Transformar el dolor en una causa colectiva

Transformar el dolor en una causa colectiva

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Por Jazmín Stolfini

Fotografías: Sofía Ruscitti

Según el Consejo de Europa, uno de cada cinco niños, niñas o adolescentes sufrió o está sufriendo abuso sexual. Pero a pesar de que sea una realidad tan frecuente, aún constituye un tema tabú. Silvia Piceda y Sebastián Cuattromo son sobrevivientes de abuso sexual y en 2012 fundaron la Asociación Civil Adultxs por los Derechos de la Infancia con la esperanza de construir un camino colectivo de reparación histórica para las víctimas y protección de las niñeces.

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-Me acaban de llamar de C5N. A las tres salimos al aire.

Hay que preparar el bolso, y subir las cosas al auto: la ropa para cambiarse, los zapatos, las botas de lluvia por si se larga, la computadora -que tiene roto el teclado, entonces hay que llevar el otro teclado para enchufarlo-, los volantes impresos de la asociación, los papeles del auto, la perra. Que la perra haga pis antes. 

Después de media hora de subir cosas y más cosas al baúl del Toyota Etios que era blanco antes de chapotear por el barro de las calles rurales de Abasto, La Plata, Silvia Piceda y Sebastián Cuattromo, cofundadores de la Asociación Civil Adultxs por los Derechos de la Infancia, parten desde su casa hacia el canal de televisión al que fueron invitados para hablar sobre su lucha, la que llevan adelante hace nueve años. 

“Adultxs”, como le dicen ellos, nació formalmente en el año 2012, pero en realidad fue el resultado de no una, sino dos vidas dedicadas a la lucha y la militancia, que por alguna causa -o azar- coincidieron a finales de ese año.

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Silvia nació en 1967 en el Sanatorio Antártida, en Caballito, pero su familia vivía en Avellaneda. Cuando tenía diez años la abusó sexualmente un amigo de su papá. Él no hizo nada. En el 79 se mudó a Ramos Mejía, y se hizo vegetariana. Dos años más tarde volvió a Caballito, vivió ahí cuatro años hasta que terminó la secundaria, y entonces su mamá decidió divorciarse de Silvio, su papá, que se fue y los dejó sin nada. 

-Ahí empecé a vivir un poco en Caballito, un poco sin casa. Dormíamos en el kiosco en el que trabajábamos con mi hermano y mi mamá. 

En 1990, con 23 años y cursando medicina en la UBA, se mudó a un departamento de un ambiente sobre la Av. Honorio Pueyrredón con quien era su pareja en ese momento, Luis. Quedó embarazada, y en noviembre de 1991 nació Camila. En diciembre de 1991 murió Camila, y se separó de Luis. 

En 1996 conoció a un ex preso político de la última dictadura cívico militar. Se enamoró. Se mudaron juntos. En mayo de 1997 quedó embarazada, en febrero de 1998 nació Jazmín, y en octubre del mismo año se fueron a vivir a Abasto, una zona rural de la localidad de La Plata. En 2005 se separaron, y en 2009 llegó Romina, la hija de la ex pareja del papá de Jazmín, para contarle a Silvia que él la había abusado cuando tenía 11 años. Que ya había hecho la denuncia. Que tenga cuidado. Que cuide a Jaz. 

Silvia también hizo la denuncia, para proteger a su hija. Las citaron a declarar una, dos, tres, cuatro veces en un año. Jazmín dijo una, dos, tres, cuatro veces que le daba miedo ir a la casa de su papá porque ahí le agarraban ataques de pánico. En diciembre de 2010 el juez Hugo Rondina resolvió que debía seguir viéndolo, y si se negaba, la irían a buscar con la policía. Se negó: la fueron a buscar con la policía, pero Silvia y Jazmín ya se habían escapado. Vivieron prófugas de la justicia durante tres meses. “Clandestinas”, dice Silvia. En marzo de 2011 se mudaron a Almagro. 

-Yo contaba con un sueldo fijo, podía pagar un alquiler, pero no es la realidad de la mayoría de las mamás protectoras. 

Con una causa abierta, siendo multada por cada día que su hija no era entregada a la justicia como lo había dictaminado el juez, y pidiendo ayuda a toda organización que trabajara con conflictivas afines, se puso a organizar grupos de ayuda de pares entre madres que estuviesen pasando por lo mismo, porque antes había trabajado como médica en Alcohólicos Anónimos (AA) y estaba segura de que los grupos servían para sanar. Una compañera le dijo que conocía a un chico con su misma onda. Entonces Silvia lo invitó a una reunión abierta de AA. Ese chico era Sebastián. Ahí se conocieron, escuchando testimonios de Alcohólicos en recuperación.

 


Sebastián Cuatrommo.

