Las pibas a un paso del mundial

Las pibas a un paso del mundial

Argentina vs Panamá en la clasificación al mundial, Tres jugadoras argentinas festejanLa tarde cae en Sarandí. Las banderas celestes y blancas inundan las calles que rodean al estadio Julio Humberto Grondona de Arsenal. Hay olorcito a choripán y promesa de fiesta en los tablones. Por primera vez, un partido de la Selección Argentina es libre y gratuito. Las y los hinchas que llegan con bombos y redoblantes completan la celebración. Quince mil personas cruzan los molinetes y llenan las tribunas para alentar a las jugadoras que disputan frente a Panamá un lugar en la Copa Mundial Femenina Francia 2019. Hombres, mujeres, niño y niñas. Los pañuelos verdes se mezclan con las camisetas argentinas y las vinchas. 

El equipo recorre el camino que separa al vestuario del campo de juego escuchando la tradicional “que esta barra quilombera / no te deja, no te deja de alentar”. El camino hasta el repechaje fue difícil. Años sin espacio para entrenar, viáticos miserables, nada de indumentaria ni premios, nulo apoyo oficial, pero siempre la pasión y un reclamo en alto: “¡Queremos ser escuchadas!”. Las pibas salen a la cancha y la multitud les da la bienvenida con cánticos y una suelta de globos albicelestes por el cielo de Avellaneda. Suena el himno panameño y el público responde con un aplauso respetuoso. Suena el argentino y lo corea a viva voz. La checa Jana Adamkova da el pitazo inicial y la percusión de la popular no se detendrá en los 90 minutos siguientes. Los hinchas en las gradas están encendidos, los espectadores fugaces que vuelven de sus trabajos en el tren Roca miran con curiosidad desde el terraplén del ferrocarril, el combinado nacional arranca con buen pie.

Mujer tocando el bombo en la tribuna

Las y los hinchas que llegan con bombos y redoblantes completan la celebración.

A los 10 minutos, penal para Argentina. “¡Penalazo!”, grita un plateísta. Pero la “asombrosa Bailey”, tal como la caracteriza la FIFA en su web oficial, hace valer su reciente título de Guante de Oro y ataja el disparo. Once minutos dura el mal trago hasta que Mariana Larroquette manda la pelota a la red panameña y convierte el primer gol. Cinco minutos transcurren nomás y Eliana Stabile amplía la diferencia. El estadio estalla de alegría. Las pibas dejan todo y la hinchada agradece a puro aliento.

Antes de que termine el primer tiempo, un rincón de la popular empieza a cantar “¡Aborto legal, en el hospital!” y el grito se contagia. Ya en el complemento, mientras la zaguera Aldana Cometti para cualquier intento de ofensiva panameña, Estefanía Banini despliega su calidad de juego, corre y gambetea “a lo Banini” –frente a quienes insisten en llamarla “La Messi”– y le deja servido el tercer tanto a Yamila Rodríguez, dueña de todas las pelotas paradas, que hace honor a su potente pegada.

La roja a la panameña Linedth Cedeño desnivela aún más el juego y, sobre el cierre, la referí cobra un nuevo penal para Argentina que Stábile cambia por gol. Las chicas se abrazan y festejan un triunfo adentro y fuera de la cancha. 

Arquera panameña ataja un pelotazo

La “asombrosa Bailey”, tal como la caracteriza la FIFA en su web oficial, hace valer su reciente título de Guante de Oro y ataja el disparo.

El camino al mundial no es sencillo. Tras 11 años de ausencia albiceleste, el tercer puesto en la Copa América las trajo hasta este repechaje. El próximo martes en el Estadio Rommel Fernández, en Panamá, se disputará el partido de vuelta. Será el último escalón para llegar a Francia 2019.

Una bruja italiana en Flores

Una bruja italiana en Flores

Silvia Federici es una de las voces más sagaces a la hora de pensar y teorizar sobre el feminismo a nivel internacional. Para la escritora italiana, no pueden pensarse las violencias hacia las mujeres sin hacer un análisis exhaustivo del sistema capitalista en el que se insertan y reproducen. De esto trata su último libro, El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismo (Tinta Limón Ediciones). Con motivo de su presentación, Federici dio una charla pública y gratuita en el barrio porteño de Flores. En la esquina de Artigas y Morón se montó un escenario desde donde respondió preguntas de una marea verde que tomó las calles. “¿Qué significa estar creando un nuevo mundo?”, decía el cartel que recorría el escenario en el evento, organizado por Tinta Limón y la Fundación Rosa Luxemburgo, en el que la teórica feminista estuvo acompañada por Verónica Gago -Doctora en Ciencias Sociales- y la filósofa y activista mexicana Raquel Gutiérrez Aguilar.

