De las plazas al mercado, el trap ganó al público joven pero también seduce a los viejos rocanrroleros. Wos, Naty Peluso y Ca7riel, entre otros emergentes, conviven con los póceres de rock, el jazz, el tango y el folclore.
Los últimos diez años de la música argentina estuvieron atravesados por el auge de los ritmos urbanos, que se integraron en un ecosistema de géneros ya consolidados y transformaron la escena sin perder sus bases históricas. El camino de los músicos de aquellos géneros tomó dos direcciones: mientras algunos se mantuvieron fieles a los sonidos característicos, otros emprendieron un proceso de búsqueda, establecieron puentes con el pasado y fusionaron distintos estilos que dieron lugar a un nuevo sonido. En este contexto, artistas y un periodista especializado analizaron los cambios y el impacto de la tradición en la música actual.
Mariano del Mazo, periodista y escritor, examinó la última década y afirmó que el cambio más grande en música popular fue el advenimiento de las nuevas músicas urbanas, que incluye géneros como el pop, el hip-hop, el trap, el reggaeton y la electrónica. “Fue muy pronunciado lo que ocurrió con el trap, en términos de expansión y conquistas de mercados. En otros géneros se mantuvo una tendencia: cierto conservadurismo del rock, cierta producción muy interesante y proteica del tango, pero sin ningún tipo de alcance masivo, el folklore sin grandes novedades y la repetición de formatos ya hechos anteriormente en el pop”, observó.
La música, como todos los aspectos de la vida, fue atravesada por la pandemia, el aislamiento y el aumento del uso de los medios digitales. Del Mazo reconoció estos factores como los impulsores del trap, un movimiento que se gestó en el 2010 y creció al calor de la presencialidad, con batallas de freestyle y encuentros en Parque Rivadavia. La posibilidad de hacer canciones con una computadora, compartirlas en plataformas de streaming musical y difundirlas en redes sociales, sin la intervención de un sello discográfico, abrió la puerta para que una nueva generación de artistas se diera a conocer.
“A principios de este siglo, Chico Buarque dijo que la canción era un fenómeno del siglo XX, y que el siglo XXI sería el siglo del hip-hop y del rap, o del plagio. Después de artistas como Gardel, Jobim, Lennon-McCartney, no habría manera de superar lo que ocurrió en ese tiempo. No sé si acertó, porque ya van 25 años del siglo XXI y la canción sigue presente”, dijo del Mazo y agrega; “Se impuso a través de géneros nuevos, derivados del hip-hop, del reggaeton, de otros ritmos y con un sonido que hoy está naturalizado. Actualmente hay algo que tiene que ver con el silbido, con la repetición, que es aparentemente invencible. Un montón de chicos y chicas son capaces de memorizar largas parrafadas que no tienen ninguna melodía, algo que en el siglo XX hubiera sido bastante complicado. Hoy la atención del oyente es mucho más fragmentada y a su vez más afilada, lo que hace que todo sea más vertiginoso y que lo que ayer fue cantado enseguida caiga en el olvido. Es complicado pensar en un clásico, o un futuro clásico.”
Sin embargo, en esta década la música urbana no permaneció estática, ya que algunos cantantes se alejaron de las fórmulas propias del género, y se encomendaron a una exploración, tanto en sus discos como en sus recitales, en la que incorporaron elementos del rock, jazz e incluso aparecieron guiños hacia el tango y el folklore. Del Mazo afirmó: “La necesidad del toque en vivo hace que se metan instrumentos analógicos. Uno va a ver los conciertos y hay instrumentos en formato rock: guitarras eléctricas, sesiones de vientos. Hay cierta torsión hacia el formato canción que viene de artistas que empezaron haciendo otra música. Aquello que es puro sonido y ritmo con poca melodía va teniendo una tendencia hacia lo cancionístico. Así mismo pasó con Wos, Nathy Peluso, Trueno y Dillom.”
