«Hacer esto es lo que más me divierte en la vida»

«Hacer esto es lo que más me divierte en la vida»

Guillermo Aquino, en el tradicional Café San Bernardo, en Villa Crespo.

Guillermo Aquino es guionista, actor y editor de El Sketch, escenas humorísticas breves en clave  irónica, ancladas en la actualidad. Comenzó en 2015, en el programa La Hormiga Imperial como un juego, a modo de apuesta tal vez. Pero ese zig zag entre los límites de lo no dicho, pisó fuerte para quedarse y ahora se instaló en el programa “Sobredosis de TV” de C5N. Con visualizaciones en las redes sociales que se multiplican vertiginosamente, coronó su reconocimiento con la yapa de que Cristina Fernández de Kirchner haya compartido dos de los sketchs en su Twitter, a modo de crítica social descontracturada: Malas noticias y el otro fue Principio de año vs. fin de año (2018). Es así que Aquino, casi sin querer, creó un humor que interpela al público desde la cotidianidad, tan simple y compleja.

Es viernes a la noche, y Aquino recién termina de editar su sketch semanal, para la emisión de “Sobredosis de TV” del sábado. Como lo único que quiere es relajarse un poco de la adrenalina, se sirve cerveza con sus dedos pintados de negro. Una uña sí y otra no, como la ambigüedad que caracteriza a su humor, que va y viene a toda velocidad de una punta a la otra. Y cuando el espectador cree que ya sabe dónde va a aterrizar le da una sacudida, dejándolo sumergido entre la risa y algún que otro pensamiento existencial.

Mientras mastica un tostado de jamón y queso, Aquino reflexiona sobre si los sketchs están atravesados por  “humor político”: “Algunos sí y otros no, el principal objetivo es que sea gracioso. También me gustan las temáticas más boludas, aunque en un año electoral es ineludible el tema. Se puede pensar que el sketch tiene un arco argumental, el de esta temporada es la crisis y ya mi personaje se volvió medio chaplinesco. No solo tiene un problema con una persona en particular, sino también con el Estado, con todo el país. La situación social es el nuevo enemigo. A la vez es el tipo de humor que tengo yo y la gente con la que me llevo bien. De todas maneras, tengo varios que me escriben y me dicen ‘yo soy tu fan macrista’, o ‘soy re zurdo, no me gusta cuando te metés en política, pero lo que hacés me causa gracia’”.

 

«Tengo varios que me escriben y me dicen ‘yo soy tu fan macrista’», cuenta Aquino,

En un contexto social como el actual, este humor es la crisis dentro de la crisis, llevando al espectador a que se ría sin estar seguro de qué: si de los personajes, de la sociedad o de sí mismo, representado por alguno de los personajes.

De hecho hay gente a la que solo le causa risa cínica, que se queda en la primera capa. Se ríen del atropello al más débil pero no entienden que detrás de eso hay un mensaje y una crítica. Hay mucha gente así, lo sé por los comentarios. De hecho en un momento pensé: “Voy a empezar a ser más explícito” y después dije: “No. ¡A la mierda! No subestimemos al público”. Porque esto está hecho para alguien que lo sabe entender perfectamente, si yo se lo muestro a un amigo sin decirle nada y lo entiende a la perfección, no es tan difícil. Igualmente, para mí por lo general hay un voto de confianza con quien lo ve, me tienen que dejar ser, como cuando un amigo dice una barbaridad y no se lo juzga porque se saben las intenciones.

(Es inevitable detenerse en la similitud entre cómo se expresa, se viste y se mueve el Guillermo Aquino que toma una cerveza mientras da una entrevista y el personaje de los sketchs, conflictuado para relacionarse con los demás y absorbido por la crisis social. Por más que claramente hay una composición, hay algo entre el personaje y la persona que se difumina.)

“El parecido está en ese sentimiento que tuve hace unos años de estar en contra del mundo, de no poder llevarme bien con nadie. Esa cosa de sentir que no hay manera de avanzar, ni un intercambio humano social que sea exitoso. Tuve muchas épocas así que no enganchaba con nadie, de creer que la gente es mala y están todos locos. Mi personaje tiene un poco de todo eso, pero también es como yo para que se sienta real. Cuando lo empecé, lo hacía como un súper cheto de clase media. Y de a poquito lo dejé, de hecho ya no tenía tanta ropa para vestirme así, de camisa, y entonces me empecé a vestir como mi yo normal. Todo lo demás es construcción, hay de las dos cosas. Siempre me toca hacer más del razonable, del menos malo, pero en realidad en todos tengo un costado medio forro. Es un personaje que me armé, de un tipo medio neurótico y bastante ignorante, pero también víctima de todas las circunstancias. La gente a veces siente la necesidad de clasificar a los personajes: éste es el que me representa y este otro es el garca. Y de repente no te podés identificar con ninguno porque sos un sorete vos también, y nadie es tan perfecto. A uno le encantaría ver que el protagonista haga mierda a los otros, pero al fin y al cabo somos todos un desastre, y no está mal. Creo que está bien que sea así.

Los Simpson, Seinfeld y Woody Allen son las referencias que inspiran a Aquino.

¿Cuáles considerás que son las influencias que fueron generando tu estilo artístico?

