“La herencia de un pensamiento desobediente, crítico y audaz”

“La herencia de un pensamiento desobediente, crítico y audaz”

«Si pudiéramos detenernos a mirar el pasado y comenzar a escucharlo, entonces se podrían oír los ecos de interminables conversaciones feministas que atraviesan los siglos». Florencia Abbate anota esto en la introducción de Biblioteca Feminista, su flamante libro: se iba a presentar el martes 17 de marzo en el auditorio del Museo del Libro y de la Lengua, de la Biblioteca Nacional, pero las prevenciones ante la pandemia postergaron, sin fecha, la cita. Abbate es narradora, poeta, ensayista, docente, Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires y también Investigadora del CONICET. “Cada persona aporta desde donde puede y desde lo que sabe hacer, y de alguna manera me pregunté qué podía aportar como escritora y a la vez como académica e investigadora, y me pareció que un pequeño aporte podía ser un libro de divulgación que recuperara la historia de distintas figuras y corrientes de los feminismos. Me interesaba salir del puro presente y conectar con la historia para poder reflexionar y encontrar en el pasado muchos de los temas y debates que habíamos estado atravesando”, cuenta. Por eso decidió poner en jaque el prejuicio que sostiene que el feminismo es una noción contemporánea y de moda, como muchos dicen actualmente. También da cuenta del principio reaccionario y contestatario de este movimiento frente a situaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres a lo largo de la historia.

Es curioso pensar el término que hace referencia al título y también cómo la autora lo plantea, ya que biblioteca se define por la Real Academia de la Lengua Española como “Colección de libros o tratados análogos o semejantes entre sí, ya por las materias de que tratan, ya por la época y nación o autores a que pertenecen”, entre tantas otras acepciones que tiene el término. “Lo elegí porque quería un título que diera la idea de un recorte subjetivo. Una biblioteca siempre tiene una marca personal: no hay dos bibliotecas iguales. Me gusta pensar que cada quien se refleja un poco en su biblioteca, como algo que se construye a lo largo de los años y va teniendo la impronta de las personas que fuimos en las distintas etapas de nuestra vida”, explica Abbate. Aun así, para que exista una biblioteca tiene que poseer libros en su haber. El concepto de libro es una noción que quiere reivindicar como una fuente fundamental del feminismo y sus bases, de nuestro pasado. La biblioteca también tiene que ver con la herencia, porque los libros conservan y trasmiten una herencia cultural, que en el caso de los feminismos, me parece, es la herencia de un pensamiento desobediente, crítico y audaz”, reflexiona.

El libro tiene como eje a mujeres que dialogan entre sí, y logran que el feminismo se construya a través de la militancia. Es por eso que podemos definirlas no sólo como pensadoras, filósofas o escritoras, sino también como militantes. Olympe de Gouges, Théroigne de Méricourt, Claire Lacombe, Mary Wollstonecraft, Flora Tristán, Clara Zetkin, Alexandra Kollontai, Emma Goldman, Simone de Beauvoir, Kate Millett, Angela Davis, Audre Lorde, Adrienne Rich, Monique Wittig y Judith Butler forman parte de esta Biblioteca Feminista porque -como cuenta la autora- participaron de un hito histórico o marcaron un hito conceptual. Podemos ver cómo en cada época se hizo foco en determinadas cuestiones ligadas a las desigualdades de género, y esto deja en evidencia problemas y debates pasados, que inevitablemente están relacionados a los debates del presente. De esta forma logra mostrar los rasgos de contemporaneidad en textos viejos.

Judith Buttler y Dora Barrancos, dos referentes de Biblioteca Feminista, en un reclamo contra los recortes a la ciencia el año pasado, en el Polo Científico de Buenos Aires.

“Por ejemplo, presentar a Emma Goldman como una pionera de la educación sexual, explicando por primera vez el uso de los anticonceptivos en 1915, o mostrar a Alexandra Kollontai participando del movimiento de mujeres que logró que la Unión Soviética legalizara el aborto en 1920 -subraya Abbate-. O a Clara Zetkin encarnando la lucha de las mujeres trabajadoras por hacer valer sus reclamos dentro de los sindicatos, con demandas como las guarderías en los lugares de trabajo. Kate Millet, Carol Hanisch o Adrienne Rich me permitían reconstruir el feminismo de fines de los años 60, el origen del lema ‘lo personal es político’ y el develamiento de cómo incide la cultura patriarcal en nuestro mundo íntimo, en nuestro modo de amar o de maternar, junto con la idea de llevar ‘la revolución a las casas y a las camas’. Mientras que otras, como Angela Davis y Audre Lorde, me permitían reconstruir el surgimiento del movimiento de los feminismos negros y sus principales aportes conceptuales, como la noción de ‘interseccionalidad’, que hoy se usa mucho y mucha gente no sabe de dónde proviene y cómo se fue elaborando. De la misma manera, todavía mucha gente no entiende por qué a veces se habla de mujeres y lesbianas, entonces me pareció necesario recuperar la obra de Monique Wittig, que fue la que inventó el concepto de lesbiana como una categoría política diferente a las mujeres, y que planteó el carácter cultural de la categoría de sexo, algo que luego retoma y desarrolla en otra línea Judith Butler, de quien también me ocupo. En fin, quería que esas conversaciones entre ellas reverberaran como un eco en cuestiones de hoy”. De este modo se construye el marco histórico en el que se desarrolla cada una, para demostrar que es posible narrar las luchas colectivas y comprender a cada una de estas figuras como una emergente de un proceso más amplio.