El trabajo invisibilizado

“¿Cómo sería la historia del desarrollo del capitalismo si en lugar de contarla desde el punto de vista del proletariado asalariado se contase desde las cocinas y dormitorios en los que, día a día y generación tras generación, se produce la fuerza de trabajo?”. De esa pregunta parte Federici, con el objetivo de resignificar los conceptos en los que se han fundado los movimientos de izquierda marxistas desde una perspectiva de género.

“Nos hemos dado cuenta, a partir de un análisis de nuestra experiencia personal y colectiva, de las historias de nuestras madres y abuelas, que los problemas que nosotras enfrentábamos en nuestras vidas no estaban contemplados ni discutidos, no estaban reconocidos en la óptica de los partidos y los movimientos de la izquierda tradicional a partir de la obra de Marx y de todos los que siguieron sus ideas políticas”, expresó la escritora en las calles de Flores. De ahí, la principal crítica que realiza a la teoría de Marx: que no haya sido capaz de ver el trabajo doméstico como parte del trabajo capitalista. Este trabajo que apareció siempre como un servicio personal y del ámbito privado, la autora lo redefine como el ‘trabajo de reproducción de la vida’.

¿Por qué reproducción?  En términos marxistas la capacidad de trabajar no es algo natural sino algo que debe ser producido. Sin embargo, Marx agota el sentido de la reproducción a partir de la compra de mercancías como comida o ropa. Acerca de esto, Federici propone una revalorización de las actividades en las cuales las mujeres han sido tradicionalmente empleadas: “El trabajo doméstico produce la mercancía más importante que hay en esta sociedad que son los trabajadores y las trabajadoras, la fuerza de trabajo, la capacidad de trabajar”, explicó la activista en su charla pública.

La autora en la presentación de su nuevo libro «El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismo».

“El trabajo doméstico es mucho más que la limpieza de la casa. Es servir a los que ganan el salario, física, emocional y sexualmente, tenerlos listos para el trabajo día tras día. Es la crianza y cuidado de nuestros hijos ―los futuros trabajadores― cuidándoles desde el día de su nacimiento y durante sus años escolares, asegurándonos de que ellos también actúen de la manera que se espera bajo el capitalismo. Esto significa que tras cada fábrica, tras cada escuela, oficina o mina se encuentra oculto el trabajo de millones de mujeres que han consumido su vida, su trabajo, produciendo la fuerza de trabajo que se emplea en esas fábricas, escuelas, oficinas o minas.”, sostiene la escritora italiana en el capítulo “El trabajo invisibilizado”.

La falta de salario como disciplina

“La cadena de montaje de la sociedad capitalista empieza en la cocina, en la cama, en el cuarto, en las relaciones familiares, en las relaciones sexuales”, disparó la escritora italiana frente a un público que oía quieto y en silencio. Así introdujo su análisis sobre un segundo concepto clave en su crítica feminista al marxismo: el salario. La autora advierte que la izquierda ha estado concentrada todo ese tiempo en la cadena de montaje de las mercancías y se ha olvidado de una segunda cadena paralela, presente en todo el desarrollo capitalista: la que produce trabajadores. El marxismo ha analizado sólo la primera, que tenía como protagonistas a los proletarios asalariados. Federici propone correr el centro gravitacional hacia las proletarias que trabajan en los hogares: “El primero es mayormente masculino, el segundo femenino; el primero asalariado, el segundo no asalariado. Con esta división de salario / no salario, toda una parte de la explotación capitalista empieza a desaparecer”, así lo expresa en el capítulo “Marxismo y feminismo: historia y conceptos”.

La clave en este sentido es la no remuneración del trabajo doméstico como factor de invisibilización y disciplinamiento. Federici encuentra que, en lo que respecta a las mujeres, la falta de remuneración a sus labores domésticas aumenta la efectividad de la explotación porque “su trabajo aparece como un servicio personal externo al capital”.

“El varón tiene el poder del salario y se convierte en el supervisor del trabajo no remunerado de la mujer. Y tiene también el poder de disciplinar. Esta organización del trabajo y del salario, que divide a la familia en dos partes, crea una situación donde la violencia está siempre latente”, dice en su libro. “El capitalismo no debe enfrentarse a las mujeres directamente, pero puede disciplinarnos a través de los hombres.”

“La inclusión es una mentira”

“Nuestra fuerza como mujeres empieza con la lucha social por el salario, no para ser incluidas dentro de las relaciones salariales sino para ser liberadas de ellas. En diálogo con ANCCOM Federici afirmó: “La inclusión de las mujeres en el mercado laboral es una mentira, ya estamos incluidas, no estamos por fuera del capitalismo, lo que pasa es que trabajamos sin recibir un salario”.

En este libro Federici lleva a cabo una reinterpretación de la teoría marxista desde una perspectiva feminista.

Si bien la lucha por generar cupos femeninos en esferas del mercado laboral, desde los años setenta a esta parte ha sido una bandera levantada por diferentes sectores del movimiento feminista, la escritora advierte que el discurso de la “inclusión laboral” genera una confusión respecto al rol en el que el capitalismo ya ha incluido a las mujeres.