Son bastante cipayas: básicamente Los Simpsons y Seinfeld. Soy muy fanático de eso. También me gusta mucho Woody Allen, sobre todo porque el tipo actúa siempre de él mismo. ¡También hace como dos años que no consumo nada nuevo!  Igual, hasta ahora siento que todo lo que conozco, que tampoco es mucho, es suficiente por un tiempo como para procesarlo. Desde mis limitaciones fui encontrando mi estilo, no porque me sobraran cosas, sino por todas las que me faltaban. Cuando lo asumís bien, decís: ”¡Ahí vamos!” Mi estilo es “no sé hacer todo esto”. Aunque al principio lo tratás de ocultar, para mí se arma desde esas falencias. Y a partir de todas las carencias que tenemos se formó la identidad de estilo del sketch. Me parece que se desprende también de mantener lo autogestivo, muy artesanal y de a poquito.

(En algún momento de su pasado, Guillermo estudió cine: considera que aprendió a modo de pantallazo sobre las estructuras, pero nunca llegó a sentirse cómodo con las limitaciones que éstas le daban. Cree que en la composición de los sketchs hay un juego con lo casual y lo improvisado que conforma también las particularidades del producto terminado.)

“Es la manera que yo encontré para que funcione. Me frustré mucho tratando de filmar cosas cuando era más chico, haciendo cortos que siempre quedaban mal. La posta es encontrar lo que a uno le sirva. Lo primero que intenté sacar es la expectativa. En el caso de los sketchs hay algunos que están todos guionados y hay otros que son con una hoja a mano, con listas de chistes o temas. Yo prefiero ir y ver qué pasa en el lugar,. Ver cómo viene vestida la otra persona, que nunca lo sé, y cómo es el lugar, si le entra más el sol o está quemado. Y de ser así meto en el diálogo: ‘¡Uh! ¡Qué solazo!’, y ya se arregla. También la idea es tratar de que sea lo más parecido a la vida real posible. Grabamos con una cámara muy chica, casi sin luces, hay cero invasión. Es como jugar y que se vaya dando solo. El día que se invente una cámara del tamaño de un mosquito, me la voy a querer comprar. Para sumar a esta realidad también elijo trabajar con personas que no actúen profesionalmente, porque aporta en la onda. Cuando alguien no tiene muchas herramientas y lo ponés en una situación así, generalmente sale perfecta la situación, es como que la hace de verdad y surgen reacciones que son rarísimas. Hacer esto es lo que más me divierte en la vida, de verdad. Para mí es medio como una droga, una adicción que tiene ritmos que no son muy sanos, en el sentido de que a veces veo hasta dónde puedo llegar y qué tan rápido lo puedo hacer. Es re liberador sentir que salvaste un poco el día en el último minuto y me genera adrenalina.”

Desde 2015 Aquino pisa fuerte en este circuito y también en el teatro con la obra Antisocial, escrita y protagonizada por él. Es un humor similar a los sketchs, con ironía y cuestionamientos ácidos, pero atravesado por un estilo 100% rockero. La recepción del público es más que buena, y como ya se agotaron las entradas de la función del 14 de junio se agregó otra el 12 de julio en el teatro El Nacional. En un horario que roza la medianoche Guillermo propone un viaje de 90 minutos por el delirio que patea lejos los vaivenes alienados de la semana. En el elenco lo acompañan  Andrés Ciavaglia, Verónica Intile, Paola Rojas y Ximena Seijas.

¿Cómo nació y creció la obra?

La terminé de escribir en 2015 y se estrenó ese año, pero en el texto hay muchos guiños de actualidad que se van cambiando. Antisocial es como el capítulo cero del sketch, escribí la obra y enseguida empecé a hacer el sketch.  La escribí en un momento de crisis, en el que venía trabado creativamente. Estaba en una época de bastantes miedos, de reprimirme y de decir: ‘Tal vez si digo esto van a  pensar que soy así o asá’,y fue un: ‘listo, hagamos todo’. De ahí sale la obra. El personaje que hago se llama Gustavo Aquiles, pero soy el mismo de siempre. Es una especie de alterego, un chabón de treinta y pico que se dio cuenta que el rock le super mintió, que no tiene novia, ni amigos, ni fama y es como la resaca de sí mismo. Todo ese ideal de idiota del rock de la adolescencia lo llevó al fracaso total. Y ahí el chabón se dice a sí mismo: ‘Voy a dejar todo lo malo y me voy a conseguir una novia evangelista’. Se impone que se le acabó la joda y que se va rescatar para siempre, pero sale una última noche a modo de cierre de una etapa de su vida. Tiene cinco reglas: nada de alcohol, nada de drogas, nada de sexo, nada de violencia verbal ni física y nada de fuck you al mundo. Sale con buena onda a conocer gente, pero se cruza con lo peor de lo peor. Así transcurre la obra, derrapando entre el existencialismo y los chistes sobre enfermedades, en pocas palabras es como el sketch pero con anfetaminas.

Femicidio, un documental que le grita al silencio

Femicidio, un documental que le grita al silencio

Mara Ávila, documentalista.

El próximo 7 de marzo se estrenará en la Sala Gaumont del Espacio INCAA “Femicidio. Un caso, múltiples luchas”, un documental de Mara Ávila, quien además de dirigir y guionar, lo protagoniza, haciendo un relato crudo en primera persona del femicidio de su madre, María Elena Gómez –Miss Mariela-, cometido el 19 de julio de 2005.

En un relato cronológico, Ávila pone el cuerpo ante el silencio patriarcal, expresando que lo personal es político, que le permite convertir el dolor en una herramienta poderosa para que la sociedad deje de tapar a sus víctimas y comience por respetarlas. Ávila habló con ANCCOM y desentramó la construcción de esta pieza, que fuera su tesina de grado de la carrera Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires, que ahora llega a la pantalla grande.