Biblioteca Feminista es, entonces, un libro de divulgación, dirigido a personas que quisieran ampliar sus conocimientos sobre historia y pensamiento, algo que, afortunadamente, ya no es solo de interés para «unas pocas». Expone, además, la responsabilidad social por parte de la autora, quien cuenta que no quería hacer un libro de divulgación ‘for dummies’, como usualmente se dice, sino algo con cierto rigor conceptual, histórico y documental, sin por eso renunciar a los recursos literarios que hacen que una narración enganche o resulte entretenida”. Su desafío personal para con este proyecto tenía que ver con subirle la vara a lo que suele ser este género: “Me daba la impresión de que algunos pocos libros que había de divulgación feminista, hechos en España, acarreaban la idea de la divulgación como un género que tiende a una simplificación conceptual excesiva, o que presenta un recorrido panorámico y no profundiza o no contextualiza las cuestiones que aborda”, explica Abbate.

El libro abarca el recorte temporal que va de la última década del siglo XVIII hasta la última década del siglo XX. De este modo releva los momentos fundacionales y determinantes de los feminismos occidentales -en Europa y Estados Unidos- a partir de autoras consideradas como “clásicas”. Aun así, el interés de la autora por los feminismos latinoamericanos queda reflejado en ciertas líneas a modo de establecer relación entre estas mujeres, pero poco desarrollado debido a que no quiere arruinar el recorte ya propuesto. Probablemente en el futuro considere realizar un nuevo libro, cuyo recorte incluya a los feminismos latinoamericanos y el siglo XXI. A su vez, representa un enorme desafío porque estos no se encuentran sistematizados y/o difundidos en libros de divulgación. “Me parece indispensable retomar el trabajo genealógico que se proponía la intelectual y activista chilena Julieta Kirkwood, o los trabajos de Francesca Gargallo y otras autoras que han apostado a pensar nuestra historia -concluye Abbate, entusiasmada-. Y estoy a la expectativa de un libro de Dora Barrancos que todavía no salió pero sé que sin duda será muy importante para estudiar los feminismos en América Latina”.

«Cuando Cristina levantó la bandera del cupo fue como si se hubiera abierto el Mar Muerto»

«Cuando Cristina levantó la bandera del cupo fue como si se hubiera abierto el Mar Muerto»

Paula Arraigada en una Asamblea feminista en el año 2019

“Activista trans, peronista y feminista. Asesora parlamentaria en la Honorable Cámara de Diputados y referente del Frente de #TODOS.” Así se define Paula Arraigada en la biografía de su Instagram. Suele empezar sus días muy temprano y terminan muy tarde, la mayoría de sus reuniones toman un formato virtual, son de noche y abarcan temas diversos, no sólo las problemáticas de la población trans. Confiesa que esta nueva labor le lleva muchísimo tiempo porque el material a leer es muy denso y abundante. Cada día es un gran desafío adquirir conocimientos sobre aspectos técnicos en materia legislativa. Pero además porque, aunque la ampliación de derechos es evidente, justa y necesaria, normas como la Ley de Identidad de Género y el Decreto de Cupo Laboral Trans/Travesti no siempre se encuentran acompañadas cambios sociales inmediatos, ya que los estigmas y la discriminación siguen latentes.

 “Si te dijera que es fácil, te estaría mintiendo», reflexionó Arraigada en diálogo con ANCCOM sobre su experiencia en el campo de la política. “Primero, ¿cómo hacen política los sectores vulnerados? En segundo lugar, ¿cómo hace política una persona trans? Tercero, ¿cómo hace política una femeneidad trans?”, enumera armando una especie de mapa mental. Todo va en el mismo combo y es una experiencia de la que nadie puede salvarse en un ámbito históricamente hostil. Son situaciones desiguales de poder y complicadas “porque la política no está preparada ni pensada para que las clases populares ingresen dentro de la discusión, para las cuales el entorno académico – que es de otra clase social- si lo está. No para nosotras”, concluyó la asesora.

