«Hay que salir a tiempo del personaje»

«Hay que salir a tiempo del personaje»

«Se me agotaron las formas de contar las cosas del sistema y me moví al género negro», cuenta Ferrari.

Kike Ferrari  nos recibe con un abrazo en su departamento de Balvanera. Se toma unos minutos para cambiarse y nos propone comprar “unos tubos” en el almacén que está a la vuelta de su casa. Ya con una caja de cartón de contiene seis latas de cerveza, volvemos a subir los once pisos por ascensor de un edificio antiguo renovado hasta parecerse a un hospital retrofuturista. En casa nos encontramos con su madre y sus tres hijos, que juegan a la Play Station en un living repleto de libros, parte de una biblioteca que continúa en el cuarto donde el autor tiene su estudio.

Entre el año pasado y este, Enrique publicó dos obras que se alejan del género al que se lo asocia: Todos Nosotros, una novela en la que un grupo de amigos de orientación trotskista viaja en el tiempo para matar a Ramón Mercader (el asesino de Trotsky) y El oficio de narrar, un pequeño libro ilustrado por Apo Apontinopla que conjuga el relato de la desintegración de una pareja con el arte de la escritura.

Con gestos veloces deposita dos latas y tres vasos en una mesita antes de acomodarse en el sofá. El disco Closing Time, de Tom Waits, suena en la computadora como un reflejo del espíritu presente en su obra. “Este fue el primer disco que compré en CD”, comenta. El ambiente familiar impregna la atmósfera en amalgama con su remera de Black Sabbath, un busto de Marx y el escudo de River Plate que adorna el vaso de cerámica donde nos sirve un trago mientras reflexiona:

El oficio de narrar es mejor que muchas de las cosas que escribí. Da un tono más poético porque es literatura de shock, una cosa que yo habitualmente no hago. Estaba atravesando una crisis de pareja que terminó en separación hace como ya dos años. No hago catarsis, no hago autoayuda. El poemita de lo que siento es una cosa que a mí me rompe las pelotas. Pero tiene un material subjetivo que muy pocos de mis otros textos tienen. Viene acompañado con unos dibujos alucinantes de Apo. Era la única forma de que ese libro funcionara, sino no es un libro, es un cuento largo. Debía tener esta forma-objeto.  Sentí como casi nunca en mi vida que esa separación era un evento de lo privado, así que empecé a escribir como un diario de crisis para mí mismo. Llené dos o tres cuadernos, releí y encontré material narrativo. Seleccioné de ese torrente una serie de entradas que me permitían contar vagamente la historia de una desintegración de pareja que ya no era la mía, sino la de alguien más con reflexiones sobre el oficio, destilar las cositas que aprendí de este trabajo. Por eso lo quise publicar por separado.

«El poemita de lo que siento es una cosa que a mí me rompe las pelotas», dice Ferrari.

En tus otras obras está mucho más oculta la cotidianeidad…

Es una instancia que no creo que se vaya a repetir. Estoy alejado del realismo minimalista. Este texto es como una última aproximación. A mí para contar lo que tengo ganas de contar no me sirve.

El género negro parece el que mejor te calza para contar lo que querés. ¿Lo elegiste o te llegó?

Las dos cosas. La mejor respuesta para retratar una sociedad criminal es hablando de los crímenes. Retratás una red de trata y así también el trabajo alienado en su peor versión. Retratás el narco (mis amigos mexicanos lo hacen mucho) y en realidad estás retratando el capitalismo posfordista. Pero la razón central porque llegué al género negro es porque me parece muy interesante de leer y muy interesante de escribir. En algún momento se me agotaron las formas de contar las cosas que yo quería contar del sistema o las hipótesis políticas que me interesaban contar y me moví a ese género.

Si no te quedabas en lo ensayístico.

Y la política se va conmigo a cualquier lado que vaya. Porque es un interés que ocupa un montón de horas de mi vida desde hace treinta años. A mí lo que me interesa es contar las mejores historias posibles. Divertirme escribiéndolas y averiguar si a mí me divertirían como lector. Los intereses más profundos que yo tengo están ahí.

¿Y cuáles son esos intereses?

En el 90% de mis textos está la pregunta por la personalidad, cómo juega la individualidad alrededor de lo colectivo, como uno se construye con los otros, la amistad como tabla de salvación al marasmo de una sociedad en retroceso. Porque son preocupaciones centrales de mi vida y cuelan en lo que escribís.

«En el 90% de mis textos está la pregunta por la personalidad, cómo juega la individualidad en lo colectivo».

En la ciencia ficción estadounidense del siglo XX había un gran temor al avance de la tecnología mientras que la ciencia ficción soviética y el movimiento beatnik más bien la abrazaba como una gran esperanza. ¿El género es determinante para contar lo que te interesa?

La hipótesis del gran capitalismo es que la tecnología va a remplazar al ser humano en el trabajo y dejarte en la miseria. Porque tu laburo es el de la máquina. La hipótesis de la utopía comunista es que la máquina va a reemplazar el trabajo para que vos puedas vivir una vida plena. Con el género negro pasa eso desde muy temprano. (Dashiell) Hammet es programático en eso. En Black Mask son programáticos de eso. “Queremos contar esto como nos parece que es la forma de contar este momento del capital”. El tema es que ese momento del capital pasó y el género fue mutando para sobrevivir. Para eso se fue poniendo cada vez más y más plebeyo. Más permeable. Más poroso. Las últimas mejores novelas policiales que leí no son novelas policiales. La mejor es  La ciudad y la ciudad, de China Miévile, un autor inglés que recomiendo enfáticamente. Y es una novela de ciencia ficción. Porque de hecho las mejores novelas de ciencia ficción son novelas de género negro.

Lo que pasa con el cyberpunk

Nigromante es una novela policial. Sueñan los androides con ovejas eléctricas es una novela policial. La saga de (Donald) Harrison, Luz y Nuevo Swing  son novelas de género negro. Y el género negro está haciendo el mismo recorrido. Todos nosotros no es solo una novela de género negro. Nos venimos olvidando  los apellidos de las cosas. Entonces decimos “géneros” y no decimos “géneros populares”, que es el nombre completo. Y los géneros populares, por definición, son bastardos. Son plebeyos. Mixturados, racialmente impuros. Porque es lo interesante. Sino es un bodrio. Los cruces entre el jazz y el rock, son géneros populares. Donde cristaliza y se transforma en una cosa única es un bodrio

 De otra forma no llega, no permea.

