Oct 20, 2016 | inicio
Con las consignas “Nosotras paramos” y “Vivas nos queremos”, el miércoles negro comenzó con un paro nacional de mujeres, que se realizó entre las 13 y las 14 en todos los ámbitos laborales. Hubo cese de tareas con ruidazos y cortes de calle en varios puntos del país. La convocatoria –multitudinaria- fue ideada por el colectivo Ni una menos y por varias organizaciones que luchan contra de la violencia de género. ANCCOM estuvo presente en la Procuraduría General de la Nación, en la Biblioteca Nacional y en la estación de Once.
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Actualizado 20/10/2016
Oct 20, 2016 | inicio
Miles de mujeres marcharon, este miércoles 19, desde el Obelisco hacia Plaza de Mayo bajo la consigna “Ni una menos, vivas nos queremos”. Estaban vestidas de negro. La lluvia no las paró. Entre gritos de Justicia y aplausos se observaban carteles como “De camino a casa quiero ser libre, no valiente” y “Yo elijo cómo me visto y con quién me desvisto”.
La convocatoria tuvo como detonante el crimen de Lucía Pérez, la adolescente de 16 años drogada, violada, torturada y asesinada en Mar del Plata. “Veníamos de un encuentro de mujeres histórico y maravilloso. Volvimos con toda esa fuerza para encontrarnos con la brutalidad de ese femicidio, y no quisimos aguantar más”, explicó Manuela Castañeira, integrante de la agrupación Las Rojas y del Nuevo Más. “Nos llamaron las periodistas de ‘Ni Una Menos’, y allí le pusimos todo el impulso a esta organización”.

Cerca de las cuatro de la tarde, y en su gran mayoría vestidas de negro –como proponía la consigna- algunas mujeres solas, otras de a dos, de a tres, otras en agrupaciones, comenzaron a llegar debajo de sus paraguas a la Plaza de la República. La lluvia caía y el viento soplaba fuerte. Sin embargo, los alrededores del Obelisco pronto se vieron cubiertos por una multitud. Y no sólo las mujeres se presentaron. Ezequiel, del Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST), expresó el apoyo a sus compañeras: “Hay millones de formas de ejercer violencia contra la mujer, no solo física, sino del accionar de todos los días. Estoy cansado de escuchar en la calle bocinazos a las mujeres, eso es una forma no física porque no la estás tocando, pero irrumpe en su vida cotidiana”. En los últimos días, existió una controversia respecto a la presencia de los hombres en la marcha. En ese sentido, Ezequiel dijo: “No entiendo la limitación de que sólo las mujeres pueden luchar por las mujeres cuando es un problema que ataña a todo el mundo”.
Al ritmo de los bombos, varias mujeres cantaban “Vamos al paro nacional para gritar ‘Ni Una Menos’, con aborto en el hospital”. A la par, las organizaciones se iban acomodando. Más temprano, mujeres de todo el país habían realizado un paro de actividades durante una hora –entre las 13 y las 14- en consonancia con la movilización.

La marcha se realizó en contra de la violencia femicida, y también se sumó la trama económica relacionada a la desigualdad de género: precarización laboral, brecha salarial y desocupación. Vanina Escales (integrante de la organización de Ni Una Menos y del CELS) dijo al respecto: “Tenemos que empezar a unir el tema de explotación capitalista con la violencia de género”. Y agregó: “La violencia física es contundente, es inapelable, pero hay otro tipo de violencia que es la del orden simbólico en donde esos cuerpos se desenvuelven, y me parece que tendríamos que empezar a mirarla y a señalarla”.
Luego de las 5 de la tarde, comenzó la marcha hacia Plaza de Mayo. Saltando charcos, la gente se movilizó lentamente por las arterias que conducen a la emblemática plaza. A pesar de que la lluvia no cesaba, los paraguas se multiplicaban. Quizás, por la incomodidad de esta situación, uno esperaba ver mal humor en las personas. Pero nada de esto sucedió. Miles de mujeres y hombres marcharon con paz, pero sin perder la fuerza de su lucha. Delfina, una niña de 6 años que marchó junto a su madre, pidió: “Que no pase más esto, que no agarren más a las chicas”.
El sistema político y judicial fue criticado por varios sectores durante el encuentro. Así, Vanina Escales planteó: “Creo que el Poder Judicial dicta medidas restrictivas, por ejemplo, que no es capaz de hacerlas cumplir, entonces esto expone realmente a las mujeres. Tenemos que seguir demandando políticas por ese lado”. Por su parte, Manuela Castañeira -luchadora por los derechos de las mujeres, integrante de la agrupación de mujeres «Las Rojas» y del nuevo MAS- también se refirió al tema: “Yo veo cambios en la sociedad, en la conciencia, en prácticas cotidianas pero no veo cambios en las instituciones. Nosotras estamos muchos pasos por delante y el Estado por detrás”.