En su experiencia como militante hubo momentos dolorosos. Rememoró que en 2015 se encolumnó en una organización, donde empezó a notar en carne propia la doble cara política: “Una organización que levanta las banderas de Evita, pero a las clases populares las menosprecia. Recuerdo que en las primeras reuniones territoriales también me decían: “Vos no hables porque vos no sabés hablar”. Hay espacios donde persisten discursos dotados de odio y clasismo. Aunque han pasado cinco años de aquellas experiencias y todo parece estar en vías de deconstrucción, para Arraigada ese proceso no incluye a la toda política: “Yo todavía lo sigo padeciendo. Creo que es muy difícil para las clases populares sentarse en la mesa de los señores y hacer como si nada pasara, como tiene por costumbre una parte de la dirigencia política”. Para ella, los partidos son espacios donde la raíz patriarcal está presente en su origen. “Ese primer contacto que tuve -en 2015- cuando militaba orgánicamente lo puedo contar como parte de la violencia política que viven muchas compañeras, no solamente trans, sino también compañeras cis que vienen de las barriadas”. Por eso el foco está en generar nuevos espacios de inclusión porque “ya no es correcto políticamente que a nosotras nos ninguneen o que no nos dejen hablar. Necesitamos que nos dejen participar a la par, es decir, que ni los varones y mujeres cis sean un paragolpes para nuestros reclamos y para nuestras luchas, que no sean quienes quieran censurarlos”, sostuvo. En su análisis, el recinto aún no refleja representatividad de todos los sectores, todavía se puede notar la ausencia de las compañeras afro, migrantes, sordas, originarias, ciegas, que tienen un cuerpo no hegemónico, de las campesinas y de las villeras. Aun así “nos une la lucha transversal de la ausencia de derechos” y cada vez que una mujer cis o trans asume un rol suele someterse al juego patriarcal que la relega a “que estén siempre en el área de desarrollo social, el área de cuidados o violencias. Nunca vas a estar en lo que tenga que ver con lo más estructural, en pensar una política pública en cuanto a la regulación del trabajo, a la economía. Nunca en los lugares donde se disputa el poder real.”

Las luchas de Diana Sacayán, de Lohana Berkins y de tantas otras compañeras no fueron en vano, ya que marcaron el camino para que hoy exista el Decreto 721/2020 – Cupo Laboral Trans Travesti-. Para Arraigada, el objetivo es lograr que este decreto sea ley, pero la controversia está en quiénes digitarán los puestos de trabajo y para quiénes serán. “Hay muchas compañeras que resaltan la trayectoria de una organización y lo ponen como sello para decir: nosotras tenemos que estar acá y nosotras podemos decidir quiénes ocuparán esos puestos”.  Sin embargo, en los años la vida del colectivo trans no se modificó en ningún sentido y recién en 2020 se puede hablar de una posibilidad de trabajo en relación de dependencia. “El cupo tiene que ser la garantía de empleabilidad y de acceso a las oportunidades de esas compañeras que tienen grabada en su cuerpo la historia y lo que ha sido ser trans y ser travesti” porque el patriarcado intenta ocultar estos rasgos en historias detrás de un pensamiento meritocrático, y esperando a que esas trayectorias y experiencias sean muy parecidas a las de una mujer cis. “Los lugares son para las compañeras que pasan hambre, para las compañeras que no han tenido oportunidad laboral, no para romper un techo de cristal, sino para romper este piso de brea del cual muchas de ellas no pueden salir“, explicó la funcionaria.

“Nuestra batalla no termina con el cupo. Somos, además de travas, peronistas. Siempre vamos a estar militando por este afán enorme que es el que nos endilgó y machacó Evita en nuestras conciencias y corazones que es la felicidad del pueblo, así que la militancia va a ser hasta el último día que nosotras estemos vivas”, expresó Arraigada con emoción, y agregó: “Ojalá que mis compañeras también de una vez por todas empiecen a tener parte de esa felicidad que les fue negada.”

 

¿Qué soñás para el futuro?

 

– Tener días en paz, en un lugar con una huerta, animales y sentada bajo un paraíso tomando mate. Pero sobre todo contemplando todo lo que se pudo hacer.

“Dejé de ser persona y pasé a ser un virus”

“Dejé de ser persona y pasé a ser un virus”

Una pandemia, un sistema de salud sobrecargado de tareas, un Covid positivo y una odisea de un poco más de 24 horas. Carolina Dome es psicóloga y docente, además de ser una de los 27.000 argentinos contagiados del nuevo coronavirus en la Argentina. Víctima de la incertidumbre y la situación de crisis, “dejé de ser persona y pasé a ser un virus, un peligro, una prófuga potencial.” Así se describe ella en un posteo de Facebook que se hizo tan viral como el mismísimo Covid-19.

Mariano, la pareja de Carolina y trabajador de la salud, fue el primero en contagiarse. Decidió confiar en la salud pública, ya que su obra social no les brindaba información clara en torno a los testeos. Así fue como el 3 de junio esperó durante ocho horas el resultado del hisopado en una unidad febril de urgencia (UFU), una serie de containers helados, apartados de un hospital general que Carolina prefiere no identificar para evitar posibles represalias a trabajadores del sistema sanitario.

