Por Ariadna Dacil Lanza
Fotografía: Melody Abregú

“Algo cambia en cada mujer que participa”.  La frase se repite todos los años en cada Encuentro Nacional de Mujeres (ENM). Y vuelve a repetirse en Rosario, un escenario especial para el debate: la ciudad vio crecer sus niveles de desocupación en el último  último trimestre; tiene la cifra más alta de homicidios de todo el país; se ubica entre las primeras  en robos;  y denuncia el accionar de redes de trata y narcotráfico. Detrás de los grandes números asoman los testimonios que buscan modificar esa realidad.

Las mejillas de más de 70 mil mujeres se sonrojan. No es vergüenza, tampoco timidez. Es el sol rosarino que luce como anfitrión. En el Monumento a la Bandera, parte de las doscientas integrantes de la comisión organizadora del 31 ENM reciben con las cabezas calientes y el ceño fruncido a las delegaciones de todo el país. Después del acto de apertura, se repasa el cronograma: inscripción de las participantes, inicio de los talleres –que estarán dispersos en trece sedes- desde pasado el mediodía hasta las 18:00. Al día siguiente, continúan los talleres desde la mañana, pausa para almorzar, y nueva tanda de discusiones hasta las 19.00, hora estipulada para la marcha. Un día después, acto de cierre y fin. Por momentos, Rosario sólo será un telón de fondo. Los  talleres son el corazón del asunto.

Los reclamos entre la multitud , en el 31 Encuentro de Mujeres en Rosario.

Los reclamos entre la multitud , en el 31 Encuentro de Mujeres en Rosario.

En esta edición se definieron 69 temáticas: Movimientos de Mujeres y Activismos; Violencia, Abuso y Acoso Sexual; Feminización de la Pobreza, Mujeres y Trabajo Productivo, entre otras. Cada taller aborda exclusivamente una temática, pero no hay un taller por tema sino varios. El aumento constante de participantes a lo largo de los años hizo que cada tema se replique y divida hasta en una veintena de espacios, superando los cien talleres.

En el patio de la Escuela Normal Superior Nº 2 hay un banco de madera en el que reposan Laudonia y Claudia. Madre e hija se reponen luego de un largo viaje desde San Salvador de Jujuy. La primera es jubilada y asiste a los Encuentros desde 1986: “Al principio no había más de cien mujeres, ahora somos miles. Siempre viajé a todos lados y a Rosario es la tercera vez que vengo”, dice antes de enumerar las ciudades que visitó. La hija es portera en una escuela pública. Dice que nunca pudo viajar porque siempre tuvo que trabajar y cuidar sus hijos: “Conocía sólo lo que ella me contaba, y ahora la acompaño porque ya no puede venir sola. Para mí es una sorpresa enorme”. Las dos quieren entrar a alguno de los talleres sobre trabajo. Apuestan a dar testimonio. “En Jujuy, si no tenés contactos o si no estudiaste y llegaste a un título es difícil conseguir trabajo, por eso la mayoría de las mujeres son vendedoras ambulantes”, explican. Claudia asegura que en los últimos meses las condiciones empeoraron. “En la provincia desguazaron todo, el trabajo de las cooperativas, las piletas para los chicos, todo. Y  a Milagro Sala la meten presa y después recién quieren averiguar qué hizo”, dice mientras Laudonia mira de reojo un aula buscando lugar, pero los carteles de “completo” la disuaden.

En esta edición se definieron 69 temáticas: Movimientos de Mujeres y Activismos; Violencia, Abuso y Acoso Sexual; Feminización de la Pobreza, Mujeres y Trabajo Productivo, entre otras.

En esta edición se definieron 69 temáticas: Movimientos de Mujeres y Activismos; Violencia, Abuso y Acoso Sexual; Feminización de la Pobreza, Mujeres y Trabajo Productivo, entre otras.

Cada taller limita el número de participantes a la capacidad del aula o espacio donde funciona, para garantizar de ese modo que todas puedan hablar y escucharse. La dinámica es simple: nadie discursea desde un atril, mesa de especialistas, escenario o elevación similar. Por el contrario, todas cuentan sus experiencias sin que alguna domine la toma de la palabra. Las presentes definen quiénes son las coordinadoras y secretarias, dos papeles que no pueden excederse en sus funciones; la coordinadora debe ordenar el debate y garantizar que todas puedan hablar, y las secretarias tienen que tomar nota de los debates. Luego de dos días de discusión, se elaboran conclusiones por taller, que luego son leídas en el acto de cierre y publicadas una vez finalizado el Encuentro.