La investigadora dispara en su libro la frase “lograr un segundo empleo nunca nos ha liberado del primero”. En este sentido dijo a ANCCOM: “Ya estamos incluidas, el tema es cómo. Muchas mujeres trabajan dos veces al día: en la casa y afuera de la casa. Cuando en los años setenta tuvo lugar el movimiento que buscaba la autonomía económica de las mujeres en contra de la dependencia hacia los hombres, la clase capitalista vio la gran oportunidad de usar la mistificación de la emancipación femenina para abrir la puerta de los trabajos más baratos”.

Contraatacando desde la cocina

En su juventud, la autora buscó en el feminismo y en el marxismo las respuestas frente a su rechazo a aceptar el ser ama de casa y ocuparse de las tareas domésticas como un destino obligatorio por el hecho de ser mujer. Su recorrido, tanto personal como colectivo, hizo que descubriera que el trabajo de la casa no es degradante o poco creativo en sí mismo, sino que su desvalorización reside en las condiciones en que se realiza.

Así lo expresó Federici a ANCCOM: “Yo recuerdo cuando era una joven de quince o dieciséis años. En ese momento mi sueño era no hacer nada que tuviera que ver con el trabajo del hogar, para mí era una suerte muy fea la de trabajar en la casa todo el día. Con el paso de los años y mi involucramiento en el movimiento feminista he repensado y redefinido esto. Hoy me doy cuenta de que el trabajo de reproducción es un trabajo extremadamente importante y potencialmente muy creativo. Reproducir la vida es cambiar el mundo, es crear el nuevo mundo. La crianza de los niños y de las niñas significa decidir colectivamente cuáles son los valores que vamos a reafirmar en este mundo. Significa repensar qué es la sexualidad, qué es la procreación, cómo pensar el parir, cómo pensar a todas las formas de actividades que cada día nos sustentan.”

Desde la esquina de Artigas y Morón la autora invitó a cuestionarse el lugar del trabajo domestico dentro del sistema capitalista.

En este sentido, la escritora hizo hincapié en que el rechazo a las tareas del hogar forma parte de las condiciones en las que las mujeres han sido obligadas a trabajar en la casa. “Yo creo que es importante ver que la degradación de estos trabajos no está en el trabajo en sí mismo, sino en cómo estos trabajos han sido definidos en esta sociedad capitalista en la que nos han coartado todos los recursos, nos han puesto a trabajar aisladas la una de la otra, cada una separada en su casa, sin recursos, sin tiempo para las afectividades, para las actividades reales”, dijo Federici a este medio.

Para concluir, planteó la necesidad de luchar por una “redefinición” del ‘trabajo de reproducción’: “Creo que parte de la lucha no es solamente pedir más recursos para nuestra reproducción, es también cambiar la forma en la que realizamos estos trabajos y repensar, redefinir, redescubrir, reinventar qué es el trabajo de reproducción”.

Sobre todo esto reflexiona en su último libro, El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismo, y establece una relación entre patriarcado y capitalismo a partir de la reinterpretación de la teoría marxista desde una perspectiva feminista. El libro bucea por el vínculo entre la lucha por la emancipación de las mujeres y la lucha de clases, la reproducción de la vida, las relaciones salariales y la glorificación de la familia.

Si bien no se define como marxista, la teórica italiana sostiene que, aún con todos los cambios que al día de hoy ha atravesado el capitalismo, el materialismo histórico de Marx continúa siendo importante para comprender los mecanismos en los que se funda la sociedad capitalista. Federici considera que el feminismo ha brindado herramientas para hacer una crítica a Marx, que se han condensado en los aportes teóricos del movimiento feminista de los años setenta, en especial de la campaña “Salario para el trabajo doméstico” de la que formó parte en ese entonces y que fue el inicio de una teoría marxista-feminista de la que hoy es una referente.

La autora de Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, además reedita en nuestro país Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas, un libro que reúne artículos de su autoría desde 1975 hasta nuestros días.

 

¡Macho tiembla!

¡Macho tiembla!

Extensas hileras de mujeres se convocan en las calles de la ciudad de Trelew, empoderando el feminismo.

El 33° Encuentro Nacional de Mujeres (ENM) fue multitudinario. Las participantes se alojaron en colegios, clubes, hospedajes y carpas. Participaron de 73 talleres sobre múltiples temas. Las marchas de Ni Una Menos, el Paro Nacional de Mujeres y las vigilias por el aborto legal, consiguieron que este año muchas mujeres asistan por primera vez. “Cuando te encontrás con el feminismo, te rompe la cabeza –dice una adolescente con dos trencitas–. Me emociona ver a chicas de diferentes edades, sin importar la ideología partidaria, unidas por la misma causa”.  Otra chica, que también participó del Encuentro expresó: “Se siente algo hermoso, tienen que venir todes, una siente seguridad y que puede debatir y luchar por sus derechos”.