Deja de respirar.

Hace unos años te catalogaban como un escritor “proletario” que trabajaba limpiando los baños del subte. ¿Se impuso la literatura sobre ese personaje?

El plan que yo tenía en relación a los peligros del personaje se fue cumpliendo. Nunca más di la nota del mameluco. Nunca más me lo puse. Dejó de estar en la portada de mis libros.

 Además el subte es un espacio bastante afín a la política. Está la revista El Andén, la Radio del subte…

Los compañeros construyeron un sindicato distinto. Anacrónico. Más parecido a las viejas organizaciones obreras. Es un centro cultural, el lugar donde te juntás con amigos, donde vas a llorar cuando tenés un problema. Y donde prefigurás y peleás la paritaria de todos los años. El sindicato me permite esto. El laburo en el subte tiene la ventaja de no ser tan largo en horas. Permite ordenar tu vida, los horarios para poder hacerlo. “El escritor del subte”  no lo fui a buscar. Sucedió.

Sos escritor, fuiste a laburar al subte y alguien vendió una nota a un medio sobre eso.

Estuvo bien que yo lo haya aprovechado y está bien salir de ahí ni bien uno puede. Ahora mi libro está por salir en Estados Unidos. Si tengo que jugarles el personaje lo voy a  hacer otra vez. Porque sé para qué sirve y sé cuándo puedo salir de ahí. Hay un ámbito comercial con el que hay que laburar. También depende de cómo le vaya al libro. Si tiene un arranque espectacular sin necesidad de “hacerles el obrero”, excelente. Acá no lo hago más.

El mercado editorial argentino se sigue rigiendo por esas cosas.

Un montón. Una compañera que coló en el movimiento feminista se comió una bronca porque tiene varios hijos. Y se monta ella un personaje alrededor de eso. La novela de la piba se defiende sola. Sin embargo no usar eso es una estupidez. Pero es un oficio. Un trabajo. Hay unas herramientas que aprender, una serie de convenciones que hay que respetar o dejar de respetar. Y es un trabajo hermoso, además. Si uno no lo toma como un trabajo le está bajando el precio. El problema es que en este sistema de mierda el trabajo tiene muy mala prensa. Porque estamos pensando en el trabajo alienado, el que no es tuyo. Yo estoy adentro de mis textos y lo sabemos todos. Siendo un autor de mi tamaño es muy difícil estar tranquilo y decir “la literatura va a pagar esta parte y el trabajo asalariado va  a pagar esta otra”. Yo acabo de armar un taller desdoblado en dos días. Sábado y miércoles. Cuatro y cinco participantes. Esos talleres me pagan el alquiler. Pero si alguien tiene la receta para vender 15 mil ejemplares, le digo que la ponga en práctica. Si fuera re fácil vender algo usando el tema del momento, yo lo haría. Lo firmaría con el nombre de otro y no me empaño el nombre. No es tan fácil escribir un éxito. Pero hay que salir a tiempo del personaje. Si no, corrés el riesgo de que el personaje te coma. A mí me tienen que importar los libros que se vendan únicamente en el sentido en que me ayudan a pagar el alquiler. Después me interesan que los textos sean leídos. Pero la literatura está en otro lado. Está en el encuentro con los lectores. Si son un montón es mejor porque rebota más, el eco es más grande, lo que vuelve es más fuerte y te acomoda mejor. Pero los términos del mercado y los términos de la literatura son diferentes. Están en otro lugar. Nos tendría que importar menos.

Justicia por palabra propia

Justicia por palabra propia

Belén López Peiró, escritora, periodista y licenciada en Comunicación Social.

“Y entonces, ¿por qué volvías cada verano? ¿Te gusta sufrir? ¿Por qué no te quedabas en tu casa?”, condena el libro Por qué volvías cada verano en su inicio e inaugura el recorrido por las variadas voces que reconstruye la escritora, periodista y licenciada en Comunicación Social Belén López Peiró. La autora las pone de manifiesto para reconstruir el contexto del abuso que ella mismo sufrió. Las palabras de su familia, la pediatra, el abogado, la psicóloga, las declaraciones judiciales hablan, juzgan, ocultan, silencian en un libro que le permitió reconstruir su identidad.

¿Cómo fue el proceso de escritura del libro?

Surgió por una convocatoria de Abuelas de Plaza de Mayo para que escritores inéditos hablen sobre identidad. Llegué a mi casa y lo primero que escribí fue el relato de mi abuso. Lo llevé al taller de escritura y Gabriela Cabezón Cámara, mi tallerista, me dijo “dejá todo lo que estás haciendo y escribí esto”. Cuando quise seguir contando, lo primero que me salió fueron las otras voces, porque entendía que la mía no podía entenderse sin todo el entramado, el contexto familiar, las instituciones. Las voces que fueron apareciendo las escribí en un período muy breve, como si las hubiese vomitado. Fue exteriorizar un montón de sentimientos y de sensaciones que cada vez que ponía en papel sentía alivio. Escribía miles de voces y me preguntaba “¿pero qué forma todo esto?” Porque eran papeles sueltos. Llegué a tener cientos de hojas arriba de la mesa sin orden cronológico. En el libro tampoco hay exactitud. Y eso representa tal cual las imágenes visuales de una chica abusada, en las que nunca hay una exactitud puntual, contrario a lo que te exige la justicia.

¿Por qué decidiste publicarlo?

Cuando llegó la propuesta de la editorial, lo pensé. Pero creo que hay dos tipos de justicia: la del tribunal que dispone de la denuncia y que no depende de mí, sino de un juez que dictamine; y otra, que es la mía y que pude hacerla con el libro, para mí y para las otras chicas. Publicarla era eso: poner un cierre a todo este entramado de voces que, al volcarlas al papel, al ponerle palabras, me habían dado un respiro que podía también significar un alivio para muchas otras mujeres. En el libro redacto mi situación, pero todo el ahogo, la asfixia y el silencio que le dieron forma pueden ser adaptados a otras situaciones.

