Jul 25, 2017 | Trabajo
Cooperativa de Trabajo Cintoplom Ltda es una fábrica de pinturas recuperada y autogestionada por sus trabajadores desde 2004. A pesar de que llevan catorce años de sustentabilidad produciendo en las instalaciones de la antigua Cintoplom S. A., ubicada en Ciudadela, la gobernadora María Eugenia Vidal vetó una ley, aprobada en mayo de este año, que establecía una prórroga de tres años para la expropiación que beneficiaría a los trabajadores. No es la primera vez que el Gobierno obstaculiza el camino de las fábricas recuperadas, en enero Vidal vetó la expropiación de la Cooperativa de Precisión Limitada -ex Rench- que realiza cerraduras bancarias, ubicada en Don Torcuato, en febrero fue el turno de la metalúrgica Raimat de Quilmes y en abril rechazó la expropiación de la Cooperativa Acoplados del Oeste, ex Petinari.
José Silva, presidente de la Cooperativa Cintoplom, trabaja hace veinte años en la fábrica. Primero comenzó en el sector de fabricación de masilla, después pasó al sector de Logística y Expedición. Además de ejercer las tareas que tiene como presidente, no ha perdido la humildad y sigue vistiendo ropas de trabajo, manchadas con pintura. José cuenta que cuando se conformaron en cooperativa trataron de seguir haciendo el trabajo que cada uno sabía hacer. A aquellos que tenían un poco más de tiempo, como fue su caso, les adjudicaron tareas administrativas para poder llevar adelante los trámites burocráticos y legales. José menciona que su vida laboral cambió, ya que tuvo que aprender nuevas tareas y adquirió nuevas obligaciones. “Debimos hacernos cargo de la empresa, es decir autogestionarnos. Todos los que quedamos éramos operarios y trabajadores de planta, lo que sabíamos era usar máquinas. Yo tuve que capacitarme en algunas cuestiones, hacer cursos y formarme para poder interpretar ciertas cosas en la administración de la empresa”, explica Silva.
La salida cooperativa
Los cooperativistas de Cintoplom fueron asesorados principalmente por el Movimiento Nacional de Fábricas Recuperadas. “Dentro del movimiento hay un montón de fábricas y colegas que tienen distintos niveles de experiencia en la autogestión y nos ayudaron mucho. Se acercaron a Cintoplom, nos dieron cursos de costos y nos enseñaron cómo comercializar un producto. La gente del Movimiento, además de ponernos la mano en el hombro y decirnos qué hacer, nos ayudó económicamente. Aún hoy los tenemos presentes, cuando uno necesita preguntar alguna cuestión, siempre están, tenemos un contacto fluido”, asegura Silva. Ahora, los trabajadores de Cintoplom tratan de retribuir esa ayuda brindándosela a otros. “A veces vamos a fábricas que recién comienzan para ofrecerles información, le contamos nuestra experiencia y les decimos de qué forma pueden ir solucionando ciertos problemas”. El mayor desafío que recuerda Silva en el pasaje de empresa capitalista a cooperativa fue poner en condiciones la fábrica para volver a producir. “Se requería mucho tiempo de trabajo y dinero. Tuvimos la suerte de que nos apoyaron muchas personas, la gente del Movimiento de Fábricas Recuperadas nos compró pinturas, también los vecinos del barrio”, rememora el presidente de Cintoplom.

«No sólo heredamos la marca, sino también las fórmulas. En el sector de fabricación de pintura tenemos gente muy capacitada, son químicos”, explicó Silva.
Silva habla de la dificultad que tuvieron para volver a instalar la marca en el mercado y generar nuevamente confianza, ya que cuando quebró Cintoplom quedaron deudas pendientes con proveedores y clientes enojados. “Teníamos que demostrar que éramos serios y teníamos ganas de trabajar. Nuestros primeros ingresos nos sirvieron para poder invertir en materia prima y seguir fabricando. En un principio no nos querían vender materia prima, y cuando lo logramos teníamos que pagar por adelantado. Hoy ya no es así, los proveedores nos dejan sacar materia prima con plazos de entre 60 o 90 días. Con todo este tiempo de trabajo se dieron cuenta que nosotros nunca dejamos de pagar a nadie. Con respecto a los clientes volvieron a elegirnos porque ingresamos nuevamente en el mercado con una calidad igual a la que teníamos. No sólo heredamos la marca, sino también las fórmulas. En el sector de fabricación de pintura tenemos gente muy capacitada, son químicos”, explica Silva. El mayor logro que encuentra el presidente es que actualmente la fábrica funciona en un noventa y cinco por ciento como cooperativa.