Sábado

De a poco, las callecitas de Trelew se llenan de mujeres, por el asfalto, por la vereda, por donde se mire. “¿Sabés dónde es Plaza Centenario?”, pregunta una chica. “¿La Escuela 5 dónde queda?”, consulta otra.  Así todo el día, un constante reconocerse, sonreír y compartir.

Mujeres de todas las edades y sin importar ideología partidaria viajaron al encuentro nacional.

Las aulas y los SUM de los colegios desbordan y en diferentes comisiones se debate sobre el patriarcado, la deconstrucción, el sistema, se relatan experiencias personales, hay aplausos, gritos, discusiones, ovaciones, lágrimas y risas. Así, entre todas, se teje un hilo de unidad y libertad.

La noche es cálida y corre una brisa. Hay fiestas, peñas, pibas amontonadas en las esquinas, la cerveza viene y va, los brillos en la cara, los pañuelos verdes… En la Festitorta se baila al ritmo de las bandas de mujeres que suben al escenario, una tras otra, y las tetas libres, destapadas, resplandecen con glitter y sudor. Se respira alegría. “Mi cuerpo es mío”, se lee en la piel desnuda. La música se escucha desde cualquier punto de la ciudad y en los kioscos hay colas para calmar la sed.

Domingo. Hay que madrugar. Fila para el baño, fila para calentar el agua del mate, fila para todo, pero no importa: miles de mujeres están juntas.

Las callecitas de Trelew se llenaron de mujeres, por el asfalto, por la vereda, por donde se mire. Así todo el día, un constante reconocerse, sonreír y compartir.

Pasan los talleres de la mañana. Plaza Centenario se llena. El viento sopla fuerte. Hay feria gastronómica, artesanos, vendedores ambulantes, emprendedoras y puestos de organizaciones. Un grupo de pibas canta “si el Papa fuera mujer, el aborto sería ley”. Otras debaten sobre lo que charlaron más temprano. En ronda y con amigas, una chica dice: “Yo no sé si podría abrir mi pareja”. Más allá, otra afirma que “lo importante es amarse a una misma”.

El ENM es intergeneracional y transversal: abuelas, madres, hijas, afrodescendientes, lesbianas, trans, gordas, morochas y con rulos. La emoción crece a cada momento. Las miradas son cómplices y abundan las carcajadas. No hay varones violentos ni nadie que juzgue ni amenace. “¡Macho tiembla!”, dice un grafiti en la pared.

A las 17, la calle Sarmiento empieza a recibir a colectivos feministas, organizaciones sociales, militantes, movimientos artísticos, sindicatos y mujeres no agrupadas. La marea verde se prepara para marchar y hacer oír sus reclamos. Los pañuelos al cuello, en el pelo, en la muñeca, en la mochila, en los monumentos y hasta en los perros. La multitud se tiñe de verde y violeta. Purpurina, piercings, pelucas, brujas, tetas al aire: “Somos miles y nos van a escuchar”, gritan.

El ENM es intergeneracional y transversal: abuelas, madres, hijas, afrodescendientes, lesbianas, trans, gordas, morochas y con rulos.

Una hora más tarde avanzan y los vecinos de la ciudad observan desde los techos, las ventanas y las veredas. “Mujer, escucha, únete a mi lucha”, canta un coro. Las columnas bailan al ritmo de los bombos y platillos, entre pancartas y banderas. Se pide que el aborto sea legal, por la Ley de Educación Sexual Integral, que paren los femicidios, la paridad salarial, la liberación de Milagro Sala, la soberanía del cuerpo y sobre todo la libertad. Se grita “¡no están perdidas, están desaparecidas para ser prostituidas!”.

El cielo del sur se tiñe de rosa mientras abajo flamean pelos y banderas. El agite y el baile continúan hasta Plaza Centenario, escenario del acto central. La noche cae pero las voces, cansadas y desafinadas, siguen cantando: “Nos tienen miedo / porque no tenemos miedo”. Ya tendrán tiempo de descansar hasta el año próximo, cuando el 34º Encuentro Nacional de Mujeres se lleve a cabo en la ciudad de La Plata.

“Tenemos que seguir dando batalla”

“Tenemos que seguir dando batalla”

Además de ser psicóloga y trabajadora social, Eva Giberti recorrió los caminos del feminismo desde su adolescencia y lo sigue haciendo ahora, con sus vitales 89 años. Hace más de una década que integra el programa Víctimas contra las Violencias, en el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos y es autora de numerosos libros: Escuela para padres, Adopción Siglo XXI: leyes y deseos y Mujeres y violencias, entre otros. De convicciones fuertes, Eva habla pausado y de manera segura, tiene una mirada profunda y el pelo rojo como el fuego. Sentada en el sillón del escritorio de su casa, en la que vive desde hace más de 50 años, se dispone a contestar las preguntas de ANCCOM.