Luego del resultado, Mariano fue derivado a un hotel de CABA para iniciar el proceso de recuperación lejos de su familia, que aún no presentaba síntomas. Al día siguiente, Carolina comenzó a sentirse engripada y decidió seguir los mismos pasos que Mariano para poder confinarse juntos. Acudió al mismo hospital con su niño de casi 3 años y le permitieron -al igual que a muchas personas con hijos- volver a su casa a esperar los resultados. El positivo fue evidente para Carolina y a partir de ese momento -según el riguroso protocolo de CABA- no se le permitiría decidir  nada más, al punto de que si no se presentaba en el hospital, le advirtieron, la “vendría a buscar la policía”.

El momento de tensión hizo que la fiebre aumentara, al igual que las preocupaciones sobre en qué manos quedaría el cuidado de su hijo. El tiempo corrió lo suficientemente rápido como para que no existieran las explicaciones. “De un momento a otro se tuvo que ir llorando con el tío, que por suerte es conocido y cercano pero no pertenece a los vínculos primarios (como somos los papás, la abuela y una tía abuela)”, contó Carolina, en diálogo con ANCCOM.

Carolina Dome ya se recuperó del Covid.

Al llegar a la UFU solicitó que la derivaran al mismo hotel que su pareja -así su familia podía asistirlos fácilmente- pero la respuesta a ello fue terminante: “No podemos atender los deseos individuales de la gente”. 

Está claro que en un contexto de crisis y años de desfinanciamiento, “las instituciones se vuelven desubjetivantes; se trata a las personas muchas veces como objetos”, analiza Carolina. Esa noche le dijeron: “Andá a la guardia, seguilo a él”. Y esa persona no miró atrás ni un segundo como para darse cuenta de que su paciente se había perdido en una bifurcación de caminos del enorme patio del hospital. Ella dio un grito desesperado: “¿Dónde queda la guardia?” y nadie respondió. Caminó sin rumbo y se cruzó con un camillero que llevaba un cadáver y ahí fue cuando estallaron sus lágrimas. En esos momentos una médica apareció, le dijo “hoy pasas la noche acá” y la llevó al Área de las personas con Covid, neumonía y tuberculosis. La habitación estaba helada, le hicieron exámenes de sangre y casi como para compensar, le dieron un té con dos galletitas de agua. En esos momentos sus pensamientos solo giraban alrededor de una frase: “Así no se cura nadie”. 

Al mediodía las noticias empeoraron y contra su voluntad fue derivada a un sanatorio de su obra social. La idea de recuperarse junto a su compañero Mariano era cada vez más utópica. Confinada en una habitación sin agua y sin baño, logró tomar un paracetamol con su saliva. Esperó con mucha hambre y sin fiebre a que la doctora llegase y pudo escuchar esas palabras que tanto deseaba: “No reunís ningún criterio de internación, andate a casa”. “Esa casa de donde yo venía y de donde nunca debí haber salido,” concluye Carolina en su posteo de Facebook. 

Hoy, la protagonista de esta odisea cuenta que se siente bien, al igual que Mariano que pronto podrá volver a su hogar. Y que lo pasó como “si fuera una gripe, más leve que muchas otras que he tenido. En ese sentido es importante perder el miedo y el terror que a veces algunos medios de comunicación nos imponen o el miedo natural de las personas ante algo tan incierto. Creo que lo que más enferma aquí es la incertidumbre”.

Carolina es una de las 8.000 personas que ya se curaron del Covid 19, un virus que en todo el planeta ya mató a más de 400.000 personas y en la Argentina a 765. La voracidad del coronavirus puso al sistema sanitario -y a buena parte de su personal- en estado de estrés, tanto en el país como en el resto del mundo. Ante cualquier síntoma, los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires deben llamar a la línea 107.

“La herencia de un pensamiento desobediente, crítico y audaz”

“La herencia de un pensamiento desobediente, crítico y audaz”

«Si pudiéramos detenernos a mirar el pasado y comenzar a escucharlo, entonces se podrían oír los ecos de interminables conversaciones feministas que atraviesan los siglos». Florencia Abbate anota esto en la introducción de Biblioteca Feminista, su flamante libro: se iba a presentar el martes 17 de marzo en el auditorio del Museo del Libro y de la Lengua, de la Biblioteca Nacional, pero las prevenciones ante la pandemia postergaron, sin fecha, la cita. Abbate es narradora, poeta, ensayista, docente, Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires y también Investigadora del CONICET. “Cada persona aporta desde donde puede y desde lo que sabe hacer, y de alguna manera me pregunté qué podía aportar como escritora y a la vez como académica e investigadora, y me pareció que un pequeño aporte podía ser un libro de divulgación que recuperara la historia de distintas figuras y corrientes de los feminismos. Me interesaba salir del puro presente y conectar con la historia para poder reflexionar y encontrar en el pasado muchos de los temas y debates que habíamos estado atravesando”, cuenta. Por eso decidió poner en jaque el prejuicio que sostiene que el feminismo es una noción contemporánea y de moda, como muchos dicen actualmente. También da cuenta del principio reaccionario y contestatario de este movimiento frente a situaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres a lo largo de la historia.

