particular con estas ocho mujeres, que terminaron secuestradas como resultado de la infiltración de Astiz”.  

En el contexto del debate por la despenalización y legalización del aborto, Goñi reflexiona: “A través del lente Ni una Menos y del avance del feminismo me pregunto ¿Esto fue una especie de femicidio de Alfredo Astiz, que se infiltra entre las madres valientes?” Y avanza aún más sobre la complejidad de la época: “Hay que pensar a  estas mujeres, porque cuando venían al Herald a veces traían a sus maridos y ellos le decían: ´No hables, callate la boca, pensá en nuestros otros hijos, puedo perder mi trabajo´. Se peleaban en frente de mí y las madres siempre decían: ´A  mí no me importa que me maten. Yo quiero saber dónde está mi hijo o mi hija´. Algunas pagaron con su vida eso”. El infiltrado se reescribió 20 años después de su edición y  en diálogo con ANCCOM, Uki Goñi sostiene: “No fue adrede pero creo que es un buen momento para que reaparezca el libro, porque hoy el negacionismo está haciendo huella en la sociedad nuevamente. El objetivo es hacernos creer que es lo mismo el crimen cometido por el Estado que el crimen cometido por civiles, y no lo es. Hay que estar en guardia”.

Una de las habitaciones de la Ex Esma, que funcionaba como sala de partos.

Mientras, las personas observan y  escuchan en silencio, Bimbo, vestida de negro, arranca con su relato: “María Esther Ballestino de Careaga nació el 20 de enero de 1918. Llegó a Buenos Aires como exiliada política de Paraguay, oradora socialista y fundadora del primer movimiento feminista en su país durante los años 40. Esther llegó al Herald por primera vez en julio de 1977 para informar el secuestro de su hija embarazada de 16 años de edad: Ana María”.  Bimbo describe: “Es interesante mirar este asesinato como lo que fue, como femicidio. Porque hubo un particular ensañamiento en la última dictadura hacia personas trans, gays, lesbianas y judíos. Un odio particular que también dentro de todo el horror muestra lo peligrosas que son las mujeres para el poder. Tan peligrosas que las mataron. Tan peligrosas que las seguimos honrando y aprendiendo todo de ellas”. Señorita Bimbo concluye la historia de la familia Careaga: “Se supo después que la hija de Careaga había sido llevada al Club Atlético, sótano de un edificio de la Policía sobre la Avenida Paseo Colón de la Ciudad de Buenos Aires. Ana María fue dejada en libertad en octubre. La joven viajó de inmediato a Suecia donde fue aceptada como refugiada política pero su madre se negó a dejar el país”.

El clima es distendido y emotivo, la gente observa los espacios y, de tanto en tanto, irrumpen las artistas con el recuerdo de una de las ocho desaparecidas de la Santa Cruz. Llega el turno de la cantante Celsa Mel Gowland, quien de manera envolvente cuenta la historia de Raquel Bulit, nacida, como un presagio, el 24 de marzo de 1944: “Tenía 33 años. Es hija de Vicente Bulit y Dolores Lascano pero la denuncia por su desaparición ante la CONADEP fue presentada por su ex suegra, Anabela Cabrera de Horane. Luego de los secuestros, la señora de Horane intentó entrevistarse con los padres y parientes de Bulit, pero se negaron a recibirla. La familia estaba enojada con ella y también por haber estado en desacuerdo con su ideología. No había quien presentara el habeas corpus, quien reclamara por esa chica”.

Las Madres de Plaza de Mayo estuvieron presentes.

Patricia Sosa confiesa las sensaciones encontradas al participar de esta actividad: “Es muy emocionante para mí estar acá, en este lugar donde uno pisa tanto dolor. Cuando supe que me tocaba leer un párrafo sobre Patricia Oviedo y ver que se llamaba Patricia, me puso la piel de gallina. Me dije, ´por algo me toca ¿no?´. Caminar por estos lugares te hace pedir perdón todo el tiempo, por todo lo que no hemos hecho, sobre todo mi generación. Yo soy de la generación de los desaparecidos. Y una gran parte de la gente no tenía la menor idea, y cuando nos dimos cuenta era tarde. Era muy tarde”.