A la vez, diferentes sindicatos participaron de esta masiva marcha. Ariel Iglesias, secretario de organización de SUTEBA La Matanza, explicó: “Nosotros discutimos y decidimos en asamblea que nuestro sindicato que agrupa a los docentes varones y mujeres de La Matanza tenía que hacerse presente y ser parte de esta convocatoria para decir ‘basta de violencia contra las mujeres’, no solamente porque estamos en contra de todo tipo de violencia, machista y de género, sino también porque en nuestro sindicato el 85% de las trabajadoras son mujeres”. A la vez, compartió su alegría sobre el “aplauso” realizado en San Justo y Laferrere, y agregó: “Solamente la unidad de todos los varones y las mujeres podrá acabar con el femicidio”.
La organización Personas Trans Autoconvocadas también se hizo presente. Geraldine Lescano, en representación de la entidad, contó las razones de su presencia: “Estamos por la lucha de nosotras como mujeres trans, ya que también estamos sometidas al maltrato y a la marginalidad de muchos sectores”.
Así, la marcha estuvo llena de colores políticos e ideológicos pertenecientes a miles de mujeres vestidas de negro en un día gris. Los hombres apoyaron y acompañaron su lucha, dispuestos a defender sus derechos. Fue un miércoles húmedo, frío, ventoso y negro, pero también fue un día en donde reinó la esperanza y, a pesar de la impotencia ante la violencia que nos acecha cada hora, se observaron sonrisas dibujadas en muchos rostros allí presentes, que reflejaron la tranquilidad de saber que no están solas. Están más unidas que nunca. En sororidad. En solidaridad. Porque además en innumerables oportunidades se remarcó que, las que allí estaban son “la voz de las que no tienen voz”. Miles de mujeres y hombres se movilizaron, en Buenos Aires y en diferentes partes del país y del mundo, por una causa en común: la necesidad de decir “basta de femicidios”.
Actualizada 20/10/2016
Oct 13, 2016 | inicio
“La Argentina sangra por las barrancas del Paraná. Por estos puertos de Rosario y su cordón, hoy en manos extranjeras, se llevan el 75% de la producción nacional. Por allí circula libremente el tráfico de armas y drogas y la trata de personas, que se han convertido en los negocios más redituables e impunes de los últimos años, para beneficiar a los ganadores de siempre: los grandes monopolios imperialistas, las patronales y los terratenientes. Mientras […] nuestra ciudad es el reflejo descarnado de un país donde, a la par de la concentración de la riqueza, crecen la desigualdad y el hambre. El Gran Rosario registró, en el segundo trimestre, el nivel más alto de desocupación: el 11,7%”. El documento de balance de la 31º edición del Encuentro Nacional de Mujeres (ENM) celebrado en Rosario toma las demandas por la nueva situación económico-social como un eje rector para advertir sobre las consecuencias del tarifazo, la inflación, la desocupación y el achicamiento de los programas sociales en la vida cotidiana de miles de mujeres.
Sobre ese cuadro, el debate imprimió las discusiones sobre género, participación sindical, trata y legalización del aborto. Debates a los que el Congreso Nacional y las Legislaturas provinciales vienen corriendo bastante más atrás. “Los secuestros de mujeres de diversas edades para trata con fines de explotación sexual crecieron en los últimos años en Santa Fe […] Nuestra región es, desde hace años, no sólo zona de tránsito y operaciones del entramado criminal de la trata, sino también de reclutamiento. Por año, se realizan 300 denuncias de mujeres que faltan de sus casas”, resalta el documento.

Un signo de este tiempo. El debate sobre la legalización de la marihuana, al menos en lo que se refiere al uso de canabbis con fines medicinales, recién se ha instalado este año en las comisiones del Congreso Nacional, y a pesar de la fundamentación por parte de académicos, funcionarios y asociaciones como “Mamá Cultiva” y “Cannabis Medicinal Argentina” (CAMEDA), sigue en discusión en la comisión de Salud de Diputados. En los Encuentros, sin embargo, es un tema recurrente. En talleres de años anteriores el tema aparece. Hasta se han escuchado recetas de lubricantes de canabbis para mujeres. La novedad de este año es la “institucionalización” del debate con la conformación del taller “Mujeres y Cannabis”.
Además de esa innovación, también se incorporaron otros dos talleres: “Mujeres Trabajadores Sexuales”, impulsado por la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (AMMAR), que ya había funcionado en Encuentros previos pero había sido suspendido por seis años. El segundo: “Mujeres afrodescendientes” que apuntó a debatir la “invisibilización y ocultamiento en los registros de la memoria histórica argentina del pasado esclavista y de los aportes de las comunidades afro al país.