Ismael Ramón Elías trabaja hace treinta y cinco años en Cintoplom, antes de que se transformara en cooperativa era un operario en el sector de fabricación de pintura. Actualmente se desempeña en el área de administración, control de los créditos y la financiación. Ismael explica que tenía una idea de cómo hacer el trabajo y fue aprendiendo a medida que fue haciéndose cargo, junto a sus compañeros. Ismael también recuerda el proceso que los llevó a formar la cooperativa: “El mismo día en que el dueño presentó la quiebra, los trabajadores nos acercamos a las dos de la tarde para hablar con él. Le dijimos que íbamos a seguir trabajando a pesar de la deuda que la empresa tenía con nosotros -nos debía diez meses de sueldo, más aguinaldos y vacaciones-, que lo íbamos a apoyar para no perder nuestra fuente de trabajo y él nos dio a entender que había aceptado”. Ismael describe que ellos trabajaban de seis a tres de la tarde. Aquel día, se fueron a su casa pensando que al otro día volverían a defender su trabajo; sin embargo el propietario (uno de los hermanos Bosedi, dueños de la empresa familiar) fue directo al juzgado a declarar la quiebra de la empresa. “Al día siguiente nos encontramos con que no podíamos ingresar y con una faja de clausura en la entrada. Intentamos hablar con el dueño pero no lo pudimos localizar, fue un abandono total”.

«Estoy vestido con ropa de trabajo porque a pesar de estar en el área administrativa, también bajo a colaborar, fabricamos y envasamos, todos hacemos todo” comentó Ismael Ramón Elías, secretario administrativo de la cooperativa.
Todos los miembros de la cooperativa recuerdan aquellos como los tiempos más duros. Pasaron más de un año sin trabajo hasta que Ismael conoció a un abogado especializado en cooperativismo que lo aconsejó. “Nos asesoró y empezamos hacer los trámites para formar la cooperativa, lo que también nos llevó su tiempo. Estuvimos alrededor de un mes con una carpa afuera de la fábrica para hacer el aguante, ya que había gente que quería ocuparla. Finalmente el juez nos permitió ingresar primero para hacer limpieza y mantenimiento hasta que en el 2004 nos cedió la tenencia de los medios de producción para empezar a trabajar”, repasa con orgullo. Cuando repararon las máquinas empezaron fabricando en una escala pequeña e Ismael salió a la calle para vender y buscar clientes. “Estuve cinco años en la calle como vendedor hasta que pusimos un aviso en el diario buscando vendedores independientes, porque tampoco podíamos poner efectivo a nadie. Tuvimos la suerte de que la gente nos acompañó”, agradece Ismael.
Los desafíos pasados y futuros
Para Ismael Ramón Elías el desafío más grande que tuvo la Cooperativa Cintoplom fue en un principio comprar materia prima para fabricar. La mayor parte de los insumos para la fabricación de pintura son productos caros e importados. La otra dificultad que se encontraron fue el mismo trabajo autogestionado. “Nosotros nunca fuimos patrones sino siempre operarios y cambiar de un día para otro la cabeza cuesta. Fue incómodo hasta que nos adaptamos al sistema autogestivo, hay muchos a los que no les quita la humildad y hay otros que los cambia un poco. No es mi caso, estoy vestido con ropa de trabajo porque a pesar de estar en el área administrativa, también bajo a colaborar, fabricamos y envasamos, todos hacemos todo”. Ismael cree que el mayor logro que consiguieron como cooperativa fue poder mantenerse y vivir de su trabajo. “Ahora estamos bien, pero siempre con la meta de seguir creciendo”, augura.
José Silva dice que la empresa anterior dejó la fábrica en una condición pésima. Mientras recorre la planta ve un cuadro de un auto de carreras en la recepción, que data de la época de Cintoplom S. A., y sentencia con recelo: “Invertían la plata ahí –en las carreras- en vez de en la fábrica. Estaba muy en claro cuáles eran sus prioridades». A diferencia de otros casos de fábricas que fueron recuperadas, ellos no pudieron quedarse a resistir el vaciamiento dentro de las instalaciones. “Cuando la planta quebró, nosotros regresamos a nuestras casas y después de un año y medio volvimos. La fábrica quebró en 2002, volvimos en 2004 y tuvimos que permanecer un mes con una carpa en la puerta, mientras dialogábamos con el juez, para que nos permitiera ingresar. Ya nos habíamos formado como cooperativa, hacíamos nuestras asambleas en la vereda. Finalmente cuando pudimos entrar nos encontramos con la planta totalmente vaciada, no había absolutamente nada, estaba todo roto porque habían entrado a saquear. Lo que no se pudieron llevar quedó completamente en desuso debido a los destrozos, a las máquinas les sacaron plaquetas y cables”, recuerda José afligido. En el mismo sentido Ismael agrega: “Acá el que vino a robar sabía que se estaba llevando el corazón de las máquinas, la pieza principal para que funcionaran”. Les llevó un año poder hacer su primera fabricación como cooperativa. Estuvieron seis meses sin luz, porque tenían que comprar los cables que se habían robado y no contaban con el dinero. El Movimiento de Fábricas los financió para que pudieran instalar las máquinas y empezaran a trabajar. “La vuelta fue terrible porque empezamos de cero y muchos compañeros no quisieron continuar, ya que era una tarea muy difícil. Cuando la fábrica pertenecía a Cintoplom S.A. trabajaban 200 personas, hoy somos 22 los cooperativistas. La mayoría de los que nos quedamos fue porque teníamos una cierta edad y en ese tiempo -creo que ahora también es así- si eras grande quedabas fuera del mercado laboral. En esa situación decidimos quedarnos acá, resistiendo. Nos capacitamos y hoy en día estamos trabajando”, resume Silva.