En estos años, los nuevos artistas y géneros convivieron con músicos emblemáticos de otras décadas, tanto en el público, compuesto por distintas generaciones, como en los intérpretes. El periodista remarcó: “Algo que afortunadamente está ocurriendo con la nueva música es que respeta el pasado inmediato. La mayoría de los chicos que hacen música hoy tienen un gran respeto y admiración, también conocimiento de las obras de los Redonditos, de Divididos, de Spinetta. El sonido de esta época ya no es el rock, es otro sonido que está fraguando. Quizás para el oyente veterano estos nuevos artistas cuestan, porque son otras voces, otro estilo y estética, como costó en las décadas del sesenta y setenta a los viejos tangueros asumir el rock. Hoy los jóvenes tienen otra consideración estética de lo que es alguien que canta o toca bien, no pasa por la entonación.”
Fernando Samalea, histórico baterista y bandoneonista que ha tocado con artistas como Charly García y Gustavo Cerati, dialogó con ANCCOM sobre la continuidad de la música actual con el pasado y expresó: “Hay algo mágico donde siempre queda una década en el medio que molesta. Por ejemplo, en los años ochenta se rescataba mucho de los años sesenta, pero los setentas se veían como algo arcaico y obsoleto. En los noventa hubo una nueva revisión de la música disco, del funk, y tanto el rap como el hip-hop tuvieron que ver con eso. Tal vez, sin ánimo de ponerme en pragmático porque nadie tiene la verdad absoluta, estos tiempos dejan muy en claro que convivimos con varias décadas para revisitar. Los videos más actuales de bandas en boga, llámese Bándalos Chinos o Ca7riel y Paco Amoroso, le hacen guiños muy característicos a otros tiempos”.
El músico, que se encuentra en plena escritura de un nuevo libro de memorias, agregó: “Es como si hubiese un mediomundo en el mar atrayendo todo lo que pasó, y a su vez, generando la punta de lanza hacia lugares insospechados, porque en definitiva los jóvenes son quienes deben enseñarnos el camino e ir hacia delante en la música.”
Además, el músico destacó la importancia de la tecnología en el rock, y sus influencias sobre otros géneros: “Una afirmación que me gusta mucho es que el rock comenzó cuando a alguien se le ocurrió enchufar una guitarra española a un parlante. Denota que la tecnología tuvo mucho que ver. Yo vengo de los años ochenta y la música tenía mucho que ver con los años sesenta, el tipo de melodía y el tipo de ritmos. La gran diferencia fue la tecnología de los sequencers, las baterías electrónicas, ese sonido particular con los procesadores de entonces”
Samalea añadió: “También en los años noventa afloró la movida de los loops y las repeticiones, que le dieron las marchas características al rap y al hip-hop. Los ingenieros que hacen los sonidos de los teclados, los sequencers o baterías electrónicas, de alguna forma son héroes anónimos que tienen mucho que ver en la personalidad de cada época.”
Daniel “Pipi” Piazzolla, baterista de Pipi Piazzolla Trío y Escalandrum, y nieto de Astor Piazzolla, meditó en torno al impacto de los últimos 10 años en el jazz. El músico expresó: “El jazz ocupa un lugar muy importante dentro de la música argentina porque es un género que le permite a los nuevos compositores expresarse y hacer nueva música sin estar regidos por lo que dicen los grandes sellos, por lo que es un buen ámbito para poder experimentar a pleno todas las ideas que se te van ocurriendo. Al jazz nunca le interesó ser famoso ni sonar en las radios. El jazz argentino fue evolucionando y creo que la globalización ayudó bastante en esto de mezclar estilos, de escuchar música de otros mundos y experimentar con nuestra propia música.”
A lo largo de su historia, y debido a su versatilidad y carácter lúdico, el jazz argentino se fusionó con distintos estilos como el tango, el folklore, el rock, el funk y el hip-hop. Piazzolla remarcó: “No es una novedad que artistas de otros géneros incorporen al jazz en su música, ya pasó con músicos de otras generaciones como Luis Alberto Spinetta, con La Máquina de Hacer Pájaros. En el jazz se experimenta tanto que hay cosas que después quedan para otros estilos como ideas”. De esta forma, su integración a la música urbana se manifestó como parte de un curso natural.