Es curioso pensar el término que hace referencia al título y también cómo la autora lo plantea, ya que biblioteca se define por la Real Academia de la Lengua Española como “Colección de libros o tratados análogos o semejantes entre sí, ya por las materias de que tratan, ya por la época y nación o autores a que pertenecen”, entre tantas otras acepciones que tiene el término. “Lo elegí porque quería un título que diera la idea de un recorte subjetivo. Una biblioteca siempre tiene una marca personal: no hay dos bibliotecas iguales. Me gusta pensar que cada quien se refleja un poco en su biblioteca, como algo que se construye a lo largo de los años y va teniendo la impronta de las personas que fuimos en las distintas etapas de nuestra vida”, explica Abbate. Aun así, para que exista una biblioteca tiene que poseer libros en su haber. El concepto de libro es una noción que quiere reivindicar como una fuente fundamental del feminismo y sus bases, de nuestro pasado. La biblioteca también tiene que ver con la herencia, porque los libros conservan y trasmiten una herencia cultural, que en el caso de los feminismos, me parece, es la herencia de un pensamiento desobediente, crítico y audaz”, reflexiona.

El libro tiene como eje a mujeres que dialogan entre sí, y logran que el feminismo se construya a través de la militancia. Es por eso que podemos definirlas no sólo como pensadoras, filósofas o escritoras, sino también como militantes. Olympe de Gouges, Théroigne de Méricourt, Claire Lacombe, Mary Wollstonecraft, Flora Tristán, Clara Zetkin, Alexandra Kollontai, Emma Goldman, Simone de Beauvoir, Kate Millett, Angela Davis, Audre Lorde, Adrienne Rich, Monique Wittig y Judith Butler forman parte de esta Biblioteca Feminista porque -como cuenta la autora- participaron de un hito histórico o marcaron un hito conceptual. Podemos ver cómo en cada época se hizo foco en determinadas cuestiones ligadas a las desigualdades de género, y esto deja en evidencia problemas y debates pasados, que inevitablemente están relacionados a los debates del presente. De esta forma logra mostrar los rasgos de contemporaneidad en textos viejos.

Judith Buttler y Dora Barrancos, dos referentes de Biblioteca Feminista, en un reclamo contra los recortes a la ciencia el año pasado, en el Polo Científico de Buenos Aires.

“Por ejemplo, presentar a Emma Goldman como una pionera de la educación sexual, explicando por primera vez el uso de los anticonceptivos en 1915, o mostrar a Alexandra Kollontai participando del movimiento de mujeres que logró que la Unión Soviética legalizara el aborto en 1920 -subraya Abbate-. O a Clara Zetkin encarnando la lucha de las mujeres trabajadoras por hacer valer sus reclamos dentro de los sindicatos, con demandas como las guarderías en los lugares de trabajo. Kate Millet, Carol Hanisch o Adrienne Rich me permitían reconstruir el feminismo de fines de los años 60, el origen del lema ‘lo personal es político’ y el develamiento de cómo incide la cultura patriarcal en nuestro mundo íntimo, en nuestro modo de amar o de maternar, junto con la idea de llevar ‘la revolución a las casas y a las camas’. Mientras que otras, como Angela Davis y Audre Lorde, me permitían reconstruir el surgimiento del movimiento de los feminismos negros y sus principales aportes conceptuales, como la noción de ‘interseccionalidad’, que hoy se usa mucho y mucha gente no sabe de dónde proviene y cómo se fue elaborando. De la misma manera, todavía mucha gente no entiende por qué a veces se habla de mujeres y lesbianas, entonces me pareció necesario recuperar la obra de Monique Wittig, que fue la que inventó el concepto de lesbiana como una categoría política diferente a las mujeres, y que planteó el carácter cultural de la categoría de sexo, algo que luego retoma y desarrolla en otra línea Judith Butler, de quien también me ocupo. En fin, quería que esas conversaciones entre ellas reverberaran como un eco en cuestiones de hoy”. De este modo se construye el marco histórico en el que se desarrolla cada una, para demostrar que es posible narrar las luchas colectivas y comprender a cada una de estas figuras como una emergente de un proceso más amplio.