«Ahora gracias a Dios generamos laburo para nosotros mismos y para los demás, estamos creciendo de a poquito” comentó José Villalba, operario de la fábrica.
José Luis Villalba maneja un montacargas como si fuera una extensión de su cuerpo, trabaja hace veintisiete años en la fábrica. Mantuvo el mismo puesto en que se desempeñaba antes de que Cintoplom se transformara en cooperativa. Dice que es diferente el trabajo autogestivo que el asalariado porque antes tenían que trabajar para un patrón y ahora son ellos sus propios patrones. “Entender eso fue uno de los mayores desafíos. Ahora gracias a Dios generamos laburo para nosotros mismos y para los demás, estamos creciendo de a poquito”, agrega José Villalba.
El veto
Gerardo Ángel Arrieta trabaja hace veinticinco años en Cintoplom, antes era fabricante de pintura. Actualmente es cocinero y mecánico, desempeña su labor en el área del mantenimiento de las máquinas y su hijo, Nicolás Arrieta, trabaja junto a él. Gerardo también recuerda los duros momentos del principio y plantea que ahora están pasando una situación bastante holgada, ya que tienen clientes fieles incorporados. “Formamos la cooperativa gracias al trabajo del presidente y el secretario, entre otros compañeros, que hicieron los trámites para que se formalizara. También fue indispensable el apoyo del Movimiento de Fábricas Recuperadas y después lógicamente el sacrificio nuestro”, asegura.

Nicolás Arrieta trabaja en la fábrica junto a su padre, Gerardo Ángel Arrieta, quien desde hace veinticinco años se desempeña en el área del mantenimiento de las máquinas de Cintoplom.
“Cuando me enteré que Vidal había vetado la expropiación en un principio no me molesté tanto, porque estamos acostumbrados a esta respuesta por parte del Gobierno”, dice José. El presidente de la cooperativa contó que no es la primera vez que ocurre, antes que lo hiciera Vidal, ya lo habían hecho en otras oportunidades Daniel Scioli y Felipe Solá. “Nosotros vamos a volver a insistir y presentar nuevamente la ley. Esta es una lucha constante desde que formamos la cooperativa. Desde hace catorce años que lo venimos viviendo con nuestra empresa y con fábricas amigas. Siempre te hacen el camino más difícil, aunque nosotros no hagamos otra cosa más que trabajar y producir.”
Ismael también recuerda cómo recibió la noticia y confiesa que se sintió mal, porque considera que la situación del país es difícil. “No hay trabajo en ningún lado y el Gobierno en vez de ayudarnos nos pone un freno para seguir creciendo. Si no nos aprueban la expropiación y el día de mañana nos tenemos que ir de acá, hay veinte familias que quedarían en la calle, porque están viviendo de esto. Y ese día nadie me va a ayudar a darle de comer a mis hijos”. En la misma línea, Villalba dijo que se sintió triste porque cree que el Estado no ayuda al trabajo cooperativista, sino que por el contrario lo ataca. “Nos tiran a matar a todos, no solo a nosotros sino a varias cooperativas le vetó la ley de expropiación, pero no perdemos la fe”. Por su parte, a Gerardo el veto lo tomó por sorpresa porque ya tenían en sus manos una aprobación legislativa de tres años desde mayo pasado.. Pero aseguró que tanto él como sus compañeros seguirán adelante.
Los trabajadores de Cintoplom nunca recibieron las indemnizaciones ni cobraron los sueldos adeudados. “Todo lo que la empresa nos debía forma nuestros créditos laborales, que algún día vamos a hacer valer cuando tengamos que comprar la planta”, explica Silva. La necesidad de mantener una fuente de trabajo fue lo que llevó a los trabajadores de Cintoplom a conformar la cooperativa y a continuar hasta el día de hoy trabajando. A pesar de no recibir el apoyo del Estado, los trabajadores de Cintoplom afirman que están encarando la compra de la empresa.