¿Desde cuándo comenzaste a identificarte con el feminismo?

Llegué visceralmente al feminismo. Ya desde niña y adolescente me reventaba que se diferenciara lo que podía hacer una mujer y un varón, me resistía absolutamente. Digo visceralmente, porque no había leído lo que empecé a leer después. A su vez, comencé a tener contacto muy tempranamente con Alicia Moreau de Justo, porque asistía a las conferencias y a las reuniones del partido socialista, que era el partido de vanguardia en ese momento, y Alicia era feminista. A la primera que escuché hablar de feminismo fue a ella. Desde el socialismo, que era también el feminismo tradicional, ella fue la primera luchadora en Argentina que hablaba de los derechos de las mujeres, que defendió el voto femenino, mucho antes que Eva Perón. Después empezaron las lecturas y los contactos muy tempranos con mujeres que militaban en el feminismo, por ejemplo Hilda Rais y paulatinamente me fui adentrando en esos grupos.

¿Y cómo eran esas primeras experiencias feministas?

Eran brotes, no eran movimientos organizados, eran pequeños grupos que se reunían en distintos lugares, pero no era todavía el feminismo organizado, que empieza bastante más tarde, en la década del 60. En ese momento, todas las que nos decíamos feministas éramos raras, locas, enemigas de los hombres y una no podía decir que era feminista. Era difícil, serlo o decirlo, lo decíamos entre nosotras, en los grupos en los que nos atrevíamos a militar, porque ni en casa, ni en la escuela, ni en la universidad se podía decir, aunque se hablaba, pero una se arriesgaba a una mala contestación o una burla. Esto nos significó un entrenamiento en la resistencia. Lo que se ve hoy en día, de no retroceder ni un paso, y estar convencidas de lo que hay que hacer, pasaba en los primeros grupos feministas. No se renunciaba a nada, se insistía, así se avanza y se organizan las gestas revolucionarias, ni un paso atrás, esa es siempre la consigna.

¿Qué recordás de aquellos momentos?

Eran los tiempos en los que se pensaba que había que casarse y tener hijos, de manera que ser feminista era conflictivo, y contradictorio, no se podía pensar en tener novio y ponerse hablar de feminismo, ni decirle al que iba a ser tu marido: “Vos tenés que hacer las tareas de la casa, no ‘colaborar’”. Eso no se podía, ni se soñaba. Algunas mujeres nos decían que pretendíamos cambiar el mundo. Y sí, justamente, lo que queríamos era cambiar el mundo y seguimos pretendiendo cambiarlo.

¿Cuándo comenzaste a escribir específicamente desde una perspectiva feminista?

Empecé a escribir acerca de feminismo desde que publiqué Escuela para padres, en la década del 60. Escuela para padres fue un fenómeno social en Argentina. Comencé a plantear ahí el feminismo. La idea era rupturista, meter ese concepto en Escuela para padres era algo que el psicoanálisis, ni por casualidad, hubiera introducido. Dentro de esta colección, escribí varios artículos que son de corte netamente feministas y que resultan raros, acerca de qué era, y de lo que se podía en esa época declarar, porque era el feminismo original, no era el actual, que tiene la característica de ser un movimiento. Yo explicaba por qué las mujeres debían trabajar fuera del hogar y por qué no eran inferiores que los hombres, qué significaba el trabajo no reconocido como tal dentro del hogar. Eran textos decididamente provocativos para la época, desde el punto de vista de lo que significaba la educación, que era totalmente autoritaria. Toda Escuela para Padres es una lucha y pelea contra el autoritarismo, lucha y pelea que yo mantengo actualmente, es cromosómico pelearme contra el autoritarismo.

¿Trabajaste el tema del aborto?

El tema del aborto era un tema central, también desde aquellos momentos. Escribir sobre aborto era decididamente indecente. El primer artículo grande fue en 1985, antes habían pasado muchos años, pero ni se soñaba con hablar de aborto. No se hablaba, no se tocaba, y una, por discreción, no avanzaba con el tema porque sabía que iba a una discusión con personas con las que una no quería enemistarse por razones de convivencia. Ese primer artículo lo escribí para la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), y me costó un dolor de cabeza, porque se empezaron a enojar otros miembros de la Asamblea. Provocó que la gente que no estaba coincidiendo conmigo, armara lío. Esa fue la primera experiencia que tuve y la sufrí en carne propia, porque me di cuenta cómo realmente te atacan y te dicen que vos no podés escribir sobre eso y que está mal visto. El último artículo que escribí es realmente duro y es sobre adopción. Escribí sobre qué es ese disparate de que las mujeres tengan un hijo y lo den en adopción. No tienen idea lo que significa entregar a una criatura en adopción.

¿Cuál es el problema de la adopción en Argentina?