Biblioteca Feminista es, entonces, un libro de divulgación, dirigido a personas que quisieran ampliar sus conocimientos sobre historia y pensamiento, algo que, afortunadamente, ya no es solo de interés para «unas pocas». Expone, además, la responsabilidad social por parte de la autora, quien cuenta que no quería hacer un libro de divulgación ‘for dummies’, como usualmente se dice, sino algo con cierto rigor conceptual, histórico y documental, sin por eso renunciar a los recursos literarios que hacen que una narración enganche o resulte entretenida”. Su desafío personal para con este proyecto tenía que ver con subirle la vara a lo que suele ser este género: “Me daba la impresión de que algunos pocos libros que había de divulgación feminista, hechos en España, acarreaban la idea de la divulgación como un género que tiende a una simplificación conceptual excesiva, o que presenta un recorrido panorámico y no profundiza o no contextualiza las cuestiones que aborda”, explica Abbate.

El libro abarca el recorte temporal que va de la última década del siglo XVIII hasta la última década del siglo XX. De este modo releva los momentos fundacionales y determinantes de los feminismos occidentales -en Europa y Estados Unidos- a partir de autoras consideradas como “clásicas”. Aun así, el interés de la autora por los feminismos latinoamericanos queda reflejado en ciertas líneas a modo de establecer relación entre estas mujeres, pero poco desarrollado debido a que no quiere arruinar el recorte ya propuesto. Probablemente en el futuro considere realizar un nuevo libro, cuyo recorte incluya a los feminismos latinoamericanos y el siglo XXI. A su vez, representa un enorme desafío porque estos no se encuentran sistematizados y/o difundidos en libros de divulgación. “Me parece indispensable retomar el trabajo genealógico que se proponía la intelectual y activista chilena Julieta Kirkwood, o los trabajos de Francesca Gargallo y otras autoras que han apostado a pensar nuestra historia -concluye Abbate, entusiasmada-. Y estoy a la expectativa de un libro de Dora Barrancos que todavía no salió pero sé que sin duda será muy importante para estudiar los feminismos en América Latina”.

Repartir pedidos en tiempo de pandemia

Repartir pedidos en tiempo de pandemia

 

 

“Al principio de la pandemia tuvimos un montón de quejas de compañeros que fueron atosigados por las fuerzas policiales, les pedían dinero para seguir trabajando. Pero eso, con el pasar de los días, y debido a las múltiples denuncias y videos, se fue corrigiendo. Específicamente lo pasaron muy mal los extranjeros, porque por más que tengan todo en regla, los asustaron bastante”. El que cuenta esto es Cristian Loccisano, un repartidor que trabaja para diversas empresas con aplicaciones digitales, y conductor del programa radial Cadetes organizadxs, que enfoca en la problemáticas de los trabajadores de empresas digitales de delivery, en suspenso durante estos días de aislamiento social.

Cristian: “Tuvimos un montón de quejas de compañeros que fueron atosigados por las fuerzas”.

Desde el primer minuto del viernes 20 de marzo todo el país quedó bajo cuarentena obligatoria y como consecuencia la mayoría de los comercios dejaron de atender al público y las actividades debieron posponerse o cancelarse. El gobierno se mostró estricto e inflexible y la población, en gran medida, apoyó la medida, demostrándolo en las redes sociales con hashtags como #yomequedoencasa.

A pesar de todo esto, los repartidores debieron continuar trabajando, exponiéndose a sí mismos y a sus familias, principalmente porque no se pueden dar el lujo de quedarse en casa haciendo la cuarentena mientras ven pasivamente cómo su economía se desvanece como espejismo en el desierto.

Cada cadete, para operar, tiene dos permisos. Uno es un mail de autorización provisto por las empresas, y el otro es un código QR directo del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Ambos deben estar a mano en caso de ser controlado por circular, situación muy frecuente, y más aún en el territorio porteño. Las empresas digitales de delivery han establecido protocolos de entrega e informado mediante gráficos explicativos: en caso de un pago con tarjeta de crédito, se le exige al operador que deje el pedido en la puerta de entrada del domicilio y que luego se aleje como mínimo dos metros, hasta que el cliente reciba lo que ordenó. En el caso de que haya efectivo de por medio, se procede de la misma forma, sólo que, el cliente deja primero el dinero en el suelo, también respetando los dos metros de distancia recomendados. Por otro lado, algunas de las compañías entregaron guantes, barbijos y alcohol en gel, aunque las fuentes afirman que el stock no fue suficiente y los puntos de entrega, limitados.

El trabajo de los repartidores colabora para que más gente se quede en casa. La demanda de órdenes aumentó y también varió. Ahora, es mayor el porcentaje de pedidos de farmacia y de compras de supermercado. Por otro lado, la cantidad de trabajadores se vio reducida por las circunstancias dadas. En consecuencia, algunos cadetes se vieron beneficiados en términos de ganancias. Hay una menor cantidad de trabajadores en la calle, más pedidos por usuario y un sistema de “bonus” que se alcanza al lograr distintos objetivos, como cantidad de pedidos en una hora o durante el día, que ahora es más fácil de lograr. Paralelamente, las personas que ya estaban acostumbradas a dejar propina, aumentaron los montos al empatizar con la situación.