“Siempre te hacen el camino más difícil, aunque nosotros no hagamos otra cosa más que trabajar y producir.” explicó José Silva, presidente de la cooperativa.
Actualizada 25/07/2017
Abr 18, 2017 | Noticias en imágenes
El Hotel “Buenos Aires Una Empresa Nacional”, más conocido por sus siglas BAUEN, hace 14 años que sus trabajadores/as lo autogestionan de manera cooperativa y se fue constituyendo en un símbolo de las empresas y fábricas recuperadas a partir de la crisis de 2001. Durante estos años, frenaron distintos intentos de desalojo. El año pasado el Congreso de la Nación llegó a sancionar la Ley de Utilidad Pública y Expropiación del hotel a favor de los trabajadores. A fines de 2016, mediante un Decreto el Presidente Mauricio Macri decidió vetarla. A principios de 2017, la jueza Paula Uhalde dispuso el desalojo por la fuerza del hotel con un fecha tope para el 19 de abril. A partir de ese momento, se retomó un plan de lucha para impedir esta nueva amenaza de desalojo. La solidaridad de distintos sectores sociales parece haber dado resultado: el 18 de abril, la Cámara de Apelaciones en lo Comercial suspendió esa orden de desalojo. Este miércoles, en la puerta del edificio, hay un festival de apoyo a la Cooperativa porque todavía no está dicha la última palabra.
Mirá la fotogalería de ANCCOM:
Actualizado 19/04/2017
Abr 12, 2017 | Comunidad
“Somos ocho trabajadores, ocho familias se quedan sin trabajo”, son las duras palabras escritas en una cartulina azul pegada en la fachada de la histórica pizzería Mi Tío, ubicada en la esquina de Defensa y Estados Unidos del barrio San Telmo. En su interior, una placa colgada en la pared notifica que el Ministerio de Cultura reconoce el sitio como “testimonio vivo de la memoria ciudadana”. Pero aun así las puertas se cerraron para sus empleados.
El miércoles 29 de marzo a la mañana el maestro pizzero Juan Daniel Nieva se dirigía al local sin imaginar que no podría ingresar a trabajar. Los candados habían sido cambiados sin previo aviso. “Cuando llegaron mis compañeros llamamos inmediatamente a una de las dueñas pero no contestó el teléfono”, contó Nieva. “Intentamos ubicarla en su casa pero se había mudado tres días antes del cierre. Al no recibir noticias, nos asesoramos y decidimos entrar porque es legal defender nuestra fuente de trabajo”, explicó el mozo Adrián Fernández.
“El cierre no me sorprendió porque las cosas andaban mal, había pocas ventas y se compraba la mercadería justa para el día”, dijo Nieva. “La dueña mencionó algunas veces que tenía intenciones de dejar el negocio, pero nunca creímos que sería de esta manera. Nos propuso que alquiláramos el fondo de comercio y formáramos una cooperativa pero esto no sucedió, ya que ella no nos creía solventes ni capaces”, agregó Fernández.

“Somos ocho trabajadores, ocho familias se quedan sin trabajo”, las palabras escritas en una cartulina pegada en la fachada de la histórica pizzería Mi Tío, ubicada en de Defensa y Estados Unidos.
“La primera noche dormimos en las sillas. Al día siguiente la vecina de arriba nos prestó colchones”, describió Nieva. Desde el 29 hasta el día de la fecha los empleados realizan turnos rotativos de doce horas para cuidar sus puestos de trabajo. Mientras tanto, continúan atendiendo el local en su horario habitual, de 7 de la mañana a 2 de la madrugada.
En el gran reloj circular, las agujas marcaron las 12 y en la pizzería empezaron a desfilar vecinos del barrio, extranjeros que estaban de paso, así como también clientes de toda la vida. Las charlas, las risas, los cubiertos chocando con los platos inundaron el salón. Tres amigos reunidos comían una grande de muzzarella acompañada de unas cervezas, mientras Eugenio Navarro llevaba un humeante café con dos medialunas a un señor que leía el diario.
Navarro es uno de los trabajadores más antiguos, tiene 48 años y hace 30 que es parte de Mi Tío, más de la mitad de su vida. Tiene dos hijos y una nieta a su cargo. Según Navarro, hace seis años que la situación era complicada y fue empeorando: “Antes cobrábamos el jornal completo en blanco y después en el recibo comenzó a figurar solamente medio. Eso era lo de menos, nos empezaron a dar el sueldo en dos y hasta tres cuotas”. Navarro se atrasó en el pago de las tarjetas, los impuestos y el alquiler. “Cuando me enteré del cierre me sentí con mucha impotencia. Si no recupero este trabajo no creo poder conseguir otro a mi edad. Mis esperanzas están puestas en la formación de la cooperativa”.