Sebastián nació y se crió en Caballito. Iba al Colegio Marianista y los veranos los pasaba en la colonia de vacaciones de Ferro. Hincha fanático del Ciclón, en salita de cinco la maestra les pidió que dibujen a su familia y él dibujó el Gasómetro. Fue abusado por primera vez a sus 13 años, en el 89, durante un campamento escolar en las sierras de Córdoba, por un cura y profesor del colegio. 

Ir a la cancha era su pasión, pero justo en la misma época en la que sucedió el episodio en Córdoba, el Bambino Veira, que era el DT de San Lorenzo, había sido denunciado por abusar a un niño, y durante los partidos las tribunas oponentes explotaban al ritmo de “Che Bambino, Che Bambino, vos me das a Sonia Pepe y yo te doy a mi sobrino”. La hinchada del Ciclón respondía, en ese diálogo futbolero, defendiendo al Bambino. Sebastián no quiso contar lo que le había pasado: su familia -el Gasómetro- no lo iba a defender. Su familia -la de verdad- tampoco. 

Siguió adelante queriendo borrar lo que quedó detrás hasta que no pudo más, y decidió hablar. Con 23 años se lo contó a su mamá y a su papá, pero no hicieron nada, ni se indignaron. Entonces siguió hablando “en búsqueda de reparación y justicia”. Denunció a su abusador, y se constituyó como querellante de su causa. El juez a cargo decidió rápidamente que el ex hermano Marianista Fernando Picciochi debía ir preso desde ese momento. En octubre del año 2000 la policía lo fue a buscar a su casa. No estaba. El juez dictó una orden de búsqueda nacional e internacional. 

En 2001 Interpol le informó al juzgado que llevaba adelante la causa que una persona con ese nombre y apellido había ingresado a Estados Unidos a fines del año 2000. Interpol pidió al juzgado nacional que confirmen si tenían que buscarlo y detenerlo. El juzgado nacional no confirmó nada -se olvidaron-. 

Cuatro años después Sebastián estaba leyendo Buenos Aires ciudad secreta, de Germinal Nogués, y se acordó de su causa. Le llamó la atención que después de tanto tiempo no haya habido noticias sobre el paradero de Picciochi. 

-Averigüé dónde quedaba la sede de Interpol en Argentina. Estaba en la zona de los bosques de Palermo. Fui con una mochila con las fotocopias del expediente, y me fui presentando con todas las personas que veía, desde el portero hasta los policías de Interpol que estaban encargados de la investigación de mi causa -hace una pausa, abre los ojos. Toma aire y sigue-. Ahí me dicen que desde el juzgado nunca les confirmaron si había que detenerlo. 

A partir de ese momento Interpol comenzó su búsqueda. En 2007, tres años más tarde, lo encontraron. En realidad lo encontró Sebastián, porque el dato se lo dio a él un amigo del acusado, que le dijo el nombre de la persona con la que Picciochi vivía en ese momento, y así localizaron su domicilio. Vivía en Los Ángeles, con una identidad falsa. Ahí se inició otro proceso judicial que culminó en 2010 con una victoria del juicio de extradición en Estados Unidos. Lo trajeron a Argentina, y comenzó el juicio -el de acá-. En septiembre de 2012 lo declararon culpable y fue condenado a 12 años de cárcel. 

Conoció a Silvia saboreando su victoria, pero con sed de que la reparación y la justicia se vuelvan la realidad de todas las víctimas, y no una cuestión de suerte, o de tarea de inteligencia.

Ambos son militantes indiscutibles, de esos que no conciben el trauma individual como tal, sino que levantan las pancartas de “lo personal es político” bien alto. Tan alto que llegaron a constituirse como la Asociación Civil referente en el tema de abuso sexual contra la infancia a nivel nacional. Tan alto que cuando hay una noticia sobre algún abuso, los medios hegemónicos y no hegemónicos los llaman a ellos para que den su testimonio. En este caso fue C5N. 

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-Sebastián, ¿te podés apurar?- le insiste Silvia parada a un costado del auto que ya está estacionado, y la puerta del conductor y el baúl, abiertos.

Sebastián tiene las piernas afuera, en el aire. Está en posición de gateo sobre el asiento. Con una mano se apoya para no caerse de trompa contra el volante y con la otra agarra unos volantes que quedaron bien atrás de la guantera. Se estira porque no llega. 

-Cuattromo, vamos a llegar tarde. La nota es a las tres. Ya tenemos volantes para entregar- vuelve a insistir Silvia. 

Sebastián sonríe, pero no sale del auto. Después de varios manoteos consigue agarrar un bollo de volantes, que ahora están todos arrugados. Sale del auto, cierra la puerta, y ahí mismo intenta plancharlos con las manos. No lo logra, y así como están los guarda en la mochila que tiene el cierre roto. Cierra la puerta, va hacia el baúl y baja una valija verde -grande-, de esas que exceden el peso límite en los aeropuertos. Con la mano que le queda libre cierra el baúl. 