Con entusiasmo respecto al pasado, presente y devenir musical, Samalea concluyó: “El mundo de la música parecería ser un río que no cesa y cada generación va trayendo nuevos artistas que cautivan y congregan a miles de chicos y chicas. Me parece maravilloso como el encanto de la juventud denota siempre atracción por las expresiones artísticas. Quizás estamos en una era que es del vale todo, desde lo robótico a lo funky, a lo barroco, incluso épico, de algunas melodías. Siempre está el ritmo, ya sea en lo urbano, lo hipnótico, lo minimalista o en otras composiciones más elaboradas que insta a la danza. Pareciera que la humanidad conecta siempre con ese instinto primitivo del 2/4 y el latido del corazón.”
Festivales, peñas, guitarreadas y encuentros culturales están suspendidos hasta nuevo aviso. Músicos y bailarines quedaron afectados en este contexto sanitario. ¿Cómo hacen para sobrevivir? La comunidad folclórica pide la palabra.
La segunda ola de coronavirus está provocando un desconcierto absoluto en el ambiente artístico. Todo indica que falta tiempo para que los trabajadores de la cultura puedan volver a estar cara a cara con el público, y así poder recuperar su fuente de ingresos.
“Solo vivía de las actuaciones y actividades asociadas a la música, con eso mantenía el alquiler de una casa y todo tipo de sustento diario para mis hijos”, dice Carlos Bustamante, cantautor santiagueño que reside hace pocos años en la provincia de Buenos Aires. Sus “oficinas” eran los colectivos que circulan en el Conurbano y sus herramientas de trabajo la voz y la guitarra.
En nuestro país hay un total 86.542 de trabajadores y trabajadoras culturales, según el Registro Federal del Ministerio de Cultura de la Nación. De los cuales 50.757 recibieron el apoyo extraordinario “Cultura Solidaria”, ayuda que implica el pago de dos cuotas de 15 mil pesos para ayudarlos a afrontar esta difícil situación.
Reinventarse y elegir otros rubros del mercado laboral parece ser la única solución posible para los hacedores del arte. Ejemplos sobran. Tal es el caso del locutor nacional Pablo Bauhoffer, quien conduce el espectáculo más importante de la música folclórica argentina: el Festival Nacional de Folklore de Cosquín, el cual – dicho sea de paso- tuvo que cancelarse por la pandemia. “Fue entonces que me puse a hacer comidas con la ayuda de mi mamá y con la ayuda de la suegra de mi hermano, horneamos pan para vender todas las semanas; también empanadas, locro, pollo relleno”, explica.
Además, cuenta que en una primera instancia pudo “resistir el embate” con sus ahorros y con su estudio de grabación, que ya lleva más de 15 años en la provincia de Córdoba. Añade que en el mes de diciembre pudo entrar a trabajar en la inmobiliaria donde alquila: “Estoy yendo tres días a la semana, tres horas, lo cual es una gran ayuda económica”, agrega.
En cuanto a la danza, el panorama es aún más desolador. “Es una actividad (profesional e informal) precarizada histórica y estructuralmente, esto se viene padeciendo desde hace mucho, no hay leyes que nos amparen en situaciones extremas, como esta pandemia”, se lamenta Sonia Lescano, coordinadora y comunicadora perteneciente a la región AMBA del Movimiento Federal de Danzas. En Argentina, la música, el cine y el teatro son disciplinas que están reglamentadas. En cambio, la comunidad dancística no cuenta con una ley nacional que la regule. Aunque “fue presentada nuevamente por la senadora Norma Durango, que ha ingresado el expediente”, afirma Lescano.
En tanto, Luciano Lugones vive en Merlo y es profesor y director del ballet folclórico “Flor de Ceibo”. Cuenta que en 2019 se quedó “sin trabajo estable” y se dedicó a “dar clases, armar certámenes y organizar peñas. Ahora, para solventar sus gastos cotidianos trata “de hacer changas, me dedico al armado de PC y a la herrería”. Por otra parte, Marcela Alzogaray directora de la agrupación folclórica “Mi alma en la danza”, también de Merlo, relata: “Al no poder realizar peñas no podemos juntar plata para abastecernos de los elementos esenciales como: los trajes, sombreros, ponchos, zapatos”. No solo eso, también comenta que sus alumnos “son chicos de bajos recursos, chicos de barrio, la danza los contiene, el folclore es su refugio”.