La pareja de ancianas llega a La Casa del Almirante, otra de las paradas del circuito, donde Patricia Sosa casi termina su relato. Se sientan. Esperan. Patricia finaliza. El cuarto se funde en un aplauso. Atentas, intercambian palabras por lo bajo con la artista, quien regresa al texto: “Patricia Oviedo tenía 24 años cuando fue llevada por el Ángel Rubio de la muerte. Decía que sentía cariño por un muchacho rubio con un hermano desaparecido que se había acercado a buscar consuelo entre las Madres”.

Un  pañuelo verde rodea el cuello de la actriz Malena Sánchez. “Hoy -sostiene- es una responsabilidad muy grande ser mujer. Tenemos más fuerza que nunca. Creo  que sale de nuestros ovarios. Ahora hay que ir por la legalización del aborto que parece inalcanzable. Hay que terminar con el patriarcado, hay que dejar de lado ese estigma de la mujer competitiva. Sé que falta mucho, espero vivir para verlo.”  Se le resbalan algunas lágrimas pero sigue: “Desde muy chica participo de las luchas y salgo a la calle. Voy a la Plaza los 24 de marzo. Si bien no existía cuando todo esto sucedió, siempre que puedo trato de aportar algo porque me parece que sin memoria no hay futuro”. A Malena le tocó contar la historia de Alice Domon: “Aunque hubiese preferido ir a la India aceptó en buen grado ser enviada a Buenos Aires,  donde llegó el 5 de febrero de 1967. […] Diez años después, Alice escribía cartas a su familia en Francia relatando su labor junto a las madres de los desaparecidos”. Y luego encarna su voz: “Trabajo a la mañana y a la tarde me dedico a una organización: el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos. Hay gente que conocía de antes, muy preocupados por lo que ocurre alrededor nuestro. La angustia de las madres que buscan a sus hijos secuestrados y el calvario en las oficinas de gobierno y las comisarías, la negación de todo un sector de la iglesia es el sufrimiento que viven hoy tantas familias, sin contar la tortura de tanta gente en las prisiones de otras partes. Dios no puede quedarse mudo. Seguramente dará una respuesta”.

Una gran cantidad de personas se acercaron a La Visita de las cinco, que fue en el marco  del 41 aniversario de la primera ronda de las Madres de Plaza de Mayo.

Una vez terminada la visita guiada, los asistentes son guiados a El Dorado, el salón donde en épocas de terror se reunía la cúpula de la muerte. La sala estalla en aplausos. Las Madres, junto a familiares y compañeros del grupo de la Santa Cruz se sientan frente a las ocho actrices y cantantes que encarnaron las historias de sus compañeras de lucha. Entre ambas generaciones de mujeres, en el suelo, sentada, está la juventud con lágrimas, cámaras y pañuelos verdes expectante de ver las proyecciones en todo el salón, que darán cierre un nuevo acto de memoria.

Alejandra Naftal conduce el cierre e invita a decir unas palabras a la exjueza María del Carmen Roqueta, oculta entre el público. “Es la jueza que pudo comprobar que (en la ex ESMA) existió un plan sistemático de robo de niños y condenar a todos los perpetradores”, la presenta Naftal. Los aplausos aún no culminan. Roqueta emocionada, expresa: “Solamente cumplí con administrar de la mejor manera nuestra justicia, y luchar por ella. Muchas gracias”.

Cristina Banegas irrumpe: “¡30 mil detenidos desaparecidos!”, “¡Presentes!”. Para finalizar, Uki Goñi cierra con una advertencia que lo inquieta: “El avance del relativismo que es cara políticamente correcta del negacionismo. Nos quieren hacer creer que no pasó, sembrar la duda al decir que los desaparecidos no son tantos, que la Argentina estaba en peligro. Quieren licuar la realidad para que sea maleable y confundirnos. Entonces, pensando el Nunca Más, yo digo, sí va haber más. Siempre vuelven y lo único que nosotros podemos hacer es estar lo más preparados posible para la próxima vez”, sentencia el autor de El Infiltrado.