“Nadie quiere que le digas que la vida es una mierda”, dice Mara Ávila al comienzo del documental, con una armónica voz que le da cadencia a los 88 minutos del relato. Ella cuenta cómo un día de julio, a sus 25 años, su vida dio un giro, cuando saludó a su mamá apurada y sonriente -su marca registrada- para no verla más. Un femicida, Ernesto Jorge Narcisi, le arrebató a puñaladas lo que más quería en el mundo, a Miss Mariela, profesora de inglés, cariñosa, sonriente y generosa que se visualiza en el registro audiovisual de unos abrazos, con una carta y el idioma inglés que las une: “A veces pienso mejor en inglés, me parece más fácil poner en palabras lo que me pasa”, dice en el documental, y no es casual que elija hablar en algunos fragmentos en ese idioma. Además de estos costados luminosos, decidió mostrar los indicios que María Elena pudo dar a algunos allegados de lo que estaba sufriendo, logrando que su madre se haga presente: “Ella está en todo lo que yo soy, en todo lo que yo hago. Estoy haciendo una película por ella, para ella y por todas las mujeres. Y yo lo que quería hacer era darle voz porque claramente no está, porque tal vez había personas como yo que no sabían lo que le estaba pasando a mi mamá. Por eso me parece importante rescatar unos textos de ella, como ese mail que le manda a un amigo contándole lo mal que la estaba pasando o la charla que tuve con su amigo Charly, que después de muchos años me dijo que él sabía que su pareja le pegaba.”  

A lo largo del documental se registran charlas amenas con familiares, se revisa la causa y se analiza el tratamiento mediático del caso, a los que tuvo acceso recién en el proceso de construcción del documental, nueve años después del femicidio. Este material permitió que surja lo que se había callado en su interior y en su entorno afectivo: “Con todo el proceso del documental empecé a hacer el duelo. Al principio muchas personas me decían: ‘¿por qué vas a hacer eso?’, ‘te va a hacer mal’. Yo creo que decidimos cómo queremos transitar la vida, si queremos quedarnos en la superficie o queremos ir a fondo. Pero para ir a fondo hay que encontrarse con el dolor, con toda la mierda. No es algo grato, para mí hacer el guión fue muy difícil, porque yo estaba muy mal y estaba leyendo el expediente y a la vez tratando de reconstruirme”, reflexiona la documentalista.

En 2014, sobre el momento de finalización de su carrera universitaria, es que decidió que su tesina de grado sea sobre el femicidio de su mamá. En ese momento se enfrentó a algunos artículos periodísticos que trataron la noticia de la muerte de su mamá incluyendo la foto de la víctima muerta, y el rótulo de crimen pasional: “Yo sabía que había salido en los diarios pero no sabía que había estado en la tapa de Crónica de esa manera, no sabía que había aparecido el cadáver en la tapa. Después había otra nota de seguimiento donde también aparecía el cadáver en la camilla, encima decía que él la había apuñalado en la vagina, cosa que era mentira”, recuerda la directora. En esta línea, Mara se replantea si cambió realmente de raíz el tratamiento de los femicidios y el respeto por las que ya no tienen voz: “Sí, era 2005 y estamos en un contexto favorable para un montón de avances, pero todavía nos siguen cosificando, exponiendo a las víctimas, falta hacer bastante para cambiar la manera en que se cuentan los casos. También la cuestión de que detrás de cada víctima hay una familia que requiere un respeto y por la víctima misma que ya no puede hablar ni se puede defender”, expresa.

A lo largo del documental la voz en off de Mara es casi una constante, que también en muchas escenas va acompañado de su cuerpo posicionado mirando a cámara desde diversos planos, afirmando quién es ella y el porqué de la urgencia del relato. “Arranco la película diciendo ‘yo soy una porteña de clase media’, porque ya veo que me van a empezar a criticar en el feminismo: sí, soy blanca, de clase media. Bueno, esto es lo que soy dentro de las posibilidades materiales que tuve. Hice mucha terapia, pero tuve unas condiciones materiales que me permitieron hacer algo para lidiar con mi subjetividad, con mi psique, con todo este trauma, sé que no todos tienen las mismas posibilidades pero igual me fue muy difícil”, expresa. Darle un sentido social a lo que pasó y dejar lugar a una mayor empatía con quienes nos rodean y nuestros afectos, así como el replanteo de las formas en que escuchamos y comprendemos al otro: “Yo necesitaba dejar de culpar a mi mamá. Me parece que también hay que hacer un llamado de atención, pensar la manera en la que nos vinculamos con nuestros afectos y si escuchamos o no, si juzgamos o no. Yo misma lo digo para mí, que me pregunté por qué siguió con él si yo le dije que no me gustaba el tipo. Entonces hay que intentar no juzgar y ver cómo ayudar a estas personas que están en estas situaciones de violencia y que no pueden salir”, reflexiona.

Las expectativas están puestas sobre del estreno: “Va a ser potente porque es muy fuerte, yo creo que es la coronación de este camino de duelo, como que se cierra todo pero al mismo tiempo se abre otro camino en mi vida, que confío que va a ser de más felicidad y paz, esto de sentir que hice todo lo mejor que pude por ella y por mí. Con el documental estoy tratando de hacer algo para que cambie la sociedad, aunque suene muy ambicioso. Ahora encuentro un sentido para vivir aunque mi mamá siga sin estar. Hay personas que ni me conocen y se me acercan porque están pasando por algo similar; y yo encuentro por fin un sentido”.