¿Lo virtual como una posible salida?
Para cuidar la salud, el protocolo sanitario vigente impide el contacto físico en las actividades culturales. Hoy solo predomina otro tipo de vínculo entre personas – o mejor dicho conexión- gracias a la virtualidad. “Sin dudas, le doy gracias a la vida de pertenecer a esta era donde existe la tecnología, las redes sociales, las plataformas, en donde achicamos las distancias con la gente”, dice Juanjo Abregú, violinista y cantante nacido en la provincia de Tucumán, a quien la pandemia lo “golpeo desde otro frente” como es la enfermería, profesión que viene “haciendo paralelamente desde hace 12 años”, en el Hospital Rivadavia.
Las herramientas digitales fueron grandes aliadas a la hora de fomentar la cultura. Pero eso no implica que sea una tarea sencilla. “Todo evento que tenemos en mente lo pensamos como para que sea virtual pero cuesta muchísimo”, asegura Noelia Ciocca, creadora de la cuenta de Instagram TyC Folk, que difunde noticias relacionadas al ambiente folclórico. Uno de sus objetivos en esta pandemia es “ayudar a algún artista que no la está pasando bien económicamente”. Para ella es “muy difícil vivir del arte completamente, mi compañero trabaja en el armado de muebles, y yo me dedico a la docencia y otros emprendimientos”.
Por su parte, el productor artístico Víctor Ríos afirma haberse reinventado: “Abrí un sello discográfico propio invirtiendo en bandas, en canciones básicamente, y trabajando con plataformas”. No obstante, desconfía del streaming como forma efectiva de generar ingresos, ya que “rinde para los artistas grandes y solo al principio, los menos conocidos solo cubren los gastos”. Cuenta que es representante de “Los 4 de Córdoba” y lo último que hizo, a nivel artístico- antes del cierre- fue “el homenaje al Chango Nieto para la Peña de Morfi en Telefé”.
El covid 19 está provocando un estado de emergencia cultural. Antes de la pandemia la comunidad folclórica argentina disfrutaba de grandes noticias como la aprobación de la Ley de Cupo Femenino en los escenarios y la enseñanza obligatoria del folklore en las escuelas. Eso ya forma parte del pasado. Hoy el sector artístico se dirige a un destino incierto. La mayoría se encuentra en la economía informal o son monotributistas. Valorar el trabajo de estos artistas es una deuda que tenemos como sociedad, ya que el folclore, tal como lo expresó alguna vez Augusto Raúl Cortázar, “es el alma máter de un pueblo”.
Milena Salamanca es la voz joven del folclore argentino. Su vínculo con la música comenzó en el mismo momento que su vida. Las peñas y los encuentros culturales le enseñaron a caminar y también a cantar. Se crió rodeada de músicos y otros artistas del género que le permitieron usar el escenario como un espacio de juego hasta el año 2012, cuando ganó el premio Revelación en el Festival Mayor de Folklore de Cosquín. Desde ese momento, su relación con la música tomó un rumbo profesional. En 2016 presentó su primer disco, decidió vivir de su arte y se mudó sola. Este año está lanzando su segundo álbum, Milena, con la producción de Raly Barrionuevo. En esta conversación, la artista –nacida en La Plata en 1994- reflexiona sobre su nuevo material, el encierro y da un panorama actual del folclore en el país.
¿Por qué decidiste ser artista y dedicarte al folclore?
Yo era muy chica cuando empecé a cantar, en mi casa se escucha y respira mucho folclore. Fue bastante hereditaria la situación de cantarlo. No tuve mucho tiempo ni conciencia; estaba medio implícito. Tampoco se puso en cuestión o me lo preguntaron. Incluso, en su momento, no consumía otras cosas que no sean música de raíz. Después, en función de dedicarme profesionalmente, arranqué a estudiar. Hice el secundario en el bachillerato de Bellas Artes, después empecé a estudiar danzas, y más tarde volví a la Facultad de Bellas Artes. En el medio de todo eso, siempre estuvo pertenecer al escenario porque yo viví toda mi vida en una peña, en un centro cultural. Mi casa era el espacio donde sucedían los encuentros. Vivía en constante relación con los músicos, las guitarreadas, los espectáculos, la comida, la clientela. El juego de estar arriba y abajo del escenario nació y fue creciendo en función de los deseos y el vértigo que te genera tener esa posibilidad. Cuando tenía más o menos 15, empecé a cantar arriba del escenario. Después, en el 2012 gané un premio muy importante en Cosquín y eso me hizo tener que decidirme por hacerme profesional o no. Dejó de ser un juego, ya tenía un compromiso, una presión. Me empezaron a pasar un montón de cosas que me hicieron dar cuenta de que si quería vivir de eso tenía que crearlo y provocarlo.