Marcha
“Qué momento, qué momento, a pesar de todo, les hicimos el Encuentro”, anuncia el despegue de la marcha. Y continúa: “Alerta, alerta, alerta que caminan, mujeres del Encuentro por las calles rosarinas”. Una de las que camina es Ramona. Va debajo de una bandera blanca, del ancho de la calle, que dice “Chaco” en letras negras. Es morocha de pómulos altos, y si bien no lleva insignias, integra el movimiento Pueblos y Naciones Originarios en Lucha. “Nosotras venimos con más de 16 años de Encuentros. Luchamos por las verdades de las mujeres de nuestra cultura originaria y sabemos que es importante la unidad de aquellas que vienen desde las provincias a contar sus experiencias porque aprendemos de ellas y ellas de nosotras. Eso es lo que sirve cada año. Yo participé del taller Mujeres de los Pueblos Originarios donde propusimos que el próximo Encuentro sea en Chaco porque además de los 500 años de opresión que cargamos, la situación política es muy difícil. Es importante que las mujeres vean esa realidad y no solo que se la contemos nosotras”.
“El ajuste también es violencia”, “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal, seguro y gratuito para no morir”, son algunas de las leyendas en las pancartas que se amontonan. Banderas wipala, del Orgullo Gay, partidarias, y otras tantas. Pasacalles acompañan: “Desmantelamiento de las redes de trata”. Graffitti con esténcil: “La solidaridad mata al macho”.
Una estudiante de medicina de Rosario camina con su hijo en una tela portabebés que lo envuelve entre sus pechos y le cruza la espalda. “Creo que es importante estar acá por el futuro de mi hijo, para que sea un buen hombre y tenga mucho respeto por las mujeres”, dice. Y sonríe. La marcha avanza sobre el bulevar Oroño. El cielo apenas asoma entre los árboles y palmeras. Un perro callejero rengo acompaña con un pañuelo verde de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito.
Un vecino parado en una esquina comenta a una señora mientras ven pasar la marcha: “A las lesbianas las apoyo totalmente”. Entre tanto, una cuadrilla de mujeres con pasamontañas de colores en la cabeza emulan a las rusas pussy riots, mientras pintan con aerosol la iglesia Virgen del Carmen. El paso de la marcha se aminora, pero no se detiene. El repertorio de canciones apunta directo: “Francisco botón no quiero tu perdón”, “Si el Papa fuera mujer el aborto sería ley”, “Iglesia, basura, vos sos la dictadura”.
Minutos después, el chico que atiende un kiosco de la calle Corrientes ve entrar a mujeres en corpiños, brujas con escobas de paja, chicas con la cara y el cuerpo pintado, otras con peluca. Afuera, la marcha avanza al canto de “vecina, vecina, no sea indiferente a las pibas las matan en la cara de la gente”. Algunos curiosos asoman por los balcones, y otros anónimos reparten botellas de soda.
Promediando el final, se escuchan campanadas de una iglesia. El punto de llegada era el Monumento Histórico Nacional a la Bandera, pero una cuadra antes, en calle Buenos Aires, una parte de la marcha se detiene. Allí, se asientan el Palacio Municipal y la Catedral Basílica Santuario «Nuestra Señora Del Rosario». Un señor en la esquina grita: “Que la calle no calle”, mientras una decena de locales ven pasar a las marchantes.

Represión
Frente a la catedral tapiada, una veintena de varones, jóvenes y mayores, enlazan sus brazos y rezan sin parar un Ave María tras otro. Las cámaras apuntan directo sobre los rostros compungidos porque intuyen que algo va a pasar. Mientras van llegando más mujeres a la Plaza 25 de Mayo, el coro se agiganta “Iglesia, basura, vos sos la dictadura”, “Saquen sus rosarios, de nuestro ovarios”, “Sí señores, sí señores, prohíben el aborto, los curas abusadores de menores”. Otras osan interrumpir el Ave María con gritos cara a cara. Dos mujeres bailan y hacen pogo mientras las cámaras las miran. Al lado dos chicas se besan. El Cuerpo General de Infantería entra en primer plano.
La policía más descabezada de los últimos años desciende sin aura desde el interior de la catedral. Cascos en cabeza, escudos y arma en mano. Un grupo se instala al costado del edificio religioso, en un pasillo que linda con el rosado Palacio Municipal y que conduce al Monumento a la Bandera. Las manifestantes retroceden sobre la plaza, mientras otro grupo sacude las maderas y los andamios que ocultan la Basílica. Una veintena de uniformados se ubican frente a la puerta de la iglesia que, insólitamente, está cubierta de un plástico transparente, como si estuviera embolsada.
Se arma una barricada en medio de la calle. Otra veintena uniformados sale desde dentro de la iglesia. Son mujeres y están con las manos vacías, no tienen escudos ni cascos. Parecen graficar la subordinación de la mujer porque frente a la primera piedra que las roza se cubren detrás de sus compañeros y deben volver al edificio.