El problema no es la Ley de Adopción, sino los padres que desde Buenos Aires se van al interior, arreglan con los jueces de provincia y se vienen con el bebé legalizado en la provincia, ese es el negocio. Se traen a los chicos de Misiones o de Salta y se saltean el registro de Ciudad de Buenos Aires. Siempre hay arreglos, el problema son los propios adoptantes que tienen dinero para irse a pasar una semana en la provincia, porque si no, tienen que esperar ocho años y no quieren esperar, son historias muy largas.

¿Existe el instinto maternal?

No, no existe. Lo gracioso del caso es que quienes inventaron el instinto maternal fueron los teólogos. Entre el 1500 y 1600, en Europa, las mujeres habían dejado de amamantar a los hijos y se quedaban trabajando al lado de los maridos en los campos. Había muchas pobres en Europa, que tenían los hijos porque no sabían cómo no tenerlos y luego los entregaban a las amas de cría y los chicos se criaban con ellas, hasta el año. Después se los devolvían, pero la mitad de esos niños morían. En el ejército sacaban la cuenta de que se quedaban sin varones y se empezaron a preocupar, entonces llamaron a los teólogos para resolver el problema. Los religiosos inventaron lo del instinto maternal y dijeron que las mujeres tienen que amamantar a sus hijos y estar con ellos, porque si no la madre no se hace cargo de su parte animal. Los animales se convirtieron en el modelo. Le metieron en la cabeza eso a las mujeres, así como nos metieron en la cabeza que tenemos que limpiar los pisos, atender al marido y estar preciosas. A las mujeres, como hay un significativo porcentaje que quiere y amamanta a sus hijos, nos resultó muy fácil creernos lo del instinto maternal, pero además por otra razón básica, elemental y terrible, porque todos necesitamos creernos que alguien alguna vez nos quiso. Es terrible descubrir de adulto o de niño, que ni siquiera tu madre te quiso, entonces si hay un instinto, ni tu madre te puede haber fracasado. Es una garantía para todos los que crecimos, el pensar que, por lo menos nuestra madre, nos quiso.

¿Qué significa para una mujer interrumpir un embarazo?

Es algo complejo, para alguna mujer puede ser traumático y para otra un alivio infinito. Aunque no sea doloroso es complicado, es jodido, es decir, vos estás totalmente convencida, pero el solo hecho de entrar al quirófano es molesto. Pero, ¿vos te crees que vas a llorar por un hijo que no tuviste? ¿De qué me están hablando? Te hiciste un aborto porque te mandaste la farra, porque te descuidaste, porque las pastillas no te funcionaron, porque ya tenías tres chicos y no querías cuatro o porque tenés doce años y tu tío te pasó por encima. ¿De qué hijo me estás hablando? Hablemos de aborto, en serio.

¿Cuál es tu mirada con respecto a la educación sexual?

Estuve en la creación de la Ley de Educación de Sexual y, yo por supuesto siempre provocando la ruptura, planteé que en el proyecto de ley se incluyera trata de personas y prostitución. Se pusieron como locos: “¿Cómo vamos a poner trata de personas?” Entonces, tuve que explicar: ¿De dónde creen que en Salta aparecen las primeras víctimas de trata? Son niñas de once y doce años, son las escolares que se llevan. Por eso las que tienen que leer qué es la trata de personas, son esas niñitas. Fue una discusión, que la peleamos y la ganamos, porque era necesario. Sacamos la ley tal como queríamos, con trata de personas y prostitución. Esa ley que fue maravillosa, fue resultado de dos años de discusión, aunque yo no estuve en los dos años. Yo entré a debatir en la síntesis definitiva.

¿Por qué no se aplica?

Porque la Iglesia se opone, en Salta, por ejemplo, ni se usa.

¿Cuál debería ser el lugar del hombre frente a la decisión de la mujer de abortar?

En primer lugar, usar preservativo, para no decirte que se haga una vasectomía que es complicado. La recomendación para el varón es aguantarse y usar preservativo. Si con su pareja aparece un embarazo y ella decide abortar, acompañarla. Hacerse cargo de la situación.

¿Esperabas la media sanción en Diputados y la negativa en el Senado?

En Diputados me la esperaba, y también sabía que no iba a salir, porque el curita del pueblo iba a reventar las cabezas de las chicas del pueblo, y las chicas del pueblo son las senadoras. Las iba a nombrar en la misa, iba a decir: ‘Fulana de tal voto de tal manera’. Para eso el Papa Francisco llamó a todos los obispos y los puso en fila. Ahora hay que hacerle frente con otras armas. Sabía que no iba a salir por la Iglesia, escuchando a los senadores te dabas cuenta que era una cuestión de fe estar en contra del aborto y además porque había problemas desde el punto de vista de la objeción de conciencia de algunos médicos. Eso había que asumirlo, pero no tenía por qué estorbar la existencia de la ley o producir un cambio y hacer otro tipo de reglamentación.