 

Estela: 40 años de lucha

Estela: 40 años de lucha

Es 22 de octubre de 1977. Varias mujeres giran alrededor de la Pirámide de Mayo, como lo hacen todos los jueves desde el 30 de abril de ese mismo año. Piden por sus hijos. La dictadura genocida, en boca de Jorge Rafael Videla, les dirá dos años más tarde que ellos “no están ni vivos ni muertos; están desaparecidos”. Lo cierto es que ese jueves y todos los jueves sus hijos les faltan y nadie las escucha.

Una madre decide apartarse de la ronda y pregunta: “¿Quién está buscando a su nieto o tiene a su hija o nuera embarazada?”. Doce mujeres responden “yo”. Si bien al comienzo se llamaron Abuelas Argentinas con Nietitos Desaparecidos, la historia hizo que hoy las reconozcamos en Argentina, y en el mundo, como las Abuelas de Plaza de Mayo.

Estela Barnes de Carlotto se incorporó en agosto de 1979, luego de que le entregaran el cuerpo sin vida de su hija Laura, que estaba embarazada de dos meses cuando la secuestraron. Hoy, Estela es la presidenta de la institución.

En su larga historia, las Abuelas lograron cosas que ni los gobiernos, ni la ciencia, ni nadie, hubiese imaginado alcanzar: impulsaron la investigación que logró desarrollar  el “índice de abuelidad”, que lleva ese nombre en su honor; crearon un Banco Nacional de Datos Genéticos sin igual en el mundo; fomentaron la formación del mejor equipo de antropología forense y, sobre todo, encontraron a 122 nietos, a quienes le restituyeron su verdadera identidad. Aún les falta encontrar a más de 300, pero no se rinden ni se cansan de luchar. Por eso, ahora también piden desesperadamente por la aparición con vida de otro joven: Santiago Maldonado.

Mirá el especial de ANCCOM:

 

Actualizado 04/10/2017

“Los grandes medios tiene que explicar por qué no cumplieron con su deber de informar”

“Los grandes medios tiene que explicar por qué no cumplieron con su deber de informar”

El sábado pasado, en Casa por la Identidad de Abuelas de Plaza de Mayo (ex ESMA), se exhibió en forma gratuita el documental Messenger on a White Horse, traducido como El Mensajero. El largometraje dirigido por el australiano Jayson McNamara, que se estrenó el 12 de octubre en el cine Gaumont tras participar en el festival BAFICI, retrata la valerosa lucha del periodista británico Robert Cox, editor en jefe del Buenos Aires Herald en la década del 70, cuando casi en soledad expuso las violaciones a Derechos Humanos cometidas por el gobierno de la Junta Militar durante la última dictadura. Con una impecable narración fiel a los hechos, múltiples testimonios de testigos, sobrevivientes y familiares de víctimas, y una gran cantidad de material fílmico de la época -incluyendo escenas nunca antes vistas- El Mensajero presenta la historia de este pequeño y tradicional diario porteño de habla inglesa que, bajo la dirección de Cox, se destacó por ser uno de los únicos medios de comunicación que se enfrentó al terrorismo de Estado denunciando la desaparición forzada de miles de personas en medio de un clima de persecución y censura.

Participaron de la proyección la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo Estela de Carlotto, el director Jayson McNamara y el mismo Robert “Bob” Cox, quienes luego de la presentación hablaron sobre la producción del film y respondieron preguntas del público. “Este documental deja para la historia el merecido reconocimiento a este periodista maravilloso, al que le rendimos nuestro homenaje y agradecimiento porque dejó un enorme ejemplo para el mundo de lo que debe ser el verdadero mensajero de la verdad. Gracias Bob”, expresó de Carlotto.