Impuros ellos, víctimas nosotras

Impuros ellos, víctimas nosotras

Sonia Sánchez fotografiada de perfil.Corre el año 1880 e incontables inmigrantes llegan a Argentina, de variopintos países, culturas y religiones. Esa historia ya la conocemos, pero que entre esos miles de inmigrantes llegaban mujeres que se habían casado con empresarios de la colectividad judía y que las trajeran al país engañadas para convertirse en víctimas de trata de personas, fue y sigue siendo encubierto. “De eso no se habla”, “no hay que dramatizar ni estigmatizar de más”, se atreven a decir investigadores en el documental Impuros. Dirigido por Florencia Mujica y Daniel Najenson, muestra en carne viva los rostros de los traficantes, sus nombres y una historia de encubrimiento e impunidad que se sostiene, de otra forma, en la actualidad.

El documental demuestra la  violencia, el silencio y la vergüenza, de aquellas víctimas de las cuales sus maridos se convertían en proxenetas y ellas no tenían salida alguna. Toda esperanza de un progreso personal en Argentina se hacía añicos, y comenzaban a ser violadas sistemáticamente por 30 hombres por día. Sonia Sánchez, feminista abolicionista, relata y recorre la historia del documental haciendo un anclaje directo con sus vivencias, ya que fue víctima de trata. Pero también lo ancla con la actualidad, que lejos de combatir la trata de personas como dice hacerlo el Estado, cada vez se oculta más y crece proporcionalmente sobre todo en niñas que no llegan a los catorce años.

Sánchez es feminista abolicionista y considera que esa elección es el único camino posible para combatir la trata de personas desde la  raíz. Esta visión de la problemática, habiéndola vivido en el pasado desde adentro, hizo que los directores del documental la tengan en cuenta para participar a modo de relato y nexo con la actualidad.

¿Cómo fue tu acercamiento al documental?

Conocí a los directores. Primero a Daniel Najelson, y  después él se juntó con Florencia Mujica para hacer Impuros y ahí tuvimos una charla. Por mi historia, ellos buscaban una mujer que hubiera pasado por la prostitución y la trata, que tuviera una mirada abolicionista y dijeron enseguida mi nombre. Me gustó enseguida la mirada que se proponía porque es un documental que si quien lo ve no sabe cómo nació el tráfico de personas para explotación sexual en Argentina, Impuros se lo muestra, es el ABC de la trata de personas y del abolicionismo. Te enseña que debemos ser abolicionista si estás contra toda esta violencia, sin decir ni siquiera la palabra abolicionismo. Te lo va mostrando desde el primer segundo, y cómo se ancla con este momento social, que no muestra ninguna evolución, ya que hay una gran embestida reglamentarista en Argentina, para imponer la prostitución como trabajo. Impuros te muestra que hacia fines del siglo XIX y principios del XX, traficaban a las mujeres y Argentina era reglamentarista, y que ellas sufrían siendo víctimas de la trata de personas. Eran traficadas, pero primero debían casarse allá, y las traficaban casadas. En cambio hoy las trafican diciendo que van a tener un trabajo con un salario digno y mueren pobres y putas. En ese momento también, terminaban muriendo pobres y putas mientras los hombres se enriquecían.

En varios momentos vos caminás, tocando paredes y parcelas en el cementerio de La Tablada, donde están enterrados los traficantes, y también tumbas sin nombres y rotas, donde se cree que están las mujeres víctimas, y esto sin saber quiénes son cada una y dónde está el resto. ¿Qué significó para vos ese recorrido?

En el documental se muestra el cementerio de los impuros y las impuras. Fue tremendamente fuerte entrar a ese cementerio de La Tablada: adentro está el otro pequeño cementerio, aislado, donde estaban las víctimas, considerándolas a ellas como impuras, porque está todo roto y lleno de pasto, en forma denigrante. Ahí está tremendamente el olvido, y duele. Yo digo que la marca de la puta si no la trabajás, como persona que ha pasado por la prostitución y la trata, se conforma por el dolor, el silencio y la vergüenza. La vergüenza ahí se convierte en silencio y en olvido. Es tremendamente fuerte y eso muestra el destino de una puta: el olvido, como algo que trasciende sus vidas y sus muertes.

Sonia Sánchez en el cementerio de La Tablada.

«En el documental se muestra el cementerio de los impuros y las impuras», cuenta Sonia Sánchez.

¿Como una huella indeleble que trasciende la vida y la muerte de la persona?

Absolutamente, y por eso yo digo que Impuros tiene que ser mostrado en todas las escuelas, para que nuestros adolescentes, en especial los varones, puedan comprender lo que es la prostitución y la trata. Porque Impuros es una herramienta pura para comprender esta violencia que atraviesa la sociedad. Argentina desde el derecho es abolicionista, aunque desde la práctica no. Hay que pasar el documental en las escuelas para que tengan las herramientas para prevenir. Si nuestros adolescentes miran esta película comprenden cómo nace la trata de personas, qué es la prostitución, para tener las herramientas necesarias y ellos siendo varones, no convertirse en prostituyentes, cuestionar a quienes lo hacen y que puedan charlar entre ellos. Y también a las chicas adolescentes que no las conviertan en las putas del futuro y puedan pedir socorro. Para mí es fundamental Impuros ahí, pero también en los barrios, para que las madres puedan también hablar a sus hijas e hijos.