“El cierre no me sorprendió porque las cosas andaban mal, había pocas ventas y se compraba la mercadería justa para el día”, dijo Nieva. Una vecina acompaña a los trabajadores, bajo la consigna «De Mi Tío no nos vamos».
“Marchen seis empanadas de jamón y queso”, se escuchó a Fernández. En una pequeña y calurosa cocina, Nieva acataba el pedido vistiendo un delantal azul, ligeramente manchado con harina. Tiene 43 años y hace 28 que trabaja en la pizzería. Es padre de tres hijos en edad escolar y sostén de su familia. “No tengo deudas porque siempre fui ahorrador, pero los ahorros no duran para siempre y ya se están acabando”, explicó.
A las 13 Adrián Fernández, apodado el “Chino”, se retiró del local y regresó treinta minutos más tarde con sus dos hijos, una nena y un varón, que vestían guardapolvos blancos. Cumplió 45 años y hace 12 que trabaja en la pizzería. Su sueldo es el principal ingreso en su hogar y al igual que el resto de sus compañeros desde febrero no cobra. “No recibimos los dos aguinaldos correspondientes al 2016 ni las vacaciones, no obtuvimos aumentos no remunerativos, tampoco nos aportaron a la obra social, dejándonos sin cobertura médica y nos deben casi un año de aportes en ANSES”, denunció Fernández con los ojos cansados y tristes. La respuesta que les dio la dueña en ese momento era que más adelante se les iba a pagar lo que les correspondía, que tuvieran paciencia y apoyaran al negocio.
Federico Ezequiel Ledesma regresaba de hacer un reparto, tiene 27 años y hace solo 4 meses que trabaja en la pizzería. Cuando no hay pedidos se encarga de lavar los platos, vasos y utensilios. Vive de su sueldo y alquila. “Me costó mucho conseguir este laburo, por eso no quise dejarlo y abandonar a mis compañeros. Además, me gusta lo que hago y el ambiente de trabajo”.

“Intentamos ubicarla en su casa pero se había mudado tres días antes del cierre. Al no recibir noticias, nos asesoramos y decidimos entrar porque es legal defender nuestra fuente de trabajo”, explicó el mozo Adrián Fernández.
Una señora que pasaba caminando se asomó por uno de los ventanales y gritó: “Fuerza. Estamos con ustedes”. Los vecinos han sido actores esenciales en esta lucha, como Cecilia Calderón, redactora del diario El Sol de San Telmo, quien contó que los vecinos de su edificio formaron un grupo de Whatsapp con el “Chino” para estar alertas: “Los mozos nos contaban que la situación estaba complicada, que les adeudaban sueldos. Al principio lo usábamos para charlar y conocernos. Ninguno era amigo de antes, nos unió el cariño a este lugar que lo queremos como nuestro segundo hogar “. Fue por este medio que el “Chino” les avisó sobre el cierre e inmediatamente se pusieron a trabajar en conjunto. Crearon la página de Facebook “De Mi Tío No Nos Vamos” y el hashtag en Twitter “#DeMiTíoNoNosVamos” que empapela el local; contactaron a los medios para hacer visible el problema y también al Instituto Nacional de Asociativos y Economía Social (I.N.A.E.S.) para que los asesorara legalmente. “Quisimos ayudarlos porque creemos que todos tenemos que tener la posibilidad de trabajar y tener una vida digna, solo con el esfuerzo colectivo y el pensar en el otro tendremos una sociedad más justa”, dijo Calderón.
El viernes 7 de abril Héctor Villaroel, y María Marta y Rosauro Romero, los dueños de de Mi Tío, fue citada a una conciliación en el Ministerio de Trabajo pero no se presentó. “No vamos a bajar los brazos hasta que nos paguen lo que nos corresponde. Queremos formar una cooperativa y con las indemnizaciones sacar adelante el negocio. Hasta entonces seguiremos abriendo las puertas como todos los días, haciendo lo que mejor sabemos hacer nuestro trabajo”, expresó Fernández.

“Me costó mucho conseguir este laburo, por eso no quise dejarlo y abandonar a mis compañeros. Además, me gusta lo que hago y el ambiente de trabajo”, dijo Federico Ledesma.

“No recibimos los dos aguinaldos correspondientes al 2016 ni las vacaciones, no obtuvimos aumentos no remunerativos, tampoco nos aportaron a la obra social, dejándonos sin cobertura médica y nos deben casi un año de aportes en ANSES”, denunció Fernández, rodeado de vecinos.