Un policía dirige un paso delante de sus subordinados. Apunta al cielo y empieza a tirar. Las hojas de los árboles de la plaza se desprenden. Y tira, y tira, y se responde. Vuelan hierros, piedras y botellas de vidrio. “Somos malas, podemos ser peores”, se escucha. En el medio, la prensa sigue un movimiento pendular. Filman y fotografían la trinchera de un lado y a la policía de otro.
José Granata, reportero gráfico de Telam, llega a la plaza un rato después del arribo de la marcha. Siete impactos de balas de goma sobre la cara y el cuerpo no lo dejan sacar ni una foto. Jhoana, fotógrafa de la Garganta Poderosa, también tiene la huella de una bala de goma en su cara. Alberto Furfari de Canal 5 y LT3 de Rosario, Pedro Levy de Televisión Litoral, Sebastián Pittavino de Revista Panza Verde de Concordia; Laura Sosa de Mucho Palo Noticias, y Gisel, corresponsal de la Agencia de Noticias RedAcción (ANRed). Más tarde, el Sindicato de Prensa Rosario (SPR) repudiará la represión.
Cierre
El acto de cierre se realiza en el Monumento que rememora el primer izamiento de la bandera Argentina. De los dos días de sol intenso sólo quedan las mejillas rojas. La lluvia llega el feriado del lunes. Podría sólo ser parte de una anécdota pero termina definiendo la escena. El sonido falla, no se pueden leer las conclusiones.
Frente al escenario, cientos hacen alarde de la próxima sede: Chaco. Más al fondo, replican, “que se vote”, mientras agitan unos papeles firmados en sus manos. Ese grupo sostiene que en los talleres se votó para que la próxima sede sea la Ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, históricamente, en los talleres de los Encuentros no se vota, y el mecanismo oficial es el consenso. El argumento abreva la idea de pluralidad, donde ninguna posición está por encima de otra, reconociendo que la opresión de género trasciende otras diferencias políticas. Así ha venido funcionando desde 1985. Por este motivo, las firmas no se tienen en cuenta y se define por la ovación de las presentes. La comisión organizadora consagra a la provincia del Norte, no sin resistencias. En las próximas semanas, quizás el panorama se aclare.

Actualizado 12/10/2016
Oct 12, 2016 | Entrevistas
Paola Salgado Piedrahita es abogada y activista por el derecho al aborto. Feminista y defensora de los derechos humanos. Joven y luchadora. En Rosario, en medio de la Plaza San Martín, punto principal del Encuentro Nacional de Mujeres (ENM), habla con una y otra persona, se pasea entre los puestos de la feria y llega a la radio feminista montada bajo un gazebo y una montaña de cables. Enfrenta el sol tajante con una visera y unos lentes, y toma el micrófono con fuerza para hablarle a las mujeres argentinas mientras, en algún recuerdo no tan lejano, imagina estar frente a sus colegas colombianas. El exilio es nostálgico. Paola aterrizó en Argentina en octubre de 2015, veinte días después de haber salido de la cárcel El Buen Pastor, en Bogotá, donde permaneció detenida, acusada de “terrorista” por su militancia en el Congreso de los Pueblos y su tarea como coordinadora de un programa de salud reproductiva. “Caí en una causa armada por parte de la policía y la fiscalía. Me vincularon a un proceso judicial por terrorismo. Hubo una judicialización no sólo policial, sino también mediática”, reconstruye.
¿Desde cuándo te considerás feminista?
Fue en 2005, cuando empezó a hacerse más fuerte la campaña por la legalización del aborto. Ahí comencé a informarme, a reunirme en grupos de estudio y participar de las discusiones. Estudiaba derecho en la Universidad pública y al principio me involucré en organizaciones como activista de los derechos humanos, frente a la realidad que vivíamos en Colombia. Pero en 2005, con el reclamo por el derecho al aborto, decidí vincularme con la lucha feminista.
¿En qué agrupación empezaste a participar?
En estos once años de lucha, he trabajado dos ejes importantes: el aborto legal y la violencia sexual contra las mujeres en el marco del conflicto armado. Empecé con un proyecto de base estudiantil que se llamó Escuela Feminista, y luego participé de la fundación de la Confluencia de Mujeres para la Acción Pública, que es una red nacional de mujeres campesinas que está en distintas ciudades y que es parte del movimiento social Congreso de los Pueblos. Con la red, la idea fue salir de lo académico y de lo intelectual para aportar al movimiento popular en Colombia y combatir el conflicto armado en el país.
Desde 2005 estás en la campaña por la legalización del aborto, ¿cuánto se avanzó en esta causa?