¿Cuando te propusieron la idea lo visualizaste como una herramienta de transformación?

Sin dudas. Lo miré de esa manera y por eso lo acepté. Como una herramienta más para la comprensión. Además me gustó porque cuando se habla de trata y prostitución en Argentina, en todas las películas siempre muestran a la pobre mujer prostituta que llora. Si eso ya lo sabemos: Sabemos que son las mujeres empobrecidas de nuestro norte, adolescentes ya con dos o tres crías encima. Algunas que no saben leer ni escribir, cagadas de hambre. Tenemos siempre visualizada a la puta, pero ¿por qué no ponemos en cuestión a los varones? Los varones prostituyentes son cuidados, porque esa es la parte fundamental en la trata de personas con fines de explotación sexual. En la prostitución son los varones los más cuidados, sus rostros no aparecen, pero siempre aparece la puta, que es el rostro de cualquier mujer. La puta tiene nombre y apellido, pero el varón prostituyente no, aunque sean la base de este sometimiento y esta desigualdad. Pero ellos viven en nuestras casas, y son nuestros padres, nuestros pastores evangélicos, nuestros jueces, nuestros políticos, los rabinos, son todos los varones. Estas películas que siguen encubriéndolos me hartaron, ya ni las veo.

El documental muestra a los varones, los nombres y las caras de los traficantes varones y lo está poniendo en cuestión. Entonces cómo no iba a ser parte de esto, si yo lucho para que los varones se hagan cargo de esto. De hecho, yo desde el año 2000 no reparto ni un profiláctico a ninguna puta, porque si yo lo reparto sigo sosteniendo la prostitución. Lo que hago es ir y decirle : “Hermana, si vos no querés ser puta estas son tus herramientas. Andá y golpeale la puerta a tu intendente, anda y pateale la puerta a tu gobernador y exigile trabajo, educación, salud, vivienda”. Pero yo  jamás le voy a dar un profiláctico porque así también estoy sosteniendo que el varón vaya de putas. Entonces Impuros lo que hace es mostrar a los varones, la base de esta violencia que es la prostitución, que fomenta la trata. Porque la trata existe porque existe la prostitución, son los varones. Impuros tiene y muestra los nombres de los primeros traficantes, que fueron judíos miembros de la Zwi Migdal, y cómo fueron encubiertos por el Poder Judicial, el aparato estatal y la Policía. Empecemos a poner los nombres de todos los traficantes. Si Argentina ha rescatado a once mil, debiera haber once mil juicios, ¿cuántos hay?: cuatro o cinco, y uno solo que terminó. Debemos dar los nombres de los traficantes también.

Fotografía del registro de prostitutas.

«La puta tiene nombre y apellido, pero el varón prostituyente no, aunque sean la base de este sometimiento y esta desigualdad», expone Sonia Sánchez. 

¿Cuáles fueron los momentos del documental que más te removieron tanto sensitivamente como intelectualmente?

Uno fue cuando fuimos a Santa Fe, al prostíbulo más antiguo  y más caro: Madame Safó. Fue impresionante para mí cuando entré, porque realmente no lo había visto, me filman cuando cruzo la puerta, yo solo lo había visto desde afuera. Me dijeron que mantuvieron todo intacto. Hay una calesita que no nos dejaron filmar, donde todas las putas de ahí se exhibían mientras la calesita daba vueltas. En el pasillo que yo recorro había una mesa gigante donde los varones comían, tomaban, y cuando querían cogerse a la mujer prostituida iban a la calesita mientras daba vueltas y elegían a cuál querían violarse. Era de “primer nivel” el Madame Safó. Te das cuenta por cómo está diseñado y con todo dorado. Cuando llegué fue un golpe muy fuerte en lo emocional. Entrar ahí y caminar, fue como recorrer el prostíbulo donde yo fui prostituida a mis 17 años. Hay una parte que no está en el documental que es cuando hacemos una pequeña grabación en una de las habitaciones, que claro, fue fuerte porque ahí las putas dormían, comían y eran violadas. Fue como remover mi historia, por eso Impuros fue para mí dos procesos: volver al pasado para juzgar el presente, y a la vez sanar. Por lo menos para mí como Sonia Sánchez, por más que ya vengo haciendo estas terapias públicas, para mí fue muy terapéutico.  Fue sanador también porque me sentí hermanada con esas mujeres al leer sus cartas de hace cien años. Impuros muestra que el pasado lejano está presente hoy, aunque tengamos otras herramientas seguimos en la misma. Yo me sentí hermanada con esas mujeres, sentí su dolor en esas cartas, porque me sentí en sus cuerpos. Por eso cuando yo doy mis charlas soy descarnada, que vos como no puta puedas sentir ese dolor que las personas que hemos pasado por la prostitución lo hemos pasado. Quiero construir una empatía, que esa sororidad no quede en una palabra, sino que sea concreto, y hacer que lo que yo pasé no les pase a tus hijas y tus nietas porque vienen por ellas. Entonces me resultó sanador porque sentí su dolor . Si queremos vivir en una sociedad libre de violencia debemos ser feministas y abolicionistas porque no hay otro camino. Entonces es imposible no estar agradecida.