Actualizado 12/04/2017
Ene 25, 2017 | Comunidad
Los días de calor, en la Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado (CEAMSE) de José León Suárez (partido de San Martín), la basura fermenta y emana un vapor espeso. Quienes transitan por el Camino del Buen Ayre pueden observar una montaña humeante. Cerca de 17 mil toneladas de residuos desembocan allí diariamente y los habitantes de alrededor, como los del barrio Libertador –justo enfrente–, viven de ellos.
Todos los días de 18 a 19 se abren las compuertas y unas 500 personas entran a “la quema”, como le dicen, en busca de metales, plásticos y comida. Nora (52) y “Chaco” (48) son los coordinadores de la cooperativa Bella Flor, una de las siete que hay en el predio. “No te vayas a tropezar, si no te pasan por arriba”, advierte Chaco.
Bella Flor funciona en el primer galpón ingresando por una calle de tierra angosta, a 200 metros de la esquina del Buen Ayre y Salvador Debenedetti. Chaco cuenta que reciclan y comercializan botellas, bolsas de nylon y electrodomésticos, y que además tienen un comedor en el barrio. En un gran patio descubierto, se ven tres montañas de basura donde trabajan unos 60 operarios. A ellos hay que sumar el personal externo de la cooperativa, que incluye a los camioneros.
“La recolección tiene que pasar por la balanza y ahí se determina a qué planta va. Nosotros arreglamos con el CEAMSE que revisamos diez camiones a la mañana y cinco de countries a la tarde. Quizás a la noche entra alguno de contrabando pero es poco. Tenemos capacidad para veinte. Son doscientos camiones que llegan por día, quince a nuestra cooperativa. Descargan y el equipo sube las bolsas a la cinta que las transporta al primer piso. A los costados se ubican dieciséis personas que separan en dieciséis tubos distintos materiales. Van cayendo en bolsones en la planta baja, divididos en cartón, papel blanco, metal, aluminio. Los bolsones de PET (botellas de plástico) pasan por las prensas que los comprimen en fardos para luego ser vendidos. Lo que se desecha en este proceso va a la montaña”, explica Chaco.
CEAMSE se encarga del transporte, descarga y tratamiento de los residuos sólidos de la Ciudad de Buenos Aires y 34 partidos del conurbano bonaerense. Fue creada en 1977, durante la última dictadura. El barrio Libertador, frente al predio, cruzando el Camino del Buen Ayre, se formó en 1998 sobre tierras ocupadas. Antiguamente, allí había un lago que fue tapado con relleno sanitario y las casas están construidas sobre ese suelo. Una capa de tierra es insuficiente para evitar que los desechos asomen. “Si hacés un pozo, capaz encontrás un auto”, dice Chaco riéndose.
Familias enteras, con niños, cruzan la autopista para buscar entre la basura. Yogur, leche, carne, no se detienen en su estado: es comida. Solo se puede ingresar una hora al día y hay que calcular que se tarda media desde el portón hasta la montaña. La policía controla el lugar con reflectores y si encuentran a alguien fuera del horario, lo reprimen. Nadia (27), vecina del barrio, afirma: “La zona ahora está más tranquila que hace unos años, la mayoría ya no vamos más a la quema, ahora trabajamos en los galpones”.
Los habitantes del Libertador están organizados y sobresale la figura de Lorena Pastoriza, cabeza de la cooperativa Bella Flor. “Lorena pensó cómo hacer para que no se repitiera el caso de Diego Duarte, asesinado en 2004, y que la comida se pudiera comprar”, rememora Nora, y añade: “Ella presentó un proyecto de reciclaje. Empezamos con cortes y piquetes, hasta hubo muertes, nos tirábamos en la laguna para salvarnos pero tampoco dejamos policías enteros. El Estado defendía la basura en vez de proteger al pueblo que tenía hambre. Era propiedad privada pero también el lugar que nos daba de comer. Lorena buscó la forma de que pudiéramos comer sin que nos mataran. El nuestro fue el primer proyecto en ser presentado y el último en ser aprobado por el odio que nos tenían. Consistía en que nos dejaran separar la basura para venderla”. Finalmente, en 2008, se constituyó Bella Flor.
La muerte de Diego Duarte, de 15 años, marca un antes y un después. El 15 de marzo de 2004, él entró a la quema junto a su hermano Federico para hacer unos pesos reciclando basura. Era de noche, la policía detectó sus movimientos, los buscó con reflectores y perros pero ellos se escondieron. Para asustarlos, una topadora se acercó y dejó caer toneladas de basura sobre ellos. Diego desapareció. Hoy, el suyo es un asesinato archivado. “Y no es el único, hay más”, sostiene Lorena.