Ahora sí, caminan hacia la puerta del canal. 

 

Silvia Piceda.

Silvia y Sebastian se conocieron y un tiempo después se enamoraron. En 2013, ella y su hija se habían mudado -otra vez- de Almagro a Primera Junta. Y él vivía -y vivió siempre- cerca del Cid Campeador. Iban y venían de una casa a la otra, unos días en lo de Sebastián, otros en lo de Silvia, hasta que en 2016 decidieron mudarse todos juntos a la casa de él. 

Mientras tanto, la casa de La Plata, de la que madre e hija se habían escapado seis años atrás, se mantuvo abandonada durante mucho tiempo, pero Silvia no lo sabía. Mientras su hija era menor de edad le daba miedo acercarse al lugar por si la encontraban y la obligaban a entregársela al progenitor. Cruzar el Riachuelo y agarrar la ruta 2 más que señal de vacaciones, era de alerta, porque en la Provincia de Buenos Aires no contaban con la protección legal que, en forma de restricción de acercamiento, habían conseguido en CABA. 

-Me daba miedo todo. Todo lo que hacía o no hacía podían usarlo para re-vincular a mi hija con el delincuente. Los jueces y abogados me decían que mi carácter no ayudaba, que era muy iracunda. 

Habiendo cumplido Jazmín sus 18 años, y con el apoyo de Sebastián y de una abogada que le dijo “Vos sos dueña de la casa. No tenés que pedir permiso para entrar”, Silvia decidió volver. Decidió volver, así como vuelve un exiliado, con el miedo de lo que se va a encontrar, pero con el amor hacia lo que identifica como suyo y quiere recuperar. 

En mayo de 2017, Silvia, Jazmín y Sebastián cruzaron el Riachuelo y agarraron la ruta 2. No se iban de vacaciones: volvían a su casa. 

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-Pasen por acá y ahora los llevo al camarín así dejan sus cosas y los maquillan, después los microfoneamos. Faltan veinte minutos más o menos- los recibió la asistente de producción del programa con una sonrisa amable que se podía ver en sus ojos, porque la boca se la tapaba el barbijo. 

Silvia y Sebastián están acostumbrados a salir en la tele, pero igual se ponen nerviosos. En realidad, el que se pone más nervioso es Sebastián, que antes de cada entrevista no puede parar de caminar de un lado al otro. Le pregunta y repregunta a cualquier persona que parezca trabajar en el canal si falta mucho para salir al aire. Silvia está sentada, mirando videos en Youtube sobre cómo hacer tu propio canal de riego para la huerta. Después de unos 10 minutos los llama la asistente con ojos de sonrisa amable para que pasen al estudio. Los conductores están al aire hasta que anuncian que se van a la pausa. Se relajan, se dicen algo entre ellos y después se acercan a Silvia y Sebastián que están detrás de una de las cámaras. Los saludan con el puño, “Bienvenidos, un gusto”. Los acompañan hasta sus asientos y les explican que cuando el productor diga “aire”, están al aire. 

-¡Aire!

Dan su testimonio, como siempre. Con la alegría y esperanza del camino compartido, dicen. Son sobrevivientes que supieron transformar su dolor en una causa colectiva. Es la magia de la palabra compartida, dicen. Son resilientes, porque cuidar la infancia es una tarea de todos y todas, porque “una herida en nuestra historia no es un destino”, dicen. 

Salen del estudio y pasan por el camarín para agarrar las cosas. Sebastián ya repartió volantes en todos lados: al guardia de la entrada, en el mostrador de la recepción, a los conductores, en el camarín, a la maquilladora -la maquilladora le contó que ella también fue abusada cuando era chica. Que qué bueno lo que hacen-. 

Con la valija verde en mano se van del canal. Él camina mirando el celular, está revisando los mensajes que ya empezaron a llegar por la entrevista de recién. Personas de todo el país se comunican para felicitarlos o para contarles que fueron abusados, o sus hijos, o su amiga, o sus sobrinos, o para agradecerles que gracias a su testimonio ahora no se sienten tan solos. Ella lo agarra del brazo para que no se tropiece. Llegan al auto, guardan la valija en el baúl y entran. 

-Me acaban de hablar de América. Mañana salimos a las cinco. 

 

Sobrevivientes

Este lunes 1° de noviembre, la Editorial Alfaguara lanzó el libro Somos sobrevivientes, escrito por los escritores y las escritoras Claudia Aboaf, Fabián Martínez Siccardi, Gabriela Cabezón Cámara, Juan Carlos Kreimer, Sergio Olguín, Dolores Reyes y Claudia Piñeiro. La obra está inspirada en ocho sobrevivientes del delito de abuso sexual en la niñez, que forman parte de la Asociación civil adultxs por los derechos de la infancia. Cada autor/a relató una de las historias, siendo Claudia Piñeiro la creadora del relato sobre Sebastián Cuattromo, presidente de la Asociación, y Claudia Aboaf de la historia de Silvia Piceda, fundadora de la misma. 