Por ahora hay tres caudales legalizados: peligro de la vida de la madre, malformaciones o incompatibilidad del feto con la vida y violación sexual. Si bien en los hospitales públicos todavía no se ha logrado implementar la ley como se debe, en Colombia hay prestadores privados legales que brindan la atención médica debida, con un enfoque social que permite a las mujeres más pobres poder acceder, acompañadas de programas estrictos de educación sexual y de anticoncepción. Sabemos que las mayores barreras para un aborto legal y seguro están en el mismo cuerpo médico, porque si bien se modifica la ley, no se modifica la forma de pensar.
¿Cuál era el rol del Programa de Salud Sexual y Reproductiva del cual estabas a cargo en Bogotá?
El trabajo está en lograr que los profesionales de la salud tengan la mayor claridad posible sobre qué hacer en los casos de aborto, y que entiendan que tienen un rol protagónico para garantizar la vida y la salud de las mujeres. Nosotras los ayudamos a elaborar los protocolos y los apoyamos en el proceso de formación. Como profesionales nosotras tenemos que hacer cumplir la ley, y por eso queremos que los trabajadores de la salud entiendan que somos sus asesoras y sus acompañantes, que queremos que lo hagan bien y que cumplan el rol que tienen que cumplir.

En 2015 tuviste que abandonar la coordinación del Programa, ¿Qué pasó?
Estuve desde el 2013 hasta el 2015. El 8 de julio del año pasado caí en una causa armada por parte de la policía y la fiscalía que me vincularon a un proceso judicial por terrorismo, donde hubo una judicialización no sólo policial sino también mediática. Conmigo se llevaron a otras doce personas. Estuvimos en prisión dos meses, y aún sigue el proceso judicial. Tenemos el riesgo de ser condenados a 30 años de cárcel por terrorismo, por haber sido vinculados a una protesta estudiantil en la Universidad Pública. Entre los 13 detenidos hay estudiantes y además personas vinculadas a diversos sectores. La única coincidencia es que todos pertenecemos al Congreso de los Pueblos. Lo que entendemos es que fue una excusa para criminalizar al movimiento».
En 2003 el gobierno de Álvaro Uribe, actualmente principal crítico del acuerdo de paz entre el Estado y las FARC y líder de la campaña por el “no”, logró que el Congreso aprobara el Estatuto Antiterrorista en Colombia. Este documento modifica cuatro artículos de la Constitución que dejan el camino libre para que unidades especiales de la policía judicial y también fuerzas militares puedan interceptar a los ciudadanos sin previa orden judicial, además de ejecutar detenciones, allanamientos y registros domiciliarios. En 2006, aún bajo la gestión de Uribe, este documento se formalizó en la ley 1121, por la cual se dictan normas para la “prevención, detección, investigación y sanción de la financiación del terrorismo y otras disposiciones”.
Mencionás que uno de los ejes es la violencia contra las mujeres dentro del conflicto armado, ¿A qué te referís?
Cuando la militarización ocupa un pueblo sucede como en las guerras medievales. Llegan a reclamar el territorio a través de la violencia, y con la misma violencia toman el cuerpo de las mujeres. Entonces, la mujer se convierte en un instrumento en disputa por parte de los guerreros. Castigar a las mujeres es igual a castigar al enemigo.
¿Qué pasa con esas mujeres después de las situaciones de violencia?
Para las mujeres que sobreviven de la desaparición forzada de sus familiares queda la marginalidad, la exclusión social y la pobreza. Estas mujeres víctimas de la guerra que son desplazadas de sus territorios, terminan engrosando las redes de prostitución y de explotación en el trabajo doméstico informal.
¿Cómo se puede revertir esta situación?
Lo que hay que hacer es apropiarse de la participación política, de los espacios públicos. Construir la paz en Colombia implica construir transformaciones sociales y duraderas que abran espacio a la voz de las mujeres.
Y ahora que en el referéndum se votó el “no”…
La campaña por el “no” utilizó un discurso misógino y un discurso de discriminación. Nos surge la preocupación de que se construya un modelo ideológico de derecha en el país, que entendemos que nace del miedo de que las mujeres salgamos de la casa a la calle a reclamar, a dejar los lugares tradicionales, y también miedo a que la enseñanza de género en las escuelas pueda transformar en homosexuales a los niños. En definitiva es lo mismo que ocurre en Brasil en el golpe contra Dilma. Si no se transforma el modelo de país, y en esto las mujeres tienen un rol importantísimo, el conflicto armado no va a desaparecer. Hay una frase que tiene que ver con esto y que decimos mucho allá: en Colombia es más fácil armar una guerrilla que armar un sindicato.
El 11 de septiembre del 2015, el Juzgado N°44 declaró que el procedimiento de captura de los trece integrantes del Congreso de los Pueblos era ilegal y que la orden de prisión preventiva no tenía fundamento jurídico, no había argumentos legales. Sin embargo, tanto Paola como los demás continúan relacionados al proceso judicial.