Entre los árboles de Plaza San Martín, frente a una sede del gobierno provincial, cuelgan siluetas humanas de color rojo. Los carteles dicen: “Lucrecia Lescano, 30 años. La tierra que él le echó no cubrió sus golpes ni puñaladas. El Chocón, Neuquén”, “los pedazos encontrados de su cuerpo denuncian los golpes que sufren las que siguen vivas.  Elizabeth, 2008”, “apenas 14 años baleada por su padrastro. Yasmín no sobrevivió. 2016 Comodoro Rivadavia”. En esa misma vereda, Sara acaba de desplegar una manta con sandalias. Lleva trenzas y pollera bastante por debajo de las rodillas. Como en cada caso, la experiencia personal brota recién después de un rato. “Yo ayudé a una amiga a buscar a su hija, Analía Suarez, que fue víctima de una red de trata. Es terrible porque estamos en una zona de frontera, donde hay muchos casos pero quizás de diez sólo uno se difunde”. Enseguida mana su admiración por Susana Trimarco. “A pesar de que la quisieron ensuciar, ella llamó a los medios nacionales para mostrarles todos los papeles, y demostrarles que mentían”, subraya. Su puesto es parte de los artesanos y puesteros que viajan desde Jujuy a los Encuentros. “Hace más de diez años que vengo, pero en los últimos tres no puedo ir a los talleres por cuestiones económicas, tengo que mantener a mi hijo que fue a estudiar a Córdoba, pero hay otros puestos que reparten la tareas, los hombres venden y las mujeres van a los talleres”, explica.

El Encuentro también organizó más de ochenta actividades culturales, desde obras de teatros, presentaciones de libros, bandas, charlas, peñas, proyecciones, muestras, intervenciones y debates por fuera de los talleres

El Encuentro también organizó más de ochenta actividades culturales, desde obras de teatros, presentaciones de libros, bandas, charlas, peñas, proyecciones, muestras, intervenciones y debates por fuera de los talleres.

Además de las trece sedes donde funcionan los talleres, las plazas y veredas de Rosario son lugares de intercambio de mates y anécdotas. Las plazas están llenas de feriantes como Sara. Ofrecen productos norteños -en cierto modo ajenos al tema que convoca- mientras que otras mantas exhiben libros, afiches, remeras, parches, y más, todo relativo a mujeres y feminismo. Los alojamientos de Rosario están colmados, también las escuelas y universidades  hospedan a quienes bajaron de los micros. Los cajeros de la ciudad están vacíos, y cada tanto se escucha entre algún grupo “pagá vos con débito y nosotras te damos efectivo”. En cada bar, heladería o restaurant el procedimiento es el mismo, se compra algo -o no-, se pregunta por el baño, y de paso alguna aprovecha a cargar su celular. Mueven las sillas, juntan mesas, y los locales cambian su fisonomía. Otros grupos más numerosos no compran, llevan sus viandas.

Gabriela vino a su primer Encuentro desde la ciudad de Goya, Corrientes. Es militante de derechos humanos, hija de un ex integrante del PRT, y participa junto a sus amigas que ya habían asistido en otras oportunidades. “Yo vengo de familia del agro y por eso fui al taller de Mujeres en el Ámbito Rural, donde teníamos que hablar del rol de la mujer en ese contexto. Pero a veces se la deja de lado porque hay otras necesidades en el campo, como por ejemplo el tema de la tierra para los pequeños productores. Por eso pedimos un banco de tierras y semillas”, señala. Y explica: “En varias provincias como la mía hay muchos terrenos fiscales, de los que se han apoderado grandes terratenientes -como pasó en el Iberá- o siguen siendo del Estado. Con eso se puede armar un banco de tierras que sean accesibles para el pequeño productor y para la agricultura familiar. Sabemos que una reforma agraria es más difícil, pero estaría bueno pensarlo”.

Gabriela dice que en el taller contó el caso de su amiga que al separarse se hizo cargo de un campo que estaba deteriorado: “Terminamos haciendo los potreros, el alambrado, todo, y sacamos el campo adelante. Algunos hombres se reían porque lo que ellos hacían en unas semanas, a nosotras nos llevó dos meses, pero lo importante es que se pudo”. Y continúa: “En el campo pasas de adolescente a madre, por una cuestión de economía, la mujer muchas veces no decide porque las cuentas las maneja el hombre, pero más allá de todas las experiencias siempre terminamos en el problema de la tierra”.

Más de setenta mil mujeres dijeron presente en las calles de Rosario.