¿Fue una presión interna o algo del contexto?
Más de contexto. Para mí era un juego Cosquín, no tenía tanto valor consciente en mi vida. Era un deseo, una proyección pero lo vivía como algo que no tenía el peso que sí tomó para mi familia y mis amigos. Los periodistas empezaron a aparecer. Pasé de 500 seguidores a cinco mil en Facebook, tener que hacer una página, que me reconozcan. De repente la exposición fue tal que a mí me generó mucha presión y tuve que tener ciertos cuidados que antes no tenía. Todo eso de golpe es muy intenso. Y generó que no solo tuviera que hacerme cargo de mi talento y lo que yo podía hacer, sino también de lo que quería transmitir, y empezar a articular en función de eso. Ya después en lo personal, si bien era lo que yo quería, no sabía que iba a ser así. Tuve experiencias muy lindas y también muy dolorosas. Toda la presión y la exposición, si no estás preparada, te generan depresión. Se pone en juego la autoestima. Se genera un quiebre.
Y después de ganar el premio, ¿qué pasó?
En el 2016, vino el primer disco y decidí vivir de la música, a los 21. Fue un puntapié muy importante en mi vida. Me mudé sola. Más o menos así se fue generando todo hasta la actualidad, con todo lo que he construido en estos años pude vivir de la música. Se me trabó por la pandemia y lo tuve que transformar. El arte es invaluable y es lo menos remunerado. Queremos vivir de eso pero si todo el tiempo está ninguneado, es muy difícil generar ese vínculo.
¿Y cómo estás llevando el encierro?
Difícil, como todos. Creo que a cada uno se le presenta de una forma distinta. En mi caso me imposibilita salir a hacer shows, tocar, trabajar. El 90% de mi actividad económica pertenece a esa área; entonces, tuve que readaptar mis posibilidades en función a eso. Antes de que suceda todo esto, tenía un disco grabado y ahora estoy presentándolo encerrada, que es rarísimo. Pero estamos reinventándonos en función de las posibilidades. Soy una persona súper activa y positiva así que ando todo el tiempo gestionando no quedarme quieta. Estoy estudiando en la institución de Bellas Artes de La Plata y lo que más me está salvando es dar clases de canto.
¿Cómo es esta presentación del disco en cuarentena?
Rara. La presentación que estoy teniendo es en su totalidad online. En la industria de la música lanzar todo un disco pasa medio desapercibido; entonces se usa mucho editar primero un tema, después otro y otro. En función a eso, sacamos cuatro cortes de difusión, que pertenecen a un esquema visual artístico, que son las cuatro estaciones. Hace poquito sacamos uno que se llama “Fénix en Primavera”. El 31 de julio salió otro que se llama “Mi Gobierno”. En agosto voy a lanzar otro tema que se llama “Flores de Invierno” y en septiembre, otro “de verano”. El material lo tenemos que aprovechar al máximo: culturalmente ya no se escucha todo un disco de 15 canciones. Este que estoy haciendo recién se va a escuchar completo en octubre.
¿Cómo ves al folclore en Argentina?
Está activo, pero no se ve. No es homogéneo el conocimiento en el país. El folclore es lo último del tarro. Hay una idea generalizada de que es lo que los grandes consumen y a mucha gente le resulta aburrido. En mi vivencia es totalmente lo contrario. Hay festivales de música de raíz en todos los municipios de Argentina, hay centros culturales, encuentros, peñas, competencias de danza folclórica. Pero no es lo más difundido, no es lo más exhibido. Hay un cierto contraste en función del sistema capitalista: lo que es vendible y lo que no es tan vendible. En Buenos Aires está mucho más arraigado lo que es vendible. Que no quiere decir que en el folclore no exista, sino que te quieren hacer creer que no es así. Hay una correlación que se disputa y a la vez se corre en función de las necesidades políticas y de moda.