¿Cómo fuiste reconstruyendo las voces que plasmás en la novela?

Un montón me salieron el primer día. A veces me quedaba toda la noche escribiendo. Después, obviamente hay un proceso de edición en el que vas modificando ciertas partes. Al principio tendía a suavizar, no ponía determinadas palabras. Es como si estuviese justificando o protegiendo al lector o pensando que el día de mañana me podían leer y tenía miedo de lastimar a mi mamá, a mi hermano. Pero después me di cuenta que no tenía que hacer eso. Luego, empezó un proceso de recordar un poco más fuerte, de pensar qué otro hecho de toda esta situación me había marcado, de revivir sueños. Recordar momentos en los que había amor, porque también se relatan escenas de cómo mi tío me cuidaba y quería. También de la nena que era yo de chica, pero no relatándolo con ojos de adulta, sino de niña. Entonces fue todo un proceso de trabajo súper intenso que me llevó no solo tiempo de maceración, sino también de búsqueda y de reconstrucción, porque al escribir el libro me reconstruí a mí misma.

¿Nunca habías escrito sobre eso?

No. Ni lo tenía pensado. Era la primera vez y entiendo que al haberme pedido hablar sobre identidad no podía hablar de otra cosa que no sea eso, porque era parte de reconocer que esto también me hace la mujer que soy hoy, me construye como persona. Soy esto y muchas cosas más. No negarlo, sino integrarlo a mi vida.

¿Qué dificultó que puedas reconocerte como víctima?

Cuando los abusos son intrafamiliares está todo entramado: mis tíos eran también los que me cuidaban cuando lo necesitaba, que me llevaban al médico si me pasaba algo. En los veranos que fui abusada también la pasaba bien con mis amigas. Contar esto es fundamental para explicar cómo la figura que suele abusar también suele tener la otra cara y eso te impide hablar. Más allá de querer protegerlo a él, lo que más quería era no lastimar a mi tía y a mi prima que también me habían cuidado. Sentía que si hablaba, las lastimaba. Después me di cuenta que no era así, que era al contrario. Poner luz sobre esta situación podía prevenir un montón de otras cosas, me crean o no. Finalmente, resultó siendo que no.

¿Por qué considerás que reaccionaron así?

Porque lo primero que se tiende a hacer es culpar a la víctima: “Algo tuvo que haber hecho” o “por qué estás diciendo esto si decir esto arruina a la familia”. Y volvés a culpar a la víctima, no ya por provocar al perpetrador sino porque cuando hablaste arruinaste todo lo demás. Las reacciones lo que tienden es a conservar el orden preexistente y ahí está el silencio: los trapos sucios tienen que ocultarse. Cuando hablé, quebré una estructura armada y al desarmarla, se desmorona todo.

«En el libro redacto mi situación, pero todo el ahogo, la asfixia y el silencio que le dieron forma pueden ser adaptados a otras situaciones».

Entre las tantas voces de culpabilidad, de ocultamiento y silencio, aparece la de María Elena, de AVIVI (Ayuda a Víctimas de Violación). ¿Qué rol tuvo esa organización?

Fue muy importante porque en ese momento había presentado la denuncia, me habían llamado a ratificarla durante ocho horas. Me sentía muy sola frente a la institución justicia. Me senté en la computadora, empecé a googlear y lo primero que me salió fue AVIVI. Me imaginé una institución o algo así y en realidad era la casa de María Elena en provincia de Buenos Aires. Su oficina era su comedor, las carpetas las guardaba en un armario de la cocina y ponía el cuerpo ante cada mujer que llegaba a su casa. No le importaban los detalles. Vos le decías que sufrías algún tipo de violencia, que necesitabas su ayuda y ella levantaba un teléfono y te ayudaba. Su rol fue el de no hacerme sentir sola. Me decía “nunca más vas a estar sola”.

En 2014 hiciste la denuncia. ¿Qué fue lo que te motivó?

Entendí que si yo no lo decía podía pasarle a otras chicas, porque él tenía acceso a menores y eso me heló la sangre. Fue un pensamiento más o menos parecido al que tuve cuando decidí publicar el libro: poner la experiencia en palabras, volverla visible.

¿En qué estado está la causa?

Sigue en trámite. Por eso el final del libro es abierto. Siempre está bueno ponerle un punto final, pero a veces no lo tiene.

¿Esperás que suceda algo en lo judicial?

Sinceramente, no lo sé. La decisión que tome la justicia entiendo que no depende de mí. Una persona que abusa de una menor, tiene que tener consecuencias. Pero trato de no poner mis expectativas ahí porque puedo salir muy lastimada. Prefiero que mi vida y mi accionar político y feminista vayan por otro lugar. Y Por qué volvías cada verano, me parece, que va por ahí.

Empoderadas por la poesía

Empoderadas por la poesía

Cuatro mujeres en el centro. Escritoras encargadas de presentar las obras de sus amigas, también escritoras. “Las poesías son nuestras, y entre nosotras queremos leerlas para encontrar las pistas a esa corriente de preguntas que se nos tiran encima, así como entre nosotras elaboramos la praxis de la sororidad aun cuando nos cuesta, porque la resistencia es ancestral y espesa, pero la militancia es real”, expresó Florencia Monfort al momento de presentar Ese animal tierno y voraz, el libro de poemas de Ivana Romero. Mercedes Halfon, a su vez, introdujo El cuerpo en la batalla, de Fernanda Nicolini; no se presentó como poeta ni como crítica, sino como amiga y testigo de la autora. “Puedo decir muchas cosas de su vida, de su escritura, y de la relación entre su vida y la escritura ya que este libro, si hay algo que trasunta, es vitalidad- empezó Mercedes-. Una potencia notable para nombrar los ciclos naturales, nacimientos, muertes, de modo en que ambas cuestiones se manifiestan muchas veces violentas, otras suaves y paulatinas”.