Alertan sobre las violencias en las infancias

Alertan sobre las violencias en las infancias

Los niños, niñas y adolescentes son un sector de la sociedad prácticamente olvidado por las políticas públicas. En Argentina, el 62.9% de ellos se encuentra hoy en situación de pobreza, según el último informe de Unicef. El número representa a 8.3 millones de infantes y la vulneración de derechos se agrava entre quienes viven en contextos violentos. Durante la cuarentena, varios de ellos se han encontrado encerrados con sus abusadores, sin poder concurrir a las escuelas o clubes de barrio, lugares clave a la hora de detectar estas situaciones. “En este momento y en contexto de pandemia, la verdad es que hay una preocupación muy grande en todos los organismos de infancia, tanto sea gubernamentales como no gubernamentales, porque es muy difícil el acceso a los chicos”, cuenta Nora Schulman, presidenta del Comité Argentino de Seguimiento y Aplicación de la Convención Internacional de los Derechos del Niño (CASACIDN).

Según un informe realizado por el Organismo Provincial de la Niñez y Adolescencia de Buenos Aires, el registro de casos de abusos sexuales, de maltratos físicos, psicológicos y de negligencia ha disminuido: pasaron de abordar 23.238 casos en 2019 a 22.102 casos en 2020. Estos números no indican necesariamente una disminución de las situaciones de violencia, sino que se estima que lo que disminuyó fueron las denuncias. Schulman expresa: “Si están viviendo con el violento o el abusador dentro de su casa, no tienen posibilidad. No van a la escuela ni pueden contárselo a alguien de confianza, sino que están, justamente, viviendo en más riesgo. La mayoría de los casos se están “perdiendo” porque nadie se entera”. Aunque se intenta incentivar que los niños se comuniquen telefónicamente, es muy difícil que un chico cuente lo que le pasa a una persona extraña. Es por esto que los adultos y su presencia atenta se vuelven fundamentales. Tanto las Secretarías de Niñez como de Justicia habilitaron dos líneas telefónicas, la 137 y la 102, para que los niños, niñas o algún adulto puedan realizar las denuncias correspondientes. Estas líneas están abiertas las 24 horas y las denuncias pueden ser anónimas.

 Los juzgados siguen trabajando presencialmente en algunos casos, pero se encuentran colapsados o prácticamente no funcionan. Las cámaras Gesell están detenidas, la precarización laboral de los trabajadores sociales y de hogares infantiles está agravada y como consecuencia existe una gran dificultad a la hora de escuchar a los niños. “Los organismos de protección han sido destruidos realmente en los últimos años, tienen poco financiamiento con profesionales que no están preparados para atender determinados casos. Se ha producido un agravamiento de la situación junto con un poder judicial cada vez más machista y más encerrado en cuestiones de poder. Cuando un chico llega a una instancia judicial hay un manejo perverso acerca de lo que cuenta el niño que sufre, no se lo escucha, no se toma en cuenta su palabra. De cada diez denuncias de abuso sexual, sólo una avanza. En las demás sus abusadores son sobreseídos, generalmente”, afirma la presidenta del CASACIDN.

“Los organismos de protección han sido destruidos realmente en los últimos años», dice Schulman.

Analía Caccavo es trabajadora social y realiza intervenciones junto al equipo local de protección y promoción en los barrios Olmos y Etcheverry de La Plata. Su trabajo nunca cesó porque fue considerada una trabajadora esencial. Es la encargada de acercarse a las casas donde se denuncian casos de violencia, abusos o negligencia. Allí evalúa las situaciones para tomar medidas en caso de que sean necesarias. “Siempre que haya una persona que se pueda constituir como adulto responsable y referente afectivo, las situaciones se resuelven mucho mejor”, subraya. Caccavo cuenta que es muy difícil para el niño poner en palabras lo que le pasa porque están amenazados, con miedo, y de por sí es complicado que puedan asumir que quien lo tiene que cuidar es quien le hace daño.

Para resaltar la importancia de acercarse a los niños, recuerda el caso de cuatro hermanitos que vivían con una mujer que decía ser su tía, pero en realidad no tenía ningún vínculo con ellos. “Esta señora los explotaba laboralmente todo el día y los golpeaba muchísimo. Caímos en la cuenta cuando fui al domicilio, encontré situaciones complejas y cuando ellos se animaron a hablar, ese día se tomó la medida de abrigo y los cuatro chicos fueron adoptados por una familia”. Aunque nunca pudieron encontrar a sus padres biológicos, Caccavo considera que fue una situación exitosa: “Estaban aterrados, tenían pánico absoluto y muchísimo miedo de hablar. Cuando entendieron que si nos contaban lo que pasaba los podíamos sacar más fácilmente de la casa, fue todo mucho más sencillo”.