Cómo pionera de la militancia feminista en Argentina, ¿pensabas que se iba a dar el movimiento por la legalización del aborto que se fue gestando en estos últimos años, marcha tras marcha?

No, no. Ni cuando empezamos, ni hace tres años, ni leyendo todos los viernes Página/12, todo el suplemento, me hubiera imaginado que se veía el movimiento de #Niunamenos. Ya habíamos estado en la calle gritando, pataleando y denunciando, pero no podía imaginar esto ni en sueños, porque #Niunamenos movió mucha gente, fue el mundo, ahí salimos todas a la calle en serio.

¿Qué te generó esa instancia?

Dije: “¡Por fin! Para algo sirvió estar juntas, para algo sirvió hablar”. Si hay una virtud que es revolucionaria, es la esperanza, es la más revolucionaria de todas las virtudes, porque no te deja retroceder. Y las mujeres fuimos esperanzadas, además somos técnicas en espera, tenemos una resistencia particular para esperar y seguimos testarudamente adelante y avanzamos aún más cuando se trata de situaciones históricas. Las Madres de Plaza de Mayo han sido un modelo que no retrocedió en la espera y ni te cuento las Abuelas. No retrocedieron ni un paso y así aparecieron los 128. Todas hemos estado esperando esto, sin conciencia de lo que esperábamos y por eso empujábamos. Seguíamos haciendo grupos y charlas y congresos internacionales y nos metimos en las grandes Asambleas. Naciones Unidas tuvo que meter un Área de la Mujer. Empujamos, hasta que, en medio de todas las organizaciones, absolutamente masculinas, machistas y patriarcales, nos instalamos. Las que hicimos punta de lanza, hemos sido las mujeres, porque nunca retrocedimos. Desde adentro hay que estar peleando, por eso nos metimos en los ámbitos de los partidos políticos, si no las chicas, eran las que pegaban los sobres para convocar a las elecciones, nada más, y con el aborto se trata de hacer exactamente lo mismo, ya hay que estar preparando las marchas para el 2019, y estar viendo cómo hacer frente nada menos que a la Iglesia. Tenemos que seguir dando batalla.

¿Te parece que este movimiento, que hoy tiene mucha efervescencia, va a seguir con fuerza?

Desde #Ni una menos esto fue creciendo muchísimo, por qué vamos a pensar que se va a achicar, sobre todo porque quienes están encabezando el movimiento lo están haciendo muy bien. Es gente que, como en todos estos movimientos genuinos, no hay quien les pague. Se va adelante, porque no hay quien esté poniendo subvención, esto es a fuerza de pulmón, de vida, y de esfuerzos, no dependemos de otra gente que no seamos nosotras mismas. Hay que mover a los y las jóvenes, mantener el fervor, y no la creencia, porque la creencia es peligrosa, podés creer en cualquier cosa. Hay que advertirle a la gente respecto de los peligros de la Iglesia y de la religión.

Vamos las pibas

Vamos las pibas

Dos mujeres jugando al futbol

El oeste del Gran Buenos Aires es la “cuna” de grandes jugadoras.

El rol de la mujer en la sociedad está en medio de una gran transformación y el fútbol femenino es un claro ejemplo de ello: está con un crecimiento histórico en Argentina y el oeste del Gran Buenos Aires es la “cuna” de grandes jugadoras. Por eso, ANCCOM recorrió la zona para dialogar con las principales protagonistas y conocer sus experiencias.

El fútbol se encuentra atravesado por una lógica comercial y mercantil. Existen grandes desigualdades de recursos económicos entre los clubes de Primera División y el Ascenso, cuyos jugadores deben tener otro trabajo. Las diferencias se profundizan si hablamos de fútbol femenino, un deporte prácticamente amateur en nuestro país. Actualmente la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) cuenta con 32 equipos de fútbol de mujeres (14 en Primera A y 18 en Primera B). Micaela jugó en Defensores del Chaco de Moreno y luego pasó a San Lorenzo y comenta que la principal diferencia entre ambos clubes fue tener “masajistas y preparadores físicos. Antes era como juntarme a jugar con mis amigas en el barrio”.

“Ya la edad me pasó para jugar en AFA, prefiero jugar en equipos de barrio”, dice Sandra de 29 años, mientras espera para entrar en el equipo ´Rivadavia´ del Torneo Municipal de Fútbol Femenino de Merlo. Es un campeonato con 24 equipos, todos fichados en la Secretaría de Deportes del Municipio. El 90% de ellos tiene inscriptas las 3 categorías del campeonato, con un mínimo de 7 jugadoras registradas para cada uno de los niveles. Mientras se pone las canilleras, Sandra cuenta que juega desde los 15 años, donde hacía “fútbol mixto” con sus 14 hermanos y entre risas sostiene que “teníamos para hacer 2 equipos de 7”. Ser madre a los 19 años no le impidió continuar con su pasión por el fútbol, cuando su hija cumplió 3 meses volvió a las canchas. “Terminaba el primer tiempo, me sentaba y ella venía a tomar la teta” dice Sandra.