¿Sentís que al ser una representante joven del género lo estás modernizando?
Sí, me gusta reinventarme y no seguir esta idea de que hay que hacer lo que otros ya hicieron. Me gusta crear y formar mi propio camino. No me veo una persona vanguardista pero sí me gusta la idea de transformar y brindar otras posibilidades. El género también ha evolucionado: hay una rama más tradicional y otra que se le dice folclore estilizado. Pero se estiliza en función de que hay nuevos espectadores, nuevas edades. De repente el folclore de ser de multitudes paso a estilizarse y encontrarse en distintos ambientes y aspectos. Internet también provoca que haya conocimiento de otras músicas; entonces, deja de haber una sola música para una región y se genera una diversidad pluricultural.
¿Crees que sufrís estigmas por ser una mujer joven?
Sí, igual fueron cambiando a lo largo de los años. Mi viejo es súper negrito, entonces cuando era chica, alrededor de los 8 años, sentía un rechazo por eso. Después, a los 12, empezó a haber más aceptación y cuando empecé a dedicarme más profesionalmente al escenario, empecé a sentir esta distinción del género, que al hombre le molestaba que una pendeja de 16 años viniera a sacarle tiempo y espacio. Hasta que pasó lo de Cosquín a los 18 y generó como un manto de respeto. De repente empecé a tener más peso y valor. En el ámbito, no deja de existir el ego y las rispideces en función de la envidia. Lo he sentido porque empecé a viajar a festivales: el ninguneo porque soy mujer y soy más chica, ni hablar de que vas a robar espacio. Tampoco es así en todos lados, pero si sucede que es un sector súper machista.
¿Dirías que tiene que ver con la edad porque es un género más tradicional o es machista en general?
Lo segundo. Es machista sin importar edades. Cuando hubo el boom de Ni Una Menos yo tenía 21 años y empezamos a visibilizar ciertas cuestiones que no se decían. Antes era algo energético, raro, y de repente se convirtió en algo real. Hace no muchos años, creo que en 2017, en Jesús María, en la jineteada, ganó una mujer. El premio para los ganadores era 40 mil pesos. Y como ganó una mujer le regalaron una cocina. Le cambiaron el premio. Imaginate, en algo tan tradicional como la doma de caballos, justo viene a ganar una mujer. Yo no sé si esa chica tiene la posibilidad de reclamar el premio como lo vale. Pero es algo que no importa qué edad tengas, está muy arraigado a lo cultural. En Argentina y en el folclore, más todavía. Igual no quiere decir que no exista en otros ámbitos y otros espacios. Pero como puede ser que en 2017 siga pasando eso. Hace poco salió la ley del cupo femenino del 30% en escenarios; si no nos permiten, no nos dan espacio, ¿cómo quieren que de la noche a la mañana existan buenas cantoras, productoras, compositoras y músicas?
Para el folclorista Ramón Ayala, el actual es “un tiempo ayalesco”, en que nuevas generaciones llegan a su obra, y entonces se cumple el objetivo de su razón de ser como artista: “Llegar a un público anónimo con la mejor expresión”. Con una agenda abundante en próximas presentaciones, El Mensú hace un lugar en su tiempo para dialogar. Cuenta y reflexiona sobre su actualidad, sus proyectos, su encuentro con El Che Guevara, con Rodolfo Walsh, sobre el ritmo que inventó -el gualambao- y su secreto para lograr con 90 años tener la alegría, el optimismo y la expectativa vital de alguien que recién va a iniciar su carrera.
¿Hay un despertar hacia Ramón Ayala, se ha producido un “tiempo ayalesco”?
Hace poco tiempo existía un tal Ramón Ayala que hizo “El Mensú”, “El Jangadero”, “El Cosechero”, y por eso están aquí ustedes hoy, les ha despertado un interés. A mí me resulta hermoso. Y es la verdadera labor del artista: aportar al pueblo en pos de cultura para elevar al pueblo hacia estadios superiores del pensamiento o del conocimiento.