Cristian recorre las calles vacías de Buenos Aires en su moto todos los días. Su vida cotidiana no cambió drásticamente, aunque sí el paisaje a su alrededor y el tiempo de llegada a cada destino. Según su experiencia, los controles en la ciudad son mucho más frecuentes que en la provincia. “Han aumentado a medida que han pasado los días –dice-. Hoy, por ejemplo, me pararon siete veces en tres horas de laburo; cuando empezó la pandemia, era una vez o dos veces durante todo el día”.

Las irregularidades y los abusos policiales no son nuevos, plantea Cristian, pero en una situación tan especial como la que está atravesando el mundo, indignan y aún más. Tal es el caso de Eylin Sojo, otra trabajadora, que fue maltratada por las fuerzas mientras esperaba retirar su orden en un reconocido local de milanesas. “Hagan la fila con dos metros de distancia, porque si no van a contagiar al personal –le dijo un oficial de turno -. Seguro son unos locos sin libreta sanitaria ni obra social y se van a morir todos en un hospital público”.

Eylin: “Una sola vez nos dieron un gel antibacterial pequeño, un barbijo y un par de guantes”.

“Nunca había tenido problemas desde que estoy acá en Argentina –cuenta Eylin-. Salvo este inconveniente, el resto está bien, porque tengo todos mis papeles de mi moto en regla, para circular”. Eylin tiene 34 años, es venezolana y desde hace poco más de dos años vive en Buenos Aires, una ciudad que ahora se podría llamar fantasma, ya que la pandemia redujo la circulación de autos y de gente. No es lo que sucedió con los servicios de delivery como Glovo, Rappi, Pedidos Ya y Uber Eats: “La demanda en estos tiempos es mucha, pensé que iba a bajar –dice-. Los pedidos caen uno tras otro, a veces llegan dos o tres por hora. Obviamente, más que nada son de mercados y farmacia”. Suele tomar un primer pedido cerca de su casa, en Caballito, y luego la demanda la lleva hacia Palermo, Recoleta, Microcentro, Puerto Madero: los barrios más ricos.

Aunque las empresas de delivery abogan por entregas sin contacto, depende de la responsabilidad de cada repartidor establecer medidas propias de distanciamiento con el cliente: “No me acerco a la persona en la entrega y siempre les pregunto si desean que les deje el pedido en algún sitio específico -en el piso o en una mesa-  pero son pocos los que me piden, o los que aclaran en la aplicación”, cuenta Eylin. Trabaja para Glovo y recibe correos de la empresa con las medidas de protección. “Una sola vez nos dieron un pack con un gel antibacterial pequeño, un barbijo y un par de guantes”, detalla. Medidas, a decir verdad, insuficientes.

Para Matías Zeballos, de 30 años, que lleva trabajando más de uno como repartidor, no hubo modificaciones significativas en las últimas semanas. Respecto a la dinámica laboral, “lo único que hizo la empresa fue un copia y pega de las recomendaciones que dio el Ministerio de Salud”, asegura, refiriéndose a los cuidados básicos para resguardarse del contagio, y agrega que “no brindan ningún tipo de seguridad. En algunos barrios hay un camión que reparte alcohol en gel, barbijos y guantes, pero lo hace en un horario y zonas muy específicas, y entonces no todos tienen acceso a esos elementos”.

La demanda, según Matías, mantiene un nivel alto como el resto del año, pero destaca un cambio notorio: “Hay muchos más envíos de compras de supermercados –dice-. Sigue habiendo pedidos de productos que no son de primera necesidad, aunque no tanto como antes, porque la gente no se puede dar ese lujo”. Las entregas, al igual que el resto de sus compañeros, funcionan con el menor contacto posible, y esta estrategia no fue motivo de desacuerdos con los clientes, porque “la gente está acostumbrándose” a estos tiempos desconcertantes.

Martín trabaja en atención al cliente en “El Surtidor”, una pizzería en el centro de Ranelagh, una localidad del conurbano bonaerense, a unos 35 kilómetros de CABA. El local se mantiene funcionando con cuatro empleados, y sólo se realizan repartos a domicilio sin cargo mediante un repartidor contratado, cuenta. “Se entrega el pedido con guantes descartables, y en el auto hay alcohol en gel, alcohol rebajado con agua; además, el repartidor usa barbijo y se lo cambia dos o tres veces por jornada. Aun así, algunas personas se acercan al local respetuosamente, pero no los dejamos entrar porque no está permitido. Entonces hacen el pedido desde afuera, tienen que esperar en el auto y el repartidor entrega el paquete sin contacto alguno”, detalla. Asegura que las medidas de higienes son estrictas: la prevención va desde pasar lavandina en los pisos, usar alcohol en gel, limpiar con alcohol líquido rebajado con agua los picaportes, los mismos procedimientos en las mesadas, hasta el uso guantes y barbijos en el personal.