Los dos poemarios se presentaron el sábado a la noche en Mandrágora Libros y Cultura, un espacio que potencia la circulación y visibilización de editoriales independientes como Caleta Olivia, la responsable de estos dos libros. “Fer siempre escribió poesía –dijo Mercedes, y evocó los comienzos de una amistad que se cultivó en la escritura-. Cuando la conocí en el año 2004 ya era una conocedora y habitué de tertulias poéticas, fue ella quien me introdujo en estos estilos contemporáneos”. El departamento al que Fernanda se había mudado sola hace una década, fue el refugio donde ambas pasaron tardes y noches leyendo y escribiendo, hasta que en 2012 llegaron a publicar, en autoría compartida, la novela Te pido un taxi.

Fernanda Nicolini.

Nicolini ya había editado Rubia, su primera plaqueta de poesía, y luego el libro Ruta 2. En esos primeros escritos saldó cuestiones vinculadas a sus orígenes marplatenses, su educación sentimental, sus múltiples mudanzas. Mercedes describe a los poemas de Fernanda como “rítmicos, afilados. Los versos se precipitan con gran velocidad hasta que en algún punto inesperado del recorrido se clavan, como quien pone punta para hacer un trayecto largo pero luego se detiene en un lugar con una vista súbita, singular, que hace necesario que esa imagen se instale y quede flotando por un rato”. Los años fueron pasando, y los poemas de Nicolini se fueron acumulando en cuadernos, carpetas en la computadora, y contratapas de libros que leía y la inspiraban. Se fueron acumulando mientras escribía la biografía de la familia de Héctor Oesterheld; mientras entrevistaba gente que le contaba sus historias; y mientras ella vivía su propia historia mudándose y buscando un hijo. “Los personajes de los poemas de Fer resisten -dice Halfon- .Los cuerpos son fuertes. Su cuerpo también es fuerte. Son cuerpos que luchan y no se amedrentan fácilmente. Algunos de esos cuerpos ya no están, pero sus voces siguen sonando en algún lugar. Es ella quien los escucha, registra su sonido, su ritmo acelerado y los escribe en el revés, en la nervadura…un libro escrito en la parte de atrás de otro libro.”

Marcela (perteneciente a la primer parte del libro, “Nombre de guerra”)

Cómo se construye una vida no es una pregunta

es un estado de vigilia

una ansiedad convertida en círculos

aunque ella no piensa en círculos sino en dibujos sin hacer

en números que se unen por líneas que

en este caso

desconocen la ley de la secuencia

el dos no sigue al uno y no hay modo de que lo haga

están los espacios vacíos, la incógnita, el tono de una voz perdida

nadie la grabó y, ¿sabés qué?

las voces no quedan en la memoria como el olor de una tarde de diciembre, el zumbido del tiro que te parte la columna, el grito que congela tu nombre de guerra en un barrio que huele a mierda

¿reconocés su voz? ¿podés escucharla?

ellos también quemaron fotos y guardaron imágenes en calles de tierra para compartir con nadie

y no la oyen

cómo se construye una vida no es una pregunta

es un estado en el que las dimensiones se comprimen

y el tiempo no es más que un modo de ordenar la distorsión.

La poesía en Fernanda nació en su adolescencia, como un modo de escurrir la melancolía, y luego continuó por su amor a la escritura. Mientras trabajaba en la vida de los Oesterheld, que es de un estilo periodístico, la poesía le sirvió como un diario íntimo de escape donde hacer catarsis y volcar todo lo que quisiera sin estar atada a ninguna regla. Ella cree que periodismo y poesía comparten la escritura, que es una sola, pero mientras uno es un espacio atado a un millón de reglas, la otra es lugar de libertad total. “Yo creo que muchas veces uno hace poesía con los restos que le quedan de otras cosas, con esos remanentes; pero no es el descarte, sino como cosas que te quedan flotando en la cabeza, imágenes, frases… y creo que cada uno tiene su modo de escribir –dice Nicolini-. Yo de pronto empiezo a macerar una idea en la cabeza y empiezo a escribir el poema mentalmente y por ahí está ahí semanas. Hasta que un día me siento porque tengo tiempo; son como paréntesis en la vida, en los que te sentás y los escribís”.

Ivana Romero.

Lo que unió a Fernanda con Ivana Romero fue un vínculo feminista. En 2015, cuando el diario Tiempo Argentino fue arrasado, Ivana quedó en la calle de un día para otro. “A una de las primeras personas a las que llamé fue a Fernanda y me dijo ‘bueno sí, armamos algo’-cuenta Romero-. Que me abrieran la puerta fue un modo de decir que se podría volver a empezar a pesar de la crisis, contra la crisis y que eso me generaba una responsabilidad aun mayor, que era reinventar mi discurso, afinarlo y obviamente reseñar un libro no es lo mismo que escribir poesía pero sí hay una mirada cada vez más clara en ese sentido feminista”. Los poemas de Este animal tierno y voraz surgieron de esa época, una época distinta no sólo política sino personalmente para Ivana. “El libro que está acá es un estilo esencialmente amoroso y me parece que la poesía es esencialmente amorosa”, opina ella.

Florencia Monfort tomó la palabra para hablar de su amiga y su obra: “Sus poemas son una ventana a cierto dolor, a cierta nostalgia provocada por un amor que ya fue, que aun cuando está siendo se puede ver que ya no será; o un encuentro que no sucede, y de golpe, se produce una aceleración del pulso”. “Sí la poesía es el nervio de la literatura- continúa Monfort- el animal del que habla Romero, que a primera vista podría decirse que es el amor, es la poesía misma”.

Romero pretende en su libro ir a contrapelo de lo que son las grandes estrellas de rock como Bruce Springsteen, Norah Jones y Amy Winehouse. Habla de un doble movimiento, del heroísmo de las grandes figuras y también del heroísmo de las pequeñas figuras, donde no importa cuán grandes sean sino de lo que tienen para decir. “Ella construye los poemas con paciencia -expresa Monfort- como se observa el agua cuando corre cataratas. Y es una catarata con ritmo, con una música a la que rinde culto a los dueños y dueñas de esas canciones, las estrellas perfectas. Como si todos ellos, incluida la autora, formaran un atlas de poesía-canciones con la que se puede bajar el telón del mundo para ver una versión de la realidad, de la poesía, y también la de las mujeres. ¿Cómo amamos las mujeres? Un animal tierno y voraz habita en nuestros modos de amar, la pregunta es cómo liberarlo”. Romero cree que la poesía no tiene que pedir permiso; “La poesía es puro deseo”, plantea, y así lo exterioriza en uno de sus poemas de amor hacia una mujer.