“En aquella época todo el barrio iba a la quema, cruzábamos de contrabando porque no nos dejaban pasar, cuidaban la basura como si fuera oro. Una vez vimos que venía la policía con perros y linternas, nos escondimos en los huecos que hacíamos buscando metal, nos tapamos dejando solo la cara descubierta y no nos vieron. Pero a Diego Duarte lo tapó la basura. Queremos creer eso porque la justicia nunca hizo nada”, cuenta Nora.
Luego del caso de Diego Duarte, la policía deja acceder en determinados horarios pero sigue reprimiendo porque también tiene su negocio. “Si por ahí caía un camión con electrodomésticos, a nosotros nos sacaban porque se lo querían llevar todo ellos y no lo podíamos tocar. Hicieron mucha plata acá”, asegura Chaco. A lo lejos, dos uniformados permanecen parados sobre la montaña, sacando pecho y panza, con la mano descansando sobre el arma.
En nueve galpones ubicados uno al lado del otro, funcionan las plantas de reciclado. Rosa Cuello (55), encargada de la “3 de Mayo”, explica: “De las siete cooperativas sólo dos están registradas como tales. Las demás trabajamos como ONG. Para no pagar los servicios ni las instalaciones que presta el CEAMSE manejamos un principio de economía social”. Rosa vive en el barrio Libertador y trabaja en la 3 de Mayo hace siete años: “Vienen diez camiones por día, los recibo, descargan y se separa la basura. Hay siete formas distintas para reciclar según el material: plástico, nylon, telas, papel y cartón, dividido entre seco y mojado, latas y vidrios. Luego se vende como insumo para fábricas, papeleras y químicas Tenemos clientes que se llevan lo que se produce. Por ejemplo, del nylon y de la tela se hacen trapos de piso”, ilustra.
El proceso está sistematizado. En términos de productividad, lo que más les rinde son los camiones con residuos sólidos urbanos de la recolección y también los que son “generadores” porque traen volúmenes masivos. “Los que vienen directo de Carrefour o Jumbo, y ahí aparece lo que para nosotros es mercadería”, detalla Rosa.
Chaco dice que “en las cintas encuentran celulares último modelo en funcionamiento, cadenas de oro, relojes antiguos”: “En una oportunidad, una compañera encontró 200 mil dólares envueltos en papel todo encintado, se los llevó y nunca más volvió. También se encuentran desde animales y hasta bebés, en esos casos interviene el cuerpo forense e investigan las causas de la muerte”.
La relación con la basura está naturalizada, los chicos descansan y almuerzan sobre las bolsas. “Se enferman, tienen que ir al médico y no cuentan qué comieron y les hizo mal. Dicen que mucho frito y se rompieron el estómago. Tienen que decir que se intoxicaron comiendo basura porque, ¿para qué trabajan y ganan un sueldo si van a seguir comiendo eso? Nuestra intención es que se compren la comida”, reflexiona Nora, de Bella Flor, con preocupación.
A todos los que trabajan les dan botas, guantes y máscaras y les insisten para que los usen. “Pero usan solamente los guantes y los borcegos –se queja Nora–, antiparras no y casco menos”. Una de las chicas, por no usar guantes, se clavó una jeringa en un dedo y al no tratarlo a tiempo, se le infectó y debieron amputárselo. Nora y el resto de los coordinadores coinciden en que el trabajo de la basura convive con la marginalidad social y el desamparo legal e institucional, y frente a esta situación ellos brindan contención: “Acá tenés muchas actividades. Muchos están estudiando, haciendo primaria y alfabetización con docentes del Ministerio de Educación”, relata.
Norma, otra recicladora, cuenta que “las botellas se venden a tres pesos el kilo a empresas que pagan 450 el fardo”. “De treinta bolsones sacás un solo fardo y con eso pagamos los sueldos”, explica. Con proveedores fijos y compradores diarios, el circuito se sostiene como cualquier empresa. Aquel que recolecta manualmente aluminio puede hacerse unos mangos de diferencia. Chaco recuerda que cuando empezó le pagaban $ 50 por día como ayudante de albañil, de lunes a viernes y a dos horas de su casa: “Acá en una hora hacía $ 150. Entonces pensé: me voy a romper la cintura, viajar encimado con la gente peleando, cuidando que no me roben, si acá en una hora hago lo que gano en una semana allá”.
Al lado de las cooperativas, están las plantas de las grandes empresas como la ex Manliba, del Grupo Macri, que posee maquinaria para hacer el trabajo automáticamente, y Covelia S.A., otro gigante de la recolección. En la intersección de Camino del Buen Ayre y Debenedetti, fuera del CEAMSE, están los galpones de Arcillex S.A., cuyos jefes, según Chaco, “compran los camiones de privados que traen heladeras y aparatos con alguna falla pero que funcionan”, y agrega: “Entonces los venden ahí, los dueños. La gente que trabaja no, van a la montaña a cambio de lo que cirujean para comer, ese es su sueldo”.