Martín: “El repartidor cambia el barbijo dos o tres veces por jornada. Las medidas de seguridad son estrictas”.

A pesar del rápido impacto de los casos de coronavirus y las consecuentes medidas que afectaron a la economía, la crisis (que impacta en el salario de cada uno de los empleados) no es novedad para ellos. Martin dice, con evidente preocupación en su voz: “Estamos vendiendo un 10 o un 15% de lo que vendíamos antes, y redujimos el horario de trabajo a cinco horas por día (de 18 a 23). Esto nos agarró de sorpresa, pero la situación no venía estable en cuanto a las ventas desde hacía tiempo. Estos últimos cuatro años fueron totalmente negativos, sólo subsistimos, no hubo capacidad de ahorro y sí de deuda, íbamos sobre la marcha. Esta situación nos sobrepasó”.

Néstor Eduardo Riveiro, de 39 años, insiste con que los repartidores asuman los mismos cuidados que los clientes. “El problema es que los cadetes se juntan entre compañeros y, si hay un infectado que no quiere admitir que se siente mal, expone al resto”, dice. Pero los elementos de seguridad (barbijos, guantes, alcohol en gel) deben ser cubiertos por los propios trabajadores, ya que las empresas se los suministraron por única vez al principio del aislamiento social obligatorio, y no dieron pie a la renovación de estos recursos para los días subsiguientes.

El colectivo Ni un Repartidor Menos, que generalmente se centra en casos de violencia laboral y de género, robos, accidentes y enfermedades dentro del rubro, actualmente está concientizando sobre la inconveniencia de permanecer en grupos, la limpieza diaria de la mochila y la ropa de trabajo, y la higiene del trabajador. Además, ideó un nuevo proyecto frente a la pandemia: un seguimiento mundial sobre la cantidad de repartidores contagiados de Covid-19 a causa de la exposición laboral. “Recién se habilitó ayer a través de un documento en Google Drive: los afectados, compañeros o familiares, dependiendo de la gravedad del caso, pueden ingresar y registrar su denuncia ahí”, explica Néstor, que también cumple el rol de representante general de la organización hace más de un año.

Sofía Puente es shopper  para Pedidos Ya en Córdoba Capital. Su trabajo consiste en armar y comprar los pedidos con una tarjeta que le da la empresa. A veces le llegan de a seis pedidos en simultáneo y tiene que tenerlos todos listos antes de los quince minutos: en muchas ocasiones eso no es posible. Ella busca los productos, hace la fila como cualquier cliente, los paga, y se los entrega a los cadetes, que esperan afuera hasta que están listos. Sofía destaca que es afortunada en comparación de los repartidores: “Yo trabajo ocho horas y tengo un contrato, cobro un sueldo fijo sin importar la cantidad de pedidos. Los cadetes no, son monotributistas y cobran por pedido que hacen”, explica. De todas formas, Sofía es consciente de la precariedad de su trabajo: pidió que le cambiemos el nombre porque teme ser echada si sus superiores se toparan con esta nota.

“Hay mucha demanda, pero es porque Pedidos Ya regala vouchers. No vendemos harina, o productos de necesidad, sino papas fritas, cerveza, gaseosas. Todo porque les dan cupones gratis”. Cuenta que, si hay faltantes de alguno de esos productos -como pasa mucho estos días-, la gente cancela el pedido. Y todo el tiempo que se perdió en armarlo, es plata que el cadete pierde. “Nosotros entramos en la categoría de los exceptuados de hacer la cuarentena, pero la gente no lo toma en serio”, asevera.

“Le pedimos a la empresa que nos den elementos de seguridad para afrontar la pandemia -cuenta-. Ellos alegaron no haber podido conseguir y nos dieron mil pesos para que lo compremos nosotros. Los amenazamos con que no íbamos a ir a trabajar y ahí consiguieron todo, incluso el permiso”. Sofía remarca que fueron ellos quienes averiguaron por los proveedores de alcohol en gel y barbijos, y la empresa se encargó de comprarles. Esas medidas de precaución fueron solo para los shoppers: los cadetes debieron arreglarse por su cuenta. “Algunos pocos tienen guantes, otros tienen barbijos –dice-. Alcohol en gel casi ninguno usa, y al estar en la calle tampoco tienen dónde lavarse las manos. Yo los veo preocupados, no tienen ganas de seguir laburando así, pero lo necesitan”. Todos ellos trabajan ocho horas como mínimo, aunque la mayoría está más. Si los repartidores eran ya un emblema del empleo precarizado, la pandemia agudizó al extremo esa caracterización.