¿Hay un nuevo público de Ramón Ayala?
Sí. Me asombro de la cantidad de personas jóvenes que hay en mis presentaciones. En mis recitales hay más jóvenes que gente mayor. Y yo me siento un “pende…nciero”, por no decir un pendejo junto a ellos. Pero soy un tipo muy joven, digamos, mentalmente por lo menos, y me siento a la altura de ellos. Y a mí me halaga muchísimo que las personas se interesen por mi obra. Porque uno se esfuerza, se propicia para que la obra tenga dos buenas piernas: una de música y otra de palabras. Y vos ves verdaderamente que lo poco o mucho que has hecho tiene una razón de ser: que es llegar a un público anónimo con la mejor expresión; porque viene de él y va hacia él, a la manera de un búmeran.
Te fuiste de Misiones de muy chico. ¿Cómo sostuviste las imágenes de tu lugar de nacimiento y cómo las fortaleciste, estando tan lejos?
Hay una cosa: dicen que el árbol tapa el monte. Por ese motivo uno no ve ciertas cosas; vos te ponés la mano frente a tus ojos y no ves muchas cosas de la casa.
Pero cuando vos sacás el árbol de frente tuyo, o te vas más lejos, ya ves la casa en toda su dimensión. Y cuando te vas de tu tierra estás viendo a tu tierra, el paisaje, todo el bosque y lo que traés dentro de tus imágenes. Yo tengo imágenes de color, de hojas de árboles, recuerdo formas. Me acuerdo de cosas que se han grabado en mi interior y que obedecen tal vez a una psiquis interior, o a una forma, una necesidad de transformar cosas que no las tenía en su momento en las manos, pero que estaban dentro de mí.
Esas imágenes interiores, en algún momento, ¿se convierten en obras?
Sí, claro. Cobran coraje y salen. Como un parimiento. Hay que capturar las imágenes antes que se evaporen. Son imágenes que te da la naturaleza. Se transforman en un cuadro, en un poema, en una canción. El artista tiene dentro a un loco que está agazapado. Y en algún momento se lanza. Parece apenas una chispa, pero eso pasa luego a ser un fuego; y lo comparo un poco con el ímpetu que tienen los caballos cuando están encerrados en el stud, esperando el momento para salir y lanzarse al camino. Cuando el artista decide a lanzarse es porque vio una chispa, y esa chispa quiere decir fuego, porque se va a convertir en fuego.
«Hay que capturar las imágenes antes que se evaporen. Son imágenes que te da la naturaleza. Se transforman en un cuadro, en un poema, en una canción».
Cuando hablás de capturar el paisaje, las imágenes, cuando en tu obra se descubren esas vivencias, ¿considerás también las costumbres y las tradiciones?
Sí. Y les tengo un gran respeto. Porque hay cosas que no son elaboradas científicamente sino que han brotado por medio de la intuición. Es la intuición pura que sale a flor y quién lo crea ni se da cuenta tampoco. Yo jamás pensé que el gualambao era un ritmo de 12 por 8 –se refiere a un tipo de compás musical- y que dentro del 12 por 8 había otro ritmo interior. Y ese es el encanto de todo esto. Como lo es la metáfora en la palabra. Que vos digas, por ejemplo: “Algo se mueve en el fondo del Chaco boreal, sombra de bueyes y carro buscando el confín, lenta mortaja de luna sobre el cachapé, muerto el gigante del monte en su viaje final”. Entonces estás viendo una inmensidad en cuatro palabras. Está ahí, atrapada e inamovible. Ahora, para llegar a eso, hay que transitar mucha legua. Muchas huellas.
Cuando el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos te invitó a La Habana en 1962, ¿conociste al Che Guevara?.