Empresas, cooperativas y ONG que nuclea el CEAMSE, todas dan empleo bajo una u otra modalidad informal de contratación. El Estado, por su parte, casi no reconoce la actividad de los trabajadores de la industria del reciclado, un negocio inmenso en manos de unos pocos, hecho a partir de lo que el consumo desecha, incluida su mano de obra, los excluidos del sistema.
A sólo media hora de la Capital Federal, una metáfora retorcida del capitalismo que produce ganancias aun cuando arroja sobre montañas de basura a los chicos que buscan comida.
25/01/2017
Ene 12, 2017 | Trabajo
“Vamos a poner el tema en agenda. Sabemos que es difícil, pero no imposible”. Los trabajadores de la cooperativa del hotel Bauen se plantean un desafío con final incierto: a partir de febrero pondrán en marcha una serie de actividades para intentar sumar apoyos en el Congreso que les permitan revertir el decreto presidencial que vetó la expropiación del edificio que, en pleno centro porteño, simboliza la resistencia social a la crisis social de 2001.
En pleno receso legislativo y mediante el decreto 1.302/2016 publicado el martes 27 de diciembre en el Boletín Oficial con la firma del presidente, Mauricio Macri, y del jefe de Gabinete, Marcos Peña, el gobierno vetó la ley que proponía que el inmueble de Callao y Corrientes pase a manos de los trabajadores. La medida golpeó a una de las cooperativas más emblemáticas de las surgidas al calor de la crisis del 2001, una de las 400 empresas recuperadas y autogestionadas por sus trabajadores en el país durante los últimos 15 años.
En diálogo con Anccom, el vicepresidente del colectivo, Federico Tomarelli, destacó el respaldo multisectorial a la lucha de los trabajadores del Bauen, y confió en que se convierta en la llave para dar marcha atrás con el veto presidencial. “Hemos recibido muestras de apoyo de distintas agrupaciones políticas y sociales y vamos confiados a conseguir la mayoría. Sabemos que las condiciones son difíciles, hay que conseguir los votos de dos tercios de la Cámara”, reflexionó.
¿Por qué creen que el gobierno vetó la ley de expropiación?
El Presidente entiende como algo absolutamente imposible de refrendar lo que nosotros hacemos, que es gestionar empresas. Es una cuestión ideológica, filosófica, política. Lo que sucede es que no puede traducir eso en los fundamentos de un veto, entonces argumenta el costo elevadísimo que le generaría la expropiación al Estado. Es una falacia, una estrategia armada a los fines de generar cierto descontento social. Se excusan en que no pueden gastar ese dinero en la expropiación del hotel. Nosotros suponíamos que podría aparecer el veto ya que el macrismo siempre se opuso a nuestras políticas, siempre estuvo en contra de lo que representamos nosotros. Nos molestó, pero no nos sorprendió.
¿Cómo continúa la lucha por preservar las fuentes de trabajo?
Nosotros buscaremos reconfirmar el proyecto en el Congreso, que se logre votar nuevamente, lo que dejaría sin ninguna posibilidad al veto presidencial. Sabemos que es muy difícil porque son muchos diputados, y, además, estamos en enero, con mucha gente afuera. La actividad más fuerte será a partir de febrero. Intentaremos, con distintas actividades, imponer el tema en agenda para que a partir del 1 de marzo, que es cuando empiezan las sesiones ordinarias, podamos llegar al Congreso.
¿Hay chances de revertir el decreto?
-Tenemos confianza en nuestro trabajo. Hemos recibido muestras de apoyo de distintas agrupaciones políticas y sociales durante todos estos días, así que vamos confiados a conseguir la mayoría. Sabemos que las condiciones son difíciles, hay que conseguir los votos de dos tercios de la Cámara, pero tampoco es imposible
El veto llegó después de mucho tiempo en el que tampoco se había votado la expropiación…
Probablemente con el gobierno anterior no se hubiese vetado el proyecto, pero también pensamos que en los doce años del gobierno anterior se podría haber aprobado la expropiación, y no sucedió. ¿Qué necesidad había de llegar a este punto cuándo se podría haber resuelto mucho antes? La política tiene sus propios tiempos y a veces no van de la mano de las necesidades ajenas.
– ¿Esperaban resistencias en el Parlamento?
– No. La cooperativa va a cumplir catorce años y desde hace diez que presentamos proyectos en el Congreso. Con el transcurso de los años, las iniciativas iban perdiendo estado parlamentario. Lo volvíamos a presentar con otros diputados ya que muchos de ellos dejaban de estar en la Cámara. En el mientras tanto, pulíamos el texto. Nunca dejamos de insistir porque teníamos la confianza de que era la solución política más adecuada.