 

Celina (fragmento)

Usa pestañas postizas y flores de plástico en el pelo

tiene los dedos largos, temblorosos, levemente temblorosos

una espalda tan ancha que podría recostarme en ella

podría descansar en ese continente oscuro

como quien se hunde en el sueño reparador tras un naufragio.

Hace unas noches la vi en las escaleras mecánicas de la estación de subte

ella subía y detrás un hombre le daba charla

el hombre era viejo y quizás triste

Celina lo miraba con ojos cansados que seguían en pie

sostenidos por esas pestañas tupidas y falsas y bellas.

Quizás un cliente de Sainsbury hizo lo que yo no hice

esperarla y dejar que ella me elija mientras sube las escaleras.

“El discurso poético es un discurso que va a contrapelo. No es un discurso útil, no es un discurso que te va a hacer ganar un montón de plata, no es el discurso del periodismo ni la legislación. Es otro discurso, enteramente habitado por el deseo, y está construido en ese presente donde ocurre algo que te conmueve, y ese deseo no tiene por qué ir siempre hacia el mismo lugar”, expresa Ivana.

La Librería Mandrágora y un público atento al escuchar a las autoras y presentadoras.

Florencia e Ivana. Son dos mujeres, periodistas de profesión, y poetas de vocación. “Yo soy periodista, escribo reseñas y a la vez escribo poesía. No hay una zona donde haya un corte”, dice Ivana.  

Por un lado, la escritura periodística las mantiene con un pie en la tierra; y por otro, la poesía las lleva a captar lo fugaz, lo sutil. “Cuando estás leyendo una narración que te cautiva mucho y tiene algún pasaje que te conecta con algo que no es de este mundo, estás leyendo poesía -opina Romero-. La poesía no es nada más que versitos. La poesía tiene que ver cuando estás orando, cuando estás pensando en algo que tiene que ver con este mundo y no; a diferencia de la narrativa que en general siempre tiene un anclaje con algo de este mundo, necesitas describir personajes, crear escenarios, atmósferas, etc…La poesía es muy mínia y muchas veces no sabe bien dónde va. Es mucho más errática. Nuestra vida es errática de manera que lo único que hay que hacer es linkear eso que ya está unido de hecho”. En la misma línea, Nicolini piensa que “hay cosas que podés expresarlas con la poesía y puede ir desde la maternidad hasta unas vacaciones con amigos, lo que sea. Simplemente es como cambiar el punto de vista y el modo de decodificar eso que te pasa. Darle una potencia al lenguaje que no tiene en otros contextos o en otros formatos”.

La poesía puede encontrarse en cualquier lugar, sólo es cuestión de dejarse conmover por los detalles.

 

 

 

 

Mariana Enriquez, una muchacha punk

Mariana Enriquez, una muchacha punk

Juan Forn la llamó “muchacha punk”, en una de sus habituales contratapas de los viernes en Página 12, en alusión al afamado cuento de nombre homónimo con el que Rodolfo Fogwill obtuvo notoriedad a principios de los ochenta. Forn rememora aquella ocasión en la que -como editor de Planeta- recibió a una chica de prematuras habilidades literarias y decidió publicarle su primera novela, como “uno de los recuerdos más lindos de su época de editor”. Pero jamás hubiera imaginado que esa adolescente “de mirada negra y pelos electrizados que fumaba como un vampiro” provocaría un cimbronazo en la literatura argentina. O sí. Como uno de esos cazadores de talentos que confían en su olfato y son capaces de improvisar un contrato en una servilleta de bar con una aureola de café, Forn pidió un adelanto de mil pesos-dólares a la oficina de contabilidad de la editorial para que “aquella minipunk humeante e indiferente llamada Mariana Enriquez, pudiera ir a comprarse una computadora, tipear la novela y traerla, porque ese mismo día quedaba contratada”. La novela estaba escrita en un cuaderno espiralado de hojas cuadriculadas y más tarde sería titulada Bajar es lo peor.

“Me gustaba -la novela- pero necesitaba trabajo. Básicamente me dio unas diez indicaciones y me mandó a mi casa a que corrigiera. Juan fue un tipo que en algún punto me enseñó a escribir”, cuenta la escritora, en una extensa charla con ANCCOM.

La fama de Forn como editor estrella de la década de los noventa daría sus frutos veinte años después, porque Enriquez ingresaría definitivamente a la escena con Las cosas que perdimos en el fuego (Anagrama, 2016), un libro de cuentos de terror con anclaje realista, que en un año y medio lleva cinco ediciones y se ha traducido a una veintena de idiomas. Además, recibió el premio Ciutat de Barcelona a la mejor obra en lengua castellana. Pero no conforme con eso, la escritora de 43 años publicó en mayo pasado Éste es el mar (Random House), una nouvelle inclasificable de por ahora se escapa a todos los esquemas disponibles dentro de la literatura nacional. Es la macabra historia protagonizada por Helena, un personaje sobrenatural que pertenece a las Luminosas, un rebaño de mujeres oscuras que, al igual que ella, tienen como propósito transformar en leyendas a jóvenes estrellas de rock. De a poco los van empujando hacia la muerte. En este caso la víctima será James Evans, líder de la banda Fallen, el último frontman de estos tiempos.  

«Las cosas que perdimos en el fuego», su libro de cuentos y «Este es el mar», la última novela de Enriquez.

Éste es el mar es como una novela de doble clausura

Tenía ganas de hacer una novela que trabajara un poco con temas de rock y mitologías. Lo que pasa es que también me di cuenta que no se podía hacer una novela rockera de actualidad porque el rock como cultura ya no es relevante. Es una cultura juvenil más dentro de otro montón de culturas juveniles. Cuando yo era chica todavía era la última oleada de eso. En los noventa eso se acaba. Entonces de alguna manera era como cerrar una etapa de escuchar esa música, de tener esos ídolos, de tener esas construcciones culturales que me ayudaron mucho en mi formación como escritora. Porque yo no llegué a la literatura por la literatura, o sí, pero también llegué por el rock. Lo que un músico que me gustaba decía que leía yo lo iba a buscar.