El apoyo familiar y económico resulta fundamental a la hora de llevar adelante una carrera dentro del fútbol femenino. “Cuando estaba por empezar a jugar en River, tenía que ir todos los días y no podía. No tenía a nadie que me banque”, sostiene Valeria Giménez de 24 años. A ella sus padres nunca la vieron jugar, siempre fueron los abuelos quienes la apoyaron en el deporte. “El primer torneo al que me anoté, lo ganamos y teníamos que viajar a Mar del Plata, mi vieja no quería saber nada”, cuenta Giménez.

No todas las familias se niegan a aceptar que sus hijas jueguen al fútbol. Valeria Albornoz jugó en Independiente de Avellaneda y en Atlas de General Rodríguez y comenta que sus padres la apoyaban en su decisión pero “no la bancaban económicamente”. A los 17 años empezó a jugar en Atlas y al poco tiempo pasó a entrenar en Wilde para formar parte del plantel de Independiente. Eso la obligó a asistir a la escuela secundaria y trabajar en una fiambrería con su tía para poder solventar su viaje al predio de zona sur donde entrenan los “rojos”. En ese momento, ella optó por dejar el colegio y al poco tiempo abandonar el fútbol.

Piernas de una jugadora, pisando una pelota

El crecimiento del futbol femenino refleja el nuevo rol que disputa la mujer en la sociedad.

“De a poco se fueron rompiendo algunos mitos, por ejemplo, que el fútbol es solo para hombres” dice Gonzalo Díaz, ex arquero de Racing y coordinador de actividades de los complejos Goles y Gambetas, ubicados en Merlo Norte, Libertad, Ituzaingó y Villa Tesei. Díaz cuenta que comenzaron con las actividades en el 2013 y el fútbol femenino nació como una demanda de 4 chicas. Sin embargo, se enorgullece de ser “los pioneros en la zona oeste en empezar a abarcar más edades en la disciplina”. Actualmente tienen 40 chicas en fútbol infantil. “Tenemos nenas de 6 o 7 años que se compran los botines y vienen a jugar al fútbol, para nosotros es muy lindo eso”, señala el coordinador.

En una de las inmediaciones de Goles y Gambetas, se lleva adelante la Liga EFEM de Fútbol Femenino. Allí está Lucila Aguirre, de 15 años, oriunda del Parque San Martín, partido de Merlo. Desde los 12 años juega principalmente en futsal de River y en mayo de este año tuvo su primera convocatoria a la Selección Argentina de Futsal Femenino Sub-20. “La que me acompañó siempre en el fútbol fue mi mamá, falleció hace dos meses”, cuenta Lucila mientras suspira. Según ella, juega al fútbol desde que tiene “memoria” y siempre con varones. Aguirre afirma que eso le “sirvió mucho para, después, sacar ventaja con las chicas”. Según comentan las jugadoras del torneo y algunos espectadores es la promesa del fútbol femenino en el país.

En algunos casos, se toma al fútbol como una actividad recreativa. En la Liga Municipal de Merlo, “los técnicos tratan de que jueguen todas. En cambio, en AFA, solo juegan las mejores. No importa si fuiste a entrenar toda la semana”, afirma Rocío Taboada. Tiene 26 años y es arquera de Ferrocarril Oeste, luego de haber sido la única mujer entrenando con “80 jugadores libres en el Club CFR de Moreno”. Hace cinco años que decidió aprender a jugar al fútbol y como está lesionada en su muñeca juega como defensora. También atajó en Almirante Brown, en el Sindicato de la Televisión, Deportivo Merlo y otros equipos y cuenta que “es muy difícil que un club apoye al fútbol femenino, todo sale a pulmón”. En Ferro están becadas, tienen camisetas y pelotas. Lo que debería ser lo habitual en un club de fútbol, se toma como una novedad.

El machismo dentro del ambiente del fútbol fue una barrera que tuvieron que atravesar varias de las chicas que decidieron comenzar en este deporte. “Cuando yo arranqué me decían ´vos jugas a la pelota, sos un varón´ o ´¿Por qué no vas a lavar los platos?´ y eso te pone mal, creés que tenés que hacer eso”, dice Valeria Albornoz, la chica que jugó en Independiente y Atlas. El juicio social, coincidieron todas las entrevistadas, fue uno de los principales motivos por los cuales muchas jugadoras dejaron de ir a las canchas. Sin embargo, con la mujer disputando un nuevo rol en la sociedad, el fútbol femenino parece incubar cambios. Rocío Taboada sostiene que “las mujeres están jugando por todos lados ahora”. La experiencia compartida por varias jugadoras en la zona oeste es que comenzaron a jugar con zapatillas y hoy «todas se compran botines y camisetas de fútbol”, dice Gonzalo Díaz. ¿El machismo en el fútbol también se estará por caer?