Cerca del mediodía, dos chicas están sentadas en el patio del Normal Nº2 que data de 1910. Miran a un par de niñas y niños que corren de un lado a otro. “Somos de Glew, provincia de Buenos Aires”, comentan a dúo. Las dos son madres, una tiene 20 años y viajó con sus dos hermanas mayores y con su nene que no llega a jardín. “Si no lo podía traer, no venía”, dice. La otra tiene 25 y dejó a sus tres hijos con el padre y la abuela para poder viajar. Es su primer Encuentro y se percibe en sus miradas de extrañeza. Trabajan en cooperativas de la zona sur: “Por eso estuvimos en un taller sobre trabajo pero no entendemos todo lo que dicen y nos da vergüenza hablar, porque no sabemos qué decir”. Explican que no están acostumbradas a ver mujeres con pelos sin depilar, manifiestan estar en contra del aborto, y se preguntan cómo las chicas lesbianas se enfrentan a sus padres. Explican que si bien no es frecuente, las mujeres ahora participan de las cooperativas de construcción: “Nosotras hicimos en nueve días unas veredas que se esperaba que nos llevaran un mes”. También colaboran sirviendo la copa de leche para chicos del barrio. “No es pago, pero te sentís re bien cuando vienen los nenes de la escuela y van corriendo a agarrar la factura”, puntualizan.

Valentina Pereyra nació con otro nombre en Santiago del Estero, pero a los 17 años decidió irse a Buenos Aires para ser quién quería ser. Integra la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgénero de Argentina (ATTTA) y se define trans. “Planteamos en los talleres de Personas Transgénero, Transexuales  y Travestis que si las feministas nos hubiesen apoyado con la ley de cupo trans desde el inicio, eso se podría haber sancionado antes”, sostiene. A su vez, dice que en el taller mencionó como necesidades fundamentales “el acceso a la salud pública, al trabajo y a la vivienda”. Y amplía: “Las oportunidades para nosotras son diferentes porque partimos de una desigualdad. También apoyamos un proyecto de ley de reparación histórica para quienes tienen más de cuarenta años, que como decimos nosotras, son sobrevivientes, porque nuestra expectativa de vida no supera esa edad”. Valentina era trabajadora sexual hasta que logró ingresar a trabajar a la Municipalidad de La Plata. Sin embargo, en enero fue despedida junto a otros trabajadores. Logró ser reincorporada por intermediación del Poder Judicial.

Taller sobre Trata.

En el Taller sobre Trata todas cuentan sus experiencias sin que alguna domine la toma de la palabra.

El Encuentro también organizó más de ochenta actividades culturales, desde obras de teatros, presentaciones de libros, bandas, charlas, peñas, proyecciones, muestras, intervenciones y debates por fuera de los talleres. En paralelo a los espacios oficiales, las plazas son puntos de pausas para tomar mate o ponerse al sol.

Berenice llegó desde La Plata para ser parte de los talleres y para vender la copa menstrual, elemento siempre presente en los Encuentros. “A los tres meses que empecé a usarla me pareció que lo tenía que difundir y por eso estoy acá, no por rédito económico”, dice.

Casi como una parodia del destino, en la mayoría de las aulas de la Facultad de Derecho de la Universidad de Rosario (UNR) se ve un cartel que indica “Estrategias para el Acceso al Aborto Legal, Seguro y Gratuito”, junto a otro que también se replica: “Completo”. María sale refunfuñando de un aula, con sombrero negro y bastón. Se define como ex montonera y asegura que perdió a su marido y a su único hijo biológico por la dictadura. “Hay que juntar firmas para exigir que se legalice el aborto. Recién propuse que juntemos firmas y yo misma me ofrecí a llevárselas a (Mauricio) Macri pero no aprendemos más”, dice. Minutos después reconoce que no confía para nada en que el Presidente vaya a dejar que se apruebe. En el patio de la Facultad un grupo de mujeres toma mate dulce. Petronila es la única que se anima a hablar: “Este año no estamos participando de los talleres porque estamos encargadas de atenderlas a ustedes”. Cuenta que están organizadas en Mujeres de ATE y que son las garantes de la limpieza y orden de los baños, permanentemente atestados. “Es cierto que los Encuentros te cambian, que una no es la misma después”, repite. Mientras tanto, las demás acotan, hablan de la importancia del trabajo para valerse por sí mismas y la necesidad de transmitir la experiencia en los talleres: “Yo les digo a mis hijos, y también a las chicas de acá, que no se dejen controlar, que no dejen que les pregunten todo el tiempo a dónde van, o les revisen el celular”, afirma. Rato después deja asomar su experiencia personal: “Yo fui víctima de violencia, porque el padre de mis hijos me pegaba, pero gracias a mi familia y compañeras pude salir, pero no todas tenemos la misma suerte. Yo me vi durmiendo con mis hijos en una plaza. Pero me cansé, agarré un velador de bronce, lo golpee en la boca y le bajé los dientes. Hoy mis hijos me reconocen que yo fui madre y padre. Pero superada esa relación, tuve otra pareja que terminé tirándole toda la ropa a la calle porque volví a sufrir violencia, ya no física sino psicológica”, confiesa.

mujeres semi desnudas en las calles de Rosario en el ENM

“Algo cambia en cada mujer que participa”. La frase se repite todos los años en cada Encuentro Nacional de Mujeres.

 

Actualizado 12/10/2016