Actualmente jubilado y radicado en Carolina del Norte (EE. UU.), Bob Cox regresó una vez más a Argentina acompañado por su inseparable esposa Maud Daverio -con quien lleva más de cinco décadas de matrimonio-, y dedicó un rato, antes de la proyección del documental, a dialogar con ANCCOM y narrar con su fluido castellano, teñido por un inconfundible acento anglosajón, las vivencias de su extensa carrera periodística.

¿Por qué decidió dedicarse al periodismo?

Para escribir y vivir de la escritura. Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando tenía 17 o 18 años, decidí ir al diario local del suburbio londinense donde nací y comencé a trabajar gratis para ellos. Empecé como corrector, haciendo obituarios y llevando mensajes y placas para las fotos. Me gustó muchísimo, y me quedé en el periodismo, que fue mi educación, porque no fui a la universidad hasta muchos años después, cuando me dieron una beca para Harvard. Después tuve que hacer dos años de conscripción en la armada inglesa y estuve en la Guerra de Corea. Cuando volví empecé a pensar cuál era la mejor manera de viajar por el mundo sin plata. Entonces vi un aviso para el Buenos Aires Herald. Conseguí el puesto y llegué a la Argentina el 4 de abril de 1959.

¿Cómo fueron sus inicios como periodista en Argentina?

Empecé trabajando como redactor en el Herald. Llegué a Argentina un poco por coincidencia. Mi padre siempre había querido emigrar a Argentina. Él era oficial de radio en transatlánticos, y cuando desembarcó en Buenos Aires, en el año 1938, vio una ciudad magnífica y un país que para él representaba el futuro; entonces trató de convencer a mi madre de emigrar, pero ella era muy inglesa. Dio la casualidad que años más tarde yo vi el aviso del Herald en la revista World’s Press News y pensé que sería fantástico. Mi idea original era trabajar un tiempo acá y después viajar por el mundo. En ese entonces era posible encontrar trabajo en diarios de habla inglesa por todo el mundo donde habían quedado antiguas colonias del Imperio Británico. Pero todo cambió cuando nos encontramos (sonríe mirando a Maud). Nos conocimos en una fiesta y entonces decidí quedarme. Nos casamos y formamos nuestra familia en Argentina. Tuvimos cinco hijos: Victoria, Robert, David, Peter y Ruth. Hoy ya están todos grandes.

Robert Cox está sentado mirando a cámara.

«El mayor problema es la auto-censura, cuando los periodistas mismos deciden callar», afirma el editor del Buenos Aires Herald en los años 70, Robert Cox. 

Después de que lo nombraran editor en jefe del Buenos Aires Herald, introdujo varios cambios en la dinámica del periódico. ¿En qué consistieron esos cambios?

En 1968 me nombraron editor en jefe. El Herald, al principio, era más bien un diario internacional, para lectores de muchos países -especialmente diplomáticos de embajadas y viajeros-, gente que hablaba en inglés. El diario no estaba enfocado sobre Argentina en sí, sino que era conocido por su cobertura de noticias internacionales. Pero algunos colegas del Herald y yo empezamos a interesarnos por lo que pasaba en el país y a escribir sobre noticias locales. Antes del golpe de Estado (1976) había un problema con el periodismo en Argentina, porque muchos periodistas eran poco éticos y no siempre reflejaban la realidad.

Durante la última dictadura militar, el Buenos Aires Herald fue uno de los pocos medios de comunicación que denunció abiertamente las violaciones a Derechos Humanos cometidas por el terrorismo de Estado. ¿Por qué cree que la mayoría de los medios de comunicación no informaban sobre las desapariciones de personas?

A lo largo de esos años hubo un gran silencio en Argentina, y nos encontramos con que nosotros éramos unos de los pocos que informaba sobre lo que pasaba en la dictadura. No éramos los únicos porque hubo otros diarios, pero todos chicos como The Southern Cross (un diario de la comunidad irlandesa). Pero los grandes medios decidieron guardar silencio. Todavía no tuvimos una explicación de su parte y yo creo que es importante que ellos mismos investiguen su pasado. Es importante que los grandes medios expliquen por qué decidieron no contar lo que pasaba, o por lo menos publicar una carta de alguna de las madres que buscaban a sus hijos. Tienen que explicar por qué no cumplieron con su deber de informar.