El rol de socialización que cumplía la escuela en estos casos de escucha, hoy disminuyó por la cuarentena. Silvia Piceda, referente del colectivo independiente y autogestionado Adultxs por los Derechos de la Infancia, manifiesta la importancia del rol de la Educación Sexual Integral (ESI) en las escuelas: “Todos debemos estar atentos al sufrimiento, al cambio o los signos de un niño, considerando que el 20% de la población ha sufrido abuso sexual. O sea, de cada diez chicos que tenés en el aula, hay dos que van a estar sufriendo abuso. Es mucho más probable que los abusos sexuales o los malos tratos que los niños reciben en su casa sean realmente revelados con la información brindada en las escuelas”.

La Ley de la ESI fue aprobada hace décadas, pero existe mucha resistencia a que realmente sea llevada a cabo. Piceda advierte: “Esto muestra cómo los adultos en verdad damos leyes en papel, pero después no nos animamos a hacer los verdaderos cambios para cuidar realmente las infancias. En la cuarentena los pibes no están yendo a la escuela ni a los clubes, pero en verdad las escuelas, los clubes, el sistema de salud, la familia, ¿están preparados o informados para detectar los abusos?”. Desde el 2018, el abuso sexual infantil es de instancia pública. “Antes hacías la denuncia y necesitabas que fuera el padre, madre tutor el que debía continuar con ella para que fuera efectiva. Si la mayoría era abusada dentro de la casa, era ridículo pensar que iban a denunciar desde ahí. Hoy cualquiera puede hacer la denuncia”.

Piceda resalta la enorme responsabilidad que los adultos tienen en estos casos: “La mayor complicidad con el abuso es el silencio. Si tenés una sociedad adulta que está atenta, vamos a tener diferentes miradas. Ahora, si los adultos vamos hacer como que no pasa nada, seguimos siendo cómplices de los abusadores”. El adultocentrismo y el sistema de maltrato cotidiano que denuncia la referente de Adultxs por la Infancia es, según ella, la verdadera causa de daño hacia las infancias y adolescencias. “La prevención se construye todo el tiempo desde el discurso, los medios de comunicación, cómo se comportan con un abusador condenado y cómo escuchan a las víctimas. Seguimos admirando modelos donde el éxito es lo que nos parece el modo de vida espectacular, y en una sociedad así el que siempre pierde es el niño o la niña, porque no tiene nada de poder, y el abuso tiene que ver con una relación de poder”.

Caccavo expresa que a las situaciones de precarización laboral que sufren los trabajadores y trabajadoras sociales, muchas veces se suma el estigma de ser considerados los “saca pibes”, de alejar a los niños de la familia, pero esa es en realidad la última opción, una medida de urgencia cuando se agotaron todos los recursos anteriores. “Es necesario a veces, porque hay padres que son naturalmente vulneradores, pero es algo a lo que no me quiero acostumbrar”, dice. La última medida de abrigo tomada por ella se trató de un padre que tenía a cargo a sus cuatro hijas y había sido denunciado porque vivían junto a un basural a cielo abierto, sin agua, en una vía abandonada. Las chicas estaban sin bañarse, sin ropa, llenas de barro y así se acercaban al jardín. “Para mí –confiesa- fue terrible, toda la experiencia profesional se fue al tacho en un segundo porque yo también apostaba por ese padre”. La trabajadora social cuenta que siguen trabajando en la revinculación del mismo. “El problema es que el padre es muy negligente, pero porque se crió así. Las niñas vivían desnudas, mugrientas arriba de un carro, pero él jamás las había dejado solas. A donde iba, era con ellas. Pero por tenerlas arriba del carro todo el día y no querer dejarlas con nadie, no iban al jardín. Teníamos que hacerle entender que esa forma de quererlas no era saludable”, describe Caccavo. El padre está trabajando actualmente junto a un equipo de dirección de niñez para aprender prácticas saludables de crianza. “Es un papá que cambió muchísimo, incluso pudo poner en palabras todas las cosas terribles que había vivido de niño, con lo cual muchas cosas las hacía por desconocimiento”, explica la trabajadora social. Caccavo destaca que muchas de las situaciones de extrema vulnerabilidad de los niños, ocurren más cerca de lo que pensamos. “Sucede a cuarenta minutos en micro de la ciudad de La Plata. Hay muchísimas cosas que trabajar. Si no es por algún vecino o la escuela, el Estado no se entera que esas cosas suceden”, subraya.