Desde que saliste de la cárcel estás viviendo en Argentina. El exilio, ¿es decisión personal o es decisión política?
Es personal y política. Política porque la situación es complicada de afrontar allá, en especial por una serie de condiciones de riesgo que no vale la pena asumir. Y personal porque fue una recomendación tanto del Congreso de los Pueblos como de los organismos de derechos humanos que nos acompañaron en el proceso. La refrendación de los acuerdos de paz abría una posibilidad para regresar porque la jurisdicción especial de paz incluía algunos beneficios para referentes sociales judicializados que nos daban la posibilidad de regresar. Con el “no” eso queda en el limbo y nos toca seguir esperando.
Actualizado 12/10/2016
Oct 12, 2016 | inicio
“Algo cambia en cada mujer que participa”. La frase se repite todos los años en cada Encuentro Nacional de Mujeres (ENM). Y vuelve a repetirse en Rosario, un escenario especial para el debate: la ciudad vio crecer sus niveles de desocupación en el último último trimestre; tiene la cifra más alta de homicidios de todo el país; se ubica entre las primeras en robos; y denuncia el accionar de redes de trata y narcotráfico. Detrás de los grandes números asoman los testimonios que buscan modificar esa realidad.
Las mejillas de más de 70 mil mujeres se sonrojan. No es vergüenza, tampoco timidez. Es el sol rosarino que luce como anfitrión. En el Monumento a la Bandera, parte de las doscientas integrantes de la comisión organizadora del 31 ENM reciben con las cabezas calientes y el ceño fruncido a las delegaciones de todo el país. Después del acto de apertura, se repasa el cronograma: inscripción de las participantes, inicio de los talleres –que estarán dispersos en trece sedes- desde pasado el mediodía hasta las 18:00. Al día siguiente, continúan los talleres desde la mañana, pausa para almorzar, y nueva tanda de discusiones hasta las 19.00, hora estipulada para la marcha. Un día después, acto de cierre y fin. Por momentos, Rosario sólo será un telón de fondo. Los talleres son el corazón del asunto.

Los reclamos entre la multitud , en el 31 Encuentro de Mujeres en Rosario.
En esta edición se definieron 69 temáticas: Movimientos de Mujeres y Activismos; Violencia, Abuso y Acoso Sexual; Feminización de la Pobreza, Mujeres y Trabajo Productivo, entre otras. Cada taller aborda exclusivamente una temática, pero no hay un taller por tema sino varios. El aumento constante de participantes a lo largo de los años hizo que cada tema se replique y divida hasta en una veintena de espacios, superando los cien talleres.
En el patio de la Escuela Normal Superior Nº 2 hay un banco de madera en el que reposan Laudonia y Claudia. Madre e hija se reponen luego de un largo viaje desde San Salvador de Jujuy. La primera es jubilada y asiste a los Encuentros desde 1986: “Al principio no había más de cien mujeres, ahora somos miles. Siempre viajé a todos lados y a Rosario es la tercera vez que vengo”, dice antes de enumerar las ciudades que visitó. La hija es portera en una escuela pública. Dice que nunca pudo viajar porque siempre tuvo que trabajar y cuidar sus hijos: “Conocía sólo lo que ella me contaba, y ahora la acompaño porque ya no puede venir sola. Para mí es una sorpresa enorme”. Las dos quieren entrar a alguno de los talleres sobre trabajo. Apuestan a dar testimonio. “En Jujuy, si no tenés contactos o si no estudiaste y llegaste a un título es difícil conseguir trabajo, por eso la mayoría de las mujeres son vendedoras ambulantes”, explican. Claudia asegura que en los últimos meses las condiciones empeoraron. “En la provincia desguazaron todo, el trabajo de las cooperativas, las piletas para los chicos, todo. Y a Milagro Sala la meten presa y después recién quieren averiguar qué hizo”, dice mientras Laudonia mira de reojo un aula buscando lugar, pero los carteles de “completo” la disuaden.

En esta edición se definieron 69 temáticas: Movimientos de Mujeres y Activismos; Violencia, Abuso y Acoso Sexual; Feminización de la Pobreza, Mujeres y Trabajo Productivo, entre otras.
Cada taller limita el número de participantes a la capacidad del aula o espacio donde funciona, para garantizar de ese modo que todas puedan hablar y escucharse. La dinámica es simple: nadie discursea desde un atril, mesa de especialistas, escenario o elevación similar. Por el contrario, todas cuentan sus experiencias sin que alguna domine la toma de la palabra. Las presentes definen quiénes son las coordinadoras y secretarias, dos papeles que no pueden excederse en sus funciones; la coordinadora debe ordenar el debate y garantizar que todas puedan hablar, y las secretarias tienen que tomar nota de los debates. Luego de dos días de discusión, se elaboran conclusiones por taller, que luego son leídas en el acto de cierre y publicadas una vez finalizado el Encuentro.