¿Cómo fue que tomó conocimiento de lo que estaba pasando?

La primera semana después del golpe recibimos una carta, enviada a mi colega Andrew Graham-Yooll, de una pareja que nos escribió porque nosotros publicamos en el diario un aviso fúnebre de un hombre que apareció muerto en una zanja. Fuimos a verlos a Zárate y nos contaron que esa persona, que era jefe de un laboratorio, había sido llevado por un grupo de uniformados. Era sospechado únicamente por haber ido a la universidad a buscar su doctorado en Química y por reunirse con otros estudiantes. Se lo llevaron y lo torturaron hasta matarlo. Después trataron de cubrir todo. En el velatorio pasaron los famosos Ford Falcon sin patente tirando panfletos fraudulentos con la firma de Montoneros diciendo: “El señor ha sido ajusticiado por ser traidor a nuestro movimiento”. Un día me llamó Monseñor Kevin Mullen, que solía ir con una lista de desaparecidos a pedirles información a los militares sobre su paradero, y me contó que un señor le había confesado: “Me llevaron los militares y me torturaron exigiéndome que les diera el nombre de «la Orga» (en referencia a la organización Montoneros); entonces yo les di los nombres de la personas más respetables que conocía, y ahora ellos han desaparecido”.

¿Cree que la sociedad argentina en general tenía algún conocimiento de la realidad o estaba totalmente desinformada?

Hubo mucho miedo. Al principio la gente tenía miedo de las guerrillas; después de la Triple A, que era la respuesta para reprimir las guerrillas; y por último al régimen militar, obviamente con apoyo de muchos civiles importantes. Era obvio lo que estaba pasando porque estaban secuestrando personas a plena luz del día. Pero la gente decidió no ver. Siempre me pareció difícil entender por qué en Alemania el régimen nazi mató a seis millones de personas y el pueblo alemán no hizo absolutamente nada, y es porque cuando la gente no quiere ver lo que pasa, no ve. En Argentina pasó lo mismo. Y cuando no hay periodismo para informar, es más terrible.

¿Cómo fue su acercamiento a Madres de Plaza de Mayo y qué lo impulsó a asistir a las rondas?

Al mismo tiempo que era director del Herald, trabajaba como corresponsal del New York Times, del Washington Post y de Newsweek. Un día estaba yendo al edificio SAFICO- sobre avenida Corrientes-, donde estaban todas las agencias de noticias extranjeras, para enviar mis notas y se me acercó una señora pidiéndome ayuda porque estaba buscando a su marido. Ella me dijo que había rumores de que se podía conseguir información sobre detenidos en una oficina de Casa Rosada si se llegaba a las 8 de la mañana. La gente, desesperada, se congregaba toda la noche en Plaza de Mayo para conseguir un turno. Una noche fui y me reuní con ellos -al principio eran 20 o 30 personas, después fueron cada vez más-, y ahí me enteré de los primeros esfuerzos de los familiares de desaparecidos para organizarse para conseguir información, porque era imposible ya que solo daban 10 turnos por día. Como en el Herald estábamos haciendo editoriales traducidos al castellano, la gente se dio cuenta de que estábamos informando. Al principio yo salía a buscar a la gente para conocer sus historias y escribir notas, pero después ellos comenzaron a acercarse al diario para explicarnos lo que pasaba. Las madres de desaparecidos venían a buscarnos. Al final el diario parecía un consultorio médico. Fue después de un tiempo que las Madres decidieron hacer las rondas. Para nosotros era importante tener un periodista en el lugar para tener testimonios, hasta que uno de nuestros cronistas fue detenido. A partir de eso, iba yo mismo.

En medio del clima de terror e incertidumbre que se vivía, ¿por qué usted decidió publicar denuncias sobre secuestros ilegales, aun sabiendo que podía sufrir represalias?