Impuros deja interrogantes y heridas abiertas, sin otro cicatrizante que el hecho de difundirlos y hacerlos públicos, para que deje de suceder. ¿Dónde están esos cuerpos?. Algunos están enterrados en el cementerio de La Tablada, y los otros ¿dónde están?, ¿qué pasó con sus familias?¿Sus hijas? Sobre esto Sonia agrega una experiencia personal que se ancla en forma directa con las atrocidades que explaya Impuros: “Acá estamos a cinco cuadras de la Plaza de Flores, que yo la he bautizado como el cementerio de putas –dice-. Ahí se murieron muchísimas mujeres que yo he conocido. ¿Dónde están sus cuerpos? En el caso de Marta Junco, hacía tres días que no aparecía en la plaza, vamos al hotel y al hospital  y no estaba, después a la morgue, pero ahí nos dicen que lo tiene que retirar un familiar. Vine a mi casa y busqué a familiares y no había ni uno, parecía que ella hubiera nacido de un repollo. Cuando vuelvo a la morgue le digo que no conseguimos a ningún familiar pero que necesitábamos darle sepultura, y el enfermero me dijo que no. Ahí hago la pregunta más estúpida que hubiera podido hacer: ¿qué van a hacer con su cuerpo? Él me responde que nada. Que lo van a donar a la Facultad de Medicina para que los y las estudiantes hagan sus prácticas. La cara de espanto que habré puesto yo que el tipo me dijo: ‘Tranquila señora, hay dos cuerpos más para ser donados’. Ese es el destino de una puta: seguir produciendo. El cuerpo de una puta produce dinero estando vivo y muerto”.

¿Ponerle rostro a ellas es un homenaje? ¿Es darles un lugar que ni siquiera conocieron?

Impuros es para mí memoria activa, es ponerte ahí: pensá, mirá, volvamos otra vez. Tenemos que tener memoria para poder construir una sociedad sin violencia. Es diferente a todas las películas sobre trata que hay. Por eso digo que es memoria activa y eso me gusta. Pone en cuestión el rol de los varones, te deja clarito cómo nació el tráfico de personas. Por eso digo que es necesario que se dé en todos los espacios: en las escuelas, en las plazas, en los barrios.

Ya en su quinta semana de proyección, Impuros se puede ver en el Malba los jueves 13,20 y 27 de diciembre a las 20:30; y también en cine Gaumont todos los días a las 13:45.

Sonia Sánchez de perfil.

Sonia Sánchez sentada a la mesa sobre un banco en una habitación mayormente blanca.

«Impuros es para mí memoria activa, es ponerte ahí: pensá, mirá, volvamos otra vez» explica Sánchez.

Las cataratas de Segey

Las cataratas de Segey

Pedro Barandarian, director de Segey.

La ciudad de La Plata es el escenario que habita un hombre de escasa estatura, con unos peculiares bigotes y solo 42 kilos a cuestas. Pareciera no alcanzar para hacer un film, hasta que habla. Su castellano incómodo deja entrever desde el comienzo el exilio y un misterio que ni él mismo parece saber cómo develar. También sus silencios desnudan el desarraigo, ese de estar sin terminar de pertenecer. Su nombre es Segey, al igual que el del documental, y nació en Estonia. Atravesó desde la guerra contra Afganistán hasta la convivencia con la realeza en Marruecos, sirviendo al rey. Después de esos torbellinos arribó a la Argentina a fines de la década de 1990, y aunque critica duramente a los políticos del país, no piensa en irse.  Ni él tiene claro cómo decidió su destino, pero llegó y acá es pintor autodidacta, que pincela las Cataratas del Iguazú sin haberlas conocido, pero que anhela hacerlo. Cada pizca de él refleja su imbricada historia, la que atrapó y le rogó ser contada a Pedro Barandiaran, su director.

Segey, al igual que el del documental, nació en Estonia. Atravesó desde la guerra contra Afganistán hasta la convivencia con la realeza en Marruecos, sirviendo al rey.

Segey ganó el premio a mejor película en el Festival de Cine Documental de Buenos Aires y se proyectará todos los viernes de octubre en el Centro Cultural Recoleta. Cuando se piensa en la vida de una película, sobre todo en un documental, es imposible no preguntarse cómo se gesta, qué hace que historias tan pequeñas lleguen a la pantalla grande y merezcan ser visitadas. Cómo se confía en que esa vida será capaz de remover a otras. Barandiaran empezó dejándose llevar por su curiosidad: “Conocí a Segey a partir de una nota que leí en un diario de La Plata, en 2012, dice el director. Había un mapa que mostraba dónde quedaba Estonia, y una foto de Segey sonriéndole a un periodista detrás de cámara. La nota no estaba firmada. Eran los highlights de su vida. Me fascinó el aspecto que tenía Segey, parecía un personaje de una película del finlandés Aki Kaurismäki. Lo empecé a investigar por Internet y unos meses después lo fui a conocer a un centro cultural, donde decían que estaba dando un curso de pintura. Cuando fui, tenía una sola alumna, que pintaba en caballete un cuadro de las Cataratas. Todavía estaba lejos de ser una película, pero intuía que tenía un buen personaje”.

En el relato, el protagonista muestra sus pinturas de las Cataratas con orgullo y se convierten en la puerta de entrada  a su universo. No las conoce pero buscó fotos en Internet y parecen haberlo conmovido desde el principio. De pocas palabras, pero seleccionadas con pinza: “Mucho más mejor mirar originales, pero es lejos”, dice Segey. A partir de esa frase, exclamada en su castellano con extraña sintaxis, nace un suceso central de la película: su viaje a las Cataratas, que irrumpe en su vida como una manera de hacer posible lo imposible, y de ver en una persona que atravesó la guerra y el desarraigo, la fragilidad de un niño que se conmueve ante lo desconocido.