Caccavo resalta el papel fundamental de la escuela a la hora de detectar situaciones de violencia ya que allí los niños pueden informarse acerca de sus derechos y trabajan con equipos de orientación. Por eso destaca que cuando llegan denuncias desde la escuela, intentan no exponerla: “Si el niño o niña deja de ir, ya es un caso que perdimos. Muchas veces los padres se asustan y lo dejan de mandar, por eso tratamos de buscar las estrategias para que eso no suceda, les proponemos tratamiento psicológico gratuito en los centros de salud del barrio y si se puede a nivel familiar porque muchas veces la madre también es atravesada por violencia extrema y necesita estar más fortalecida”.

La presencia del Estado en los casos de abusos y violencias también es fundamental: la escuela y organismos estatales, al estar constantemente atentos a la detección de casos, hace que la ayuda muchas veces sea más rápida que en aquellos niños y niñas de clases más acomodadas, donde la endogamia familiar se ve acrecentada por el hecho de vivir en barrios cerrados y de difícil acceso. “El abuso es horizontal: no hay diferencia de clases. En la villa probablemente hasta el cura puede estar mirando al niño y ver que algo le pasa. En cambio el pibe de clase alta que vive en el country no tiene a quién pedir ayuda y nadie puede estar atento a algún signo de violencia”, señala Piceda de Adultxs por la Infancia.

María José Cano, trabajadora del Organismo Provincial de Niñez y miembro del Foro por la Niñez, plantea que las denuncias sobre estas situaciones no reflejan a toda la sociedad. “La mayor estadística va a pertenecer a los sectores más desfavorecidos. Este tipo de situaciones, si se dan en otras clases sociales, se recurre a los ámbitos privados, o psicólogos y demás. Es muy raro que se denuncien y que haya datos en estos casos porque no se publican o no son compartidos, y por eso no permite diseñar una política que dé cuenta de las distintas problemáticas en todos los contextos”.

La situación de los trabajadores de los servicios locales viene siendo crítica. Caccavo denuncia que muchas veces provoca impotencia: “Hay una desidia importante, somos trabajadores súper vapuleados, precarizados, es un espanto nuestro salario”. Y añade: “Mientras no haya una decisión política de poner a la niñez en la agenda vamos a seguir atravesados por todo esto. Muchas veces nos excede, y es trágico que dependa de la buena voluntad de los profesionales que intervenimos, no debería ser cuestión de buena voluntad. Si hay vulneración tendríamos que estar ahí, es más, tendríamos que estar antes en prevención, pero nunca hacemos tiempo”.

El actual contexto permite anticipar una situación complicada e incierta para cuando finalice la pandemia: “Es un trabajo que habrá que llevar a cabo muy despacio porque es como una resocialización para los chicos en lo social y lo cultural. Cuando termine la pandemia, vamos a tener que reconstruir todo un tejido no sólo social sino también económico para los niños y sus padres. Hay un problema muy serio que si no lo pensamos ahora en términos de políticas públicas después se va a tornar en una situación muy complicada”, finaliza Schulman. 

De eso no se habla

De eso no se habla

El 14% de las denuncias de maltrato a niños, niñas y adolescentes, son por abuso sexual infantil.

El abuso sexual infantil es el más escondido de los maltratos y del que menos se habla. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), se trata de la utilización de un niño, niña o adolescente en una actividad sexual que no comprende, para la cual no está preparado por su desarrollo físico, emocional y cognitivo ni capacitado para dar su consentimiento. Desde el año 2000, se conmemora el 19 de noviembre el Día Mundial para la Prevención del Abuso Sexual Infantil. El Artículo 19 de la Convención Universal de los Derechos del Niño reconoce como obligación del Estado la protección de todos los niños de cualquier forma de violencia o maltrato.

El ámbito más frecuente donde se produce es el intrafamiliar, lo que implica que cuanto más cercano a la familia es el acto de abuso, más difícil es trabajarlo. También sucede en ambientes extrafamiliares, además de que puede haber abuso, aunque no haya acceso carnal. Su diagnóstico no es fácil y, como suele pasar desapercibido durante mucho tiempo, deja marcas emocionales que cuanto más antiguas, más complicadas son de tratar. Los agresores no tienen un típico perfil y es difícil reconocerlos, por lo que se debe estar siempre alerta.

Los niños, niñas o adolescentes que son víctimas de este delito no suelen poder contar lo que les sucedió. Sí son notables en ellos ciertos cambios de conducta repentinos, tales como pesadillas o problemas para dormir, enojos injustificados, decaimiento físico y emocional, ansiedad, dificultades para relacionarse con su entorno, no querer quedarse solos con una persona en particular, entre otros indicios.