Me di cuenta de que era posible salvar vidas publicando los nombres de los desaparecidos. Eso era lo más importante. Obviamente, a los militares no les gustó eso. Yo le dije a (al Ministro de Interior de entonces) Harguindeguy: «Tengo una lista de nombres y no es que quiera publicarlos, pero mientras no aparezcan es necesario hacerlo; si salen, no hay ningún problema y no voy a seguir publicando más». Una vez hice una nota sobre una madre que buscaba a su hijo. A él ya estaban por trasladarlo, y cuando salió su nombre en el diario, no sabemos exactamente cómo, los oficiales fueron a preguntarle enojados por la publicación y él contestó: “Es un diario inglés, yo no sé hablar inglés”. Y después lo liberaron.

Robert Cox está de pie en el Espacio de Memoria y Derechos Humanos. Está parado en Detrás suyo hay una gigantografía que muestra a Madres de Plaza de Mayo protestando por la aparición de sus hijos.

«Cuando la gente no quiere ver lo que pasa, no ve», dice Robert Cox en relación al silencio civil ante las atrocidades de la última dictadura.

Hace poco se conocieron unos audios inéditos de una entrevista que usted le realizó al Ministro de Interior de la dictadura, Albano Harguindeguy, donde prácticamente admitía que las decenas de periodistas desaparecidos habían sido asesinados.

Yo siempre tuve una lista de aproximadamente 60 periodistas desaparecidos. Un día, poco antes del mundial del 78, Harguindeguy convocó a varios editores y periodistas a una conferencia de prensa más o menos para decirnos que nos portáramos bien, porque los ojos del mundo iban a estar sobre Argentina. Yo tenía mi grabador, que en ese entonces era un aparato enorme como una caja de zapatos, y lo seguí a su oficina con la intención de preguntarle por los periodistas desaparecidos. Él me respondió: “Yo no soy Jesús; no puedo decir ¡Lázaro levántate!”. No me di cuenta hasta mucho más tarde de que todo el tiempo había tenido el grabador encendido. Hasta ese momento no sabía que estaban asesinando a los detenidos, que en Argentina había máquinas de exterminio. Nosotros pensábamos que iba a ser como los anteriores golpes de Estado, que los estaban reteniendo para después liberarlos o enjuiciarlos, pero los estaban matando casi desde el principio. Esa frase del ministro fue tan clara como una confesión.

Muchos periodistas también fueron víctimas de persecución. Más tarde, usted viviría en carne propia la represión. ¿Cómo fue esa experiencia?

Cuando me detuvieron, me llevaron a un nexo de la Policía Central. En la entrada había una esvástica cubriendo la pared, la insignia del nacional-socialismo. Para mí era una repetición del nazismo. Estuve cuatro días detenido, pero quería quedarme más tiempo para averiguar más. Me encerraron en una especie de tubo y desde ahí escuché los gritos de personas bajo tortura. Afuera hubo una reacción inmediata porque el diario era reconocido en el exterior (a lo que Maud agrega: “Inglaterra, Francia y Estados Unidos intervinieron enseguida. Llamaban todo el tiempo a la Embajada argentina, los volvieron locos”). Después me fueron pasando de una celda a otra, hasta que al final me pusieron en una celda grande que llamaban «Sheraton», que era una especie de “cárcel VIP”, donde en un momento también estuvo (Jacobo) Timerman. Al final me liberaron.

En 1979 usted y su familia tuvieron que exiliarse del país. ¿Cómo llegaron a esa situación y cómo siguió su vida en el exilio?