Entre los árboles de Plaza San Martín, frente a una sede del gobierno provincial, cuelgan siluetas humanas de color rojo. Los carteles dicen: “Lucrecia Lescano, 30 años. La tierra que él le echó no cubrió sus golpes ni puñaladas. El Chocón, Neuquén”, “los pedazos encontrados de su cuerpo denuncian los golpes que sufren las que siguen vivas. Elizabeth, 2008”, “apenas 14 años baleada por su padrastro. Yasmín no sobrevivió. 2016 Comodoro Rivadavia”. En esa misma vereda, Sara acaba de desplegar una manta con sandalias. Lleva trenzas y pollera bastante por debajo de las rodillas. Como en cada caso, la experiencia personal brota recién después de un rato. “Yo ayudé a una amiga a buscar a su hija, Analía Suarez, que fue víctima de una red de trata. Es terrible porque estamos en una zona de frontera, donde hay muchos casos pero quizás de diez sólo uno se difunde”. Enseguida mana su admiración por Susana Trimarco. “A pesar de que la quisieron ensuciar, ella llamó a los medios nacionales para mostrarles todos los papeles, y demostrarles que mentían”, subraya. Su puesto es parte de los artesanos y puesteros que viajan desde Jujuy a los Encuentros. “Hace más de diez años que vengo, pero en los últimos tres no puedo ir a los talleres por cuestiones económicas, tengo que mantener a mi hijo que fue a estudiar a Córdoba, pero hay otros puestos que reparten la tareas, los hombres venden y las mujeres van a los talleres”, explica.

El Encuentro también organizó más de ochenta actividades culturales, desde obras de teatros, presentaciones de libros, bandas, charlas, peñas, proyecciones, muestras, intervenciones y debates por fuera de los talleres.
Además de las trece sedes donde funcionan los talleres, las plazas y veredas de Rosario son lugares de intercambio de mates y anécdotas. Las plazas están llenas de feriantes como Sara. Ofrecen productos norteños -en cierto modo ajenos al tema que convoca- mientras que otras mantas exhiben libros, afiches, remeras, parches, y más, todo relativo a mujeres y feminismo. Los alojamientos de Rosario están colmados, también las escuelas y universidades hospedan a quienes bajaron de los micros. Los cajeros de la ciudad están vacíos, y cada tanto se escucha entre algún grupo “pagá vos con débito y nosotras te damos efectivo”. En cada bar, heladería o restaurant el procedimiento es el mismo, se compra algo -o no-, se pregunta por el baño, y de paso alguna aprovecha a cargar su celular. Mueven las sillas, juntan mesas, y los locales cambian su fisonomía. Otros grupos más numerosos no compran, llevan sus viandas.
Gabriela vino a su primer Encuentro desde la ciudad de Goya, Corrientes. Es militante de derechos humanos, hija de un ex integrante del PRT, y participa junto a sus amigas que ya habían asistido en otras oportunidades. “Yo vengo de familia del agro y por eso fui al taller de Mujeres en el Ámbito Rural, donde teníamos que hablar del rol de la mujer en ese contexto. Pero a veces se la deja de lado porque hay otras necesidades en el campo, como por ejemplo el tema de la tierra para los pequeños productores. Por eso pedimos un banco de tierras y semillas”, señala. Y explica: “En varias provincias como la mía hay muchos terrenos fiscales, de los que se han apoderado grandes terratenientes -como pasó en el Iberá- o siguen siendo del Estado. Con eso se puede armar un banco de tierras que sean accesibles para el pequeño productor y para la agricultura familiar. Sabemos que una reforma agraria es más difícil, pero estaría bueno pensarlo”.
Gabriela dice que en el taller contó el caso de su amiga que al separarse se hizo cargo de un campo que estaba deteriorado: “Terminamos haciendo los potreros, el alambrado, todo, y sacamos el campo adelante. Algunos hombres se reían porque lo que ellos hacían en unas semanas, a nosotras nos llevó dos meses, pero lo importante es que se pudo”. Y continúa: “En el campo pasas de adolescente a madre, por una cuestión de economía, la mujer muchas veces no decide porque las cuentas las maneja el hombre, pero más allá de todas las experiencias siempre terminamos en el problema de la tierra”.

Más de setenta mil mujeres dijeron presente en las calles de Rosario.