¿Y por qué crees que esto es así?

La idea del escritor que solamente se mueve en el ambiente literario es un poco anacrónica. Ya no existe esa persona que se mueve en un mundo solo. Tenés demasiadas influencias para poder encerrarte ahí. Entonces, hay mucha gente a la que la conocí porque la mencionaba algún músico en alguna nota, y no por la biblioteca.

¿Esas influencias múltiples y transversales, son un síntoma de época?

Sí, claro. Es como una cosa de los escritores de menos de cincuenta. 

Tu generación

Sí. Si fuiste joven en los noventa, con internet básicamente, cambia toda tu forma de circulación. Yo, por ejemplo, no soy nada cinéfila. Pero empiezo a notar en escritores de mi edad o un poco más chicos, la enorme influencia que tienen del cine. Te hablan en escenas. Es un síntoma de época: ya no estás solamente haciendo literatura y nada más. 

Hace poco dijiste que la novela venía a romper con cierta histeria femenina que se le otorgaba a las mujeres por parte de la crítica dentro del ámbito del rock

Siempre me pareció que en el rock -sobre todo desde cómo se leía el fenómeno- había cierto desprecio por un personaje que es muy importante: la fan. Sin la fan, el fenómeno no existe en un punto. En el pop pasa lo mismo. Sin nadie que te venere de alguna manera no existe. Y por algún motivo, sobre todo desde la crítica de rock (en general hecha por varones) y también un poco de parte de ciertos músicos, eso siempre fue despreciado como una cosa de histeria, que a mí me parece que tiene que ver con un desprecio a lo femenino. En el caso de muchos de los músicos, tiene que ver con no reconocer su propia femeneidad (¡chicos, se pintan la cara!). Son muy andróginos. En Argentina un poco menos porque hay como un fenómeno más de «machito». El tema de lo femenino en el rock está muy presente y una de sus manifestaciones es el tema de las fans. Sin las fans no tenés el fenómeno de Elvis Presley.

¿Es como que le faltara algo?

Claro, algo muy esencial: la sexualidad. Los Beatles, sin el griterío de las chicas, no tienen nada de sexualidad. Son cuatro chicos horripilantes. La carga esa de tensión sexual se la ponen las chicas que se enamoran de ellos. Y después eso termina teniendo un diálogo. Luego, los Rolling Stones ya le escribían canciones. Y más adelante, en los ‘70, con el rock de glam y después el punk, directamente se incorporan los músicos que aunque siguen siendo varones tienen una estética andrógina. Las mujeres están desde el primer momento. A mí siempre me interesó hablar de eso como algo constitutivo del fenómeno, no como una especie de desgracia. Yo lo viví, incluso. De muy chica era fan. No tenía ganas de escribir un libro que fuera un manifiesto. Ahora que el rock es más mitología que actualidad me pareció que era el momento de escribir sobre esas mujeres que también son creadoras del fenómeno.

¿El rock es más mitología que actualidad? ¿Por qué?

-Se achicó el campo. Mundialmente el rock se convirtió en una cultura de clase media blanca. Y empezaron a aparecer otro montón de culturas juveniles que son más relevantes que el rock para la gente joven, que es la que termina armando la cultura. El hip hop es más relevante porque es más diverso y pertenece a una minoría. Fenómenos como el reggaeton o el pop latino representan a un montón de gente de la periferia que habla español y que no es la gente blanca que habla en inglés. Y después, las mujeres encontraron algo como el pop adolescente. Hay espacios que resultan más amplios. Son lugares de muchísima más aceptación. El rock se convirtió en algo muy conservador en ese sentido. Representan a muy poca gente en un mundo donde la diversidad es central. 

Teniendo en cuenta la publicación reciente de la novela, ¿cómo tomaste los suicidios de Chris Cornell y Chester Bennington?

Yo no lo hice (risas), no mandé a las chicas (Las Luminosas). Lo tomé con humor. Mucha gente me lo mencionó, de hecho la novela salió la misma semana que murió Chris Cornell. A mí me parecía horrible lo que hacía Chester Bennington, pero de Cornell era bastante fan. Además me parecía hermoso, era un candidato. Un poco viejo para eso, pero no lo parecía físicamente. Estaba lo suficientemente guapo, con el talento casi justo y buen músico (risas nuevamente). Esto viene pasando desde el principio del rock. Yo lo único que le agrego es quién lo produce o cómo se produce. Pero si vos tenés cierta sensibilidad literaria un poco paranoica, las veces que pasa -desde Elvis hasta Cornell y Bennington- es más o menos lo mismo. Una de las primeras cosas que me llamó la atención es intentar armar cómo se produciría la muerte de estos tipos tan famosos y tan rodeados de gente, por una persona que los tiene que matar pero que lo hace para que se vuelvan famosos, para que se vuelvan leyenda. Entonces siempre hay como un componente medio extraño. Cuando se estudian las muertes de los grandes ídolos del rock, hay un hilo conductor que es esa especie de aislamiento que en realidad en algunos casos tiene que ver con el abandono y en otros con la hiperfama. Eso literariamente te sirve mucho para armar una historia fantástica porque podés introducir un elemento mágico, como fuerzas que los aíslan para que alguien pueda entrar y hacer el trabajo que tenga que hacer.

Decís que te sentís más influenciada por el rock que por la literatura. ¿Cuáles son tus  influencias literarias?

Leo muchísimo, lo que pasa es que para mí son dos cosas diferentes. Una cosa es lo que escribís, que de alguna manera te enseña a escribir porque es tu lenguaje. Leo porque escribo y veo como escribe la gente para ver quién me gusta. No leí tantos libros como escuché discos, pero para mí están en un pie de igualdad. Lo cual para un escritor es medio extraño porque la literatura siempre está primero. Para mí son las dos cosas, porque apelan a cuestiones diferentes de mi sensibilidad. Empecé a leer muy chica cosas de grandes. Había libros en mi casa y yo los leía sin demasiado criterio. A los 13 habré leído a (William) Faulkner y no entendía una palabra. Pero había algo en ese mundo que me había inquietado. Y cuando volví de más grande lo pude entender, y me di cuenta que ese tipo era uno de los escritores que me gustaban. Hubo muchas intuiciones así.