“Conocí a Segey a partir de una nota que leí en un diario de La Plata, en 2012 «, dice el director.

 

“A medida que nos conocíamos me iba contando con más detalle las aventuras de su vida, que eran increíbles y parecían no agotarse nunca. Un día le pregunté por su familia, y me contó algo que en la película pasa un poco desapercibido: había hecho la promesa de no sacarse el bigote hasta reencontrarse con Vadim, un hijo treintañero que había dejado en San Petersburgo”, explica Barandiaran, demostrando cómo el protagonista fue soltando de a poco la sensibilidad de los detalles. Por más que expresaba no querer volver a su país y haber sufrido mucho, tenía algo allá lejos que había dejado y le pertenecía, ese hijo al que aún estaba unido por la inmutabilidad de su aspecto físico, a modo de promesa, de lealtad, o  de demostración de amor.

Cuando el director descubrió que la contraseña de la casilla de correo electrónico de Segey es la fecha de nacimiento de su hijo, se aseguró de que la historia merecía ser contada y que ese vínculo iba a ser parte del núcleo. A mitad del relato se hace presente Vadim de manera disruptiva, y es una sacudida emocional en el protagonista y por ende, en los espectadores. El abandono reclama y a la vez el cariño se mezcla con el dolor, en una enredadera de contradicciones. Pero no hay dudas de que le importa y que todo el misterio que abraza los recorridos de su vida son demolidos cuando el hijo lo interpela. “En el desarraigo que él narraba, tener un hijo y la expectativa por volver a encontrarlo era una fisura, una contradicción –dice el director-. Había aparecido un elemento que en su relato de refugiado él decidía suprimir, la familia, pero que era imposible de ocultar por su densidad, un agujero negro que ponía todo a gravitar”.

Durante todo el documental la cámara realmente parece invisible, ya que el protagonista fluye y se desnuda como lo haría en la soledad de un domingo con las persianas bajas. Este resultado deviene de un proceso de dos años de arduo trabajo para conocerlo y crear la confianza necesaria para experimentar. Además, el equipo de trabajo casi que convivió con Segey durante dos semanas, que fue lo que duró el rodaje. Con respecto al protagonista, el director expresa: “También hubo una entrega muy grande de su parte que fue fundamental. Él sabía perfectamente cómo funcionaba esa relación de sujeto y observador, incluso más que yo, y se dejó llevar por lo que proponíamos. Cada vez que prendíamos la cámara surgían cosas muy buenas, de una frescura muy genuina. Sus tiempos dentro del plano son preciosos, y fue lo que me permitió encontrar en el montaje el ritmo de la película”.

Los sesenta minutos que dura la película son punzantes y claros en el mensaje, pero aún así, no se cierran todos los interrogantes que envuelven a Segey. En este sentido, Barandiaran expresa: “Empecé a filmar con las mismas dudas que tenía cuando lo conocí, y las sigo teniendo ahora. Hacer la película no me dio una respuesta sobre las tribulaciones de Segey, y entendí que tampoco iba a poder dárselas al espectador, no quería clausurar nada”. En ese sentido, el documental invita a una construcción activa por parte del público, para intentar soldar los agujeros desde la imaginación. En esta línea, el director expresa que su intención es provocar un sentimiento genuino, acompañarlo sin juzgar e intentar comprender. Por más que su historia sea parecida a muy pocas, la espina dorsal de Segey son sentimientos universales: el miedo, la soledad, lo pendiente e inconcluso, la soledad y hasta la contradicción de no parar de fumar aunque cueste respirar. “La mayoría de las personas están limitadas por dificultades para comunicarse, en una lucha constante consigo mismas –concluye Barandiaran-. Esta es una película que presenta un personaje encerrado, pero que además está al margen de todo, casi colgando del mundo. Y acercarse a su historia es para mí una manera de ensanchar ese margen, que es donde en definitiva creo que habitamos todos”.

Segey se proyecta en el Centro Cultural Recoleta todos los viernes de octubre a las 21.

Resistencia gorda

Resistencia gorda

Mujer parada en una esquina con los brazos cruzados mirando a la cámara.

Una mujer gorda mirándose en un espejo, atravesada por rayas de colores que rozan la psicodelia habita la tapa del libro Gorda vanidosa y sintetiza con precisión lo que transmite cada página. Así, con toda la carne y sobresaliendo sin pudor entre todas las demás, Lux Moreno –en su primer libro- expone a la vanidad como herramienta de resistencia desde el activismo gordo, en una sociedad que propone e impone corporalidades a las que nunca se llega. Sabe lo que le costó construirse, y por eso la gorda vanidosa no agacha la cabeza, te mira fijo y te grita que de este sistema especialista en expulsar no se salva nadie.

En el camino nada fue fácil. Atravesó distintas corporalidades, llegando a la anorexia y crisis anímicas por una nula autoaceptación. Pero en 2013 dijo “basta para mí” y pateó los mandatos. Astutamente no los dejó ir muy lejos, porque en esta mixtura de autobiografía con un vasto marco teórico los desmenuza con una precisión no apta para condescendientes sociales.

¿Cómo comenzó el proceso de escritura?