Los motivos por los que un niño, niña o adolescente tiene dificultades para hablar sobre la agresión pueden ser la vergüenza, el miedo, las amenazas por parte de su abusador, el temor a que no le crean. El menor puede sentirse responsable y culpable por haber sido abusado, por lo que los padres deben estar atentos al comportamiento de sus hijos e hijas.

El ámbito más frecuente donde se produce el abuso infantil es el intrafamiliar.

Según datos oficiales, en la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia (SENAF) alrededor del 14% de las denuncias de maltrato a niños, niñas y adolescentes, son por abuso sexual infantil. En 2018, de 18.900 demandas a la Secretaría, unas 2.600 correspondieron a casos de abuso sexual, lo que implicó un aumento con respecto a 2017. Por otro lado; según el programa de investigación «Fuera de las sombras: arrojando luz sobre la respuesta al abuso y la explotación sexual infantil», elaborado por la Unidad de Inteligencia de The Economist, un ranking que evaluó la capacidad de respuesta de 40 países del mundo frente al delito, determinó que la Argentina está en el puesto número 35.

Nora Schulman, directora del Comité Argentino de Seguimiento y Aplicación de la Convención Internacional de los Derechos del Niño en la Argentina (CASACIDN), sostiene que aún no se toma consciencia de la grave dimensión que implican el maltrato y el abuso sexual infantil. Remarca la importancia del tratamiento que se le debe dar a cada situación, porque “cuando surge una denuncia no siempre se hace la debida evaluación a la familia del niño o niña que sufre el abuso”.

Schulman afirma que hay un retroceso en materia de defensa de los derechos de los niños: “La justicia ha tomado una incidencia muy fuerte en la vida de los mismos, volviendo a un patronato y produciendo una revictimización”.

La Convención de los Derechos del Niño, que el 20 de noviembre conmemorará su aniversario número 30, establece a los niños como sujetos de derecho: a ser oídos y ser tenidos en cuenta en sus opiniones. Nora Schulman afirma que esto es lo que no se está respetando y que se desconocen las medidas de los organismos de protección. “La educación sexual integral -agrega- es imprescindible para que niños y niñas, desde el jardín, puedan empezar a tener noción del cuidado de su cuerpo y entender que debe ser respetado. De esta forma, podrán detectar y destapar situaciones de abuso o violencia que permanecían ocultas porque no sabían cómo decirlas”.

«Basta de pensar que los niños son ingenuos, hay que aprender a decodificar”, dice María Cecilia López.

El desafío de romper el silencio

Sebastián Cuattromo fue abusado a los 13 años por un docente religioso del Colegio Marianista del barrio de Caballito, entre 1989 y 1990. Diez años después del abuso, pudo contar su historia y realizó la denuncia. En 2012 dio a conocer públicamente su caso y se llegó a juicio oral y público. Su abusador, Fernando Enrique Picciochi, fue condenado a 12 años de cárcel por corrupción de menores calificada reiterada.

Silvia Piceda, abusada durante su infancia, fue a quien acudió Romina, la hija mayor del padre de su hija, en 2009. La niña le contó que había sido abusada por él y Silvia de inmediato concurrió a la justicia para preservar a la niña y a su propia hija. Aunque su denuncia y la de Romina fueron archivadas, Silvia conoció a otros adultos que habían padecido los mismos abusos y lo que en principio transitó en soledad, se transformó en una lucha colectiva. Junto con Sebastián Cuattromo, su actual pareja, crearon la ONG Adultxs por los derechos de la Infancia, una organización sin fines de lucro y un colectivo independiente conformado por adultos comprometidos con la defensa de los derechos de niños y adolescentes.

Silvia cuenta que cuando se habla con adultos no se diferencia el abuso, sino que se comparten los daños. Sostiene que a la sociedad le hace falta escuchar: “El problema del abuso es del adulto, el niño es la víctima”. Piensa que la comunidad adulta debe cambiar para poder entender sus propias infancias y abandonos, para lograr empatía con el niño que sufre abuso.

“Tengo la esperanza de que mi historia pública pueda trascender colectivamente y ayudar a los demás, de darle un sentido colectivo a mi experiencia de dolor y lucha”, dice Sebastián, además de remarcar la obligación de la comunidad adulta y del Estado de garantizar los derechos de la infancia: “Debemos pensar en la infancia de hoy y del futuro”. Silvia sostiene que la salud mental, física, psicológica y afectiva debe estar separada de la suerte judicial, ya que asegura no representa un ámbito de protección hacia víctimas de este delito y apaña a los agresores: “Mi liberación fue la verdad, así pude tomar medidas y proteger a mi hija”.

En Adultxs por los derechos de la infancia llevan como bandera el lema “Para criar un niño hace falta una aldea”. Invitan a acercarse porque es un grupo en el que se favorece el hablar: “a quienes vienen se los escucha y no se los juzga, vivimos en una sociedad moralizante hacia la víctima, quien debe cargar con la mochila de la vergüenza es el abusador”. Silvia es contundente al decir que lo que daña más es una sociedad que obliga a callar, por lo que como pares, comparten recursos, contactos de psicólogos, abogados u oficinas públicas que brindan ayuda y asesoramiento.