«Tenía ganas de hacer una novela que trabajara un poco con temas de rock y mitologías», dice Mariana Enriquez.

Hace poco hablaste del terror como género que tiene “un lenguaje mucho más apto para entender la realidad moderna que muchos otros géneros realistas”. ¿Considerás que está poco explorado dentro de la literatura argentina?

Se exploró muy poco en español y eso tiene que ver un poco con una tradición literaria. La tradición anglosajona siempre abrazó el terror de una manera muy directa. Siempre tuvo relación con la realidad. Frankenstein es una novela que dialoga con su época directamente. En su origen es así, después va cambiando con escritores como (Edgar Allan) Poe o (Howard Phillips) Lovecraft, que son tipos que lo piensan de otra manera. Pero a partir de los años setenta con Stephen King cambia todo.

¿Y por qué crees que en la literatura argentina hay tan pocos escritores que escriban terror?

Es cuestión de tiempo. Tienen que decantar las lecturas. La mayoría de esos escritores leyeron escritores más populares y leyeron bastante más que literatura argentina. Es una mezcla de cosas. Primero, la literatura hasta por una cuestión elitista nunca incorporó la superstición. En cambio en otras literaturas entra directamente, de alguna manera incorporan las supersticiones del pueblo. Nadie te va a decir que (Julio) Cortázar escribía terror: La puerta condenada o Verano, por ejemplo. Y después, por supuesto, el boom latinoamericano, que pone en la mesa un canon muy contundente que está lejos de eso y está más cerca de un fantástico maravilloso. Hay una generación de escritores que crecieron leyendo más a Stephen King que a Carlos Fuentes.

Y con el éxito de tus últimos libros ¿creés que se abre una nueva puerta para los escritores argentinos?

Hay muchos escritores escribiendo el género, que ven que hay lectores y que de ninguna manera es una cosa marginal que la gente no tiene ganas de leer. Hay bastantes prejuicios de que el terror es un género puramente de la literatura comercial o juvenil. Pero si esto sirve para desprejuiciar las lecturas, está buenísimo. Porque nosotros en realidad fuimos lectores desprejuiciados.

Periodista y docente, Enriquez es subeditora del suplemento Radar de Página 12. Producto de la repercusión de su último libro de cuentos, durante 2017 recorrió 17 países. “Es una situación muy gratificante y sorprendente, que te produce agradecimiento, pero llega un momento que tenés que parar para poder escribir si no terminas siendo un escritor que viaja y no escribe. No me interesa mucho ese tipo de vida. Es alienante ¿De dónde voy a sacar materiales para mi literatura si vivo encerrada en esa tontería?”, cuenta. Su último destino fue Escocia, como invitada al Festival del libro de Edimburgo, ciudad en la que no se privó de visitar el cementerio local, uno de sus pasatiempos preferidos sobre el que publicó un libro de crónicas (Alguien camina sobre tu tumba: mis viajes a cementerios) en 2013.

En estos días se relanza la tercera edición de su opera prima y, para 2018, la editorial Anagrama reeditará La hermana menor. Un retrato Silvina Ocampo. En la actualidad está trabajando en una novela larga: “En realidad no sé muy bien dónde estoy yendo, así que todo lo que diga puede ser utilizado en mi contra”.

Tus cuentos son cuentos muy políticos, donde de alguna manera se puede abordar la coyuntura del momento en que escribís. ¿Cómo te llevas con la situación actual?

Mal (risas). No es la primera vez que me llevo mal con la coyuntura política tampoco. Hiperinflación, Alfonsín, Trocoli en el Ministerio de Seguridad. Patricia Bullrich, al lado, es un chiste. Y después la primera parte del menemismo tuvo como su alivio y la segunda ya era de vuelta una sensación muy insegura, una sensación de tener un gobierno totalmente irresponsable en un montón de niveles. De la Alianza no tengo ni que decir. Y el gobierno kirchnerista tuvo cosas muy positivas pero también tuvo ciertas cosas bastante irresponsables en algún sentido.

¿Por ejemplo?

Había un personalismo muy fuerte. A mí no me molestaba demasiado pero se volvió tóxico, contraproducente, generó una antinomia en la que se cae fácilmente. Es el ADN de la cultura política argentina. Entonces todo lo aceptable, que está bueno de ese proyecto político, tiene algo que ya no se puede aceptar porque se convirtió en antinomia algo que no lo era. Y con el gobierno de Macri estoy esencialmente en desacuerdo. Es un gobierno que no me interesa, que está yendo hacía lugares innecesariamente violentos para una parte de la ciudadanía.

En cierto modo tu cuento Bajo el agua negra puede leerse en relación a la desaparición de Santiago Maldonado ¿Qué pensas del caso?

Bajo el agua negra es el caso de Ezequiel Demonty. Fue importante, pero no fue la bestialidad de meter 250.000 personas en una plaza porque era un chico pobre, eso también es cierto. Y sobre Santiago, tienen que contar lo que pasó. Es un laberinto del que se sale contando la verdad. Hasta Carlos Menem salió bien de algo así (en referencia al caso del soldado Omar Carrasco). Eliminó el servicio militar, tomó una decisión política brillante. Pero es tal el pantano en el que se ha metido esta gente que hace que las decisiones políticas de Menem parezcan brillantes. Esto demuestra lo rengos de política que están.

Actualizado 20/09/2017

La crónica en la Argentina de Macri

La crónica en la Argentina de Macri

El  primer festival de literatura de no ficción en Argentina, con entrada gratuita,  contará con representantes nacionales e internacionales de jerarquía, como D.T Max, Gabriela Wiener, Leila Guerriero, Cristian Alarcón y Osvaldo Baigorria, entre otros, además de talleres, entrevistas, muestras fotográficas, una librería especializada en obras de periodismo narrativo y una videoentrevista con Gay Talese. Por otro lado se instalará en forma permanente la Biblioteca Basado en Hechos Reales en la Casa de la Lectura (Lavalleja 924, CABA), con lo mejor del género.