En realidad me vinieron a buscar de la editorial Paidós. Me pidieron que escribiera un proyecto de libro sobre Crossfit, entonces lo hice desde una perspectiva de diversidad corporal y les gustó tanto que me terminaron pidiendo que escribiera sobre identidad corporal. La idea no era hacer un libro, ya que al venir de la Facultad de Filosofía, trabajo en un registro que es bastante académico. Por eso había que tomar algunas decisiones. Una fue armar un híbrido entre la perspectiva crítica del activismo gordo y el fat body positive, que es la parte más tibia de aceptación corporal que a mí no me interesa. Entonces lo que hice fue partir de mi experiencia, usando la primera persona para ir armando teoría al mismo tiempo. Así, la hilvané con una serie de dispositivos de control, que tienen que ver con el modelo médico hegemónico, los estereotipos de belleza, las tecnologías sobre el cuerpo como el deporte y los modos de reconocimientos: el gran problema del sistema de consumo.

La intersección de esas variables es la brújula que guía todo el libro, y demuestra que su relato no se puede considerar universal. ”Más allá de que haya varios libros sobre experiencias personales de gordas, el tema es que el hecho de ser una gorda que vive en Latinoamérica, en Argentina y de determinada clase social, también dice un montón de otras cosas”, amplía la autora. Por estos motivos, su relato impulsó a que otros quieran contar sus historias desde sus particularidades, o le agradezcan por “al fin” hablar del tema desde este enfoque, convirtiéndolo en una herramienta liberadora.

La autora con los brazos cruzados mirando a la cámara de frente, con una foto de una niña detrás.

La autora Lux Moreno presenta su primer libro Gorda vanidosa, en el que se posiciona en el activismo gordo y propone la vanidad como resistencia.

¿Qué es en tu vida el activismo gordo?

Ser activista gordo tiene que ver con denunciar los estereotipos corporales, y de hecho mi preocupación casi obsesiva sigue siendo el registro del cuerpo, no ser más o menos gorda. También qué pasa socialmente con esas representaciones que tenemos del cuerpo, que hoy en día lo que tenemos es el cuerpo como mercancía, y la idea es preguntarse ¿cómo llegamos a eso, si es un tipo de alienación súper violenta y solo valida una serie de jerarquías? En este caso es: si no sos súper delgado no accedés a la categoría de éxito. Mucho tiene que ver con que yo soy gorda desde que tengo uso de razón. Me hacían mucho bullying. Pasé por lugares más sombríos y oscuros como la anorexia y la bulimia, y quizás fue cuando tenía un cuerpo “correcto” y la presión era terrible. De hecho, ahora me tuve que hacer un bypass gástrico, por la enfermedad de reflujo y bajar de peso no es para mí algo cómodo. Bajo de peso y digo “ay la puta madre, la ropa me queda grande”. Yo voy a ser gorda hasta el día que me muera, aunque baje de peso, porque tengo la marca de la ex gorda. Es una identidad en la que yo me pude reafirmar subjetivamente. Recuerdo que en una nota me preguntaron qué hacía cuando salía de mi casa para sentirme bien. Y yo no hago nada: lo único que hice fue mandar a la mierda todos los mandatos. Por eso la figura resistencial es la gorda vanidosa. Un día me di cuenta de que no había que hacer nada, yo era genial así como era, no me tenía que andar disculpando por ser gorda, o pidiendo perdón por sacarte un poco de asiento en el colectivo. ¿Por qué no ser un gordo vanidoso? ¿Tengo que ser la gorda simpática, la gorda buena onda? ¡Ni en pedo!

El libro lo escribió a gran velocidad trabajando en una oficina full time. Gran parte fue llevada al papel en viajes rutinarios de colectivos o huecos temporales entre las obligaciones. En solo dos meses Lux le dio el cierre a su primer libro. Ella lo relaciona con lo aceitada que tiene la problemática ya que da clases y está escribiendo su tesis de maestría sobre identidad corporal. De todas maneras, no deja de ser poco tiempo, como si de transmitir un mensaje urgente y necesario se tratase. ”La idea era que fuese un texto amigable para quien hace teoría, pero también para quienes no y tengan ganas de acceder a una temática como es la diversidad corporal y el activismo gordo. No quería algo que fuera críptico enunciativamente, y la verdad que lo que es difícil es escribir fácil”, explica la escritora y sin dudas lo logra. El texto llega en su totalidad a quienes se dejan atravesar por sus relatos personales que interpelan y desnaturalizan la cultura, como también a quienes se aferran a autores como Gilles Deleuze y Michel Foucault, porque el marco teórico es el que sostiene y hace crecer todas sus experiencias narradas.

Mujer mirando a la cámara con las manos en la cintura.

«Yo voy a ser gorda hasta el día que me muera, aunque baje de peso, porque tengo la marca de la ex gorda», dice Lux Moreno.

¿Cuáles fueron las expectativas a la hora de escribirlo?

Aunque suene medio berreta, pasó eso de tirar un mensaje en una botella al mar y ver qué pasa. Y siento que por ahora muchas cosas. No tenía la expectativa de que me reconozcan por el libro que hice, pero yo no me achico ante ninguna crítica porque siento que mi opinión es algo válido. Aunque sea conjetural teórica o lo que fuere, siento que construí una voz dentro del activismo gordo y desde un lugar muy particular. Quizás era eso lo que más me interesaba: empezar a atravesar fronteras. Porque el gueto es re-cómodo y divertido pero llega un punto que te hincha las bolas.