Cerca del mediodía, dos chicas están sentadas en el patio del Normal Nº2 que data de 1910. Miran a un par de niñas y niños que corren de un lado a otro. “Somos de Glew, provincia de Buenos Aires”, comentan a dúo. Las dos son madres, una tiene 20 años y viajó con sus dos hermanas mayores y con su nene que no llega a jardín. “Si no lo podía traer, no venía”, dice. La otra tiene 25 y dejó a sus tres hijos con el padre y la abuela para poder viajar. Es su primer Encuentro y se percibe en sus miradas de extrañeza. Trabajan en cooperativas de la zona sur: “Por eso estuvimos en un taller sobre trabajo pero no entendemos todo lo que dicen y nos da vergüenza hablar, porque no sabemos qué decir”. Explican que no están acostumbradas a ver mujeres con pelos sin depilar, manifiestan estar en contra del aborto, y se preguntan cómo las chicas lesbianas se enfrentan a sus padres. Explican que si bien no es frecuente, las mujeres ahora participan de las cooperativas de construcción: “Nosotras hicimos en nueve días unas veredas que se esperaba que nos llevaran un mes”. También colaboran sirviendo la copa de leche para chicos del barrio. “No es pago, pero te sentís re bien cuando vienen los nenes de la escuela y van corriendo a agarrar la factura”, puntualizan.
Valentina Pereyra nació con otro nombre en Santiago del Estero, pero a los 17 años decidió irse a Buenos Aires para ser quién quería ser. Integra la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgénero de Argentina (ATTTA) y se define trans. “Planteamos en los talleres de Personas Transgénero, Transexuales y Travestis que si las feministas nos hubiesen apoyado con la ley de cupo trans desde el inicio, eso se podría haber sancionado antes”, sostiene. A su vez, dice que en el taller mencionó como necesidades fundamentales “el acceso a la salud pública, al trabajo y a la vivienda”. Y amplía: “Las oportunidades para nosotras son diferentes porque partimos de una desigualdad. También apoyamos un proyecto de ley de reparación histórica para quienes tienen más de cuarenta años, que como decimos nosotras, son sobrevivientes, porque nuestra expectativa de vida no supera esa edad”. Valentina era trabajadora sexual hasta que logró ingresar a trabajar a la Municipalidad de La Plata. Sin embargo, en enero fue despedida junto a otros trabajadores. Logró ser reincorporada por intermediación del Poder Judicial.

En el Taller sobre Trata todas cuentan sus experiencias sin que alguna domine la toma de la palabra.
El Encuentro también organizó más de ochenta actividades culturales, desde obras de teatros, presentaciones de libros, bandas, charlas, peñas, proyecciones, muestras, intervenciones y debates por fuera de los talleres. En paralelo a los espacios oficiales, las plazas son puntos de pausas para tomar mate o ponerse al sol.
Berenice llegó desde La Plata para ser parte de los talleres y para vender la copa menstrual, elemento siempre presente en los Encuentros. “A los tres meses que empecé a usarla me pareció que lo tenía que difundir y por eso estoy acá, no por rédito económico”, dice.
Casi como una parodia del destino, en la mayoría de las aulas de la Facultad de Derecho de la Universidad de Rosario (UNR) se ve un cartel que indica “Estrategias para el Acceso al Aborto Legal, Seguro y Gratuito”, junto a otro que también se replica: “Completo”. María sale refunfuñando de un aula, con sombrero negro y bastón. Se define como ex montonera y asegura que perdió a su marido y a su único hijo biológico por la dictadura. “Hay que juntar firmas para exigir que se legalice el aborto. Recién propuse que juntemos firmas y yo misma me ofrecí a llevárselas a (Mauricio) Macri pero no aprendemos más”, dice. Minutos después reconoce que no confía para nada en que el Presidente vaya a dejar que se apruebe. En el patio de la Facultad un grupo de mujeres toma mate dulce. Petronila es la única que se anima a hablar: “Este año no estamos participando de los talleres porque estamos encargadas de atenderlas a ustedes”. Cuenta que están organizadas en Mujeres de ATE y que son las garantes de la limpieza y orden de los baños, permanentemente atestados. “Es cierto que los Encuentros te cambian, que una no es la misma después”, repite. Mientras tanto, las demás acotan, hablan de la importancia del trabajo para valerse por sí mismas y la necesidad de transmitir la experiencia en los talleres: “Yo les digo a mis hijos, y también a las chicas de acá, que no se dejen controlar, que no dejen que les pregunten todo el tiempo a dónde van, o les revisen el celular”, afirma. Rato después deja asomar su experiencia personal: “Yo fui víctima de violencia, porque el padre de mis hijos me pegaba, pero gracias a mi familia y compañeras pude salir, pero no todas tenemos la misma suerte. Yo me vi durmiendo con mis hijos en una plaza. Pero me cansé, agarré un velador de bronce, lo golpee en la boca y le bajé los dientes. Hoy mis hijos me reconocen que yo fui madre y padre. Pero superada esa relación, tuve otra pareja que terminé tirándole toda la ropa a la calle porque volví a sufrir violencia, ya no física sino psicológica”, confiesa.

“Algo cambia en cada mujer que participa”. La frase se repite todos los años en cada Encuentro Nacional de Mujeres.
Actualizado 12/10/2016