Sí, lo conocí en La Habana. Él trabajaba de noche, porque los calores son tremendos allá. Y de día descansaba. A la tardecita se levantaba y comenzaba sus actividades. Me recibió en un hotel. Y estaba también Salvador Allende, que todavía no era presidente, estaba Rodolfo Walsh… En Cuba se dio un encuentro muy lindo. Cada uno de los que estaba presente contaba cosas. Fue hermoso conocer. Recuerdo que el Che contó sobre cómo organizó el movimiento de los pescadores y en un momento dijo “porque en Cuba esa actividad estaba dirigida por los norteamericanos. Empresas norteamericanas. En Cuba, donde metías tus manos en el mar y sacabas pescado, estaba eso dirigido por los norteamericanos. Todo eso pasaba en Cuba, pero ahora no. Ahora el mar es nuestro. Las manos que sacan el pescado del mar son nuestras, y las manos que los van a vender, también son nuestras”.
¿Cómo fue esa charla? Guevara estaba sentado ahí -señala en la mesa la posición de todos los presentes esa noche- y yo justo frente a él. Había personas del Partido Comunista, peronistas, radicales, personas de todo el abanico del pensamiento popular. Yo era un muchacho y no estaba consustanciado aún con la presencia del Che como prócer. Tampoco él había trascendido tanto; pareciera que tenés que morirte para ser alguien, al menos se acostumbra eso por estos lares. Y me dice el Che: Ramón Ayala, yo he cantado tu canción en los fogones de la Sierra Maestra. ¿Sí comandante? Qué alegría. Es demasiado honor para mí. ¿Y cuál canción? Teníamos dos, “El Cosechero”, y “El Mensú”. Pero como “El Mensú” tiene más elementos revolucionarios, es más frontal, optamos por esa. Y yo la cantaba en los fogones. Bueno, esto viene a justificar la creación de esta obra, si no hubiera existido un Che Guevara, esta obra no podría haber salido, le dije. Y él se reía. Se reía más por mi ingenio verbal que por la verdad de ese ingenio.
¿Qué cosas te movilizan más, te “revolucionan”?
Todo me renueva. Yo estoy en ese camino del descubrimiento, del encuentro, del hallazgo. Estos acontecimientos políticos que están ocurriendo ahora, aquí, también todo eso me moviliza.
¿Cuándo sentiste que tu vida iba por el lado del arte?
¿Querés que te diga la verdad? No te das cuenta. Vos sos lo que tenés que ser, es un mandato de no sé quién. De pronto llega una voz que dice “levántate y anda, todo está en ti”. Y si no llega esa voz, empezás a hacer cosas. Pero está la intuición. Y de pronto estás en un caminito, que se convierte en una avenida. Con toda la responsabilidad que significa conducir bien tu vehículo.
Atravesaste nueve décadas de historia de la vida de esta tierra. ¿Cómo hacés para que la historia no te absorba, no te capture?
Si, que la historia no me lleve hacia ella. Pero nosotros también vamos haciendo la historia, porque así como la historia nos va llevando, nosotros también la vamos modelando, y le vamos dando color, y la vamos seccionando. La historia que seccionó San Martín en Los Andes, él dio una identidad: “De aquí hasta aquí se llamará San Martín de Los Andes” y el se dio cuenta de eso. Y yo lo veo prácticamente como un cuadro. Uno de mis próximos objetivos es el de hacer un disco que será “Cantando con los próceres”, para que muchos tontos, vivos que andan por la calle sepan que, por ejemplo, Moreno es una calle, pero que sepan también que ese tipo se murió para que nosotros hoy estemos acá. Decimos “San Martín cruzó los Andes”, pero no tenemos noción real de lo que es eso. Andá y cruzá los Andes ahora, y hasta en coche, ya así te vas a llenar de miedo. Bueno, andá a cruzarlo a pié, o en burro, como lo hicieron ellos. ¡Qué increíble! Y entonces algo que contaré en ese material que quiero realizar dedicado a los próceres, dice: “Detrás de este oleaje que me está llevando irremediablemente hacia las profundidades estoy viendo las lucecitas de mi Buenos Aires. Allá lejos, en el horizonte, casi. Y sé que ya no volveré, que voy hacia la muerte total. Pero también sé que en este momento están naciendo niños y jóvenes que van a llevar las banderas de mi canto. Las banderas de mi mensaje para mi Buenos Aires, para mi tierra gaucha. Para librar la soberanía de mi paisaje. Yo desapareceré, no importa. La obra está hecha”.