Ambos están convencidos de que en las escuelas se tiene que dar la plena aplicación de la Ley de Educación Sexual Integral, la que posiciona a los niños y niñas como sujetos de derecho. “El abuso sexual contra los niños intrafamiliarmente aflorará mucho más si les generamos las posibilidades de tener a quien recurrir en las escuelas”, afirma Sebastián. 

Camila tiene 25 años y es de Santa Fe. Cuenta que entre sus 11 y 12 años empezó a sufrir agresión verbal y psicológica por parte del papá de su hermana menor. No solo era violento con ella sino también con su mamá. Como parte del abuso, su agresor intentaba tomar fotos a partes de su cuerpo, a lo que Camila se resistía.

Al mudarse a otra casa, a sus 14 años, fue cuando se concretó el abuso sexual. Mientras la violencia psicológica persistía, su abusador la culpaba de que su mamá quiera separarse de él: “Siempre había que pedirle perdón por todo, el problema era yo”. Camila cuenta que parte del sistema de manipulación que ejercía su agresor para llegar al abuso era acusarla de estar enferma: “Me decía que lo provocaba y me olvidaba, que él me quería ayudar, que el tratamiento era caro y que para que mi mamá no se ponga mal no había que contarle”.

A sus 15 años su mamá se separó del agresor, pero pasaron 6 años para que Camila pudiera poner en palabras lo que le sucedió. Su psicóloga y Adultxs por los derechos de la infancia fueron de gran ayuda para hablarlo. En febrero de 2016 hizo la denuncia, cuenta que en el allanamiento incautaron pornografía infantil en la computadora de su agresor, aunque no fue suficiente para meterlo preso. Es decir, el abusador continúa libre. Asegura que sintió vergüenza, culpa, responsabilidad. Su vida era paralela, en el colegio era normal, pero en su casa sufría todo tipo de abusos: “Para mí, mientras menos se notaba era mejor”. Camila cuenta que darse cuenta de que su hermana podía pasar por lo mismo le dio temor: “Lo mío no sé si se va a resolver, ojalá que sí, pero si mi hermana no hubiese estado quizá yo hubiese hablado, pero la denuncia no la hubiese hecho”, concluye.

Cómo detectar y prevenir

María Cecilia López, licenciada en Psicología, cuenta que el abuso sexual en los niños no es fácil de detectar ya que, en general, los chicos abusados no hablan: “Se encuentran bajo amenazas tanto directas como subliminares por parte de su abusador, muchas veces nenes chiquitos hablan de la mirada de asesino”.

Por otro lado, sostiene que en algunos casos el abuso sucede a niños en etapa de jardín, los cuales no saben que lo que les están haciendo es abuso sexual, porque no tienen la conciencia suficiente para entenderlo. “El abuso no siempre empieza de forma carnal, sino que el abusador comienza estimulando ciertas partes erógenas a través de ‘cosquillitas suaves’, les hacen un entrenamiento para luego abusar de ellos carnalmente”. La especialista describe al agresor: “Los abusadores, que ahora son nombrados depredadores, no tienen goce sexual genital propiamente dicho, es un goce por atrapar y engañar al niño”.

López indica que el abuso sexual infantil puede ser detectado a través de señales en la sintomatología corporal del niño, en sus juegos y dibujos, incluso cuando dibujan mamarrachos, que suelen ser en color negro. “El sol es un indicador, el niño dibuja uno amarillo y otro negro, hablamos de que está transmitiendo una figura masculina que se comporta de doble manera, con una cara oscura”.

Afirma que los niños no siempre dibujan genitales o los pueden borrar. Otro símbolo pueden ser las nubes, varias chimeneas en una misma casa o manchada con tinta roja: “No son casualidades, basta de pensar que los niños son ingenuos, hay que aprender a decodificar”.

María Cecilia López cuenta que con niños abusados trabaja terapias más prolongadas, de dos a cuatro años. Señala que el abuso sexual infantil es una cuestión de género, ya que generalmente es por parte de alguien cercano a quien el niño tiene idealizado. “Debe considerarse a los niños como personas que sienten y saben expresar”, sentencia.

No hay edad específica para hablar de sexualidad, se trata de un tema que atraviesa todos los ámbitos. Es importante crear espacios de diálogo, aprendizaje y confianza para fortalecer a niños y adolescentes. De esa forma, podemos ayudarlos a cuidarse, a darse cuenta cuando algo no les gusta, a saber cómo pedir ayuda en caso de que no puedan resolverlo por sí mismos. Los niños no mienten, hablar es empezar a prevenir.