Revista Anfibia es uno de los socios estratégicos del festival, junto a la Fundación Tomás Eloy Martínez (TEM). Según Silvina Heguy, su secretaria de redacción y autora, entre otros libros, de Viaje al fin del Amazonas y 132.000 volts: el caso Ezpeleta, “este festival no desconoce la realidad de la crisis que está viviendo el mundo, y busca abrir el debate sobre el trabajo periodístico”. Anfibia tendrá a su cargo los espacios sobre herramientas digitales necesarias para potenciar al periodismo narrativo. Por su parte la Fundación TEM, que propone custodiar el legado y la obra del escritor y periodista argentino, colaborará en la organización de clínicas y talleres.

¿De qué hablamos?

«El periodismo narrativo no es sólo una cuestión de forma, es decir, no consiste en contar algo bonito. Me parece que consiste en una historia, embarrarse y volver con algo para contar, que muchas veces tiene que ver con incertidumbres más que con certezas”. Quien afirma esto es Ivana Romero, poeta, periodista y encargada de prensa y contenidos en la Fundación TEM.    

Una multitud en las sala del Centro Cultural Kirchner durante el Festival de no ficción

“Este festival no desconoce la realidad de la crisis que está viviendo el mundo, y busca abrir el debate sobre el trabajo periodístico”, dijo Silvina Heguy.

Resulta interesante también destacar su complejidad como práctica, ya que “es un género de un hibridismo tal que requiere saber de poesía, música, historia, teatro… Todos los recursos son válidos. Por eso es un género tan fascinante y al  mismo tiempo tan difícil de asir”, dice Romero, autora del libro de crónica autobiográfica Las hamacas de Firmat.

Javier Borelli, en tanto,  es periodista, licenciado en Ciencias de la Comunicación y preside la cooperativa que edita el diario Tiempo Argentino, en donde es subeditor de Información General. Él destaca que “el periodismo narrativo aporta una forma de inmersión a la cual no se puede llegar con la noticia”.

Un lugar en los medios

Frente a un contexto de cambios permanentes, donde pesa cada vez más lo digital y la cultura de lo rápido, ¿hay lugar para la crónica en los medios tradicionales? Más en una época de destrucción acelerada de puestos de trabajo en el área de prensa en Argentina.

Es el turno de Cecilia González, periodista mexicana, que trabaja desde 2002 en nuestro país como corresponsal de la agencia Notimex, y columnista del diario Tiempo Argentino. Ella, una de las organizadoras del FestiBaHR, señala: “Los grandes medios siguen operando en general con la falsa idea de que los lectores leen poco, por ende allí hay espacio para las crónicas pero tal vez no el suficiente”. Cosa que no ocurre en medios alternativos y autogestionados.

Representantes del festival de no ficción, frente al público, en una sala del Centro Cultural Kirchner

“El periodismo narrativo aporta una forma de inmersión a la cual no se puede llegar con la noticia”, destaca Javier Borelli.

Es importante promover y hacer circular el buen periodismo, y las redes sociales son una gran aliada para ello. Según Romero,  “hay excepciones como por ejemplo algunas notas de Victoria de Masi en Revista Viva, o notas de distintos autores en Radar, en especial cuando trabajan adelantos de libros, o pienso también en el nuevo diario Tiempo Argentino, que en su sitio web publica ensayos fotográficos de gran calidad”.  

La realidad que se cierne sobre el mercado laboral en general, y el periodístico en particular, es preocupante. Las promesas del macrismo son hojas en el viento. Como ejemplifica González: “Cuando se dijo que el tema de la pauta en medios venía a corregirse, fue una gran mentira pues se siguen favoreciendo medios, en particular los más poderosos del país”. Borelli, en tanto, valora el papel del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SIPREBA) y el posicionamiento de muchos colegas en el caso del vaciamiento y el cierre de muchos medios, como fue el caso de Tiempo Argentino.

Tópicos que abundan (y escasean)

A la hora de pensar en los temas y actores sociales sobre los cuales se suele escribir (o no), señala González: “Nos debemos, por caso, buenas crónicas sobre Nordelta”. Cecilia sabe muy bien a qué se refiere: ha publicado los libros Narcosur, Todo lo que necesitás saber sobre el narcotráfico y Narcofugas. Romero coincide y realiza una clara distinción: “Creo que hay mucha crónica sobre pobreza y delincuencia juvenil, estigmatizaciones, pero faltan crónicas que hablen de las personas con real poder y dinero, que son también las más herméticas”.

Personas frente a una mesa llena de libros, en el Festival de no ficción, en el CCK.

“Los grandes medios siguen operando en general con la falsa idea de que los lectores leen poco», señala Cecilia González.

Borelli marca una interesante observación clasista al respecto: “Hay que pensar también que el consumo informativo está muchas veces orientado a las clases medias, y muchas veces quienes narran vienen de esos mismos estratos y se mueven en un círculo que se va cerrando, por ende hay que intentar moverse de esa zona de confort”. Allí es donde surgen las crónicas más valiosas, buscando develar el funcionamiento de lugares plagados de estereotipos.

Mujeres cronistas

A modo de cierre,  parece importante incluir en la discusión un elemento surgido del diálogo con  Romero: la necesidad de reflexionar acerca del lugar de las mujeres que vienen pisando fuerte sobre el terreno de la crónica. 

Según la poeta, en Argentina tenemos excelentes exponentes como “Josefina Licitra, Leila Guerriero, Mariana Enríquez, María Moreno. La agencia Presentes, que coordinan María Eugenia Ludueña y Ana Fornaro, que hace periodismo LGTBI; en los suplementos ‘Soy’ y ‘Las 12’ de Página 12 se siguen encontrando muy buenas crónicas que cuestionan la heteronormatividad y varias cuestiones que atañen a la construcción de identidades múltiples”.

Así, entre desapariciones de medios y temas a explorar, la crónica busca su lugar en la Argentina actual.

Dos chicos caminando por los pasillos del CCK observando una pared con imagenes, en el Festival de no Ficcion.

«Faltan crónicas que hablen de las personas con real poder y dinero, que son también las más herméticas”, dijo Ivana romero.

Actualizado 30/11/2017