Finalmente tuvimos que salir del país, después de muchas amenazas. Primero pusieron una bomba en la casa de un amigo nuestro que nos avisó que los militares estaban hablando con mucha furia sobre el Herald. Pensamos que estaban todos muertos, pero por suerte él y su familia se salvaron. Fuimos a verlo y antes de volver llamé a casa y mi hijo me advirtió que no volviera porque me estaban buscando. Ahí decidí salir del país por un tiempo. Tuve que separarme de mi familia porque yo era un peligro para ellos. En un momento trataron de secuestrar a Maud. Después regresé y nos quedamos seis meses más hasta que le enviaron una carta a mi hijo Peter, de 11 años, amenazándonos de muerte a todos. Ahí tomamos la decisión de irnos. Tuvimos que exiliarnos en Europa, pero siempre quisimos volver en cuanto los militares llamaran a elecciones. Más tarde nos instalamos en North Carolina. Durante el exilio, en un momento participé en un programa en Nueva York donde expuse la situación de Argentina. Ahí conocí a un ex agente de la SIDE que me pidió ayuda para conseguir asilo político en Estados Unidos y que me explicó el plan que tenían los militares para matarme. La idea era que cuando yo saliera a trabajar, iban a liberar a unos agentes montoneros presos e iban a montar un simulacro de enfrentamiento para ejecutarnos a todos y después decir que me habían matado los montoneros. Era un plan bastante inteligente.

El documental El Mensajero, dirigido por Jayson McNamara, retrata su trayectoria como periodista y reconoce la importancia del Buenos Aires Herald como uno de los únicos medios que se enfrentó a la dictadura. ¿Cuál fue su impresión del documental?

Para mí es muy bueno porque es totalmente honesto, que es lo más importante. Ellos han conseguido lo más cercano posible a la verdad y encontraron material inédito facilitado por estaciones televisivas extranjeras que nadie había visto en Argentina. Para mí, ver el documental es como volver a vivirlo exactamente como era; no es volver al pasado sino traerlo al presente. Creo que es una obra de arte, porque tiene tanta simpatía, especialmente para las Madres. Es un gran homenaje para ellas. Estoy seguro de que si no hubiese sido por esas mujeres, los militares habrían sido mucho peores porque ellos les tenían miedo al coraje de las Madres.

El director McNamara describió su obra como “la historia de cómo cuatro locos jaquearon al poder a través de la verdad”. ¿Usted cómo describiría la labor del Herald durante la dictadura? ¿Diría que funcionó como la voz de las víctimas de la represión?

Sí, porque las víctimas y los familiares no tenían voz. Había un gran silencio y nadie los escuchaba. Tenemos amigos que salieron de la ESMA por las historias que publicamos.

Usted recibió varios premios por su labor periodística y en 2010 fue declarado Ciudadano Ilustre por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires por su lucha en defensa de los derechos humanos ¿Cómo sintió esos reconocimientos?

Estaba muy sorprendido. No me gusta mucho eso de que me destaquen, porque hubo mucha gente que trabajó conmigo y es importante que los reconozcan a ellos también. Fue muy lindo sentir que, aunque no nací en Buenos Aires, ahora era parte de la ciudad. No tanto por la parte de «ilustre», pero sí que me reconozcan como ciudadano.

Tomando en cuenta su propia experiencia, ¿cómo puede un periodista ejercer su función de informar a la sociedad en un clima de persecución y censura?

La censura no es ningún problema, porque de una manera u otra uno puede comunicarle a la gente publicando una foto o algo. El mayor problema es la auto-censura, cuando los periodistas mismos deciden callar. Obviamente, es muy difícil porque los periodistas comunes también son víctimas. Yo tuve la posibilidad de hacer lo que hice porque era director del diario, pero no es fácil. Los periodistas no pueden silenciar la información.

¿Cuál es el rol del periodista en la defensa de los Derechos Humanos? ¿Qué mensaje les daría a quienes hoy se dedican al periodismo?

Hay que informar siempre con total honestidad. Hay que separar las opiniones políticas. El deber de un periodista es informar a toda costa, sea en un gobierno que le guste o no, sin pensar en ideología. Y cuando se trata de Derechos Humanos, tenemos que obviar la grieta y todos los periodistas tenemos que trabajar unidos. Los periodistas tienen que ser los guardianes del pueblo, ese es nuestro rol. Yo creo que el periodismo no es una profesión, sino una vocación. Tenemos que defender a la gente, porque ahora sabemos que en Argentina, cuando no hay periodismo, la gente está indefensa. Es parte del deber del periodista defender los Derechos Humanos.

 

Actualizado 15/11/2017.